Kohaku Ishikawa El llamado que, intuyó, recibiría de parte del clan no tardó en llegar. Estaba masticando unas láminas de zanahoria hervidas al vapor cuando Matsuda se le acercó y le pidió que los acompañara. Kohaku se incorporó de inmediato, en silencio, y asintió. Siempre había sido sumamente diligente con sus responsabilidades. Los siguió de cerca camino a la clínica, con una mano recostada sobre la empuñadura de su katana aún envainada, echándole ojeadas raudas a los alrededores. La luz ambiental iba escaseando y necesitaba mantenerse alerta. Había devuelto a Chiasa al bolsillo de su abrigo, quien pispeaba por el borde pero sin atreverse a salir o moverse demasiado. —¿La situación aquí en Nara viene siendo tensa? —indagó, en un tono de voz algo más alto pero aún suave—. ¿O esto es repentino? No podía descartar las posibilidades que se apilaban en su mente. ¿Y si el clan Taiga lo había estado siguiendo todo ese tiempo? ¿Quizás él, o el otro muchacho, habían sido quienes los guiaron hacia los Minamoto? Puede que fueran ideas hilarantes, después de todo no se atrevía aún a decirlas en voz alta. Pero la preocupación en su pecho se sentía real, y el agobio de la vigilancia aún conseguía ponerlo nervioso. Su vida, después de todo, había sido siempre increíblemente pacífica.
Kuroki Fusatada Corrí lo más rápido que pude, estando alerta ante cualquier presencia sospechosa o extraña que pudiese presentarse, no escuchó al sujeto para cuando salió. Pese que desde lejos notaba que la pequeña tenía problemas para correr, mantuvo un buen ritmo hasta que llegamos al Santuario. Takano me detuvo mientras de antes iba frenando el paso, pero por la escena era obvio, por lo que no evité llevar mi mano derecha hacia el rostro del shock y de la impotencia, musitando. No lo conocía, claro. Pero me hacía añicos ver a mi líder tan afectado... —No, no... ¿Cómo pudo ser? ¿Que clase de desalmado pudo matar a alguien así en un sitio sagrado como este?—. Pregunté a Takano con obvio gesto de ira y depresión, por lo que no supe qué hacer y solo me di la vuelta para ver el panorama sin más... No me podía imaginar lo importante que era ese tal Chikusa para Takeda. —¿Quién era?—le pregunté a Takano logrando mantener la calma, pero en el fondo me sentía impotente, no me quería imaginar cómo se sentía Takeda ahora. Igual... Que mi padre desapareciese en parte me ha preparado para momentos como este.
Kenzaburô Terminó el pescado como quien no es esclavo del tiempo y con una mano apartó un poco el plato. Estaba saciado y el sentimiento de estar con la barriga llena lo endulzó durante varios minutos. Se había quedado prácticamente solo; el muchacho con la ardilla, seguido de la camarera, desaparecieron sin más. El espadachín pensó que el lugar era muy alborotado, no le gustaba; él prefería la tranquilidad del bosque. Era increíble como las personas no cambiaban, siempre había sangre, siempre había muerte allá donde sus sandalias le conducían. Negó lentamente. Se reincorporó, y con cuidado, ajustó la katana en su cintura. Era una lástima, Fuji le había dicho que ella sabía cómo afilar su espada y ahora ya no estaba. No importaba, ya encontraría como. No por curiosidad, tampoco por preocupación, simplemente porque no tenía nada para hacer, Kenzaburô caminó lentamente hacia la puerta del local y salió. Miró el suelo por unos instantes y se detuvo simplemente en las huellas pequeñas, de sandalias; pasos inconexos al intentar recorrer una distancia en velocidad pero al estar uno incapacitado o incómodo, en este caso, seguro por un kimono muy ajustado. Sonrió. Y con lentitud, como si no le preocupara otra cosa, comenzó a seguir las huellas de Mao, huellas que lo conducieron primero al Templo, dónde todos se estaban agrupando. A su pesar no encontró a la niña, pero sí algo interesante, que el resto no parecía haberse dado cuenta aún, o que quizá nunca lo supieran. Había un pequeño rastro de sangre, ínfimo, pero ahí estaba. Kenzaburô miró con discreción el rastro y le dedicó una mirada al cuerpo inerte del hombre que yacia acunado por alguien más. En él la sangre le era indiferente y la muerte aún más. Los ignoró por unos momentos, sintiendo lo estúpidos que eran al pisotear toda la escena, borrando los rastros más evidentes. Pero Kenzaburô encontró un rastro de sangre que se perdía más allá; eso quería decir que el que había atacado estaba herido o, en consecuencia, manchado por la sangre de su víctima. El espadachín hizo los cálculos en menos de cinco o seis segundos, suficientes para que nadie notara demasiado su presencia... Y así, como si fuera un simple ciudadano más del pueblo, se retiró a paso lento... pero siguiendo el rastro de sangre.
Santuario Takano seguía mirando a su líder; sabía que en esa situación estaba expuesto; y no podía perderlo de vista; Mao se había acercado sin un aura asesino ante su líder; Takano observaba con cautela, sin escuchar la conversación; pues seguía sin entrar al Santuario; después ella se separó de Takeda, y siguió su camino. Algo que había desatado la curiosidad de Takano. Kuroki habló mientras se quedaban solos en aquel arco —Chikusa Nagasuke...—respondía a Kuroki —...fue el primero que Takeda logró reclutar hace dos años, ese hombre era el más fuerte entre nosotros físicamente; con un corazón atormentado pero noble; Chikusa veía a Takeda como su hermano, y él....—Takano suspiró para contener sus emociones; tragó su saliva mientras seguía viendo aquella escena —Takeda le prometió que nunca más volvería a estar solo— Fuji; Matsuda; Yamagada y Kohaku corrieron hacia la clínica; Yamagata escuchó las preguntas de Kohaku, por un momento aquel sujeto que siempre parecía ser un desastre habló con formalidad —Nara es un lugar de comercio; por lo que su gobierno feudal utiliza muchos de sus recursos en la protección de sus ciudadanos; contratando a los mejores guardianes que Japón pueda tener; ningún forastero pasa desapercibido en el poblado, por lo que los crímenes suelen resolverse a velocidad; la unidad aquí es muy arraigada, no suelen haber ataques personales, sólo robos o saqueos — lo decía como si fuera algo que repetía con frecuencia. En ese instante llegaron a la Clínica. Clínica El médico deslizó la puerta de entrada al escuchar a Fuji afuera; él se encontraba en ropa cómoda; pero no se veía que acababa de despertar. Fue entonces cuando escucharon un gritó que les llegó a la fibra mas profunda de sus almas; era Suguino, lloraba mientras Ukita trataba de contenerla. Fuji corrió hacia su hermana quien la recibió en un fuerte abrazo y llanto —¿Cómo es que alguien puede ser tan cobarde como para atacarlo de esa manera?— Fuji entendió que hablaba de Chikusa. Matsuda miró hacia Yamagata y Kohaku —Ustedes hagan guardia fuera del lugar; seguro el atacante querrá regresar a terminar el trabajo— pero antes de que Yamagata pudiera afirmar; Suguino habló, con una voz apagada —Ya no hay nada que proteger...— se dejó caer al suelo de rodillas; Fuji no pudo evitarlo ya que al oir esas palabras su cuerpo perdió toda la fuerza mientras observaba a su hermana de rodillas —Siempre lo di por sentado; era demasiado fuerte como para que me preocupara que alguien le hiciera daño— Yamagata estaba incrédulo mientras Matsuda miraba a Ukita, preguntando sólo con la mirada si eso era cierto; Ukita afirmó —E....esto... esto no puede ser cierto...—decía Yamagata avanzando hacia Ukita —¡Ese hombre derrotó a todo un ejército él sólo! Esto es una pésima broma Ukita...— sus ojos se nublaron; sabía perfectamente que Ukita no podía bromear con algo tan serio. —Aprovecharon su punto ciego; atacaron cuando Chikusa anuló sus sentidos al practicar la "Renuncia" en el Santuario— dijo tajantemente Ukita —quien lo asesinó sabía que no tendría oportunidad de matarlo si no era allí— Yamagata dejó salir sus lágrimas sin reparo; de pie; con los puños completamente apretados en un intento de contener su furia; quería golpear algo, quería que aquello no fuera cierto. Mao había entrado antes de toda la conmoción; justo depués de Ukita; se recostaba mientras escuchaba el grito de Suguino; su canción era dulce y triste; para una situación dónde nadie quiería creer en la realidad. Santuario Kenzaburô se acercó a la escena y miró con aquellos ojos que pocos entrenan en el arte del rastreo; Takano clavó su mirada ante aquel movimiento, su ira se expandió pensando que era el asesino, ya con su mano en el mango de su katana; pero no, era aquel hombre en el comercio del señor Hatsu; seguramente había seguido a la niña con la que estaba, iba a indicarle la dirección por la que había ido Mao pero las palabras no salían de su boca; tenía un nudo en la garganta desde que le expresó a Kuroki el miedo que tenía Chikusa a la soledad; y de esa manera había enfrentado la muerte. Kenzaburô no se detuvo mas en la escena, siguió el rastro que había en el suelo cerca de la entrada; el atacante había resultado herido. Para su sorpresa el rastro no se alejaba de Nara; sino todo lo contrario, se adentraba. La luz comenzaba a irse lentamente; por lo que apresuró su paso; cruzó el puente de madera al área residencial; las cigarras y unos sapos se escuchaban no muy lejos mientras este llegaba a un viejo dojo; al parecer la persona herida se detuvo allí unos momentos, pues había un pequeño charco de sangre; el triple de grande que aquellas gotas que había estado siguiendo. Siguió avanzando y se encontró con una gran casa; seguramente del señor feudal. La sangre no se dirigía a la entrada principal; sino a la entrada a un establo. Entró sin problemas pues la puerta la habían dejado abierta; el rastro de sangre cada vez era menor, uno de los caballos relinchó; pues a pesar de tu gran habilidad de rastreo, no eras tan hábil con el sigilo. Esto alertó a los guardias y te rodearon cinco en unos momentos. Estabas allí, atrapado; pero de algo estabas seguro, si esos caballos reaccionaron a tu aroma desconocido con alarma; seguramente había ignorado a alguien que conocían. —Alto en nombre del señor feudal de Nara; Eizo Hidetoshi—
Natsu Gotho Aperezado terminó con la vista en los duraznos echados a perder. Aquel hombre ebrio a medio dormir no le daba ni un solo ápice del nacimiento a cruzar palabra, tomando aquellos duraznos sin ningún ánimo para después alejarse del río en medio de la noche, con el abrigo siendo arrastrado por la empuñadora de la espada, llegando nuevamente a la Herbolaria, abriendo la puerta y dejando frente a aquel señor las monedas requeridas. Irritado comenzó a utilizar los instrumentos con las frutas medio moribundas. incrédulo por su inútil búsqueda deslizó sus dedos sobre aquella delgada línea de bambú, con la cual comenzó a destirpar los duraznos, tomando uno de los polvillos sobre la mesa de madera, esparciéndolo en un pequeño contenedor de cristal. Contenido oculto Monedas: 32
MAO Como bien predijo; sería imposible descansar esa noche. Al terminar con su nana se calló sin más, y sin abrir los ojos habló con voz grave y profunda: La suavidad parecía resonar por todas las paredes de la Clínica, el ceño solo se frunció levemente. No miró a nadie, lo único que cambió fue la suavidad de su mensaje; ahora era una guerrera, la niña y médica quedaron en segundo plano. —¡Es claro que todo lo malo significa Taira! ¡era predecible este final! ¡¿Tienes miedo de morir?!; ¡entonces, solo servirán como muertos; bajo tierra! ¡Solo gana el que no le teme a la muerte! ¡los que se quedan llorando son los últimos en morir; y los únicos que siempre sufren! Si no pueden enfrentar la muerte; no busquen matar a nadie, es cosa de lógica. >> El único que no era un cobarde en el Clan Minamoto, era Chisuka; Si no son capaces de respetar su elección, no se merecen pertenecer al clan que él defendió con orgullo. La peor escoria es aquella que no admite sus errores; y aún cree que van a triunfar al final. Se calló la boca, manteniendo un largo silencio, de tan solo un minuto. —El Clan Taira va a caer, no tiene salvación; es cosa de cada uno decidir si se quedarán a ver como se desmoronan, o desmoronarse con ellos. Yo no pienso morir hasta que desaparezcan de la historia.
Clínica Ukita permanecía tranquilo ante la situación; él al igual que seguramente aquella niña estaba acostumbrado a ver muerte; Matsuda del mismo modo, pero consolando a Suguino como un padre preocupado; Fuji seguía paralizada ante la noticia; y Yamagata estaba incontrolable; miró a la niña con odio, pues este era un duelo que ella no podía entender; pero las palabras las ganó Suguino quien miró a Mao con los ojos llenos de lágrimas —El llanto no es debilidad...— no pudo decir pues el llanto se lo impidio; Yamagata salió de la clínica enojado. Ukita se acercó a Mao; solemne y con seriedad; sus ojos no parecían mostrar emoción —Todo lo que te molesta de otros seres; es sólo una proyección de lo que no has resuelto de ti mismo— dijo antes de retirarse de la clínica; debía ir al escuadrón; Matsuda lo siguió no sin antes abrazar a Fuji y Suguino. Herbolaria El viejo hombre observó al joven preparar su fórmula intrigado —Vaya, tu habilidad es muy buena; con mayores ingredientes podrías terminar vendiendo esto a buenos precios; y he escuchado que algunos comerciantes se han dedicado a vender mapas de ubicaciones de aquellos ingredientes más difíciles de encontrar, siempre debes estar atento a los caminos y a aquellos comerciantes con el estandarte hecho de plantas; aunque espero sepas comerciar o tengas basto dinero; esos desalmados pueden vender una hierba al precio de una katana—
Contenido oculto: bosque pequeño Mao se irguió, levantándose frente al caballero; sin dirigirle la vista, pues tenía los ojos cerrados; habló. —Tienes razón; lo más probable es que me maten antes de que logre mis objetivos. Estoy lista para aceptar cualquier derrota; lo que no me imagino es una victoria de mi parte. Soy consciente de cuando soy imprudente. Después abrió los ojos, mirando hacía el frente; solo cruzarías con su mirada si medías 1,56. Se dirigió a dónde se iba hacia la salida principal, antes de perderse por el pasillo, dijo una última cosa; sin perder su vista del frente. >>Mañana pienso irme de esta ciudad; así que no se preocupen, ya no los incordiaré más. Tampoco pienso volver. Y se marchó de la clínica, con su katana siempre aferrada con amarres a su cintura. No iba a discutir con gente que no planeaba hacerlo, mucho menos si estaban de luto. Caminó por la ciudad completamente ensimismada, pasando al lado de la Casa del armamento, hasta llegar a la periferia de esta. Observó la profunda oscuridad que cubría el camino no iluminado a las afueras de la gran ciudad. Siguió el caudal del río, alejándose un par de metros, estaba suficientemente lejos del ciudad; 30 minutos a pie. Se desprendió de su katana, dejándola a la orilla del río, y se metió con todo y ropa al torrencial caudal. Caminó bastante para llegar a alguna parte baja del río, había aprendido a reconocer las profundidades con solo escuchar y ver que tan rápido corrían las aguas; casi se ahoga en varios desaciertos. Ya estando ahí se sumergió completamente, buceó como si una piedra hubiera caído en lo hondo, cuando ya sentía el aire sin pulmones volvía a la superficie. Cosas por el estilo hizo por mucho tiempo; nadó, flotó, se hundió; estuvo casi una hora completa jugando en el agua. Cuando salió se sentía asquerosa; se notaba bastante la contaminación de la ciudad. Cuando estuvo erguida al lado de su katana, miró hacia dónde debería estar la luna; y pegó un gritó desde el fondo de su estómago vacío; un solo monosílabo, lo hizo hasta que su cuerpo no dio más, y al acabar maldijo en en susurros infinidades de cosas... La garganta no le dolía; el poder del canto le había hecho aprender a controlar su tono de voz sin dañar su cuerpo en el proceso. Tras su descarga de ira, hizo estiramientos; de todo tipo, de cada musculo y utilizando todos los huesos. Finalizado aquello, se amarró nuevamente a la katana, y empezó a trotar a paso veloz en dirección apuesta al ciudad; tendría que terminar su entrenamiento antes del amanecer, para así volver cuanto antes a Nara y escuchar la respuesta de Minamoto ante la pregunta en el templo: Si era negativa, las cosas se le iban a complicar demasiado, pues era demasiado imprudente de su parte intentar vencer a dos clanes a la vez.
Natsu Gotho Guardó el pequeño frasco de cristal con el contenido que acababa de sellar dentro de su kimono, escuchando al anciano mientras con un viejo trapo limpiaba el sitio en donde trabajó desarrollando aquel tipo de sustancia, organizando los instrumentos químicos en el mismo orden en que los encontró antes de manipularlos. —Estaré al pendiente, gracias por la información —habló sujetando sus pertenencias para marcharse del lugar. En medio del caminar reflexionaba sobre la recolección de ingredientes, olfateando su alrededor en cada paso. Comenzaría a acumular y días después volvería a la herbolaria. En tanto sus pasos continuaron en compañía del fresco viento hasta terminar frente el hostal en donde residía actualmente. Descansar no vendría nada mal.
Kuroki Fusatada Cuando habló, me giré para mirarlo y no evité soltar un gesto de sorpresa. Más que solo resolver mi duda, solo empeoró mi estado actual, empezando a comprender el dolor de Takeda. Mirándolo de lejos mientras musitaba deprimido, menudo día... Empezando por los estragos que ocasionaba en su dojo. Me habría gustado conocerlo. —¿Que haremos ahora? Esta claro que no podemos estar aquí. Y dudo que el culpable siquiera se le ocurra seguir aquí—. Expresé con pesar, antes de ver a Takano y confundirme, girandome para ver a ese extraño sujeto. Ah, era el mismo con el que platicaba la pequeña. Al final no parecía mas que venir a ver algo, como siguiendo un rastro, rastro que no tarde en percatarme, y ese señor parecía entenderlo. Miré a Takano, y si no me detenía, empecé a seguirlo pero con sigilo, si en verdad no iba a ser enemigo. Valdría la pena ver hasta donde llegaba.
Kohaku Ishikawa La explicación de Yamagata había sido más que suficiente e interesante; agradecía, en especial, el tiempo que le había dedicado a ello a pesar de la situación reinante. Kohaku se remitió a asentir, comprensivo, y seguirles el paso con agilidad. No tenía nada que replicar y, a decir verdad, tampoco era el momento apropiado para una conversación. Todo parecía indicar con luces que aquello no había sido un accidente, ni un robo violento, ni una desafortunada coincidencia. El clan Taiga. ¿Cómo es que todo lo relacionado a ellos estaba cubierto con sangre? La clínica era un ambiente limpio y pulcro; le sorprendió la ausencia de olores al inhalar con fuerza. Ni el barro en las botas ni el estiércol de los campos lindantes, ni siquiera una leve nota de fruta madura. Todo lucía ordenado y debidamente cuidado. Le recordaba mucho al lugar donde el médico de la Villa Ishikawa atendía a sus pacientes, dispuesto y costeado por su propia familia. Con él había aprendido gran cantidad de cosas; entre ellas, los antídotos en los que se especializaba. La conmoción era grande, y aunque lo rozara apenas de costado comprendía a la perfección el dolor que esas personas debían estar sintiendo. Respetuoso, permaneció contra una pared, inmóvil, en silencio y con las manos entrelazadas al frente. Aguardando órdenes. Ya estaba moviéndose ante el pedido de Matsuda cuando Suguino intervino; su voz fue una cuerda fina y tensa de koto a punto de cortarse, y Kohaku sintió el agobio de las emociones rodeándolo en la boca del estómago. Renovó el aire de sus pulmones y observó la escena con impuesta calma. La máscara ayudaba a disimular las expresiones de su rostro, era una de sus razones de existencia, de hecho. Su padre había sido igual, con o sin ella. Una nueva voz se abrió paso entre el dolor, limpia y resoluta. Kohaku se encontró a una niña de baja estatura y sus dichos le hicieron fruncir el ceño sin notarlo. ¿Acaso no tenía ni una gota de respeto por el duelo de todas las personas allí? Al parecer conocía al clan Minamoto, aunque no tenía pinta de ser parte del grupo. ¿Sería oriunda de allí, de Nara? Como fuera, mantuvieron un breve intercambio y todos comenzaron a marcharse. Ante Kohaku permaneció una familia destrozada. Estaba Fuji, la señorita que le había atendido y había contado con la bondad de darle un pan para Chiasa, y una muchacha que no conocía. Se acercó a ellas, cuidadoso, y les brindó una sonrisa de labios apretados. —Lamento mucho su pérdida —murmuró; su voz era suave y baja, apenas audible—. Haré lo que me pidan para ayudar. ¿Les gustaría un té?
Kenzaburô Su instinto afloró de un segundo a otro; delante de él contó a tres guardias pero por detrás oía la respiración agitada de otros dos. Cinco en total. Cinco contra uno, un suicidio. Llevó por inercia la mano a la empuñadura y con el pulgar empujó para arriba, mostrando apenas tres dedos del filo escalofriante de su katana. No lo conseguiría, apenas si podía matar a uno seguro le atravesarían la espalda en un segundo. Relajó la postura y alzó levemente el brazo que sujetaba la katana. "No sería una muerte justa", fue lo primero que cruzó su mente antes de dejar de lado su postura de combate. —Deseo hablar con el señor Eizo Hidetoshi. Tenemos asuntos que nos interesan y quizá su vida esté en riesgo así también como su linaje. Debía de usar las palabras exactas, estaba en un problema. Un problema que hubiera evitado al irse del comercio y cruzar caminos con alguna prostituta o una casa de acogida. Pero no, no tuvo mejor idea de seguir un rastro que lo había llevado a una posición poco favorable. Tampoco sabía hasta qué punto estaba implicado el señor feudal. Kenzaburô con su poca experiencia sabía de las trampas o intentos de asesinato en contra de alguien pero con su estandarte ondeando al viento. ¿Querían culpar al señor feudal? ¿O quizá el señor esté involucrado en ese asesinato? Una cosa o la otra algo era seguro... el asesino venía del castillo.
Clínica Fuji se hincó junto a su hermana; Suguino miró a Kohaku y sonrió a pesar de las lágrimas —Aprecio tus palabras; pero ni el mejor de los líquidos podrá curarme en estos momentos — Fuji no conocía bien a Kohaku y había estado tan ocupada atendiendo las mesas que no pudo convivir con ellos mientras comían, sólo sabía que el muchacho tenía una ardilla compañera; pero aquel gesto de amabilidad con su hermana hizo que Fuji se suavizara con ambos, obligándola a salir de su ensimismamiento —Tu corazón está con nosotros Kohaku — Después las campanas de alarma sonaron en la Casa Feudal, asumiendo que esto había sido por el asesinato de Chikusa. Yamagata quien permanecía fuera de la Clínica, no sabía si ir hacia su hogar, o ir hacia el Santuario. No quería importunar a su líder; tampoco quería ver a su padre. Shukusa (hostal) Natsu había ingresado a su habitación en aquel lugar; era muy hermoso pues había un pequeño jardín en el área común; la habitación tenía lo necesario y era privada, no tenía que compartir con nadie. El dueño del local era de escasas palabras, lo que a ti te facilitaba tu estadía; pero esa noche las campanas no dejaban dormir y por primera vez escuchabas mas que una monosílaba de aquel dueño que siempre parecía estar calmado —Las campanas suenan; debe mantenerse alerta; no sabemos que pasa en la Ciudad— dijo aún calmado; pero con mucha velocidad en su hablar como deseando terminar lo más rápido posible. Establo/ Casa feudal Las campanas de guardia comenzaban a sonar; alertando a todos los guardias e incluso a los ciudadanos de Nara; Ukita y Matsuda corrieron hasta llegar a la Casa feudal; allí encontraron a Kuroki, quien habilmente estaba escondido cerca de la entrada del establo; observando la situación sin poder ser detectado por los guardias; Matsuda se quedó junto a él —Kuroki; ¿Qué haces por aquí?— Ukita los dejó atrás mientras entraba al establo; el lugar sólo tenía esa entrada, si alguien entraba o salía de allí se notaría; los caballos estaban muy alterados. Justo cuando Ukita entró; Kenzaburô habló —Usted no tiene nada que hablar con el señor feudal; hablará conmigo— exclamó Ukita. —Capitán Nagasada...— decía una voz muy ténue. Ukita caminó en el establo buscando la voz; mientras los guardias mantenían sus lanzas apuntando a Kenzaburô; quien no tenía escapatoria —Ese hombre.... me ha atacado— un hombre salió detrás de uno de los caballos cubriendo sus heridas. Ukita lo miró impactado —Maestro Hidetoshi...— Tenshin Hidetoshi era el hijo del señor feudal. Los guardias apuntaron a Kenzaburô dispuestos a actuar; pero Ukita los detuvo levantando su brazo —El hombre será llevado al calabozo; será sometido a escrutinio de mi tropa; nadie será ejecutado sin pruebas— Tenshin señaló a Kenzaburô —Yo lo vi; eso es prueba suficiente— los guardias dudaron pero Ukita los tranquilizó indicando que lo sometieran únicamente. Miró a Tenshin y le indicó a dos de los guardias que lo llevaran a ser atendido por el médico dentro de la Casa Feudal, quienes salieron guiándo al joven Tenshin. Ukita miró a Kenzaburô —Hablaremos en privado; llévenlo al calabozo— los guardias hicieron caso arrastrando al samurai. Mientras Ukita salía y llamaba a Matsuda quien observaba a Tenshin preocupado —¿El asesino sigue suelto?—preguntó por la situación de Chikusa y Tenshin —No hay tiempo Matsuda; sigue al joven Hidetoshi y no le apartes la vista en ningún momento— Matsuda afirmó y siguió a los guardias que escoltaban a Hidetoshi Tenshin. Ukita miró a Kuroki —Tu seguiste a aquel hombre; me ayudarás con este caso—
Natsu Gotho Dormir con la espada empuñándola siempre era una ventaja, levantándose al escuchar aquel hombre que no solía comunicar más que una sílaba en su día a día. Sujetó su abrigo y se lo colocó en un segundo, cubriendo su cabeza con la capacha al abrir la puerta por las ruidosas campanadas que no escuchaba hace ya un tiempo. Además del sonar de los cuervos volando cerca de la ventana lo alertó más que el propio ruido agudo, mirando de reojo al dueño de aquella propiedad en donde él residía. —No salga —murmuró autoritario, visualizando la dirección de la cual escapaban aquellas aves negras. Esta vez no caminó, moviéndose velozmente entre el césped en medio de los árboles, visualizando a lo lejos la enorme causa feudal, reconociendo un par de rostros del comercio en la puerta principal de la propiedad, deslizando su mano izquierda en la empuñadura de la espada al escuchar el ruido desmesurado de los caballos. Al ver a lo lejos cómo se llevaban a Hidetoshi empezó a deducir si debería seguirlos o quedarse respaldando a Ukita... Sus labios se mantuvieron en aquella perfecta línea recta, decidiendo quedarse con Ukita, escondido tras aquel fornido árbol que se meneaba con la brisa de la noche. No tenía un buen presentimiento sobre las interacciones que escuchó.
Kuroki Fusatada Logré seguirle el rastro sin problema alguno a Kenzaburô, ni se percataba que le estaba siguiendo la pista sin problemas mientras entre ambos llegábamos nadamas ni nadamenos que a la Casa Feudal, ¿porqué el que atacó a Chikusa terminaría aquí? Además que el rastro se detuvo en el dojo por un momento. La mancha era demasiado obvia. ¿Acaso planeaba algo? Al final, no pasó mucho antes de que el sujeto se metiera a un establo, con paso sigiloso y con agilidad pude verlo meterse, aunque los caballos alertaron y pronto asediaron a Kenzaburô, inclusive la absurda cantidad de cinco contra uno. Desconocía que tan ágil era ese sujeto pero tal vez y era lo mejor. Pronto salté un momento del susto cuando las campanas empezaron a resonar, sin dudas estar muy cerca de ellas era un tanto ensordecedor, sumado a los caballos costaba escuchar lo que pudiesen decir, escuché pasos y vi que eran otros dos miembros del clan Minamoto. Un sujeto llamado Matsuda se quedó a mi lado y me preguntó qué hacía aquí, cuando estaba por explicarle Ukita se adelantó y calmó la situación, pero me preocupé al ver a esa otra persona tan lastimada, en especial cuando apuntaba a Kenzaburô como el culpable de su daño, por lo que no evité fruncir el ceño de impresión y confusión. Él estaba con nosotros cuando yo llegué junto a Takeda a dicho restaurante. No tiene sentido, para cuando Takeda se alarmó, ya estaba anocheciendo. Y ese señor estaba mucho antes de todo aquello. Cuando llegué con Takeda al Santuario, Chikusa ya había muerto y la lanza ya estaba ahí. ¿No era conveniente que aquél chico saliera del establo, y justo Kenzaburô parecía seguir su rastro ahí mismo y este Hidetoshi saliera con una grave herida? ¿Qué hacía alguien como él ahí, a una hora tan tarde? Desconozco a qué hora estaba Chikusa rezando, así como desde a qué hora estaba el señor, pero... Todo, la culpabilidad y lo extraño y repentino de la escena me dejaba... intrigado. Todo eso pasó por mi mente mientras veía la acción, bajando un momento la vista mientras me quedaba reflexivo, por lo que si Matsuda me veía notaría de inmediato mi expresar. Cuando Ukita llamó a Matsuda, salí de mis pensamientos y los escuché, cierto es que me preocupaba por todo, pero es que todo esto último era muy extraño y tampoco quería precipitarme a nada. Al final dirigí mi vista a Ukita, por lo que asentí. —¿En qué puedo ayudarle?—. Fue lo primero que dije con seriedad, no estaba molesto ni de lejos, pero no podía dejar de sentirme con el corazón encogido por Takeda. —A propósito, lo seguí desde que se acercó al Santuario con nosotros, yo estuve ahí porque seguí a Takeda, preocupado por su repentina alerta, aunque realmente lo seguí por una chiquilla que mas bien parecía preocupada por algo que le dijeron. A propósito, la chiquilla estaba con ese mismo hombre—. Dije con calma, refiriéndome a Kenzaburô. >>Pero parecían llevarse muy bien, en fin. Cuando el mismo sujeto estuvo en el Santuario, parecía ir siguiendo el rastro de sangre que estaba presente cerca de Chikusa, y yo decidí seguirlo con mi entrenamiento en el Sigilo. Lo conseguí, ambos avanzamos un gran trecho hasta terminar aquí. Y el resto es historia para cuando entró al establo—. Dije, mientras nuevamente me quedaba reflexivo.
Masuyo Contenido oculto: Musica Se tiró entre el césped del campo de leves colinas. El río aún no se bifurcaba, no había por dónde perderse. Sus pecho subía y bajaba, mientras su respiración sonaba agitada y cada musculo vibraba adolorido; había perdido masa muscular, junto a un par de kilos. Solo por andar de buena gente, por poco dinero, si seguía viva sin enfermarse es por qué en realidad la vida le tenía demasiada mala. Sus ojos de perlaron de lágrimas, mientras miraba las estrellas consteladas dejó caerlas por el perfil de su rostro. Sentía que se estaba ahogando, pero no tenía miedo, pues ya conocía bastante bien la sensación; era cosa de tiempo para volver a reponerse. Rojo, carmín y samurais. El recuerdo de dos niños muertos siempre le provocaba arcadas, no importaba que tan vacío tuviera el estómago. Había prometido a su superior ser más amable; la próxima vez que lo volviera a ver se iba a comportar como correspondía... Pero todo se fue al infierno; estaba furiosa, en serio deseaba degollar a toda la escoria que ocultaba el renombre de los Taiga. Se incorporó nuevamente; bilis caía de la comisura de sus labios. Fatal se sentía por dentro, y se volvió adictivo buscar dolor físico cuando aquello ocurría. Era una total ridícula; una mala costumbre que surgió apenas se separó de Kenzaburo: Si el tenía sus maneras de matar a sus demonios; Mao usaría sus propios métodos. El que no sufre no aprende: Ya fueron demasiado buena con ella brindándole nacer en el seno de los Kobayashi... Odiaba a todos los Clanes, precisamente porque le daban terror. Todo y cada una de sus consecuencias; pero... ¿Cómo iba a derrotar a los Taira, si no poseía nombre de peso? Su valía se iba al traste, olvidarla sería igual de fácil que matarla. Otra arcada entre lagrimones insomoros: un quejido amargo. No podía parar. Desenvainó su katana, apuntando al horizonte invisible por la oscuridad que le tragaba; bailó un baile jamás registrado, mientras estiran cada musculo de su cuerpo, mientras sus pulmones vibraban con cantos de poemas de guerras. Concentracion; inhala, exhala. Calma. Rapidez. Su cuerpo seguía su voz, y su voz sus sentimiento. Cuando se calló volvió a correr, lejos y más lejos del pueblo. Debía matar a esa niña llorona que le gritaba estupideces al oído, mientras le amarraba las manos a aquella doctora compasiva. Lo Taira estaban empezando a jugar sus cartas; tantas cómo sus seguidores. Ella solo poseía tres: Vida KenzaburoY Mao
La noche había descendido; la vieja rutina se rompería para siempre. Takeda pudo notar la ausencia de Ukita; significaba que su escuadrón seguramente estaría actuando en este preciso momento; detrás suyo estaba su mano derecha Takano; quien lentamente se fue acercando a su líder mientras este se ponía de pie —Castigaremos al culpable Takeda; no pierdas el camino en estos momentos de dolor e ira— dijo Takano, preocupado de que Takeda pudiera perder la razón; este colocó su mano en el hombro de Takano y lo miró con firmeza —Lo sé. Existen tres fuerzas que no pueden permanecer mucho tiempo ocultas; el sol; la luna y la verdad—soltó a Takano —Ayuda al clan como sea posible; reúnelos por la mañana en el dojo. Yo despedieré a mi hermano como es debido —Takano dudó; pero Takeda sonrió hacia él, una sonrisa muy sincera—Ve, estaremos bien— Takano afirmó. Takeda caminó hacia un costado del santuario; a un pequeño cobertizo, allí guardaban herramientas de podado para el gran árbol; a su vez leña para los eventos festivos. Comenzó a cortar troncos con su katana; los cuales iba acomodando en la gran plaza de manera rectángular; dentro del santuario se inclinó para abrir un baúl lleno de incienso; sabía cual buscaba —Me enseñaste este ritual del incienso hace un tiempo... —sonrió —... siempre me regañabas cuando confundía el olor del Manaban con el de Kyara— tomó varias varas de incienso y las miró con nostalgia—Pero nunca fallé encontrando tu favorito, Rakoku; el de olor dulce— se levantó y avanzó a la formación de madera dónde comenzaba a clavar las varas de incienso. Después regresó al mismo cobertizo por mas leña que siguió acomodando por un tiempo; al terminar se acercó al pozo con agua, tomó un cubo de madera que llenó de agua a la mitad, en seguida tomó un trapo allí colgado y lo humedeció. Un par de manos a su lado hacían lo mismo; era Suguino; sus ojos estaban enrojecidos pero no salían más lágrimas; tomó uno de los trapos y lo humedeció. Ambos trabajaron en silencio sin decirse nada, Takeda limpiaba la sangre en el piso; constantemente limpiando el trapo en el cubo con agua; Suguino limpiaba las heridas en el cuerpo de Chikusa. Fuji le pidió a Hohaku ayuda y comenzaron a distribuir las varitas de incienso faltantes. Al terminar el altar Takeda se acercó al cuerpo de Chikusa; el cual fue atendido por Suguino quien se alejó un poco; se inclinó, hizo una pequeña oración antes de comenzar a cargarlo; al inicio el cuerpo le parecía sumamente pesado; pero como obra divina dejó de sentir ese peso, notó detrás de él a Takano, ayudándolo con ese peso. Takeda hizo una pequeña inclinación con su cabeza para después avanzar y colocar a Chikusa sobre las maderas; Suguino se acercó y acomodó las manos de Chikusa, despidiéndose con un beso en su mejilla. Fuji recogío el kimono manchado de sangre de su líder mientras Kohaku encendía la antorcha; la cual pasó a Takeda quien le sonrió en gratitud. Takeda avanzó al montículo de maderas y colocó la antorcha debajo de la última junto al piso; comenzando a desprender el aroma del incienso que se quemaba, era un aroma dulce; muy suave al olfato. Yamagata había vuelto al comercio; derrotado. Allí expresó lo sucedido al señor Hatsu y su esposa; Misato también escuchó lo sucedido; había visto a aquel hombre antes de morir. La señora de Hatsu le dió a Yamagata y a Misato un incienso; mientras el señor Hatsu cerraba el local y tomaba el suyo. Lo encendieron y el humo se dispersó despació en el viento seco. Matsuda observaba el humo desde la ventana donde cuidaba a Tenshin; estaba en un tercer nivel así que tenía una vista espectacular de Nara; la cual parecía estar iluminada a pesar de la noche. Tenshin parecía tener fiebre, seguramente muy desgastado por la pérdida de sangre. Matsuda suspiró, observando el humo ascender. Mao corría fuera del pueblo; subió una ladera aún con el cabello mojado; el viento era seco y no parecía ayudar al secado; miró atrás, a Nara; un pueblo que estaba jugando con sus emociones como hace años la vida no lo hacía. Una nube de humo se levantaba debajo de un fuego hermoso; controlado; se sentía armónico y no en brasas descontroladas; como si los elementos le dijeran algo de manera tan misteriosa. Era el funeral de Chikusa, su despedida. Kuroki y Ukita seguían conversando hasta que este último notó la presencia de Natsu, el también había estado en el restaurante; el también había visto a aquel samurai comiendo al mismo tiempo; lo saludó para que se acercara al ahora grupo que se dirigía a la Casa Feudal, le explicó la situación que acontecía esperando alguna señal que le pudiera dal aquel hombre. Tenían que armar un caso contra una de las personas mas influyentes en Nara. Antes de entrar pudieron observar una gran luz, seguido de un humo que se veía por el reflejo; la luz irradiaba, era grande pero controlada. Ukita se detuvo a mirar unos breves instantes la danza de aquella luz, antes de dirigirse a la Casa Feudal; tomando su katana con fuerza y aplomo. Takeda levantó la katana de Chikusa; y la clavó frente a la hoguera. —Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en otra vida— Dijo Takeda observando la danza del fuego. Contenido oculto: Leer antes de postear rapuma Kuno Vizard Insane Gigi Blanche Gigavehl Mori Mañana abriré un nuevo día; un nuevo capítulo. Pueden postear si gustan alguna narración introspectiva de sus personajes; alguna conclusión a este evento que pues no se esperaba. Pero no coloquen diálogos; pues no serán contestados. Basicamente después de todo este acontecimiento; regresan a sus dormitorios a esperar un nuevo día.
Kenzaburô Sus ojos negros bailaban de lanza a lanza, no tenía escapatoria pero tampoco iba a dejarse matar si pelear. El tal Tenshin lo había sentenciado a sabiendas de que él mismo era el asesino. Y cuando estuvo a pocos segundos de accionar fue detenido por Ukita. Intercambió una mirada y sonrió levemente. En el calabozo totalmente desarmado y seguramente maniatado el asesino buscaría su silencio, como siempre pasaba. Podría actuar en ese momento y matar a uno, quizá a dos; repartir sangre y dolor antes de dejar la vida. Pero no, no le daría esa satisfacción a Tenshin; actuar de ese modo solo le libraria de dudas al que debería estar señalado. Además ya había repartido sangre y muerte durante muchos años. Mucho para una vida. No. Si moría que fuese juzgado, aunque él diría la verdad. ¿Pero quién creería a un simple viajero sin raíces en el pueblo? Aún tenía en su mente todas esas cosas mientras lo desarmaban con violencia cuando la figura de Mao atravesó fugaz sus pensamientos.
MAO masuyo Kobayashi Contenido oculto: Continuar a caballo ¿Caballo drágon? Al tercer baile finalizado, este último ya trataba sobre paz y cariño; Mao logró divisar entre la oscuridad y el brillo estelar una difusa hilera: De seguro era la hoguera de Chikusa. Una sonrisa se formó en sus labios inevitablemente, el líder del Clan Minamoto había cumplido con su palabra. Se arrodilló en el suelo, dirigiendo su frente a dónde debería ir la entrada del santuario. Rezó una plegaria nuevamente, en la solitaria noche; esta, a diferencia de la primera, le estaba agradeciendo un par de cosas. Esperaba que su escasa buena vibra se marchara cuando se esfumara el humo; junto a Chikusa, pues se lo debía. Después se levantó, reposando firmemente sobre sus sandalias; se sentía fatal, pero solo por fuera, pues estaba lista para enfrentar al Clan Minamoto: La pregunta era si ellos soportaría a una chica sin hogar. Ante un cuerpo agotado, tanto interna como externamente, entrañas y piel; Mao decidió ir caminando a paso lento y constante mientras dormitaba, cantando una nana de dormir. Su nueva canción hablaba sobre grullas y zorros, jugueteando en el bosque, siendo amigos innegables. Con cosas trágicas al final, pero era una canción alegre: Era una nana al fin y al cabo, para niños amables y pequeñas comprensivas... aunque también le podría funcionar como canción mañanera. Otra leve sonrisa surcó sus labios; canciones madrugadoras, para niñas y niños que no pueden estarse quietos de día. Aunque la paz le duró poco; cuanto notó que la oscuridad de la noche empezaba a disminuir, su cuerpo entró en total alerta: Ya había dormitado demasiado, se desfruncido ceño marcó arrugas imborrables en su frente... Cosas turbias ocurrían en Nara, pero esas no estaban relacionadas precisamente con el Clan Minamoto; ellos eran los que metían sus narices en asuntos espeluznantes... y tal vez eran lo único bueno en Nara, cosa que solo le demostraba que tan asquerosas eran las grandes ciudades. Pero quien le preocupaba no eran los Minamoto; Era otro de muchos perros, un malnacido que conocía más de lo que deseaba: El polo opuesto de alguien como Chikusa. Un engendró del averno por quién, probablemente, solo Mao lloraría su perdida... pero no: No estaba dispuesta a dejar que lo mataran, o que él lo permitiera. Era su maestro, y solo ella tenía el derecho de cortarle la yugular; y era el único con el que sería suave al respecto. Su corazón se puso en marcha, sus pecho subía y bajaba furioso; estaba despertando su lado asesino. El Dragón de Fuego. Respirar calmo, pero sin dejar de soltar brazas en el proceso; sus ojos amarillos resplandecían más que nunca, mientras sus mejillas estaban sumamente rojas. Era lo más probable, pero poco le importaba si le había dado fiebre por el frío de la noche, esta no iba a durar mucho con el fogoso sentimiento que le generaban los Taira. Tenía la necesidad de matar, y seguro Kenzaburo solo se juntaba con su calaña; una sonrisa retorcida surcó su rostro, más le valía al viejo que le cuidara la espalda; o si no... Iba a manchar aún más el prestigio de Kenzaburo. Y corrió bastante rápido, a un paso constante: En ningún momento le faltó el aire, respiraba tan sincronizadamente con sus emociones y necesidades, que simplemente parecía una locomotora imparable. Cuando llegó a la gran ciudad ya habían individuos caminando por las calles, la destartalada apariencia; totalmente demacrada y con las ropas ensuciadas con tierra mojada, al igual que su pelo; solo daban vibras de "locura", "forastero", "peligro" y sobretodo... "Insalubridad" Ryouma (RyuMao) 竜馬 Un nuevo forastero llegaría a Nara, uno de una apariencia totalmente femenina; pero el constante toque a peligro no te dejaba fiarte de ello... Más con la imperceptible silueta oculta con sus trajes tácticamente armados
Kohaku Ishikawa Incluso a través del dolor, de la tristeza y de ese horrible vacío que debía haberles agujereado el pecho, Fuji y Suguino fueron amables con él. Kohaku lo valoró en dimensiones que no alcanzaron su expresión y permaneció en silencio, atento a cualquier suceso extraño o necesidad de las personas frente a él. Apenas las conocía, pero un extraño sentido del deber había encendido una llama en su corazón. Podía verse a sí mismo entre las lágrimas de Suguino y pensó, por al menos un segundo, cuánto habría deseado tener a alguien frente a él cuando encontró los cuerpos sin vida de su familia. Lo haría. Haría lo que fuera por aliviar su dolor. Por ello, cuando le solicitaron su compañía al santuario simplemente asintió y las siguió de cerca mientras recorrían Nara, la mano sobre su katana. Nadie se lo había pedido, pero no hacía falta. Había decidido proteger a esas dos mujeres en el camino por la ciudad, pues quería proteger su derecho de concederle una última despedida al hombre que habían querido. Se relajó un poco tras subir las escalinatas del santuario y tuvo que tragar saliva al vislumbrar lo acontecido. Ahí estaba Chikusa, un hombre a quien no había conocido pero todos a su alrededor le lloraban. Apretó los labios en una fina línea, hasta palidecer, y ayudó en lo que pudo. Colocó los inciensos en calma y suavidad, sin mirar realmente a nadie; podía oír sus sollozos débiles y comprendía que en ese momento, en ese pequeño instante de tributo, era un mero forastero. Puede que no hubiera llegado a Nara por casualidad, pero no le correspondía llorar o desarmarse frente a quienes padecían el verdadero dolor. No era su derecho. Tan sólo conectó con la mirada de Takeda cuando le alcanzó la antorcha encendida; estaba cristalizada, brillaba tenue bajo las luces nocturnas, y su sonrisa le arrugó el corazón dentro del pecho. Asintió, solemne, y permaneció quieto y silente mientras encendían el primer tronco. Incluso agachó la cabeza, clavó los ojos en sus zapatos y permaneció allí, aspirando el dulce aroma del incienso, con las manos entrelazadas al frente. Jamás creyó que acabaría asistiendo a un funeral ese día, pero la vida le había enseñado que era fútil intentar predecirla. Siempre contaba con sorpresas. Sólo se atrevió a alzar la mirada cuando el incienso comenzó a desaparecer. La columna de humo se elevaba alta, alta en el cielo, desapareciendo en la espesura del firmamento, y cerró los ojos un momento. Chiasa no se había movido ni un centímetro dentro de su bolsillo. Cuando el fuego fue amainando se armó de valor para girarse hacia Suguino y ofrecerle escoltarla hasta su casa, aunque su voz no aceptara realmente derecho a réplica. Así lo hizo, y luego buscó un lugar donde pasar la noche. Nara ya dormía, sólo el silencio lo acompañaba, y se permitió derramar unas pocas lágrimas insonoras mientras caminaba junto al río. Las luces cálidas de una posada captaron su atención y enderezó su paseo errante. Ahora sólo quedaba descansar. Contenido oculto Sólo quería decir que aún tengo puesta la música que dejaste, Amelie, y es preciosa para narrar dolor dolor y más dolor cosas angsty <3 Also, esta primera parte del rol me encantó y espero con ansias ver cómo sigue la cosa uwu