Fuji Hatsu Antes de que aquel sujeto pudiera contestar algo; una mujer se sentaba a su lado (Mori) ; conocía al hombre, ella era desafiante y olía igual a su hermana; sólo con ese detalle supo que venía de la clínica; empezó a hablar y Fuji la observó con cuidado, era pequeña en edad, rostro perfectamente liso; pero no emanaba la inocencia normal de alguien de su edad, sintió empatía hasta que ella decidió tener un comentario bastante tajante involucrando el cuello del presente; Fuji sólo suspiró, no quería verse en pleitos de corazón, sintió necesario darles su espacio y se levantó —Volveré a mi trabajo, avísenme si necesitan algo —mencionó para hacer sentir a aquella mujer que había ganado. Fue directo a la mesa vacía dónde se había levantado hace unos instantes los clientes y recogió dejándo todo limpio y brillante; como debía ser. Dejó los vasos frente a la barra junto al cliente que disfrutaba un buen amasake (Insane) —Gran selección; esta bebida suelen hacerla muy aguada en otros locales— se recargó un poco en la barra para alcanzar la cena de sus compañeros; le tomó tres recorridos servirles a todos en la mesa; la mayoría eran verduras y brotes de soya; con su jarrones de agua y algo de sake; sólo té para Matsuda.
Natsu Gotho Las adulaciones hacia la bebida que había pasado por su garganta le fueron poco pertinentes de responder, apeteciéndole guardar silencio y levantarse colocándose su pesado abrigo sobre los hombros, cubriendo sus facciones con la boina blanca al inclinarla un centímetro hacia adelante, mientras atravesaba la puerta principal del local, caminando a las afueras de este con la espada en el costado izquierdo de su cintura, recargando una de sus manos sobre la empuñadura. Esperaba que empezara a llover, el sol abrazador no le gustaba de a mucho. Sintiendo el calor del exterior refunfuñó fastidiado. Luego de un rato de su piel arder llegó a la Herbolaria, abriendo la puerta como perro por su casa, esperando que hubiese alguien ahí.
Kenzaburô El espadachín admiró la manera en la que el brillo resplandecía y su reflejo casi perfecto aparecía como un espejo en la hoja de la pequeña espada; a su vez sintió que debía de afeitarse un poco. Kenzaburô lanzó un largo y meditabundo 'Mmmmmmmm' al escuchar lo último que la camarera había dicho. Si un maestro espadachín buscaba aliados era para una causa. Actualmente con el reinado del clan Taira junto el poder imperial de Akishino podía significar una sola cosa: sublevación, una guerra civil. ¿Que otra opción podía haber para que un espadachín reclute soldados? Movió la cabeza negando, como si con ese movimiento esos pensamientos se desvanecieran de su cabeza. Y entonces sintió algo en el aire. Un no sé qué. Olor a primavera. Un olor que conocía y que despertó cierto interés en intentar recordar de dónde hasta que... —Mao. —se encontró a sí mismo sorprendido al verle; los meses se convirtieron en segundos; nada pareció cambiar entre ellos. Y sonrió levemente ante el pequeño pero gran intento de parecer fuerte. Kenzaburô guardó silencio y observó todo en silencio, como si estuviera divertido. Cuando la camarera finalmente se fue el espadachín la invitó a sentarse. —Una amenaza no se hace al aire sin más. Es como un perro que ladra antes de morder, pero sabes que va a morder. Un perro que ladra y no muerde no lo toman en serio y lo terminan ahuyentando con piedras. Hazlo o no, pero no lo intentes. —y tensó su mandíbula al decir, sin darse cuenta, lo que su maestro le había dicho en el pasado. Se encontró repitiendo sus palabras, palabras de un sujeto que odiaba y probablemente le estuviera buscando para darle caza. —Lo siento, debí decir que ese kimono te queda muy bello. ¿Que haces aquí? ¿Que asuntos te traen a Nara? ¿O quizá vives aquí? Y entonces, levantando un poco la cabeza, le mostró el rostro carente de emociones; su cara era siempre la misma, no había un rastro de algo nuevo, no parecía feliz de verla, tampoco asombrado; pero por dentro lo estaba, feliz de que estuviera en una pieza y asombrado por lo caprichoso que era el destino de volver a juntarlos... ¿había un propósito oculto? Y cuando el ingreso de una nuevas personas con algunos críos hicieron que el resto se centrara en ellos, Kenzaburô los miró. Siempre primero contando las armas que veía, imaginando también las que no veía, y sobre todo, intentando que ahora parezca que era un padre con su niña. Eso le daba cierta tranquilidad para pasar mejor desapercibido.
Misato Aoyama La mujer tomo bien mi postura, ahora podía respirar aliviada por la recuperación de aquel viajero. Aún sin recibir una recompensa ella decidió darle una pieza parecida a una moneda...era línea a decir verdad, levante la mirada alcexplicarme lo que debía hacer en cierto comercio. No sería mayor problema para mi. —Agradezco la información señorita—agradeci por última vez, el tipo parecía haber partido y sabía que debía seguir mi rumbo, el tiempo diría que me depara en Nara, escuché que todavía pueden quedar vestigios de un clan rebelde dispuesto a resurgir, solo eran rumores de momento. Salí de la clínica y recorrí las calles en busca del mencionado comercio. Caminando saque un pequeño espejo de bronce y vi mi cuello rastros de sangre. Rojo...un color al cual habitué ver en lo que va de mi vida, desde que decidí portar esta katana, removi la mancha con un paño suave de tela blanca, el mismo material de mis vendajes, por suerte no manche demasiado mi kimono, me apenaba la idea que un color tan hermoso como el esmeralda se arruinase de esa forma. El esmeralda siempre fue mi favorito...tal como los tesoros que mi familia se le asignaba proteger. Solo me tomo unos minutos llegar hasta el puesto comercial, el lugar no parecía muy concurrido solo estaban unos sujetos y una chica joven. De momento decidí ignorarles y me senté justo en la barra donde aguardaba por una pronta atención. —Disculpe ¿es usted Hatsu?¿Tendría un momento para atender?—Pero no decidí esperar, no soportaba tener que esperar en silencio, llame con una voz algo alta pero timorata la atención de la mujer que recién había recogido unos utensilios dejados por clientes anteriores. —Recien llego al pueblo y en la clínica dijeron que usted podía ayudarme en mi estancia..
Kohaku Ishikawa Decidió seguir al curioso grupo de sujetos hasta una tienda bastante pintoresca, algo castigada por los años pero muy a tono con el resto de edificaciones. Luego de cruzar el río, la vida de Nara sólo había ido en aumento y reconoció de inmediato las vibraciones del distrito comercial. Dentro del comercio se encontró con aún más personas que parecían ser cercanas a Takeda Minamoto. El clan tenía raíces bien echadas en la ciudad, se ve. Siguió los movimientos e intercambios de todos en perfecto silencio, y dudó un momento cuando se habían dispuesto alrededor de una mesa en menos de lo que canta un gallo. ¿Estaría bien para él imitarlos? Volvió la mirada hacia el otro muchacho, el niño albino, y una sonrisa floja le decoró los labios. Fue, si se quiere, una invitación a seguirlo y disponer, pues él tenía hambre y, hasta donde sabía, el mismísimo líder del clan le había invitado con ellos. ¿Por qué acobardarse? Debía estar a la altura y, también, aprovechar las oportunidades que se le presentaran. Pocas veces había sido capaz de amalgamar las ventajas de sus dos estilos de vida. Era algo que encendía una chispa de interés en su pecho. —Señores —saludó junto a una breve inclinación y corrió una silla de las mesas aledañas hasta la reunión. Aprovechó una corta brecha de silencio para alzar la voz hacia Takeda—. Señor Minamoto, ¿podría pedir también algo de comer? Hace varias ciudades que no pruebo bocado. Sintió el hocico de Chiasa haciéndole cosquillas en la mejilla y le echó un vistazo de reojo. Sonrió por reflejo. —Bueno, que no probamos bocado —se corrigió.
Herbolaria Al entrar lo primero que llegó a ti fue por el sentido del olfato (Insane); una mezcla de hierbas y alcohol, un aroma que reconocías, hasta se podría decir que eras capaz de distinguirlos; un hombre encorvado detrás de una mesa de madera te miró al entrar, tardó unos instantes en poder enfocarte con su pésima vista ——Un herbalista quiero suponer...— decía mientras dejaba a un lado sus mortero —Adelante; puedes utilizar este humilde sitio para la creación de recetas; el costo del uso de mis instrumentos es de diez monedas— Comercio [Rōdō-sha Hatsu] El hombre detrás de la barra observó a la mujer; sabía que no era local; pero sabía su apellido y venía de la clínica donde trabajaba su hija mayor —Claro que si señorita; antes que nada por favor tome asiento— Fue hacia la cocina la cual era pequeña y se podía observar desde la barra; una mujer cocinaba mientras el hombre se acercaba para tomar algo de una olla y servirlo en un plato. Regresó hacia Misato Kuno Vizard y dejó frente suyo un plato de verduras hervidas y brotes de soya; después le sirvió una taza de té verde —Primero debe reponer su energía; al terminar le pediré a mi hija Fuji que la guíe hacia el Shukusa; es un buen lugar para dormir— Takeda observó a Kohaku y asintió Gigi Blanche Gigavehl —Lo que está en esta mesa es de todos; puedes comer Kohaku, y tu también Kuroki; no podemos pagar mucho pero creeme que es la comida mas deliciosa de Japón— dijo sirviéndose verduras que estaban en una gran olla con caldo y comenzó a comer; Fuji dejaba un vaso con agua frente a cada uno mientras revisaba el consumo de sake de Yamagata; después dejó un pedazo de pan frente a Kohaku —Para que tu pequeño amigo también pueda comer — después se acercó a la mesa del hombre y la pequeña; dejó pan y agua frente al hombre y a ella un pescado con un poco de té rapuma Mori El sol comenzaba a decender; el tiempo transcurría mientras comían en el pequeño local; Nara era un sitio bastante ameno y con personas bastante hospitalarias; su economía se basaba en todos los visitantes que hacían una parada antes de dirigirse a la Capital; por ello no era extraño ver a desconocidos, aunque eso no significaba que los locales no supieran distinguir a las viejas caras que han estado en Nara por un tiempo; las ausencias se notaban de gran manera, algo no estaba del todo bien; faltaba alguien en esa mesa.
Kohaku Ishikawa Un ligero peso desapareció de sus hombros al oír la afirmativa tan relajada de Takeda, y no aguardó mucho tiempo hasta ponerse a comer. Tomó los palillos y fue seleccionando los vegetales en calma, sin importar cuánta hambre sintiera, luego de agradecer por los alimentos en un tono de voz apenas audible. Siempre le habían enseñado a comer así y, de hecho, se había ganado unos cuantos golpes en los nudillos de pequeño al desobedecer. Había muchas cosas cimentadas en su conducta como arcilla antigua. Alzó la vista al reparar en el pedazo de pan que dejaban a su lado y se encontró con una mujer algo mayor que él, ciertamente joven, pero con aires muy maduros. Los caminos de la vida, supuso. Le sonrió cálido. —Muchas gracias, señorita —murmuró con educación, partiendo el pan en migajas pequeñas para ir dándoselas a Chiasa; ni se imaginaba que ya era una mujer casada—. Mira, pequeña, lo que tengo para ti. Tendía a hablarle a la ardilla, era un hábito que había adquirido bajo la fuerza de la soledad. Ahora apenas lo reflexionaba, sólo lo hacía y ya. Así fueron comiendo ambos, lentamente y disfrutando de lo ofrecido en silencio. Hacía mucho tiempo que no compartía en una mesa tan animada y concurrida; y aunque fueran puros desconocidos, no podía negar el ambiente cálido instaurado a su alrededor. Todos parecían muy buenos compañeros, y él... acababa de integrarse a ellos, ¿verdad? Vaya. Quién sabe cuándo lo asimilaría.
Contenido oculto: Mori Amelie, prerparate, que se viene el bardo :D Mao Tras tomar asiento; de una manera extremadamente elegante, pero sutilmente suave; escuchó las palabras de su maestro para soltar unas genuinas carcajadas, que llegaban a ser similares al sonido de pájaros pequeños y de canto agudo, pero agradable. La risa, también, no fue para nada tosca, y a pesar de que era una carcajada sumamente practicada; su alegría era genuina. —¡No se preocupe por mi, señor Kenzo! —comentó en respuesta a aquello, para después apaciguarse, sonriendo suavemente mientras le miraba con sumo regocijo —. Al único que amenazaría de manera tan tonta y estúpida; es el mayor idiota de esta tierra, así que no debe alterarse: Solo amenazo cuando tengo más posibilidades de salir huyendo, o en el mejor de los casos, ganar. Una amenaza arriesgada solo la haría cuando esté dispuesta a dar mi vida por cumplirla, y créame con que hay pocas cosas que me generar ese sentimiento. >> Tan solo estoy alegre de saber que aun sigue vivo... Y no lo digo por creer que lo puedan matar en cualquier momento; me preguntaba si habría sido capaz de sobrevivir sin mi comida por tantos meses, temía que la falta de buenos alimentos te estropeara es el cerebro ese que tienes. No quiero ser conocida de ningún hombre loco. Aquel comentario tomó por sorpresa a Mao, que estaba tan relajada hablando que no se lo vio venir; su rostro enrojeció completamente y tan solo le quedó sonreír algo apenada. —Muchas gracias, Kenzo; me a costado conseguir este. Ya sabes que regateo cosas a cambio de otras cosas; este me lo brindó una señora del pueblo como agradecimiento por ayudarla en algunos trabajos. Extrañaba mucho usar kimonos; lastima que cuando me marche de acá tenga que dejarlos —habló suavemente, sin perder la difusa sonrisa en sus labios. Su rostro, a pesar de dejar al lado las expresiones infantiles o exageradas, seguí denotando la misma alegría juvenil. >> Nunca voy a vivir en un mismo lugar, señor Kenzo; eso sería demasiado estúpido de mi parte. Cuando consigo buen trabajo, aprovecho de quedarme algunos días para recobrar energías, fuerzas y entrenar mis habilidades físicas y psíquicas. He conseguido un buen hospedaje, tan solo debido a que los dueños majos de la clínica han confiado en mis habilidades. Y eso que están llegando bastante hombres heridos... Tengo el presentimiento de que algo muy grande se avecina... Mao quedó mirando la mesa por un corto tiempo, pero que fue largo para los silencios que acostumbraba hacer Mao mientras hablaba. Para luego, mientras miraba de reojo a su maestro, susurrar solamente para ser audible por él. —Estoy asustada, todos mis precentimientos son negativos y no tengo idea de por qué... pero el último, el más reciente, me dice que algo ocurre entre las sombras de esta brillante ciudad... Después Mao, tras decir su confesión, destensó todo su actuar; volviendo a ser la radiante y juvenil Mao. >> ¡Es un lugar muy agradable para estar! Al ser tan concurrido, puedes encontrarte variedad de cosas bastante... aprovechables. Justo cuando vio la mirada perspicaz y sutilmente amenazadora de Kenzaburo, ella misma se reclinó en su asiento, haciendo gestos de lo más infantiles: Hasta los idiotas sabían que era mejor pasar como una pequeña e ignorante niña ingenua; le fascinaba el apoyo indirectamente directo que le brindaba su sensei con aquello. Volteó a ver, para nada disimuladamente, a los espadachines recién llegado. —Owww, pero mira esas bellas caras —comentó Mao, con un tono de voz para nada normal; era mucho más jocoso y menos grave que lo normal, una voz de lo más adorable —. Lastima que sean samurais; significa que no durarán mucho, eso o se vuelven unos déspotas —finalizó mirando con una sonrisa ladina a su maestro; lo de déspota iba dirigido a él. >> Oh, ahora que lo pienso —comentó de la nada, apoyando su perfil en ambas manos, mientras los codos de estas reposaban en la mesa; ya no estaba interesada en ver a los jovenes samurais, quería seguir molestando a su sensei —. Es bastante deshonroso de tu parte que no me hayas invitado aún a comer; ni siquiera un aperitivo pequeño... — Su rostro no se mostró enojado, ni triste, tampoco contento o indiferente; era demasiado neutro... Hasta que volvió a sonreír ladina— ¿Será que mi estimado maestro está más necesitado de recursos? ¿Estás pasando hambre por no tener dinero? ¡Te recordaba más genial, maestro! Y apenas dijo aquellas palabras, un hombre se asomó por el costado de la mesa y les sirvió un platillo a cada uno. Mao enarcó una ceja mientras lo miraba de reojo, pero al final tal solo le ignoró tras hacer un leve inclinamiento de cabeza en agradecimiento por los platillos echos. —¡Ita~daki~ma~su —canturreó mientras juntaba sus palmas, viendo el apetitoso y humeante pescado frente a ella. Tomó unos palillos que siempre tenía guardado entre uno de los varios pliegues de su kimono; para proceder a dividir con una maestría sorprendente el pescado servido. Le convidó a su compañero de mesa una cantidad muy leve de pescado, que apenas haría alguna diferencia alimenticia, pero por lo menos acompañaría el sabor insípido del pan sin condimentos. >> Ya sabes Kenzo; la comida balenceada es lo más importante. Que te guste el agua no significa que debas menospreciar el resto de alimentos, no me importa si no llevas ningún peso encima: ¿No qué eres un guerrero? Debes velar por la salud de tu cuerpo y mente; ¿O eres aún más blando de lo que siempre creí? Mientras comía, Mao empezó a hablar con su tono de voz normal: Ese que parecía un suave susurro de voz grave, pero se escuchaba hasta en el más recóndito espacio del local. Lo lamentaba por su maestro, pero la verdad era que su llegada a esa prospera ciudad escondía motivos demasiado turbios, era lo que había y Mao tenía más que asegurado que su maestro la entendería. Así, se puso a charlas casual con él, sin esperar ninguna palabra a cambio. Una voz monótona y cargada de venenoso acento fue lo único que empezó a salir de sus labios; se había puesto de casería. —¿Sabes, Kenzo? He escuchado algunos rumores. Los descubrí hace ya varias lunas, pero los del anterior pueblo del que partí eran los más... deshonrosos. ¿Sabes cuál es el clan Taiga, no es verdad? Bueno ¡Claro que lo debes saber! —dejó salir una corta, suave, elegante y adolorida carcajada de sus labios —. Todos los conocen. Bueno, oí por ahí que alguien planea... Ir en contra del clan Taiga; ¿Entiendes lo estúpido que es eso? ¡Son el Clan más poderoso de toda la nación! Oh, maestro ¿Por qué a los jóvenes les gusta revelarse? ¿Es que a caso no entienden el valor de la vida? Me dan ganas de llorar con solo pensar que aquellos que se alcen contra tal colosal enemigo... solo se dirigen a un destino fatal; la muerte. >>¿No crees que sería menos deshonroso morir de viejo que en manos de los enemigos? Pero bueno, ese es el problema con los samurais; sus cabezas siempre están llenas de aire, y sus corazones atiborrados de rencores, usted debe entender de lo que habló, ¿verdad?: "Samurais; grandes hombre guerrero, maestros de la katana y honorables..." Hizo un silencio, miró fijamente a Kenzo, para susurrarle con palabras llenas de desprecio y cargadas con odio. —asesinos de mierda. En verdad estoy agradecida de que las mujeres no puedan portar aquel titulo; al final del día, solo los hombres son samurais, y nosotras nunca llegaremos a ser nada más que sus secuaces. Ya sea en la mesa, en la clínica, en la cama... Sonrió ladina. >> En la traición, el engaño... Las mujeres son asquerosas ¿No piensas lo mismo, Kenzo? Yo misma me he vuelto una chica muy despreciable. Me da lástima pensar que un hombre despreciable recibe más méritos positivos que una mujer despreciable. Mi fallecida madre terminó siendo una puta despreciable, solo por culpa del enclenque Clan Minamoto, son la peor escoria después de los Taiga; porque ni siquiera para matar samurais sirven esos desgrasiados. Haría plegarias por ellos, pero de seguro los dioses me envían algún castigo divino por andar apoyando tal nefasto y poco glamuroso Clan de Pacotilla. Contenido oculto: Nota Mao no es nada tonta, está siendo super agresiva solo por qué confía en que Kenzo se puede matar a tres o más personas con pocos espadazos si se lo propone XD
Natsu Gotho Sus filosas pupilas recorrieron al hombre con parsimonia, escuchando sus palabras mientras jugaba con el monedero robado entre sus dedos, por dentro de su kimono, manteniendo una de sus manos por su pecho, retrocediendo al conocer el valor de la utilidad de los instrumentos necesarios, mesándose su abrigo al cerrar la puerta para dirigirse hacia uno de los ríos cercanos, divisando el pasto alto, la maleza y las raíces de algunos arboles que sobre salían de la tierra. El agua del río no estaba contaminada. Guiándose por el aroma que se le hacía un poco familiar comenzó a aproximarse a la orilla. Uno de los tantos aromas que le enseñó el anciano con el que creció. Dejó su abrigo en el césped para sentirse más liviano en su recolección.
EVENTO (Santuario) Contenido oculto Los eventos son marcados siempre por un dado de 50 caras; entre más alto el número mas crítico es el evento Chikusa Nagasuke Después de salir de la Clínica; Chikusa caminó hacia el Santuario, era algo que procuraba hacer para dar sus plegarias antes de ir a comer, él sabía que no era adecuado agradecer la comida directamente en la mesa, debía hacerse una oración propia, él se sentía tan afortunado que en este santuario se encontraba un viejo árbol bodhi; era una higuera con varias ramificaciones; considerado sagrado. Chikusa se colocó de rodillas frente al árbol y junto sus manos; comenzó a orar; pero algo en las sombras lo observaba; un asesino estaba oculto detrás del gran árbol que había utilizado como su escondite; atacó con su lanza justo cuando Chikusa cerraba los ojos para orar, aprovechando la calma y paz que este interiorizaba y la longitud de su arma; la herida había perforado muy cerca de su corazón. —Siempre de rodillas...— dijo aquel hombre en indumentaria de un samurai imperial —Puedes quedarte así mientras termino contigo— Chikusa reaccionó con tranquilidad, a pesar de estar gravemente herido; se levantó sin desenfundar su katana —Esa voz.....nuevamente seré castigado por profanar un lugar sagrado con mi sangre— no tenía mucho tiempo, era decisivo; un sólo ataque. Chikusa desenfundó su katana y atacó a su enemigo dañándolo a pesar de su defensa; aquel hombre soltó una carcajada mientras escupía su sangre. Un insulto a Chikusa, quien había sufrido mayor daño. El atacante ya había arrojado al suelo su lanza y desenfundado su katana terminando el trabajo y perforando el corazón de Chikusa; todo en cuestión de segundos. Se quedarón ahí, de pie unos instantes, en el momento que la katana saliera de su cuerpo sería su fin —¿Por qué nos has traicionado?— Dijo Chikusa sin fuerzas; aún así mantenía su katana en el costado de su enemigo; el hombre estaba también herido; no dijo nada y sacó a velocidad su katana, matando a Chikusa al instante. Cayó manchando la base de aquel árbol con su sangre. El asesino se alejó lentamente, su sangre goteaba; estaba herido, no podría seguir causando daños. De esta manera escapó; dejando su lanza atrás.
Comercio [Rōdō-sha Hatsu] Takeda se levantó de golpe de la mesa; haciendo que todos lo miraran; algunos con medio bocado. El sol comenzaba a esconderse en el horizonte; los tonos naranjas inundaban Nara; la brisa era seca; los árboles parecían no moverse con el viento —Takano...— su compañero al escuchar su nombre se levantó en seguida —Ukita...—también se levantó empujando un poco a Yamagata, quien dejó de bromear y miró con seriedad a su líder —Síganme; ya debería haber terminado su oración...— dijo sujetando el pomo de su katana antes de salir corriendo con gran velocidad; al hacerlo el escudo de su clan se agitó al viento. Matsuda también se levantó buscando la mirada de su esposa Fuji; quien ya lo estaba mirando a él con preocupación; Fuji se acercó a la pequeña —Tu vienes de la clínica ¿cierto? ¿Allí viste a un hombre con los brazos vendados?— lo decía gritando sin darse cuenta de la modulación de su voz; también sus padres en la cocina la escucharon, el señor Hatsu se acercó a la chica en la barra y notó su ropa con un poco de sangre. Yamagata miró a Kohaku y Kuroki, seguramente se estaban preguntando por qué estaban todos tan ansiosos —Chikusa... —dijo en voz baja. Natsu Gotho La orilla del río era un sitio poco concurrido en esos momentos; el sol comenzaba a ocultarse por lo que algunos animalitos nocturnos hacían presencia; se escuchaban cigarras no muy lejos, su sonido era fuerte y opacaba otros sonidos como el de unos cuantos grillos; pero otros eran tan específicos que era imposible no prestar oído a ellos; era un par de sapos del otro lado del río, cazando unos bichos.
Misato Aoyama En cuanto fui atendida me sentí muy a gusto al recibir aquel platillo...justo lo que necesitaba tras un largo viaje. Junte mis manos y agradecí en silencio los alimentos recibidos, odiaba los atracones por lo que este sencillo platillo era perfecto. Una vez los palillos tomaron las verduras hervidas pude degustar el sabor tan natural que la naturaleza es capaz de dar, mi amor por la comida sencilla fue algo que tome en mis largos recorridos. Mientras disfrutaba aquel té verde observé de reojo la cantidad de personas que incremento ligeramente, muchas caras e historias por conocer, estaba algo agotada pero no pude evitar sonreír al pensar que más hilarantes situaciones encontraré...que más ideas locas veré y....que más problemas vendrían en mi turbulento camino de guerrera, la vida es un vasto océano de los mismos. —Ha sido un... ¡magnifico platillo señor! Parecía que había pensado de más apenas termine noté como entre los presentes algo había ocurrido...algo que caldeo los ánimos gracias a un terrible evento...disimule como pude y ya finalizando coloque los palillos en su lugar. —Debo agradecer su hospitalidad señor si he de pagar espero saber el precio—Agradeci mientras limpiaba delicadamente la comisura de mis labios, de pronto sentí que aquel señor había notado algo en mi ¿seria mi rostro? no otra vez...o tal vez la sangre...si apenas llegó y algo tenía que suceder.
Natsu Gotho Al notar los sapos se movió sigiloso hacia ellos, quitándose la boina blanca y afelpada para cubrirlos con la tela, deteniéndose al ver que no tenían aquel verde esmeralda que necesitaba, continuando su búsqueda hasta dar con un par de ranas en el otro extremo del río. —Hmm —una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, volviendo su mirada hasta su abrigo, el cual sujetó con la espada envainada a lo largo, lanzándolo hacia arriba para sujetarlo al caer con su otra mano. Estaba listo para cubrir con la pesada tela aquel par de ranas. Lavar su abrigo sería un fastidio después, pero el beneficio de conseguir tales animales era superior por mucho. Además, estaba oscureciendo, y no deseaba que le cogiera la media noche con los instrumentos ajenos en vez de estar durmiendo.
Mao Tan rápido como la distancia entre los hombres marchándose y la mujer mencionando "Clínica"; Mao no lo pensó dos veces: Partió corriendo al santuario. Maldijo a su Kimono y que el día se hubiera visto tan bello; y solo dejó de correr, ridículamente lenta por la culpa del Kimono; en el momento en que sus ojos visualizaron el cuerpo inerte de Chikusa. Se maldijo mentalmente, la cólera le nubló los ojos; no podía maldecir delante de un templo, y mucho menos, ante un guerrero. Así que tan solo se arrodilló, cubriendo el rostro con sus manos, para soltar un llanto amargo y apenas audible. Había fallado como médica; una falla que no se perdonaría jamás, porque las cicatrices de un samurai no se borran. Contenido oculto: Nota PD: No la toquen, que anda furiosa (?)
Kenzaburô Sonrió genuinamente a lo primero, Mao estaba en lo correcto. —Sin tu comida realmente fue difícil; nunca conocí a alguien que sepa darle sabor a cualquier tipo de carne con hongos o hierbas. Cuando escuchó que la niña había conseguido trabajo en la clínica su humor cambió; realmente se alegraba por ella, en parte, por el otro lado le atormentaba la idea de que Mao nunca pudiera establecerse o formar una familia, lo que toda mujer de bien necesitaría. Tamborileó los dedos de la mano sobre la mesa; hubiera querido que las cosas sean de otra forma pero la vida los ponía a todos en ciertas circunstancias; ella era fuerte y estaba acostumbrada a moverse, nunca confiarse; pero eso a Kenzaburô lo quemaba por dentro, ella nunca sería feliz o no del todo. No mientras sepa que ni su sombra era de fiar. Y cuando Mao le dió su perspectiva sobre que algo gordo se estaba tejiendo en el corazón de aquel pueblo, el espadachín solo supo asentir levemente; él también había presentido eso y con la confirmación de la niña es que estaban en lo cierto. Se alegró que Mao pudiera ver más allá, como él. —Las sombras siempre tejen en la oscuridad, lo importante es saber estar al tanto de sus planes o en el peor de los casos saber dónde van a golpear. —Me encantaría servirte una comida pero estás en lo cierto: poco y nada tengo en mis bolsillos. Fueron meses lentos, pero el agua me mantiene vivo y el hambre despierto. Mis vigilias nocturnas no terminan hasta el amanecer cuando mi cerebro se duerme aunque mi estómago se queje. Aunque tengo pan, si gustas. —dijo cuando la camarera volvió a ellos y colocó el agua y el pan pero frente a Mao el pescado. Kenzaburô miró la comida y el olor humeante llegó a su nariz; negó con la cabeza para alejar esa sensación. La observó entre divertido y curioso cuando comenzó a hablar demasiado fuerte y varios personajes giraban la cabeza para verles; primero no entendía qué era lo que tramaba e intentó esperar a ver si podía descubrirlo; pero cuando tocó el tema sobre el clan Minamoto se puso en guardia; su postura se enderezó y miró hacia todos lados en busca de alguien que estuviera escuchando. Aquello era un suicidio si un oído equivocado prestaba atención a sus palabras. —Quizá una mujer nunca llegará al rango de samurai por miedo; quizá el hombre sabe que pondría a una mujer en una posición como ninguna otra. Les temen. —intentó desviar el foco de atención de la charla; estaba tenso, no le gustaban que todos le mirasen. Se sobresaltó un poco cuando los espadachines se levantaron y esprintaron hacia la salida, eso no lo esperaba. Kenzaburô estaba por susurrarle que lo mejor era irse de allí hasta que Fuji se acercó a ellos y comenzó a hacer preguntas a voz de cuello. Mao desapareció en el torbellino de la confusión y Kenzaburô se encontró completamente solo. Relajó un poco la postura, miró a un lado y al otro. Y sin esperar mas comenzó a comer el pescado que Mao había dejado casi entero.
Kuroki Fusatada Asentí apenado pero riendo un poco por la sacudida de cabello, aunque no evité sentirme horrible por ver a Takeda tan perdido. Pronto avanzamos hasta que minutos más tarde, llegamos a un local, todo transcurrió rápido, nos pusimos frente a una pequeña mesa y nos sirvieron de comer, le sonreí a Takeda por el comentario, sin dudas. Era alguien muy paternal, sin dudas me recordaba a mi propio padre. Comí con calma cuando noté la mirada del otro nuevo, solo que lo vi de reojo, cuando quitó la mirada le miré yo, se le notaba una leve sonrisa, inclusive cuando le daba de comer a un animalito, me sorprendí ante esa escena, y se le veía muy cómodo. —¿Son amigos?—. Pregunté refiriéndome a su mascota—. Me sorprende, jamás había visto que alguien se llevase tan bien con un pequeño—. Sonreí ante la tierna escena enfrente mío, mientras seguí comiendo. Me exalté inclusive un poco por la acción detrás, una pequeña con un sujeto que sin dudas denotaba que la había pasado muy mal. Pero al parecer se conocían y jugaban pesado, me encogí de hombros sin antes evitar reír, los minutos transcurrieron mientras la comida era sublime, pero... Me tomó por sorpresa que Takeda se levantase, y pronto otros dos, inclusive el rostro de Yamagata cambió totalmente, por lo que salieron corriendo hacia algún sitio, no fue que escuchando a Fuji, interrogar brevemente a la chica que se escuchó con total claridad lo que sucedía cuando esta pareció comprenderlo... Espera, ¿lo conocía? No le dió respuestas y volteé con una obvia expresión de preocupación y nervios hacia Yamagata y Kohaku, escuchar ese nombre no había entendido bien. Pero ver correr despavoridamente a la pequeña y la reacción de lo que parecía ser su maestro o hermano, no lo sé. No hizo mas que denotarse en mi una expresión molesta. —No dejaré a esa pequeña así por las buenas—. Expresé serio a ambos y me levanté rápidamente, dirigiéndome a la salida no sin antes frename y ver a ese sujeto. >>Y usted, es irresponsable dejar ir sin mas a una pequeña así.—le dije directamente y corrí tras la pequeña y muy probablemente tras Takeda.
Kenzaburô Cogió los palillos con la destreza habitual y comió el primer bocado. La sensación en su estómago fue increíble, el sabor se quedó atascado en su garganta y lo saboreó lentamente a sabiendas de que quizá estuviera lejos de poder disfrutarlo nuevamente. Cuando cogió otro trozo de pescado un niño se interpuso entre él y la comida. Kenzaburô lo miró con curiosidad y al escucharlo le dió risa; pero genuina. Podría haber optado por ignorarlo, como era costumbre en él; quizá intimidandolo para que el día de mañana se piense dos veces antes de interrumpir a un adulto con su cena, pero al final optó por decir unas palabras. —Al único que veo que tendría que ir escoltado por un protector es a ti, niño. La niña que viste antes sabe cuidarse sola y seguro te rebana la garganta si la miras demasiado. —eso en parte era mentira, Mao amaba a los niños pequeños pero él, Kenzaburô, los detestaba. Sonrió. —Ahora, si me disculpas... —pero ya hablaba solo de nuevo. Se interrumpió y volvió a comer en silencio.
Kohaku Ishikawa La comida, pese a lo animado del lugar, fluía aún en calma y presteza como el río Katsura. Kohaku habría deseado poder acompañar los vegetales con algo de té, pero a decir verdad no iba a quejarse. Recién allí pudo dar cuenta del tiempo que llevaba sin recibir una comida a la mesa libre de responsabilidades. El trago le resultó amargo por un breve momento y se obligó a apartarlo lejos, muy lejos de su frente de pensamientos. Por suerte la voz del albino llamó su atención, distrayéndolo. "¿Son amigos? Me sorprende, jamás había visto que alguien se llevase tan bien con un pequeño." Los bigotes de Chiasa le hicieron cosquillas en la mejilla, casi como si hubiera podido entenderlo. Kohaku le alcanzó otro pequeño trozo de pan que agarró con sus patitas y le sonrió al muchacho, asintiendo suavemente. —Sí, la encontré hace unos meses en el bosque. Hemos estado juntos desde entonces. No era la primera vez que le preguntaban por la ardilla, a decir verdad. Cuando topó con ella aún no acababa de comprender ni lustrarse en el arte del regateo; muchas eran las noches donde caía el sol y no contaba con un lecho donde dormir ni bocado que probar. Estaba nervioso, huraño y apático, y no había planeado ni por un segundo quedarse con ella. Así y todo, le dejó unas nueces que había encontrado antes de retirarse. Siempre fue de corazón débil, al fin y al cabo. La ardilla se tomó muy a pecho su acto de bondad y lo siguió por el bosque hasta la aldea más cercana; Kohaku jamás comprendió cómo un animal salvaje podía lucir tan confianzudo. Pensó en ahuyentarlo, no lo dejarían dormir en ninguna parte con el bicho sobre el hombro, hasta que descubrió que justamente ese detalle le abría puentes de interacción. La gente, al igual que él, no comprendía el comportamiento del animal. Y eso despertaba curiosidad. Al final, sólo se encariñó con ella. No pasó mucho tiempo hasta que Takeda, bastante repentino, se incorporó y convocó a sus compañeros. Puede que los ánimos de la comida se hubieran torcido y Kohaku, sumido en sus pensamientos, no lo hubiese notado. Fue apenas un suspiro, un soplo en el viento, y todos se habían marchado; incluso el albino, alegando no dejar sola a una pequeña. ¿Pequeña? ¿Cuál pequeña? Vio en todas direcciones, el silencio se había colado en la tienda. Sólo él y un hombre adulto permanecían allí dentro. Se encogió de hombros, resolutivo, y decidió acabar su comida. No tenía razones de peso para salir corriendo detrás de los demás, ¿verdad? Habían dicho un nombre, Chikusa, cargado de preocupación. Pero ¿quién demonios era Chikusa, para empezar? Ya se enteraría luego, supuso.
Santuario Llegaron al Santuario rápidamente; Takano y Ukita se quedaron en la entrada, aquel arco de color rojo brillaba mas con la luz que quedaba del sol; sus banderas blancas atadas a los costados no se movían, el viento no les hacía nada. Takeda corrío hacia el cuerpo inerte de Chikusa arrodillándose a su lado, el rosstro de Chikusa tocaba el suelo, su katana aún en su mano. Giró el cuerpo de Chikusa recargándolo en sus piernas, la expresión de tranquilidad que característica en el rostro del líder del clan estaba oculto detrás de uno en agonía y rabia, Chikusa se había ido, le habían arrebatado la posibilidad de al menos escuchar su voz por última vez —He fallado a mi promesa... —El dolor y la rabia se apoderaban de su cuerpo —Te atacaron en el único lugar en el que te sentías en paz... un cobarde te asesinó...— la expresión de Chikusa se había quedado en una de dolor, su alma no se había ido con tranquilidad sabiendo que su asesino seguía con vida. Takeda miró a sus alrededores, algo que pudiera indicarle que el cobarde estaba presente; pero sólo pudo ver la lanza en el suelo. Takano estaba inmovil; no por miedo, no por sorpresa, sino por solemnidad; sabía que esta pérdida representaba un golpe demasiado fuerte en Takeda; pues Chikusa fue el primer espadachín que reclutaría después de sus años escondiéndose en el anonimato en Nara. Ukita entró al santuario, y miró a la lanza; él tenía una personalidad bastante seria y desapegada; sus acciones no eran por minimizar el dolor al perder a un aliado, pero estaba acostumbrado a ver escenas de crímenes y sabía como actuar primero como jefe de escuadrón de la guardia en Nara, miró hacia Takeda, ocupado en su duelo; no lo interrumpió se dirigió hacia Takano quien no entraba al santuario; colocó su mano en su hombro —Iré a investigar la Clínica, quiero saber si vieron a alguien junto a Chikusa...— podría no mostrar sentimientos por su rostro pero en su voz se escuchaba la ira que sentía. Takano afirmó. Justo después Mao llegaba al lugar; seguramente los había seguido preocupada por lo que había dicho Fuji; Takano la observaba confundido, era una médico relativamente nueva en Nara, y Chikusa sólo interactuaba con muy pocas personas, pensó en Suguino. Después llegó Kuroki, seguramente siguiendo a Mao, Takano lo detuvo del hombro para que no entrara al santuario; por desgracia ya era demasiado tarde como para que no se enterara de lo que había sucedido. Takeda se quitaba de sus prendas mas queridas; el kimono que jamás llevaba amarrado encima; el que tenía bordado el símbolo de su familia; lo colocó para cubrir a Chikusa, el cual ya no sangraba; pero se ensució con la sangre seca. Takeda lloró en silencio, sólo brotaban lágrimas de un rostro con expresión severa; estaba destrozado y en su corazón sólo había odio y agonía. Comercio [Rōdō-sha Hatsu] Yamagata vió correr a Kuroki detrás de la niña; si el momento hubiera sido distinto seguramente supondría un interés romántico para molestar al joven; pero esta vez sólo lo observó, no intentó detenerlo; incluso pensó en seguirlo; pero su líder no lo había convocado, se quedó sentado sintiendo como todo daba vueltas mientras Matsuda abrazaba a Fuji para tranquilizarla; ella lo abrazó de regreso. El dueño detrás de la barra señaló a los ropajes de la mujer —¿Esta herida?— preguntó el hombre preocupado; Fuji escuchó esto y se acercó a la mujer desprendiéndose de su esposo, tenía el mismo olor que su hermana o Mao; pero en una cantidad menor; vió la sangre y estaba seca; no sabía que estaba pasando, miró a su padre quien negó con la cabeza —Tu hermana le ha recomendado el lugar; seguro la ha ayudado de algún modo en la Clínica— Fuji afirmó y sujetó los hombros de la chica con cuidado; lo hacía para tener su total atención de un modo tosco y poco adecuado; el rostro de Fuji se veía muy consternado —Por favor, debes acompañarme a la Clínica; creo que ha sucedido algo malo — Fuji sabía que algo estaba mal, pensó que necesitarían ayuda en la Clínica. Matsuda regresó con Kohaku, aún no lo conocía pero había escuchado su nombre de voz de su líder —Fuji y yo iremos a la clínica, ven con nosotros, pero prepararte; no sabemos bien que está pasando— Mientras tanto el hombre solitario seguía disfrutando su comida alrededor de un tifón. Natsu Gotho/Orillas del río Tras un recorrido por aquel croar; no dejabas de encontrar algunos sapos comiendo insectos; pero esos insectos también te llevaría a encontrar algo, había un pequeño bulto debajo de un puente; era un hombre que olía a sake; estaba muy borracho y en una situación de pobreza; el dormía y hablaba mientras lo hacía, a un lado suyo estaba su basura; unos duraznos a medio comer, se veían en mal estado; junto a botellas vacías de sake. Ni los sapos se acercarían tanto.
Mao Mao dejó de llorar tan drasticamente como el llanto en sí mismo; duró menos de 30 segundos, porque las penas debían pasar rápido. Eso sí, se quedo arrodillada, en silencio, a la espera de que los otros hicieran algo. Se irguió cuando su corazón y mente ya se habían calmado; su mirada estaba totalmente sombría y fija en la espalda de Takeda; el líder de los Minamoto. Ignorando totalmente a los otros tres hombres de alrededor, Mao caminó solemne y estoica, a un paso tortuosamente lento; llegó al lado de Minamoto, arrodillándose junto a él. Cerró los ojos, juntó ambas manos y decidió hacer una plegaría en silencio. Cuando ya hubo acabado, volvió a abrir los ojos, reposando sus manos sobre sus piernas; mirando el cuerpo inerte cubierto por el kimono ajeno. —Soy costurera —susurró la chica, pero sabía que si Takeda (Amelie ) le interesaba oírla, sería capaz de escucharla —, médica y se cocinar; si este chico pertenecía a su Clan, estaré dispuesta a formar parte de él. Es una oferta de una sola noche; si mañana decides que no me quieres entre los suyos, simplemente me marcharé del pueblo. Se irguió tras terminar sus palabras, con una leve reverencia de despedida. >> Más les vale hacerle una tumba digna de él; guerreros de su calibre son extremadamente escasos, si no están bajo tierra significa que la muerte siempre les acecha los pies. Se dio media vuelta y se dirigió fuera del santuario, sin dirigirle la mirada a ninguno de los otros presentes; estaba ni ahí con cualquiera que no fuera el líder del Clan. Entonces se marchó, a pasos lentos y pesados; sentía su corazón volviéndose metálico, mientras que en su cerebro empezaban las flores infernales a germinar. La primavera solo le sonríe a los más fuertes. Clínica. (Masuyo) Caminando de regreso, pensó si pasar de nuevo a encontrarse con Kenzaburo en la taberna; pero estaba demasiado agotada, muchas emociones en un solo día, necesitaba descansar; así que, como un alma en pena, pero de rostro atemorizante: arrastró lentamente sus sandalias hasta llegar a la Clínica. Se demoró mucho, muchísimo en llegar, no era consciente de que hora era; por lo que entró por un punto ciego que había encontrado investigando el lugar, durante el primer día que estuvo en la clínica. Desde ahí; se infiltró en la sala exclusiva para el personal médico, todo estaba totalmente a oscuras; con suerte y podrías notar sus ojos brillantes por el reflejo de la luna. Se sacó el kimono, completo, y lo dobló elegantemente a un costado; se quedó con el kesode que traía bajo el kimono. Rebuscó en el armario dónde guardaba sus pocas pertenencias, entre muchas cosas prestadas por la clínica, la mayoría eran telas de vestir. Sacó lo que sería una falda por sobre la rodilla, y una peculiar prenda que mantenía la forma de un kimono por arriba; pero era mucho más corto en el torso. No tenía medias de seda; eran demasiado caras, así que le tocaría pasar frío, pero no le importaba; los kimono tradicionales eran demasiado incómodos para matar gente. Una vez tuvo todo preparado, se despojó del kesode y se vistió con la falda y el kimono de una manera asombrosamente rápida; en menos de cinco minutos ya estaba lista, tampoco es que fuera muy difícil para ella vestirse con velocidad. Tras terminar de amarrarse el cabello en sus cotidianos moños abullonados, salió por la puerta corrediza que la terminaría llevando al pasillo principal de la clínica. Desde ahí, se fue a posicionar en el pasillo más concurrido del lugar; sentándose arrodillada contra una de las paredes: a la espera de quien tuviera que llegar. Cerró sus ojos, apoyando su cabeza en la pared de madera con suavidad. Dormitaba de momento, por cansancio más que nada, pero no se iba a dormir; simplemente se quedó tarareando una canción más entre las muchas que conocía. Como un susurro nocturno.