Aventura Expedición al Mar Bóreo

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por jonan, 5 Diciembre 2019.

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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    32
     
    Palabras:
    2278
    11º Capítulo: “Ha llegado una carta”


    El verano matriciense no es que fuera el mas apetecible de todos, aunque eso no era problema para el Duque de Orestes quien se había quedado dormido a la sombra de su mansión, con la cabeza apoyada hacia atrás y con un libro en la cara. Uno de sus sirvientes se acercó a donde el hombre con un sobre en mano, pero éste no se atrevía a despertarlo.

    –¿Qué demonios quieres? –dijo el Duque tras diez minutos de espera mientras se retiraba el libro de su cara. Éste se titulaba Breve Historia de los Pueblos del Mar Verde.

    –Su excelencia, ha llegado una carta. La envía el mismísimo primer ministro.

    –El mismísimo primer ministro, oh vaya. –respondió el Duque con sorna. –Mira Juanjo. Una niña se acerca a su madre y le dice, madre, tengo que decirle que llevo un tiempo encontrándome con el vecino. A lo que responde la madre alarmada. ¡Hija, si podría ser tu padre! La joven, confusa, le dice, madre, pero él no es tan mayor. Hija, creo que no me has entendido.

    –Muy buena representación de nuestra monarquía, su excelencia. –dijo el sirviente mientras se reía tapándose ligeramente la boca con la mano. El Duque de Orestes hizo una mueca, para después coger la carta.

    –Gracias por traerme la carta Juanjo. Esta noche, tras la cena, me gustaría que me hicieras compañía. Necesito alguien con quien comentar unas cosas, alguien que no esté tan salido como el primer ministro.

    –Por supuesto. Será todo un placer acompañarlo.

    –¿Ha leído alguna vez a los hermanos Hamel?

    –¿El comerciante y el general phinico?

    –Escribieron una recopilación de cuentos que hace poco fue traducida a nuestra lengua. Está en la mesa de mi escritorio. Quiero que le pegues un vistazo para cuando acabe de cenar. Es tu nuevo trabajo, puedes retirarte.

    El joven sirviente se mantuvo en un incómodo silencio, sin atreverse a abrir la boca. El Duque lo notó rápidamente y, tras un rápido movimiento de cuello y una mirada atacante, le habló.

    –Es tu trabajo de hoy. He dicho y espero que nunca más tenga que reiterar mis palabras, puedes retirarte.

    –Si, su excelencia. –El hombre se agachó ligeramente y salió rápidamente del lugar.

    El duque abrió la carta enviada por el Primer Ministro Arias y notó que el sobre estaba caliente, lo que lo dejó pensativo. Sacó un par de hojas y leyó un largo texto descriptivo lo más rápido que pudo. Después, miró al cielo sonriente.

    –El juego está en marcha.


    *****​


    El Palacio de Bleufranc, la hermosa e imponente estancia veraniega del emperador de Phinia. El edificio, por fuera, tenía una planta baja que recordaba a un antiguo templo o un foro, rodeado de blancas columnas idénticas. Éstas tenían un fuste totalmente pulido, mientras que sus basas estaban esculpidas y pintadas de detalles dorados. La primera y segunda plantas sobresalían sobre la baja, siguiendo el patrón de paredes blancas con detalles dorados. Las rectangulares ventanas eran muy altas y la madera estaba tallada con la mayor de los cuidados. El tejado, solamente visible por los lados, era negra y brillaba como las perlas. Tras el edificio se encontraba un inmenso jardín llena de diferentes charcas, laberintos, plantas de todos los colores, algún que otro edificio decorativo y un espeso bosque rellenaban los terrenos reales. Todos ellos rodeados por una valla de blanca roca y metal acabado en punta y pintado de oro.

    El interior muy similar, aunque nuevos colores aparecían, como el mármol granate en las paredes y el suelo blanco y negro siguiendo el patrón de un ajedrez. En sus aposentos se encontraba el Emperador de Phinia, Andria Vescavacio.

    –Su excelencia, ha llegado la carta del señor Feraud. –dijo un sirviente con una carta apoyada sobre una bandeja de plata.

    –Me pregunto cómo esa maravillosa ave sabe siempre donde dejar la carta. Esa tan mítica ave debería estar en mi poder, no de un miserable exiliado. Imagínate, el emperador ante el pueblo acompañado de dos de esas maravillosas aves. –dijo el Emperador para sí mismo, un hombre de casi treinta años, considerables entradas en su oscuro cabello y una vestimenta de un blanco.

    –Vuestra Alteza Imperial, podríamos enviar una expedición a robar unos huevos. Con el tiempo podría volverse en la criatura que represente a su floreciente dinastía. –opinó un hombre gordo, de ropajes coloridos y peluca blanca, rodeado de otros tres que seguían los mismos estándares. El monarca, mientras tanto, abrió la carta y se dispuso a leerla.

    –Es una idea brillante. Un grupo de diez personas podría incluso cazar uno o dos Rukh. –soltó al aire otro de ellos, uno más viejo y con cara de sapo.

    –Haced el favor de guardar silencio.

    El hombre leyó con detenimiento la carta y según iba avanzando ésta cada vez el rostro del emperador iba frunciendo el ceño más y más. Sin haber llegado al final de la carta, las líneas del ceño temblaban hasta el punto de parecer estar a punto de romperse. Acabarla e hizo una bola con ella que tiró con ira al fuego.

    –Cabrón… hijo de puta… –susurraba mientras miraba de un lado para otro muy nervioso. –¿Qué cojones se cree este imbécil? El trato está para tenerlo controlado, no para que se vaya a la otra punta del mundo sin ningún problema. ¡Cara de sapo! ¡Me dijiste que ese grupo de asesinos sería definitivo! ¡Definitiva será el final de la unión entre su torso y su cabeza!

    –Le pido mis más sinceras…

    –Me dijiste seis asesinos de gran nivel. Me dijiste que no saldría de Askar. ¿Y sabes que me dijiste al final? –El emperador se quedó cara a cara con el hombre temblando que sudaba sin parar–. Me dijiste que Sigmund tuvo ayuda y ahora me manda una carta avisando de que se va con ellos a una expedición vete a saber tú donde.

    –Piénselo bien señor. Las expediciones suelen ser muy peligrosas. Es posible que halle la muerte, liberándole así de sus preocupaciones.

    –Ese hombre no puede morir. –La voz del emperador cambió a un tono derrotista y a la vez airado. –Son decenas los asesinos que he enviado a matarlo y no lo hace. Yo mismo lo disparé hace siete años y sigue vivo.

    –Emperador Vescavacio, se lo digo con todo respeto. –Una voz, proveniente del fondo de la sala, atrajo las miradas de todos los presentes. –Ahora mismo os encontráis en tablas. Él no puede morir, sabe que de seguido avisarías a tus hombres para que ejecuten a su mujer y a su hijo. No menosprecies lo que es capaz un hombre por amor. Pero de la misma manera, sí él libera tu secreto, llegará el mismo destino fatal. Realmente solo puedes esperar. Asegurar que la familia no huye del Reino.

    El hombre, sentado en un elegante asiento de madera tallada y cojines de terciopelo morado, sostenía uno de los alfiles negros que tenía el ajedrez de en frente suyo.

    –Tal vez tenga razón señor Antonmarchi y la única opción sea esperar…

    –Además… –interrumpió. –¿No ha pensado que puede que tenga algo preparado si él muere?

    –¿Qué quiere decir?

    –Tal vez, si él muere, la familia también sea conocedor de su secreto. Tal vez Sigmund les transmitiera un protocolo de actuación en caso de muriera. Ante esa posibilidad creo que lo mejor es dejarlo estar. –El peculiar hombre hizo que el Emperador se calmara y liberara una mueca.

    –Cara de Sapo, Rata Almizclera, Asno Pálido y el resto. ¿No veis como se hacen las cosas? A ver si aprendéis un poquito. Es lo más inteligente que he escuchado en esta sala en meses. –Los hombres miraban al suelo sin poder hacer nada–. Podríais dejar de construir en mis terrenos y adular a vuestro Emperador y comenzar a darme alegrías. Podéis retiraros.

    Los hombres se marcharon a toda prisa, llegando a empujarse entre ellos para salir por la puerta. Antonmarchi hizo lo mismo, levantándose de su asiento, dejando la pieza de ajedrez y dirigiéndose a la salida.

    –Es como ver una estampida de elefantes en un paso estrecho. –dijo el Emperador. – Señor Antonmarchi. Ha hablado sobre un protocolo que pudiera activarse en caso de la muerte de Sigmund.

    –Así es.

    –Veinte soldados se encargan de vigilar a la familia y evitar una posible huida. La mayoría de ellos viven en el poblado haciendo vida normal, ocultos bajo una tapadera. Quiero que vayas e intentes descubrir esa posibilidad.

    –¿Sabe que es prácticamente imposible que lo logre?

    –Creo que eres la única persona que puede conseguirlo. Si no, estarás ahí esperando mis noticias. Si Sigmund muere tendréis que asesinar a la mujer y a la niña cuanto antes.


    *****​


    –Papa, papa, ha llegado una carta. –Una pequeña niña con un hermoso vestido color pastel entraba en el elegante despacho de su padre. –El señor Crane me ha dado esta carta para usted.

    –Gracias pequeñaja. –respondió el padre lleno de alegría mientras acariciaba el cabello de la muchacha con suavidad. –Veo que ya subes las escaleras sin problemas, te estás haciendo muy grande.

    –Papa. ¿Puedo elegir que vamos a comer hoy?

    –¿Lo has comentado con tu hermana?

    –No padre. No lo ha hecho. –dijo desde la puerta una muchacha pelirroja de vestido blanco y algo alta para sus trece años.

    –Bueno, podéis elegir entre las dos qué comer.

    –Pero… –replicó la pequeña.

    –Martha, tienes que aprender a ponerte de acuerdo con tu hermana. En esta familia vivimos juntos, tenemos que compartir y saber ponernos de acuerdo.

    –Lucy siempre acaba comiendo lo que quiere. –El padre liberó una mueca.

    –Entonces tendrás que aprender a convencerla. Si lo consigues, a la noche te leeré un cuento de los hermanos Hamel. –Sin que se diera cuenta la pequeña, el hombre miró a su hija mayor e hizo un gesto con el cuello, dándole así permiso para que comieran lo que quisiera la niña. –Ahora si no os importa, papa tiene que acabar una cosita.

    La pequeña se acercó a la puerta y agarró la mano que le había puesto su hermana. Después, salieron de la habitación, cerrando la puerta tras ellas. En ese momento el padre de familia abrió el sobre en el que había observado un nombre, Horne de Saint George. No tardó mucho en leer la carta, pero tras ello se vio obligado a mirar un libro llamado Geografía Conocida de Nueva Albeny por Nicolas Moll.

    –Los hombres se han separado en cuatro grupos… Mientras que Nicolas ya ha llegado a Fortunia. –pensó en voz alta. –Parece que todos están en el país, los once. Once… que cambio de última hora más raro. No me gusta, aunque de momento parece que todo está en orden.

    De repente, llamaron a la puerta.

    –Adelante.

    Apareció su sirviente, el señor Crane, un elegante hombre de avanzada edad con traje.

    –Señor Rottenatch, ha venido un emisario del rey. Mañana por la mañana ha sido convocado en el Palacio Real junto con su majestad.


    *****​


    Muy al norte de Nueva Albeny, donde ya los primeros glaciares navegaban por el horizonte, estaba un pequeño puerto pesquero llamado Larkford. Sus habitantes vestían gruesos pelajes para poder superar el año, siendo tremendamente duros los vientos del norte que atacaban la ciudad. Los habitantes que mejor vivían eran las tres vacas o la veintena de cerdos que caminaban tranquilamente por los caminos del poblado. Éste estaba compuesto por una docena de pequeños blocaos de madera en la parte más alta y algunas casas de oscura madera más grandes junto al puerto.

    El puerto, con trabajadores que volvían de la pesca del bacalao, salmón, langostas y vieiras, era muy humilde, aunque suficiente como para albergar siete barcos pesqueros. Aunque aquel día, como todo primer martes de mes, llegaba un octavo navío, uno de transporte de gentes. De él bajo un extraño grupo de hombres, una veintena, que rápidamente lograron la distancia con los pobladores de Larkford.

    –Cruzaremos las Montañas de los Merodeadores y nos adelantaremos a la otra expedición. –dijo con una serie de papeles en mano. –El Primer Ministro Arias lo ha dejado claro. No tenemos tiempo que perder.

    El robusto hombre de casi seis pies y medio, tez muy morena, largos cabellos negros y ligeramente ondulados, barba bien recortada pero igual de oscura que el pelo, grandes ojos de iris amarillos, vestía ropajes de lana muy gruesos y pisaba sobre unas botas de cuero y metal. En su cintura una larga espada y un grueso cuchillo colgaban, mientras que en ambas manos siempre llevaba un mosquete. Finalmente, en su cuello yacía un colgante de oro con una pequeña gema azul que parecía contener un líquido.

    –General Fernández de Olivanza. –dijo uno de ellos, el cual descendía de la embarcación con un pequeño carro lleno de armas. –Viendo el lugar, creo que no tardaremos en lograr provisiones. A parte de pescado parece que también tienen manzanas, patatas y nabos.

    –Bien visto joven Hermosilla. Velasco y tu iréis a por las provisiones. El resto prepararemos los carros y las armas.

    Diego Antonio, el hombre de dos vidas, comenzó a mirar los papeles y entre ellos había algunas fichas. Eran las fichas de diez de los once integrantes de la expedición.

    –Será un duro viaje caballeros. Tendremos duras peleas, enemigos formidables y la naturaleza del lugar al que vamos será el mismo fondo del infierno. Pero recordad, somos hombres de Sibernia y por la gracia del santo Hierón lograremos nuestro objetivo. Y recordad, todo aquel que se le pase por la cabeza dar un paso atrás, será sentenciado a muerte. ¡Todos a sus puestos! ¡Tenemos que llegar al Mar Bóreo antes que la expedición de Alphonse Flinders!
     
    Última edición: 8 Marzo 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos
    Dos detalles aquí: Ya que "el" tejado es del que se habla, era "negro", no negra. Luego, similar, "el" jardín "lleno" y no llena.

    "bajó"

    Parece que la carrera por encontrar el One Piece, digo, la carrera por llegar al Mar Bóreo, se está poniendo más y más intensa, con muchos jugadores interesados en las sombras y personajes hábiles e interesantes en ambos bandos. A ver cómo sigue la historia.
     
  3.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    12º Capítulo: “Llegada a Fortunia”


    Alphonse, Bertans y Sigmund se detuvieron a hacer un descanso aprovechando un gran saliente rocoso y ligeramente en medio de los áridos pastos. Aquella hierba color canela tenía numerosos salientes ligeramente puntiagudos como aquel, con bellos estratos marrones, granates o grises claros, pero los más altos llegaban a tener algunos árboles de hoja perenne y una altura mediana. En el cruce entre las praderas y el saliente, la primera desaparecía, dando lugar a unos lugares de tierra que intentaban evitar para no quedarse atrapados.

    Llevaban un día sin ver población alguna o simplemente gente, y no les debía quedar mucho para llegar a Fortunia. Dejaron comiendo y descansando a los caballos en la hierba, mientras que estos subieron un poco en el risco y se sentaron bajo un árbol.

    –Como cambia el paisaje de este maldito país. Hace diez horas salíamos de un alto pinar junto a un enorme lago y ahora estamos rodeados por un gran mar de pasto seco. –dijo Bertans mientras abría una cantimplora.

    –El viaje está siendo muy largo. –dijo Sigmund.

    –Es cierto. Calculo que entre Applestone y Fortunia hay unas 2000 millas por tierra.

    –¿Qué día es? –preguntó Bertans mientras pasaba la cantimplora a Sigmund.

    –Creo que 19 de julio. Llevamos poco más de un mes de viaje. Según lo que me dijo John, pronto avistaremos el río Hanska. Poco después encontraremos Fortunia.

    A lo lejos, Bertans observó como una familia de diez perros de la pradera huían de un gato montés. A toda velocidad, el grupo huía, de vez en cuando haciendo giros bruscos para despistar al cazador. Éste, en un último sprint, se lanzó a por una de las crías. En el último momento, una de las madres, saltó a la boca del gato montés.

    –¿Os puedo hacer una pregunta? –las miradas se dirigieron a Sigmund. –Todos aquí tienen una función. Dhalion sabe de carpintería, Pierre de navegar en agua dulce, los O´Sullivan conocen el territorio, Nicolas es cartógrafo, Sabir cocinero, Gamal conoce de bestias y Horne está para supervisar. No me dijiste que viste de mi para ser candidato. –Alphonse soltó una mueca.

    –Me hablaron de un arquero libre de trabajo y con conocimientos como médico.

    –Pero no soy un galeno.

    –He oído hablar de que tienes tales conocimientos, además de algunos básicos en cirugía.

    –Aprendí algo hace años… pero eso es cosa del pasado.

    –Estoy seguro de que nos serás de utilidad.


    *****​


    El trío llegó a Fortunia al día siguiente y tras una rápida conversación con el dueño del hostal, decidieron irse a sus habitaciones. Tras más de un mes, por primera vez durmieron en una cama, no muy buena, pero a fin de cuentas una cama. A la mañana, a sabiendas de que Nicolas Moll estaba en el pueblo, fueron en su busca.

    Fortunia era un secarral en medio del verde pálido. En cincuenta millas a la redonda no había otra localidad y en más de cien una más grande que aquella veintena de edificios. Ninguno superaba los dos pisos ni la madera como material de construcción. Además, todas estas casas estaban repartidas en única calle principal, aunque en sus alrededores se encontraban varios pozos, alguna huerta pequeña, un gallinero de gran tamaño y recintos para las vacas y cerdos.

    Caminando a través de aquella calle principal llegaron a un punto donde dos hombres discutían a grito pelado, a la sombra del pequeño porche que había en la parte delantera de una casa. Alphonse se río, para después agachar la cabeza y moverla de lado a lado.

    –¡Cómo si eres el rey Jorge! ¡No pienso hacerte los planos por cuatro duros como si fuera tu prostituta de los martes! Te puedes meter los planos que he hecho hasta ahora por el culo. –El hombre tiró una decena de papeles por los aires.

    –Soy el alcalde de este honrado pueblo y no permitiré que me hables así. –dijo el otro, un viejo hombre regordete, mientras cogía un mosquete que tenía apoyado contra la pared.

    –Viejo, te vas a hacer daño.

    El nervioso hombre, mientras alzaba su arma e intentaba meter sus temblorosos dedos en el gatillo, alzó su arma. Sin inmutarse, Nicolas agarró la boca del cañón y empujó el arma hasta golpear el rostro del atacante con fuerza. Éste se cayó para atrás mientras que el otro, enfadado, salió del porche mirando al suelo y murmurando.

    –Santo Hierón… –susurró Alphonse sin dejar de sonreír.

    –Hacía años que no lo veía. –dijo Bertans.

    –Yo también llevaba unos años sin verlo. Pero veo que no ha cambiado nada.

    –¡Muy buenas! ¡Alphonse! ¡Bertans! Cuanto tiempo.​

    El nuevo pegó un fuerte abrazo al líder y acto seguido se lo dio Bertans. Entre sonrisas y preguntas intrascendentes, el viejo amigo se fijó en Sigmund. Le pegó un rápido repaso al hombre y dio un paso adelante mientras estiraba su brazo.

    –Aún no nos han presentado. Soy Nicolas Moll, el cartógrafo de esta compañía.

    –Sigmund. Un placer. –Se estrecharon las manos.

    –Que serio… –murmuró. –Creo que deberíamos ir a por un buen trago mientras hablamos un rato. Lamentablemente el licor de por aquí no es muy bueno.

    –No hay de qué preocuparse. –continuó Bertans. –Nosotros tenemos suministro de sobra.


    *****​


    –Echaba de menos un viaje de los nuestros. –dijo Nicolas asiendo una botella de whisky y dándole un largo trago. –Aún recuerdo cuando Alphonse y yo nos conocimos. Menuda aventura.

    –Realmente fue algo memorable. –Alphonse se rio. –Éramos tan novatos…

    –Y tan alocados. Recuerdo cómo te batiste a puños con aquel guiverno. –El hombre se echó a reír a carcajada abierta.

    –¿Lo dice el que se subió a un árbol a veinte pies de altura para dibujar un maldito mapa?

    –¿Te pegaste con un guiverno? –preguntó Sigmund extrañado y sorprendido a la vez.

    –No es que pueda considerarse una hazaña, pero la gente suele recordarme por ello. Cuando era joven, un mero soldado o un reciente aventurero, mi inexperiencia era notable y muchas veces salíamos adelante por soluciones totalmente alocadas. En la isla de los guivernos conocí la fama, mi primera vez al mando de una expedición, y allí es donde nos conocimos Nicolas y yo.

    –Fue mi primer trabajo fuera de Nueva Albeny. Recuerdo que me pasé un mes entero intentando no cagarme encima. –bromeó Nicolas.

    –¿Y vosotros dónde os conocisteis? –Sigmund ahora miró a Bertans.

    –Cuando Nueva Arthuria logró la soberanía de Saint James el rey exigió un estudio de la isla, priorizando la cartografía por si se tenía que defender de los sibernianos. Allí Bertans llegó a salvarme la vida un par de veces.

    –Y ahora nos juntamos aquí, veintitrés años después. Como siempre pero más viejos y cascarrabias.

    –Sobre todo cascarrabias. –añadió Alphonse en un tono ligeramente nostálgico.


    *****​


    Aquel mismo día, tras beber y disfrutar de una larga velada nocturna, todos se fueron a dormir. Alphonse, tras observar la ebriedad de Bertans, decidió llevarlo a su cuarto, mientras que los otros dos se fueron a sus respectivos dormitorios.

    –Oye Alphonse… –decía el bonachón con dificultades. –Qué… ¿Qué te ocurre? Ya no trabajas como antes.

    –¿A qué te refieres? –El líder abría la puerta de su habitación.

    –Antes tenías otra mirada en tus expediciones. Es como si ya no lo disfrutaras… –Bertans se liberó del otro y le miró fijamente.

    –Anda calla Bertans. Has bebido demasiado. Descansa.

    –No te gusta está a las órdenes de su majestad eh… Ser su caballero de la mesa redonda. –Alphonse se quedó unos largos segundos mirando a los ojos de Bertans.

    –Buenas noches Bedevere. –Alphonse cerró la puerta.

    –Descansa, Gaheris.


    *****​


    Seis días después llegaron Sabir y Gamal en dos caballos. Incluso siendo el mediodía, nada más llegar el primero corrió a la cama, mientras que el segundo había desaparecido en el poblado.

    –Por favor, buscad a mi hermano antes de que se meta en problemas. –dijo Sabir antes de subir las escaleras hacia su descanso. –Yo no puedo más.

    –¿Pero qué te ha pasado? Estas raquítico. –preguntó Bertans preocupado.

    –Gamal apenas necesita descansar. Hemos venido de Applestone a aquí en menos de un mes. Incluso hemos viajado de noche. Me voy a dormir. Luego nos presentaremos, buen hombre. –dijo refiriéndose a Sigmund.

    Buscaron a Gamal por el pueblo, aunque no por mucho tiempo. Un leve alboroto llamó la atención del trío, por lo que inmediatamente se acercaron.

    –¡Lárgate de mi pueblo diablo de oriente! –gritaba una voz que resultaba conocida. –No queremos gente como tú por aquí, sucia bestia.

    La gente había rodeado el espectáculo. Alphonse, Bertans, Sigmund y Nicolas empujaron a éstos para acceder. Cuando lo lograron, vieron cómo Gamal ponía su espada curva al cuello del alcalde.

    –Santo Hierón… nos van a echar de este pueblo. –opinó Bertans en voz alta.

    –¡Gamal! ¡Para! –gritó Alphonse mientras se acercaba al otro. Sigmund se quedó junto a Bertans analizando la situación. El Marshall no tardaría en aparecer.

    –Buenas tardes… o lo que sea, Alphonse. –comenzó Gamal. –Este hombre me ha deshonrado. Acabaré con este pequeño inconveniente y me reuniré con vosotros.

    –No, no, no. Gamal, tranquilízate. Aquí no reina la ley del desierto.

    –Maldito insecto, quita ese hierro de mi garganta. –decía el viejo sudoroso.

    –¿Este hombre no es consciente de la brevedad de su vida?

    –Gamal. Te recuerdo que tienes que volver a Donis. Si te ahorcan en Nueva Albeny no podrás liderar a los shilies. No podrás ayudar a tu gente.

    –Pero este cabrón ha preguntado por quién es mi dueño. ¿Te crees que soy un puñetero esclavo?

    –Por aquí no vemos gente como tú a no ser…

    –¿Gente como yo?

    Gamal desistió en la discusión, alejando la espada de su cuello con fuerza y guardándolo en la cintura mientras se marchaba. Alphonse lo siguió a continuación, a ritmo ligero. Lo mismo hicieron Bertans, Sigmund y Nicolas, que observaban como el Marshall del pueblo aparecía al fondo de la calle.


    *****​


    Los siguientes días Alphonse y Bertans se encargaron de que Gamal encajara en la sociedad de Nueva Albeny o que al menos no cometiera ningún delito. Su hermano Sabir tardó un par de días en recuperarse del todo, pero tras un buen estofado en el salón de Fortunia recuperó el cuerpo.

    Gamal se sentía intrigado por Sigmund, insistiendo durante días para que combatieran, pero el segundo solamente le otorgaba negativas. El saber que no lo temía, sino que lo aburría, le enfurecía más al Shilí. Para más inri, el segundo día de agosto llegó el Rukh de Sigmund, algo que fue la gota que colmó el vaso.

    –¿En serio? ¿Un Rukh? Entonces has estado al oriente de lo que aquí llaman oriente.

    –Así es. Un largo viaje de una vieja historia. ¿Y tú? ¿Has estado alguna vez allí? ¿En los montes Rinboku?

    –Vi a lo lejos el monte Meru, pero jamás he estado cerca. Está fuera del desierto, lejos de mi hogar. Pero, pero… ¿Y qué hiciste allí?

    –Lograr el néctar. –dijo Sigmund en un tono burlón mientras introducía una nueva carta en la bolsa que tenía la enorme ave para el transporte.

    Sigmund se despidió de su alado compañero y marchó. Gamal, atónito, miró el impresionante vuelo de la criatura y enseguida se le unió Sabir.

    –¿Eso es un Rukh? No sabía que fueran reales. –dijo el hermano recién llegado mientras observaba al otro.

    –Ese Sigmund. Es un hombre callado pero interesante.

    –Es un hombre increíble. No hay que subestimarlo.


    *****​


    Dos días después, el 4, se dio la llegada de Dhalion, Pierre y Horne, los cuales habían tardado algo más de lo esperado. Con un carromato de larga envergadura que ocultaba el interior, tirado por cuatro caballos y llenos de tablones y alguna que otra herramienta se presentaron a la entrada del motel. Algunas partes de la futura barcaza incluso estaban montadas.

    –Me quedaré a cuidar el carro. No quiero que nadie cotilleé lo que hay dentro. –Se ofreció Pierre. Recibió un gesto afirmativo por parte de ambos.

    Entraron en el humilde hotel y observaron un montón de mesas redondas rodeadas de gente que comían estofado. El dúo miró en busca de una cara conocida, pero solamente recibieron las miradas fijas y el silencio de la gente que había visto a Dhalion.

    –En este país parece que tengo monos en la cara. –dijo Dhalion antes de darse media vuelta y salir. Horne lo miró con cara de pena, para después seguirlo.

    –No es que estemos en el país más tolerante de todos… –opinó el inventor en voz alta.

    –¿Acaso en qué país tenemos respeto? –Horne simplemente agachó la cabeza–. En algunos lugares creen que somos sus esclavos por nacimiento, en otros por tener una fe diferente. Tranquilo muchacho porque es algo a lo que ya estoy acostumbrado. –Dhalion paró su discurso un segundo hasta que el otro estaba encima–. Aunque también te confesaré que hay ocasiones en los que siento algo de placer matando, sobre todo cuando es uno de esos hijos de puta que te atacan solamente por medir pie y medio de menos.

    –¿Qué quiere decir?

    –¿Te crees que suelen menospreciarme por seguir la fe de Hierónymus? No. Muchos solamente se lanzan a darme muerte porque creen que es fácil y, además, no tendrán castigo.

    En aquel momento Alphonse y Sabir aparecieron al fondo.


    *****​


    A un día de viaje, los Hokwoju se encontraban en las cercanías al monte Inyan Mni, su monte sagrado. Tras haber dejado su poblado agricultor, el líder Cuervo de Hierro patrió con una veintena de jóvenes para cazar los imponentes bisontes de las inmediaciones, pero jamás dentro del territorio sagrado.

    Se encontraban descansando en el inicio de un pinar junto a una larga pradera verdosa y pálida llena de bisontes. Uno de ellos, el más joven, atisbó a lo lejos que dos hombres se acercaban. Uno de ellos preguntó si eran peligrosos, pero Cuervo de Hierro hizo un gesto con la mano para que se calmaran.

    –Buenos días jefe Cuervo de Hierro. –dijo John O´Sullivan cuando daba los últimos pasos.

    –Hola Mato Sa. No esperaba verte aquí. –saludó el líder, un hombre de nariz prominente, cara algo redonda, tez tan oscura como la de sus compañeros, apenas vestía un taparrabos y tenía los cabellos cubiertos por una densa fila de blancas plumas. En sus manos sostenía una gruesa lanza.

    –¿Mato Sa? –preguntó Herschel en voz baja.

    –Así me llaman. Significa oso rojo. –contestó en el mismo tono de voz para, después, continuar. –Vengo del pueblo. Su mujer, Waŋblí me dijo que habíais salido de caza y necesito la ayuda de vuestro sabio, Búho Amarillo.

    –¿Necesitas calmar tu tormento? ¿Ocultar al Hestovatohkeo’o?

    –Así es.

    –Hinhan To, ungido por Untunktahe y Kssa, el agua y la sabiduría. Ayuda a este pobre hombre para que el mal no corrompa su ser.

    Entre ellos se levantó un hombre de unos cincuenta años y ligeramente cheposo. Éste vestía con un taparrabos que llegaba hasta al suelo tanto por delante como por detrás y era verde con detalles rojos. En el pecho se percibían algunas cicatrices y en la parte trasera de su cabeza cuatro bellas y largas plumas caían hacia atrás.

    –Acompáñame. –dijo el Chaman mientras agarraba la mano de John y se metían en las sagradas tierras de Inyan Mni, un bello monte rocoso que recordaba a un tocón de madera, rodeado por un frondoso pinar y con una cristalina cascada en medio que reflejaba la luz del sol, haciéndola visible desde muy lejos.


    *****​


    Bertans, Gamal y Sigmund, por la tarde, habían salido a cazar, cada uno con un mosquete. Por las praderas color cartujo observaron todo tipo de animales, muchos de ellos nunca vistos. Pronto se habituaron a ver bisontes, aunque por el peso de aquellas criaturas decidieron no cazar uno, sino algo más ligero.

    Bertans apuntó el arma al ver un grupo de conejos del desierto a unos veinte pies de distancia. Siguió aquellos pelajes que tan bien se camuflaban con el pasto y disparó, errando el tiro por poco. El grupo se dispersó y desapareció a través de agujeros y matorrales.

    –Mierda…

    –¿Por qué no usas tu nueva arma? –preguntó Gamal. –Me han comentado que es increíble.

    –Los recursos son limitados. Quiero que me aguante los meses de viaje.

    –Como sigamos disparando a tanta distancia con estos mosquetes hoy no cenamos. –dijo Sigmund.

    –¿Y un venado que os parece? –dijo Gamal al ver un ciervo a lo lejos.

    –Parece que va al arroyo de más abajo. –susurró Bertans.

    –Rodeemos esos matorrales de ahí y estaremos prácticamente encima. –añadió Sigmund en voz baja.

    El trio se acercó en silencio y con cierta distancia regular entre ellos. Evitando pequeñas ramas o piedras que pudieran causar ruido avanzaron hasta colocarse a la par del arroyo. El venado, de cornamenta bifurcada y ligeramente desarrollada hacia adelante, se paró frente el agua para beber. Miró a su alrededor, pero no observó nada y agachó su cabeza para beber. En aquel momento el trio apuntó sus armas. Tras unos segundos, Gamal disparó dando de lleno en la cabeza del animal.

    –Parece que hoy tenemos cena.

    Entre los tres, a su hombro, cogieron el animal y partieron hacia Fortunia, lugar al que llegaron cuando el sol estaba a punto de bordear el horizonte. En la misma entrada del hostal se encontraron a Alphonse, Nicolas y Sabir, hablado en círculo, y algo preocupados.

    –Traemos la cena. –dijo Bertans, momento en el que se dio cuenta de que todos tenían largas caras. –¿Qué ocurre?

    –Dhalion, Pierre y Horne han tenido un contratiempo con la barcaza. –explicó Alphonse. –Hay tiempo de sobra para volver a Pueblo Parado para cortar las partes necesarias, pero no se podrán preparar tan bien como teníamos pensado.

    –¿Y qué vamos a hacer con Horne? Teníamos pensado enseñarle muchas cosas de aquí a octubre.

    –Eso estábamos hablando. He pensado algo, pero me gustaría hablarlo mañana a la noche. Cuando expliquemos todo el plan con detalles.

    –¿Mañana? ¿Por qué no hoy?

    –Mira. –Alphonse estiró su brazo para pasar una carta a Bertans. Éste, sin legar a leerla, le echó un rápido vistazo.

    –¿Los O´Sullivan llegan mañana?

    –Eso pone. Lo han enviado por correo urgente. Al parecer están a un día de viaje.


    *****​


    Al día siguiente, tras la hora de comer, los O´Sullivan llegaron a Fortunia a caballo. Éstos no llevaban mucho equipaje encima, pero si que llamó la atención de Alphonse una caja de madera que colgaba del corcel de John. Éstos, tras bajarse, saludaron a sus compañeros y se presentaron los que aún no se conocían. Después, bajaron sus equipajes, siendo John cuidadoso con la caja de madera.

    –Espera que te ayude. –dijo Alphonse, mientras estiraba sus brazos para echar una mano al mayor de los O´Sullivan.

    –Muchas gracias.

    –¿Qué llevas para ser tan delicado?

    –Son unos viales de cristal con láudano. Para cuando los achaques de la pierna no suelen dejarme dormir.


    *****​


    A la noche los once hombres se reunieron en la habitación del Alphonse. Este dormitorio, al igual que el resto, no era muy grande y a duras penas entraban, pero gracias a poner la mesilla de noche en el centro consiguieron entrar mejor. Junto al mueble, el líder se colocó para explicar el plan con la ayuda de tenue luz de una vieja lámpara y un pequeño mapa dibujado previamente pro Nicolas.

    –Lo primero, he de agradeceros a todos el estar tan pronto en Fortunia. Todavía es 5 de agosto, tenemos dos meses, y ya estáis todos aquí. Gracias a ello, ante un pequeño imprevisto, tenemos un gran margen de maniobra.

    –¿Exactamente cuál ha sido el imprevisto? ¿Qué le ha ocurrido a la embarcación? –preguntó Gamal.

    –Cuando construyes una embarcación siempre hay algún recurso de sobra por si se te va la mano al cortar. –explicó Dhalion. –Es por ello que compramos y cortamos madera de más.

    –Al grano, por favor.

    –Alguien robó la madera sobrante. La guardamos en nuestro carruaje, tras el hotel. Pero no nos dimos cuenta hasta ayer, al empezar a trabajar por la mañana, cuando vimos que una de las piezas del mástil estaba demasiado cortada. Podían haberla robado hace días y no darnos cuenta.

    –¿Sabotaje? –preguntó el cortante Sigmund.

    –No tiene pinta, pero también me parece raro que yo cortara aquella pieza de esa forma… me parece una auténtica chapuza. –El tono de Dhalion pasaba a uno mucho más enfadado.

    –Tranquilo. Todo tiene pinta a que hay gente a la que no le gusta nuestra presencia. Es por ello que he pensado en continuar el trabajo en Pueblo Parado. John O´Sullivan os acompañaría.

    –He estado allí más de una vez y conozco un viejo granjero que puede dejarnos su establo para construir la embarcación. Tendríamos un lugar seguro, además de el aserradero en la cercanía. –explicó John.

    –Bien… Horne. –continuó Alphonse con la explicación.

    –Sí. –respondió al instante, mostrándose algo nervioso.

    –Tú tendrás el doble de trabajo. Es tu primera vez en una compañía y al territorio que vamos no es moco de pavo. Sigmund irá con vosotros. Entre los cuatro quiero que lo preparéis bien.

    –Tenemos dos meses y la teoría te la sabes. Irá todo bien. –dijo Sigmund, sentado en la cama junto a Horne. El phínico llevó su mano al hombro del inventor con idea de calmarlo.

    –Gracias.

    –Dicho esto, vamos con los detalles. –Alphonse se centró en el plano y dirigió su dedo índice al punto que marcaba Fortunia–. La idea sigue siendo partir de aquí el día 10 de octubre, por lo que nos juntaríamos en este cruce proveniente de Pueblo Parado el día siguiente. –El dedo se deslizó a través de una línea que se unía a otra proveniente del otro pueblo, al noreste del primero–. De ahí, el día 12 o 13 estaremos en el Valle del Trueno, donde descansaremos con los nativos de allí. –El dedo se paró en una cadena montañosa donde la raya acababa.

    –Ahí viven los Wapahaska. –dijo John. –Un grupo bastante pacífico, aunque con una increíble capacidad belicosa. Necesitamos su ayuda, por lo que no solo tenemos que evitar el enfrentamiento, sino que además debemos llevarnos bien.

    –Bueno, llegaremos allí educadamente y les pediremos ayuda a cambio de algo que podamos proporcionales. –aportó Gamal.

    –¿Y te crees que te ayudaran? Ellos tienen sus costumbres, su ritmo de hacer el día a día y sus obligaciones. Nosotros no podemos llegar y esperar que hagan las cosas cuándo y cómo queramos.

    –Todos me preguntasteis por qué íbamos a realizar la expedición en otoño. He aquí la respuesta. John, por favor.

    –Cuando Alphonse me carteó esta idea inmediatamente pensé en seguir la ruta que supuestamente el explorador siberniano Fernando de Torrequemada hizo en 1587. En primer lugar, esta expedición nunca volvió y no se supo nada de ellos más allá de estas montañas de aquí. –El hombre se acercó a la mesa y señaló con su dedo una cadena montañosa a la misma latitud que el Valle del Trueno, pero lejos, a unas 1000 millas hacia el este–. En segundo lugar, esta ruta, que sigue el rio que desemboca cerca de Applestone, se puede hacer un arco y meterse bastante en el continente. Es una zona llena de vendedores de pieles, tanto de Nueva Albeny como de Vineland, pero nadie se atreve a subir en la montaña.

    –Son conocidas en el país como las Montañas de los Merodeadores. –explicó Herschel. –Su nombre viene de unas criaturas llamadas Merodeadores, pero apenas existe gente viva que las haya visto. Lo poco que he conseguido saber de ellos es que de forma individual no son muy peligrosos, pero cuando atacan en grupo pueden planificar redadas muy definitivas.

    –Si sumamos a todo esto que no interesa que se sepa en otros países de nuestro hallazgo, andar por esa ruta de cazadores de pieles se convierte en algo con lo que no podemos contar. Solamente hay que recordar que los Skreela de Vineland han intentado encontrar el Paso del Mar Bóreo durante siglos. –añadió Bertans.

    –Y si esos seres, con sus gruesos pelajes y rápidas velocidades, no han conseguido llegar. ¿Por qué nosotros lo haremos? –preguntó Pierre.

    –Porque nosotros hemos tomado otro plan totalmente diferente. –dijo Alphonse con total seguridad.

    –Volviendo al tema de los Wapahaska. Cuando alguien del grupo se quiere autoproclamar líder hacen una especie de viaje espiritual hacia el norte. En éste, parte del grupo acompaña al futuro líder hasta un gran lago al otro lado de las montañas, donde se separan. El grupo se vuelve atrás y el aspirante viaja hacia el oeste. Nosotros aprovecharemos esta oportunidad para cruzar las montañas, con su ayuda, siendo ésta quizás la parte más peligrosa del viaje.

    –Es una buena oportunidad para conocer los peligros de la zona, sobre todo de cara a la vuelta. –dijo el líder.

    –Una vez llegados a ese lago todo se limitaría a seguir el curso del rio hasta el mar, ¿no? –preguntó Sabir.

    –Así es. –Alphonse volvió a coger las riendas de la conversación y se levantó de la silla. –He estimado que el rio tendría unas 1000 millas de largo, de calcular por lo alto no creo que supere las 1200. Sin contar las paradas, a través del río, en poco más de dos semanas, estaremos en el Mar Bóreo.

    –¿Suena fácil no? –bromeó Pierre.

    –¿Alguna pregunta?
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    13º Capítulo: “Dos meses”


    Tras la reunión todos se fueron a dormir salvo Pierre que había visto un caso a su disposición, aunque no tendría tiempo para resolverlo. Decidió darse un paseo por el pueblo aprovechando que la mayoría de la gente se había ido a dormir, aunque la gente aún salía del hostal, la mayoría cazadores de pieles en estado de ebriedad.

    En primer lugar, fue a la parte trasera del edificio, lugar donde tenían guardada la carreta. Nada más girar y ver la carreta, observó que dos grandes sombras de movían en el escaso metro entre el vehículo y la pared. Pierre, alerta, se volvió rápidamente atrás y cogió su pistola de chispa de la cintura, sujetada en la parte trasera con el cinto. Metió una de las balas del bolsillo y colocó la pólvora. Después, retrocedió el martillo y con el arma adelantada se acercó a los dos hombres en silencio.

    –¿Qué hacéis?

    –¿Qué cojones? –dijo uno de ellos mientras se llevaba las manos a los pantalones.

    –No estamos haciendo nada. –dijo el otro mientras daba unos pasos hacia atrás muy nervioso.

    –Vámonos.

    –Sí, vámonos.

    Ambas sombras, aparentemente gordas y peludas, se marcharon con el rabo entre las piernas, en uno de los casos de forma literal. Pierre simplemente se rio de lo absurdo de la situación.

    Cogió el arma de forma que se quedara boca arriba y no se cayera la bala por si la necesitaba. Se subió al carruaje apartando la lona colgante con un brazo y observó la mitad del esqueleto de la barca montada. Se acercó a la pieza mal cortada y la observó detenidamente. Como Dhalion había dicho, era un corte demasiado feo para alguien tan experimentado como Dhalion. Pero su preocupación iba más allá. ¿Con qué la habían cortado?

    Observó las herramientas y supuso que lo último que había usado era el cuchillo de alisar. Pero aquel acabado no había sido alisado con ello. Era como si hubieran pasado cualquier otra herramienta alisando sutilmente la madera, seguramente una sierra de dientes.

    –Sí, seguramente usaron eso para joder la pieza. –dijo Dhalion tras él, desde el suelo. –La verdad no se para qué se tomaron tantas sutilezas.

    –Para ganar tiempo. –respondió Pierre, quien solo veía parte de la cabeza del martinico. –La madera seguramente la robaron días atrás, pero vieron que no era suficiente para detenernos. Por eso decidieron romper el mástil. Si lo hubieran jodido de forma más notable nos habríamos dado cuenta rápido y seguramente habríamos limitado el número de sospechosos.

    –¿Entonces como pretendes pillar al culpable?

    –La única forma es encontrar la madera. –Pierre salió del carruaje.

    –De ser así tenemos una ventaja.

    –Oh… Claro… La mayoría de edificios de aquí están erigidas sobre madera de pino, pero esta joya es de madera de haya.

    –Y ese árbol no crece en este continente. –dijo Dhalion mientras Pierre bajaba de un salto.

    –¿Quieres dar un paseo?

    Los dos caminaron por el pueblo, aunque pronto el pequeño se dio cuenta de que el forense tenía un destino fijo. Hacía tiempo que tenía unos pensamientos en la cabeza, por lo que se aventuró a preguntar.

    –¿Eres siempre así de descarado?

    –¿Por qué lo dices?

    –Para mí no es molesto, pero teniendo en cuenta lo ordenada o cuadriculada que algunos en esta pequeña empresa, tu actitud puede ser un motivo de conflicto. De momento nos resulta cómico, pero cuando estemos con el termómetro de mercurio a bajo cero dudo que tengan ganas de reírse. Eso sin contar un error por tu forma de actuar. Creo que eres un buen hombre, además de inteligente, pero también eres muy impulsivo. –Pierre se le quedó mirando unos largos segundos pensativo, sin saber que decir. Cuando lo tuvo claro, miró al suelo un instante y volvió a mirar al martinico.

    –Gracias Dhalion. De verdad, te lo agradezco. Y te aseguro que tendré en cuenta tu consejo.

    –Esperemos que no tengamos pérdidas a lo largo del camino. Todo cuidado posiblemente no sea suficiente y tendremos que tomar decisiones realmente complicadas.

    –Por suerte, tenemos al gran Alphonse Flinders al mando.

    –Al menos eso inspira más confianza. –bromeó Dhalion.

    –¿Acaso tienes miedo?

    –Ni en tus mejores sueños.

    Finalmente, llegaron al destino que buscaba Pierre, la casa del alcalde. Estaba a oscuras, por lo que supusieron que estaba dormido. Rodearon la casa con cuidado de que nadie los viera, observando las ventanas, pero no vieron nada en el interior del edificio. En la parte trasera observaron que salía un pequeño sendero que acababa unos cien pasos en un granero. Ambos se miraron y tras una mueca, partieron hacia allí.

    –No tiene ventanas. –susurró Dhalion. –Tampoco creo que debamos abrir la puerta. Meteremos demasiado ruido.

    –Justo estaba pensando en ello. ¿Tienes un cuchillo?

    –Sí. –Sacó un largo cuchillo de su cintura y se lo pasó a Pierre.

    –Ven.

    Los dos caminaron hacía la parte trasera, lugar donde nadie podría verlos. Observaron los tablones que cubrían la pared, golpeando suavemente algunos, hasta que Pierre vio uno algo más dañado que el resto. En el hueco de las maderas clavó el cuchillo e hizo palanca, rompiendo ésta y sacándola. Mientras, Dhalion vigilaba. Una vez quitados tres maderos, el martinico se coló dentro. No tardaría mucho en salir.

    –No he encontrado nada salvo una amarilla coronada escondida en un arcón.

    –Vaya, vaya…


    *****​


    A la mañana siguiente prepararon el carro entre todos para partir tras la comida, algo que acabaron pronto gracias a que, sorpresivamente, todos se habían levantado pronto. Al haber realizado la tarea se preguntaron todos qué hacer hasta la hora de comer. Bertans propuso abrir una de esas botellas que aún le quedaban, aunque el joven Herschel tenía otro tipo de intenciones.

    –Alphonse, en Applestone me prometiste algo.

    –Vaya ansia. –bromeó el líder. –Pero creo que deberíamos dejarlo para otro día.

    –¿Quieres combatir? –interrumpió Gamal, que últimamente se aburría demasiado.

    –Claro. Entrenar me vendrá bien. –Herschel comenzó a doblar las mangas de su blanca camisa.

    –¿Con eso pretendes defenderte? –intentó picar el de oriente.

    –No, solo ganarte. –En una postura arrogante, sacó uno de sus largos cuchillos y empezó a jugar con él entre sus dedos

    –Está bien. –Gamal, algo sonriente, sacó su cimitarra de la cintura y con ambas manos la alzó hasta tenerla por encima de su cabeza.

    –Apuesto por Gamal. –dijo Pierre.

    –Yo por el chaval. –le respondió Dhalion, que estaba junto a él.

    –Apuesto también por mi hermano.

    –Pues yo por el shilí. –dijo Bertans. Sigmund y Alphonse se mantuvieron en silencio.

    –¿Podemos entrar en la apuesta? –preguntó un hombre tras ellos, acompañado de otros dos. Poco a poco los habitantes del lugar y vendedores de pieles de paso se acercaron para ver el espectáculo hasta crear un círculo alrededor de ellos.

    –¿De dónde ha salido tanta gente? –preguntó Horne.

    –Creo que la mayoría ha salido del hostal. –respondió Sabir.

    –Seguramente sea lo más entretenido que ha pasado aquí en años. –vaciló uno de los hombres de al lado.

    Gamal se lanzó contra Herschel sin dudarlo, lanzando su cimitarra de forma descendente hacia la cabeza. El joven lo detuvo cruzando su cuchilla con la de la otra arma y no se demoró para empujarla hacia afuera y de seguido intentar hacer un tajo en la tripa, ataque que Gamal esquivó dando un salto atrás. Herschel no se detuvo e hizo un ataque horizontal hacia adelante, la cual el otro repelió con el interior de la hoja curva hacia arriba, manteniéndola ahí. El joven no se detuvo y de la cintura, con la mano izquierda, sacó su otra daga, con la que intentó atacar en el lado derecho de oponente. El de oriente, al verlo, deslizó su arma haciendo un giro y empujando las dos cuchillas hacia un lado, la anterior con la parte interior de la cimitarra y la nueva con el exterior. Ambos volvieron a distanciarse.

    –¡Chaval! Mata a esa bestia.

    –Tu, secuestrados, ¿a qué esperas?

    –Como no ganes te colgaré tus huevos morenos.

    El griterío había aumentado y los empujones habían hecho que el círculo se redujera un poco. Fue en aquel momento cuando Alphonse y Sigmund se dieron cuenta que mucha pasta se estaba moviendo. Tal vez aquel combate amistoso no acabaría tan bien como aquella gente sedienta de sangre se esperaba.

    –¿Llevas un arma? –preguntó el líder a Sigmund, quien le asintió.

    Herschel volvió al ataque, esta vez turnando rápidos golpes de izquierda y derecha, los cuales fueron rápidamente detenidos sin mover la cimitarra en alto, pero obligando a retroceder a Gamal. De repente, el muchacho clavó su arma izquierda en la cimitarra, bloqueándola, y lanzó un ataque al costado de Gamal, quien le devolvió una mueca. Tras ella, alzó su pierna y pegó un fuerte empujón a Herschel, lanzándolo hacia atrás. Para cuando pudo reponerse, se lanzó hacia adelante, pero solamente pudo abrir los ojos para ver que la cimitarra estaba a la altura de su cuello.

    –Parece que has ganado. –dijo el Joven.

    –¡Acábalo! –gritaban algunos.

    –No ha estado nada mal joven. Aunque aún te queda mucho por aprender. –Gamal, ignorando al resto, retiró el arma para ofrecerle la mano y levantarlo.

    El jolgorio se acrecentó, algunos celebrando la victoria y otros lamentándose por la pérdida de dinero. Los deseosos de sangre comenzaron a violentarse, aunque Gamal simplemente les lanzó una mirada furtiva.

    –Vaya maricón. –dijo uno, un hombre regordete y barbudo.

    –Solo es un cobarde secuestrador, como todos los de su país. –continuó el compañero junto a él.

    –¿De maricones sabéis bastante no? –interrumpió Pierre, que se encontraba junto a ellos, silenciándolos.

    –Anda, vámonos a tomar algo. –le dijo Herschel a Gamal, retirándose hacia el hostal. Mucha gente, sobre todo los ganadores de las apuestas, los siguieron a hacer lo mismo. Bertans, Dhalion, John y Horne hicieron lo mismo.

    Pierre, en cambio, se había dado cuenta de que Alphonse y Sigmund estaban al margen de todo. Miraban fijamente a un hombre, el sheriff, quien se encontraba con una libreta apuntando todo. El phínico no se demoró en ir donde ellos.

    –¿Va todo bien?

    –Creo que deberíais marchar cuanto antes. –dijo Sigmund.

    –No sé qué está tramando el alcalde, pero creo que nos hemos buscado un enemigo. Vamos a comer rápido y partiréis hacia Pueblo Parado ya mismo. –decidió Alphonse.

    –Está bien. Pero hay una cosa que debes saber.

    –Dime.

    –Ayer Dhalion y yo estuvimos haciendo unas pequeñas indagaciones. Descubrimos el secreto del alcalde.

    –Encontramos una amarilla coronada en su granero. A ojos de este país, es un traidor.

    –¿Qué hacíais en su granero?

    –Pensamos que era el principal sospechoso. Además, hay una forma de saber quién robó la madera.


    *****​


    Tras una rápida comida no se hicieron esperar. Sigmund cogiendo las riendas de los caballos y acompañado de John, se despidieron del resto. Atrás se montaron Dhalion, Horne y Pierre, quienes se encargaron de atar todo bien.

    –¿Estáis seguro de que irá todo bien? –preguntó Sigmund.

    –Algunos pedidos, como la comida, nos los van a traer aquí. Tenemos que esperar. –respondió Alphonse, entendiendo la preocupación de su compañero.

    –Se que me andan buscando la boca, pero no te preocupes. Intentaré mantenerme al margen de la sociedad. –dijo Gamal. –He visto el periódico esta mañana, por eso he ignorado los comentarios durante el combate.

    –Horne, te deseo buena suerte en tu entrenamiento. Espero que no se te salgan los ojos de las órbitas. –bromeó Bertans.

    –¿Qué? –respondió Horne confuso mientras el resto se reía.

    –Tranquilos, intentaré que no se nos muera o tendremos problemas con el señor Rottenatch. –dijo Sigmund.

    –¡Hombre! Pero si el phínico tiene sentido del humor. –vaciló Dhalion.

    –En dos meses nos vemos caballeros. Espero que os vaya todo bien. Cualquier cosa, estaremos en contacto mediante los mensajeros. –se despidió Alphonse.

    –Entrenad duro y acabad el barco. Nosotros nos encargaremos de los víveres y las pieles. –les explicó Bertans.

    –Buena suerte compañeros. –dijo Nicolas.

    Y los cinco partieron hacia Pueblo Parado en aquel carruaje tirado por cuatro caballos.


    *****​


    Unas horas antes, poco después del amanecer, Gamal y Sabir daban su paseo matutino cuando vieron que un chaval de unos doce años vendía periódicos. El muchacho gritaba atrayendo a las gentes, aunque de momento muy poca gente caminaba por las calles. Los que deseaban cazar habían madrugado para la paloma y los que buscaban el búfalo no tenían tanta prisa.

    Sabir cogió el periódico, leyendo rápidamente el principal titular.

    –Toma Gamal, cógelo y lee el titular.

    Gamal, por el titular y la foto de portada, rápidamente su atención fue captada. Sabir le entregó un par de centavos al joven vendedor y se retiraron con el periódico.

    –¿Qué está haciendo ese imbécil sultán? –preguntó Gamal mosqueado mientras observaba la imagen de un gran buque de guerra en llamas. Pasó las páginas y comenzó a leer las columnas con rapidez, de vez en cuando preguntándole alguna palabra a su hermano.

    –Ni idea, pero ocurrírsele secuestrar a una veintena de neoalbenienses. Está loco.

    –Tal vez no… –El Shilí comenzó a leer en voz alta–. Los piratas del Mar del Arco, bajo las órdenes del Sultán de Solantia… esos piratas nunca han obedecido al sultán, como mucho al pachá de esa región, quien cobra a los mercantes por no ser atacados. Tal vez el sultán haya ordenado llevarlos a la capital y protegerlos con idea de evitar un conflicto mayor.

    –Entonces… esto es bueno para nuestros planes, hermano. Esos piratas que viven al sur de Solantia y el Mar del Arco llevan décadas intentando desligarse del sultanato. Tal vez sea un detonante para una independencia o una guerra civil que los merme.

    –Ojalá. ¿Crees que el sultán intentará sacar partido de la situación?

    –Por supuesto, no sabe hacer otra cosa. –dijo Sabir pensativo. –Tal vez debamos pasar desapercibidos. Nuestra presencia no creo que sea de agrado por aquí. Ya bastante nos delata el color de nuestra tez.


    *****​


    A la mañana siguiente Alphonse y Bertans desayunaban en una de las mesas del hostal, unos deliciosos huevos fritos de un fuerte olor que había inundado el cuarto. El día anterior la vendedora había pasado por el poblado, por lo que todos aprovecharon, algunos acompañándolos con un algún trago fuerte, sobre todo wiski.

    –Es cierto que en este país la gente no sabe comer. –dijo Bertans.

    –Pues si supieran que ese wiski caro que pagan estará mezclado con aguarrás no les haría tanta gracia.

    –¿Antes de la independencia de Nueva Albeny esto era así?

    –Cuando yo nací esto ni se conocía salvo por unas expediciones sibernianas. En la colonia el comercio era grande, por lo que el alcohol solía ser de calidad. Pero la guerra y la conquista del oeste no ha traído más que precariedad.

    –¿No temes que te reconozcan?

    –Han pasado once años desde la última vez que pisé el continente de Atharia. He envejecido mal Bertans, dudo que la gente me ponga cara. –vaciló Alphonse.

    –Quién nos vería hace treinta años y quien nos ha visto ahora.

    –Aquellos días sí que eran buenos.


    *****​


    Mientras tanto, a las afueras del edificio, un mensajero atravesaba Fortunia. Un joven, a elegante caballo y con el uniforme militar, cruzó llamando la atención de todos los presentes. Su traje, totalmente blanco, con una cruz amarilla, faja del mismo color y cubierta por una capa azul oscura chocaba con todos los colores de alrededor. El caballo se detuvo frente a la caseta del sheriff y entró.

    Apenas tres minutos hicieron falta para que salieran, tanto el joven militar como el alguacil. Pronto vino el aprendiz del viejo sheriff, quién preguntó intrigado. La respuesta fue breve y concisa.

    –Hay un traidor en el poblado.
     
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    14º Capítulo: “Traidor”


    –Parece que el alcalde se ha calmado. Ya no va a por Gamal. –explicó Sabir mientras alzaba su brazo y pegaba un fuerte trago de cerveza.

    –Aun así, ronda mucho a nuestro alrededor. Nos vigila constantemente, si no es él, es uno de sus hijos. Como si fuéramos a hacer algo ilegal. –dijo Gamal.

    –Igual está esperando a que cometamos un error para meternos en problemas. –propuso Alphonse.

    –Tal vez ésta sea la respuesta. Es el periódico del día 9. –dijo Herschel, mostrando el semanario sobre la mesa. –Tal vez el alcalde se piense que somos parte de los Restauradores.

    –¿Los Restauradores? –preguntó Bertans.

    –Desde la independencia de Nueva Albeny ese grupo busca motivos para que Gran Arthuria invada el país y que los indígenas apoyen la conquista. –explicó Alphonse. –Y creo saber quién es el traidor…


    *****​


    Sigmund y Horne comenzaron su entrenamiento al amanecer de aquel 13 de agosto. En el pinar de Pueblo Parado, en una zona apartada de los leñadores, los dos se encontraban ante un gran tocón de madera donde habían colocado los dos mosquetes.

    –¿Alguna vez has disparado? –preguntó el phínico.

    –Claro. El crear armas hace que de vez en cuando tengas que probarlas.

    –Bueno, pues veamos tu puntería.

    Ambos cargaron las armas, colocaron la pólvora en el interior y después rellenado el cebador. Sigmund, quien había acabado antes, apuntó y sin pensárselo mucho disparó a un tronco, a unos ciento cincuenta pies de distancia, dando de lleno.

    –Tu turno.

    Horne apuntó a una bolsa de arena que colgaba de un pino a algo menos de cien pies de distancia. Sigmund no perdió de vista ni un solo movimiento y cuando el otro apuntó, observó que el brazo izquierdo le temblaba. De repente, Horne disparó, pero la bala pasó por debajo de la bolsa.

    –Mierda…

    –Tranquilo. –Sigmund hizo una mueca. –Ya veo el problema. Hay que entrenar esa fuerza. Con tu brazo izquierdo deberías aguantar el peso del arma y alzarlo un poco más, para que el tiro no vaya de forma descendente. ¿Lo intentamos de nuevo?

    –Venga.

    Horne volvió a cargar el arma y tras casi un minuto, volvió a disparar siguiendo los consejos de Sigmund. El tiro, esta vez, dio en la cuerda haciendo que la bolsa de arena se cayera al suelo. Sigmund se rio.

    –Has hecho lo más difícil.

    –Creo que es la primera vez que veo que te ríes así. –Sigmund dejó el arma contra un pino y se sentó en el tocón. Horne, de seguido, hizo lo mismo hasta colocarse frente al otro.

    –¿Qué motivación tienes para volver de esta misión? Más allá de guardar tu propia vida.

    –Es una buena pegunta… –El inventor suspiró–. Creo que quiero volver a ver a mi familia. En los últimos años he sido un esclavo para Rottenatch y salvo a mi hermano pequeño un par de veces, no los he visto.

    –¿Dónde viven?

    –En Esvartia, en la Región de Lacedenia. Mi padre era el rey.

    –Espera… ¿Tu padre era uno de los dos reyes de la diarquía esvartana?

    –Sí, aunque bueno... Mi hermano mayor es el que está en la capital, respondiendo ante el sultán. El segundo hermano lo acompaña, haciendo algunos trabajos para el sultán. Mientras tanto mi hermano pequeño se dedica a hacer negocio a través del Mar del Arco y el Océano Atalante.

    –Pero tu apellido es phínico.

    –Horne de Saint George… Una vieja villa que le fue otorgada a mi familia. Cuando Solantia invadió el Reino de mis padres hui del lugar junto a mi hermano y oculté mi verdadero apellido por temor a una represalia. Desde entonces simplemente tuve que tirar de mi ingenio para vivir.

    –Es curioso… –Sigmund observaba el fondo del bosque con los ojos en blanco

    –¿Por?

    –Nada, nada. –El hombre volvió en sí.

    –¿También tienes una familia esperándote a tu vuelta?

    –Hace mucho tiempo que nadie me espera a la vuelta…


    *****​


    Pasó otra semana de trabajo. Alphonse ataba las riendas a la cabeza del caballo para llevar algo de comer a Gamal y Herschel, quienes se encontraban de caza. Sabir y Bertans, mientras tanto, fueron a negociar con algunos vendedores de wiski. Pensaba que el segundo al mando se le acercaba, cuando un viejo de barba y pelo cano lo abordó.

    –¿A usted lo conozco de algo? Ayer lo vi y su cara me resulta conocida.

    –Creo que se equivoca, buen hombre.

    –¿Usted combatió en la guerra no?

    –Ah… si, si… pero esas son viejas batallitas.

    –Tu eres el general ese… Flinders. León Flinders. Pensaba que habías muerto.

    –Vaya… ojalá… pero me ha confundido. –dijo Alphonse muy incómodo. –No es la primera vez que me confunden con él.

    –Oh… ¿seguro? –respondió el viejo algo decepcionado. –Qué lástima. Discúlpeme las molestias. Ya la edad no perdona. Pero realmente se parece mucho a él.

    –Si, si, suelen confundirnos muy a menudo. Mire que gran héroe fue que once años después siguen confundiéndome con él. Fue… fue una gran pérdida.

    –¿Le puedo invitar a una cerveza como disculpa?

    –Lo siento caballero, pero tengo que llevar estos alimentos a mis compañeros. Si no le importa, en otro momento.

    –Una cerveza rápida. Solo será media hora. Entretén un poco a este viejo soldado con alguna historieta.

    –Está bien. Tomemos esa cerveza.


    *****​


    Sabir y Bertans volvían de sus negociaciones cuando se toparon cara a cara con el sheriff, su joven aprendiz y el soldado. El primero, un hombre viejo, de largas patillas canosas que se unían en el bigote, pocos dientes y pequeños y algo regordete, se detuvo y los miró pensativo. Los dos acompañantes lo miraron, para después dirigir sus miradas hacia Sabir y Bertans.

    –Caballeros, soy el sheriff Clouston. ¿Podría hablar con ustedes en privado? –dijo el sheriff, haciendo que ambos se miraran.

    –Claro. ¿Vamos a su caseta? –respondió Bertans.

    Los cinco caminaron en silencio hacia la caseta, el trio por delante y los otros dos por detrás. Adentro todos se sentaron alrededor de una mesa, pero sin haber distinciones entre unos y otros, cosa que le resultó informal para el dúo.

    –¿Queréis un trago? –preguntó el sheriff, ofreciendo un trago de wiski.

    –Si, por favor. –dijo Bertans.

    –No, gracias. No bebo. –respondió Sabir.

    –En primer lugar, quiero decir que podéis estar tranquilos. –dijo Clouston sirviendo el vaso. –Imagino que usted es granarthuriense, se ve a la legua, pero dudo que usted sea un Restaurador.

    –¿Qué? –dijo Bertans muy confundido.

    –Dudo que unos granarthurienses vengan a tramar nada al centro del continente. En todo caso, los traidores están infiltrados entre nosotros. No sería algo tan evidente.

    –¿Entonces por qué estamos aquí? –El bonachón se bebió el wiski de un trago.

    –Quiero hacer dos preguntas. Dos. Después, os podéis marchar.

    –De acuerdo. pero no sé en qué podemos ayudaros.

    –Bueno, bueno, eso lo veremos ahora. –Clouston desplazó la botella junto al baso de Bertans para que se sirviera lo que quisiera. –¿Qué quiere el alcalde de vosotros?

    – Los primeros días dos compañeros tuvieron un pequeño rifirrafe con él. No fue a más el asunto y todos fuimos por nuestro lado. Desde entonces no ha habido más problemas, salvo que el alcalde no nos ha dejado de perseguir.

    –A veces, llega a un punto enfermizo. –añadió Sabir.

    –Lo sé, lo sé. Me visitó ambas veces para deteneros. Aunque hace años que ignoro sus ataques. He visto mujeres con histeria menos molestas

    –En menos de dos meses nos habremos marchado y esperemos que sin ningún contratiempo. –Bertans se sirvió otro vaso. –No queremos que nos meta en ningún problema.

    –E ahí la cuestión. ¿Sabéis algo del alcalde que podría explicar su actitud?

    –No. –dijo Bertans tras dos segundos de silencio absoluto. –No sabemos nada. Nosotros solamente estamos de paso.

    –¿Y qué encontrasteis en el granero del alcalde? –preguntó el joven aprendiz, de repente. –Os vi entrando al granero en la noche. Bueno, a vosotros no, sino al phínico y al martinico.

    –¿Qué visteis en el granero? –dijo el sheriff, serio y con ganas de pocas bromas.

    –Una amarilla coronada.


    *****​


    –Pero caballeros… jamás he peleado contra un animal. –dijo Horne asustado mientras que Sigmund, Dhalion y Pierre lo empujaban a un recinto embarrado y cercado.

    –Tranquilo, no tiene garras. No te hará daño. –dijo Dhalion, quien lo empujaba un poco por encima de la cintura.

    –Recuerda lo que te he enseñado y ponlo en práctica. Cualquier otro no tendría una oportunidad así. –lo tranquilizaba Sigmund.

    –Ca… cabrones. –decía Horne, quien no podía resistirse a los empujones.

    –Mucho ánimo. –acabó Pierre, acto seguido haciéndole un gesto a John.

    –Abre la compuerta. –le dijo John a un viejo que se encontraba junto a él. Éste agarró un asa metálica y tiró hacia arriba levantando una puerta de madera.

    La puerta, de metro y medio de alto, se alzó dejando a la vista un oscuro pasillo. Horne, temeroso, miraba a la oscuridad a la espera de que la criatura saliera.

    –¡Ponte en posición! –gritó Sigmund. El inventor le hizo caso acto seguido, flexionando las piernas y adelantando los brazos de forma arqueada.

    De repente, de la oscuridad salió un osezno que más allá de ignorar a Horne, comenzó a dar vueltas alrededor del cerco en busca de una salida. El hombre se acercó a la criatura y en cuanto lo vio se puso cara a cara con él. La criatura, incluso más aterrada que él, intentó rugir, pero aún era un cachorro.

    –¡Lánzate! –gritó Dhalion.

    Se colocó de rodillas y poco a poco se acercó. La criatura comenzó a dar pasos hacia atrás hasta que su culo dio contra la pared. Horne se lanzó bajo el cuello del osezno, cuello con cuello, y deslizó su brazo al redor del cuello. Rápidamente, aprovechando que el animal no llegaba ni a morderle el hombro, ni a defenderse con sus brazos, estiró su brazo izquierdo y agarró la pata trasera más cercana. El animal cayó de culo, para después seguir empujando y dejarlo boca arriba mientras se tumbaba contra él.

    Todos aplaudieron a Horne, quien había demostrado aprender a defenderse en poco más de diez días. Sigmund lo seguía mirando fijamente para después soltar una amplia mueca.


    *****​


    –Viejo Tommen. ¿Ya estas aburriendo a otro viajero? –le dijo un grupo de viajeros al viejo que acompañaba a Alphonse.

    –Lo había confundido con Leon Flinders. ¿No os creéis que se parecen mucho? –respondió el viejo mientras agitaba su cerveza en el aire.

    –Joder… es cierto. Si no fuera porque está muerto diría que es el mismo.

    –¿No tenía un hermano que apoyaba a Gran Arthuria? –dijo uno de ellos que lo miraba directamente.

    –Es cierto… se le parece mucho.

    –Me lo suelen decir muy a menudo. –insistió Alphonse. –Durante la guerra me metieron un tiro pensando que era él. Incluso lo celebraron cuando yacía en el suelo.

    –¿Dónde te dieron? –preguntó el viejo.

    –Por suerte, en un costado…

    –Espera… –interrumpió otro de ellos. –Tu eres el hermano de Leon. Alphonse Flinders. El explorador.

    –Os equivocáis caballeros. Yo…


    *****​


    –¿Qué es ese alboroto? –preguntó Clouston al escuchar un gran alboroto fuera de la caseta. Dejó su vaso de wiski y se acercó a la puerta mientras el resto lo miraba.

    Abrió la puerta y se dieron cuenta de que el alboroto iba en crescendo. Un gran grupo venía del fondo de la calle, del hostal, y parecía arrastrar a una persona. A la cabeza, iba el alcalde. El resto se acercó a la puerta.

    –Oh, oh… –dijo Sabir al observar que traían a Aphonse agarrado entre tres hombres, aunque él no ponía mucha resistencia.

    –Puñetero alcalde… Tenemos que hacer algo. –dijo Bertans dirigiéndose al sheriff.

    –Entrad adentro y que no os vean. No pueden ajusticiar a nadie sin mi permiso. Yo me encargo de todo.

    Bertans dudó unos segundos en los que miró fijamente a Clouston. Al verse con pocas opciones y motivo alguno para confiar, hizo un gesto a Sabir y entraron. Después, El alguacil se acercó a su joven compañero y le entregó un mensaje al oído. Este también entró adentro, pero luego salió por la ventana.

    –Soldado. Salgamos. Tu figura me vendrá bien para atacar los autoritarismos.

    El sheriff bajó lentamente, con pasos pesados, dos peldaños y se colocó frente a la muchedumbre.

    –¿Qué ocurre esta vez alcalde Gobblestein ? –comenzó Clouston.

    –Hemos encontrado al traidor de las noticias. El granarthuriense Alphonse Flinders. Lo traemos para que las autoridades se lo lleven. –dijo mirando al soldado.

    –Vaya… qué incomodo va a ser esto… –dijo el sheriff en un tono burlón. Después, se giró hacia el soldado. –¿Es ese el traidor?

    –No señor. Y por favor, soltad a ese pobre hombre que no ha hecho nada.

    –¿Pero no lo ves? Es él. –decía el alcalde con exagerados gestos.

    –Ese caballero de ahí es el señor Charles Tommenson, explorador, y viaja con un permiso firmado por el mismísimo presidente de Nueva Albeny. Su trabajo es secreto de estado, pero está claro que él no es el traidor. –dijo el soldado tajantemente, con una postura firme y dirigiéndose a todos los ciudadanos. Los que sujetaban a Alphonse lo soltaron de inmediato.

    –¿Entonces? ¿Qué ocurre con el traidor? ¿Sabéis quién es? –preguntó uno de los presentes.

    –No puedo decir nada, pero no creo que tardemos mucho en encontrarlo. –respondió el sheriff.

    –¡Jefe Clouston! ¡jefe Clouston! –gritó el joven aprendiz que venía a lo lejos.

    –¿Qué ocurre? –dijo cuando el otro ya se encontraba junto a él.

    El chaval le pasó un breve mensaje al oído. se quedó pensativo unos breves segundos y continuó hablando.

    –Caballeros. –dijo el sheriff al pueblo de Fortunia. –Acompañadme. –Después, se dirigió en voz baja a los otros dos. –Si el alcalde intenta huir, lo cogéis del pelo y lo arrastráis.

    El hombre caminó a la parte trasera de su caseta, dejando la calle principal atrás, y camino en perpendicular a la pendiente que había. Al fondo, el granero se veía.

    –¿Por qué vamos a mi granero? –preguntó el alcalde.

    –Que no huya. –ordenó el sheriff.

    –Rodead el granero, que nadie entre ni salga. –dijo el sheriff a los ciudadanos presentes.

    Ordenó al alcalde abrir la puerta con un gesto. Después, sheriff y alcalde entraron junto con su ayudante y el soldado. Apenas tres minutos hicieron falta para que volvieran a salir. El aprendiz y el soldado escoltaban al alcalde cabizbajo, quien tenía las muñecas atadas con una cuerda. Clouston iba por delante, con una bandera amarilla en la mano, la cual tiró al suelo.

    –Es la bandera de Gran Arthuria. –dijo uno al ver aquel paño amarillo en la que había siete coronas dibujadas.

    –Es cierto… es la amarilla coronada.

    –Yo, Martin Clouston, en posesión del cargo de sheriff de Fortunia, sentencio a Henry Gobblestein a morir en la horca por alta traición.
     
    Última edición: 5 Abril 2020
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    32
     
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    Nota del Autor: Hacía ya unas semanas que no hacía acto de presencia, pero ahora que nos acercamos al final de la primera parte voy a aprovechar. En un primer momento había calculado que esta Primera Parte (de Tres) iba a constar de 12 o 13 capítulos pero, como suele ocurrir, voy por el 15 y a falta de uno o dos capítulos. Pensaba ir poco a poco construyendo bien la historia y el mundo, pero creo que me he pasado un poco.
    De momento, la regularidad semanal del capítulo continuará, aunque cuando acabe la primera parte habrá un breve parón. Tal vez ni lo notéis, pero al menos que lo sepáis los seguidores de la historia. Este parón tratará sobretodo de editar pequeñas fallas de los capítulos anteriores y preparar bien la siguiente fase de la historia. Y si alguno se lo preguntaba, si, empezará la verdadera aventura, entendiendo que para algunos la espera haya podido resultar algo tediosa.
    Dicho esto, vamos con el decimoquinto capítulo.



    15º Capítulo: “La ejecución”

    La espera era lo más agonizante. En aquella celda improvisada dentro de la caseta del sheriff, el antiguo alcalde veía a través de una pequeña ventana los primeros rayos de luz. Al poco se le acercó el sheriff Coulston para darle las noticias y darle de comer. El viejo hombre sentado alzó su cabeza y vio como su captor le dejaba un plato con pan y mantequilla.

    –He notificado de mi sentencia. En el momento que recibamos una respuesta la aplicaremos. Calcula que tendrás unos diez días para hacer las paces con quien quieras. Estamos a miércoles, el domingo vendrá el sacerdote. Puedes confesarte ante él.

    –¿Y hacer una confesión que luego leeréis? No traicionaré a los Restauradores de esa forma. Puedes marcharte.

    –Tu mujer. Tu mujer ha venido. Pasará ahora. He acordado con ella que os podréis ver todos los días durante una hora.

    –Gracias…

    –Espero que no hagáis nada raro. Estoy en la obligación de decirte que si intentas huir te dispararé. La ley me ampara.

    *****

    –¡Charles! ¡Charles! –llamaba el aprendiz de sheriff a Alphonse, el cual todavía no se había acostumbrado al nuevo nombre.

    –¿Qué ocurre joven?

    –Creo haber encontrado lo que os fue robado. La madera.

    –¿Dónde?

    –Cuando tus compañeros se colaron por detrás del granero no se dieron cuenta de que había una zona de tierra movida. Seguramente porque era de noche.

    –¿La habéis desenterrado?

    –Así es.

    –Bueno, sea como fuere, ya no la necesitamos. Podéis quedárosla. Es una madera robusta que tal vez os pueda venir bien.

    –¿Está seguro caballero?

    –Claro. Y ya que estamos, me gustaría hablar con el sheriff Clouston algo más tarde, cuando me junte con mi compañero.

    *****

    Tras la hora de comer, momento en el que el poblado se había tranquilizado, Alphonse, Bertans y Sabir se dirigieron a la chabola del sheriff, persona que se encontraba en la entrada fumando su pipa de marfil.

    –Llevaba días sin poder fumar tranquilamente. Y todo gracias a vosotros.

    –Sin su ayuda ahora yo estaría con la soga al cuello.

    –Una ayuda en común con la que todos salimos ganando. –El hombre aspiró fuerte pero brevemente su pipa–. Vosotros y el dichoso viaje que estáis montando. Yo y el soldado con el problema de los traidores a la nación. El orden sigue en su lugar.

    –Quería decirle que os podéis quedar la madera robada. No la necesitamos.

    –Sí, me ha dicho el joven. Os lo agradezco, pero yo tampoco la necesito. Ya se la daré a alguien de por aquí.

    –¿Tendréis un nuevo alcalde?

    –Claro. Cuando los pies del alcalde dejen de moverse los valores democráticos se pondrán en marcha. Los habitantes de Fortunia elegirán a su nuevo alcalde en votación. Aunque estemos en el culo del país hay que mantener la ley. Sino no sé qué hago aquí la verdad.

    –Sois unos ingenuos. –se escuchó una voz del interior. –El rey Jorge volverá a reinar.

    *****

    –Creo que me meteré un rato en la cama. Necesito descansar. –dijo John O´Sullivan, quien se levantaba de una silla. Alrededor de una mesa, estaban Dhalion, Pierre, Horne, Sigmund y el compañero de John que los había acogido.

    –Buenas noches John. –dijo el viejo conocido, un hombre de gran altura y robusto cuerpo.

    –Descansa, mañana tenemos que seguir con el entrenamiento. –dijo Sigmund.

    –Horne va bien. Creo que un día podremos descansar.

    –Me refería a nosotros. Tampoco nos podemos relajar.

    El hombre se retiró a su habitación. Cerró la puerta tras él y comprobó el exterior antes de cerrar las ventanas. Se dirigió a su bolsa de cuero y cogió un artefacto cubierto por numerosos paños. Después, sacó una libreta, un pequeño bote de tinta y una pluma. Se sentó y abrió la libreta para repasar sus apuntes. De seguido, desenvolvió al artefacto dorado que ocultaba bajo los paños y preparó el instrumental de escritura.

    –Día 28 de agosto. –comenzó a escribir mientras susurraba lo que apuntaba. –Continuamos con en análisis de las figuras grabadas en la superficie de oro. Tras acabar las vertientes de atrás y el lateral izquierdo, continuamos con el frontal. Parece seguir el patrón de las anteriores, contando una historia diferente. Conociendo el contexto histórico de la Esfera de Uannes, el orden cronológico va en sentido contrario a las agujas del reloj, algo que coincide con la escritura de derecha a izquierda.

    Pausó la escritura y metió de nuevo la mano en el bolso, sacando un libro viejo y algo desgastado. Valiéndose de aquel manual de lenguajes arcanos, comenzó a descifrar los símbolos, anotando su significación o el de los conjuntos. Tras una hora de arduo trabajo y con la luz de una pequeña vela, acabó la transcripción del texto. Finalmente pudo leerlo con totalidad.

    –Este pasaje habla de uno de los grandes misterios de la antigüedad. Los Pueblos del Mar Verde usaron la Esfera en sus incursiones hacia el sur, algo que contrastan los jeroglíficos escritos por las víctimas, escrituras descifradas en 1797 por Jean–François Grenoble. Una vez más, se nos relata del uso militar del artefacto. Su poder, al parecer proveniente del dragón caído, estaría retenido en la fluctuante gema de mesmerita que lleva en su interior.

    Inesperadamente alguien llamó a la puerta, haciendo que John cerrara el libro y escondiera el orbe en la bolsa. Después, se quitó los pantalones y los tiró a la silla mientras caminaba hacia la puerta.

    –¿Sí? –preguntó mientras abría la puerta, para luego llevarse la mano cerrada a su ojo y frotárselo. Al otro lado de la puerta se encontraba Sigmund.

    –He visto luz. ¿Va todo bien?

    –Sí, sí. Estaba leyendo un poco para conciliar mejor el sueño. No me gusta abusar del láudano.

    –Bien haces. Si la tomas muy de seguido acabará dejando de hacerte efecto. Bueno, pues te dejo con tu lectura.

    –Si, buenas noches Sigmund.

    –Buenas noches.

    *****

    Tres días más tarde era sábado y el cuerpo de los cazadores y vendedores de pieles lo sabían. En Fortunia el grupo se decantó por una pequeña juerga nocturna con los presentes. Gentes de zonas cercanas se habían acercado también atraídos por la alocada fiesta, el fuerte alcohol y las mujeres, al igual que todos. De estas últimas, se percibían más de lo habitual, haciendo muchas de ellas la semana. Curiosamente, el soldado que vino de fuera comenzó a tocar el piano junto con el hijo mayor del camarero.

    Alphonse y Bertans, en medio de aquel jolgorio, decidieron arriesgarse con una mula Skinner.

    –¿A qué hijo del diablo se le ocurrió mezclar wiski con zumo? –refunfuñó el bonachón.

    –Es licor de zarzamora. –dijo el camarero mientras servía dos vasos.

    Cuando estos fueron puestos ambos cogieron el vaso y le pegaron un largo trago hasta vaciarlos, para después poner una cara de fuerte asco.

    –Este brebaje debería considerarse un delito. –dijo Alphonse, quien no aguantaba. –Ponme una cerveza. –El camarero simplemente se río.

    –Es horrible, pero… ponme otro. Por favor. –dijo Bertans con la boca pequeña.

    El camarero no se detuvo y puso los siguientes tragos. Fue en aquel momento cuando Herschel se acercó a ellos y pidió un wiski.

    –Parece que Gamal y Sabir se han integrado bien. –dijo el muchacho.

    El líder y su compañero se giraron y observaron como Sabir jugaba al póker, juego al que pocos días atrás había aprendido a jugar. No se daba cuenta de que lo estaban cebando a dinero y alcohol para luego arrebatárselo. Por otro lado, Gamal se había integrado bien con un grupo de cazadores, quienes discutían sobre quién había cazado la mayor presa y sobre consejos para la caza.

    –Mira joven. –decía el más viejo del grupo. –Por las tierras del norte a las que quieres ir te podrás encontrar con los osos más grandes que habrás visto en la puta vida.

    –He visto osos miles de veces. Los espectáculos al norte de Solantia, esas raras gentes provenientes de las inmediaciones al Mar Verde y que no son muy de fiar. –Agitaba el dedo en el aire mientras marcaba con fuerza la palabra–. Suelen tener osos con los que juegan a la pelota. –Los presentes se rieron de Gamal, extrañándose éste–. ¿Qué ocurre?

    –Éstos son enormes. A dos patas pueden medir ocho pies de alto.

    –Ocho pies… un pie son como dos endaze… –El Shilí se quedó pensativo durante unos segundos, ahora extrañándose los otros. Con los dedos comenzó a calcular hasta que se una cara de sorpresa apareció en su rostro.

    –¿Ocho pies? Eso es bastante. ¿Y cuál es su punto débil?

    –No tiene. Si te topas con él pueden pasar dos cosas. Que te haya visto o no. Si no te ha visto apártate, vete y sigue sin ser visto. Si te ha visto, no grites, no te pongas en su camino y nunca se te ocurra correr. Si le da por atacarte, darte por muerto.

    –¿No hay vuelta atrás? ¿Ninguna opción? –preguntó Gamal curioso. –Alguien habrá sobrevivido a su ataque.

    –Bueno, está Tim sin Respiración.

    –¿Quién es ese?

    –Timothy Right. Es un hombre conocido por salvarse de la muerte en repetidas ocasiones y todas haciéndose el muerto. Tim se volvió famoso durante la Guerra de Independencia, cuando sobrevivió a dos batallas por aguantarse la respiración durante minutos. Esa misma suerte llegó a tener con un oso.

    –¿Pero lo dices en serio? ¿Intentarías enfrentarte a esa bestia parda? –dijo otro de los presentes.

    –Claro, no creo que sea más peligroso que un Alacratán.

    –¿Un Alacratán? –preguntó un curioso beodo mientras agitaba su cerveza.

    –Un escorpión gigante.

    –¿Eso existe?

    –Claro, claro. El follacabras del Sultán paga a los Shilí para que los cacen y sacien su sed de diversión. Crea espectáculos en los que esclavos luchan contra bestias.

    –Habría que meterlo a él a combatir… –opinó en voz alta uno de ellos.

    –¿Y es cierto que vive con veinte mujeres y los mayores lujos del mundo? –preguntó uno de los cazadores, el más joven de todos.

    –Claro. Desde que nacen los posibles sucesores viven con su harem con todo tipo de lujos. Pero no pueden salir de su cuarto. Comen y follan con los mayores lujos hasta que el ejército los llama para reinar, si llega el momento. Es la jaula de oro. Y cuando salen, hacen lo mismo, solo que con responsabilidades.

    –¿Entonces quién manda? ¿El sultán o el ejercito?

    –Esa es una buena pregunta. La respuesta es los jenízaros.

    *****
    –Buenos días Henry. –dijo el sheriff Clouston, quien acababa de entrar a la caseta y se había sentado en su sitio.

    –Hoy llegas pronto. –respondió el exalcalde, algo más pálido de lo normal y considerables ojeras.

    –No he desayunado con los jóvenes. Ayer, mientras el muchacho hacía el turno de la tarde, me llegó la carta. Mañana se aplicará la condena.

    –Entonces ha llegado mi último día. Bien… –Sonrió el hombre con los ojos cristalinos–. Por fin se ha acabado la espera. Ya era hora.

    –Pronto vendrá tu mujer. Os dejaré un último día. Pero lo dicho, no quiero cosas raras.

    –Te estoy muy agradecido. No suele ser lo normal, más a sabiendas de que soy un traidor.

    –La ley tiene sus vacíos. Existe un gran hueco para ser humano. –El sheriff sonrió con cara de nostalgia. En aquel momento el exalcalde recordó cómo el hombre frente a él perdió a su esposa cuatro años atrás en un accidente. Cuando Clouston volvió en sí hizo de nuevo la pregunta que todos los días le había hecho–. ¿Vas a contarnos algo de los restauradores?

    –No traicionaré a mis compañeros. Lo poco que se me lo llevaré a la tumba.

    –Bien, bien, bien… tu compromiso es admirable.

    –Ya lo siento decepcionarte de esta forma.

    –No, no, no… No me decepciones. A fin de cuentas, ambos somos patriotas y traidores a la vez. Solamente nos diferencia el lado de los barrotes.

    *****

    Para cuando el sol hizo acto de presencia Alphonse y Bertans se habían marchado de Fortunia intentando evitar problemas. Un pelotón de veinte soldados entró a toda velocidad en la ciudad hasta llegar a la caseta donde Clouston los esperaba. A la cabeza del grupo venía el general MacArthur, quien supervisaría la aplicación de la pena de muerte. Ninguno de los integrantes de la expedición acudiría al ahorcamiento público.

    Alphonse y Bertans caminaron por las praderas de verde pálido durante horas, observando aquellas criaturas, los búfalos, que tan raras se les hacían.

    –Se supone que el paso del norte facilitará el comercio de pieles. Sobre todo las de esos búfalos. –dijo Bertans mientras veía uno comer no muy lejos de él.

    –¿Acaso nos debería importar? La verdadera misión es intentar encontrar ese navío.

    –¿Lo dices en serio? –le respondió Bertans disconforme y, a la vez, con un tono preocupado. –Qué cambiado estás… Antes guardabas más ilusión en tus proyectos.

    –¿Otra vez con eso?

    –¿Acaso no es cierto?

    –No. –Bertans, con cara tediosa, no ocultó su disconformidad–. Bueno, ya te dije que desde que el rey Jorge me ordena las misiones no las disfruto igual. Me estoy planteando abandonar mi puesto como Caballero de la Mesa redonda tras esta misión. Al principio estaba bien, pero ya me he cansado de ser Gaheris.

    –De joven no eras muy bueno recibiendo órdenes. Hay cosas que nunca cambian.

    –Tal vez tengas razón…

    A lo lejos vieron que Herschel O´Sullivan se acercaba, por lo que cambiaron de tema. Cuando éste estuvo encima les dio la noticia.

    –La ejecución ya ha tenido lugar. –dijo el muchacho. –Los soldados se irán esta misma tarde, tras la comida.

    –Pasaremos el día por aquí y volveremos al anochecer para asegurarnos.

    –Bien. Por cierto, hay algo que me ha llamado la atención y me ronda la cabeza. En lo alto del cadalso, la soga estaba atada al madero que nos robó el mismo alcalde Gobblestein. ¿Qué ha querido decir el sheriff Clouston con eso?

    Ambos se quedaron pensativos hasta que Alphonse, quien miraba al suelo, alzó la cabeza para responder.

    –Que él mismo fue quien se sentenció a muerte.
     
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    16º Capítulo: “El inicio”


    –Oye John, ayer entrenando con Sigmund me di un golpe en la espalda y tengo algo de dolor. ¿Podrías darme una de esas botellas de láudano? –preguntó Horne con ojeras muy marcadas.

    –¿Mala noche no? Sé lo qué es eso. Ven a mi habitación.

    Ambos caminaron escaleras arriba y entraron en la habitación de John, totalmente recogida y con la cama hecha. El inventor esperó en la puerta, mientras que el otro cogió la caja y la apoyó en la cama. Después, se sentó y abrió la caja, de forma que el inventor no podía verla. Cogió un par de viales, cerró el cajón y se los dio al compañero.

    –Muchas gracias O´Sullivan. Espero que hagan efecto.

    –Seguro que sí. Es canela en rama.

    –Gracias. Por cierto. ¿Cuándo marchabas?

    –Pasado, el 27. Pero creo que en cuatro o cinco días volveré. Aprovecharé para comprar más viales. Cualquier cosa que necesitéis avisadme y me encargaré.

    –¿No podemos avisar a Fortunia y que lo compren?

    –Iré a visitar a la curandera de los Hokwoju para el láudano y otras medicinas. Es la mejor en todo el territorio.

    –Vale. Miraré a ver si necesito algo. Hasta luego.

    Horne marchó escaleras abajo. Había dejado la puerta entreabierta, por lo que John se levantó y la cerró para después volverse a la cama. Abrió la caja, comprobando que los viales estaban enteros. Después, metió sus dedos y levantó el fondo falso de la caja, dejando al descubierto una serie de viales vacíos, todos menos dos llenos de un líquido azul turquesa.


    *****​


    –¿Quiere algo más? –decía una vieja señora de tez morena y largos pelos canosos en un puesto lleno de hierbas que había montado sobre un pequeño carro, aparcado junto a la entrada del hostal.

    –No, con esto tengo suficiente. –respondió un hombre mientras cogía una dos pequeñas flores que rápidamente recubrió con un paño. A cambio, le dio dos peniques.

    –Disculpe caballero. ¿Eso que lleva ahí es estramonio? –dijo Sabir curioso al ver que un hombre salía con una flor blanca, de pétalos acabados en puntas curvas y de centro amarillo rodeado por un intenso morado.

    –Sí, es para mi hijo.

    –¿Tiene algún hueso roto o algún malestar? Le costará pasar las flores por su fuerte olor y sabor.

    –El otro día se tropezó y se rompió el brazo. Por aquí no hay nada mejor para aliviarlo. –dijo el hombre mientras señalaba el pequeño cesto en su mano lleno de hierbas.

    –Tengo algo que ayudará a pasar el sabor de esa preparación. ¿Quiere que le eche una mano?

    –Lo siento, pero no tengo con qué pagarle.

    –No se preocupe. Solo serán unas gotitas de sazopecia para neutralizar el amargor y el niño podrá tomarlo sin problemas.


    *****​


    No muy lejos del puesto, Herschel y Bertans paseaban observando el ajetreo de Fortunia, siendo curioso el que hubiera más nativos de lo habitual. Tanto, que de repente se detuvieron ante un indio que venía de frente, tambaleándose, muy pálido y con una botella de ron en la mano.

    –¿Es un muerto viviente? –preguntó el joven.

    –No. Solo está ebrio. –respondió Bertans al ver que el hombre intentaba balbucear unas palabras indescifrables.

    –Pero si no es ni mediodía.

    –¿Y eso cuando ha sido un problema?

    El hombre, sin tener donde caerse muerto, siguió de frente, hacía Bertans y Herschel. Según iba avanzando más y más, el hombre comenzaba a hacer movimientos más violentos y cada vez sus intentos de habla eran más altos. Ambos intentaron apartarse, pero el hombre redirigió hacia Bertans. Intentó asestar algún tipo de golpe, pero Bertans lo esquivó dando un paso atrás y el hombre se le cayó encima.

    –No… no me lo quitareis... –decía el nativo mientras se retorcía sobre el pecho del bonachón. Después, él solo, se cayó al suelo.

    –Pongámoslo a la sombra. Aquí le va a dar una insolación.


    *****​


    –¡Margaret! –dijo el hombre mientras entraba en casa sin respuesta alguna. –Pase Sabir. Seguramente mi mujer este con Peter.

    Ambos entraron y, tras cruzar un par de puertas, llegaron a una pequeña habitación en la que malamente entraban una cama y una mesilla de noche. Allí, sentada, una mujer daba de comer a su hijo. Con un cuenco de madera llena de sopa en una mano y en la otra una cuchara, dejo ambas encima de la mesilla y se levantó para saludar a Sabir.

    –Margaret. Este es Sabir. Nos echará una mano con las hierbas para Peter.

    –Ah… ¿eres un galeno? Muchas gracias por ayudar… pero no tenemos… –dijo la bella mujer, de blanca tez sonrojada, cabellos castaños y que no dejaba de mirar al suelo. Mientras tanto, el niño permanecía en silencio, con el brazo derecho sujetado por un cabestrillo, observando fijamente a su padre.

    –No te preocupes. –interrumpió su marido. –Ha dicho que nos ayudará sin nada a cambio.

    –Oh, muchas gracias señor. –Ella no pudo evitar sonreír, aunque con timidez–.

    –Realmente no soy médico, por lo que no estaría bien cobrarles. Aun así, he usado mil veces la sazopecia para casos así.

    –Margaret, prepara la mezcla. Yo daré de comer al crío.


    *****​


    El sheriff Clouston se acercó a Bertans y Herschel, quienes acababan de apoyar al beodo sentado contra una pared, a la sombra. El primero había visto todo. Sacó una pequeña cantimplora de agua y se la pasó a Herschel para que le diera agua. Poco a poco le dio el agua, derramando algo afuera, hasta que de repente tosió.

    –Esta imagen es más habitual de lo que creéis. –dijo el alguacil. –Me lo llevaré a que pase el día en el calabozo. Aunque seguro que acabo metiendo unos cuantos indios.

    –¿Al calabozo? Si solo va borracho. –preguntó Bertans.

    –Estos borrachos suelen ser un problema. Con poco se emborrachan y muchas veces llegan a estar desesperados por un trago, dispuestos a hacer lo que sea. Les hago pasar la noche en el calabozo, de forma preventiva, para evitar grandes altercados. A finales de diciembre hará un año del último. Un pobre hombre que solo intentaba parar la trifulca acabó muerto.

    –¿Qué hacéis aquí? –preguntó Sabir, quien acababa de salir de una casa contigua.

    –Estamos cuidando a este hombre. Va un poco mal… –explicó Bertans.

    –¿Intoxicación etílica?

    –Sí. –dijo el sheriff tajante. –Dejadlo ahí y ya se le pasará.

    –Hombre, tampoco creo que haya que ser así. –replicó Sabir acercándose al hombre. –Ponedlo en posición fetal para que no se atragante con su vómito. –Cogió la botella de ron del suelo–. Voy a limpiar la botella y le meteré agua. Va tan borracho que pensará que sigue bebiendo, aunque se esté hidratando.

    –Tampoco creo que haga falta tanto cuidado. –dijo Clouston con la boca pequeña.

    –Por cierto, sheriff. Vengo de la casa de la familia Money. Estaba ayudando a que el hijo se tragara una preparación. El niño tiene un brazo roto.

    –Ya sé lo que me vas a decir. –El sheriff mostraba un tono derrotista.

    –¿Entonces son ciertas mis sospechas?

    –Es lo más probable.


    *****​


    En Pueblo Parado, de una granja salían fuertes carcajadas y gritos de alegría. Dentro, junto a la embarcación, Dhalion, Horne y Pierre brindaban con wiski celebrando el fin de la construcción de ésta. Sigmund los acompañaba, viéndose algo sorprendido por la alegría de sus tres compañeros.

    –Hemos acabado el trabajo y aún nos quedan once días para prepararnos. –dijo Pierre tras pegar un largo trago al Wiski.

    –He de confesar que hace tres meses no podía imaginarme que esto fuera a ser posible. –comentó Dhalion entre carcajadas.

    –A pesar de las complicaciones, hemos conseguido una embarcación de agua dulce increíble. Lástima no estar todos para celebrarlo. –opinó Horne, quien se dio cuenta de que tenía uno de los viales de láudano en el bolsillo. –En tres o cuatro días volverá John con los tres carros. Cuando lo vea acabado seguro que se queda boquiabierto.

    –Cuando el resto del grupo lo vea montado estoy seguro de que todos se quedarán boquiabiertos. –dijo Sigmund, quien se levantó y se animó a probar un poco de aquel wiski.

    –Caballeros. –Tras ellos apareció el dueño del lugar. –¿Os apetece visitar la taberna del pueblo y lo celebramos?


    *****​


    Y tras preparativos, entrenamientos y cavilaciones, el grupo de Fortunia partió hacia el norte el día 10 de octubre. Aquel jueves nublado no detuvo al sexteto que, a caballo, cruzó las pálidas praderas llenas de búfalos. Los corceles, con sus lomos cargados, apenas se detuvieron para comer al mediodía y otra leve parada para abrevarse a mitad de la tarde, por lo que para el anochecer se detuvieron en un altillo donde podían vigilar sus inmediaciones.

    Mientras tanto, en Pueblo Parado, John había llegado con tres carruajes. Dos de ellos sostenían una de las mitades de la pesada embarcación, mientras que la tercera guardaba alimentos, armas y medicinas. Al día siguiente, el 11, partieron pocos minutos antes del amanecer hacía el cruce donde habían acordado encontrarse.

    –Te dije que madrugábamos demasiado. –refunfuñó Dhalion a John, ambos en el mismo carro, viendo que el otro grupo no llegaba.

    –Habíamos acordado encontrarnos al mediodía, cuando el sol estuviera en lo alto. –respondió John, quien sacó un reloj de bolsillo y observó que ya llevaban media hora esperando.

    –Tal vez sean esos. –dijo Horne, el único que viajaba en un caballo independiente, al ver una polvareda en el horizonte.

    –Te manejas bien con el caballo. –dijo Sigmund, quien también le había enseñado a correr con el animal.

    –Creo que ya domino el trote. –le respondió.

    Ciertamente aquella polvareda era el grupo de Alphonse, quienes se habían dormido y llegaban tarde, por lo que los caballos, de nuevo, tampoco habían tenido descanso. Por suerte, el grupo ahora junto cabalgaba hacia el norte a un ritmo más tranquilo.

    Tras casi dos meses, los once volvieron a reunirse. Algo que alegró mucho a algunos de ellos, llegando a sorprender a otros como Sigmund, quien recibió un fuerte abrazo de Bertans y un buen estrechón de manos de Alphonse.

    –¿Qué tal ha ido el entramiento? –preguntó el líder mientras veía que Horne no lo saludaban de forma muy efusiva.

    –Muy bien. La verdad que Horne tiene ganas de salir vivo de esta. Además, ha hecho un trabajo magnifico con la embarcación.

    –Eso quería preguntar. –Alphonse se giró y miró a Dhalion, Pierre y Horne–. ¿Cómo ha ido esa embarcación?

    –Vais a caeros de culo al suelo cuando la veáis. Hay que decir que el inventorucho tuvo unas ideas brillantes. –explicó Pierre. –Salvo encontrar algún inconveniente gordo, viajaremos a una velocidad muy alta. La verdad, veía imposible que once personas pudiéramos lograr algo así.

    –¿Entonces… ya está todo listo? –preguntó un entusiasmado Gamal.

    –Parece que está todo listo. Podemos partir hacia el Valle del Trueno. –dijo Alphonse.


    *****​



    Tras día y medio de viaje comenzaron a adentrarse en una larga pendiente sin fin a lo largo de una verde pradera, mucho más pálida de lo que habían visto hasta el momento. A lo lejos unas grises montañas de cimas nevadas se veían y los montes del alrededor poco a poco cogían las mismas tonalidades. Los árboles cada vez eran más escasos, aunque cada vez se veían más arroyos, rocosos y de pequeño tamaño. El camino fue desapareciendo hasta convertirse en un sendero de tierra, por lo que el grupo comenzó a tener más cuidado, controlando la trayectoria con mucho más cuidado.

    El nublado atardecer del día 12 de octubre fue hermoso. El grupo miró tras de sí, viendo todo lo que habían subido en día en medio, una larga pradera que casi se perdía en el horizonte. Las grises nubes comenzaron a coger colores rojos y morados, colores que pronto inundaron el pálido verde de la hierba.

    –¿Falta mucho? –preguntó Alphonse a John O´Sullivan.

    –No nos queda mucho. Llegaremos antes de que anochezca.

    –Está bien. Hermanos O´Sullivan, Pierre y Nicolas. Adelantaros para que sepan de nuestra llegada.

    Los cuatro, a caballo, se adelantaron montaña arriba. De ascender a través de una larga pendiente, pasaron a ascender perpendicular a una que acababa en un riachuelo que bajaba mucho más abajo. Hacía más de media hora que habían abandonado la última cabaña, una provisional para cazadores de pieles, y notaban en el ambiente que se adentraban en terrenos que pocos hombres habían pisado.

    Los árboles habían desaparecido y los arbustos no superaban el metro y medio. En cambio, los búfalos se contaban por decenas, al igual que habían presenciado algunos gatos monteses y coyotes.

    –¿Qué demonios es eso? –preguntó Dhalion, apuntando rápidamente a una criatura que bebía agua en el río. El resto miró a aquel ser, algo más grande que un búfalo, pero con un duro pelaje puntiagudo blanco.

    –Es enorme… –exclamó Horne.

    –Es… es como si un búfalo y un puercoespín hubieran follado. –comentó Dhalion.

    –Jamás había visto una bestia así. –dijo Sabir, quien observaba a la criatura muy fijamente.

    Giraron alrededor de un pequeño risco para, finalmente, observar su destino. Muy cerca del final de los verdes pastos había una gran concentración de tipis, superaba la veintena, y estaba rodeada por un pequeño muro improvisado de rocas y con maderos puntiagudos sobresalientes. Media docena de fogatas levantaban largas columnas de humo y el ruido del ajetreo de la gente era fuerte.

    En el casi inexistente sendero que se dirigía hacia la entrada del poblado, una veintena de hombres y mujeres, cubiertos por gruesas pieles de animal, llenos de adornos de coloridas plumas y afilados colmillos y con largas lanzas o mosquetes en las manos esperaban al grupo, acompañados de los cuatro que se habían adelantado.

    –Y recordad. Necesitamos su ayuda. Venimos a mantener buenas relaciones. –dijo el líder del grupo, directo al poblado de los Wapahaska.
     
    Última edición: 20 Abril 2020
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  8.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Hace tiempo no comento. Más que nada porque las recomendaciones son las mismas. Cuida las tildes en las agudas terminadas en vocal (principalmente los verbos en tiempo pasado).

    Una par de capítulos atrás pones que se acerca el final de la primera parte. Imagino que el próximo podría ser ese final. Espero a ver si lo terminas con un "cliffhanger" o con la sensación de tranquilidad en un épico viaje.

    Un consejo podría ser poner, al final de los capítulis en un spoiler, fichas o fichas parciales de los personajes. Manejas tantos personajes a la vez que a veces se confunde uno con otro o incluso se le olvida al lector sobre alguno. Seria como refrescar un poco la memoria para evitar esos problemas.
     
  9.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    Es fin de semana y el cuerpo lo sabe ;D
    Me encontraba convencido de que iba a acabar este capítulo la semana anterior, pero lo estaba disfrutando demasiado. Tanto que me ha quedado bastante largo, pero espero que podáis disfrutarlo tanto como yo lo he hecho escribiendo. ¿Por qué tanto tiempo? Por el tema de estar investigando, dejar todas las tramas listas e intentar dar un bonito final a este primer acto y espero que, ante todo, el resultado sea de vuestro agrado.
    En este capitulo conocemos a un nuevo grupo con su propia cultura, por lo que nuestros once aventureros tendrán que aprender a convivir con unos nuevos hábitos y una nueva lengua (glosario incluido). Tal y como dije, este sería el final de la primera parte, pero no tardaréis mucho en tener la continuación. Tanto esperando para la aventura, no es momento para un coitus interruptus. Finalmente, reiterar a Dark mi gratitud por sus comentarios (no se perderán en el olvido, es mas, tus sugerencias están en marcha) y también a todos los que seguís esta historia. En este breve parón os animo a que deis vuestra opinión, impresiones o, incluso, teorias. ¡A disfrutar del capítulo!



    17º Capítulo: “El Valle del Trueno”



    Alphonse a la cabeza, caminó directo al que parecía el líder, un joven veinteañero cubierto por gruesos pelajes, la cara pintada en ocre y unas largas plumas en la cabeza, hombre que no tenía ningún arma a la vista, aunque debajo de los ropajes abultaban algunos objetos. Alrededor de él se encontraban una veintena de hombres y mujeres, todos con armas.

    –Bienvenidos al Valle del Trueno. –dijo John quien veía que el hombre lo miraba fijamente. –Éste es Mamaangiwine, el itaca del grupo. Es…

    –Muchas gracias por acogernos en su poblado, jefe Mamaangiwine. –interrumpió Alphonse, provocando una risa en el hombre. –¿Qué? ¿Qué he dicho? –se preguntó confuso.

    –Mi dagugichiyabi agradece tu amabilidad, pero no soy el hunga. – explicó el hombre.

    –Mamaangiwine significa Gran Cuerno. Podéis llamarlo así. –dijo una de las mujeres del grupo, una mujer de metro ochenta, de veintiséis años, tez oscura, cabello largo e increíblemente negro, cubierta por muchos más pelajes que la mayoría y con una lanza mucho más adornada que la del resto. –Nuestros antepasados lloran solamente de escuchar vuestra pronunciación. –continuó en un tono burlón.

    –Soy el itaca, algo así como… –continuó el hombre, notándose de su débil manejo del idioma.

    –Un jefe se guerra. –acabó John sus palabras.

    –Entre tanto palabrerío raro no me entero de nada. –susurró Dhalion desde su carruaje.

    La mujer soltó una sarta de palabras a Gran Cuerno y éste le respondió rápidamente. La mujer gritó al resto, haciendo que los hombres y mujeres armados del lugar comenzaran a moverse hacia los nuevos invitados. Poco a poco, con la ayuda de los locales, empezaron a meter sus cosas en el poblado.

    –Alphonse. –dijo Gran Cuerno. –El hunga Miskajidamoo os recibirá en su tipi.

    –Gracias. –respondió el líder, quien se adentró en el poblado acompañado por Bertans y John.

    –¿Le has entendido? –preguntó el mayor de los O´Sullivan.

    –Hunga parece ser el jefe tribal. Tipi parece ser como llaman a las tiendas y esa tan adornada de ahí parece ser donde se encuentra. La otra palabra rara me imagino que es el nombre del jefe, nombre que me dirás ahora.

    –Es el hunga Ardilla Roja. A pesar de las apariencias, es un hombre amable, pero a la vez muy temperamental. En su opinión, cree que a esa edad uno puede comportarse como quiere.

    Cruzaron el centro del campamento, un gran círculo donde muchas madres hablaban entre ellas mientras vigilaban de reojo a sus hijos, que no paraban de corretear alrededor de los carruajes llenos de curiosidad, aunque todas las miradas se redirigían hacia la mayor de las novedades, el martinico Dhalion.

    El trio entró en el tipi del jefe Ardilla Roja, la tienda más grande y adornada de todas. En su interior un enorme hombre los esperaba sentado. Cercano al metro noventa, tenía un largo cabello oscuro que caía por sus hombros de tez oscura, dejando en medio su rostro, con la mitad derecha pintada de un intenso rojo. Sobre él, una gran piel de caribú yacía, pellejo a la que la cabeza habían aprovechado para hacer una capucha. Finalmente, en la abertura del pecho, se podía apreciar que tenía un tatuaje que abarcaba toda la zona, aunque no se podía distinguir qué era.

    –Bienvenidos a mi tipi, poneos cómodos y disfrutemos de las presentaciones. –dijo el hombre, mientras su esposa y una de sus hijas se apartaban y salían de la tienda. Adentro se quedarían dos ancianos junto al hunga.

    –Hunga Miskajidamoo, este es el jefe Alphonse. –dijo John mientras el líder entraba.

    –Es todo un placer poder conocerlo al fin. –Alphonse, indicado por el jefe tribal, se sentó junto a uno de los sabios.

    –Este otro caballero es Bertans, mano derecha de Alphonse y segundo al mando.

    –Vaya, que pequeño combatiente. –vaciló el hunga.

    –Si quiere ver a alguien pequeño tendría que ver a nuestro amigo Dhalion. –siguió Bertans la broma.

    –¿Alguna vez habéis visto un martinico por aquí? –preguntó Alphonse.

    –¿Un martinico? –pronunció malamente uno de los ancianos.

    –Memegwesi provenientes del otro lado del charco. –explicó John, haciendo que los ancianos se alertaran. Éstos, nerviosos, se levantaron de un salto y corrieron fuera de la tienda, haciendo que el jefe se riera con todas sus fuerzas.

    –¿Es cierto que hay un memegwesi?

    –Al otro lado del charco tienes un continente lleno de ellos. –le respondió Alphonse, aunque el hunga no entendiera el significado de la palabra continente.


    *****​


    La anciana Búho Gris volvía de las montañas. Aún sin ver el poblado, el jolgorio resonante en las montañas le hizo saber de la llegada de los visitantes. Ella, con un pequeño canto rodado morado en la mano, caminó montaña abajo observando que el color fluctuaba más y más según se acercaba. Sin sorprenderse, guardó el canto y continuó con su caminata para llegar antes de que anocheciera.

    La mujer, bien protegida del frío, se abrió las pieles, dejando su ver su delgada composición y un largo pelo blanco que llegaba hasta la cintura. Se adentró en el poblado, siendo saludada por los niños del pueblo. En su lengua, éstos preguntaron por las hierbas que había recogido la mujer.

    –Abuela. –dijo una pequeña niña. –Los nuevos hombres son de lo más extraño.

    –Sí. –continuó otra muy impaciente. –Tienen un memegwesi.

    –Y dos de ellos tienen las pieles de un negro muy curioso. –dijo otra.

    –Parecen muy fuertes. ¿Crees que podrían vencer a nimisenh?

    –Oh… pequeña. Muy fuertes tendrán que ser si quieren vencer a tu hermana. Miskoasiginaak tiene la sangre de los antiguos gigantes en sus venas y pronto nos guiará a todos como tu padre bien hizo hace años.

    La mujer continuó su paso, cogiendo de nuevo el canto rodado, esta vez a escondidas. Fluctuaba fuerte, lo que la pareció reconfortar, hasta que de repente ésta mostró una instantánea interrupción que la llevó a mirar a su alrededor. Sus ojos comenzaron a bailar de un lado para otro sin parar, dándose una vuelta para un lado, y luego para otro, en busca de algo o alguien.

    –John. ¿Me habías llamado? –dijo Sabir mientras se acercaba a John, quien lo esperaba a dos pasos de la entrada al tipi.

    La mujer observó a los dos hombres hablar entre murmullos. Poco a poco se acercó, observando que su artefacto aclaraba su coloración muy lentamente.

    –Gracias, Sabir. Te debo una. –se despidió John, volviendo a entrar a la tienda.

    La gema se detuvo, haciendo que la mujer respirara. Miró fijamente a Sabir, dándole un intenso repaso. Éste caminaba y la mujer lo seguía, ignorando al resto del poblado y manteniendo ciertas distancias. Finalmente, la mujer se detuvo al ver el colgante del hombre.

    –¿Qué terrible secreto ocultas, caballero?


    *****​


    Bertans, quien se había dormido a la intemperie con una botella de wiski en la mano, se despertó a causa de un fuerte estruendo que le provocó un insoportable dolor de cabeza. Pegó un bote y miró a su alrededor, no viendo nada. Volvió a escuchar el ruido, pero no era capaz de ver de dónde provenía.

    –¿Qué demonios es eso? –dijo nervioso, mirando a todas partes.

    Las pocas personas que había despiertas fueron aumentando. Éstas salían de sus tiendas con rapidez y pronto se montó un gran bullicio.

    –Tienes que mirar arriba. –dijo una pequeña niña de trenzas.

    Bertans miró al cielo que había entre dos montañas, viendo una gran mancha blanca y una gran mancha negra. Observó mejor aquel baile que veía en el cielo y, tras fruncir el ceño, observó como dos enormes aves peleaban. Ambas eran iguales salvo por el color, dos buitres gigantes que aparentaban ser dos perlas aladas bailando en el cielo que no cesaban el estruendo de su aleteo.

    –Son preciosas… –dijo Alphonse, quien se acercaba.

    –Con ese tamaño y esas garras podrían incluso arrastrar a un hombre por los cielos. –dijo Nicolas ligeramente preocupado.

    –La gente del poblado parece estar más contenta que asustada. –lo tranquilizó Bertans.

    –Jamás había visto un ave así.

    –Eso tendrías que decírselo a Sigmund. –comentó Alphonse, aunque Nicolas no lo entendiera.

    –Son unas increíbles aves. –dijo la mujer que habían conocido el día anterior en las puertas del poblado. –Los llamamos Animikii y Makadewiningwii, el Pájaro de Trueno y el Alado Negro.

    –¿Viven en el valle? –preguntó Alphonse.

    –Solo en esta época del año. El Pájaro del Trueno, tras luchar durante el invierno, la primavera y el verano contra el mal, viene del norte para descansar. De la misma manera, el Alado Negro viene del sur a descansar tras estar las tres estaciones deteniendo a los males que intentan salir del inframundo. Pero esta tierra sagrada es pequeña para ellas.

    –¿Tu eres la hija del hunga no? –dijo Bertans.

    –Sí. Soy Miskoasiginaak, para ustedes Mirlo Rojo, y, si todo sale bien, seré la próxima hunga de la tribu.

    Alphonse, Bertans y Nicolas se dieron cuenta de que el jefe de la tribu estaba detrás de ellos, a pocos pies de ellos, observando la botella de cristal que Bertans se había dejado. El hombre cogió la botella, la olió y miró al trio fijamente durante un largo instante. Después, se retiró sin mediar palabra alguna. Los tres, confusos por lo sucedido, se miraron entre ellos.

    –Disculpad lo sucedido. Pero mi padre no soporta que la gente beba. Es más, nos lo tiene prohibido.


    *****​


    –Oye, hermano… –decía Gamal mientras comía sentado en un tronco junto a su hermano. –Dicen que esa mujer es la futura jefa. Parece que es muy fuerte.

    –¿Tu interesándote en una mujer? Me sorprendes hermano. –le respondió Sabir en un tono muy vacilón.

    –No te burles de mí. Ya sabes lo que quiero decir.

    –Enfrentarte a la futura jefa de esta gente para tu diversión no se si es la mejor idea. Te recuerdo que no llevamos ni un día. Deberíamos centrarnos en tener todo listo e intentar arrancar cuanto antes.

    –¿Puedo acompañaros? –dijo Sigmund, quien acababa de llegar.

    –Claro, siéntate. –respondió Gamal. Éste inmediatamente le hizo un hueco en el madero.

    –¿Has hablado con Alphonse? –preguntó Sabir.

    –Sí. Al parecer la llegada de las dos aves da inicio al peregrinaje. Mañana mismo partiremos al norte según lo previsto. Junto con nosotros once un grupo de siete más nos acompañarán hasta el lago. Allí, al parecer, la mujer continuará su camino hacia el oeste, sola. El resto del grupo se volverá.

    –Curioso viaje… –dijo Sabir.

    –Y peligroso. –continuó Gamal.

    –Maldita sea, puñeteros críos, dejadme ir a comer en paz. –interrumpió Dhalion, apareciendo entre dos tipis y con media docena de niños persiguiéndolo. Éstos, le hacían preguntas sin parar e incluso a veces le tiraban de los pelos.

    –Niños. –dijo Mirlo Rojo. –Niños, dejad en paz al pobre Dhalion e ir con la anciana Búho Gris. Si queréis seguir jugando primero tendréis que ir a comer.

    –Sí Miskoasiginaak. –respondió obediente su hermana y partieron los seis hacia la cabaña de la abuela.

    –Muchas gracias. Me gustan los niños, pero estaban ya a punto de sobrepasarme.

    –No te preocupes. Mi hermana pequeña a veces puede ser demasiado insoportable. Es comprensible y te pido yo disculpas.

    –¿Vamos a comer? –Dhalion hizo un gesto con su mano para dar paso.

    –Gracias. –respondió ella mientras pasaba. Él continuó tras ella.

    –Hablas muy bien el idioma. ¿Lo aprendiste de nacimiento no?

    –Sí… pero ese es un viejo cuento. –Ante esas palabras, el martinico la miró con cierta cara de nostalgia mientras caminaban hacia el estofado que había sido cocinado sobre unas rocas muy calientes.

    –Algo me dice que ese cuento no es muy agradable.

    –Tendremos días para contar viejas historias. –La mujer le lanzó una sonrisa al bajito.

    La mujer se puso un segundo plato que llamó la atención de Dhalion. Ambos caminaron hacia Sigmund, Sabir y Gamal. Una vez encima, la mujer adelantó su brazo ofreciéndoselo a Sigmund.

    –¿Tienes hambre? –preguntó la mujer.

    –Ah. Muchas gracias. –El hombre no tardó en cogerlo y comenzar a comer.

    –He oído que eres arquero y quería darte una buena noticia. –Con la ayuda de Dhalion acercaron otro tronco y se sentaron frente a ellos. –Aquí también tenemos cierta experiencia como arqueros, aunque creo que los proyectiles te llamarán la atención.

    –¿Qué tipo de proyectil usáis? Pensaba que usabais puntas de obsidiana.

    –Por dios, no. Ha pasado una eternidad desde la última vez que usamos esas puntas.

    –Eso Sigmund. ¿Acaso te crees que están en los albores de la historia? –interrumpió Gamal.

    –¿Estás intentando hacerte el inteligente usando mis conocimientos sobre historia? –susurró Sabir al oído de su hermano.

    –Tenemos unos gusanos en las montañas con un raro veneno. –Ella continuó haciendo caso omiso a Gamal. –Veneno que, además, prende fuego con gran facilidad.

    –Estaría muy interesado en saber cómo usáis ese veneno. ¿Quién podría enseñarme?

    –Hablaré con Gran Cuerno. Seguro que querrá entretenerse con los arcos un rato.


    *****​


    Sigmund y Gran Cuerno salieron del poblado a una zona algo más alta, aunque sin estar excesivamente alejados del poblado. El joven le preguntaba por el extraño arco, explicándola la peculiar historia que habían vivido en Applestone con el inventor Johann Howard. El sicario, tras coger una flecha, se colocó en posición para disparar y el otro le miró detenidamente para ver cómo funcionaba, aunque realmente Sigmund sabía que necesitaba practicar con su nueva arma.

    –Los que vienen a intercambiar las pieles suelen contarnos historias sobre esas enormes ciudades. Por desgracia, seguramente pasaré a otra vida antes de hacer eso posible.

    –¿Jamás habéis estado en el oeste? –Sigmund liberó la flecha, dándole a un pequeño arbusto de finas hojas a unos doscientos pies, sorprendiendo ligeramente al otro.

    –Un tiro increíble. Menuda precisión.

    –Gracias. –dijo Sigmund sin disimular su felicidad por el tiro. El otro se levantó sin dejar de mirar al artilugio y, pensativo, continuó contando la historia.

    –Aunque apenas había vivido un invierno y no recuerdo nada, nosotros vivíamos allí, junto al charco.

    –¿Os expulsaron hacia el este?

    –En tiempos del hunga Amikwaabid. –Hizo una breve pausa en busca de la traducción–. Diente de Castor, padre del jefe Ardilla Roja, lo obligaron a hacer un tratado. Pero él no hablaba la lengua. Mirlo Rojo, que solo tenía cinco o seis años, aprendió la lengua y lo ayudó. Simplemente, los pocos que sobrevivieron a la guerra y a las enfermedades marcharon hacia el oeste.

    –Y así acabasteis en el valle.

    –De hecho, no. Vivimos cinco inviernos cerca de Fortunia junto con los Hokwoju. Recuerdo mi infancia, mis primeras lecciones con el arco y el caballo, pero muy a menudo sufríamos enfermedades y decidimos colocarnos en la tierra sagrada que abandonamos hace niizhwaak. Perdón, hace doscientos años.

    –Habrán sido años muy duros. Verse obligados a abandonar su hogar, perder gente y tener que dejarla atrás.

    –Aprendimos pronto. Sobre todo, los jóvenes de mi edad. Nos tocó sacar esto adelante, ayudar a nuestros padres.

    –¿Quieres tirar con mi arco? –le ofreció estirando su brazo hacia el joven.


    *****​


    Alphonse y el hunga Ardilla Roja paseaban por el poblado. Caminaban despacio, pero con paso firme. Entre anécdotas y chascarrillos, todo el poblado los había escuchado reírse, tanto por el peculiar sentido de humor del jefe, como el pésimo dominio de la lengua de Alphonse. Tras un largo rato, decidieron salir montaña arriba por recomendación del jefe. Pronto llegaría el anochecer y las vistas no eran para menos.

    –¿Y esos osos son muy peligrosos? –preguntó Alphonse, tras recibir una larga exposición sobre las diecisiete cicatrices del hunga.

    –No, no, no. Siempre y cuando no vayas solo. Mi hija te lo recordará veinte veces al día. Nunca vayáis solos, intentad no separaros. Ni si quiera para mear.

    –¿Y qué otros peligros podremos encontrarnos? Qué es ese nombre extraño que te causó la cicatriz del brazo.

    – Otigwaan Jiiswi.

    –Eso.

    –Cabeza aguijón. Son unas criaturas de seis patas y un largo aguijón, más o menos de así de largos. –El hombre se detuvo un momento y separó sus brazos abarcando una distancia de unos cinco pies–. El peligro está en su picadura. Para tu cuerpo durante un largo rato.

    –¿Y no te ocurrió nada?

    –Las abuelas siempre cuentan a los niños que los Otigwaan Jiiswi vendrán a por ellos. Aquel día, por las malas, aprendí a hacer caso a mi madre. Menos mal que iba junto a mi padre.

    –Escuchar a los padres siempre es importante. –dijo Alphonse pensativo. –Aunque sea para rebatirles. –continuó en voz baja. –¿Y qué cuentan las ancianas?

    –Cuentan que una mujer, dentro del matrimonio, se acostó con un guerrero extranjero. El hombre, al enterarse, decapitó a la mujer inmediatamente. Pero la cabeza no murió, se convirtió en aquella terrible criatura, buscando jóvenes para llevárselos a su madriguera. Incluso algunas cuentan que asustan a las presas para que nos cebemos.

    De repente, una rápida flecha cruzó su campo visual. Ésta se metió entre las ramas de un arbusto en el que ya había otra flecha clavada. Miraron al origen, viendo como Gran Cuerno había disparado con el peculiar arco de Sigmund. El hunga miró con curiosidad a Alphonse, quien cabeceó de arriba abajo aprobando que se acercaran.

    –Es muy extraño. –decía Gran Cuerno sin darse cuenta de que los otros dos se acercaban. –Es como si hiciera falta menos fuerza.

    –Muy buen tiro. –dijo el hunga. –¿Este peculiar artilugio es tuyo?

    –Así es. ¿Quieres intentarlo?

    –No, pero muchas gracias. La verdad que el arco nunca se me ha dado muy bien. Y parece que mi hija lo ha heredado.

    –Por suerte también ha heredado el combate cara a cara y el uso del tomahawk de su padre. –respondió Gran Cuerno.


    *****​


    –Alphonse. ¿Qué hace ese idiota volviendo solo de las montañas? –dijo Mirlo Rojo tranquila pero arisca, poco tiempo después de que el cuarteto volviera de practicar con el arco. Tanto Alphonse, como el hunga, Sigmund y Gran Cuerno se dieron media vuelta y vieron como Nicolas Moll volvía muy tranquilo de las montañas, con una bolsa de cuero a la espalda y una carpeta en la mano.

    –Lo siento, Mirlo Rojo. Aún no les había dicho a mis hombres que no se fueran solos.

    –Hija, cálmate. No ha ocurrido nada grave y estoy seguro de que a partir de mañana no volverá a suceder. –dijo el hunga intentando calmar la situación.

    –Alphonse. –Ella cambió su tono de voz a uno más amable–. Empieza a mantener a raya a tus hombres y que anden con cuidado. No quiero que mis hombres peligren por una estupidez.

    –No tendrás de qué preocuparte. –dijo Alphonse. Ella se marchó y su padre hizo lo mismo casi de seguido. Sigmund y él esperaron a que Nicolas llegara. –¿Dónde estabas?

    –Estaba cartografiando la zona. Desde lo alto del valle se ve muy bien y seguro que en Applestone podré vender los bocetos a buen precio. ¿Por? ¿Qué ocurre?


    *****​


    Todos los aventureros se sorprendieron al ver que los Wapahaska, en medio día, habían cazado cuatro caribúes, los habían desollado y despiezado para la noche. Se habían extrañado al ver que un gran grupo de mujeres se había puesto a hacer una gran hoguera donde metieron piedras, piedras que previamente habían calentado para hacer la carne.

    –No solemos hacer este tipo de cosas. Pero nos gustaría poder compartir un gran banquete. –dijo el hunga Ardilla Roja.

    –No era necesario… –intentó decir Alphonse.

    –A mí no me importa. –dijo Bertans muy despreocupado.

    –¿Esta es la imagen que tienen de nosotros? –susurró Pierre a Sigmund. Este segundo giró la cabeza para mirarlo durante unos largos segundos. –¿Qué ocurre?

    –Hacía unos días que no te escuchaba decir algo así.

    –Esperemos que siga así. –susurraba al compañero sin girar la cabeza y aligerando los movimientos de boca. –No quiero errar y poner en peligro la expedición. Los Wapahaska nos han tratado con amabilidad, pero eso no quita que puedan clavar nuestras cabezas en picas.

    –Ellos no hacen eso.

    –¿Y cómo lo sabes? –respondió en un tono burlón.

    Mientras los largos lomos de carne se freían, el grupo se sentó alrededor de aquel fuego de delicioso olor. El hunga, quien había desaparecido durante un rato, apareció junto con su mujer vistiendo sus mejores galas, él con gruesas pieles de caribú, largas plumas de halcón y la cara pintada con dos líneas blancas paralelas en cada mejilla. Ella, en cambio, vestía una hermosa piel de cabra blanca acompañada de hermosas plumas rojizas.

    –Siento la demora. –dijo el hombre, quien se sentó en unos asientos de gruesas pieles junto a Alphonse. La mujer, de seguido, ofreció una botella al líder de la expedición y se sentó junto a su marido.

    –Es un pequeño brebaje que bebemos los Wapahaska desde tiempos inmemoriales. Guárdelo para el viaje. –explicó la mujer.

    –Cuando te encuentres cansado o te cueste despertarte pégale un buen trago. Funciona mejor que el café ese que os tomáis. –dijo una voz tras ellos. Era Mirlo Rojo, quien acababa de llegar junto con su hermana pequeña. Ella también venía de arreglarse, con una larga trenza en su espalda y con un vestido decorado con elegantes plumas de puercoespín, pintura ocre, coloridos abalorios y blancos dientes de ciervo.

    –¿No le hacéis un hueco a la señorita? –dijo Bertans, haciendo que Nicolas y Horne le hicieran un hueco rápidamente.

    –Gracias. –dijo ella sonriente.

    –Podéis comer, cantar y bailar todo lo que queráis. Mañana es el gran día. –dijo el hunga. –Te lo agradezco Ardilla Roja, de verdad. Pero yo preferiré ir a descansar pronto. –dijo Sigmund. –Me gustaría estar mañana con todas mis fuerzas. –Ardilla Roja miró a Alphonse.

    –No tenéis que preocuparos de nada caballeros. Podéis ir a descansar cuando queráis. Yo me quedaré con el hunga. –Alphonse le devolvió una sonrisa al jefe.

    –Hija. ¿Has hablado con Gran Cuerno?

    –Sí, hunga Miskajidamoo. Gran Cuerno está hablando con el agícida Alto Caribú para dejar todo preparado. Enseguida vendrá con nosotros.

    –Bien hija. –El hombre giró la cabeza hacia su mujer. –Por favor, avisa a las mujeres que guarden algo de comida para el itaca y el agícida.

    –Ahora mismo voy. –dijo ella, levantándose de su cómodo asiento.


    *****​


    Era tarde y en aquel círculo alrededor del fuego solamente quedaban Alphonse, Bertans, John, el hunga, tres ancianos y Alto Caribú. El tenue fuego se encontraba débil y ya echarle más madera apagaría esas últimas brasas.

    –Hunga Ardilla Roja. Tu hija comenzará un viaje a la tierra sagrada al que tiene que ir sola. ¿No sé si podrás decirme lo que encontrará allí, pero, no te preocupa que pueda ocurrirle algo?

    –Mirlo Rojo es fuerte. –dijo calmado mientras encendía su pipa. –Ha heredado la fuerza de los gigantes, al igual que todos sus antepasados. Solo los ancianos y el hunga saben lo que le depara en su viaje. Pero puedo decir, que ella tendrá que vencer a sus propios miedos y temores.

    –Seguro que todo sale bien. Esperemos que a nuestra vuelta podamos tener noticias de ella.

    –No lo creo Halcón Dorado. El viaje es largo y seguramente no llegue hasta finales de año, para la fiesta de la larga noche.

    –Os ha gustado el nombre que me ha puesto la anciana Búho Gris. –Alphonse se reía, viendo aquel nombre absurdo–. ¿Qué es esa fiesta?

    –Cuando el frio más duro y las largas noches llegan, los cuarenta dagugichiyabi nos reunimos y celebramos el fin del ciclo. Espero poder dar la buena noticia y presentar a la nueva hunga.

    –Ardilla Roja, cuando volvamos podréis cogernos lo que queráis. Sé que os interesarán las armas, la munición y los envases metálico. Sería nuestra forma de agradecerlo.

    –Muchas gracias Halcón Dorado. Tus palabras nos inspiran confianza y, de verdad, espero teneros pronto por aquí.


    *****​


    Estaba amaneciendo y Pierre había sido el más madrugador. Cerca del arroyo descendente que habían visto dos días antes dos rocas sobresalían en medio de la verde ladera. Allí, el phínico, empezó a cavar con la ayuda de un omoplato animal hasta que se vio una bolsa de cuero.

    El hombre notó un retumbar en la cabeza, pero no le impidió sacar la bolsa del suelo. Empezó a escuchar unas voces a lo lejos, pero estas venían de su cabeza. Cogió la cantimplora que tenía en su cintura y pegó un largo trago de golpe, lo que le provocó que no pudiera respirar bien unos pocos segundos.

    –Eso que llevas ahí parece peligroso. –dijo una voz tras él. El hombre se dio la vuelta rápidamente, viendo frente a él a la anciana.

    –Solo es una bolsa con un viejo tesoro. –respondió Pierre intentando zafarse de la mujer, pero ésta lo agarró del brazo.

    –Deberías deshacerte de eso cuanto antes. No pareces tan estúpido como para usarlo. Además, te traería problemas si te ven con eso.

    –¿Cómo sabes lo que hay aquí?

    –No lo sé, pero por algo lo escondes, idiota. Sé que es peligroso y lo quiero lejos de la aldea.

    –Me lo voy a llevar ya mismo. Cuando lleguemos a ese mar helado pienso tirarlo al fondo. Ahí me aseguraré de que nadie pueda conseguirlo. –La vieja suspiró sin perder el ojo de Pierre, quien se soltó de una brazada–. ¿Qué?

    –Otro idiota impulsivo queriendo ayudar a todo el mundo. Me recuerdas al hunga anterior a mi marido. Pues escúchame bien. Ten mucho cuidado, donde vas, las heroicidades se pagan muy caro. –La mujer desplazó su mano al rostro del hombre–. ¿Escuchas voces no?

    El hombre no asintió, pero sus ojos miraron hacia un lado. La mujer, sin mediar palabra, metió su mano en la bolsa que colgaba de su cuello y le sacó unas hojas pequeñas, verdes y con los lados en forma de sierra.

    –¿Qué es esto?

    –Te ayudará. Es un remedio para el dolor de cabeza, pero su sabor tan amargo te ayudará a descentrarte de las voces. Fíjate bien en como son, las encontraras en tu viaje.

    –¿Funcionará?

    –¿Acaso lo dudas? Imbécil. –La mujer le asestó un coscorrón en la cabeza.


    *****​


    Mirlo Rojo se había puesto la vestimenta confeccionada por su madre, algo elegante pero cómodo para su viaje.

    –Es la segunda vez que vivo este momento. –le decía su madre mientras ella se metía las mallas cosidas por su madre. –Me acuerdo cuando tu padre inició el viaje. Estaba tan nervioso que se dejó los tomahawk en su tipi.

    –¿En serio? Padre nunca cuenta esas cosas. –Mirlo Rojo se rio mientras cogía su vestido de ante con bellas decoraciones en forma de zigzag–. Es precioso madre.

    –No es suficiente para la futura hunga.

    Tras una larga mueca, la muchacha se puso el vestido, para luego mirar a su madre y esperar una respuesta. La madre simplemente la miraba sonriente y con ojos cristalinos.

    –Se que este momento te lo imaginabas de otra forma, pero…

    –¿Pero qué dices hija? Tu hermano, esté donde esté, seguro que estaría muy feliz. Y te cuidará en tu viaje.

    –Gracias madre. –Mirlo Rojo abrazó fuertemente a su madre.

    –Nimisenh, nimisenh. –dijo una vocecilla. Era la pequeña de la familia quien entró corriendo y se unió al abrazo.

    –¿Tenías envidia o qué? –bromeó la madre.

    –Miskoasiginaak, te echaré mucho de menos.

    –Yo también te echaré mucho de menos. –La hermana dobló sus rodillas y se agachó a la altura de su hermana. –Intentaré volver cuanto antes. ¿Hasta entonces podrás cuidar de la familia? –Mirlo Rojo acarició el pelo de la muchacha.

    –¡Claro que lo haré! Dejaré esto mejor de lo que está ahora, listo para que seas nuestra hunga.

    –Estoy seguro de que lo harás muy bien. –se levantó y cogió una gruesa capa de piel de búfalo. –Es hora de irse. ¿Vamos?

    Las tres salieron del tipi hacia afuera, a la entrada del poblado, lugar donde estaban los carros listos. Todos se dirigían hacia allí, aunque la mujer se detuvo al encontrarse con su abuela.

    –Abuela. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con padre?

    –Necesitaba hablar contigo antes. A solas. –La anciana miró a su cuñada y a su nieta, haciendo que estas se adelantaran inmediatamente.

    –¿Qué ocurre Gookooko'oo Waabijiiyaa?

    –Solo quería alertarte. Ten muchísimo cuidado con Getenigig.

    –¿Vieja Nutria? ¿Sabir?

    –Lo vi en la roca mágica. Una poderosa fuerza se ha apoderado de su cuerpo. Posiblemente no sea un problema, pero ten mucho cuidado. No confíes más de la cuenta en los extranjeros.

    –¿Pero seguro que es él? Parece un hombre normal…

    –Tiene que ser él. He visto su colgante y creo que lleva agua mágica. Tal vez sea la única forma que tenga para contrarrestar eso que lleva dentro…

    –¿No sabes qué oculta?

    –No, no lo sé. Pero la piedra me ha mostrado una corrupción caótica. Es posible que, si se descontrola, sea muy peligroso. ¿Ten mucho cuidado vale?

    –Claro, abuela. Lo tendré en cuenta. –La nieta dio un último fuerte abrazo a su abuela, antes de partir.


    *****​


    Y finalmente, los once aventureros partieron montaña arriba acompañados de una decena más de hombres. Mirlo Rojo, a la cabeza sobre su caballo, iba acompañado de Gran Cuerno y Alphonse, estando estos detrás. El resto viajaba alrededor de los carruajes, protegiendo estos y asegurándose de que no se salieran de su lugar.

    El camino era duro, una constante subida que acababa en un ancho paso que se apreciaba a lo lejos, tiempo después de haber alcanzado la cota donde la fría nieve iniciaba. El silencio era absoluto y solamente se escuchaba algún berrido casual.

    Tras alcanzar la nieve, la subida comenzó a volverse más lenta. Los caballos no estaban tan animados y los tres carros no avanzaban con facilidad. Se tuvieron que bajar de los caballos para empujar o quitar las piedras del camino. El helador viento, que aumentaba según la altitud era mayor, llegando a causar un sonido ensordecedor.

    El sol estaba en el centro del cielo cuando cruzaron el paso y finalizó la subida. Quisieron detenerse para admirar los detalles del bello valle que tenían frente a ellos, pero aquel viento los estaba ralentizando demasiado. Mirlo Rojo advirtió que debían continuar, o la noche les pillaría en mal lugar. Alphonse le dio la razón sin dudarlo, viendo que si el ocaso les pillaba en mal lugar podrían morir congelados aquella misma noche. Aquel fue el primer aviso de un viaje tranquilo que podría torcerse en un infierno al mínimo descuido. Habían llegado a las tierras desconocidas, el lugar que pocos hombres habían pisado en décadas y que no salía en los mapas. Una tierra virgen de intenso verde y aguas turquesas a cruzar. La aventura había comenzado.



    Glosario


    · Agícida: Similar a un policía, tiene la obligación de mantener el orden del grupo, tanto en la guerra como en la caza.

    · Animikii: Pájaro de Trueno

    · Dagugichiyabi: Bandas, unión de grupos locales. En total son cuarenta.

    · Hunga: Jefe tribal.

    · Itaca: Jefe de guerra.

    · Makadewiningwii: Alado Negro.

    · Memegwesi: Enano o “gente pequeña”.

    · Niizhwaak: Doscientos.

    · Nimisenh: Hermana mayor.


    Nombres:

    · Miskoasiginaak (Mirlo Rojo):
    o Misko- (rojo) – Asiginaak (mirlo)
    o Hija de Ardilla Roja y nieta de Búho Gris. Futura hunga.

    · Miskajidamoo (Ardilla Roja).
    o Misko- (rojo) – Ajidamoo (ardilla)
    o Hunga de la tribu. Hijo de Búho Gris y el anterior hunga y padre de Mirlo Rojo.

    · Mamaangiwine (Gran Cuerno).
    o Mamaangiwine (“El ella tiene grandes cuernos”).
    o Fue aspirante e, actualmente, itaca del grupo.

    · Gookooko'oo Waabijiiyaa (Búho Gris).
    o Gookooko'oo (búho) – Waabijiiyaa (gris).
    o Anciana sabia del poblado, madre de Ardilla Roja y abuela de Mirlo Rojo.

    · Amikwaabid (Diente de Castor).
    o Amikwaabid (diente de castor).
    o Anterior hunga de los Wapahaska.

    · Otigwaan Jiiswi (Cabeza agujón)
    o Otigwaan (cabeza) – Jiiswi (aguijón).
    o Nombre que se le da a una criatura de seis patas y un largo aguijón.

    · Getenigig (Vieja Nutria).
    o Gete- (Vieja) – Nigig (nutria).
    o Nombre que le ponen a Sabir.
     
    Última edición: 9 Mayo 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Comienzo con algunos detalles que noté.

    "círculo"
    "mostró"
    "Gracias, Sabir"
    "ocultas, caballero"
    Esas comas suelen brincarse.
    "La gente del poblado parece estar más contenta que asustada"
    "Estás"
    Ahí, al final, te faltó una coma, ya que no creo que Sigmund dijera "Ardilla Rojas Miró a Alphonse"
    ¿Eso último es una pregunta? Parece una, pero no tiene los signos.
    "¿Funcionará?"

    En cuanto al glosario, hubiera quedado mejor dentro de un spoiler (contenido oculto en insertar). Así no se ve muy elegante que digamos. Aunque me gustó que añadieras un glosario para repasar los términos.

    Ya estamos en el final de temporada. Efectivamente fue un capítulo muy largo, que introdujo muchos datos nuevos, al igual que personajes nuevos con sus propias costumbres. Honestamente pensé que el wiski de Bertans iba a causar algún problema, pero veo que no lo hizo. El casco mágico ya ni lo recordaba, pero parece estar causando problemas serios en la mente de Pierre.

    Me gustó en si la cultura de esta tribu y lo mucho que pareces haberla trabajado. Esperaba un poco más de acción para el final de temporada o algo que me dijera lo que va a ocurrir ahora. Ya no resta más que esperar el nuevo arco de este fic, y ver lo que le aguarda al grupo.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Como siempre, gracias Dark RS por tu comentario y tus correcciones. Ya están realizadas. También gracias con el Glosario, era la primera vez que lo usaba y ahora ya se como ponerlo bien.
    En cuanto al wiski, decir que no es un simple detalle, como casi todo lo que hemos ido viendo. En parte, el parón es para recordar todos los detalles y que no se escape ninguno. En cuanto a la acción, entiendo que se eche de menos, pero desde ya aviso que todo esto era la calma previa a la tormenta.

    "Esta aventura continuará pronto..."
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Título:
    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    32
     
    Palabras:
    4638
    Demos caña al lunes!
    Al final, por motivos personales, he tardado más de lo pensado en volver. Pero aquí inicia la verdadera aventura. Espero que la espera haya merecido la pena y disfrutéis mucho del capítulo. No se cómo de regular seré de cara a los siguientes capítulos, pero cada semana o cada dos espero poder tenerlos. Dicho todo, adelante!


    18º Capítulo: “Merodeadores”

    La bajada había sido complicada. El camino era mucho más difuso y la nieve ocultaba las afiladas rocas que roían las ruedas. Tras meterse en un pinar, el viento cesó, convirtiéndose en una fresca brisa de aire que llegaba ser agradable. La ruta no tenía pérdida, solamente tenían que seguir a una gran columna montañosa que se alzaba ante ellos.

    –¿Tenemos que subir ahí? –preguntó Dhalion a un muchacho que lo acompañaba a caballo.

    –No, pero la salida de este valle está a su derecha. Subiremos un poco y, luego, solo quedará bajar hasta el gran lago.

    El joven, de baja estatura, largo cabello negro y tez bastante oscura, observó que el carro comenzaba a sufrir los estragos del viaje. Tras unos segundos pensando, le pegó un golpe a su caballo para avanzar a la cabeza del grupo.

    –Miskoasiginaak. Creo que tenemos un problema con uno de los carros. –dijo el muchacho sin pasarse de la línea que marcaban Alphonse y Gran Cuerno.

    –Dime, Gichihinoozhe. –respondió la mujer sin perder la vista del camino. –Conociéndote seguro que tienes una idea.

    –El carro lleva demasiado peso y la rueda se está desgastando muy rápido. Con unas ramas podemos hacer dos pequeños trineos. Será rápido y con dos caballos que tiren aligeraremos mucho.

    –Es una buena idea. Vamos al carro. Gran Cuerno, relévame. –ordenó, antes de partir hacia la mitad de la fila.

    –¿Quién es ese joven? –preguntó Alphonse a Gran Cuerno, quien mantuvo el ritmo.

    –Es Gran Lucio, el más joven del grupo. Pero que no te engañe su juventud, es un chaval muy zorro.


    *****​


    Entre cinco pinos muy juntos se detuvieron. El joven Gran Lucio se subió a las ramas y buscó cuatro largas de grosor notable. Con el tomahawk que tenía en la cintura las cortó y empezó a darles una longitud determinada para después, atar dos de ellas por un extremo a la parte trasera del caballo. Luego, con unas ramas más cortas y un trozo de lona, unió las dos. Repitió el artilugio en otro caballo.

    Dhalion, Nicola y Sabir ayudaron a bajar algunas cosas como alimentos o pieles, las cuales pusieron sobre el pequeño trineo, lo que ayudó a que ambos carros no tuvieran tanto peso encima.

    –Creo que funcionará para unos días. Si se rompe siempre podréis reutilizar los materiales y hacer otro. –explicó el chaval.

    –La simpleza es clave. –dijo Horne pensando en cómo no se le había ocurrido algo así.


    *****​


    Apenas tenían una breve cuesta para salir del valle. En minutos cruzarían aquella zona rocosa entre el final del pinar y la siguiente parte del viaje, pero la futura hunga ordenó acampar allí por precaución. No quedaba mucho para el anochecer, cosa que a los aventureros llamó la atención, sobre todo a Nicolas, quien comenzó a recordar una vieja lectura.

    No esperó, avisó a Alphonse y a la hunga y, acompañado de Gran Cuerno, se subió a una pequeña colina no muy lejana con su instrumental. Bertans, quien estaba muy silencioso desde primera hora, se ofreció a acompañarlos.

    Subieron a una alta colina poco arbolada, lugar del que podrían ver con facilidad cualquier peligro. Sobre una roca algo aplanada apoyó una bolsa, de la que sacó una caja de madera, un sextante, papel y pluma. Abrió la caja, dejando al descubierto un cronómetro marino de la marca Harris, y se puso manos a la obra con el sextante.

    –Si no te importa… –dijo Bertans a Gran Cuerno, mientras apoyaba su arma en un árbol. Después, sacó una botella de wiski.

    –Como quieras. Pero estate un poco atento. Hay muchos osos por aquí.

    –Si, estate tranquilo. Solo quiero un rato de descanso.

    Tras un largo rato de trabajo, Gran Cuerno se alejó de Nicolas para ver que tal estaba Bertans. Éste bebía mirando fijamente al lago de aguas turquesas. En el silencioso y puro lugar poco a poco comenzaba a apretar el frío viento del norte.

    –¿En qué piensas? No dejas de mirar el agua y pronto te acabarás la primera botella.

    –¿Cómo sabes que será la primera?

    –Porque nunca es solo una. ¿Qué te corroe por dentro?

    –Una vieja pesadilla. –El hombre pego un fuerte trago, llegando a atragantarse. Tosió para después lavarse el morro con la manga–. Una terrible matanza.

    –Nuestro hunga siempre decía que los mejores hombres de guerra no eran los mejores luchadores. Sino aquellos que abrazaban las pesadillas para que ningún otro de su familia tuviera que pasarlas. Hicieras lo que hicieras, seguro que no era culpa tuya.

    –Ojalá guardara esa pesadilla por un buen motivo. Pero algo me dice que me lo llevaré a la tumba. –El hombre dio otro sorbo.

    –Oye caballeros. –interrumpió Nicolas. –Estoy acabando, pero… ¿Eso de ahí no es un oso?


    *****​


    Mirlo Rojo observaba a Sabir pensando en las palabras de su abuela. Qué habría visto en Sabir como para preocuparla tanto. Aquella pregunta, al menos de momento, no tendría respuesta alguna, aunque ella comenzaba a plantearse la posibilidad de que fuera parte de la prueba que tenía por superar.

    –Padre, abuela. Odio que siempre hayáis sido siempre tan misteriosos con el tema. –Pensó en voz alta, mientras observaba el fuego en el que calentaba sus manos.

    –Déjame en paz… –escuchó de repente tras el carro que había a sus espaldas. Se giró para ver quien estaba ahí, pero solamente vio dos piernas.

    Levantarse del tocón de madera y rodeó el carruaje, viendo únicamente a Pierre echándose un cigarro.

    –¿Estás bien? –preguntó Mirlo Rojo.

    –Si, si… es solo que este frío es una mierda para los fumadores. –dijo el alto hombre un poco tembloroso.

    –¿Por qué no te pones junto al fuego?

    –Eh… sí, sí. Creo que será lo mejor. –Ambos caminaron al frente del carruaje y se sentaron sobre un grueso tronco tumbado.

    –¿Qué es eso que aspiras? –le preguntó el curioso Gran Lucio, quien acababa de coger el instrumental para hacer un estofado.

    –Lo llamamos cigarrillo. Es como la pipa de fumar, pero en vez de tener que preparar el tabaco y meterlo en la pipa, pues te viene ya listo para aspirar.

    –¿Puedo probar uno? –dijo el muchacho.

    –Eh… sí, claro. Pero la cajetilla la tiene John. Tendrás que pedirle a él. –La mujer miró fijamente a Pierre. –Tranquila mujer. No tiene efectos raros. Solo le dará un poco de tos y ganas de cagar.

    –¿Y por eso debería aprobarlo?

    –¡John! –gritó el joven, llamando la atención de los dos O´Sullivan. –¿Puedo probar uno de esos palitos de fuego?

    –¿Un cigarrillo? Si Miskoasiginaak le parece bien no veo problema.

    –Anda dale. Si mi padre comenzó a llamarle Gran Lucio por su hambre voraz, de comida y conocimiento.

    John caminó hasta el joven acompañado de su hermano Herschel. Sacó la cajetilla y sacó dos cigarrillos, uno para él y otro para el muchacho. Éste último observó con curiosidad el simple artilugio.

    –Me quedan dieciocho para todo el viaje… –susurró John tras contarlos rápidamente.

    –Dame otro a mí. –dijo Herschel, quién lo cogió y se sentó junto al fuego, frente a la hunga. Acercó el cigarro a la hoguera y aspiró para encenderlo. Gran Lucio lo imitó. –Tienes que tragar el humo.

    –¿Cómo?

    –El humo que tienes en la boca tienes que aspirarlo hasta adentro.

    Gran Lucio lo intentó de nuevo, provocándose toser casi al momento. Los presentes se rieron ante la cara de desagrado del muchacho.

    –Es… –intentaba decir entre tosidos. –Es fuerte.

    –Tranquilo, a todos nos pasa la primera vez. –respondió un sonriente Herschel mientras que Gran Lucio se sentaba junto a él. Volvió a darle una aspiración al cigarrillo, esta vez apenas tosiendo.

    –Se agradece tener alguien de mi edad por aquí. En mi tribu todos o son mayores o más jóvenes. –El joven de tez oscura volvió a coger el instrumental de cocina y comenzó a preparar todo.

    –La verdad, ha sido una grata sorpresa. Así me acostumbraré mejor a esta gente mayor. –dijo en un tono burlón mientras guiñaba un ojo a su hermano mayor.

    Giró la cabeza, mientras que Gran Lucio levantó su mirada del suelo. Ambos se quedaron mirando fijamente a un lugar tras el carruaje. Herschel intentó pronunciar unas palabras, pero su garganta no fue capaz de emitir sonido alguno. Mirlo Rojo, mosqueada, se levantó de su sitio y caminó despacio dando tres largos pasos. Cuando el carruaje ya no tapaba el campo de visión, la futura hunga atisbó lo que se temía. Un enorme oso se acercaba lentamente.

    –Todos. Atrás. –dijo la mujer en voz baja sin perder de vista al animal. Alzó una mano y la movió lentamente indicando que fueran hacia atrás lentamente. –Caminad lento y avisad al resto. No os pongáis en el camino del animal.

    Alphonse, precavido, apareció en aquel momento, poniéndose delante de los dos muchachos.

    –John, Herschel, Pierre. Haced todo lo que diga Mirlo Rojo. –Dirigió su mirada hacia la mujer–. ¿En qué ayudo?

    Ella no respondió, solo miraba al animal. A éste parecía no importarle la presencia de la gente, aunque no paraba de mirar de un lado para otro. La imponente criatura, casi tan grande como uno de los carros, daba pesados pasos sin detenerse.

    –Busca comida. –susurró ella a Alphonse. Éste, inmediatamente llamó Gran Lucio.

    –¿Qué ibas a cocinar?

    –Hemos pescado un par de salmones. –Tras la respuesta, el líder miró hacia Mirlo Rojo para ver si sería suficiente.

    –Tendrá que serlo. –cogió un viejo cubo oxidado con los dos peces.

    Ella, con el cubo con dos colas salientes en mano, se lanzó frente al oso. La miró rápidamente, erizándose su pelo en cuestión de segundos. Ella, cautelosa y de lado, avanzó tres largos pasos. Alargó despacio su brazo y asió uno de los peces, lanzándolo de seguido a una distancia intermedia entre ambos seres. El animal, tras mirar brevemente al pez, volvió a mirar a la mujer.

    Ella, otra vez, cogió el otro pez y se lo lanzó de nuevo, llamando la atención del oso. El animal atrasó la cabeza y la movió arriba una y otra vez, para finalmente agacharla a la par del suelo. Olió la hierba y comenzó a caminar hacia ambos peces, pesado paso a paso, hasta alcanzar los dos salmones. El animal se paró un buen rato a olerlos, luego alzó su mirada. Mirlo Rojo y Alphonse ya no estaban. Se habían ocultado tras el carro.

    El oso gigante cogió con su boca uno de los peces y alzó su cabeza para devorarlo. Tras unas fuertes mordidas en la que parte de la cola y cabeza del salmón cayeron, el resto ya había sido comido.

    –¿Se marchará? –preguntó Alphonse agachado, intentando observar bajo el carro.

    –Lo dudo. Pronto tendrá que hacer el sueño de invierno y necesita comer.

    –Al menos hemos ganado tiempo y están todos algo lejos. –dijo Pierre, quien llegaba para avisar. –Sigmund está preparando su arco. Bueno, el artefacto ese. Tal vez sea posible que atraviese su pelaje.

    –No me arriesgaría. Podríamos asustarlo y volverse violento. –respondió la mujer.

    El animal continuó su camino tras comerse el segundo pescado. A su paso, dejaba el rastro de sus afiladas garras, mientras que su hocico no se separaba del suelo.

    Mirlo Rojo hizo un gesto con la mano a los dos hombres para que retrocedieran. Acto seguido los tres se movieron hasta detrás el otro carruaje, agachados, ganando cincuenta pies más. Los tres, pegados a uno de los lados y de cuclillas, comenzaron a hablar mientras ella vigilaba desde el extremo.

    –Este sitio es bueno. –explicó ella. –De ponerse agresivo podremos correr a esos árboles de ahí. Otros tipos de oso pueden llegar a trepar, pero este es demasiado pesado.

    –¿Y si nos pilla? –preguntó Pierre.

    –Os cogerá, os arrastrará y os golpeará. Como mucho podréis apuñalarlo con algo y ganar tiempo para llegar al árbol.

    –Bueno. –interrumpió Alphonse. –¿Qué le damos de comer? Tal vez una parte de las provisiones sea suficiente.

    –¿Carne de bizhiki?

    –¿Bisonte?

    –Sí, eso. Puede valernos. ¿Sabéis dónde está la carne?

    –La carne deshuesada creo que está en la estructura que había montado Gran Lucio. Se había quedado al lado de… –La mirada de Pierre se quedó perdida.

    –¿Qué? ¿Dónde? –preguntó Alphonse preocupado.

    –Está junto al oso. Bien envuelta en paños y atada.

    Ella miró y vio unos rollos de paños, algo ensangrentados, que estaban atrayendo la nariz del gran animal. Cuando ya estaba encima de ellos, el animal se quedó pensativo ante el extraño olor de la carne. Con su húmeda nariz negra golpeó las bolsas, tirando algunas, y las miraba extrañado. Se animó a morder una de ellas y comenzó a masticarla una y otra vez, hasta que se le cayó de la boca.

    –Dudo que se los coma con el paño ensangrentado. ¿Creéis que se lo quitará? –dijo Pierre.

    –Puede ser. Pero creo que Sabir le hizo algo a la carne para conservarla. Tal vez el fuerte olor camufle él de la carne. –respondió su líder. De repente, el animal ignoró la carne y continuó sus andares hacia el trío escondido.

    –Peligro. –remarcó Pierre ante lo evidente. –¿Y si nos subimos a un árbol y esperamos a que se vaya?

    –No funcionaría. Necesita comer con urgencia. En un mes se irá a dormir el invierno. –La mujer, por primera vez, se veía algo nerviosa y sin soluciones no arriesgadas.

    –Entonces…

    –Hay que conseguir esa carne. Yo despistaré al oso. Vosotros dejad todo listo.


    *****​


    –¿En serio no podemos hacer nada? –preguntó Gamal sentado en la rama de un pino.

    –Si estás pensando en matarlo, vete olvidándote. –respondió Gran Lucio desde otro de los árboles. –Son animales sagrados.

    –Joven. –dijo Sabir desde una rama inferior a la de Gamal. –¿No hay alguna forma de ahuyentar el animal? ¿Fuego? ¿Olfato?

    –El olfato es buena idea. Pero que bestia asustaría a esa bestia…

    –Chaval, piensa… –dijo Gamal.

    –¿Un merodeador? Viven lejos, no encontraremos excrementos por aquí.

    –¿Ruido? –continuó Sabir.

    –¿Con qué?

    –La pólvora de Bertans. –propuso Gamal.

    –No sé qué locura están pensando hacer esos tres. –pensó Sabir en voz alta mientras oteaba. –Pero creo que necesitarán una distracción.

    –Tengo un plan.


    *****​


    Pierre y Alphonse, intentando aumentar las posibilidades, rodearon la zona por separado, agachados y manteniendo una distancia prudente. Cuando ambos estaban listos, Mirlo Rojo cogió un largo palo del suelo y dio dos pesados pasos hacia adelante, levantando algo de ruido y polvo, llamando la atención del oso automáticamente. El animal agachó la cabeza ligeramente y miró directo a los ojos de ella.

    La mujer caminó hacia adelante con decisión, mientras que el animal respondió agachando un poco la cabeza, pero sin acelerar su sonora respiración.


    *****​


    Nicolas y Gran Cuerno bajaban a todo correr montaña abajo, con cautela, pero sin perder de vista a la futura hunga. Bertans correteaba algo más atrás, con los pies redondos e intentando cargar su mosquete.

    –Como se te ocurra disparar desde aquí en ese estado te daré de ostias hasta el solsticio de invierno. –dijo el Cartógrafo sin alzar el tono demasiado.

    –No tengo problemas para disparar. –respondió Bertans entre jadeos.

    –Nicolas, Bertans. –llamó el guerrero Wapahaska. –Los hermanos de oriente y Gran Lucio están planeando algo. Creo que deberíamos ayudarles.

    –Vamos. –respondieron ambos al unísono.


    *****​


    Sabir, seguido por su hermano y el joven Gran Lucio, llegó al carro donde la pólvora creada por Johann Howard los esperaba. Era un gran tarro de cristal lleno de un polvo de gris muy claro, el cual estaba metido en una caja de madera llena de paños que amortiguaban los golpes.

    –Cuidado. Debe ser muy inestable. –alertó Sabir.

    –¿Y cómo vamos a hacerlo explotar? –preguntó el muchacho.

    –Con esto. –Gamal cogió en su mano uno de los mosquetes que había en el mismo carruaje.

    –Bien, bien. Pues vamos con cuidado. –dijo Gran Lucio entusiasmado.

    –No chaval. Si te pasara algo Mirlo Rojo jamás nos lo perdonaría. Tendrás tiempo para hacer estas estupideces. De momento vuelve al árbol. –Le ordenó Gamal en un tono serio mientras desplazaba su mano hasta el hombro del joven.


    *****​


    El oso dio un paso adelante. Ella no se achantó y levantó los brazos mientras avanzaba otro paso, firme y decidida. La criatura continuó sus andares, a lo que ella respondió girando ligeramente su cuerpo hacia adelante y liberando un gran grito. El animal se detuvo, pero su respiración no dejaba de ser más fuerte.

    Alphonse y Pierre, escondidos tras gruesos árboles, se miraron mutuamente. El líder hizo un gesto con la cabeza, indicando a Pierre que actuara. Éste, mejor posicionado caminó con cautela para no ser descubierto. Con pies de acero y esquivando todos los palos del suelo, no tardó en llegar al trineo improvisado, donde cogió uno de los rollos de carne.

    Con cuidado quitó los paños y lo apoyó, para después coger otro y repetir la acción. Cuando acabó con el cuarto no pudo evitar sonreír, rostro que empalideció al ver que el oso había girado su cabeza. Lo miraba fijamente y salivaba mucho.

    –No hagas movimientos bruscos. –dijo Mirlo Rojo en voz baja.

    De reojo, observó que por el lado de donde había venido no había nadie. Con movimientos lentos mostró la carne al oso, haciendo que se girara. Después, lanzó la carne hacia un lado por el que el oso pudiera marcharse tranquilo. Pero no fue así.

    El animal comenzó a caminar hacia el phínico, lento y con fuertes resoplidos.

    –Mierda… –dijo sin poder evitar dar un paso atrás.

    –No… –Solo pudo pronunciar Mirlo Rojo–. Camina lentamente hacia atrás. Muy, muy despacio.

    Pero el oso ya había decidido su presa. Impasible, caminó hacia Pierre, jadeando y salivando ante una aterrorizada presa. Mirlo Rojo no dudó y cogió el arco de su espalda. Se equipó con una flecha y apuntó a la cabeza del animal. Su mano temblaba ligeramente, sabía que matar al oso sería un mal presagio para su viaje. El animal no se detuvo, por lo que se decidió a disparar.

    –Espera. –susurró una voz tras los arbustos. Era Sabir, dejando el tarro lleno de pólvora en el lugar. Mirlo Rojo no entendía nada.

    Gamal, a doscientos pies del lugar apuntó con su mosquete. Bertans llegaría en aquel momento y haría lo mismo con su peculiar arma.

    –Gamal. –dijo Bertans, viéndose tembloroso con el arma. –A esta distancia seguramente erres el tiro.

    –Tranquilo, no daré a nadie.

    –Tampoco al tarro.

    Gamal apretó el gatillo, pero el arma no funcionó. Mosqueado, giró bruscamente el arma para mirar. La pólvora estaba húmeda.

    –Mierda…

    Bertans no esperó y apretó el gatillo inmediatamente. La explosión fue inmediata, pero la bala se clavó a escasos centímetros del tarro. Alphonse frunció el ceño ante tal tiro, que incluso el oso escuchó.

    El animal, viéndose acorralado, liberó un tremendo rugido que heló la sangre de Pierre.

    –Conmigo nada de esto te habría pasado. –escuchó Pierre en su interior una y otra vez en forma de susurro.

    –Parece que este es el fin. –pronunció Pierre con una mueca mientras desplazaba lentamente su mano hacia el cuchillo de su cintura.

    De repente, un sonido metálico rompió el cristal, provocando una importante explosión de tres pies de altura. Tras ella, algunos cristales rotos sonaron alrededor, llegando a sentirse en las piernas de los que estaban más cerca. Todos miraron al lugar de la explosión, viendo como solo quedaba una enorme flecha de metal totalmente calcinada.

    El oso rugió con fuerza, para después salir corriendo. Cogió uno de los trozos de carne y huyó muy cerca de Alphonse, pero sin reparar incluso en que allí estaba, tras el árbol. Pierre suspiró tranquilo, dejando caerse hacia atrás para sentarse en el suelo.

    –De qué poco…


    *****​


    Unos instantes antes, Gran Lucio se subió a uno de los árboles, viendo como Sigmund tensaba bien aquella cuerda atada a dos árboles.

    –¿Qué es eso? –preguntó el joven, observando que dos compañeros suyos miraban igual de extrañados.

    –Un arco improvisado. Con él podré lanzar esto. –dijo mientras sacaba del carcaj de su espalda una gruesa saeta metálica.

    –No puedes matar al animal. –regañó uno de los Wapahaska.

    –El oso es un animal sagrado. Matarlo sería un terrible presagio para el viaje de Miskoasiginaak.

    –Calmaros. Si la uso, no será para matarlo. Espero.


    *****​


    –¿Quién ha lanzado esa potente flecha? –dijo Mirlo Rojo sorprendida de ver la negra flecha clavada en el suelo. Después, inició su marcha hacia el objeto.

    –Es de Sigmund. Tiene un artilugio especial para lanzar esas flechas.

    –¿Otro? Vaya caja de sorpresas…

    –Le debo una a Sigmund. –dijo Pierre, mientras que Alphonse le estiraba el brazo y le ayudaba a levantarse.

    –Habéis hecho un buen trabajo. –dijo la futura hunga, viendo como Bertans, Gran Cuerno, Sabir y Gamal se acercaban.

    –Ha faltado poco… –dijo Gamal a Pierre lamentándose.

    –No te preocupes. De momento sigo aquí. Ahora mismo quiero abrazar a ese cabrón de Sigmund.

    –Ha sido un disparo increíble. –dijo Sabir.

    –Imposible diría yo. –dijo Mirlo Rojo, mientras tocaba con la punta de su dedo la férrea flecha.


    *****​


    Anocheció, y para evitar nuevos sustos, aumentaron la vigilancia, al igual que los fuegos que rodeaban el lugar. Tras la cena, y poco antes de irse a dormir, Mirlo Rojo se acercó a Sigmund, quien estaba de guardia junto con Gamal y Sabir. Los hermanos avanzaron, dejándolos solos, pero Gamal no dejaba de mirarlos.

    –¿Puedo ayudarte en algo? –dijo él, sorprendido por la visita, caminando por el pinar.

    –Quería felicitarte por tu actuación de hoy. Ha sido un tiro increíble.

    –Ojalá no hubiera sido necesario, pero gracias. Nos alertaste de los peligros del viaje y creo que este desencuentro nos ha valido para estar mucho más conscientes. Lo dijiste, en cualquier momento todo se puede torcer.

    –Mi gratitud es hacia vosotros. Pudisteis haber matado al oso.

    –Tampoco queríamos ensuciar tu viaje. –El hombre liberó una breve mueca. –No solía creer en malos agüeros, pero con los años estos se han ido haciendo más frecuentes. Mejor no arriesgarse.

    –Mi padre era igual. –respondió ella con una sonrisa sin despegar su mirada del suelo.

    –¿Ya no?

    –La muerte de mi hermano cambió a mi padre. Lo volvió más benevolente. Y eso se puede mostrar como un signo de debilidad. Es por ello que inicié mi viaje, es hora del relevo. –El hombre se quedó mirando fijamente a los ojos de la mujer–. ¿Qué sucede? ¿En qué piensas?

    –Nada, nada. Es solo que me has recordado a mi hija.


    *****​


    –Alphonse. ¿Podemos hablar a solas? –dijo Nicolas Moll muy serio y con varios papeles en las manos.

    –¿Qué sucede? ¿Va todo bien?

    –Haciendo los cálculos he descubierto que cometimos un error en las predicciones. Estamos en unos paralelos más al norte de lo que pensábamos.

    –Entonces pasaremos algo más de frio. Tranquilo, vamos bien abrigados y estaremos poco tiempo de viaje.

    –Esa es la cosa. Según mis predicciones, si llegamos al paralelo sesenta y seis, para el 4 de diciembre sufriremos la noche polar. No amanecerá en más de un mes. –El rostro de Alphonse se volvió pálido y comenzó a leer los papeles.

    –Entonces vamos contra el tiempo.

    –Tenemos mes y medio, para ir y volver. Si nos pilla la noche seguramente no podremos avanzar y en cuestión de días moriremos de frío o hambre.


    *****​


    Amaneció una vez más en aquel hermoso valle y los viajeros no esperaron para continuar. Tras una breve ascensión por un rocoso camino, salieron de la hondonada y continuaron la larga bajada que se perdía entre los lejanos árboles. Detrás, tras un estrecho paso, se atisbaba ligeramente el lago donde el grupo se separaría.

    –Tardaremos dos días en llegar. El camino es complicado. –dijo Mirlo Rojo a Alphonse.

    –Por ahí vienen Gran Cuerno y Nicolas. –siguió Alphonse al ver que ambos se volvían a caballo de una de las laderas circundantes. Sus rostros estaban más serios que nunca.

    –¿Qué ocurre? –preguntó la futura hunga.

    –Hay un problema, grave. –respondió Nicolas.

    –Merodeadores. –dijo Gran Cuerno. –No sé cómo, pero hay una gran manada huyendo en dirección opuesta a sus montañas.

    La mujer hizo un gesto con la mano haciendo que la caravana se detuviera. Después, se bajó del caballo y los otros tres le siguieron. Allí, en un alto acantilado se asomaron, viendo como unas extrañas criaturas corrían organizadas. Estos cuadrúpedos de piel color nieve tenían un cuerpo y una cabeza alargada, teniendo un morro del que salían numerosos dientes alargados. Sus ojos, alargados como la cabeza, eran de un color rojo oscuro que a duras penas se discernía de la pupila.

    –¿Esos son los famosos merodeadores? –preguntó Alphonse.

    –No tiene sentido que estén aquí. –dijo Nicolas Moll mientras se sacaba un pequeño catalejo del interior de su chaqueta.

    –Tened cuidado que no nos vean. –alertó Gran Cuerno.

    –No puede ser. –exclamó Herschel, que acababa de acercarse. Acercó su mano al cartógrafo, pidiendo así el catalejo. –Es imposible. Deberían estar a días de viaje… –Su voz se detuvo al ver algo extraño a través del instrumento. –Están heridos. No parecen graves, pero creo que han sufrido alguna pelea dura.

    –Parece que huyen de su territorio. Algo ha debido ocurrir, algo que les haya hecho huir. –pensó en voz alta Mirlo Rojo.

    –¿Qué deberíamos hacer? –dijo el jefe de expedición.

    –Esperaremos un poco, miraremos a ver si hay unos perseguidores. Debemos evitar ser descubiertos o puede que vengan a por nosotros. –ordenó la futura hunga.


    *****​


    A unos días de viaje, entre las Montañas de los Merodeadores y el lugar donde la expedición de Alphonse se encontraba, Diego Antonio Fernández de Olivanza yacía sobre una roca con una espada atravesando su abdomen. El hombre, tembloroso y manteniendo su vida a duras penas, miraba al enemigo con aquellos ojos amarillos llenos de odio.

    –Maldito Skreela… este no será mi final. –decía a la peluda bestia que tenía frente a él. Ésta, de largo pelaje gris por todo su cuerpo, le lanzó un ensordecedor grito.

    Aquella criatura, un lobo antropomorfo de larguísimo pelaje que caía por todo su cuerpo, se volvió atrás para observar que sus compañeros habían matado al grupo del siberniano. Velasco era el único que seguía en pie, cruzando espadas con una Skreela de pelaje blanco. El hombre apoyó su mano en el filo de la espada al verse superado en fuerzas, pero solo podía apretar los dientes hasta el punto de casi reventarlos. En un último aliento, el hombre solo pudo ver como aquella lupina cabeza se abalanzaba a él con la boca abierta y le devoraba parte de la cara.

    La matanza fue absoluta. Ni la nieve podía absorber toda aquella sangre. Solo el jefe de la expedición quedaba vivo, y no por mucho. El Skreela alfa lo miró y al ver que no quedaba mucho pegó un aullido al que todos sus compañeros reaccionaron inmediatamente. A una velocidad aterradora comprobaron los cadáveres, quitándoles las armas y vestimentas que veían necesarias o simplemente les gustaban. Finalmente, fueron colocándose en fila, primero la skreela de color blanco y luego el resto. El alfa se colocó al final y volvió a aullar, iniciando así la marcha.

    –No. –intentaba pronunciar Diego Antonio, pero se atragantaba con su propia sangre. –No sabéis el error que habéis cometido.

    En un último esfuerzo, cogió el colgante que llevaba encima y se lo arrancó del cuello. Se lo llevó al cuello y apretó aquella gema azul, partiéndola y liberando un líquido azul con unos extraños grumos en la herida que cercenaba su tripa.
     
    Última edición: 6 Julio 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

    Capricornio
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    Saludos

    "pegó"

    Aquí estoy confuso. ¿Nicolas habla así o debería decir "Oigan, caballeros"?

    Me gustó este inicio de temporada. Continúa el viaje del grupo hasta su separación de los nativos.

    Me llamó la atención Gran Lucio, parece ser muy listo y hábil. Hasta creo podría ser un candidato a hunga más apto que la actual.

    Aunque claro, la futura hunga se enfrentó a un oso gigante y eso requiere un valor sobrehumano.

    Prioridades, ni ante la muerte se deja la comida tirada. Me alegra no mataran al oso.

    Y algo que no creí ver aquí: licántropos. La escena de matanza me recuerda a otro fic publicado en novelas, que por desgracia abandonaron.

    Este sujeto en verdad parece que está por hacer un triunfal regreso y revancha.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
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    19º Capítulo: “La leyenda de la montaña”


    –Sigmund, mira. –dijo Gran Cuerno, quién se había dejado descender de la cabeza del pelotón. –La otra vez no pudimos ver los gusanos de la zona.

    –¿Los del veneno?

    –Eso es. Ven, ven. –El joven no ocultaba su entusiasmo.

    –¡Gran Cuerno! ¡Prepárame los venenos! Los necesitaré para el viaje. –ordenó Mirlo Rojo al ver que ambos se separaban del grupo.

    –Esos dos han hecho buenas migas. –dijo Alphonse a la futura hunga.

    –Sí, parece que se llevan muy bien. El uno está aprendiendo del otro.

    –Creo que no son los únicos. –El jefe de expedición dirigió su mirada hacia la chica.

    –Ah… no pienses nada extraño. Es solo que me recuerda a mi padre, antes de que falleciera mi hermano. Además, es un guerrero increíble. –Alphonse no pudo evitar liberar una mueca.

    –Él también ha perdido mucho. Creo que le recuerdas a alguien.

    –Me lo dijo, a su hija. Perderla debió ser devastador.

    –No está muerta. Pero hace años que lo separaron de su familia y no puede volver con ellos.

    –¿Entonces aún puede volver con ellos? ¿Por qué no lucha para volver con su familia?

    –La situación es más complicada de lo que parece.


    *****​


    El dúo se adentró ligeramente en el bosque, uno diferente al visto hasta el momento. Mucho más alto, superior a los ciento treinta pies, uniendo pálidos alerces, voluminosos abetos y longevas piceas a los rojizos pinos. Entre el musgo y los helechos caminaron un rato en la oscuridad de la frondosa espesura. Gran Cuerno se detuvo en un pequeño serbal repleto de sus pequeños frutos rojos.

    –En esta época madura el árbol y a los gusanos les encanta su fruto.

    –Entiendo… es un serval. En algunos sitios lo usan para hacer vodka.

    –¿Vodqué?

    –Vodka. Un licor fuerte. –El otro lo miró extrañado–. Mejor sigue explicando.

    –Estos son los gusanos. –El hombre señaló un pequeño gusano en una hoja viajando hacia los frutos. Éste tenía un oscuro pelaje color morado en la parte superior, decorada con dos líneas amarillas que se prolongaban de forma paralela de la cola a la cabeza.

    –¿Cómo los cogéis?

    –Con cuidado. Si los aplastas y tienes alguna herida puedes envenenarte. No al punto de matarte, pero no dejarás de cagar y vomitar en unas horas.

    Gran Cuerno cogió dos ramitas de tamaño similar y con ellos comenzó a coger los gusanos que veía, para después guardarlos en un tarro que Sigmund había traído. Cuando el tarro estaba medio lleno, lo cerró y se levantó.

    –Ahora volveremos al campamento. Allí, con un escurridor, aplastaremos los gusanos y le sacaremos el veneno de su cuerpo.


    *****​


    No muy lejos, Herschel y Gran Lucio hacían juntos la ronda de vigilancia a través de los límites del bosque donde Gran Cuerno y Sigmund recogían los gusanos. Cada uno con un mosquete en mano observaban el interior del oscuro bosque. Herschel se sentía intrigado por aquel diferente bosque, tan denso y diverso, mientras que el otro joven se sentía mucho más preocupado.

    –Te noto muy tenso. ¿Va todo bien? –preguntó Herschel.

    –Sí, sí, sí. –respondió nervioso. –Es solo que esta zona es peligrosa. Las abuelas siempre nos han contado historias sobre los demonios que viven aquí.

    –¿Y crees en esos demonios?

    –Creo que esas historias nos alertan de los verdaderos peligros.

    –¿Y cuáles son vuestros demonios?

    –Tenemos muchos. Nichii la tormenta, Gisii el frío o los Wendigo. Aunque aquí nos preocuparían otros más pequeños, como los Teelah o los Otigwaan Jiiswi. A ver como me explico. –El joven se detuvo a pensar unos segundos–. Los Teelah serían algo parecido a lo que vosotros llamáis hadas. Los Otigwaan Jiiswi, Cabeza Aguijón, son más como lo que llamáis escorpión.

    –Veo que conoces bastante bien nuestra cultura. Tanto como Mirlo Rojo.

    –Cuando mis padres murieron Gran Cuerno se encargó de mí. Era el mejor combatiente, junto al hermano de Mirlo Rojo, pero realmente era torpe con vuestra lengua. Desde pequeño lo he ayudado con el idioma, sobre todo en los viajes que hacíamos hacia el este.

    –¿Has estado en Applestone?

    –Una vez, en busca de nuevos instrumentos y artefactos. Es lo más lejos que he ido. Allí descubrí que vuestros demonios eran totalmente diferentes a los nuestros.

    –Si te soy sincero, los demonios de Applestone andan por las calles bajo el rostro de una persona normal.


    *****​


    Mirlo Rojo, ante el cielo rojizo, decidió detenerse en un pequeño alto rocoso bastante bien protegido. Gran parte del lugar estaban protegidos gracias a un pequeño barranco rocoso por el que era imposible ascender. A pesar de avanzar más de lo esperado, la futura hunga no estaba muy contenta con el lugar elegido, algo que Alphonse rápidamente notó.

    –¿Va todo bien con este lugar? No te noto muy convencida.

    –Tal vez sea una estupidez. Pero mi abuela siempre me ha contado que esta zona de aquí es donde viven los Otigwaan Jiiswi.

    –¿Te preocupa que el mito tenga su parte de verdad? –Ella no movió la cabeza, solamente se mantenía pensativa. –Podemos reforzar la guardia esta noche y así descansar más tranquilos.

    –Sí. Será lo mejor. Las parejas de guardia las haremos emparejando uno de mis hombres con uno de los tuyos. Mi gente conoce bien los mitos de este territorio.

    –Me parece una buena idea. Haz las parejas y yo me encargo de avisarles.

    –Bien…

    –Una cosa, si me permites. –interrumpió Alphonse. La mujer lo miró fijamente. –Querría darte un consejo. De líder a líder. –El hombre cogió una de las bolsas de piel llena de agua y se acercó a la mujer para ofrecérselo. Ella lo cogió, para después caminar juntos unos pocos pasos hacia el barranco que delimitaba la zona oeste del campamento.

    –Te veo tan dudosa como mi primera vez al mando de una expedición. Conducía un grupo por una densa jungla llena de lagartos gigantes.

    –Esto para ti tiene que ser mucho más tranquilo.

    –Lo es. Pero no por el lugar, sino la edad. Eres joven y te acabas de ver con una gran responsabilidad. Es normal dudar, pero también peligroso. Puede llegar un momento en el que no haya tiempo para pensar, que el hacerlo pueda acabar en la muerte de uno sobre los que tienes una responsabilidad.

    –¿Y qué quieres decirme? ¿Qué tome una decisión a la ligera?

    –La única forma de que esa decisión sea buena es gracias a la experiencia. Hasta que lo tengas, sigue lo que dice tu corazón. Y si erras, no olvides tus obligaciones. Negar tus responsabilidades suele ser la principal causa para perder la confianza de tus hombres.


    *****​


    Tras la hora de cenar, los hermanos O´Sullivan decidieron retirarse a la cama. Ambos se metieron bajo aquellas gruesas pieles y tras un pequeño murete de piedras que habían montado para detener el helador viento. El mayor, John, antes de ello se acercó a su caja de madera, lugar donde guardaba el láudano. Cogió uno de los viales y tras quitar el pequeño corcho, pegó el sorbo. Después, cuidadoso de que no hubiera nadie despierto alrededor, quito la falsa base del cubículo y dejó a la vista unos nuevos viales de un liquido azul añil. Cogió uno con rapidez y lo bebió, para finalmente dejar todo como estaba.

    –¿Qué tal te sientes? –dijo Herschel.

    –Últimamente los ardores vienen con más frecuencia, pero lo aguanto.

    –¿Y la herida?

    –Se está extendiendo. No hay vuelta atrás. Gracias a la flor he ganado unos años de vida, pero empiezo a pensar que no podré volver de este viaje. –El joven agachó la cabeza y se quedó pensativo–. Eh. Eh, no estés cabizbajo. Yo no te he enseñado eso. Esta enfermedad está ligada a las mancias, no se puede hacer nada. No por ello debemos agachar la cabeza y dejar que ocurran las cosas. Seguimos trabajando. –El joven volvió a mirar a los ojos de su hermano.

    –Tomaré el testigo, te lo prometo. La misión será finalizada cueste lo que cueste y los artefactos serán guardados para proteger al mundo de su poder.

    –Estoy seguro de que lo harás. Aún te queda mucho por aprender, pero estoy seguro de que serás un gran agente. Lo único que lamento es no poder estar para verlo.


    *****



    La luna había llegado al punto más alto cuando el campamento se encontraba en el más absoluto de los silencios. Cuatro parejas hacían la vigilancia, pero un nuevo peligro ascendía por el escarpado barranco que supuestamente los protegía.

    Seis largas patas, dos robustas pinzas delante de la cabeza, una larga cola acabada en un aguijón y un aplanado pero duro cuerpo cubierto por un morado pelaje casi negro era lo único que se apreciaba en aquella cerrada noche, a pesar de que aquellas criaturas tuvieran el tamaño de un gato grande. Una vez llegaron arriba, aquellas ocho criaturas se adentraron en el campamento en busca de comida.

    Una de aquellas criaturas, sin querer atravesar el murete que protegía a los hermanos O´Sullivan, continuó hasta llegar a donde Dhalion. Otros llegaron a donde Mirlo Rojo, pero al ver el tamaño se quedaron atrás.

    –¿Qué sucede? –preguntó la futura hunga algo adormecida.

    Cuando abrió los ojos vio a la criatura a pocos metros delante de ella no dudó. Estiró su brazo hacia un largo cuchillo que tenía a mano y sin miramientos atravesó el animal clavándolo al suelo. El animal perdió su vida al instante, dejando de aguantar su cuerpo y su cola en pie.

    –¡Otigwaan Jiiswi! –gritó, despertando a los que tenía cerca.

    Los ocho que hacían guardia se alertaron, uno de cada pareja alumbrando el lugar y el otro apuntando con el mosquete. Sabir, ayudado por la luz que le propiciaba uno de los Wapahaska, observó a dos. No dudó, apuntó y disparó, reventándolo en cuatro pedazos.

    –¿Son escorpiones? –preguntó muy extrañado.

    –¡Se llevan al enano! –gritó Gran Cuerno, quien observaba que Dhalion era arrastrado por tres criaturas que lo tiraban con las pinzas de su boca. El martinico intentaba hablar y zafarse, pero sus movimientos cada vez eran más lentos y solamente era capaz de balbucear palabras ilegibles.

    –¡Lo están bajando por el barranco! ¡Bajad! –dijo Bertans, quien acababa de llegar al borde. Alphonse, Sigmund y Gamal, sin mediar palabra alguna, salieron disparados. Mirlo Rojo y Gran Cuerno los siguieron al momento.

    –¡Que todo el mundo se prepare las armas! ¡Puede haber más! ¡Matadlos a todos! –ordenó la mujer mientras corría colina abajo.

    Los cinco bajaron, mientras que el resto comenzó a preparar las armas. No se demoraron en llegar abajo, pero para su sorpresa los tres escorpiones se habían unido a otros ocho que nada más ver al quinteto se colocó en medio para proteger a su presa. Dhalion se encontraba totalmente inconsciente.

    –Miskoasiginaak. –dijo Alphonse en voz baja. –¿Vendrán más?

    –Seguramente.

    –Hay que abrirse paso y coger a Dhalion antes de que ocurra. –dijo Alphonse y, acto seguido, desenvainó sus dos espadas. Gamal alzó ligeramente sus brazos tras desenvainar su cimitarra, Sigmund preparó arco y flecha, la hunga un cuchillo y una antorcha en cada mano y Gran Cuerno un mosquete.


    *****​


    Bertans, en el borde del acantilado observaba la situación, pero más le preocupaba el hecho de que viniera otro grupo de ocho desde el oeste. Observó que cerca tenía otra de las criaturas y sin dudarlo cogió su especial mosquete por el cañón y aplastó al bicho con la culata. Fue en ese momento cuando vio que dos habían rodeado al joven Gran Lucio.

    –¡Cuidado! –gritó mientras se lanzaba a ayudarlo.

    El joven intentó coger el cuchillo de su tobillo, pero los insectos lo obligaban a retroceder con pequeños ataques del aguijón. Poco a poco lo acercaban al acantilado.

    –Coge esto. –le dijo Bertans, quien soltó el cuchillo envainado de su cintura con una mano y se lo tiró a Gran Lucio.

    Éste lo cogió y rápidamente lo desenvainó para lanzarse contra el de la derecha, el cual estaba más cerca del cuchillo para matar. Bertans, sin haber soltado el mosquete, volvió a asirlo fuertemente del cañón y se abalanzó contra el restante escorpión. Éste último intentó clavar su aguijón a Gran Lucio, quien se encontraba agachado por atravesar al otro, pero gracias a la rapidez de Bertans se salvó, aunque su rostro acabó lleno de la sangre del animal.

    –Gracias. –dijo el joven mientras limpiaba el cuchillo en su pantalón y se lo devolvía a Bertans.

    –No hay de qué, muchacho. Prepara una llama para alumbrarme, tenemos que bajar.

    –Sí, Bertans. –El joven se quedó absorto al ver que arriba quedaba una última criatura e intentaba huir barranco abajo. –Espera.

    Volvió a coger el cuchillo y caminó hacia el animal, quien al ver que estaba en las últimas decidió saltar barranco abajo.

    –Mierda.



    *****​


    Sigmund liberó la flecha de su arco matando uno de los Otigwaan Jiiswi y acto seguido cogió otra flecha del carcaj de su espalda. Alphonse y Gamal dieron unos pasos adelante y con sus espadas comenzaron a cercenar a los Cabeza Aguijón intentando abrir un hueco, pero cada vez aparecían más criaturas. De repente, les cayó una del cielo, haciendo que se apartaran al instante.

    –¡Cuidado Sigmund! –gritó Mirlo Rojo.

    Sigmund lo tenía casi encima, por lo que fue a retroceder, pero aprovechando el pie que había movido hacia atrás, liberó toda su fuerza para adelante. La patada dio de lleno en la criatura, lanzándola por los aires.

    –Tened cuidado con el aguijón. Su veneno puede paralizarte en unos pocos minutos. –alertó Mirlo Rojo, quien tanteaba el terreno con idea de clavar el cuchillo de su mano mientras alumbraba con la otra mano.

    –Pero a Dhalion le ha afectado casi al momento. –comentó Gamal mientras lanzaba sus ágiles espadazos con la cimitarra, avanzando unos pocos pasos. Éste, al igual que Alphonse, veían que más escorpiones arrastraban a Dhalion, sin poder avanzar.

    –Al ser pequeño el veneno le habrá afectado rápido. –explicó Gran Cuerno, aprovechando el momento para disparar. El sonido resonó en el valle a oscuras, haciendo que decidiera no disparar más para no llamar a las criaturas.

    –Por eso mismo han intentado atacar a Gran Lucio. –explicó Bertans, quién justo llegó alumbrado por el joven Gran Lucio y acompañado del resto de hombres. Éste no se hizo esperar y disparó su mosquete, para acto seguido lanzar al aire el arma y agarrarla del cañón. Notó como sus manos le quemaban por el disparo, pero los gruesos callos lo hacían soportable, y avanzó a primera línea para aplastar a los bichos.

    –¡Al ataque! –gritó Alphonse. Inmediatamente los veinte se encontraban cara a cara.

    –Están viniendo más. –avisó Bertans.

    –No queda mucho para que lleguemos hasta Dhalion. –dijo Gamal, algo más avanzado, viendo como al martinico se lo llevaban tras unos arbustos.

    El grupo, coordinando el alumbrado y el ataque avanzaba lo más rápido que podía, sin pausa, pero cada vez aparecían más criaturas.

    –Esto no va a acabar aquí. –dijo Gamal furioso.

    Éste volvió a agarrar con dos manos su arma y la alzó hacia un lado. Pisó una de las criaturas inundando su calzado en sangre de Cabeza Aguijón. Tras una larga respiración, comenzó a liberar fuertes espadazos, sin parar, cada uno más fuerte que el anterior.

    –¡Cubridle por detrás! –alertó Sabir viendo la técnica de su hermano, avanzando más rápido pero también siendo rodeado. Alphonse y Mirlo Rojo no se hicieron esperar.

    En poco llegaron a aquellos arbustos, pero Dhalion no se encontraba por ningún lado. El líder de la expedición pisó una de las criaturas y pegó un espadazo en unos arbustos, apartándolos.

    –Mierda… –exclamó mirando al suelo, pero sin descuidar al enemigo.

    –¿Qué ocurre? –preguntó Gamal.

    –Han escapado con Dhalion a través de este agujero.

    De repente, un resonante estruendo sonó en el lugar, pero los presentes no sabían de donde provenía. Frente a ellos tenían un oscuro boquete por el que apenas un martinico entraba. Los Cabeza Aguijón habían cambiado su táctica, ahora huían. Fue entonces cuando los hombres se dieron cuenta de que la zona tenía decenas de pequeños agujeros por los que ir a su nido. Estaban sobre toda una red de túneles conectados.

    –¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó Bertans desesperado.

    –Tenemos poco tiempo, pero iremos a rescatarlo. –dijo Mirlo Rojo.
     
    Última edición: 9 Agosto 2020
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    2603
    20º Capítulo: “Rescate”


    Dhalion volvió a tener un momento de lucidez, pero su cuerpo se encontraba totalmente paralizado. Sentía un punzante dolor de cabeza, la espesa saliva en su adormecida boca y un hormigueo lo cubría como una manta por todo su cuerpo. Su dolor de cabeza, al igual que las palpitaciones de la pierna, lugar donde lo habían picado, cada vez eran mayores, pero su inmóvil boca era incapaz de mostrar dolor. Con dificultad, dirigió sus ojos hacia abajo y observó como dos Cabeza Aguijón embadurnaban su cuerpo en una extraña substancia que liberaban por su boca y extendían con los dos pequeños apéndices que salían de sus bocas.

    A su alrededor observó una gran sala rodeada por una docena de agujeros llenos de comida, la mayoría en estado de composición y algunos de ellos estaban secos, como si de una uva pasa se tratarán. No había muchos Cabeza Aguijón, pero apenas entraba luz en el lugar como para atisbar algo bien.

    Dada la situación, el martinico simplemente decidió cerrar los ojos y esperar.


    *****​


    -¿Habéis rastreado el lugar? -dijo Alphonse a Bertans y Sabir. El líder de excavación se encontraba con Nicolas Moll, quien no paraba de dibujar unas hojas de papel apoyado en una roca.

    -Hemos encontrado una entrada grande por la que podría entrar un grupo de tres o cuatro personas. -El segundo al mando se acercó al papel y señaló-. Por el norte, por aquí.

    -No toques la hoja de papel. -respondió el cartógrafo amenazante.

    -Eh, sí, perdón. -dijo Bertans sin recordar como era Nicolas con sus planos.

    -Nosotros hemos encontrado unas pequeñas grutas, muy juntas, por el este, muy por debajo de donde hemos encontrado. -dijo el dúo compuesto por Gran Lucio y Herschel. El otro inmediatamente dibujó unas marcas en el plano.

    -Parece que se ve una estructura… -susurró mientras veía que los orificios parecían estar localizadas en forma de cruz.

    -Creo haber encontrado una entrada aun más grande. -dijo otra tercera voz, esta vez proveniente del oeste. Era Mirlo Rojo, acompañado de Gamal y Gran Cuerno. -Es una entrada vertical de unos dos o tres metros.

    -Hemos intentado bajar, pero está bastante bien protegido, como si nos esperaran en la penumbra. -explicó Gran Cuerno.

    -Los escorpiones son animales que tienen que regular su temperatura cada cierto tiempo, por lo que se quedan quietos en un lugar hasta que el entorno les ayude. -continuó Gamal. -Tal vez estén esperando al amanecer, no queda mucho para que llegue. -El hombre señaló cómo el cielo comenzaba a ponerse más rojizo por el este.

    -¿Has visto muchos escorpiones? -preguntó Pierre.

    -Si. He visto más grandes, pero nunca como estos. Si que a veces trabajan en pequeños grupos, pero nunca de forma tan organizada. Es lo que me extraña. Tal vez el grito que escuchamos fuera una reina.

    -Entonces, entrar y coger un callejón sin salida puede ser lo más probable. Al igual que ser emboscados. -dijo Bertans.

    -Usemos las pieles. -propuso Horne. -Usemos las pieles que tenemos para más adelante. Son gruesas y tal vez eviten que el aguijón pase.

    -Tampoco podemos entrar muchos. Entraría con dos grupos pequeños, uno por cada entrada grande. -propuso Aphonse.

    -Y no es por ser piromante, pero necesitamos el veneno ese de los gusanos. Vendrá bien para alumbrarnos y para defendernos. -continuó Pierre.

    -Ayer hicimos bastante, cuatro tarros. Creo que habrá suficiente con dos por grupo. -dijo Sigmund.

    -¿Y como serán los grupos? -preguntó John sacando una larga navaja de considerable tamaño que tenía guardada e inició a afilarla con una piedra.

    -¿En serio vas a necesitar eso? -preguntó Pierre haciéndose el asustado.

    -Es mi arma, una navaja Siberniana.

    -Un grupo creo que debería ir con Alphonse a la cabeza, el otro irá conmigo. -propuso la futura hunga tras dirigir la mirada hacia el líder de la expedición.

    -Gran Cuerno, Sigmund y Gamal podrían ir contigo. Los cuatro os podréis mover más rápido. Yo iré con Bertans, Sabir y John. En la entrada vertical os vais a quedar Pierre, Horne y Nicolas vigilando que todo vaya bien. No vaya ser que haya que cubrir una huida, además de ayudar a subir.

    -Yo también quiero ayudar. Soy más pequeño, puedo ser útil. -dijo Herschel.

    -Eso, yo también puedo ayudar. -le siguió Gran Lucio.

    -Jóvenes. Si entráis vosotros y os pican el veneno os afectará más rápido. -explicó Bertans.

    -No tenemos tiempo que perder. Esos bichos tardarán en empezar a comerse a Dhalion, pero como mucho tendremos hasta media mañana. -dijo Mirlo Rojo.

    -Los escorpiones lanzan una baba por el cuerpo para digerir el alimento, después absorben todo lo blando. -pensó en voz alta Gamal. -Dhalion siendo una pieza más grande tendremos tres o cuatro horas.

    -Entonces vamos. Cada uno a sus puestos. -finalizó Alphonse.


    *****​


    Dhalion no se había sentido tan atrapado y amenazado en doce años. Rondaba el año 1787 cuando su hogar se encontraba en las últimas, a punto de ser conquistado por el imparable ejercito Siberniano. La Guerra de las Bestias estaba a punto de cumplir sus quince años de lid y tampoco quedaban muchos días para la batalla final, pero Dhalion, en aquel momento se encontraba atrapado en aquella vieja y roñosa cabaña.

    Atado de brazos y pies, tirado en el suelo, se encontraba inmóvil. Su cuerpo se encontraba totalmente entumecido y dolorido por la dura paliza de sus enemigos. Sus uñas estaban partidas y no dejaban de sangrar, mientras que su cara comenzaba a hincharse y coger un color morado que lo dejarían casi irreconocible. Intentaba mirar a su alrededor, a duras penas pudiendo ver entre las hinchazones que cubrían su cuerpo, pero no había nadie. En el exterior solamente se escuchaban disparos que causaban carcajadas acompañadas de gritos de auténtico terror.

    -Cabrones. -intentaba pronunciar Dhalion como podía, liberando un pequeño rio de sangre por su boca.

    -¿Sigues consciente? -dijo una voz tras él, una dicción seca pero que parecía mostrar alegría. -Se me hacia raro que no gritaras de dolor o gimieras tras la paliza que has recibido.

    Dhalion simplemente redirigió sus ojos llenos de odio hacia las piernas del hombre. Intentó mirar hacia arriaba, pero era incapaz de ver su rostro.

    -Hace mes y medio, en el desembarco al Estrecho del Diablo de Agua, mataste a gran parte de mis hombres. Muy buena emboscada, pero ahora todos y cada uno de los cincuenta y siete supervivientes han venido en busca de venganza. Entre todos se han pasado toda una noche y parte de la mañana dándote una paliza. Cualquiera no aguantaría vivo.

    Dhalion intentó pronunciar unas palabras, pero le eran ilegibles al torturador.

    -¿Qué dices? -El hombre se agachó.

    -Que te follen. -dijo Dhalion a duras penas. Después, se lanzó contra la oreja del otro, no mordiéndosela por muy poco.

    -¿Qué haces maldito? -respondió el otro acompañado de una atada en la tripa con la que el martinico no pudo evitar vomitar. -Te me escapaste, pero en cuanto te vi en el Valle del Ojo de Gato sabía que ya te tenía, que este sería tu fin. ¿Es vuestra tierra sagrada no? No podíais huir.

    Uno de los soldados entró por la puerta, haciendo que rápidamente Diego Antonio recibiera una noticia al oído y, tras mirar a Dhalion en el suelo, se marchara afuera.

    El martinico se dio dos vueltas sobre sí mismo para llegar a la pared. Allí estiró sus dedos y comenzó a toquetear la pared en busca de dos huecos donde pudiera meter los dedos. Cuando lo logró, tiró con fuera con lo que sacó un trozo de vieja madera astillada y se volvió al sitio de antes, donde comenzaría a frotar el madero en la cuerda que ataba sus muñecas.

    -Ya estoy aquí. -dijo el hombre que volvía a entrar. -Como ves andamos algo ocupados. No es fácil mantener a raya un poblado de enanos. Además, los niños no paran de llorar, es horrible.

    El hombre se acercó a un gran arcón que llevaba al fondo de la sala desde el día anterior, una caja pesada y con algunas manchas de sangre seca. Quitó los dos enganches que la mantenían cerrada y la abrió, dejando al descubierto unas cuantas herramientas de tortura, entre ellas el artilugio que había usado para reventar las uñas de Dhalion, aún con su sangre fresca.

    -La tortura cada vez está peor vista. Estos ilustrados, siempre poniendo en duda todo. ¿Con la capacidad de agilizar una guerra que tiene, por qué vamos a perder el tiempo con moralismos?

    El hombre cogió unos viejos y oxidados alicates y volvió hacia donde Dhalion. Lo agarró del pelo y lo arrastró hasta sentarlo contra otra de las paredes. Fue entonces la primera vez que se vieron cara a cara, aunque Dhalion solamente pudo apreciar dos brillantes iris de color amarillo.

    -Mira. -El hombre cogió el morro del martinico con una mano y con la otra mantuvo la sucia herramienta de forma amenazante-. Como bien sabes, soy el general Fernández de Olivanza y solamente necesito saber una cosa de ti. Tu eres Dhalion, uno de los seis generales al mando de la resistencia, y quiero que me hagas saber la ubicación de los otros cinco. El pequeño Martín, el Frailecillo, el Nuberu, Tentiruju y el Trasno, están cerca de la capital, protegiéndola, pero quiero saber donde diablos están y qué planes tienen.

    -El reino de Conndaba jamás caerá en tus manos…

    -Esa no es una buena respuesta. -El hombre cogió con más fuera la mandíbula del martinico y metió el frio metal en la boca, asiendo una muela, para después tirar con fuerza. Dhalion gritó más y más hasta que finalmente el diente salió junto con un chorrito de sangre.

    Ambos respiraban a toda velocidad, uno por el dolor causado y el otro por el esfuerzo.

    -Gracias por sacarme esa muela infectada, viejo herrero. -vaciló Dhalion, sonriendo, y viéndose más fuerte ante la tortura. -Jamás podréis entrar en M´banka, y lo sabes.

    -Asume tu sumisión, enano. -El hombre se giró, volviendo al arcón, esta vez cogiendo una sierra metálica. -Aunque pronto serás un enano manco o uno cojo. No sé qué preferirás.


    *****​


    Pierre, Horne y Nicolas preparaban las cuerdas para descender por aquella fosa de pocos metros. Mirlo Rojo, Gran Cuerno y Sigmund, con sus arcos, comenzaron a limpiar la zona mientras que Gamal los miraba.

    -¿No matas? -preguntó Nicolas a Gamal, quien hacia la ronda alrededor, con una antorcha en una mano y la cimitarra en la otra.

    -Ésta es la única arma que utilizo a distancia. -dijo mirando a su arma.

    -Joder, como está el panorama. -susurró Horne sin que Gamal se enterara.

    -El lugar esta limpio, deberíamos bajar dos a asegurar la entrada. -propuso Mirlo Rojo al no haber criaturas vivas a la vista.

    -Bajaremos Gamal y yo. -dijo Mirlo Rojo. -Vosotros cubridnos con los arcos.

    En dos pequeños árboles que parecían suficiente como para soportar el peso de los componentes anudaron las cuerdas y rápidamente bajaron. En la pared de aquel seco pozo se encontraba el oscuro agujero por el que dos pequeñas colas amenazantes los esperaban.

    -¿Qué hacemos? -susurró Gamal.

    Ella alzó su brazo izquierdo e hizo un gesto para que los dos hombres de arriba lanzaran un tiro en llamas. Embadurnaron la punta en el ungüento y dispararon, alumbrando ligeramente toda la entrada. Las criaturas, al ver el fuego cerca, no se hicieron esperar y avanzaron, no sin antes lanzar un leve grito con el que avisar a los compañeros.

    -¡Ahora! -gritó Mirlo Rojo con todas sus fuerzas.


    *****​


    El grito de Mirlo Rojo resonó en las montañas, dando el aviso al grupo de Alphonse, quienes entraban por una gruta algo más baja, pero tan ancha o más como la otra. Los dos jóvenes, Herschel y Gran Lucio los acompañaron, vigilando la entrada.

    -Tened cuidado muchachos. -les alertó John preocupado por su hermano pequeño. -¿Tenéis los silbatos de hueso que nos ha dado Mirlo Rojo? -Todos mostraron las pequeñas piezas de hueso y las volvieron a guardar.

    -Recordad que si tenemos que salir corriendo tenemos que tener la zona despejada. -les dijo Bertans.

    -Confiamos en vosotros. -dijo Alphonse mirando a los ojos de Herschel.

    -Buena suerte. -le respondió el joven sonriente.

    -Tengo una idea. -Sabir, de repente, interrumpió para acercarse al tarro lleno de ungüento de gusano-. ¿Y si untamos las espadas? -Introdujo la cuchilla de su espada y extendió el líquido por ella con la mano. Después, con un poco de hojarasca y pedernal la encendió, creando una espada llameante.

    -Brillante Sabir. -dijo Alphonse hipnotizado. Inmediatamente el resto hicieron lo miso

    El líder y Bertans por delante, con espada y antorcha en llamas mano, se adentraron en la gruta. Alphonse no llevaba una antorcha, sino sus dos hermosos sables. Tras ellos, John y Sabir vigilaban no recibir una emboscada.

    -Parece que van todos a la entrada principal. -dijo Bertans en voz muy baja, quien se apoyó en la pared y, en silencio, escuchó el desagradable caminar de aquellos arácnidos. -Ha funcionado.

    -Esperemos que Gamal tenga razón y guarden los alimentos estén en esta zona. -dijo Alphonse, quien de repente observó una bifurcación. -El de la izquierda tiene más de esta extraña baba. -Con la espada llameante señaló un poco de aquella substancia goteando lentamente del techo.

    -El camino es más estrecho. -dijo Sabir.

    -Si. -dijo Alphonse pensativo. -Es un riesgo, pero debemos correrlo.


    *****​


    Gran Lucio, al escuchar unos extraños ruidos provenientes de unos helechos, se acercó con el arma preparada en mano. Los apartó con cuidado, manteniendo la distancia posible, y al no ver nada comenzó a rondar. Tras rebuscar y cortar algunas hierbas frescas, descubrió que existía una sima que había sido cubierta con hierbas y palos de forma intencionada, con la baba de los Cabeza Aguijones pegando todo bien.

    -Herchel. Ven. -ordenó sin pensárselo dos veces.

    -¿Qué demonios? ¿Es otra entrada? -dijo en cuanto llegó.

    -Pero la han querido ocultar por algo. Ayúdame a quitarlo. -El Wapahaska se agachó sin pensárselo dos veces.

    -Cuidado. Puede haber más de esos bichos.

    Ambos, con cuidado, retiraron la tapa rápidamente y vieron como una ancha grieta descendía con una dura pendiente por la que se podía reptar con relativa facilidad. Miraron abajo y vieron que ésta acababa pronto, dando lugar a una extraña sala a oscuras en la que parecía moverse algo con rapidez.

    -¿No estarás pensando en bajar? -dijo Gran Lucio.

    -¿Acaso tú no estás pensando lo mismo?

    -¿Entrar un poco y vuelta?

    -Solo un poco y vuelta.

    Gran Lucio entró despacio, con cuidado, apoyando bien las cuatro extremidades. Tras él, muy pegado, pero sin quemar al otro con la antorcha, Herschel no perdía de vista aquellas extrañas siluetas moviéndose al fondo.

    -¿Qué puede ser eso? -susurró Herschel, pero sin respuesta.

    No les quedaba mucho para llegar al lugar cuando se detuvieron asustados. Herschel rápidamente apagó el fuego de su antorcha contra la pared. Gran Lucio solamente pudo mirar atónito mientras una gota de sudor recorría su cara.

    -No puede ser. -intentó pronunciar, pero se ahogaba con sus propias palabras.

    Frente a ellos se encontraba la reina. Un Cabeza Aguijón mucho más grande, con unas tenazas proporcionalmente más grandes y con docenas de crías a la espalda yacía sobre el húmedo suelo de la caverna. Estas últimas, de un color blanco transparente y con un brillo viscoso, se amarraban al pelaje de la reina o andaban a través de él llegando a pisarse mutuamente.

    -Creo que hemos encontrado a la reina. -dijo Herschel sin poder ocultar su temor.
     
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Primero, un par de detalles que encontré.
    Aquí hay un pequeño error.

    La situación de Dhalion no hace más que abrirle viejas heridas emocionales. Y aquí uno sin saber cómo se salvó de esa situación pasada.

    Y cuando Hershel y Gran Lucio encontraron una entrada escondida de inmediato pensé que habían encontrado un nido lleno de crías. Pensé que les prenderían fuego y luego huirían, pero la presencia de la reina hace que eso no sea posible. Espero logren escapar sin llamar la atención de la reina Cabeza Aguijón.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    21º Capítulo: “Salida”

    La fría y oxidada sierra se acercaba hacia la pierna de Dhalion. La seca y maloliente sangre de la herramienta era fuerte y parecía reciente. El martinico, con su rostro totalmente dolorido e hinchado, pudo ver que el hombre se acercaba despacio para que lo viera bien.

    –Creo que prefiero perder la pierna. –dijo el martinico sin dejar de saborear su propia sangre en el paladar. El otro liberó una pequeña mueca.

    Diego Antonio no dudó. Apoyó la rodilla en el suelo y con la mano que tenía libre asió fuertemente la pierna del martinico. Hizo palanca para apoyar la sierra e iniciar el corte cundo miró una última vez a los ojos de Dhalion.

    –¿Las ubicaciones de los cinco martinicos?

    –Aquí. –El martinico, ya suelto de brazos, intentó clavar el madero en el cuello de Diego Antonio, pero este intentó retroceder.

    La madera se clavó en la clavícula del siberniano, haciéndole retroceder. Dhalion pegó un salto y se lanzó, pegándole un fuerte cabezazo en la tripa. Diego Antonio, desequilibrado, cayó hacia atrás dándose un golpe en la cabeza con el arcón lleno de herramientas de tortura.

    Con la sierra se liberó de la cuerda que lo ataba de los pies y se dispuso a salir de la caseta.

    –Madre, por favor no vengas. –pensó en voz alta, antes de abrir la puerta de la caseta.


    *****​


    Dhalion volvió a recuperar la consciencia, observando que dos Cabeza Aguijones le mordisqueaban las piernas mientras liberaban aquella asquerosa baba. Ésta hacia que sus piernas de abrasaran, mientras que las dos puntiagudas extremidades de sus bocas se clavaban en la pierna.

    Observó que podía mover el cuerpo, pero cada vez el ardor era mayor. Intentó girar su mano sin que se dieran cuenta, pero esta no respondía del todo bien. Esperó, aguantando el dolor para que no lo descubrieran y lo volvieran a paralizar. De repente, uno de ellos comenzó a aplastar el pie de Dhalion con aquellos dos garfios de la boca.

    No había vuelta atrás. Con todas sus fuerzas giró la mano, agarró el cuchillo y liberó dos fuertes cuchilladas con las que mató a las criaturas. Después suspiro aliviado, se había librado de momento, pero no podía apoyar con su pie derecho.


    *****​


    –Tenemos que hacer algo con la reina. –susurró Herschel.

    –Si la alertamos tal vez el plan se vaya a la mierda.

    –¿Y si le prendemos fuego con la substancia? Con uno de esos botes.

    –¿Estás loco? ¿Acaso no has visto el tamaño? Salgamos de aquí ya mismo. –Gran Lucio no disimuló su temor y se dio media vuelta. Herschel lo siguió hasta el exterior.

    Gran Lucio se alejó del boquete unos pasos hasta darse media vuelta y mirar a los ojos del otro joven. Éste lo miraba fijamente.

    –Sabes que tenemos que matar a la reina. –dijo el muchacho de Applestone.

    –Tenemos que avisar al resto.

    –No hay tiempo. Sabemos que la reina puede comunicarse y cambiar los planes de todos los Cabeza Aguijones. No podemos perder la oportunidad.

    –Por eso mismo. Si lo molestamos. –El joven se detuvo pensativo un segundo–. Si le prendemos fuego todos irán a ayudar a la reina.


    *****​


    Alphonse cavilaba algo más calmado a ver que el lugar estaba muy tranquilo. Tal vez demasiado tranquilo para Bertans, sensación que el líder, John y Sabir notaban en como su espada llameante temblaba ligeramente.

    –Vamos. –dijo antes de agacharse para coger el camino complicado.

    En fila y con una pequeña distancia entre ellos se adentraron a la estrecha y maloliente grieta llena de babas. Con cuidado de no tocar la substancia con las manos y bien agachados, su paso se detuvo con el de Bertans.

    –Espera. Escucho algo.

    –¿Dónde? –dijo Sabir.

    –Detrás. Y callad. –Bertans acercó su oído a la pared de nuevo, pero sin tocarla–. No es un Cabeza Aguijón. Es torpe, está reptando. –El hombre se volvió hacia atrás mientas empujaba a John y a Sabir, volviendo a la intersección.

    –¿Qué? –susurró el moreno bonachón.

    –¿Qué haces? –dijo un confuso John.

    Bertans, en el cruce, comenzó a mirar a su alrededor hasta alumbrar una grieta con su espada. Miró en el interior cuidadosamente y observó que una persona de pequeño tamaño reptaba hacia arriba.

    –Es él. –dijo inmediatamente. –Tenemos que ayudarlo a subir.

    –Pero rápido, o los Cabeza Aguijones se podrían dar cuenta. –alertó Sabir.

    –Agrandar el agujero. –ordenó Alphonse al ver que el suelo rocoso se soltaba con solo agarrar y tirar con fuerza.

    Dhalion los vio al final del túnel, por lo que no pudo evitar liberar una mueca.


    *****​


    –Aquí vienen. –dijo Gamal con el sable en alto, agarrándolo con fuerza.

    –Son demasiados. No aguantéis más de lo que podáis. –ordenó Mirlo Rojo, aunque veía que Gran Cuerno y Gamal estaban a otra cosa.

    –Cuando ordenes salimos corriendo hacia atrás. –continuó Sigmund, viendo que los otros dos se miraban entre ellos de reojo. Éste se encontraba de rodillas mezclando un poco de pólvora en la substancia ígnea y envolviéndolo con un paño seco. –Pero antes vamos a meter un poco más de revuelo.

    –¿Una granada de mano? –dijo Gamal sin perder la vista de dos Cabeza Aguijones que venían por el techo.

    –Esto nos dará tiempo. –Sigmund, tras atar con un pequeño cordel el paquete, lo lanzó hacia la oscuridad del túnel. Ésta quedó a un lado de la cueva, junto a la pared. Después, prendió fuego a la punta de una flecha y apuntó.

    –Lánzalo. –dijo la futura hunga.

    Sigmund lanzó la flecha y explosionó la carga. Las llamas cubrieron cuatro Cabeza Aguijones quienes lanzaron angustiosos gritos antes de morir, pero el resto no se detuvo, al contrario, se volvieron más agresivos. Las paredes tampoco se detuvieron y retumbaron fuertemente, dejando caer algunas pequeñas rocas sobre el cuarteto.

    –Eso ha sido demasiado. –digo Gran Cuerno.

    –¿No teníamos que llamar su atención? –dijo Gamal con una sonrisa en la boca, para lanzar un espadazo y matar un escorpión a continuación.

    –Creo que deberíamos olvidarnos de volver a usar eso. –exclamó Sigmund mientras cargaba una flecha y la lanzaba contra otra de las criaturas.


    *****​


    –¿Estas bien? –preguntó Bertans preocupado del martinico mientras lo ayudaba a salir de aquella grieta.

    –Solo tengo el pie herido.

    –Te lo han machacado. –dijo Sabir.

    –Eso explicaría por qué me duele tanto.

    Entre Sabir y Bertans lo ayudaron a levantarse y comenzaron a caminar hacia la salida. Alphonse, en aquel momento, sacó un silbato de hueso que Mirlo Rojo le había dado horas antes y sopló con fuerza.


    *****​


    –Trece. –dijo Gran Cuerno, pegando fuertes ataques con un largo cuchillo.

    –Dieciséis. –dijo Gamal, cada vez más intenso con sus sablazos.

    –¿En serio estáis contándolos? –riñó Mirlo Rojo, quien lanzaba su lanza de un lado para otro sin parar, cortando los Cabeza Aguijones sin piedad, mientras alumbraba el arma con la otra mano.

    De repente, se escuchó el silbato.

    –Tenemos que retroceder. –dijo Sigmund, sin dejar de lanzar sus flechas.

    –Sí… –respondió Mirlo Rojo, quien veía que Gamal y Gran Cuerno no respondían.


    *****​


    Herschel y Gran Lucio habían puesto su plan en marcha. Cogieron un tarro de sangre de gusano, se introdujeron en la cavidad y simplemente tenían que soltarlo sobre la reina.

    –¿Estás seguro? –dijo Gran Lucio con el tarro en las sudorosas manos y sin poder evitar que le temblaran ligeramente.

    –Seguro. –respondió Herschel, sin poder ocultar su nerviosismo.

    Se miraron fijamente y el joven simplemente liberó el tarro sobre la criatura.

    Ésta cayó sobre la espalda de la madre reina explotando en el mismo instante. Las crías salieron despedidas en llamas hasta estamparse contra la pared. El espeso pelaje de la madre prendió también, haciendo que ésta liberara un fuerte grito. Tambaleante, se comenzó a chocar contra las paredes, en busca de apagar las llamas.

    Los jóvenes no se detuvieron a ver el espectáculo y ascendieron a todo correr, antes de que la nube de humo los pillara. Al llegar a la entrada, sin perder tiempo, arrancaron varios arbustos y colocaron palos alrededor del boquete para tapar el agujero.

    –¿Crees que estará muerta? –preguntó Herschel. La criatura volvió a liberar un ensordecedor grito.

    –No.


    *****​


    –¡Pareja de estúpidos! ¡Atrás! –gritó Mirlo Rojo, viendo que los dos seguía matando a las criaturas.

    Un Cabeza Aguijón cayó del techo tras Gran Cuerno, dispuesto a atacar.

    –¡Cuidado! –gritó Mirlo Rojo.

    –Mierda. –exclamó mientras intentaba cortar a la criatura para evitar el aguijón. Su cuchillo finalmente llegó, pero gracias a una flecha que Sigmund lanzó en el último segundo.

    Gran Cuerno miró lleno de culpabilidad a la futura hunga. Ella, en silencio, hizo un gesto para que se retiraran, a lo que obedecieron inmediatamente.

    De repente, el grito de la reina resonó en las paredes de la cueva. Se miraron mutuamente, para después observar que el resto de Cabeza Aguijones retrocedían.


    *****​


    Sabir y Bertans cedieron a Dhalion para aumentar el ritmo. Alphonse y John, con el martinico en sus hombros, vieron al final del pasillo la luz.

    –No queda nada. –dijo John sonriente.

    –¿No escucháis nada raro? –comentó Bertans mirando a su alrededor.

    De repente, el suelo comenzó a resquebrajarse bajo los pies de los cuatro.

    –¡Corred! –gritó Alphonse, todos acelerando su ritmo.

    Alphonse y John salieron de la cueva con el martinico, evitando en el último momento el desprendimiento. Sin descansar, se dieron media vuelta y observaron que Bertans y Sabir no lo habían logrado. Se lanzaron a ver el interior, viendo que ambos estaban bien, tumbados sobre el suelo que descendía hasta un piso inferior. Una larga cuesta los separaba.

    –¿Estáis bien? –gritó John al interior.

    –¡Rápido! ¡El techo puede ceder en cualquier momento!

    Alphonse cogió una cuerda de inmediato y la lanzó al interior. En aquel momento llegaron Herschel y Gran Lucio para ayudar a tirar de la cuerda. Dhalion, a pesar de sus heridas, se arrastró hasta el lugar para tirar. Tiraron con todas sus fuerzas, mientras que en el interior solamente veían que el techo podía caerse en cualquier momento.

    Bertans, algo más avanzado, cogió la cuerda y ascendió con gran velocidad con la ayuda de sus piernas. Con el cuerpo dolorido y frio por la humedad de la caverna, el segundo al mando finalmente llegó a la luz, siendo recogido por Alphonse y John.

    –¡Corre Sabir! –dijo el mayor de los O´Sullivan liberando la cuerda otra vez.

    –Creo que me he quedado atascado. –respondió el hombre que no podía sacar su pie de una ranura.

    Tiró con fuerza, pero éste se vio cada vez más nervioso. Su tobillo se estaba rozando y cada vez el dolor era mayor. Su respiración se aceleraba más y más, al igual que el sudor que recorría su rostro.

    –¡Sabir! ¡Cálmate! ¡Busca una posición para sacar el pie! –gritó Alphonse que veía el vaho que el hombre soltaba.

    Escuchó la orden e intento buscar una forma, girando el pie poco a poco. A su alrededor el crujir de las rocas aumentaba.

    –Vamos, vamos… –susurraba John sin dejar de tirar de la cuerda.

    –Bajaré a por él. –propuso Herschel.

    –No. Es demasiado peligroso. –dijo John.

    –Tal vez no quede tanto tiempo.

    –¡Me he liberado!

    Entre los gritos de ánimo, Sabir reinició su ascensión hacia su libertad. Determinado a salir, no perdía de vista la luz del final. No se atrevía a mirar atrás, donde solamente se escuchaba al techo y las paredes resquebrajarse sin parar.

    –No te queda nada. –dijo Alphonse quien metió parte de su cuerpo y estiró sus brazos para coger al compañero. Sabir estiró su cuerpo y brazo con todas sus fuerzas hasta final agarrar a Alphonse con todas sus fuerzas. –¡Tirad!

    Todos tiraron con fuerza, al fin logrando sacar al hombre del infernal agujero. El hombre tirado en el suelo y con la respiración acelerada, llevó su mano a la frente para quitarse el sudor. Abrió los ojos y agradeció a su dios por ver un día más el amanecer.

    –Gracias muchachos.

    –Parece que todavía nos quedaba algo de tiempo. –dijo Herschel.

    El agujero, de repente, comenzó a resquebrajarse, haciendo que el grupo tuviera que correr de nuevo, temiendo que aquella grieta pudiera ensancharse.


    *****​


    Todos volvieron al campamento sanos y salvos, en un silencio inquebrantable. Los que se habían quedado en los alrededores vigilando rápidamente se acercaron a ver lo ocurrido, quedándose tranquilos al ver que el martinico estaba bien, algunos mostrando suspiros de alivio, otros haciendo una larga mueca.

    –¿Estáis todos bien? –preguntó Nicolas Moll, quien veía llegar al grupo de Mirlo Rojo, a excepción de Sigmund.

    –Sí, estamos todos bien. –dijo la futura hunga en un tono serio. El cartógrafo miró al resto, viendo como Gamal y Gran Cuerno agachaban la cabeza. –Alphonse tocó el silbato, por lo que deberían llegar enseguida.

    –Bien, me alegro. ¿Deberíamos ir a buscarlos?

    –No. Ha ido Sigmund, por si necesitan ayuda médica. Nosotros tenemos que preparar todo para arrancar. No tenemos tiempo que perder.



    *****​


    Sigmund y Sabir realizaron la cura al pie de Dhalion, quien tendría que estar unos días sin apoyarlo, un problema menor ya que viajaría en el carro hasta llegar al lago donde montarían la embarcación.

    Mientras, el resto comenzaba a preparar la marcha bajo las órdenes de Bertans y Gran Cuerno. John, con la ayuda de Herschel, preparaban uno de los carros y lo colocaban en la línea para continuar el camino.

    –¿Te han preguntado por qué la reina ha comenzado a gritar así? –preguntó Herschel en voz baja a su hermano.

    –¿Qué habéis hecho par de críos?

    –Lanzamos uno de los tarros de sangre de gusano.

    –Mierda. –interrumpió John O´Sullivan bajándose del carro para ponerse frente al joven. –¿Sabéis que habéis podido poner en peligro la misión? ¿Haber matado a Sabir? Y por ende joder la misión de la Logia.

    –¿Pero qué ha pasado?

    –Déjalo. Iré a hablar con Alphonse y arreglaré esto. Tú haz tu papel, como has hecho hasta ahora. Te comerás una buena bronca.

    El joven se quedó en el lugar pensativo, observando como su hermano mayor se marchaba hacia Alphonse y Mirlo Rojo. Éstos se encontraban separados del resto, hablando sobre lo sucedido.

    –¿Qué ocurre? –dijo Alphonse, quien no parecía estar muy contento.

    –Herschel me acaba de contar por que la reina Cabeza Aguijón reaccionó así.

    –¿Qué? –dijo Mirlo Rojo.

    –Mi hermano y Gran Lucio lanzaron un bote de sangre explosiva sobre la reina. Son ellos los causantes del desprendimiento que casi mata a Bertans y Sabir.
     
    Última edición: 10 Septiembre 2020
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  18.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Tengo una duda aquí: ¿iban con la intención de tocar o no las babas? Porque aquí parece que iban con el cuidado de tocarlas con las manos en lugar de evitar que se les llenaran las manos con ella.

    Esto me generó una duda existencial. Normalmente veo que se escribe "sanos y salvos" al usar el plural de sano y salvo. Intenté buscar algo que me quitara la duda de si se puede usar "sanos y salvo", pero no encontré ejemplos donde lo usaran. Así que supongo que le falta una 's'.

    Dhalion tiene un aguante monstruoso. Salió de la parálisis antes de lo que esperaban los Cabeza de Aguijón, a pesar de que por su tamaño debió tener una sobredosis del veneno paralizante. Con el pie tan mal, aún pudo arrastrarse y casi salvarse por su propia cuenta. Y para terminar su barbarosidad (no creo esa palabra exista XD) todavía ayuda a subir a Bertans, y seguramente también a Sabir. Sin mencionar el final de la historia del pasado, deberían haberle dado una medalla por sobrevivir a eso. Mis respetos al martinico.

    Regresando a Bertans y Sabir, casi se mueren por culpa del ingenioso plan de Hershel y Gran Lucio. Me pregunto si realmente ayudó lo que hicieron o fue peor el remedio que el problema. Supongo que mataron a todas las crías, pero la reina de seguro solo tiene un nuevo peinado y en cuanto salga de la impresión enviará a todos los Cabeza de Aguijón a vengarse. Ojalá salgan a tiempo.
     
  19.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    Aventura
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    22º Capítulo: “La tormenta antes de la tormenta”


    El viaje continuó con una tensa tranquilidad. Los jóvenes sabían que en cualquier momento iban a ser aleccionados, más en el caso de Herschel O´Sullivan, quien todavía debía hablar a solas con su hermano. Pero no eran los únicos preocupados.

    A la cabeza de la caravana iban Mirlo Rojo y Alphonse, como siempre. Los cada vez menos densos pinares no variaban y el camino no parecía presentar más dificultades que las habituales rocas y empinados desfiladeros. Fue en esa ocasión cuando Gran Cuerno decidió abandonar la recolecta de gusanos y avanzar con su caballo a la altura de la mujer.

    –¿Podemos hablar? –inició el hombre cabizbajo.

    –No. –respondió seca.

    –Por favor.

    –Ya hablaremos. Vuelve a recoger gusanos con Sigmund y Sabir, el grupo de Alphonse y yo los necesitaremos.


    *****​


    El sol aun no había llegado a lo más alto, pero a pesar de ello, hicieron antes la parada. La noche había sido dura, por lo que todos estaban de acuerdo en descansar más tiempo. Junto a un pequeño arrollo cristalino que erosionaba la roca sin parar se detuvieron e hicieron una pequeña hoguera.

    Alphonse, tras atar a su caballo, se dirigió donde Mirlo Rojo. Ella, al ver que se acercaba, comenzó a separarse del grupo hasta coger una distancia prudente.

    –¿Con qué pareja de niños empezamos? –dijo ella enfadada.

    –Creo que primero deberías tranquilizarte. Creo saber que sientes sobre Gran Cuerno, pero no puedes dejarte llevar.

    –Se supone que es mi persona de confianza. Como vosotros decís, una mano derecha. –La mujer se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y miró al fondo del valle. Después, giró la cabeza hacia Alphonse–. Si el resto se enteran de lo ocurrido vamos ser el hazmerreír del festival de la larga noche.

    –Háblalo con él, no tienen por qué saberlo los demás.

    –¿Y si me equivoco con él?

    –Desde que comenzaste el viaje no haces más que dudar, un viaje en el que tendrías que superar tus miedos. Tal vez esto sea lo que debas superar.

    –No lo sé. ¿En tu primera expedición tú también tenías estas dudas no?

    –Tal vez uno de mis errores fue no tener las suficientes. Ya te lo dije, dudar no es el problema. Deberíamos hablar con Gamal y Gran Cuerno. Luego tendremos que tirar a los otros dos de las orejas.


    *****​


    –¿Cómo puedes estar tan tranquilo? –preguntó Sabir a su hermano, quien limpiaba cuidadosamente su cimitarra sentado en una roca.

    –¿Me has dicho que estas bien no? Solo ha sido un golpe.

    –Me refiero a lo que me has contado. El enfado de Mirlo Rojo.

    –No he hecho nada malo. Gran Cuerno es el que se descuidó.

    –Por dios, que cabezón eres. En la senda del kafirk la sabiduría es el segundo paso. Veo que desde pequeño te quedaste ahí.

    –También la justicia nos conduce al bienestar social y, después, nos posibilita el amor. Pero jamás hallaras en el paso ocho, la paz. Te recuerdo que estamos aquí porque queremos hacer la guerra.

    –Tu deseas la guerra. Yo solo quiero justicia. –sentenció Sabir viendo que Alphonse se acercaba.

    –¿Puedes dejarme un momento? –pidió el líder.

    –Sí, sí. Todo lo que quieras. A ver si tú puedes hacer algo más. He visto mulas menos tercas que este hombre.

    –Tranquilo Sabir. Descansa un poco que te vendrá bien.

    El hombre marchó enfadado, mientras que Alphonse se sentaba en una rugosa piedra contigua a la de Gamal. El moreno, sin perder los ojos de su arma, dejó el trapo a un lado y cogió una piedra para afilar el arma.

    –¿A que ha venido lo de antes? –comenzó el líder sin perder tiempo.

    –Mataba criaturas. El objetivo era causar una distracción. ¿No?

    –También debes acatar las órdenes, por el bien de todos. –Gamal giró la cabeza y lo miró fijamente–. No sé qué tipo de riña tienes con Gran Cuerno, pero así no te ganarás la atención de Mirlo Rojo.

    –No tengo ninguna riña. –Volvió a girar el cuello.

    –¿Entonces?

    –No entiendo por qué admira a un guerrero como Sigmund. ¿Soy un mal guerrero? –Nervioso, se levantó de su lugar con la cimitarra en una mano.

    –¿Eso es lo que te molesta? ¿Tu orgullo de guerrero herido?

    –Para los shilí es algo muy importante y si tenemos que dar la vida por ello, la damos.

    –Lo entiendo. –Gamal lo miró intrigado–. De verdad, lo entiendo, pero creo que ahora estas siendo un mal guerrero.

    –¡Cómo! Esa es una gran ofensa.

    –Gamal. Estas sobreponiendo el tener la atención de esa guerrera, por lo que no estás a lo que tienes que estar. Céntrate, se el líder shilí que eres y volverás a donde tu gente con el dinero que necesitáis. Y con un poco de suerte ella logrará interesarse un poco por ti. A fin de cuentas, ambos buscáis lo mejor para vuestra gente.


    *****​


    –¿Puedes dejar de buscar gusanos por un momento? –dijo Mirlo Rojo acercándose al otro, quien estaba de rodillas en el suelo.

    –Sé lo que me vas a decir. –El hombre se levantó de su sitio, se dio media vuelta y quedaron los dos cara a cara–. Y tienes razón, he hecho una estupidez ahí dentro.

    –¿Cómo voy a confiar en mi mano derecha cuando cae en estúpidos juegos infantiles? Tal vez me equivoqué en elegirte.

    –No, Miskoasiginaak.

    –Mamaangiwine, lo voy a pensar bien, no quiero arrepentimientos. Si el resto supiera lo ocurrido sería una gran deshonra, por lo que he pedido a los extranjeros que no cuenten nada. Pero tras mi viaje tomaré una decisión.


    *****​


    Horne se acercó a Mirlo Rojo, la cual andaba con la mirada perdida, en dirección a Dhalion.

    –Mirlo Rojo. –La mujer se giró, volviendo en sí. Tras ver que el hombre lo acompañaba, reanudaron el camino–. Nos contaste que, según la leyenda de tu pueblo, los Cabeza Aguijón os enviaban animales para cebaros.

    –Sí, así es.

    –¿Y si esos animales huían de los Cabeza Aguijón? Escaparían de ser devorados hacia el sur, siguiendo el valle.

    –Pues es muy posible. Por eso mismo tenemos que avanzar con cuidado. Es posible que haya otras reinas por ahí.

    –Sobre eso. ¿Crees que seguirá viva? ¿Vendrá a por nosotros? –preguntó el inventor preocupado.

    –No lo creo. Se le cayó una cueva encima mientras ardía en llamas. De seguir viva, morirá de hambre en unos días.


    *****​


    Los jóvenes fueron llevados a un lugar a parte por Alphonse, Mirlo Rojo, John y Gran Cuerno. Los dos, cabizbajos, se quedaron bajo un frondoso arce que sobresalía sobre el resto gracias a sus rojizas hojas.

    –Estos árboles liberan una deliciosa savia. –dijo Gran Lucio mirando al hermoso árbol.

    –Pues espero que no nos desgarren como a la corteza del arce. –vaciló Herschel en voz baja.

    –¿Sabéis por qué estáis aquí? –inició Mirlo con los brazos cruzados.

    –Por incendiar a la reina Cabeza Aguijón. –dijo Gran Lucio cabizbajo.

    –La cuestión no es esa. –señaló Alphonse. –El problema está en no haber avisado a nadie de lo que queríais hacer y el poner en peligro a los que estábamos dentro.

    –Casi no logramos salvar a Dhalion y Bertans y Sabir casi no lo cuentan.

    –No pensamos en que pudiera pasar algo así. –dijo Gran Lucio mientras que Herschel permanecía en silencio.

    –El hielo que hay entre las grietas con el calor se derritió, lo que provocó el terremoto. –explicó Gran Cuerno. –Cuando Sigmund improvisó esa granada hubo un pequeño temblor.

    –Si se nos hubiera avisado no hubiera ocurrido nada de esto. –Las palabras de Alphonse hicieron que Herschel reaccionara, mirándolo fijamente.

    –Solamente queríamos ayudar. –dijo el joven muy serio.

    –Sois jóvenes, pero esto deberíais saberlo de sobra. Somos un grupo, no trabajamos cada uno por su cuenta.

    –Por muy bien que lo hagamos, a veces los errores suceden. Las cosas se ponen mal y es algo que se tiene que asumir. –John irrumpió por primera vez–. Pero hacer las cosas mal, lo que después venga, tiene un culpable y unas consecuencias. Jóvenes, por favor, haced las cosas bien. Todos queremos volver a casa.


    *****​


    El grupo volvió a recoger todo para continuar el viaje. Apagaron el fuego, recogieron los cuencos llenos de agua dejados en el suelo para los caballos y los amarraron correctamente a los carruajes. Alphonse comprobó todo personalmente y después se dispuso a montarse en su corcel.

    –Alphonse, Alphonse. –dijo un nervioso Sabir que venía corriendo delante de Nicolas Moll. –Esperad un poco a partir.

    –¿Qué ocurre? –preguntó, llamando la atención de Mirlo Rojo, haciendo que ésta se acercara sobre su rocín.

    –Nicolas cree haber visto un árbol del amor.

    –¿Qué?

    –Un ciclamor. –añadió el cartógrafo. –Sus frutos son muy buenos para una herida como la de Dhalion. Sigmund alguna vez ha usado un ungüento de ciclamor para cicatrizar heridas. Evita el sangrado y reduce la inflamación.

    –¿Y dónde hay?

    –¿Cómo es el árbol? –preguntó Mirlo Rojo muy curiosa.

    –No tiene un tronco o unas ramas muy gruesas, pero son resistentes. Sus flores tienen forma de corazón y aparecen en primavera con un intenso color rosa. –explicó Sabir. –Nicolas estaba haciendo sus estudios cuando ha visto uno.

    –¿Te has alejado del grupo solo? –dijo Mirlo Rojo mosqueada.

    –No, no. Le he dicho a Gato Marrón para que me acompañara. Os he visto ocupados, por lo que le he dicho a él.

    –¿Tendrá frutos en esta época?

    –Sí.

    –Pues si esos frutos son tan buenos, vamos a por ellos. Cogeré algunos para mi futuro viaje.

    Alphonse se quedó al mando del grupo, mientras que Mirlo Rojo, Sabir y Nicolas Moll se alejaron hacia una de las laderas del valle. En uno de los grupos de árboles del valle, entre verdes pinos y rojizos arces, se encontró un árbol de menor altura, pero de brillantes hojas verdes.

    –En primavera se pone hermoso con sus rosas flores. Le salen hasta por el tronco. –dijo Sabir.

    –Sigmund preparará un ungüento con ellas tras hervirlas. –añadió Nicolas Moll, colocándose bajo el árbol. –Le diremos que te haga para ti.


    *****​


    Mirlo Rojo, sedienta, decidió bajar de la cabeza del grupo hasta el carruaje que Dhalion llevaba con Horne. Este último le sirvió una bota de cuero llena de agua y pegó un fuerte trago. De repente, observó que Pierre se le acercaba por la derecha.

    –¿Qué ocurre? –preguntó extrañada.

    –Tu abuela me dio unas hojas para los dolores de cabeza, pero se me están acabando. ¿Se podrían conseguir más?

    –¿Cómo son esas hojas? –El hombre sacó del interior de su camisa una pequeña bolsa y cogió un par de hojitas verdes con forma de sierra en sus lados–. Pues no creo que encontramos más de esas en esta parte. Solamente crecen al sur de nuestro poblado.

    –Hoy vaya, qué lástima. Me funcionaban muy bien.

    –Tal vez se me ocurra alguno de los remedios de mi abuela. Si se me ocurre algo ya te diré.

    –Muchas gracias Miskoasiginaak. –dijo Pierre haciendo que ella liberara una mueca.

    –Estas aprendiendo muy bien nuestra lengua.

    –Muchas gracias.

    La mujer avanzó, mientras que Pierre Augier se quedó mirando a su bolsa de cuerno muy fijamente. El artefacto en su interior, el casco de Otón, había estado causando un malestar en su cabeza, haciéndole sentir como si estuviera dentro de una botella. Pero esta vez era diferente, el casco había dejado de provocarlo, de causarle dolor, y comenzó a escuchar unas resonantes palabras más claras que nunca.

    –Cuidado. –escuchó Pierre mientras miraba a la nada.

    –¿Estás bien? –preguntó Horne desde el carruaje.

    –Sí. Sí. –respondió volviendo a su ser. –Es solo una leve migraña.


    *****​


    El atardecer llegó al valle, pero esta vez las vistas no eran tan hermosas. Unas negras nubes comenzaron a adentrarse gracias a un fuerte viento que dificultaba el andar de los caballos e incluso obligaba a los aventureros a agacharse y taparse los ojos con el brazo. Aquella manta negra los empaparía en poco tiempo si no se daban prisa.

    –Ahora no… –dijo Mirlo Rojo.

    –¿Qué ocurre? –preguntó Alphonse mientras acariciaba a su nervioso corcel para calmarlo. –Necesitamos un refugio y rápido. Una cueva podría venirnos bien.

    –Ese es el problema.

    –¿No hay?

    –Si hay un sitio, pero nuestros ancianos siempre nos han dicho que nunca entremos en ese lugar. Es la puerta al mundo de abajo. –añadió Gran Cuerno mientras se ponía a la par de los otros dos. –Miskoasiginaak, no tenemos otra. Los rayos de esa tormenta pueden asustar a los caballos y correr peligros.

    –Lo sé. –dijo ella algo cortante.

    –No necesitamos entrar en la cueva. La entrada es muy grande y lo suficiente para protegernos de la tormenta. –explicó Gato Marrón, un Wapahaska de largo pelo cano, que venía tras Gran Cuerno.

    –¿Sabes cómo llegar?

    –Cuando hicimos el viaje para tu padre vimos la entrada a lo lejos. Está tras esa colina de ahí. –El hombre señaló con el dedo a una empinada rampa de roca en el lado izquierdo del valle–. Tras ella hay una entrada a un nuevo valle en el que se diferencia una gran boca.

    –No me inspira mucha confianza, pero no hay otro remedio. Tendremos que andarnos con mucho cuidado. ¡Vamos!
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
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    En primer lugar, muchas gracias a los que seguís esta historia y a Dark RS por corregir y comentar esta historia. En los momentos mas dificultosos o de poca motivación, sois los que hacéis seguir adelante este relato. Las correcciones pertinentes están ya realizadas y revisadas :)


    23º Capítulo: “La entrada al inframundo”


    Con el oeste frente a ellos, se adentraron en un valle que Nicolas Moll no pudo no cartografiar. Era un espacio muy ancho, pero también mucho más cubierto por árboles que el resto. Curiosamente, un rio de mayor tamaño lo atravesaba, espacio algo más vacío que incluso parecía tener un camino débilmente marcado en paralelo a la corriente.

    La tormenta se encontraba casi encima, lo que hacía que los últimos rayos de sol no fueran lo suficientes como para iluminar el camino, pero aquel fuerte viento tampoco dejaba mantener las antorchas prendidas.

    –¡Ahí está! –dijo Gran Cuerno al divisar una gran boca.

    Ésta parecía ser un gran abrigo de unos cien pies de altura, mientras que de lado a lado tendría alguno más. La robusta pared de rojiza arenisca, en su izquierda, tenía una abertura circular que poco antes de desaparecer en la oscuridad cogía una forma más artificial, como si alguien hubiera cavado un túnel.

    –¡Rápido! ¡Montad el campamento! –ordenó Mirlo Rojo.

    –No hay tiempo que perder. Amarrad bien las cuerdas, no queremos que las tiendas salgan volando. –dijo Alphonse mientras se bajaba de su caballo y se dirigía a organizar los carros en un lado de la cavidad.

    –Misko. –Gran Cuerno se acercó a la futura hunga. –Deberíamos entrar en la cavidad y ver lo que hay. Tal vez haya un oso o quién sabe, algo peor.

    –Buena idea. Gamal y tú entraréis. –su cabeza giró hacia el otro jefe. –Alphonse. ¿Te parece bien?

    –Claro. Que vayan con Pierre y Gato Marrón. Si hay algo raro dentro lo descubrirán enseguida.


    *****​


    El fuerte viento y el estruendo de los truenos resonaban en las paredes de aquella cueva con ferocidad. La fría agua goteaba del techo cayendo en las flameantes armas del cuarteto, éstas evaporándose al instante dejando solo un sonido crepitante. Pierre, intrigado por el sonido, observó que aquella sangre tenía extrañas capacidades.

    –¿Quién ha podido cavar este túnel? –preguntó Gamal viendo la perfección del túnel.

    –Eso mismo me estoy preguntando yo. –respondió Gran Cuerno.

    –¿Por aquí no pasa la gente? –dijo Pierre.

    –Que sepa, solamente vienen los grupos de la Confederación de Obsidiana a cazar bisontes. En la confederación entran los grupos que nos reunimos en la fiesta de la larga noche. Nunca se ha visto al hombre blanco nunca ha llegado aquí.

    –¿Y en vuestras leyendas?

    –Cuentan que esta entrada fue creada por los Teelah para poder salir del inframundo. –dijo Gato Marrón en su habitual monótono.

    –Entonces podríamos encontrarnos cualquier cosa. –dijo Pierre, pensando en la extraña reacción que estaba teniendo el casco que ocultaba.

    –Como una pared. –dijo Gran Cuerno al iluminar una pared que detenía el paso en seco. Éste alzó su mano y tocó el frío y húmedo muro.

    –Mira, hay algo en medio. –Gamal acercó su cimitarra llameante a un saliente lleno de polvo.

    El shilí sopló dejando a la vista una peculiar perla marrón que parecía fluctuar, como si los diferentes tonos de la gema estuvieran peleando en su interior en un movimiento que recordaba al del aire empujando la arena del desierto.

    –Me recuerda a un reloj de Arena. –dijo mientras se acercaba a verlo detenidamente.

    –No lo toques. –alertó Pierre. –Parece algún tipo de instrumento geomante. Tal vez sea una llave.

    –Mucho sabes sobre las mancias. –comentó Gamal pensativo, haciendo que los dos extranjeros se miraran mutuamente.

    –Deberíamos volvernos. Miro Rojo querrá saber lo que hay. –interrumpió Gato Marrón.

    –No parece que haya nada más destacable. Volvámonos. –ordenó Gran Cuerno, quien dio media vuelta, aunque sin perder de vista aquel peculiar saliente.


    *****​


    Pierre volvió a la tienda que Sigmund le había preparado, lugar al que se metió inmediatamente para resguardarse del agua que fuertemente empujaba el aire. La puerta daba al interior, lugar donde Sigmund estaba agachado intentando hacer una pequeña hoguera chocando un pedernal contra una pequeña pieza de acero.

    –¿No te enciende?

    –He derramado un poco de sangre de gusano, pero ni con esas. ¿No quieres intentarlo?

    –Si tu no has podido, dudo que yo vaya a hacerlo mejor.

    –Oye, Pierre. –interrumpió Sigmund de golpe. –¿En qué parte de Phinia vivías?

    –¿Después de meses nos vamos a hacer buenos amigos?

    –No lo creo, aunque tampoco sabes nada de mí.

    –¿Y acaso me lo vas a contar?

    –Tampoco.

    Pierre se sentó junto al hombre tumbado en un lugar donde cortar el fuerte viento de la tormenta y se quedó mirando como intentaba incendiar la hojarasca. Tras unos minutos de insistencia, la mezcla de hojas secas y pequeños palos prendió fuego. Sigmund sopló con delicadeza, haciendo que en pocos minutos las llamas ascendieran, momento en el que Pierre echó algunos palos de un tamaño mayor.

    –Yo nací al sur de Phinia, en un pueblo al norte de los humedales que separan Phinia de Sibernia. –dijo Pierre mirando al fuego hipnotizado. Sigmund lo miró, no esperándose una respuesta.

    –¿Cerca de Madeleine?

    –Sí, al sur, casi llegando a la frontera. ¿Tú eras de Rosguedoc?

    –A pesar de la creencia popular, no todos los traidores éramos de allí. Antes de la revolución, yo vivía en Vacheville. Desde entonces jamás pude volver.

    –¿Cuántos años tiene? –Ante las palabras de Pierre, Sigmund liberó una mueca mientras sus ojos se movían al suelo.

    –Pronto hará diecisiete. Su madre me dice que no se quiere casar con el hijo del alcalde. Ambas son igual de tercas.

    –¿En eso te recuerdo a tu hija? –dijo Mirlo Rojo de forma burlona, sentándose junto a los dos hombres.

    –Entre otras cosas.

    –¿Y por qué ya no luchas por verla?

    –Porque el puñetero emperador de Phinia lo quiere muerto. –interrumpió Pierre. –Tanto secretismo, por Hierón, cuéntaselo de una vez. La mujer merece saberlo. –Sigmund suspiró, para después lanzar una mirada de cansancio a Pierre.

    –Hace nueve años en Phinia el pueblo se alzó contra sus reyes. En muchas ciudades se montaron ejércitos, algunos incluso apoyados por aquellos que debían defender a su monarca. En mi infancia hice un buen amigo, hijo de mercaderes, por lo que fue una efímera amistad. El destino nos volvería a unir en este entorno, cuando el grupo al que comandaba se unió al más grande de todos, el que había salido de Rosguedoc. Juntos partimos hacia la capital, tirando abajo el linaje real.

    –Ahí es cuando os corrompisteis. –dijo Pierre, siendo ignorado por Sigmund.

    –Pero, de repente, los comandantes comenzaron a pelearse, algunos abandonaban el movimiento y otros morían. Uno a uno, guillotinamos a toda la familia real salvo a los niños, pero un hombre estaba convencido de que había que eliminarlos. Mi amigo de la infancia, Andria Malatesta, quería cortar la cabeza de unos niños. Evidentemente me opuse y acabé recibiendo un tiro por la espalda. Me libré por poco, pero conseguí sobrevivir al disparo y salir del país. Al año descubrí que Andría se había cambiado el apellido a Vescavacio, que era el emperador de Phinia y que me quería muerto.

    –Pues sí que es una situación complicada. –Mirlo Rojo lo miraba pensativa–. ¿No ves a tu familia para protegerla? –Sigmund asintió–. Pero se tiene que poder hacer algo.

    –Como no asesines al autodenominado emperador, pocas opciones veo. Aunque tampoco lo veo del todo imposible. –Pierre, pensando en sus propias palabras, se quedó pensativo.

    –Mejor no voy a preguntar…


    *****​


    La tormenta amainó dando lugar a un soleado amanecer en el que no perdieron el tiempo. Pierre se lavó la cara en un pequeño barril de agua, cuando de repente escuchó un breve gruñido del interior de la cueva. Éste miró al interior, viendo como el sonido se repetía de vez en cuando.

    De repente, fugaz como un rayo, una pequeña comadreja salió despedida, aunque cojeaba notablemente y sangraba de un costado. Huyendo por un lado del campamento que habían montado, Pierre se quedó pensativo.

    –Se refugiaría de la tormenta como nosotros. –comentó Gran Cuerno, que pasaba por al lado.

    –Parecía una herida reciente, aparte de profunda. No parece un simple corte por haberse metido en un recoveco.

    –Bueno, solo es una comadreja.


    *****​


    –Gato Marrón. ¿Y esa lata de metal? –preguntó una extrañada futura hunga.

    –Me la regaló Nicolas Moll por acompañarlo a hacer sus mapas. Es un hombre muy amable. –respondió el otro mientras bebía un brebaje de fuerte olor dulzón.

    –Está muy bien que os llevéis tan bien, pero tened cuidado cuando vayáis por ahí. Al menos tened el gesto de avisar que os vais.

    –Claro, Miskoasiginaak.


    *****​


    Gran Lucio y Gran Cuerno, aprovechando las primeras horas de la mañana antes de partir, se acercaron al rio para pescar. Gran Lucio se acercó a unos arbustos y cogió unas pequeñas larvas transparentes que luego atravesaron con el anzuelo para, posteriormente, lanzarlo al agua. Los dos a una distancia de veinte pies entre ellos, probaban suerte en busca de un salmón o una trucha.

    –Gran Cuerno. –dijo el joven mirando a la cristalina agua del río. –¿Qué habrían pensado mis padres al verme acompañar a la futura hunga? –El joven tiró de su caña al notar un tirón, viendo que el gusano ya no estaba en el anzuelo.

    –En un primer momento, tu madre seguramente habría hecho todo lo posible por evitar que hicieras el viaje. Pero estoy seguro de que estarían muy orgullosos de ver en qué hombre te has convertido.

    –Me da pena no tener un recuerdo de sus rostros. –Tras colocar otro gusano, volvió a lanzar la caña.

    –Lo sé, es muy triste. Yo ya ni recuerdo la cara de mi padre y hay días en los que tampoco logro ver la cara de mi madre.

    –¿Y cuál es el primer recuerdo que tienes de mí?

    –El día en el que te nombraron Gran Lucio. Tu madre estaba asustada de todo lo que podías comer. Cada vez que te daba de pecho ella acababa dolorida y tu padre bromeaba con que comías más que un lucio.

    El joven, quien no pudo evitar sonreír, se percató de que una sombra se acercaba a la caña de Gran Cuerno. Ésta, dejándose llevar por la fresca corriente cristalina, medía poco más de un pie de largo.

    –Un salmón. –dijo Gran Lucio tras ver bien a pez, haciendo que el otro se tensara.

    –Este es mío. –susurró.

    El pez, tras dudar tres y cuatro veces, mordió el gusano del anzuelo, señal que hizo tirar a Gran Cuerno.

    –Vamos. –dijo el otro silencioso. –Tira poco a poco.

    –Este no se me escapa…

    De repente, una segunda sombra, algo mayor que la primera, se lanzó contra el salmón, mordiéndolo por la mitad de su torso. El anzuelo se liberó inmediatamente, siendo el pez presa de otro poco mayor que él. Gran Cuerno y Gran Lucio solamente pudieron observar cómo algunas partes despedazadas flotaban rio abajo.


    *****​


    –¡Huye de aquí! –escuchó Pierre en su cabeza, quien giró bruscamente su cabeza hacia la bolsa.

    –¿Cómo? –dijo el phínico extrañado. Dejó sus labores de lado y cogió la bolsa, anduvo varios pasos hasta unos árboles cercanos y lanzó el artefacto contra uno de ellos.

    –Llevas semanas intentando tentarme en ponérmelo, queriendo hacerme pensar que sería la única forma de liberarme del dolor. ¿Qué demonios ocurre?

    –Se acercan. –resonaba aquella grave voz en las paredes de su cráneo.

    –¿Quién?

    –¡Corre!

    Pierre se tiró de los pelos nervioso, intentando centrarse en sus propios pensamientos, dando vueltas sobre sí mismo. De repente, el hombre se detuvo y dio tres pasos mucho más lentos hacia el objeto.

    –Quieres tentarme para salir de este viaje, no quedarte encerrado en las heladas aguas del Mar Bóreo. Pero para ello necesitas que haya alguien vivo, alguien quien heredar tus poderes. Siento decírtelo, pero no te salvarás. Eso sí, alma encerrada en el casco, te voy a escuchar. No sé qué ocurre en este lugar, pero si tan temeroso te hayas, habrá un buen motivo.

    El hombre cogió la bolsa y se la puso al hombro. Se dio media vuelta, dándose cuenta que tenía casi encima a Mirlo Rojo.

    –¿Estás bien? –preguntó la mujer. –El grupo va a arrancar.

    –Sí, sí. Son esos dichosos dolores de cabeza. No quiero pedirle el láudano a John, me parece demasiado fuerte, pero creo que tendré que ceder.

    –¿Tanto te duele como para moverte de esa forma?

    –¿Cómo? –Pierre intentó avanzar,

    –Te he visto hablarle a la bolsa. ¿Qué hay dentro?

    –Nada de tu incumbencia. –El hombre se giró hacia la mujer para hablarle cara a cara–. Eso que hay dentro es algo personal, me gustaría que siguiera siendo así. No es nada que pudiera peligrar la misión. –La mujer miró fijamente a la bolsa durante unos largos segundos, hasta liberar un suspiro.

    –De acuerdo. Pero como vea algo raro no dudaré en contárselo al resto. Es vuestra misión la que pueda peligrar, no la mía. Pero déjame darte un consejo. Llegará el momento en el que tengas que decir la verdad, vete pensando la forma de hacerlo.

    Aquella mirada cruzada se detuvo súbitamente tras escucharse un ruido tras ellos, a lo que miraron inmediatamente.

    –No puede ser… –dijo Mirlo Rojo, quedándose ambos con el rostro pálido.


    *****​


    Los carruajes habían iniciado el viaje, por lo que Bertans y Sigmund decidieron hacer la vigilancia por una leve altura que había sobre el camino y por encima de los árboles. Con sus mosquete y arco en mano, observaban el alrededor, siendo los dos maravillados por la belleza virgen del valle.

    –¿No te intriga saber que habrá al otro lado del valle? ¿Si se llegará al gran océano al oeste de Nueva Albeny? –preguntó Bertans curioso.

    –¿Nunca has cruzado la Gran Calma? –respondió con otra pregunta Sigmund, curioso por la vida militar que había tenido el otro.

    –¿Tu sí?

    –Visité las Islas del Jade Arcoíris, en la costa al otro lado del Océano Calmado.

    –¿Un trabajo?

    –No de los comunes. Más bien me deshice de unas patentes de corso para su majestad.

    –Creo que ya se a lo que te refieres. –dijo Bertans sonriente, recordando unos viejos rumores que escuchó años atrás en una taberna. –Nunca he ido más lejos del Cuerno de Simuria, mi carrera militar siempre ha sido en el Océano Atalante y en el Mar del Arco.

    –Perdón Bertans. –Sigmund, de repente, se quedó mirando al bosque que rodeaba al abrigo bajo roca en el que habían descansado. –¿Qué es eso que se está moviendo?

    –No sé qué es. Mejor dicho, son. Pero es enorme.


    *****​


    –¡Alphonse! ¡Mira al bosque! –gritó Sabir al ver que dos enormes sombras se asomaban sobre los árboles.

    –Son… ¿Son gigantes? –dijo uno de los Wapahaska.

    –Eso no es de este mundo. –dijo Nicolas Moll tartamudeando. Se frotó los ojos, pero no se creía ver aquellas monstruosidades que se les acercaban valle abajo.

    –Los carruajes adelantaos. El resto, preparad las armas. –ordenó Alphonse.

    Este último, cauteloso, observaba a su alrededor. Miró a Bertans y Sigmund, los cuales parecían estar tan confundidos cómo él. Giró su cuello para ver el río, pero los dos pescadores no parecían aproximarse.

    –Herschel y Horne han ido a por Gran Cuerno y Gran Lucio, pero no parece que venga ninguno. –alertó Gato Marrón, quién llevó sus manos hacia su arco y flechas.

    –Ir preparando los arcos y la sangre de gusano. Atacaremos con todo. No podemos permitir que pillen al resto.


    *****​


    Horne y Heschel calmaron a sus caballos, los cuales notaron que el suelo temblaba. Se miraron mutuamente con cara de preocupación. Después, dirigieron sus miradas hacia el origen del sonido, pero no veían nada, salvo unos pájaros que los sobrevolaban huyendo del estruendo.

    –Debemos darnos prisa. Avisemos a Gran Cuerno y Gran Lucio y marchemos de este valle. –dijo Horne asustado.

    –Tienes razón. No sé qué ocurre, pero no puede ser bueno.

    Ambos arrearon sus caballos y llegaron a donde los dos Wapahaska, quienes recogían las cañas de pescar a raíz de sentir los temblores.

    –¡Vamos! –gritó Herschel, haciendo que los otros dos salieran corriendo hacia los caballos.

    Otro temblor apareció, uno mucho más leve, pero a la vez cercano. El sonido cada vez más presente, se pararon mirando a su alrededor. En medio de los cuatro, inesperadamente, dos sombras humanoides aparecieron disparadas del suelo, rodeadas de duros terrones de tierra y piedra que salpicaron a todos.


    *****​


    Una esquelética criatura tan alta como los árboles se veía frente a Mirlo Rojo y Pierre. De fuerte olor a descomposición, cráneo humanoide, pero de frente alargada hacia atrás, ojos separados rellenos de fluctuante gas morado, dientes robustos pero rotos y sacados de sus raíces, largos cuernos similares a un reno y una enorme cascada de musgo cayendo desde sus hombros, apartaba los árboles en su camino como si las piezas de un ajedrez de trataran. Tras varios pasos de gigante, la figura se definió bien, haciendo que Mirlo Rojo moviera su mandíbula intentando pronunciar unas palabras que se ahogaban en su garganta.

    –Es un Wendigo.

    –¿Qué? Qué, qué, qué. –repetía Pierre incrédulo.

    –Huye. –resonaba en la cabeza de este último.

    –Tenemos que huir. –dijo Pierre.

    –Es imposible. Solamente queda luchar o morir. –dijo Mirlo Rojo en un tono derrotista, pero a la vez sacando su espada.

    Sobre la criatura se escuchó un ruido en el árbol, lo que los tres miraron. De repente, Gamal, con la cimitarra agarrada con las dos manos boca abajo, se dejó caer con todo el peso de su cuerpo sobre el monstruo. Éste, evitó que se le clavara en su cabeza por muy poco, pero se introdujo por su hombro, haciendo que el hombre se quedara colgada del desagradable ser.

    –¡Qué demonios es esta cosa!
     
    Última edición: 25 Noviembre 2020
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