Mimi Honda Las comedias solían estar para hacer reír a aquellos que viesen la película ¿cierto? Bueno, ese no fue mi caso. Con la mano en la mejilla y los ojos entrecerrados por el aburrimiento, en un gesto de circunstancias que parecía decir: "¿De verdad la gente considera esto divertido?" aguanté la primera media hora de película. El calor de la manta que Emily tomó para nosotras era simplemente reconfortante. Suave y cálida y hacía bastante por mejorar aquella experiencia. La pizza se acabó demasiado pronto porque Emily tragaba como un Swalot. Cuando fui a tomar mi tercer trozo me di cuenta de que en la caja solo quedaban migajas. De cualquier forma no tenía hambre. No era excesivamente partidaria de la comida grasienta, aunque no podía negar que la pizza estaba muy buena. Un té no hubiera estado mal para que mi estómago acostumbrado a las cenas frugales pudiera digerir todo, pero suponía que por una noche estaba bien. Momentos así no los teníamos todos los días. Usualmente llegábamos a la habitación agotadas después de un extenuante día de tratar de salvar el mundo... solo para que volviese a estar en peligro a la semana siguiente. Confiaba en nosotros mismos. Y había dado todo un discurso sobre nuestras capacidades. Pero había algo que me inquietaba. Emily no me lo había contado todo. ¿Qué había pasado realmente? ¿Qué habían visto en el futuro? ¿Realmente había sido tan grave? En determinado momento sentí un peso cálido en mi hombro y dirigiéndole una mirada de soslayo me di cuenta de que se trataba de Emily. Era curioso, la última vez que tuvimos una noche de películas también se quedó dormida así. Arceus, de verdad estaba agotada. En mis labios se dibujó una leve sonrisa casi sin notarlo. Con cuidado para no despertarla alcancé el mando del televisor y apagué el mismo. De cualquier modo la película era un asco, así que era mejor si se guardaba sus chistes horribles para el director del averno que la creó. Después de aquello me acurruqué en el sofá, apoyando la cabeza sobre la de Emily. Pero al cabo de unos minutos empecé a sentir los músculos rígidos y doloridos. No quería despertarla, pero dormir sentadas en un sofá teniendo a centímetros la cama era muy incómodo. Y ridículo. —Em—la llamé en voz baja con los ojos cerrados, el ceño fruncido ligeramente— Me duele el cuello, vamos a la cama. No hubo respuesta. La miré. Seguía con los ojos cerrados, respirando profundamente y con calma. Todo en su expresión indicaba una paz absoluta. ... ... Oh. Suspiré para mí misma maldiciendo lo considerada que era a veces. No podía despertarla. No iba a hacerlo. Quizás se lo dijese por la mañana. Evidentemente me acordaría porque dudaba que pudiese mover el cuello. Pero en ese momento no. Esa era la noche de Emily, su noche para disfrutar de aquella pequeña burbuja de paz y tranquilidad, un tiempo en el día para sentirse como una chica normal y no como una heroína. —Tonta...—susuré en voz baja. Pero no supe si para ella o para mí misma. Acurrucándome a su lado y cerrando los ojos, no tardé en quedarme dormida también. Ese era... nuestro momento. Y de momento, estaba bien.
Nikolah Cruz Los últimos compases de mi armónica se perdieron en una voluta de vapor que salió por las rendijas del instrumento, cristalizadas por el frío a mi alrededor. Mantuve mis ojos cerrados un rato más, saboreando el momento, deleitandome con el mundo imaginario que nuestra música había creado. Tenía las manos congeladas, pero no me importaba. La música me había dado calor, había hecho que mi alma ardiera. Era todo lo que me importaba en ese momento. Escuché los rítmicos sonidos de un aplauso a mi lado. Al abrir los ojos y darme vuelta, pude ver a la muchacha del violín. Me sonreía, de forma dulce, con el violín bajo el brazo. La poca gente que se había congregado alrededor también dejó escapar una tímida ronda de aplausos, y pude ver varias sonrisas reflejadas en sus rostros. Con un poco de color en los cachetes, tomado por sorpresa por la atención inmediata, hice una mínima reverencia, agradeciendo a todos el tiempo que nos habían prestado. Me volteé hacia mi compañera, que comenzó a mover sus manos. En un principio no entendía a que se refería, pero luego pude comprender sus movimientos. Estaba comunicándose en lenguaje de señas. La muchacha era muda. Con un esfuerzo, entendía que me agradecía por haberla acompañado de improviso, que era la primera vez que tocaba con alguien más. No sabía lenguaje de señas, pero la joven se esforzaba por hacerlo lo más claro posible, muchas veces dibujando en el aire lo que quería expresar. — Muchas gracias a ti, la verdad. Es la primera vez que lo hago, también. Creo que lo voy a hacer más a menudo. De verdad es liberador.— le respondí, en tono calmado. La muchacha, sin embargo, solo sonrió, y apuntó con su mentón detrás mío. Se despidió, haciéndome entender que nos volveríamos a ver, y se alejó de allí, a paso veloz, seguida de su Kricketune y Leafanny. Extrañado, agité la mano en el aire, a modo de saludo, y me di vuelta. Había dos personas allí, algo alejadas, observando todo. Tragué saliva. Les debía una explicación. En especial a una de ellas. Fay me alcanzó la taza con chocolate, que había mantenido caliente todo este tiempo, y con ella asida con ambas manos, me acerqué, de manera tímida. Abrí la boca, pero luego la cerré. No sabía que decir. En verdad no tenía mucha excusa. ¿Tan solo me habían asaltado recuerdos y eso era suficiente para salir huyendo? Agité la cabeza. Era mejor ser directo. — Lo siento.— dije, mirando a Liza, mientras le extendía la taza caliente.— No debí haber desaparecido de la nada. Resulta que... Miré hacia el suelo, hacia un costado. ¿Iba a hacerlo? ¿Iba a compartir lo que no le había dicho a nadie nunca, excepto a Dan? >> ¿Podemos...podemos sentarnos a hablar en algún lado? Tengo algo que contarte. Sí, iba a hacerlo.
Emily Hodges Debían dar las nueve y media cuando abrí los ojos, sintiendo el sol golpeando tímidamente sobre los mismos. Fruncí el ceño, molesta ante la intrusión, pero finalmente tuve que despertar por completo y abrir los ojos, aunque con pesadez. Bostecé mientras me incorporaba, estirándome poco después para destensar mi cuerpo. Sentí como mi cuello crujía al moverlo, y recordé entonces que me había quedado dormida encima del hombro de Mimi, así que mi cuello había sufrido algo. —Mimi... —murmuré, zarandeándola levemente para despertarla—. Deberíamos ir a desayunar... Eso dije, sí, pero lo cierto es que yo tampoco me levanté del sofá. Se estaba muy calentita en la manta~
Hubert Mattsson No cabía duda de que Nikolah era un buen músico. Estar allí, rodeado de tanta gente y tocando su instrumento con total naturalidad, como si no hubiera pasado ningún encontronazo con Pikachu gigante, resultaba algo destacable. Aunque todavía no lo conocía del todo ni sabía su propia historia personal, algo me decía que no se conocía de nada con la chica de violín, que todo aquello era producto de un encuentro fortuito. A decir verdad, me hacía bien escuchar unas melodías así luego de todo el infierno del que acababa de escapar. Aplaudí suavemente cuando finalizaron su acto musical. Tras lo cual Niko reparó en nuestra presencia en el lugar. Fue como si en un principio él no supiera qué decir; tal vez tenía vergüenza por haberse ido de esa forma. A mí en particular no me molestaba mucho, ya estaba acostumbrado a las abruptas idas y venidas de Effy, al fin y al cabo. Pero cuando se acercó a nosotros, Nikolah se dirigió especialmente a Liza y le ofreció a ella una más sentida disculpa para, acto seguido, mencionar tenía algo que contarle. Supe ahí mismo que no me correspondía estar ahí. —Si me disculpan, iré al Centro Pokémon —dije con voz suave, dándome la vuelta. Alcé la mano en señal de despedida—. Luego nos vemos. Los dejé a solas, para que trataran con tranquilidad sus asuntos. Lo primero que hice en el Centro Pokémon fue acercarme a la enfermera Joy y preguntarle por Effy. Según me respondió, su pequeña hermanita seguía dando vueltas de aquí para allá, estaba más inquieta que nunca en su afán de volverse más fuerte. Me encogí de hombros: lo normal. En definitiva. Curé a mis Pokémon y pedí una habitación: mientras me daba una relajante ducha, mi estómago emitió un gruñido bastante detectable y vergonzoso. Ahí me di cuenta que no había comido bien desde nuestro viaje al futuro, por lo que decidí que sería una buena idea ir a la cafetería del Centro Pokémon a saciarme. Cerré el grifo y me puse ropa limpia e idéntica a la anterior que, por suerte, seguía estando en su lugar (siempre alquilaba la misma habitación, era una suerte de hogar). Hecho esto me retiré de allí, siempre seguido por Serperior. Nos sentamos en una mesa de la cafetería del Centro Pokémon, bien aprovisionados de café, masas secas y tostadas acompañadas con potes de mermelada y queso blanco. Sí que tenía hambre. Mientras bebía, me dediqué a mirar por la ventana, preguntándome cuánto nos costaría mantener el equilibrio de la delicada paz que gozábamos en el presente.
Mimi Honda Fruncí el ceño ligeramente aún con los ojos cerrados debatiéndome entre el sueño y la vigilia cuando sentí los rayos cálidos de sol dándome en el rostro. Como supuse la noche anterior todo mi cuerpo había estado en tensión forzado a dormir en un sofá toda la noche, en aquella incómoda postura, de modo que cuando lo moví... —Auch, auch—me quejé dolorida, entre dientes—. ¡Mi cuello, maldita sea...! Logré centrar mi mirada en Emily hecha un ovillo bajo la manta cálida que nos cubría, a mi lado. Fuera hacía frío, estaba segura de eso. Porque cualquier lugar era un maldito campo de hielo comparado con la calidez que trasmitía la manta y el cuerpo de mi amiga. Y sinceramente no tenía intenciones de moverme de allí en un buen rato. Era tan agradable y se sentía tan bien que tenía la irrefrenable necesidad de estar allí cuanto pudiese. De modo que cuando Emily mencionó que debíamos ir a desayunar todo lo que hice fue quedarme allí, sin moverme un centímetro. Mi cuello lo agradeció. —Levántate anda...—susurré acurrucándome aún más en ella. Mi voz era un murmullo bajo, sonaba medio dormida y vacilante aún—. Ngh... Me gusta el té rojo, aunque cualquier té estará bien para mí... Y volví a caer en los brazos de Cresselia.
Emily Hodges Mimi no parecía tener intención de moverse, y lo cierto es que no la culpaba, yo tampoco quería salir de la habitación. Hacía frío y llevaba todo un mes despertándome temprano para entrenar... un día de descanso no me vendría mal... ... Mis tripas, sin embargo, no parecían estar de acuerdo. Con un leve gruñido, me puse en pie y fui al baño. Tras lavarme la cara para lograr despertarme por completo, recogí un poco las cosas de la noche anterior, en todo el silencio que pude y salí de la habitación. Sin poder evitar bostezar, recorrí el pasillo del Centro hasta alcanzar la cafetería. Había bastante gente a aquella hora, pero mi vista se quedó quieta cuando distinguí la figura de alguien muy conocido. Ese Serperior... no podía ser otro, ¿verdad? La elegancia del Serperior de Hubert era única, solo podía ser él... ¿era, entonces, aquel...? —¿Hubert...? —lo dije en un susurro ahogado, habiéndome acercado casi de manera inconsciente a la mesa donde el chico estaba sentado—. ¿E-eres tú...? ¿E-estás... aquí...?
Hubert Mattsson —¿Hubert...? ¿E-eres tú...? ¿E-estás... aquí...? Una voz dulce y conmovida me quitó de mis pensamientos. Dejé la taza suspendida cerca de mi boca y alcé la cabeza, para encontrarme con que la persona que me hablaba era Emily. No había modo de explicar el alivio que me daba notar que sus ojos seguían brillando con vivacidad, que había salido también sana y salva de la catástrofe del futuro. Todo cuando hice al verla allí fue ponerme en pie y acercarme para abrazarla. —Soy yo —le respondí—. Me hace feliz ver que estás bien… —entonces recordé la reacción que Liza había tenido al verme y todo lo que me había contado— Yo... Lamento mucho haberte preocupado...
Emily Hodges Reconocería esa voz en cualquier lado, por supuesto. Era él, era Hubert. Mis ojos no tardaron en anegarse en lágrimas y cuando el chico me rodeó con sus brazos, todas pugnaron por salir en un llanto ahogado que no pude evitar. Lo abracé con fuerza, como si tuviese miedo de dejarlo ir y que volviese a desaparecer, negando con la cabeza cuando dejó de hablar. Me tuve que separar al final, intentando calmarme, y lo miré con una sonrisa leve pero sincera. —E-eso no importa... —respondí, limpiándome los ojos—. Estás aquí... e-eso es lo único que importa ahora mismo... Estoy tan feliz. Miré también a Serperior, acariciándole suavemente sin perder la sonrisa. Fue en ese momento que me di cuenta de algo. >>¡Ah! —exclamé, volviendo a mirar al chico—. ¡Mimi también está aquí! ¡Debería avisarla para que venga también! Sin poder ocultar la felicidad que me había embargado tan repentinamente, cogí el holomisor que nunca me abandonaba y le envié un mensaje a la rubia, diciéndole que estaba en la cafetería con Hubert y que viniese si quería. Esperaba que el tono del mensaje la despertase. >>¿Puedo? —dije finalmente hacia el chico, señalando una de las sillas de la mesa.
Mimi Honda Cuando Emily se incorporó el calor de su cuerpo se fue con ella y la manta, aunque cálida, dejó de ser tan extremadamente agradable. El calor absorbido no era ya suficiente. Abrí los ojos con pesadez reticente en un inicio a incorporarme. Me dolía el cuello a horrores, tratar de moverlo tan solo un poco provocaba un desagradable crujido producto de los músculos rígidos y constracturados. Y aunque en un principio opté por tumbarme en el sofá seguía haciendo frío. No iba a lograr volver a dormirme en esas condiciones. Gruñí para mí misma y entonces, lanzando un suspiro de resignación me incorporé con la mano en uno de los lados del cuello. —Ugh. Una ducha me vendría bien. El agua caliente tenía ese efecto relajante en mis músculos. Aprovecharía para cambiarme de ropa y acabar de despertarme. Cuando salí con el cabello seco y vestida, me di cuenta de que mi Holomisor llevaba rato sonando. Me acerqué a la mesita y lo tomé para escucharlo. Era un mensaje de Emily. Al parecer Hubert estaba también en la cafetería. ... Hubert. Hacía meses que no lo veía. Incluso antes de marcharme a Sinnoh no habíamos tenido mucho contacto. Desde lo ocurrido en el Núcleo no sabía nada de él. Siempre lo había considerado una especie de inteligente y responsable hermano mayor. El único hermano mayor que tenía, porque Matt solo era un parásito usurpador. Un insecto molesto en el parabrisas de un auto. De modo que tomé mi bolso y me lo eché al hombro, cerrando a mi espalda la puerta de la habitación. *** Opté por el té rojo que le había dicho a Emily—tampoco es que variase mucho mi alimentación—y caminé hasta la mesa donde Hubert y Emily se encontraban sentados frente a la ventana. Era un día soleado pero hacía frío y no pude evitar frotar mis brazos en un intento por entrar en calor cuando tomé asiento con ellos. —Buenos días— saludé y cubrí mi boca con la mano al reprimir un bostezo traicionero. Mi mirada se centró en Hubert entonces—. Emily me contó lo que ocurrió en el futuro. No había cambiado mucho en ese tiempo que llevábamos sin vernos. Sus ojos café seguían teniendo ese brillo de seria templanza, al igual que el Serperior sereno que lo acompañaba a todas partes. Sostuve la taza de té caliente entre ambas manos. En una mañana tan fría como esa era especialmente agradable. >>Hace mucho tiempo que no nos vemos ¿huh?—proseguí y disimuladamente me llevé la mano al hueco entre mi hombro y cuello, dolorida aún. Aparté la mirada con cierta culpabilidad—. Lamento no haber estado ahí, con vosotros. Me enteré de que moriste. Es evidente que al final todo salió bien porque estás aquí pero... morir nunca es plato de buen gusto para nadie.
Liza White Le dirigí a Hubert una sonrisa sincera, conmovida ciertamente por sus palabras de aliento. El nudo en mi garganta, sin embargo, no me permitió darle una respuesta. Pero, mientras volvía mi vista al frente, sentí que ya no hacía falta añadir nada más. Las palabras quedaron en el aire, presentes, dándonos el aliento que nos faltaba. —Gracias, Hu. Y, de alguna forma, todos mis temores fueron sustituidos por una hermosa melodía, arrastrada por la fría brisa nocturna. Al alzar la mirada lo vi allí, tocando la armónica junto a otra joven, recreando un ambiente lleno de paz y tranquilidad. Mis labios se entreabrieron, con cientos de dudas haciendo ruido en mi cabeza, pero al seguir con la mirada al resto de personas presentes, que cerraban los ojos y disfrutaban del encuentro con satisfacción, comprendí que no eran necesarias las palabras. Nikolah estaba trasmitiendo lo que sentía a través de la música, y yo quería comprenderle. Así, pues, Hubert y yo detuvimos nuestros pasos frente al espectáculo, aguardando allí hasta que hubo acabado. Abrí los ojos cuando la música desapareció, y mis orbes azules se posaron en los del rubio, que ahora se dirigía a mí con culpabilidad en la mirada. Me tendía el vaso de chocolate que había dejado atrás, y que ya había dado por perdido, por lo que me costó un par de segundos asimilar que había sido tan atento como para mantenerlo así para mí. Me mantuve en silencio, expectante, porque sentía que Nikolah tenía cientos de pensamientos arremolinados en su cabeza. Porque su música así me lo había hecho saber. Despedí a Hubert con un movimiento suave de cabeza, deseándole que descansase apropiadamente, y me volví hacia Nikolah. Le sonreí, comprensiva, sosteniendo la taza cerca de mis labios mientras soplaba. Y, cuando quise darme cuenta, las palabras salieron solas. Y se sintieron diferentes a lo habitual. —Claro, cielo —asentí, calma, señalando los bancos con un movimiento suave de cabeza, sin dejar de mirarle—. Estaré aquí todo el tiempo que necesites.
Hubert Mattsson Emily me abrazó con fuerza y dejó escapar unas lágrimas. Estaba claro que la había pasado muy mal con mi ausencia, seguramente creyendo que había muerto en el futuro. Acaricié su cabello con suavidad, con cariño, para hacerle saber una vez más que aquello no era cierto, que estaba allí para ella y para quien fuese. Finalmente nos separamos y ella respondió que no importaba que la hubiera preocupado, que lo que de verdad importaba era que estaba allí… y que sentía feliz. Y eso, para mí, era lo más importante. Observé enternecido cómo acariciaba a Serperior, quien correspondió a ese gesto con la solemnidad que le era tan característica. En eso, Emily recordó que Mimi también estaba allí y le envió un mensaje, tras lo cual pidió permiso para sentarse. —No hace falta preguntarlo —sonreí—. Puedes tomar tostadas y galletas si quieras, que pedí demasiadas. La verdad es que me sentía hambriento —admití con un dejo de vergüenza—. A todo esto, me encontré con Liza y Nikolah hace un rato. Y le conté sobre la batalla contra el Pikachu gigante mientras esperábamos a Mimi. ********************************* Mimi llegó a nuestra mesa no mucho después, con una taza de té rojo entre las manos. Se la veía somnolienta. Supe que, por mi Emily, ya había sido puesta al tanto de los acontecimientos del futuro. — Hace mucho tiempo que no nos vemos ¿huh?—siguió, llevándose la mano al hueco entre el hombro y el cuello. Apartó la mirada—. Lamento no haber estado ahí, con vosotros. Me enteré de que moriste. Es evidente que al final todo salió bien porque estás aquí pero... morir nunca es plato de buen gusto para nadie. Suspiré y di cuenta del último sorbo de café. Mi mirada se tornó entristecida. —He visto demasiada muerte en un solo instante, cuando Necrozma nos atacó en Lienzo —respondí—. No se puede decir que las cosas hayan salido bien, salvo por la parte en que los Holders del presente pudimos regresar a nuestra época, y que Irvine parece tener más voluntad de hacer lo que corresponde. El Ian del Futuro se sacrificó por mí seguridad; en un principio me sentí culpable y un cobarde, porque todo lo que pude hacer fue huir. Pero ahora que estoy aquí y siento que puedo hacer algo para darle un sentido a su sacrificio y al de todos los demás… Veo las cosas de otro modo. Las miré a ambas. A Emily y a Mimi. Ahora, más que nunca, era consciente de lo mucho que las quería. De lo importante que ambas eran para mí. Como un hermano mayor velando por sus hermanas pequeñas. Verlas allí, juntas, me ayudó a recuperar la compostura y las fuerzas de mi ánimo. —Me hace muy feliz verte a ti también, Mimi —dije, dirigiéndole una sonrisa—. Como dijiste, ha pasado un tiempo desde la última vez que hablamos. ¿Qué ha sido de ti desde entonces?
Mimi Honda —¿Necrozma?—repetí extrañada cuando Hubert lo mencionó. Inmediatamente lo miré y después fijé mi vista en Emily. Necrozma... era ese Pokémon tan extraño que Emily me habían mostrado en Udan junto a Lunala. Esos mismos legendarios que separó y fusionó usando un extraño dispositivo denominado "Necroluna". Si ese Necrozma había provocado una masacre en el futuro y Emily lo tenía en su equipo, ¿no implicaba eso que la entrenadora había tenido algo que ver? ¿O que quizás había perdido el control sobre el mismo como le pasó a Alpha con Darkrai? Si ese era el caso... ¿por qué Emily no me lo había contado? ¿Era porque se sentía culpable? ¿Qué había provocado que Necrozma se revelase en el futuro y atacase a aquellos que le tendieron la mano en su momento? Parecía un asunto mucho más grave de lo que simulaba ser a simple vista. Mi mente empezaba a esclarecer todos los puntos clave de aquel asunto, todas las piezas que me faltaban del puzzle. Y podía empatizar mucho mejor con la desazón de Emily la noche anterior. Le di un sorbo al té en silencio. Mi estómago pedía que lo llenase con algo después de los míseros trozos de pizza. Había demasiadas cosas que contar, muchas más que Hubert no debía ni imaginarse. Y mi mente en ese instante se encontraba demasiado revuelta. Ah, ¿por dónde empezar? —Yo... estuve en Sinnoh—respondí finalmente, con simpleza. Me cuestioné si debía dar detalles. Si debía mencionar el por qué de mi apresurada partida. Miré a Emily de soslayo cuestionándole con la mirada y después regresé mi vista a Hubert. Le respondería con sinceridad si me preguntaba los motivos de mi partida directamente. No tenía razones para ocultarlo. A pesar de todo jamás lo había considerado un error—. Estuve entrenando y combatiendo en los distintos gimnasios de mi región. Me hice con las ocho medallas. Declaré con una pequeña sonrisa orgullosa. Y nuevamente busqué mi bolso y extraje el pequeño estuche con las medallas, brillantes y lustradas, para que pudiera verlas de cerca. Se lo extendí. >>Casi logré ser campeona pero el Garchomp de Cynthia barrió toda mi estrategia en cuestión de segundos— suspiré y jugueteé con un mechón de cabello, frustrada. Impotente—. Esa mujer es implacable. En parte por eso volví. Logré resolver ciertos asuntos y pretendo lograr ser lo suficientemente fuerte para poder vencerla a mi regreso.
Emily Hodges Con una sonrisa que realmente era incapaz de esconder, me senté ahí donde había señalado, y sin dudarlo mucho acepté también la oferta de comer también. Lo cierto es que también me había despertado con cierta hambre y, quizás, el alivio de saber que Hubert estaba ahí me provocó aun más hambre. Seguramente no fui consciente de lo poco que había cuidado mi alimentación centrada como estaba en entrenar. No pude evitar abrir los ojos con cierta sorpresa cuando empezó a contarme lo sucedido con un Pikachu gigante. Así que ellos habían sido los holders que salvaron la situación. Sonreí levemente al saberlo, sobre todo sabiendo que Liza estaría igual de feliz que yo al saber que Hubert estaba bien. Eso me recordaba que tenía que hablar con Alpha, estaba segura que él también se había visto afectado por la idea de que nuestro Hubert no estaba más entre nosotros. —Está claro que Chance no es de fiar —sentencié finalmente, mordiendo una de las galletas con gesto pensativo. ¿Afectaría la noticia de aquello a las elecciones? Esperaba que si lo hacía, fuese positivo para Irvine. Mimi llegó no mucho después y ambos comenzaron a hablar. Mentiría si no dijese que mi mano apretó, con quizás demasiada fuerza, el trozo que quedaba de una galleta, haciendo que las migajas se desparramasen por la mesa. Las recogí rápidamente, evitando la mirada de los otros dos, y dirigí mi mirada hacia el exterior. Quizás mi Necrozma ni siquiera era consciente del miedo que repentinamente le había tomado. Y me sentía tan mal al respecto, porque no quería tenerle miedo, quería darle cariño como al resto de mi equipo, quería ser su amiga. Pero la idea de hacer cualquier cosa que le hiciese pensar en atacarnos, me atemorizaba. Y, simplemente, era incapaz de dejarlo en libertad. Q-quizás si volvía a Udan... Suspiré con pesadez, ¿por qué todo tenía que ser tan difícil? Contenido oculto Don't mind me, solo post de relleno para que no se me acumule todo (?)
Nikolah Cruz En cuanto Liza pronunció esa palabra, pude sentir como todo mi rostro se calentaba, haciendome salir humo por las orejas. Comencé a tartamudear, sin saber que hacer, mirando hacia todos lados, nervioso. Antes de hacer otra escena, me dirigí hacia los bancos que Liza había señalado, y me senté ahí, rígido. Inspiré y exhalé para calmarme, mientras sentía como, lentamente, el calor se me iba yendo de la cara, el color rojo dejando paso al blanco. Puse mis manos en mis rodillas, y esperé hasta que Liza llegara al lado mío. En cuanto se sentó, tomé aire. Iba a necesitar valor para lo que iba a decir a continuación. Abrí la boca, pero no salió nada de ella. Por más que intentara, ni una palabra parecía ser capaz de escapar mi garganta. Tragué saliva, y miré hacia un costado, observando la gente que pasaba. Suspiré, y comencé a hablar, mirando hacia el frente. — Creo que...creo que es hora de decirte la verdad.— empecé, apoyando mi barbilla en mi mano.— Sobre...sobre de donde vengo. Y por qué me fui de improviso. Hice una pequeña pausa. — Verás...vamos a empezar por lo primero. Talía y yo...Talía no es mi hermana. Creo que...nos conocimos el mismo día que te conocí a ti. Ni siquiera sé por qué te dije que si era mi hermana, por que lo anuncié con tanta afirmación. Y tampoco sé por qué ella...por qué ella lo aceptó. Sin cuestionar nada. Y por qué sigue a mi lado hasta el día de hoy. Supongo que es simplemente porque es alguien demasiado bueno, y no quería dañar a alguien tonto como yo.— dije, mirando en dirección al Centro Pokémon. Abrí la boca, pero la volví a cerrar. Suspiré. Lo que iba a decir ahora era lo más difícl de todo.— Verás, resulta que yo...que yo...Yo no... Comencé a temblar, y podía notar como mis ojos se habían cristalizado. Sin embargo, batallé como pude contra la oleada de sentimientos que me embargaban. Este no era el momento. Tenía que ser fuerte. — Yo nací en Kalos. No tenía hermanos. Nunca los tuve. Solía salir a jugar al pueblo, pero pasaba gran parte del tiempo en el bosque alrededor. Luego, a los cinco años, papá...papá consiguió un nuevo trabajo. Y...y nos fuimos a Un...Unova.— apreté los dientes. Recordar ese lugar era...complicado, por decir algo.— Mis padres vivían en las afueras de Pueblo Arcilla, con mi padre trabajando en Castelia. No recuerdo que hacía, sinceramente. Mi madre era ama de casa. A mis padres les gustaba eso, vivir en las afueras, la tranquilidad, la naturaleza, estar en más contacto con ella. Para mí también era divertido, siempre estaba rodeado de pokémons, y solía salir a jugar el pueblo.. Pero tal vez fue por eso que...que...Creo que la razón... Los temblores ya se hacían insoportables. Mi voz se quebraba cada dos por tres, como intentando impedir que llegara hacia ese momento en mi historia, hacia ese punto que significaba un antes y un después. Apreté los puños con tanta fuerza que mis nudillos se volvieron blancos, para intentar contener los temblores. Sin embargo, era imposible. No quería mirar a Liza en el estado en el cual estaba, pero me forcé a hacerlo. — Ocurrió cuando volvía de la escuela. Tenía diez años. Dentro de poco, cada uno podría elegir un pokémon inicial, y comenzar su aventura. Era una tarde con nubes pesadas, que presagiaban tormenta. Podía escuchar los truenos a la distancia, así que me apuré en volver a casa. Mi paso solo se aceleró cuando vi la columna de humo elevándose entre los árboles.— hice una pausa. Mis ojos estaban posados en Liza, pero mi mirada estaba perdida, rememorando esos momentos.— Todo estaba en ruinas. La casa estaba destrozada, los árboles alrededor arrancados, y había cráteres en el suelo. Tan solo eso. Destrucción. >> Y...y...entre...entre los escombros...pude ver...pude ver... Comencé a hiperventilarme, mi pecho subía y bajaba de forma frenética, mientras las imágenes pasaban a la velocidad de la luz una tras otra, frente a mis ojos, invadiendo mis pensamientos. Y...ya no pude más. Quebré. Me abracé a mí mismo, y mi mirada se perdió en la nieve que se había acumulado en el suelo. No respondí, no dije nada más. Tan solo luchaba por respirar.
Liza White Jamás había visto a Nikolah tan alterado. La impotencia de verle temblar mientras tomaba asiento me quemaba y comprimía mi pecho de forma dolorosa. El brillo en su mirada esquiva reflejaba el de alguien que se encontraba en una lucha interna por enfrentar a sus demonios, y ello solo hacía que la ansiedad burbujease por mi cuerpo, sin poder hacer otra cosa que tomar asiento a su lado. Entrelacé las manos sobre mi regazo y las apreté ligeramente, conteniendo las ganas de tomar las suyas en un intento por detener el temblor. Necesitaba su espacio, lo comprendía bien. Mi mirada azul, posada sobre él con cierta intensidad, reflejó mucho más de lo que hubiese llegado a imaginar. Mentiría si dijese que no me sentí engañada cuando supe la verdad acerca de Talía. Mis cejas se arquearon ligeramente, y entreabrí los labios sin ser consciente de ello, sintiendo la necesidad de replicar. En ese momento era incapaz de comprender por qué alguien mantendría durante tanto tiempo una mentira así, y qué ganaba con ello exactamente. Pero mi rostro se suavizó poco a poco al notar su rostro afligido, y el brillo culpable en su mirada temblorosa. Negué con la cabeza, calma, cuando terminó de intentar explicar el porqué, porque ni él mismo parecía encontrarle una explicación. "Todo está bien", quise decirle con la mirada. "Lo entiendo, cielo. Continúa". Pero pronto comprendería que nada de lo que decía estaba bien. Ladeé la cabeza, curiosa, cuando supe que el chico era oriundo de Kalos, y recordé a Destiny y todo lo que me había hablado de aquella hermosa región. Luego vino la emoción, al saber que Nikolah había vivido parte de su infancia en mi región natal. Contuve el aliento, mis ojos abriéndose de la impresión cuando el relato comenzó a ensombrecerse repentinamente. El corazón comenzó a latir desbocado contra mi pecho a medida que Nikolah comenzaba a perderse en sí mismo, ahogado en sus propios recuerdos. Sentí ganas de llorar, porque no hizo falta continuar el relato para comprender lo que había sucedido. Mordí mi labio, angustiada, las lágrimas acumulándose en mis cuencas cuando el rubio se quebró, incapaz de seguir hablando. Mi cuerpo actuó solo. Le atraje hacia mí con cuidado, dejándole espacio suficiente para respirar. Su piel estaba fría al tacto, y me sentí culpable de ello por cargar en aquel momento su chaqueta conmigo. Mi cuerpo comenzó a balancearse de delante hacia atrás, acunándolo entre mis brazos mientras acariciaba su cabello, susurrándole al oído que todo estaba bien, que ahora estaba allí, con él. Nikolah había cargado con todo aquello desde hacía años, y necesitaba dejarlo ir, librarse al fin de sus ataduras. Y si debía permanecer todo el tiempo que hiciera falta allí, lo haría. Por alguna razón había escogido sincerarse conmigo, y yo no podía si no devolverle ese voto de confianza. —Niko, tranquilo, tranquilo, sh —susurré, apartándome lo suficiente como para poder unir nuestras frentes. Buscando traer de vuelta su mirada a través del tacto y de la voz. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, sin poder contener el dolor que me provocaba verle en aquel estado. Acaricié su mejilla con suavidad—. Ya no estarás solo, ¿sí? Estamos aquí... Estoy aquí.
Nikolah Cruz No opuse ningún tipo de resistencia cuando sentí como Liza me atraía hacia ella. Ya no tenía fuerzas para nada. Apoyé mi frente en su hombro, la mirada perdida, mientras sentía el suave contacto de su mano sobre mi cabeza, y el cálido susurro de su voz en mi oído, tratando de calmarme. Dejé que me acunara, el leve balanceo lentamente removiendo mi mente, haciendo que se fuera aclarando de a poco. Dejé que me inundara su aroma y la calma que irradiaba, dejé que obnubilaran completamente mis sentidos. Porque me invitaba a una realidad en la cual nada de lo que había contado había ocurrido. En una realidad en donde podía ser verdaderamente feliz, libre de mi pasado. Una realidad en donde quería vivir. Mi aire era completamente ausente. No me encontraba allí. Me encontraba en un limbo, siendo desgarradado entre dos realidades. Quería permanecer en esa realidad en la cual nada importaba. En la realidad donde tan solo era yo, y el silencio. No existía nada más. No había preocupaciones. No había tormentas eléctricas, ni casas destrozadas. No había columnas de humo elevándose sobre la fronda del bosque. No había recuerdos que me asaltaran cuando menos lo esperaba. No había nada. Esa realidad era muy tentandora. Algo se fue abriendo paso entre la pura blancura de esa realidad. Una grieta comenzó a formarse. Una grieta que dejaba pasar voces, sensaciones, aromas. Una grieta que demostraba en realidad cuan frágil era esa realidad, ese capullo en el cual me quería encerrar. Una grieta que dejaba pasar la mirada cansada de Dan, la sonrisa emocionada y algo exagerada de Alpha, los enormes ojos azules de Talía...y la risa de Liza, que reverberaba por todo el lugar. Volví a mi realidad, a aquella en donde estaba nevando, hacía frío, y la gente caminaba con chocolate caliente en las manos. Una realidad en la cual estaba unido a Liza por nuestras frentes. Escuché su voz con una claridad casi cristalina, susurrándome, intentando reconfortarme. Pude notar como su preciosos ojos azules se ponían vidriosos. Sentí su mano en mi mejilla, y el mero contacto me envió una oleada de calor y tranquilidad al cuerpo. "Ya no estarás solo, ¿sí? Estamos aquí... Estoy aquí." No pude evitarlo. Las lágrimas habían comenzado a correr. Aunque yo tampoco hacía ningún esfuerzo por detenerlas. Posé una mano sobre la que estaba acariciando mi mejilla, y me apoyé ligeramente en ella. Mientras le dedicaba la sonrisa más cálida, ancha y radiante que había logrado hasta la fecha. — Sí...estás aquí. Y yo no quisiera estar en ningún otro lado. Las palabras salieron solas, sin darme tiempo a darme cuenta de lo que había dicho. Y tampoco me importaba. Tan solo me quedé allí, mi frente aún con la de Liza, mi mano en la suya, sonriendo. Feliz de estar allí. En la realidad en donde pertenecía. Sin embargo, no pasó demasiado tiempo hasta que fui completamente consciente de la situación en la cual me encontraba. Pude sentir como todo el calor del cuerpo se trepaba a mi rostro, tiñéndolo de un rojo violento. Podía sentir humo saliendo de mis orejas. Me separé de improviso, con tanta violencia que perdí el equilibrio, y me caí del asiento, aterrizando de espaldas en la nieve acumulada en el suelo. Me incorporé de inmediato, y me limpié la nieve. — Bueno, hace un día precioso para estar sentados, ¿no? Y además con el frío que hace, es mejor mover el cuerpo, ¿qué te parece? Sí, seguro que sí.— dije, nervioso, mirando para todos lados.— Dime, ¿quieres hacer algo? Todavía falta mucho para que termine el día. Debería haber una pista de patinaje por algún lado. Esto no puede ser un día nevado sin una pista de patinaje. Mientras hablaba, movía los brazos nervioso, como si estuviera aleteando. Parecía una parodia de pingüino.
Contenido oculto Yo necesito moverme, lo siento mucho (?) Mimi Honda Tenía la impresión de que habían pasado siglos por alguna razón. Hubert parecía demasiado atento a mi estuche de medallas. Me preguntaba si el hecho de que las hubiera ganado le parecía asombroso o insólito o algo así. Aquella idea me hizo chasquear la lengua con molestia y me incorporé de la silla. Que no hubiera podido vencerle en el torneo no tenía nada que ver. Yo había cambiado. Repentinamente tuve la necesidad de moverme. Mis piernas se sentían acalambradas y tensas del tiempo que sentía haber estado sentada allí, aunque juraría que no había sido apenas un cuarto de hora. Ya que mi taza de té estaba vacía y mi estómago lleno, nada me retenía allí. —Creo que iré un rato a la Torre Desafío—informé—. Tengo la impresión de que llevo meses aquí sentada. Y si me enfrío, luego me costará demasiado retomar el ritmo. Me llevé la mano al hueco entre el hombro y el cuello, dolorida aún. Mi gesto se contrajo en una ligera mueca de molestia. ¿Quién me mandaba dormir en una postura tan incómoda? —Emily, quédate aquí si quieres—le dije a la entrenadora—. Supongo que tendréis cosas de las que hablar. Si te marchas, mándame un mensaje cuando quieras volver a verme. Aún tengo cosas que contarte. No dije nada más. Tomé mi bolso y abandoné la cafetería.
Liza White "Sí... estás aquí. Y yo no quisiera estar en ningún otro lado." No fui consciente del impacto que alcanzaron sus palabras hasta que sentí el regusto salado de las lágrimas sobre mis labios. Sonreía, contagiada por emociones que me rebasaban. Si eran de tristeza o de felicidad era algo intrascendente, pues me sentía liberada dejándolas ir. Tampoco sabía qué había sido del frío invernal, ni de dónde surgía todo el calor que se había instaurado de repente en mis mejillas. Después de meses de incansable actividad el ruido en mi cabeza se detuvo, y deseé permanecer así para siempre. Deseé descansar, tal y como lo estaba haciendo ahora. Había descubierto un refugio seguro allí donde aguardaban sus orbes azules, y no supe cuánto había necesitado algo así hasta entonces. La realidad me azotó con fiereza en el momento en el que Nikolah se separó y cayó sobre sí. El frío volvió a acariciar mi piel y me arrancó un escalofrío, las voces y los sonidos a mi alrededor recuperaron su lugar y el ruido en mi cabeza regresó con más fuerza. Aturdida, apenas escuché lo que el chico me estaba diciendo. Me miré las manos, repentinamente frías, y las acerqué hacia mí para calentarlas con mi aliento. No era más que un fútil intento por olvidarme del desbocado latido de mi corazón, repentinamente acelerado ante la incertidumbre que no dejaba de reverberar en mi cabeza. ¿Qué había sido eso? Entreabrí los labios al notar que Niko aguardaba por una respuesta. Dudé. Apenas había alcanzado a escuchar palabras sueltas, pero alcancé a entender algo acerca de una pista de patinaje. Me llevé un mechón de cabello tras mi oreja, en un tic nervioso que había empezado a notar en mí, pero que esperaba que el chico aún no comprendiese. —Una pista de patinaje suena bien, sí —intenté recuperar la calma, dibujando una suave sonrisa ante su pregunta. Había sido una suerte haber pasado por varios anuncios publicitarios, pues sabía más o menos por dónde se encontraba el lugar. Di un paso hacia él, dispuesta a tomarle del brazo para instarle a seguirme, como hacía con la gente de vez en cuando, pero su mirada me detuvo. Volví a dudar, y en un gesto disimulado me metí las manos en los bolsillos, comenzando a liderar la marcha—. No debe quedar muy lejos, cerca de la Torre Desafío si no recuerdo mal. Hace años que no patino... —solté una breve risa, algo nerviosa—. Espero que eso no sea un problema.
Nikolah Cruz En cuanto Liza aceptó, asentí alegre. No me di cuenta de que había querido tomarme el brazo, distraído como estaba en no mirarla. Estaba seguro de que si lo hacía, iba a volver a quedarme catatónico, aunque no sabía por qué. Eso sí, vi que se metía las manos en el bolsillo, y anteriormente las había soplado, obviamente buscando calor. ¿Acaso tenía frío? Si se sentía tan friolenta, no sabía si fuera una buena idea ir hacia la pista de patinaje. Digo, era puro hielo. Seguramente debía ser algo bastante congelado. Pupper se había quedado cuidando a Talía, así que no podía pedirle que nos brindara algo de calor. Aunque todavía tenía amigos que nos podían ayudar. — No te preocupes, yo nunca patiné de forma adecuada tampoco.— bromeé, recordando las veces que había cruzado ríos congelados, y algún que otro lago.— Supongo que con patines debe ser más sencillo que con la suela de una zapatilla, ¿no? Suspiré, poniéndome a su lado, mientras nos dirigíamos hacia la Torre Desafío, donde, según Liza, había una pista de patinaje. Luego de un rato en silencio, que aproveché para mirarla por el rabillo del ojo, decidí tomar cartas en el asunto. Tomé algunas pokéballs, y liberé a Priscilla y a Fay. La Ninetales se acercó a Liza, con paso elegante, y la rodeó con algunas de sus colas, para brindarle calor. Fay directamente se sentó en mi hombro, con el palo de su cola prendido fuego. Le sonreí a la muchacha. — Vi que te soplabas las manos y ahora las tienes en los bolsillos, así que parece que mi campera no es suficiente. Pero Priscilla y Fay te van a dar calor. ¡Son tipo fuego, después de todo! Sin embargo, sentí un toquecito en mi pierna, como si alguien o algo muy pesado se hubiera agarrado de mi pantalón. Al mirar hacia abajo, pude notar que Larvitar se había escapado de su ball, probablemente liberada por error cuando saqué a las otras dos. Miraba para todos lados con una mezcla de miedo y curiosidad, como si fuera la primera vez que veía nieve. Sonreí con ternura y la alcé en brazos, acariciándole la cabeza. — ¿Conoces a Liza, eh...? Cierto que todavía no tienes nombre...— mi rostro se iluminó, y miré hacia mi amiga con una sonrisa.— Oye Liza, ¿quieres darle un nombre? ¿Qué te parece si Liza te da un nombre, Larvitar? La pequeña miró hacia la joven, y luego enterró su rostro en mi pecho, nerviosa. >> Es un poco tímida, nada más. Bueno, ¿qué dices? Contenido oculto Sé que Liza warpeó en el tiempo y ahora está en el Frente, pero ya quería postear xD Me estaba atrasando mucho.
Orgen Después de unas merecidas y largas vacaciones, volví a la Coidad Témpera. Quizá, vería nuevamente los rostros conocidos de la Tsundere y quizá me haría más fuerte para enfrentar a Alpha de una vez por todas. Simplemente, no lo sabía, solamente una sensación de frescura acompañada de mi optimismo me daría la sensación de llegar al final de mi camino.