Microrrelato El Calcetín Rojo

Tema en 'Nano y Microrrelatos' iniciado por Allister, 3 Julio 2019.

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    Allister

    Allister Caballero del árbol sonriente

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    Escritor
    Título:
    El Calcetín Rojo
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    818
    Los altos matorrales de la jungla se cernían sobre él. Eran gigantes esmeraldas coronados de hojarasca y ramas. Estaban agachados, como un grupo de niños reunidos entorno a algo curioso. El explorador sentía que le observaban, burlones, como esperando su fracaso.

    El chico corría presuroso. Tras él, tres enormes tigres de bengala se relamían los bigotes y se escabullían como veloces sombras blancas entre el verdor de la selva. ¡Me atraparán!, pensó. Uno de los tigres saltó sobre él. Tenía las garras desplegadas y los colmillos dispuestos y salivosos. El explorador zigzagueó. Esquivó al felino, pero perdió el equilibrio estrepitosamente. Se incorporó casi al tiempo que los otros dos se abalanzaban para devorarle. Giró en redondo, dejando a los tigres nuevamente a sus espaldas. Se lanzó sin miedo por un terraplén anegado de plantas y juncos. Prefería romperse los huesos a ser devorado por aquellos animales.

    Cuando por fin cayó, se dio cuenta que estaba sobre un camino árido y pedregoso, muy distinto a la fresca arboleda selvática que acababa de cruzar. Las rodillas, el hombro derecho y la espalda, le dolían, pero no lo suficiente como para detenerlo. Siguió su marcha hasta la boca de una cueva durmiente que se encontraba al final del camino. Sacó de la mochila un viejo mapa y lo revisó. Era el lugar que la “x” marcaba.

    Entró entonces a la cueva inhóspita. El suelo estaba adoquinado rústicamente, y un camino de antorchas daba lumbre al sendero del explorador. Al final de la cueva, sobre un altar de piedra, rodeado de fetiches arcaicos, refulgía el tesoro anhelado; el calcetín rojo. Corrió con desespero. El tiempo se acababa. En su desbandada no notó que accionaba una trampa en el suelo. Un adoquín se hundió bajo el peso de su pie, y enseguida una lluvia horizontal de flechas se disparó contra él. El explorador se movió como un habilidoso bailarín elástico. Las flechas silbaban energúmenas mientras él avanzaba sorteándolas. Una le pasó zumbando bajo la nariz, otra, como si la hubiese lanzado Guillermo Tell, pasó sobre su cabeza, llevándose el sombrero café que tanto orgullo le daba.

    Llegado a cierto punto, la lluvia de flechas cesó. La tranquilidad entonces le pareció una absurda utopía. Miró a ambos lados, nervioso, esperando que una nueva trampa se activara. Nada. Corrió hacia su objetivo. Acortó las distancias como un lince, y en un santiamén tubo en sus manos el calcetín rojo.

    Al retirarlo del altar las paredes de la cueva crujieron. El explorador palideció. De pronto, imaginó el cliché más viejo de las películas de aventura; una enorme roca redonda, despeñándose, lista para aplastarlo. Él correría como Harrison Ford en los “Cazadores del arca perdida” y finalmente escaparía avante con el tesoro.

    Pero no hubo roca ni nada de eso. En cambio, el techo de la cueva comenzó a descender velozmente, achaparrando el camino. El joven aventurero emprendió la retirada. Por un segundo pensó que podría ganarle al mecanismo de la trampa, pero las esperanzas se esfumaron cuando tropezó. El calcetín rojo cayó lejos de él. Ya era imposible ponerse de pie, el techo y el suelo formaban un emparedado mortal, donde él era el jamón.

    Se arrastró hasta su preciado tesoro. La sensación de claustrofobia era terrible. Trató de alcanzar el calcetín, pero apenas y rozó la tela con la yema de los dedos. Sintió el peso de la cueva sobre sus espaldas, y suspiró con resignación. Moriré aquí, pensó. Hizo un ultimó esfuerzo y lo logró. Sostuvo el calcetín entre sus dedos. Aquella sensación le confortaría al exhalar su último aliento.

    Cerró los ojos, listo para morir, entonces, una voz lo llamó a lo lejos; — ¡Frankie! ¿Encontraste tu calcetín? Llegaremos tarde a la escuela.
    — Sí, mamá. — Respondió el chico, con desánimo.

    Se había quedado bajo la cama imaginando que moría como todo un explorador, bajo el peso de una cueva horrenda, después de robar un valioso tesoro. Salió de ahí inmediatamente. Llevaba un pie desnudo, y en la mano sostenía el calcetín rojo que le hacía falta. Se lo colocó con premura, y luego se calzó las zapatillas de lona.

    El cuarto del chico era una jungla pintarrajeada. Las paredes eran de color verde menta, con patrones selváticos que daban la impresión de ser un safari en dos dimensiones. Las figuras plásticas de tres tigres blancos yacían sobre el sofá, desde donde el chiquillo, minutos antes, se había despeñado, fingiendo huir de las fieras.

    Por ahora la diversión se había terminado. Debía regresar a la realidad. Pero cuando volviera de clases y las tareas estuvieran listas, las paredes y los tigres volverían a cobrar vida, y el explorador Frankie volvería hacer de las suyas, quizá entre las arenas de Tombuctú, o en algún bosque de Centroamérica, o quizá en la luna. No importaba realmente, siempre y cuando la imaginación le permitiera viajar y vivir mil vidas antes de la triste muerte que supone la adultez.
     
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    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    Y esa muerte llega más que nada por las responsabilidades de la vida. No se encuentra el tiempo para volver a soñar e imaginar. Triste.

    Pero... olvidando ese melodramático inicio y un tanto emo; El relato me pareció muy bueno y hasta nostálgico. Al principio, al leer el titulo no me pude imaginar lo que me encontraría, pensé en otra cosa, pero dicho calcetín carmesí, resultó ser el detonante de esa aventura. También, al llegar al final del relato e imaginarme que ésto era en realidad la imaginación viva de un niño, me trasladó a mi infancia, en la que mis hermanos y yo imaginábamos aventuras tan realistas. Qué recuerdos.
     
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  1. Eri

    Microrrelato Calcetín.

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