Clock Tower [Mansión O'Donell] Habitación E

Tema en 'Partidas Inacabadas' iniciado por Reual Nathan Onyrian, 23 Junio 2019.

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    Reual Nathan Onyrian

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    La habitación que se muestra ante sus ojos no parece nada del otro mundo, sin embargo, no parece faltarles nada. Se encuentran provistas de dos camas, cada una primorosamente tendidas, sin una sola arruga. Al lado de cada una pueden encontrar una mesita de luz, con una lámpara en cada una de ellas. La mesita de luz posee un cajoncito para guardar pertenencias, así como también un espacio para guardar el calzado. A los costados de cada cama se puede encontrar una pequeña alfombra, seguramente para ser utilizada al salir de la misma.

    Sendos armarios se encuentran enfrentados, apoyados sobre la pared, y un escritorio se encuentra bajo la única ventana que posee el cuarto. El escritorio posee también una lámpara de lectura, una silla, y un cajón. Un candelabro, mucho menos ornamentado que los que se encontraban en el vestíbulo, pero igual de manufactura fina, le da iluminación a toda la habitación.

    Y por último, como parecía ser costumbre en toda la casa, algunos cuadros podían encontrarse en las paredes. Vaya, al señor O’Donell parecía gustarle mucho el arte y la pintura.

    Conexiones:
    Esta habitación pertenece a Hanabi y a Lotte
     
    Última edición: 14 Octubre 2019
  2.  
    Gigi Blanche

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    Hanabi

    Suspiró de alivio al ingresar a la habitación, notando cuán libre se sentía al alejarse de la vigilancia atenta de los adultos. El tiempo en el vestíbulo se había tornado agobiante, sobre todo cuando las luces desaparecieron de repente. Hanabi había permanecido un rato frente a la ventana, abstraída en sus pensamientos, cuando la oscuridad se tragó la habitación y la niña dio un respingo, soltando un grito ahogado. El incidente duró apenas unos segundos, sus ojos ampliamente abiertos se fijaron en la lejana figura de Kaede disculpándose. Le costó, sin embargo, deshacerse de las imágenes mentales que habían irrumpido con violencia en su imaginario. No volvió la vista a la ventana y se acercó al grupo, pues ahora sentía miedo de lo que pudiera encontrarse a sus espaldas.

    Cuando la Señorita Mary volvió con Marion, Hanabi frunció apenas el ceño y, silente, obedeció sus indicaciones. Genial, más adultos. Su juicio siempre estaría lejos de ser objetivo, pues su rechazo era ridículamente general. Quería liberarse un rato de ellos, quedarse sólo con sus hermanos, relajarse un poco.

    El momento había llegado. Sonrió, con una ligera emoción chispeando en sus ojos, repasando la habitación en general. Le echó un vistazo a los cuadros y se arrodilló sobre la silla del escritorio para alcanzar la ventana, pues le gustaba mucho ver por las ventanas. Hanabi no le brindaba especial atención a dicha afición, pero uno, si la observara con atención, podría hipotetizar un poco sobre ello. Quizá viera por las ventanas porque le agradan los paisajes, o quizá viera por las ventanas cual prisionero detrás de sus rejas, ansiando la libertad que se le presenta a tan corta distancia.

    Quién sabe.

    Luego de algunos segundos se bajó de la silla y le sonrió a Lotte.

    —¿Quieres hacer un piedra, papel o tijeras para decidir las camas?
     
    Última edición: 24 Junio 2019
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  3.  
    Reual Nathan Onyrian

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    Los cuadros seguían exactamente el mismo estilo artístico que el resto de la Mansión: al óleo, y representando panorámicas de la Mansión. Una parecía situarse con el bosque en verano, la otra en invierno. Hacían un contraste bastante interesante, y le daban cierto aire cálido al lugar, aunque parecía que estuvieran más indicadas para una sala de estar que para una habitación. ¿Tal vez tenían tantos cuadros que no sabían en donde ponerlos? ¿O había otra razón? Extraño.

    Hanabi se encontró con el mismo panorama que había visto por la ventana del 1° Vestíbulo. Al parecer, esa cara del edificio parecía dar a un patio interior, que luego daba lugar al bosque. No parecía que hubiera nada distinto, nada que llamara la atenc...un segundo, ¿qué era eso? Al parecer, algo se había movido entre las sombras. La luz de la luna había captado un movimiento, por unos segundos, entre los árboles del bosque. ¿Habría sido un animal? La figura iba a cuatro patas, y podría fácilmente ser tomada por un zorro o algo similar. Bueno, estaban rodeados por un bosque casi virgen. No sería extraño que hubieran animales sueltos por allí. O incluso, tal vez el señor O'Donell tenía perros. Eso no sería raro. ¿Significaría que ahora tendrían mascotas?

    Lotte, sin embargo, no le devolvió la sonrisa, sino que se dirigió a una de las camas y apoyó en ella sus escasas pertenencias. Luego, abrió el cajón de la mesita de luz, y con una mirada recelosa, puso el cuaderno que siempre llevaba en el cajón de la misma.

    — Ni se te ocurra sacarlo de este cajón, ¿entendiste? Es solo mío.— dijo, con el ceño fruncido, para luego sacarlo de ahí y llevarlo al escritorio, en donde se apoderó de la silla y se puso a releer el cuaderno. Después de unos segundos de silencio, volvió a hablar.— Pero...si quieres leerlo cuando yo esté, podemos leerlo juntos. Pero solo cuando yo esté, ¿entendido? No quiero que lo saques cuando yo no esté, ni aunque te de mi permiso.

    El pelirrojo volvió a quedarse en silencio, mientras seguía sin mirarla.

    >> Yo no me voy a asear, puedes ir tú ahora si quieres. Total ya elegimos las camas.
     
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    Gigi Blanche

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    Hanabi

    Hanabi se encogió de hombros al ver cómo Lotte se encaminaba decidido hacia una de las camas, la de la izquierda, y decidió hacer lo propio con la suya. Apoyó su pequeña mochila de pertenencias sobre el colchón y alzó la cabeza hacia su compañero cuando lo oyó hablar. Al principio frunció un poquito el ceño, no tanto por molestia sino más bien intriga, pero acabó sonriendo al notar cómo la actitud del muchacho se ablandaba cual miel al sol. Pegó un brinco para bajarse de la cama y caminó hasta agacharse junto a Lotte, para que su línea de visión hacia el escritorio coincidiera con la del muchacho.

    —¡Me encantaría leerlo juntos!

    Aunque se percibía la emoción en sus palabras, su tono de voz había sido más bien suave; además estaba cerca de su oído, no tenía por qué gritar. Retrocedió un poco para buscar la mirada del muchacho y sonreírle.

    —He visto pocos cuadernos tan bonitos como el tuyo, Lotte. ¡Ah! —exclamó de repente, y se apresuró hacia su bolsa para luego volver con el chico—. ¡Mira! Estas son las crayolas que te comentaba. Puedes usarlas cuando quieras si gustas, las dejaré aquí —indicó, guardándolas dentro del cajón del escritorio—. Además, precisarás muuuchos colores para poder dibujar ese escarabajo tan bonito, ¿no?

    El muchacho mencionó entonces el asunto del aseo, y Hanabi frunció el ceño con fuerza. De por sí odiaba bañarse, la gran mayoría de las veces lo consideraba innecesario, aburrido, una pérdida de tiempo. Además, en invierno las duchas del orfanato eran heladas. Siempre que se alejaba del contacto con el agua cálida se convertía en un cubito humano. ¡Y luego siempre, pero siempre, siempre le dolía la barriga! Encima, por si fuera poco, aseo equivalía a adultos. Tendría que volver a ver a esa mujer, ¡y estarían a solas! No, no, no. La simple idea la congelaba aún más que las duchas en invierno.

    Hanabi estaba sacudiendo la cabeza con vehemencia antes de siquiera notarlo, y se cruzó de brazos en señal de auténtica protesta.

    —No —espetó, inflando un poco los mofletes—, no voy a ir. No quiero. ¡Tendrán que sacarme de aquí a rastras si pretenden darme un baño! ¡Y aunque lo hagan, te usaré de escudo si es necesario!

    Hanabi no era buena controlando sus palabras, a solas con sus hermanos, cuando de adultos se trataba. Los segundos eran la cosa que más odiaba en el mundo, y los primeros eran la cosa con la cual más libre se sentía. Eso, indefectiblemente, derivaba en un torrente de palabras demasiado honestas o demasiado mordaces; o incluso, en los peores casos, ambas.

    Lo bueno de Hanabi era que siempre, tarde o temprano, se daba cuenta de las cosas que decía. Lotte sería su compañero de habitación de ahora en más, y de por sí no era un muchacho fácil para el trato. Si no pensaba un poquito antes de hablar y soltaba demasiado la lengua, podría llegar a empeorar su relación. Y eso era inconcebible, bajo ningún aspecto.

    —¡Ah, perdón, Lotte! —se apresuró hacia él, agitando las manos, ligeramente ruborizada; sentía el calor en su rostro y lo odiaba, ¡pero más odiaría que Lotte la odie!—. Perdona, ¿sí? N-no quise decir eso... Era una broma, ¿sí? ¡Jamás te usaría de escudo!
     
    Última edición: 26 Junio 2019
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    Lotte no le respondió, sino que simplemente se la quedó mirando durante unos momentos, para luego volver a centrar su atención en el cuaderno. Parecía que la estaba ignorando. ¿Se habría ofendido por las palabras de Hanabi? ¿O era simplemente que había decidido que ya había socializado lo suficiente para ese día? Con ese chico nunca se sabía. Lo único que la niña podía sacar, era que Lotte había terminado la conversación hasta nuevo aviso. Tal vez lo mejor fuera irse a dormir y recuperarse de todas las emociones del día, ¿eh?
     
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    Gigi Blanche

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    Hanabi

    A Hanabi le fue algo difícil conciliar el sueño. Pese al cansancio de su cuerpo tras aquella larga caminata, acostarse implicó un aumento exponencial en la agudeza de sus sentidos. Oía cada pequeño chirrido de la madera, cada golpeteo de los cristales contra sus marcos al soplar el viento, el eco de cada aullido canino a lo lejos. Ni el suave aroma a colonia danzando en la habitación, ni la suavidad de su edredón tan calentito, fueron suficientes para calmarla. El más mínimo sonido extraño era suficiente para ponerse en estado de alerta y sentir cómo, involuntariamente, sus extremidades se tensaban. Suspiró mil y un veces, y acabó girándose sobre su costado. Su visión se había acostumbrado de sobra a las penumbras y reconoció la silueta de la espalda de Lotte, dentro de su cama. Se preguntó si estaría durmiendo, y una parte de ella quiso que no; una parte de ella habría deseado que Lotte también se girara y la mirara. Así, Hanabi no se habría sentido tan sola dentro de su miedo. Pero le daba mucha pena despertarlo si es que el muchacho había tenido la fortuna de no oír cada chirrido, cada golpeteo, cada aullido, y resolvió taparse con las sábanas hasta la coronilla y cerrar los ojos, oyendo su respiración, ignorando el creciente calor dentro de su pequeño escondite seguro, hasta que el cansancio fuera más fuerte que cualquier cosa y pudiera caer rendida gracias a él.

    No sabe cuándo ni cómo se durmió, pero a sus ojos llegaron de repente las luces del alba; y a sus oídos, el tintineo de una campanita. Estuvo a punto de incorporarse, pero oyó entonces la puerta abriéndose y su primer instinto fue tumbarse y fingir que seguía dormida. La voz de Marion inundó su espacio seguro y frunció el ceño, incluso hasta gruñendo bajito. Cuando se supo sola y a salvo, abrió los ojos lentamente y suspiró. Se irguió un poco sobre su codo y vio a Lotte, quien seguía en la misma posición de ayer. ¿Tan impecable había sido su sueño? Qué envidia.

    Pssss, Lotte —lo llamó, en voz baja—. Despierta, ya es de mañana.

    No quería salir sola al pasillo, porque la mujer malvada seguramente estaría allí y ella no quería enfrentarla sola. Necesitaba a Lotte para juntar coraje, y para eso lo necesitaba despierto. Además, ¡ya era de día!

    Aguardó allí, sentada sobre su cama, por una reacción de Lotte. Hanabi poseía tanta energía diurna que era extraño verla somnolienta o con cara de recién despierta. Desde el primer momento en que amanecía, todo su cuerpo se activaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica y era capaz de correr tres vueltas a la mansión sin siquiera diez minutos de intervalo. Por ello, cuando pasaron algunos (pocos) segundos sin recibir respuesta, Hanabi se incorporó y fue hasta la cama de Lotte, donde comenzó a presionar su colchón utilizando el peso de su liviano cuerpo.

    —¡Loooo~tte! —insistió, buscando ver su rostro para saber si dormía o simplemente la ignoraba—. ¡Deeespieeerta!
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    El gruñido que soltó Lotte parecía más adecuado al de un animal huraño que al de un niño que recién se despertaba. Se había despertado hace ya varios minutos, pero pensaba quedarse fingiendo un rato más, a ver si lo dejaban solo. Lamentablemente, tenía a Hanabi de compañera de habitación, y todo lo que al pelirrojo le faltaba en habilidades sociales, la niña lo tenía en energía mañanera. La vida viviendo con la morocha iba a ser un infierno. Tal vez pidiera que lo cambiaran de compañero de cuarto, o un cuarto para él solo. Tal vez.

    — Cállate, demonios. Ya te escuché a ti y a esa mujer que parece una muñeca viviente. No tienes por qué seguir insistiendo.— dijo de mala gana, mientras la empujaba afuera de su cama, con sus mejillas coloradas, tal vez por el esfuerzo, el enojo, o por alguna otra razón.

    Salió de las sábanas y se dirigió gruñendo en voz baja hacia el cajón de su mesita de luz, de dónde sacó su cuaderno, procediendo a guardarlo en el bolsillo. Luego, se agachó para buscar en el zapatero sus viejas zapatillas zaparrastrosas, pero se detuvo, como si hubiera visto algo que lo hubiera tomado por sorpresa. Se quedó paralizado unos segundos, y cuando recuperó su movilidad, lentamente, comenzó a sacar del mismo un lustroso calzado nuevo, de una exquisita manufactura, como podía notarse. Eran zapatillas, pero la tela era de excelente calidad, toda cosida y reforzada. Se sentó al borde de la cama, sin palabras, mientras observaba las zapatillas. Hanabi tal vez no pudiera notarlo, pero dentro del niño estaban ocurriendo muchas cosas al mismo tiempo.

    En silencio, se calzó las zapatillas, comprobando como le quedaban. Se podía notar el brillo en sus ojos. Sin embargo, en cuanto se dio cuenta, el brillo desapareció, y su mirada pasó a tener su sombra usual. Volvió a adoptar su postura desgarbada, y se dirigió hacia la puerta.

    — ¿Vas a venir o no?— preguntó, sin girarse, mientras tomaba el pomo de la puerta y salía al vestíbulo.
     
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    Hanabi

    Retrocedió algunos pasos un poco torpes cuando Lotte se incorporó y se la quitó de encima. En el movimiento, su talón fue a chocar contra la pata de su propia cama y soltó un quejido bajo, dejando caer su peso sobre el colchón para sobarse la zona herida. Chasqueó la lengua, ligeramente molesta.

    —Tampoco tenías que empujarme así —masculló de forma apenas audible, con las mejillas infladas.

    La visión de los zapatos lustrosos de Lotte, sin embargo, fue suficiente para desvanecer de ella todo el enojo y el dolor de su pie. Se inclinó un poco para verlos mejor y soltó una exclamación de asombro, sus ojos brillando. Estaba tan emocionada por el calzado que siquiera le prestó atención a la propia reacción de Lotte.

    —¡Woah, zapatos nuevos! ¡Quizá yo también tenga unos!

    Se abalanzó sobre su mesita de luz, abrió el cajón, y encontró allí unas guillerminas impecables. Las alzó, llenándose la nariz con el olor a cuero lustrado, y se las colocó sobre las medias blancas. Caminó de aquí para allá dentro de la habitación, notando cuán cómodas eran, y también brincó y rió de emoción.

    —¡Son muy bonitas!

    Se interrumpió cuando vio que Lotte ya se encaminaba hacia la salida, y estuvo a punto de detenerlo cuando lo escuchó hablar. Apresurada, volvió a su cama para colocarse la camisa encima de la sudadera que había utilizado para dormir, y encima de eso, el cárdigan. También se abotonó unos pantaloncillos y salió corriendo, casi tropezándose, al encuentro con Lotte. Llegó un poco agitada y le chocó suavemente el hombro con el puño.

    —¡Podrías haberme esperado un poco! —se quejó, resoplando, y luego renovó su sonrisa; como si nada hubiera pasado—. ¡Ah, tengo taaanta hambre! Al menos los desayunos aquí seguro están mejor que los del orfanato, ¿a que sí? ¿Quieres apostar?

    Ya habían salido de la habitación, y estaban caminando los pasillos en dirección al vestíbulo. Sabía que allí, muy probablemente, estaría la mujer malvada esperándolos. La idea la ponía nerviosa, y estaba tan nerviosa que prefería hablar y hablar para hacer de cuenta que no tenía un nudo feísimo en la barriga, quitándole el apetito. Quería tener hambre, porque eso significaba no sentir lo que estaba sintiendo, y le pareció buena idea hablar sobre el desayuno. Como si fuera una especie de hechizo mágico, o como si exclamar "¡tengo hambre!" fuera suficiente para, efectivamente, tener hambre.
     
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