Death Note No Hay Razones De Vivir Sin Tu Presencia [One shot]

Para la actividad Locura. Disfrútenlo

No Hay Razones De Vivir Sin Tu Presencia:​

―Parece que el medicamento al fin ha hecho efecto, doctor ―informó una de las tantas enfermeras que había en aquella habitación, una rubia alta y delgada de hermosos ojos azules. No aparentaba tener más de veinticinco años.
―Bien, lo mejor será dejarla descansar tranquila ―decidió el médico, hombre robusto y semblante serio, aunque sus gestos actuales denotaban el agotamiento tanto físico como mental que sentía sobre su cuerpo. Llevaba largos años ejerciendo esa carrera pero nunca creyó que le podría ser tan complicado cuidar de una paciente con esquizofrenia. Esta era la primera vez que algo así le sucedía y el gusto amargo de no poder mantener la situación bajo control, era desagradable―. Confío en que los nuevos fármacos tengan algún efecto positivo.
―Pobre niña… ―murmuró una de las enfermeras de avanzada edad. En sus claros ojos color del jade se reflejaban una profunda tristeza y compasión por la salud de la paciente. Lo peor de todo es que no había nadie que se preocupara por ella, que se molestara en visitarla siquiera. Misa Amane había perdido a sus padres cuando aún era una niña. No tenía hermano ni ningún pariente conocido y para mayores males, su novio acababa de morir.
―No hay nada que podamos hacer, Elvira ―dictaminó aquel con mayor autoridad antes de encabezar la marcha para abandonar el lugar en silencio, sumamente abatidos.
Tan ensimismados se hallaban en sus penas estaban que nadie se percató de la extraña sonrisa que se extendió por aquellos llamativos labios rosados ni del par de bellos ojos azules fijos en sus espaldas. Cuando la muchacha no oyó más los lentos pasos por los pasillos se incorporó lenta y suavemente, cuidando de no ejercer ningún movimiento brusco a fin de evitarse los mareos.
Respiró hondamente varias veces, nivelando de esta forma el aletargamiento en su esbelta figura producto de las drogas consumidas antes de suspirar satisfecha. Una burda risilla emanó desde su interior sin poder contenerla por mucho tiempo. Había escuchado toda la cháchara.
―¡Pobrecitos ingenuos! ―exclamó burlonamente sin ningún remordimiento, regodeándose de los buenos sentimientos de aquellos que querían “ayudarla”―. Si ellos supieran que los estoy usando, que toda esta farsa es por esto ―Se estiró lo suficiente para alcanzar uno de los variados frascos olvidados sobre la mesa a su lado. Había varios de ellos, con distintos nombres y colores pero todos servían para lo mismo, proveerle ese efecto que ella anhelaba. Sus delicados dedos tomaron uno al azar―. ¡Oh, Light! Mi vida carece de sentido ahora que ya no estás.
Tras pronunciar su peculiar oración, ingirió de un solo puñado las pastillas de aquel medicamento. Ni siquiera tuvo que llegar a contar hasta tres cuando la medicina surtió efecto, agobiando cada poro de su cuerpo de una asfixiante sopor al mismo tiempo que su mente sufría una irreal aceleración, pasando de largo la barrera de colores y formas exóticas antes de llegar ante él. Su rey, su Dios, Kira.
Esta era la única manera que Misa había encontrado para sentirse nuevamente junto a Light Yagami, aunque este no fuese otra cosa más que el producto de sus estimulantes alucinaciones. Pero estaba bien para ella porque con sólo poder ser capaz de verlo tan nítidamente o de escuchar el sonido de su hermosa voz susurrando su nombre era suficiente para Misa.
Así que, mientras ella esperaba el final de sus días confinada en aquella habitación, no existía nada que pudiese impedirle encontrarse ilusoriamente con el joven y apuesto Yagami, acelerando también su propia muerte. Los médicos eran muy cuidadosos a la hora de suministrarle las drogas así que ella solventaba fácilmente la situación automedicándose con dosis extremadamente elevadas.
―Cada día que muere… yo, puedo sentir como mi cuerpo cede más y más. Finalmente, llegará la hora… en que nos reencontraremos, Light… mi amor ―susurró feliz, entregándose definitivamente al sueño eterno que su corazón aguardaba. Los brazos del hombre por quien abandonó su vida.