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    Canek OKlanne

    Canek OKlanne Guest

    Título:
    Amegari
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    890
    Capitulo 1:
    Una tarde silenciosa, una tarde nublada. El cielo parecía sollozar con amargura y allí estaba él: de rodillas frente a ésa triste y solitaria tumba, rozando la fría lápida con los dedos; susurrando y conteniendo el llanto.
    —Rosas blancas— suspiró— colocándolas en el jarrón—son las que tanto te gustaban ¿recuerdas cómo solías adornar tu habitación con ellas?— una triste lágrima brotó de sus ojos y mientras recorría su rostro níveo, se mezcló con la lluvia que caía del firmamento, para finalmente morir entre sus labios, —de no haber sido un cobarde, hoy estarías aquí, conmigo— agregó tomando de la tierra que se había vuelto pantano y apretándola con bastante fuerza como para separarlas.
    Y en ése instante los recuerdos se hicieron presente, atormentándole una vez más, llenando su mente con las escenas que tanto deseaba olvidar:

    Su vida se había caracterizado por estar llena de violencia y crueles asesinatos. “Rushifâ No Kiba”, solía ser llamado. Respetado por unos, odiado por otros y sin duda temido por todos. A lo que no le daba la más mínima importancia, pues sólo le interesaba una cosa: la venganza. Para ello vivía y hasta no consumar el deseo que inundaba su amargada alma, no se vería satisfecho. No descansaría hasta acabar con aquél que en un instante hizo cambiar su dichosa vida, convirtiéndola en un interminable cirulo de terror, sangre, muerte y dolor.

    La tarde en la que todo comenzó era una bastante calurosa, el sol brillaba alto y fuerte al oriente y él como siempre, se dedicaba a pulir con devoción sus armas, mientras que su único compañero: un gris gato persa, ronroneaba paseándose entre sus piernas.
    El teléfono sonó haciéndole perder la concentración y provocando que se lastimara un dedo, maldijo entre dientes y dejó que éste sonara unos minutos hasta que cayó en la contestadora.
    —¡Sé que estás allí! ¡Contesta el maldito teléfono, Takahashi!
    —Moshi moshi ¿Con quién desea hablar? — preguntó esbozando una ligera sonrisa y acariciando al minino que empezaba a lamerle la herida.
    —¡Deja de hacerte el idiota, y revisa tu portátil! Tengo trabajo para ti.
    —Ya veo— musitó paseando la lengua por sus labios pálidos, al leer la información, grabando en su memoria el rostro de quien se convertiría en su próxima presa—¿Para cuándo le quieres muerto?
    —Mañana mismo, si es posible... En unos minutos te enviaré su localización exacta.
    —No es necesario, ya le he visto antes ¡ Es una rata de cañería!— rió —nada difícil ¿está bien si te llevo sólo su cabeza?
    —¡No me interesa si es su cabeza, el dedo meñique o le traes en trozos y listo para empaquetar! ¡Lo importante es que lo quiero muerto! ¿Has entendido, Daichi?
    —Entonces en unas horas tendrás su cabeza sobre tu escritorio— finalizó colgando la llamada, tomando sus cosas y abandonando el departamento.
    Éste sin duda sería un trabajo bastante cómodo, aunque tal vez, mortalmente aburrido. Ése a quien debía dar fin, no era más que un mequetrefe al que le gustaba hacer alardes de grandeza; una escoria más de la humanidad, un alma sin remedio que después de todo acabaría muerto en algún drenaje de la ciudad, de modo que él le daría una muerte digna ¡Sería recordado por haber fallecido a manos de El Colmillo De Lucifer! ¿Qué más podía desear?
    Allí estaba, en el mismo lugar de siempre, distribuyendo drogas y atiborrándose los bolsillos de dinero. Si Daichi, en algún instante consideró la posibilidad de no hacerle sufrir, ahora se arrepentía de tan siquiera haberlo pensado así, al verle usar a pequeños como traficantes.
    Sin dudarlo ni un segundo, le tomó de la camisa y le arrastró hasta un escondido callejón.
    —¡Daichi!— exclamó temblando de pavor, sabiendo que su fin había llegado; sudoroso y a punto de llorar, optó por colocarse de rodillas, como intentando apelar a la misericordia del más joven y fiero de los colmillos, pero ¿acaso la poseía? ¿Qué no era él conocido por no dejar a nadie con vida? ¡Pobre e iluso miserable, implorando algo que él no era capaz de tener con los demás, en especial con los niños a los que obligaba a trabajar!
    —No has sido un chico bueno— murmuró tomándole bruscamente de la cabellera —¿Qué fue lo último que se te dijo, rata asquerosa?
    —¡Perdóname! Juro que me iré de la ciudad y no volverán a saber de mí.
    —¡Demasiado tarde! ¡Ya es hora de conocer el infierno! — carcajeó y una sádica expresión se dibujó en su rostro serenamente inexpresivo, al tomar la espada que llevaba en su espalda y degollarle sin contemplación alguna—Uno menos— susurró lamiendo la sangre que lentamente goteaba por el bruñido filo de ésta.
     

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