Crónicas egipcias.

Tema en 'Otros Fanfiction' iniciado por Dreamer, 18 Junio 2012.

  1.  
    Dreamer

    Dreamer Guest

    Título:
    Crónicas egipcias.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3118
    Conflictos del pasado.
    Prólogo.
    “El nombre es poder.” recordó el jadeante Anubis, oculto detrás de una de las inmensas y antiguas columnas que se alzaban a lo largo del corredor que conectaba la entrada principal del Templo de la Luz con la Sala del Amanecer, la estancia donde se hallaba oculto el más antiguo y poderoso de los secretos de la creación. “No puedes permitir que Seth se haga con el nombre supremo.”

    A pesar de lo mucho que deseaba perder la inmortalidad para reunirse con su amada Naimeth, una humana que había conseguido el privilegio de convertirse en la sacerdotisa de Osiris y con la que había estado a punto de casarse, el dios chacal sabía que no podía dejarse arrastrar por la desesperación en un momento tan delicado. Empleando la ira que sentía por la muerte de su prometida como fuente de energía, abandonó su escondrijo y derribó con un poderoso aullido a los Sethrum, unas criaturas deformes que obedecían las órdenes del dios del desierto sin importarles poner en peligro su propia vida, que estaban intentando bloquearles el paso.
    — ¡Esto es inútil! —exclamó Horus tras derrotar a una decena de Sethrum y comprobar que sus cuerpos, creados a partir de las arenas del desierto, se recomponían al instante—. ¡Creo que uno de nosotros debería detener a Seth mientras los demás entretienen a estas bestias!

    Extendió sus alas y bloqueó el ataque de tres de aquellas deformes criaturas, calcinando y cristalizando la arena de sus cuerpos.
    — ¡Seth es mío, hermano! —rugió Anubis a la vez que desgarraba desenfrenadamente a sus enemigos con garras y dientes. No le importaba que no pudieran sufrir daño alguno; únicamente deseaba quitarse de encima el sentimiento de impotencia que se había apoderado de su corazón desde la muerte de su prometida.
    — ¡Yo tengo muchas más posibilidades de derrotarle que tú! —replicó Horus, que ya había luchado contra su tío en varias ocasiones y había logrado derrotarlo.
    — ¡Este no es el mejor momento de discutir sobre quién se lleva la gloria! —les recordó Isis, creando una barrera para proteger a los dos hermanos del ataque de cinco Sethrum que se habían acercado por detrás—. ¡Horus, permite que Anubis se ocupe de Seth!

    El dios halcón clavó su dorada mirada en el oscuro rostro de su hermano y pudo ver la llama que ardía en sus profundos ojos rojos. No es que no confiara en sus capacidades, pero temía que la rabia le nublase el juicio y le impulsara a cometer una imprudencia, algo que no podía permitirse un enemigo de Seth.
    — ¡Sobek, Anukis, Hapy, abrid un paso para que Anubis pueda llegar a la Sala del Amanecer! —les ordenó a los tres dioses del agua, que abandonaron sus respectivas batallas y estrecharon sus manos, preparándose para emplear sus poderes—. ¡Demostradles a esas bestias el poder del agua embravecida!

    El pasillo se estremeció cuando una gran cantidad de agua surgió de la nada frente a los tres mencionados dioses y barrió a los peones de Seth bajo la forma de una ola gigante. La humedad provocó que la arena de sus cuerpos se cohesionara y ralentizó sus movimientos, convirtiéndolos en blancos fáciles para el posterior ataque ígneo de Horus.
    —Ten mucho cuidado, hermano—le dijo a Anubis, dándole un puñetazo amistoso en el hombre.

    Durante un instante, el dios chacal controló el deseo de matar al causante de su desgracia y le devolvió el golpe con una sonrisa llena de dientes afilados.
    —Cuídate, hermano—masculló antes de echar a correr sobre los charcos de agua y los deshechos cuerpos de los Sethrum, cuya capacidad regeneradora continuaba actuando a pesar de que la arena debía arrastrar el peso extra del líquido.

    El dios de la sabiduría, Thot, que se había mantenido al margen de la batalla debido a sus escasas dotes bélicas, se aproximó a Horus y le susurró al oído:
    —Si no recuerdo mal, los Sethrum no eran capaces de regenerarse. Seth debe de estar empleando los poderes del Libro de los Muertos para otorgarles invulnerabilidad.

    Horus ya había pensado en ello pero era consciente de que no servía de nada razonar el porqué de que sus enemigos hubiesen desarrollados nuevos poderes. Lo único que podían hacer era resistir hasta que Anubis derrotara a Seth o le arrebatara el antiguo texto.



    Nuevamente poseído por la ira, Anubis dejó atrás el campo de batalla con la intención de enfrentarse al verdadero enemigo, al caótico dios del desierto. La adrenalina y el deseo de venganza ocupaban por completo su cuerpo y su mente e impedían que el miedo paralizara sus músculos y le obligara a retroceder.
    “Seth, pagarás por lo que le has hecho a Naimeth.” juró por enésima vez mientras se internaba en las profundidades del templo.

    Todas las pirámides eran construidas de tal forma que las salas y pasadizos internos constituyeran complejos laberintos destinados a confundir a los insensatos bandidos que desearan apropiarse de las riquezas y secretos que contenían y asegurar la supervivencia y seguridad del cuerpo de los faraones; muchos solían llenarse con los huesos de esos ladrones, que acababan muriendo de hambre y sed en las tinieblas. El Templo de la Luz, un verdadero tesoro arquitectónico creado por el propio Ra, era un laberinto de luminosos pasillos y salones mucho mayor que cualquiera que pudiera fabricar el ser humano. Anubis, sin embargo, sabía muy bien qué camino escoger para llegar a la Sala del Amanecer, pues su agudo sentido del olfato aún podía percibir el olor de la sangre de Naimeth adherido al cuerpo de su tío.

    Finalmente, tras correr durante un tiempo que le había parecido infinito, llegó a la Sala del Amanecer, la más amplia de todas las estancias del templo y la única que presentaba un orificio en el techo que daba al exterior. Dispuestos en extremos opuestos de la cámara según los puntos cardinales, había cuatro altares hechos de oro macizo, cada uno de los cuales mostraba una ranura preparada para contener las cuatro llaves necesarias para liberar el poder oculto en la sala. En el centro de la estancia, bajo la abertura del techo, había un quinto altar mucho más grande que los demás cuya ranura se encontraba ocupada por un espléndido sarcófago que Anubis reconoció: era el sarcófago de Osiris, dios de los muertos.
    —Jamás pensé que serías tan insensato como para venir a buscarme en solitario, sobrino mío.

    Apretando los colmillos con fuerza, el dios chacal desenvainó sus khospesh, un tipo de sable cuyo filo se encontraba en la parte convexa de la curvatura de la hoja, y se abalanzó sobre Seth, que le obligó a retroceder arrojándole una pequeña tormenta de arena. Anubis no se dejó amedrentar y lanzó una nueva ofensiva, pero las partículas de arena se metieron en sus ojos y le cegaron, por lo que tuvo que cancelar el ataque una vez más.
    — ¡Deja de usar tus trucos, Seth! —rugió tras recuperar la vista—. ¡Lucha como un hombre!

    La cavernosa risa del dios del desierto llenó la estancia junto con el rugido de los torbellinos de arena que giraban alrededor de su cuerpo para protegerlo.
    — ¿No creerás en serio que voy a caer en una provocación tan absurda? A diferencia de ti, Anubis, no soy tan infantil como para caer rendido ante una vulgar mortal hasta el punto de desear renunciar a la inmortalidad.

    Trazando complejos movimientos con los brazos, Seth deshizo los torbellinos y creó numerosas corrientes de arenas para atacar a su adversario, que tuvo que aplicar toda su concentración en esquivar aquellos tremendos y veloces ataques, cuya fuerza abría grietas en las paredes y el suelo cada vez que el chacal lograba esquivarlos.
    — ¡Tienes que responder por muchas cosas, Seth! —gritó tras esquivar una especie de guillotina de arena, corriendo hacia el dios con las espadas preparadas para atravesarle.

    Seth, cuyo cuerpo no poseía una forma animal como el de los demás dioses, materializó un escudo de arena y bloqueó las estocadas de Anubis. A pesar de la fuerza de los ataques, la rigidez del escudo resultó ser muy superior a la resistencia del filo de las espadas, que acabaron rompiéndose al vigésimo impacto.
    —Cuando adquiera el poder secreto de esta sala, no habrá nada ni nadie que me obligue a responder de mis actos—le susurró antes de arrojarle al otro extremo de la sala mediante una intensa corriente de arena—. Ya que tienes tantas ganas de reunirte con esa patética sacerdotisa, te concederé tu deseo.

    La ambiciosa divinidad se aproximó al malherido Anubis impulsándose con un pequeño remolino de arena creado alrededor de sus piernas y modificando el escudo para que tomara la forma de una lanza.
    —Tú, como muchos otros en el pasado, sucumbirás ante el infinito poder del desierto—declaró con un brillo maligno en sus oscuros ojos, alzando la espada y apuntando directamente al corazón del dios chacal.

    La lanza no llegó a atravesar el pecho de su objetivo, pues Horus, tan oportuno como siempre, entró en la sala volando a gran velocidad y le cortó a Seth el brazo con el que sostenía el arma empleando las alas como espadas.
    — ¿Qué haces aquí, Horus? —le preguntó Anubis al dios halcón, dividido entre la indignación y el agradecimiento que sentía porque hubiese intervenido en la batalla y le hubiese salvado la vida, viéndose de pronto rodeado por los demás dioses.
    —Proteger a mi hermano pequeño, cachorro cabezota—replicó su hermano sin apartar la mirada de su tío, que observaba con frialdad cómo su brazo amputado se pudría y se convertía en un pequeño montón de arena—. ¿Estás preparado para una nueva derrota, Seth?
    —Esta vez no, Horus—replicó el dios del desierto, cuyo brazo perdido fue rápidamente sustituido por una nueva extremidad—. A partir del día de hoy, yo seré el único dios que exista en este mundo.
    —No estés tan seguro, Seth.

    Anubis se sobresaltó como si hubiese recibido una descarga eléctrica al escuchar una voz que había luchado por retener en su memoria desde hacía dos eternas semanas. A través del círculo de dioses, pudo ver a su prometida, a la que había visto morir entre sus brazos, caminando hacia el dios del desierto apoyándose en el Cetro de las Almas, el instrumento que la identificaba como sacerdotisa de Osiris. A pesar del tiempo que había transcurrido desde la fatídica boda, la herida que la había conducido a su muerte seguía abierta en su pecho. ¿Cómo podía seguir viva?
    — ¡Deberías estar muerta! —rugió Seth, tratando de ocultar el miedo que había despertado en su interior por la inesperada aparición.
    —Tengo un mensaje procedente de la Duat, Seth—dijo Naimeth con una gran seguridad en sí misma; parecía que nada pudiera afectarla—. Osiris no puede permitir que sigas causando tanto dolor.
    —Sospechaba que mi hermano acabaría entrometiéndose en mis planes pero no que lo haría a través de un cuerpo cuyo espíritu está al borde del abismo—comentó su enemigo burlonamente—. ¿Qué se supone que debo temer de ti?

    Naimeth miró a Anubis, que vislumbró las lágrimas que recorrían su rostro y pudo escuchar las tristes palabras de despedida que le estaba dedicando en silencio. Tras el intercambio de miradas, la sacerdotisa alzó el cetro y lo clavó con fuerza en el suelo, provocando que toda la estancia temblara.
    — ¡No! —gritó el dios chacal al comprender qué se proponía hacer.
    — ¡Exilio del ego! —proclamó su prometida.

    Una intensa onda de energía surgió del cetro y derribó a todos los dioses, impidiendo que Anubis pudiese intervenir y evitar que Naimeth recurriese al hechizo más poderoso jamás creado. Mientras la energía del sortilegio desestabilizaba las estructuras que mantenían en pie la Sala del Amanecer, Seth se vio inmovilizado por una fuerza invisible y fue rodeado por nueve urnas de diferentes diseños.
    — ¡Si usas este hechizo, tú también desaparecerás! —gritó el dios, presa del pánico.
    — ¡Primer sello: Ladón del Sheut! —recitó la sacerdotisa, ignorando sus palabras.

    El estremecedor aullido de Seth se escuchó por encima del ruido que originaban los escombros al estrellarse contra el suelo cuando su sombra, atraída por el hechizo, se escindió de su cuerpo y quedó atrapada en la primera urna.
    — ¡Segundo sello: Quebranto del Sejem!

    Antes de que la víctima del sortilegio pudiera hacer nada, en su vientre se abrió un gran agujero y una gran nube de arena negra surgió del mismo para introducirse en la segunda urna.
    — ¡Te mataré, escoria humana! —chilló el frenético Seth, tratando de controlar la arena para atacar a Naimeth. La arena, sin embargo, no obedeció su voluntad.
    — ¡Tercer sello: Degradación del Aj! —continuó la mujer, cuyo cuerpo comenzaba a agrietarse como si estuviese hecho de porcelana.

    Un estallido de luz inundó la sala cuando una figura luminosa abandonó el cuerpo de Seth y corrió el mismo destino que los anteriores elementos. Con cada sello, la coherencia de la vida del caótico dios se debilitaba alarmantemente, pero a Anubis eso le daba igual. Lo único que le importaba era el hecho de que la vida de su amada se consumía cada vez que recitaba un hechizo. Incapaz de verla morir una vez más, decidió acercarse a ella y reducirla, aunque tuviese que usar la fuerza física, pero Horus le bloqueó el paso.
    — ¡Quítate de en medio! —rugió, arrojando sus destrozadas espadas al suelo y haciendo sonar los huesos de sus garras para hacerle entender a su hermano que no dudaría en luchar contra él.
    — ¡Tenemos que marcharnos de aquí! —replicó el dios halcón, que sabía que la Sala del Amanecer no era lo único que se estaba derrumbando, pues podía escuchar el desmoronamiento de los pasillos y otras salas menores—. ¡Sé que no te gusta, pero debes dejarla marchar!
    — ¡No! —Anubis no podía entender que su hermano le pidiese hacer algo tan doloroso y no pensaba obedecer aquella orden—. ¡Debo salvarla!
    — ¡Su alma está destinada al mundo de los muertos! —Horus intentó hacerle entrar en razón—. ¡Ella ya está muerta!
    — ¡Entonces la acompañaré al otro mundo! —juró el menor de los hermanos.

    Por primera vez en su vida, Anubis logró superar a Horus al expulsarle de la derruida estancia junto con los demás dioses mediante un aullido lleno de energía originada por la rabia. El repentino derrumbe de la entrada le aisló del mundo exterior, encerrándole junto con la moribunda sacerdotisa y el desestructurado Seth, cuyo cuerpo acababa de convertirse en un cúmulo de cenizas y polvo y de ser absorbido por la octava urna. Lo único que quedaba del dios del desierto era una deforme y humeante figura que temblaba en el centro de la Sala del Amanecer.
    — ¡Noveno sello: Olvido del Ren! —concluyó la sacerdotisa.

    El mundo se tornó oscuro y vacío, como si algo lo hubiese tapado con un pesado manto de tinieblas y silencio, sin nada que lo hiciese merecedor de llamarse “mundo”. Simple y llanamente, no había…nada.
     
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  2.  
    ShinyWish

    ShinyWish Iniciado

    Leo
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    Escritor
    Mis conocimientos sobre la mitología egipcia son bastante superficiales, así que ignoro el significado de muchos elementos que mencionas.
    Pero te quedó muy bien. La gran fluidez narrativa junto con las sencillas descripciones, ayudan a seguir la lectura sin complicaciones y de forma ágil.
    Por cierto, el último párrafo me pareció magnífico.
     
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  3.  
    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

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    Escritora
    Hola, muchas gracias por tu invitación.

    Al igual que ShinyWish, no se mucho sobre la mitología egipcia, ni griega, ni celta... en conclución, no se mucho de mitología. Pero tu historia logró atraparme por completo. Tu forma de narrar en verdad fue muy fluida y bastante entendible.
    La trama me llama la atención, supongo que luego de unos años (posiblemente siglos), algún historiador descubrirá las nueve urnas ocultas en alguna parte y accidentalmente liberará al temible dios Seth, para que entonces se vuelva a desatar un caos por todo egipto ¿no? Pues, supongo que será así, no se la verdad, por eso me trama.

    De nuevo gracias por la invitación, y espero que me avíses cuando esté la conti.

    Sayito!
     
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  4.  
    Shayury

    Shayury Guest

    Título:
    Crónicas egipcias.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    66
    Hola!
    Gracias por invitarme. Oooh! Que forma de escribir mas buena, me has impresionado. La historia me ha encantado, aunque el final haya sido un poco trágico. Pero por lo menos los amantes van estar juntos, aunque sea en el mundo de los muertos.
    Siento que sea corto, pero no se que escribir mas. Bueno si escribes algo parecido me gustaría que me avisaras. Porfa!
    Adiós!! =)
     
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  5.  
    Sheccid

    Sheccid Usuario común

    Géminis
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    Mensajes:
    493
    Pluma de
    Escritora
    Ay, es muy dificil dejar ir a una persona a la que amas, me imagino que eso sintió Anubis, aparte de que era la segunda vez que los separaba la muerte...
    Estuvo muy padre, me encantó, me imaginaba a todos los dioses ahí, luchando contra el malvado Seth, que si no mal recuerdo, fue el que provocó la muerte de Osiris ¡mato a su propio hermano!
    Gracias por escribir este maravilloso fic, saludos
     
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