Una noche iluminada Estaba caminando por el medio de la calle aquella helada noche, los ecos del silencio impenetrable se colaban en mis oídos y sentía que el humo del cigarro no lograba deshacer el olor de la soledad que me embargaba. Lo único que quería en ese momento era que se iluminara una de las casas del barrio, que la tétrica noche me diera algún signo de vida, que cantara un grillo, cualquier cosa me daría un insignificante pero aliviador respiro. Sentía que si grtitase no podría escucharme, y tampoco nadie lo haría. Caminaba sin avanzar, sabía que caminaba, sí, pero no sabía mi rumbo. En ese instante escuché la voz de un hombre...un hombre que simulaba la voz de una mujer, pero estaba demasiado lejos como para entender lo que decía. Sentí un escalofrío, me di vuelta, y vi la silueta de un hombre de aproximadamente un metro con ochenta y cinco centímetros de altura, de contextura ancha, que movía los brazos y discutía solo. Pensé en arrancar, pero había algo en él que me producía curiosidad. Caminé hacia el hombre hasta situarme a un metro de él, el trayecto me pareció interminable. Su corpulencia me intimidó. Vestía una ropa andrajosa: una falda, una pañoleta que le cubría la calva, unas sandalias rotas y una polera gastada. Traía un carro de supermercado repleto de papeles, libros viejos, trozos de cartón y otras cosas que no pude distinguir en la oscuridad, sus enormes y profundos ojos me miraban fijamente, pude distinguir la melancolía en su mirada, la desdicha que se convirtió en locura, el desencanto hacia la vida. El corazón se me apretó. En ese instante su aguda voz interrumpió mis pensamientos, me dijo que lo siguiera. Así lo hice. Después de un rato de haber caminado junto al extraño hombre, éste se rompió el silencio que me desesperaba: -¿Por qué tas' triste cabrito? -No estoy triste - respondí impresionado. -Ya se ya que me tas' mintiendo cabrito, ya te hice el retrato psicologísimo. No entendía muy bien lo que quería decir, sólo sabía que le tenía que responder con la verdad, este hombre no era cualquier persona. Le conté entonces mis problemas, la soledad que inavía cada cada segundo de mi vida, la angustia y amargura que sentía, nada podía compararse a lo que sentía, más que un diálogo estaba haciendo un monólogo de tristeza y desamparo del que no podía parar de hablar, le conté de la vez que vi a mi esposa besando a otro tipo, burlándose de mí, riéndose en mi cara. Sentía que fastidiaba a mi acompañante, así que me detuve. Aquella noche ese señor me dio una lección de vida, me contó que su esposa y su hijo habían muerto en un incendio terrible, que su casa lujosa se había caído a pedazos, que todas sus ilusiones se habían destrozado junto con las vidas de su familia, que decidió vivir como vagabundo...o vangabunda, que se hacía llamar Isabel para no recordar las "cenizas" de su pasado...qué ironía. Entonces, en ese instante escuché las risas de los niños que jugaban y las voces de las familias que compartían en el parque, miré al cielo y había un sol enorme iluminándome. Desde ese día se que la vida continúa. Este relato está inspirado en José Pizarro Caravantes, o "Isabelísima" y su historia real. Gracias por leer ^^
omg valla eso me motivo y me cautibo me gustan las palabras que rellenan la historia me encantaria saber que paso con los dos hombres xD aver cuando le sigues aun que no lo creo pero de todos modos intentalo C"