La carta

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Acto Primero

Me retorcía de dolor encima de mi cama, dolor el cual no era explicable por la medicina. Mi familia insistía en que la fiebre que padecía era la causante de aquella agonía; sin embargo, nada más lejos de la realidad, mi estado febril no era causa, sino consecuencia. Ellos sabían qué me pasaba tan bien como yo. No en vano, la mudanza que habíamos realizado aquel verano no era sino un intento de mejorar mi estado...

Me lleve la mano a la cara, apretando con tal fuerza que dolía, intentando reprimir la angustia. Al hacer este gesto, toque aquel pelo... aquella maldición. Arranque un mechón de cabello blanco, y lo contemplé con mis monstruosos ojos grises. La combinación de ambos caracteres había provocado el rechazo y el desprecio con el que había sido tratado en mis diecisiete años de vida; los insultos, maltratos y la humillación me habían acompañado todo el tiempo. No habían sido pocas las veces que tuvimos que cambiar de casa para evitar que dichas vejaciones continuaran; por desgracia, estos intentos habían sido siempre infructuosos. Incluso perdí dos años en mis estudios ante la imposibilidad de asistir a clase...

"Todo será diferente". Mis padres defendían este argumento cada vez que me veían llorar desde que vinimos a esta casa. Argumento el cual, no obstante, no paraban de repetir. Sin embargo, aunque dejaron de maltratarme, nadie me aceptó jamás, ni escuchó nada de lo que tenía que decir. Y era tanto...

Me levanté, entre sudores fríos, e intenté sostenerme en mis temblorosas piernas hasta llegar a la mesa del escritorio. Me senté como pude, y eché un vistazo a los papeles desordenados que saqué de uno de los cajones inferiores. Cientos y cientos de escritos, en los que había expresado cuanto sentía; no dejándome arrastrar por la amargura, había plasmado en el papel mis propias teorías sobre temas tales como la vida, la muerte o la búsqueda de la felicidad del ser humano, y la relación de este con la naturaleza. Había escrito relatos, novelas, e incluso, en los últimos años, partituras para piano con melodías de cosecha propia. No había dejado pasar la oportunidad de describir las emociones que me embargaban al contemplar un atardecer, o un paisaje estrellado. Había demasiado que quería expresar; podría hablar durante horas de cualquier tema que se me presentara. Pero nada de ello había importado jamás a nadie. Ninguna mirada se había deslizado por aquellas páginas, a excepción de la mía. El prohibir la expresión del individuo conlleva a la negación de la categoría persona a éste, y esa es la tortura mayor a la que hubiera sido sometido.

Mi interior ardía, avivado por un fuego más poderoso del que la fiebre pudiera producirme. Necesitaba calmarlo, y no existía medicina ni antibiótico capaz de hacerlo. Sólo había algo que quizá podría tranquilizarme... La noche se había hecho pasar por día, las horas pasaban a mi alrededor mientras todo se desvanecía poco a poco, escapando de mi percepción.... Y tenía que poner fin a aquello.