En el Punto de Mira Capítulo 7

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Soplaba el viento, silbando entre los arbustos que se contoneaban mientras andaba por aquellas calles intentando volver a mi hogar. En cualquier momento me iba a reventar la cabeza, me dolía de manera descomunal.
No había ninguna luz, ni ninguna casa para preguntar dónde estaba.
Anduve por la orilla de la carretera mientras de vez en cuando pasaba algún coche que me iluminaba el camino. Rebusqué en los bolsillos de mi chaqueta buscando mi móvil pero lo único que encontré fue mi cartera. Pasó otro coche y conseguí ver qué había dentro.
Nada. Estaba pelado.
Este coche era particularmente lento, cuando de repente se paró y el conductor me llamó.
Me acerqué a la ventanilla y vi a una rubia, que estaba muy buena.
-Hola, chato-dijo guiñándome un ojo-¿te llevo a algún sitio?
Tiritaba por el frío.

-Sí, por favor.
Y me metí en el coche.
La conductora metió la marcha y aceleró tan rápido como un piloto de carreras.
Me preguntó dónde vivía y le di las indicaciones necesarias para llegar. Finalmente, conseguimos llegar al frente de la casa de mis padres. Me bajé y le di las gracias por traerme.

-De nada, cariño-me dijo con la vista en la carretera.
Me giré dispuesto a entrar y meterme en mi camita.
-Pero, antes debes hacerme un favor-soltó sin más.
Sonreí. Me imaginaba lo que sería.
Me di la vuelta, me miró y, mientras se lamía sensualmente los labios pintados de rojo, dijo:
-Te conozco. Te llamas Rubén.
Intrigado me incliné quedando mi cara a centímetros de la suya. Me agarró de la chaqueta y me atrajo más hacia sí.
-Quiero follarte aquí, y ahora-susurró para después besarme.
Me aparté para dejarla salir del coche; pero, de repente, no veía nada. Todo estaba oscuro.
-¿Hola?-pregunté, moviendo mis brazos inútilmente en el aire.
-Felices sueños-contestó alguien. Luego sentí un tremendo golpe.
Abrí los ojos y parpadeé varias veces intentando ver algo, pero nada. Seguía viendo todo negro.
Me retumbaba la cabeza y sentía un dolor agudo en la parte de atrás.
Estaba sentado en una silla, con las manos amarradas en el respaldo.
Me quitaron la funda negra de la cabeza y vi ante mí a dos chicas.
La rubia de antes y, a su lado, otra morena. La rubia de preciosos ojos azules tenía un vestido rojo corto, muy corto. Tanto que, si me agachara, creo que le vería todo.
La morena llevaba una falda negra de tubo, que le hacía unas piernas de infarto, y una blusa blanca con los primeros botones desabrochados, dejando ver un poco el escote.
A ambos lados había dos tíos que, por su forma de vestir, parecían ser sus guardaespaldas.
-Esto qué es, ¿una peli porno?-dije.
-Ya quisieras tú-respondió reacia la rubia.
-Venga, ya. Vete que te están esperando.
Le dijo la morena a la rubia. La otra se fue sin rechistar. Luego, ordenó lo mismo a los guardias.
-Lo siento-dijo-a veces puede ser un poco irritante.
-¡Te he oído!-gritó la otra desde fuera.
Sonrió.
Vino hacia mí.
-Una peli porno, ¿eh?
Se agachó y empezó a desatarme. La chica olía muy bien.
-Eh...-dudé-¿sí?
-Ven, sígueme-dijo después de liberarme.
Me froté las muñecas para luego seguirla.
Salimos de aquella pequeña habitación vacía, excepto por la silla donde estuve, hacia un pasillo enorme. Era incapaz de saber dónde empezaba y dónde acababa dicho lugar.
Seguí a la señorita enseña-tetas. Reconozco que durante el camino, de vez en cuando y sin poder evitarlo, le echaba alguna que otra mirada a su culito respingón.
Sin apenas darme cuenta, llegamos a una sala de juntas.
-Entra ahí, en un momento vendrán a buscarte.
-¿Vendrán? ¿Quiénes?-la chica sonrió y se fue dejándome solo en aquella sala. Por el cristal vi cómo se marchó, otra vez, por aquel pasillo.
Di varias vueltas intentando averiguar dónde estaba y quién era esa gente, pero no encontré ninguna pista relevante.
Me senté en una silla a esperar a que viniera alguien.
-¿Rubiuh?-escuché a mis espaldas.
Me levanté sin poder creérmelo y dirigí mi mirada hacia la puerta.
-¡Mangel! -fui hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas.
Nos separamos y nos sentamos.
-¿Quién es esta gente?-pregunté.
Mangel dio a los hombros.
-No tengo ni idea, pero me han tratado bien. Y mira qué oficinas más chulas.
-¿Oficinas?
-Sí, ¿no las has visto?- negué con la cabeza- Pues molan.
-No entiendo nada-froté mi frente, como si eso pudiera aclararme algo.
-Señores-dijo alguien-vengan conmigo.
Me giré y vi a otro hombre trajeado.
Fuimos los dos detrás de él por el pasillo, hasta llegar frente a un ascensor. Entramos e introdujo una llave en una de las ranuras. Minutos más tarde nos bajamos en un piso. Toda la planta estaba llena de escritorios con papeleo y gente yendo de un lado a otro. Los teléfonos sonaban y la gente no paraba de hablar.
Seguimos al tío del traje, subimos unas escaleras y entramos en un despacho. Nos dejó allí y él se fue. Sin pensarlo, nos sentamos en las sillas que estaban delante del escritorio.
Otro hombre abrió la puerta.
-Recuerda, esta noche-dijo a alguien que estaba fuera para luego entrar.
-Hola, chicos-se desabrochó el único botón que tenía abrochado de la americana y se sentó-Siento mucho haberos hecho esperar, sobre todo a ti, Miguel.
Lo señaló con la mano sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.
Miré a mi compañero preguntándome mentalmente desde cuando estará aquí.
-Sigamos-dijo el hombre-me llamo Patrick, y soy vuestro jefe.
-¿Nuestro jefe?-pregunté muy confundido.
-Ajá-contestó, mirando a ambos. Luego añadió-Supongo que ya os informó Peter ¿no?
Mangel y yo nos miramos. Mi amigo puso ambas manos en la mesa y dijo:
-Dijo que nos daba 48 horas.
-No, en realidad son 24, o menos-contestó Patrick.
De repente, otro hombre irrumpió en la sala para llevarse a Mangel consigo.
Patrick giró la pantalla y en ella veía la entrada de la casa de mis padres.
-¿Qué es esto?-dije apuntando a la pantalla.
Mi madre vino a la entrada y abrió la puerta. Alguien, que no se veía debido al ángulo de la cámara, le dio un sobre y ella comenzó a llorar. El padrino fue corriendo junto a ella, habló con la persona del recado y abrazó a mi madre.
-Le hemos dicho a tu madre que habías muerto-dijo totalmente sereno. En ese instante sentí como si un bicho enorme y feo hubiese engullido mi corazón y lo hubiese vomitado tan arrugado como una uva pasa.
-No, no. No podéis hacer esto-dije sorprendido. Mi familia no se merece esto, ya casi me pierden una vez y hacerles esto no mejoraría las cosas.

-Es por el bien de todos-y puso una mano en mi hombro intentando consolarme.

-No puedo hacerles esto-clavé la vista en el suelo.
Me sentía mal, verdaderamente mal. Esto es demasiado para ellos, para mi hermana. Incluso para mí.

-Enhorabuena, Rubén-alcé la cabeza-oficialmente perteneces ya a la Sede Internacional de Agentes Secretos.
-¿Qué? ¿La SIAS? Imposible, eso está...
De repente, las persianas se levantan y a lo lejos se puede identificar la estatua de la libertad.
-No, no-empezaba a tener pánico.
-Oh, si-se cachondeó el tío.
La furia empezó a apoderarse de mí.
Lleno de rabia, tiré todos los papeles de su mesa al suelo. Luego, cogí la pantalla y la estampé repetidas veces en el suelo, viendo como se hacía añicos.
Sin embargo, sólo veía imágenes que se proyectaban en mi mente en primera persona.
Me acercaba a Mangel, que se encontraba sentado en un muro de piedra en el que delante se veía el mar.
Me acerqué y me senté junto a él. Hablaba pero no oía nada, y no parecía importarme. Era como si estuviera dentro de una película muda. Poco después, se rió y yo con él.
Cuando paramos de reír, miramos fijamente el mar viendo las olas y alguna persona atrevida que surfeaba o simplemente nadaba a sus anchas.
Volví en mí, y me encaré contra la mesa. La cogí y la levanté de un sopetón dejándola patas arriba. Me dirigí hacia uno de los cuadros de la pared y lo destrocé, como hice anteriormente con la pantalla.
Otra visión apareció evadiéndome de lo que ocurría.
Entraba yo, feliz, a la casa de mis padres. Al lado de la puerta, dejaba una bolsa de deporte cargada y en ese momento venía mi hermana a recibirme. La cogí y la levanté, haciéndole reír. Luego, venían mis padres y nos abrazamos todos juntos como una piña.
Volví a la realidad.
En el sitio de Patrick, me encontré con Michael. Ese hijo de puta que tanto daño me hizo debía pagar por todo.
Me abalancé sobre él y caímos los dos al suelo.
Rodamos varias veces mientras intentábamos pegarnos el uno al otro, hasta conseguir estar yo encima y darle varios puñetazos, mientras él sólo podía cubrirse.
Le asesté varios puñetazos, uno tras otro, otro tras uno.
Me evadí por completo.
Y ahí estaba ella. Enfrente de mí, con una sonrisa resplandeciente que la hacía hermosísima, sus cabellos rubios llevados por el viento, su tierna mirada, sus mejillas sonrojadas y su pequeña nariz.
-Rubén-decía mientras me acariciaba una mejilla con suavidad-te echo de menos.
Cerré los ojos y me dejé llevar por su caricia. Puse mi mano encima de la suya.
-Cariño, yo también te echo de menos.
-¿Por qué tuve que morir?-preguntó con una paz muy impropia de la pregunta-Yo no tenía la culpa. No merecía morir. Era joven y guapa, podría encontrar a alguien mejor.
Una lágrima resbaló por mi mejilla.
-Lo sé.
-Me merecía a alguien que me hiciera caso. Alguien que me escuchara, que estuviera en casa y que me cuidara. No merecía morir.
-Lo sé cariño, lo siento. Por favor, perdóname.
Intenté acercarme a ella pero no era capaz de moverme
-¿Mía? No puedo moverme-me puse nervioso-¡Mía!-grité.
-No me merecías. Me merecía a alguien mejor, no a ti.
Y me empujó con una fuerza increíble, que me hizo recobrar el sentido.
Dos hombretones me agarraban delante de un hombre tendido en el suelo y lleno de sangre. Tenía la respiración muy agitada y sentía que no podía más.
La morena de antes vino corriendo y desde la puerta vio todo el estropicio que había causado. Cuando vio al hombre tendido en el suelo se sorprendió y tornó muy pálida. Se acercó a él y comprobó que estuviera vivo.
Se levantó y vi que no era Michael, sino Patrick.
Me quedé de piedra.
Había golpeado a Patrick hasta dejarlo medio muerto.
Ella se me acercó y dijo pinchándome repetidas veces con el índice en el pecho:
-Él no es el culpable de tus problemas. Sólo es un mero informador. Lleváoslo-dijo a los dos gorilas que me agarraban.
Estos me llevaron por el medio de todos los escritorios, ahora vacíos, hacia el ascensor.
En ningún momento opuse resistencia.
Introdujeron otra llave y fuimos hacia el piso más bajo que había.
Agarrándome por debajo de los brazos, me arrastraron por otros pasillos, estos más anchos, en los que había montones de puertas de metal.
Llegamos a una que tenía el número 202. Abrieron la puerta y me empujaron al interior. Después, cerraron la puerta y se fueron.
Aquel lugar carecía de luz exterior, ya que no había ninguna ventana, y sólo había un retrete de acero medio oxidado y mugriento.
A decir verdad, estar así no me sorprende. No es la primera vez que lo estoy, y supongo que tampoco será la última.
Estuve allí, calculando mentalmente, unas 12 horas. Siempre pensando en mi familia, pero sobre todo en Mía.
Hacía tiempo que había muerto, pero aún no lo había superado. Era el amor de mi vida. Estaba planteándome pedirle matrimonio, pero todo se fue al garete. Todo por culpa de un psicópata.
Abrieron la puerta de metal y una mujer se acercó al umbral.
-Vamos-dijo en un tono autoritario. Detrás de ella, echado a un lado, pude ver a otro guardaespaldas. Miraba a la nada, mientras se mantenía firme en su sitio.
Me levanté, y la chica se fue con el hombre tras de sí.
Fui detrás de ellos, intentando memorizar aquel sitio. Anduvimos varios minutos por corredores grises, totalmente grises, y simples. Después de dar varias vueltas, llegamos junto a una puerta. Ella la abrió, me invitó a pasar e hizo lo mismo.
En aquella pequeña habitación sólo había una mesa de metal y una silla. Me senté en ella.
El grandullón le entregó una carpeta con montones de papeles a la chica. Después, ésta, cerró la puerta y miró unas cuantas cosas en dichos papeles. Cuando acabó, me miró y los lanzó a la mesa. Se dio la vuelta y se quedó fija mirando al gran cristal tintado de negro que había en la pared.
Abrí la carpeta y lo primero que vi fue una foto mía que iba pegada a una especie de currículo. En esa foto tenía una sonrisa enorme y resplandeciente. Hacía sonreír a cualquiera que la viese. Las siguientes páginas eran sobre expedientes académicos de cuando estudiaba en España y en Noruega. Un par de folios eran sobre antiguos trabajos, y una gran pila de cuando estuve en la agencia. Cerca del final, había una foto en página entera de mi familia y otra de Mangel. Me quedé unos segundos viéndolas y estaba a punto de cerrar la carpeta, cuando me doy cuenta de que me quedan folios por ver. Paso las fotos y veo una de Mía, también con su peculiar sonrisa, pegada a un currículo.
Me la leí entera. Y en observaciones vi que ponía que le encantaban los gatos, y más si estaban gordos. En ese momento, reí.
-Me parece muy bonito que rescate recuerdos señor Doblas, pero no estamos aquí para eso-interrumpió mi lectura aun mirando el cristal con los brazos cruzados por debajo del pecho. Se le notaba el enfado.
-¿Ah no? ¿Y para qué estamos? Si se puede saber-me hice el duro, ya estaba hasta los huevos de tanta tontería.
Se dio la vuelta y vino hacia mí, golpeó con ambas manos fuertemente en la mesa y dijo, bastante alto:
-¡No estoy para sus jueguecitos! ¡Necesitamos que colabore, pero no pienso dejar que mate a otro hombre por sus paranoias!
Tragué saliva con dificultad, ¿lo había matado? Soy un jodido asesino.​
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