Pokemon: El Gen X

Tema en 'Fanfics Abandonados Pokémon' iniciado por Nestea, 19 Noviembre 2011.

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    Nestea

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    Pokemon: El Gen X
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    6
     
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    Les presento un Fic que estoy escribiendo actualmente, por lo que, al principio, los capítulos serán bastante puntuales. Pero luego demoraré un poco más (cuando eso pase, no piensen no voy a dejar de escribirlo ;D).

    Prólogo:

    Bueno, para empezar con este relato, obviamente tengo que presentarme. Mi nombre es Néstor. Para el momento en que viví esto medía 1.85 y tenía 16 años. Tengo el cabello negro, ojos cafés y tez morena. Toda esta historia empezó con la creación de los Pokemón que se logró en 2007, yo anhelaba tener un Pokemón, cada semana pedía a mis padres que me permitieran conseguir uno, pero esto nunca se dio, porque en febrero de 2008 ocurrió un desastre, los Pokemón empezaron a comportarse de una manera muy violenta a nivel mundial, esto acabó en ese mismo año. Se descubrió que formaba parte de una conspiración por parte de Gen Game Freak encargados del proyecto Pokemón, cuando la persona que estaba detrás de esto fue derrotada, se dio a la fuga y Game Freak se disolvió por completo, el trabajo con los Pokemón quedó en manos de Gen Corporation, una empresa Estadounidense.

    Por culpa de la catástrofe mi hermanito y yo perdimos a nuestros padres justo frente a nuestros ojos: fueron asesinados por un par de Pokemón tipo fuego que terminaron ocasionando un incendio del cual sólo sobrevivimos mi hermano menor y yo.

    Nos fuimos a vivir a casa de los abuelos, la cual no era tan bonita o espaciosa como la antigua, pero al menos servía para vivir, como en esa casa solo teníamos la pensión del abuelo que apenas alcanzaba para la comida y los gastos de la casa, tuve que empezar a trabajar para costear los estudios de mi hermanito, de una manera que aún no recuerdo, conseguí una beca en uno de los mejores internados de Venezuela y una vez que estuve allí conseguí un trabajo para pagar los gastos de mi hermano. Para mi mala suerte (y de una manera que tampoco recuerdo), 3 años después (2011) perdí la beca y tuve que regresar a casa.

    Para mi buena suerte en la academia, impresionantemente aprendí: 6 idiomas, 3 artes marciales, Parkour, Natación y Atletismo; además de todas las otras asignaturas hasta el 4to año de secundaria.
     
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    Fernandha

    Fernandha Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Gracias por la invitación.
    Se me ha dificultado un poco el encontrar textos de pokémon que realmente me gusten. Aun que es corta mi lista, me ha gustado la idea así que considerate uno de mis cuatro escritores pokémon favoritos.

    La idea en sí me parece estúpenda. Es entretenida y atrayente, al ser un prólogo entiendo que es una introducción a la historia así que se me hes acéptable.
    Aquí, lo de rojo es lo que te recomiendo colocar.
    Igualmente, lo de rojo.

    Aquí recomiendo:
    Que lo de paréntesis lo omitas y prosigas con la narración :3

    Aw, me gustó realmente. Me pacere interesante ;')
    Esperaré el primer capítulo. Gracias por la invitación.

    Buen día.
    AT: Fer-chan.
     
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    Capítulo I: El hueco en los recuerdos.

    1 de Noviembre de 2011, Carúpano, Estado (Provincia/Departamento/Distrito) Sucre, Venezuela.

    Me fui a dormir esa noche intentando recordar por qué perdí la beca. Si había aprendido lo suficiente para ser considerado, en estos momentos, el mejor estudiante de mi secundaria, esto mientras trabajaba para mantener a mi hermanito estudiando y ayudar a mis abuelos con los gastos de la casa. Al poco tiempo me dormí.

    Tuve un sueño algo raro, del cual solo les contaré lo más sobresaliente, para resumir. Aparecí en una sala de estar, allí había un niño pequeño sentado en un sofá, que estaba cerca de la puerta junto con una señora mayor, ambos eran demasiado familiares. El niño, que tenía unos 4 años, era yo, que estaba junto con mi abuela en mi antigua casa esperando a que mis padres llegaran a casa del hospital. Pero no por algún accidente o algo malo, sino porque yo iba a tener un hermanito. Mis padres llegaron a casa y recordé toda la felicidad que sentí al ver a aquel niño, aún más pequeño que yo. Era regordete, con unos ojos café claro que me recordaban a los bosques, y un poco de cabello castaño muy crespo en su pequeña cabeza.

    Ahora veía a los mismos dos niños pero de unos 12 y 8 años sentados frente a la televisión. Estaban viendo las noticias. Recordé de inmediato ese momento, fue el día en que anunciaron que al fin los ingenieros de Game Freak habían traído los Pokemón al mundo y que luego de cierto tipo de pruebas iban a liberarlos en ambiente salvaje junto con otros animales, mientras que otros serían enviados a agencias para entregarlos al público. Recordé que, en aquel momento mi hermano y yo habíamos sentido una euforia tan grande que empezamos a correr por toda la casa gritando: ¡YA HAY POKEMON! ¡QUIERO UNO, QUIERO UNO! De inmediato ese recuerdo terminó.

    De nuevo éramos mi hermano y yo, de 9 y 13 años respectivamente. Ésta vez nos encontrábamos en la sala de la casa, estábamos cerca de la pared contraria a la puerta de salida, mi hermano llorando por la angustia y yo paralizado por el miedo. Aproximadamente 1 metro delante de nosotros, estaban nuestros padres interponiéndose entre un par de Pokemón de tipo fuego, a los que ésta vez reconocí como un Magmortar y un Emboar. Sus pupilas estaban totalmente dilatadas, habían derribado la puerta y miraban de una manera demasiado amenazante a mis padres. En cuestión de segundos vi a mis progenitores en llamas desplomarse en el suelo y soltando aullidos de dolor, mi hermano al ver esto salió corriendo hacía ellos mientras el Magmortar ya cargaba un lanzallamas, mi parálisis instantáneamente se acabó, para nuestra suerte logré apartar a mi hermano del ígneo ataque y resulté solo con una quemadura en la espalda, corrimos a toda velocidad hacia el patio sin que lograsen vernos. Cruzamos la cerca hacia la calle (por la que también había un encapuchado corriendo la misma prisa que nosotros) y corrimos hasta llegar a la casa de la madre de un amigo, la señora de inmediato nos prestó primeros auxilios y nos ayudó a comunicarnos con los abuelos.

    Ya no habían más recuerdos, solo una sucesión de imágenes aleatorias, pero extremadamente familiares: un edificio enorme, una chica de rostro muy amable, un Weavile, un par de hombres tras un cristal… yo frente a la casa de mis abuelos con la nota que decía que mi beca había sido suspendida. Me desperté inmediatamente, llevaba soñando igual aproximadamente una semana, y aún no sabía por qué en los últimos 3 años en los que debía recordar, con gran claridad, días con amigos del internado, Pokemón que hubiese visto, el número de mi habitación, o al menos, en qué rayos trabajaba para enviar dinero a casa.

    2 de Noviembre de 2011, Carúpano, Estado (Provincia/Departamento/Distrito) Sucre, Venezuela.

    Pensé que éste sería otro día rutinario, a clases desde las 7:00 a.m. hasta las 3:00 p.m. luego ir a trabajar hasta las 7:00 p.m. Al salir del trabajo (que era en la misma escuela, como archivador de la biblioteca), como siempre me fui caminando a casa, estaba ya entrada la noche, e igual que siempre, no había nada más que unos pocos estudiantes en la calle, seguí caminando unas 4 calles más hasta el centro de la ciudad. Aquí si había un poco más de tránsito, personas, pokemón y animales, iban y venían, los primeros posiblemente para ir a las paradas de bus o pedir taxis, los segundos y terceros, porque estaban abandonados en la calle o andaban con sus dueños. Seguí mi camino sin detenerme, ya que aún faltaba recorrer unas 6 cuadras para llegar a casa, al fin doble la esquina y podía divisar la casa de los abuelos (mi casa) justo a 2 cuadras.

    Escuché el sonido de una motocicleta, aceleré mi paso pensando que podía venir por mí, ya que las motos por el barrio no eran comunes, la mayoría de las personas andaban a pie o en bici. En cuestión de segundos, la moto se había subido a la acera, frenando justo enfrente de mí, en forma horizontal, de tal manera que cortaba mi paso. Su piloto usaba un traje de carreras blanco con un logo en su espalda que, desde el sitio donde yo estaba, no podía leer, y un casco también de carreras que impedía ver su rostro.

    –Buenas noches–dijo la voz femenina, que asumí, era de la piloto.

    –¿A ti te parecen buenas? –dije en tono de burla y proseguí de forma seria- a mi no, pues tengo un cansancio insufrible y hay una chica a la que ni siquiera conozco bloqueando mi camino a casa.

    –No puedes evitar decir todo a la ligera, aunque hables en serio. Como siempre, Néstor–dijo la desconocida.

    –¿Pero que dem…?–balbuceé–¿Cómo sabes mi nombre? ¿Es que acaso me conoces? –inquirí asombrado.

    –Responderé a muchas de tus preguntas si solo respondes las mías: ¿Sabes donde aprendiste todo eso que sabes de idiomas? o por lo menos ¿Donde obtuviste tus habilidades físicas y dotes intelectuales?

    –Pues, en una escuela, supongo–dije bromeando, intentando no demostrar lo nervioso que me ponía la pregunta.

    –Como se nota que borraron tu memoria –susurró, de manera apenas audible.

    –Ehem… Lo prometido es deuda, damita –dije con arrogancia, por no delatar los nervios– ya respondí a tu pregunta, ahora: ¿Qué es lo que sabes de mí?

    –No puedo decirte tanto en tan poco tiempo, pero te aclararé ciertos puntos que nos convienen: Primero, todas tus cualidades excepcionales las obtuviste en la academia de ladrones pokemón, de hecho, estuviste allí conmigo y fuimos ascendidos el mismo año de nuestra entrada –expuso la fémina.

    –¿¡Qué!?-grité sin esconder mi asombro ante la noticia– Eso es imposible, yo fui a un internado con una beca, y tu ni siquiera has dejado ver tu rostro, además, si yo te conociera, reconocería tu voz.

    –Vamos… usa el cerebro ¿Crees que en un simple internado iban a enseñarte 6 idiomas, artes marciales, parkour, natación y atletismo? –preguntó, con el tono de quien no espera una respuesta.

    Subconscientemente satisfice su deseo, no podía articular palabras luego de semejante tanda de información.

    –¿Lo ves? Ni tu mismo te crees lo que dijiste. En aquella academia nos prepararon para unirnos a la F.L.P., que es el acrónimo para Fuerza de Ladrones Pokemón. Tú fuiste uno de los mejores y más despreciables de la fuerza, mataste a toda persona o pokemón que se interpusiera entre tú y el objetivo, hasta tu compañero pokemón te odiaba –declaró.

    –¡MENTIRAS! –grité, aferrándome a mi idea del internado como si mi vida dependiera de ello.

    –Si lo que acabo de decir mentira, explica esto: ¡Ve Weavile!

    La chica sacó una pokebola y oprimió el botón, en menos de un segundo un Weavile, muy familiar a decir verdad apareció frente a mis ojos. Llevaba sus pupilas dilatadas y tenía un aspecto bastante rudo, que denotaba el haber estado en varios combates.

    Mi mirada hacia mí, más que terrorífica, me parecía rara, hasta un poco vaga. Pero lo que era claro por la expresión de su rostro, junto con la posición de su cuerpo, me indicaban que atacaría en cualquier momento. Se me hacía imposible moverme, por más que lo intentara, era claro mi parálisis nerviosa me estaba jugando una mala pasada una vez más. Cuando al fin reaccioné, lo único que me dio tiempo de hacer fue soltar un gritito sordo y vacío; pues mi agresor se había abalanzado sobre mí. Me hubiese masacrado con un solo zarpazo de no ser porque la chica lo regresó a la pokebola.

    –¿C-c-como? -tartamudee, apuntando a la pokebola que estaba en su mano.

    –Oh, creo que lo recuerdas, este Weavile fue tu compañero desde que estabas en la academia, fuiste TAN bueno con él, que mira, hubieses muerto de no ser porque lo regresé –aseveró la misteriosa chica.

    –Pero, yo… no es posible –susurré con un nudo en la garganta.

    Aunque yo me negaba, todo lo que ella decía tenía posibilidades de ser cierto, incluso yo recordaba a ese Weavile, todo aquello podía ser verdad, aunque yo me negaba a creerlo.

    –Yo te conozco Néstor, y sé que aún no me crees por completo –ratificó– ve a ésta dirección mañana y allí te aclararé muchas otras de tus dudas.

    La chica extendió su mano con un trozo de papel en el que había una dirección, lenta y desconfiadamente me acerqué y luego arranqué el papel de su mano, temiendo aún que la desconocida intentase algo en mi contra, pues, si ella era una ladrona Pokemón al igual que (supuestamente) lo era yo, podía ser peligrosa. La nota decía: Muelle de Carúpano, Almacén #2.

    –Espero verte allí–dijo reflejando un poco de tristeza en su voz.

    Dicho esto, giró su motocicleta y salió a toda velocidad hacía el lado opuesto a el que iba yo. Ahora por alguna razón, la voz de la chica empezaba a parecerme familiar. Seguí mi camino hasta llegar, una vez más, a donde había comenzado mi día.

    Con su cerca metálica y su jardín frontal lleno de hierba bien podada por mi hermanito en sus días libres, la pequeña pero cómoda casa me daba la bienvenida. Abrí la puerta de la entrada y pasé silenciosamente por el comedor. Allí estaban, juntos todos en la mesa, la única familia que me quedaba en el país: mis dos abuelos y mi hermano menor.

    –Néstor, tardaste mucho, ¿pasó algo? –inquirió mi hermano.

    -Ehem… No, había muchos libros que ordenar, eso es todo… ah, por cierto, no voy a cenar, ya comí una hamburguesa de camino, así que tranquilos, voy a dormir –me excusé.

    No quería saber nada más de nadie, excepto de mí, me sentía confuso, porque lo que aquella chica tan familiar decía podía ser considerado verdad de no ser por la pregunta que aún rondaba en mi cabeza, y que era la única que mantenía mis esperanzas: ¿Cómo perdí los recuerdos de 3 años de mi vida?

    Me di un baño, y me fui a la cama, aún reflexionando, tratando de recordar algo con lo que pudiese determinar si la misteriosa chica mentía o no...

    Continuará…​
     
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    Pokemon: El Gen X
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    Capítulo II: Muere un ¿Amigo?
    3 de Noviembre de 2011, Carúpano, Estado (Provincia/Departamento/Distrito) Sucre.

    Una vez más un sueño sumido en mis recuerdos, la diferencia es que ahora recordé algo más, y procedo a relatárselos por supuesto:

    Me encontraba con mi hermano, en el mercado municipal. Aquel edificio de al menos 70 metros cuadrados y 10 de alto, con una sola planta y 2 estacionamientos cada uno hacia el Este y otro al Oeste. Junto con los estacionamientos, nuestro mercado abarcaba una manzana completa. No lucía muy bien por el hecho de que tenía 50 años y no se le había cuidado mucho que se diga (sus paredes estaban agrietadas, había agujeritos en el techo y, en algunos puntos del lugar había un insufrible hedor a moho) aunado a sus 2 estacionamientos abarrotados con buhoneros(o comerciantes informales, como prefieran llamarles).

    Pese a su estado, el mercado y sus alrededores eran muy concurridos, en especial por las mañanas. Mi hermano y yo nos estábamos descansando un poco, después de todo, no habíamos venido a jugar, sino de compras y las bolsas eran bastante pesadas, cerca de nosotros había un puesto de frutas, el cual estaba compuesto por una gran mesa desarmable de madera que tenía encima varios cajones con fruta; detrás de la mesa, una mujer de unos 45 años, delgada, de aproximadamente 1.70 de alto, cuyo cabello rubio ya pintaba algunos mechones de un opaco plateado, atendía el puesto y estaba bastante ocupada.

    -Hermano, tengo mucha hambre –expresó el chico con voz desganada.

    Permanecí en silencio observando su cara, ese niño de cabello castaño y rizado bastante corto, piel un poco morena y ojos cafés, me miraba atentamente esperando una respuesta, pero, ¿Qué iba decirle? Yo tenía tanta hambre que podría comer un Wailord (aunque amaba a los pokemón), si le decía como me sentía, él, tan inocente como todo niño, seguro iba a intentar resolverlo por si mismo, pidiéndole a la mujer del puesto que le regalase unas frutas; cosa que yo no quería. Por 2 simples razones: era yo quien debía cuidar de él, y yo sabía que esa mujer odiaba a los niños y no nos regalaría ni un vaso de agua.

    –¡Hey! ¿Me estas prestando atención? –preguntó el niño, un tanto preocupado por mi distracción (sabía que yo estaba pensando en algo).

    –Si claro y a los rollitos de tu cabello también–dije bromeando para distraerle.

    –No, en serio tengo hambre –reiteró.

    No le podría distraer del hambre, entonces decidí hacer lo que cualquier chico de 13 años hambriento hubiese hecho, claro, no sin antes pensar en mi hermano pequeño.

    –Tengo una idea, pero debes hacer lo que yo diga, nada de improvisar, debes acatar mis ordenes al pie de la letra –le susurré lentamente.

    -Está bien, pero debes prometer que no harás nada riesgoso —dijo el niño que pareció haber leído mi mente—.

    –Tu siempre preocupándote por mi Sam, yo soy el mayor, puedo cuidar de mi, y te aseguro que también de ti, no te preocupes –dije mientras le estrujaba el cabello con una mano–. Lo que harás es lo siguiente: toma mis bolsas y sal del mercado, espérame a 2 cuadras del estacionamiento Este, en la cerrajería. No debería tomarte más de 5 minutos llegar, cuando estés allí, quiero que me esperes durante 10 minutos. Si no llego, vete a casa y dile a los abuelos que llego al rato ¿Entendido? –pregunté en tono serio, no podía evitar que la preocupación me atacase.

    El muchacho asintió casi a la fuerza, en sus ojos se reflejaba aún más preocupación que la que yo tenía, él sentía miedo al igual que yo, miedo de que todo saliera mal, de que me atrapasen o aún peor, que me golpearan hasta morir (los mercaderes pueden ser muy violentos, y yo no tenía suficiente contextura física como para aguantar golpiza como la que me darían si me atrapaban).

    Aún preocupado por mí, el niño salió tranquilamente, yo me recosté de una pared al lado del puesto. Esperé 5 minutos luego de que Sam, como yo le llamaba (por su nombre: Samuel), estuvo fuera de la vista. Tiré una manzana al suelo haciendo parecer que esta se había caído, y en cuanto la mujer se agachó para tomarla, pateé tan fuerte como pude una de las patas de la mesa desarmable, causando que cayera cuan torre de cartas. Dejando montones de frutas en el suelo. Tomé dos manzanas y unas monedas que vi en medio del disturbio, las metí a los bolsillos de la chaqueta que llevaba y salí corriendo a toda prisa con la adrenalina a mil.

    Unos tres o cuatro hombres que notaron lo que hice salieron corriendo tras de mí. A ellos le siguieron otros, y otros más, hasta que tenía al menos unas 30 personas siguiéndome. Doblé en una esquina, con lo que llegué al fin, a la calle que daba al estacionamiento Este. Cuando estaba llegando a la salida que daba al estacionamiento, alguien me tomó del brazo, me tapó la boca y me introdujo por un callejón.

    –¡Hmmm! ¡Hpfmm! –trataba de zafarme, pensando lo peor, no podía ser el final, yo no podía ir a la cárcel, era muy joven; pero, ¿Y si me apaleaban y me dejaban morir? Seguía desesperado tratando de zafarme con todas mis fuerzas, era inútil.

    –Shhh… Tranquilo muchacho, te van a oír, yo no te haré daño, pero ellos si, solo quiero hablar contigo un momento –dijo serenamente la voz de quien me había atrapado y estaba a mis espaldas, una voz que, aunque bastante profunda y ronca, reflejaba amabilidad.

    Me quedé totalmente callado y quieto, aún con miedo, por el hecho de que no podía ver el rostro del hombre, pero lo que dijo aquel hombre había conseguido calmarme bastante.

    –Muy bien –dijo mientras me soltaba y me hacía permanecer de espaldas sosteniéndome por los hombros, quizá para no ver mi rostro, quizá para que yo no viera el suyo–, he visto lo que hiciste, eres bastante inteligente y muy noble. Pero creo que hay una mejor forma de aprovechar tus habilidades y dar comida a tu hermano a la vez. Si estás dispuesto a conocerla, ve a ésta dirección cuando desees –me pasó un pequeño trozo de papel, con una dirección escrita.

    Antes de poder leer el trozo de papel, el recuerdo se desvaneció, de nuevo me encontraba viendo el vacío, que duró unos pocos, no se… ¿Segundos? En los sueños no se mide el tiempo. Cuando el vacío acabó empecé a ver de nuevo la secuencia de imágenes al azar y desperté.

    –¡Mierda! Justo en el momento cumbre. Bueno, por lo menos ahora creo saber como me encontraron para unirme a la F.L.P. entonces, las respuestas que busco están en esa organización o por lo menos se relacionan con ella –murmuré mordiéndome el labio.

    Según mi reloj de muñeca (nunca me lo quito), eran las 4:00 a.m. La única ventana de mi habitación dejaba pasar los rayos de luz lunar que iluminaban tenuemente todo el lugar. Me levanté de la cama y me asomé por la ventana para observar la majestuosidad de nuestro perfecto y brillante satélite natural. Que, aunque más pequeño que el sol, era hermoso; el cielo nocturno, extrañamente carecía del brillo de las estrellas esa noche, y la presencia de las nubes era pobre, lo que me permitía observar la luna en todo su esplendor, para meditar acerca de lo que haría ése día. Mientras apreciaba la belleza de la luna, se me hacía muy fácil reflexionar, es más, siempre lo había hecho antes de tomar una decisión que considerase importante.

    Luego de unos minutos de meditar, decidí que la chica podría estar mintiendo por una sencilla razón: desde la muerte de mis padres, odio ver o saber de la muerte de cualquier ser vivo. Era imposible que yo matara a una mosca siquiera ¿Como mataría a cientos de humanos y pokemón? Por otro lado, algunas partes del relato parecían ser reales. Todo se contradecía, haciendo aún más grande la confusión. Porque, si fui un ladrón pokemón, era muy poco probable que fuese bueno, pero si era bueno: ¿Por qué Weavile me odiaba? Y las únicas respuestas que podían ayudarme, seguían siendo preguntas: ¿Cómo perdí la memoria? y ¿Por qué la perdí?

    –¡5:00 a.m.! ¡Dios! –dije asombrado, al notar algunos rayos de sol y ver mi reloj de muñeca.

    Fui al cuarto de al lado y desperté a Sam que, luego de su habitual ritual de quejas por la hora en que le despierto, se fue al baño para prepararse e ir a la escuela. En cuanto a mi, preparé la mochila “normalmente”, no coloqué ningún libro. Los reemplacé por un poco de comida en caso de emergencias, mi teléfono celular, una linterna, algunas vendas y una muda de ropa limpia. Me vestí normalmente, con el uniforme de secundaria. Una vez estuve vestido apropiadamente, fui al comedor para desayunar. Luego me dirigí a mi cuarto y puse en uno de mis bolsillos mi billetera (con el poco de dinero que tenía, por supuesto) mientras que en el otro, una herramienta multiusos que me habían regalado mi último cumpleaños y me apresuré a salir. Mi hermano me detuvo en la salida.

    –Hey Sam, ¿Que pasa? –le pregunté, era usual en él preocuparse por mi siempre.

    –Néstor, son las 5:30 a.m., tu primera clase es a las 7:00a.m. ¿Por qué te vas tan temprano? –murmuró para no alertar a los abuelos que dormían, mientras, me miraba casi como si tuviese vista de rayos X.

    –B-bueno, quiero llegar temprano para trabajar horas extras –mentí nervioso, la forma en que hizo la pregunta fue perturbadora, la forma en que me miraba al hacerla lo era aún más, hasta llegué a creer que sabía mejor que yo lo que iba a hacer.

    –Aunque sé que mientes, creo que tienes algo importante que hacer –dijo, aún con la misma mirada.

    –Si que estás raro – dije entre risas; abrí la puerta y salí, pero no quise quedarme con la duda– espera, antes de irme: ¿Cómo supiste que lo del trabajo era mentira?

    –Vamos hermano, nací una noche, no anoche, el colegio abre a las 6:00 a.m. ya vete, perderás tu cita, puede ser de prioridad mundial, a lo mejor te regalan una Xbox 360 –dijo bromeando, mientras reía cerró la puerta.

    Emprendí el camino al muelle, decidí que en lugar de caminar todo el trayecto era más fácil llegar en bus. Para lo cual debía ir hasta el mercado, me fui caminando hasta el edificio, que se encontraba a 12 cuadras de casa. Apenas me alejé unas 4 cuadras de casa, comencé a tener esa extraña sensación de que estaba siendo perseguido. No le presté atención y seguí con el extraño sentimiento. Habría caminado mas o menos unos 2 metros más, cuando oí un paso justo detrás de mi. Al voltear solo vi la angosta calle, llena de casas que, aunque pequeñas, eran bastante llamativas.

    Me detuve unos segundos, metí mi mano al bolsillo y preparé la navaja de mi herramienta multiusos esperando lo peor. Alguien me seguía, eso me parecía claro claro, al igual que el hecho de que no deseaba ser visto, seguí mi camino durante unas 4 cuadras más, aún teniendo la extraña sensación. El problema era que al voltear, era siempre lo mismo: una calle vacía.

    Ya no parecía haber un “alguien” o “algo” siguiéndome, y si lo hacía no me planeaba hacer daño, así que tomé un atajo que conocía, y que ahora, con mis “nuevas habilidades” sería fácil de pasar, además de brindarme la emoción de experimentar algo que no recordaba haber usado fuera de la escuela: mis “habilidades” (si es que pude llamárseles así).

    Doblé a la derecha, me introduje por un pequeño callejón, que se encontraba entre dos de las casas de la angosta y poco transitada calle, el callejón tenía, como mucho, 1 metro de ancho y 10 de largo. Aquel callejón, tal como yo recordaba, con sus paredes de ladrillo mugrientas, enmohecidas y desgastadas que servía para guardar la basura de las casas del lugar hasta el día en que el camión de aseo urbano pasase, tenía al final una vieja pero imponente pared, que daba la impresión de que ése, era un callejón sin salida, para cualquiera, menos para mí que había recorrido los caminos al mercado una infinidad de veces durante mi niñez.

    Me dispuse a sacar la herramienta multiusos para guardar la navaja, puesto que no iba a poder trepar la pared con una mano en el bolsillo, y mucho menos si la mano sostenía una navaja. Antes de poder sacar mi arma blanca para guardarla, escuché un bote de basura caer y unos quejidos de dolor, que aunque eran muy suaves, reflejaban un dolor insoportable, al voltear pude ver al ser que producía los gemidos, un Meowth con un gran tajo a la altura de su estomago, bañado en sangre, yacía en el suelo a unos 2 metros aquella imagen, me parecía horrenda.

    De pronto, el malherido pokemón apuntó hacia arriba. El que yo presumía, era su atacante, no parecía ser algún animal; por lo menos no uno normal. Era de color gris oscuro, afiladas garras, aspecto felino y unas plumas rojas a los lados de su cabeza. Antes de que pudiera reaccionar, ese “algo” había saltado e iba directo a mí con su afilada garra en alto. El pánico me atacaba, no podía evitar esa curiosa parálisis por el miedo. Esa cosa me mataría si no me movía, intentaba con todas mis fuerzas hacerme hacía atrás. Pero mis extremidades no reaccionaban.

    Justo cuando creí que sería mi fin, una de mis piernas reaccionó. Salté hacia atrás, la garra de mi atacante pasó justo delante de mí, rasgando mi camisa y arañando la parte exterior de mi pecho, para aterrizar junto con su dueño en el asfalto.

    Di unos pasos hacia atrás, casi en vano, puesto que el ser de aspecto gatuno ya se había abalanzado sobre mí, el corazón me latía como si fuera hipertenso. Claramente, atacaría directo a mi cara, pero no lo haría solo para arañarme. Instintivamente atravesé mi antebrazo derecho para detener el feroz ataque, para mi “suerte” logré frenarle con el brazo, pero el impacto logró hacerme caer.

    El grisáceo ser retrocedió. Ahora podía fijarme en que no era un animal, sino un pokemón, uno aterradoramente familiar. Al detallarlo un poco más, reconocí un Weavile. Saltó hacia mí, y estaba seguro de que me mataría yo si no hacía lo único que podía hacer, aunque sabía que significaba concebir lo que yo más odiaba, una muerte.

    En milésimas de segundo saqué la navaja y cerré los ojos mientras la apuntaba hacía mi rival, escuché un grito agónico, peor que el de una madre al ver a su hijo morir, y lo siguiente que sentí fue unas gotas de un líquido espeso y caliente cayendo en mi cara.

    Abrí los ojos, solo para ver la cara de un mi agresor derramando sangre desde su frente, lo eché a un lado para examinarlo y confirmar mis sospechas, en efecto, era el Weavile que la chica me había presentado la noche anterior. Mi antiguo compañero de batallas yacía allí en el suelo, muerto, con algunas lágrimas en sus ojos. Una fina grieta por la que, seguramente había pasado la navaja desbordaba sangre en medio su frente y una hermosa sonrisa se encontraba grabada en su rostro. Era esa clase de sonrisa que uno sólo puede tener al ver al mejor amigo de toda tu vida luego de mucho tiempo.

    Aquella imagen me resultaba imposible, se suponía que Weavile me odiaba, y si me tenía tanto cariño ¿Por qué intentó matarme? Ahora me encontraba aún más confundido. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un increíble dolor en el antebrazo derecho bañado en sangre y el ardor de mi pecho rasguñado.

    Me vi obligado a sentarme, abrí la mochila, saqué el alcohol y lo usé junto con la camisa de uniforme para limpiar mi pecho y brazo. Eso me dio tiempo para detallar las heridas. En mi pecho había sencillamente un arañazo, hecho por las 3 garras de la zarpa de mi agresor. Iba desde la parte superior derecha de mi pecho, hasta la parte superior izquierda de mi abdomen, al ser superficial la herida solo producía un ardor leve. Aunque no puedo decir lo mismo de mi brazo, allí la garra de Weavile dejó una buena herida, que aunque, no ameritaba sutura, no pararía de sangrar fácilmente.

    Estuve por un rato intentando parar el sangrado del brazo; una vez concluí, lo vendé. Limpié la navaja, la cual ni por un pienso la dejaría sucia con la sangre de ningún ser, ya sea que estuviese vivo o muerto. Me coloqué la camiseta limpia y guardé todo de nuevo en su lugar (el alcohol en la mochila y la navaja en mi bolsillo).

    –Eso ha estado intenso –dije, poniéndome en pie, un poco aturdido aún.

    Me dirigí hacia el cadáver de mi ex compañero, aunque me odiara y quisiera matarme, nadie merece morir con una puñalada en la frente. Comencé a llorar amargamente y caí de rodillas en el suelo junto al cuerpo sin vida de Weavile aún sollozando y maldiciendo el instante en que saqué la navaja para defenderme. Aquel era uno de los momentos más amargos que había vivido. Aunque me sentía feliz por estar vivo, me hacía sentir espantoso saber lo que había hecho para preservar mi vida.

    –Meow…–el susurro apenas audible interrumpió mi llanto, era el último aliento de Meowth, estaba muerto.

    No podía hacer nada por Meowth, tampoco por Weavile, pero si podía continuar con mi vida. Después de todo, maté para preservarla; sequé mis lágrimas con la rasgada y ensangrentada camisa de uniforme; luego cubrí a Weavile con ella para seguir mi camino.

    Terminé de caminar lo escasos 10 metros del callejón y fácilmente trepé la pared para saltar al otro lado. La emoción que deseaba se había desvanecido por la muerte de aquellos dos pokemón, que aunque yo no conocía (o recordaba bien), de alguna manera me ayudaron a seguir. Y allí estaba, justo a una calle de mí, el concurrido mercado, aquel enorme edificio, con su basta cantidad de terreno, me daba la bienvenida. Decidí mirar mi reloj, con toda la conmoción, no había visto la hora. Eran las 6:00 a.m., salí corriendo a toda marcha hacía la parada de bus, que se encontraba en el estacionamiento Oeste.

    Por suerte para mi, bueno casi, el bus acababa de salir y tuve que correr detrás de él por unas 2 cuadras (que me parecieron un infierno eterno), al fin subí al bus. Al cabo de unos minutos, ya me encontraba pisando el asfalto de nuevo, el muelle a mi derecha, aunque con pocos barcos y a mi izquierda una especie de remolques sin ruedas, del tamaño de apartamentos pequeños, de diferentes colores, que hacían de almacenes. Aunque aún ni siquiera llegaba al almacén, me sentía tenso y emocionado a la vez

    CONTINUARÁ…​
     
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    Capítulo III: Volviendo al inicio.
    3 de Noviembre de 2011, Carúpano, Estado (Provincia/Departamento/Distrito) Sucre. Venezuela.

    Recapitulemos. Ahí estaba yo, parado en la carretera cerca del muelle y los almacenes; que lucían desolados. Después de superar mi típica parálisis emocional, y esperar a que el dolor de mi brazo disminuyera un poco, saqué la nota de un bolsillo en mi billetera para repasarla: “Muelle de Carúpano, Almacén #2”.

    -Aquí vamos —susurré para mis adentros, mientras guardaba la nota. Ahora tenía emociones encontradas: Intriga, curiosidad, euforia, confusión, felicidad… no valdría la pena mencionarlas todas.

    Me interné rápidamente entre los pasillos conformados por hileras, hileras interminables de almacenes de diferentes colores, los cuales medían aproximadamente 2,5 x 8 metros. Unos más gastados que otros. Todos los almacenes tenían un número enorme escrito en color negro a ambos lados. Lo que me resultaba realmente raro, era que no estaban en orden, sino de modo aleatorio. Luego de unos 15 minutos de revisar las interminables hileras, lo encontré al fin, un almacén del tamaño de una casa pequeña de un solo piso, aparentemente abandonado, con una estropeada pintura roja que, en algunos puntos, daba lugar al óxido.

    De inmediato fui a la oxidada puerta del almacén, sin perilla, cerradura, candado, ni nada parecido. Y tampoco abría con empujones, así que me vi obligado a embestirla (cosa que hice con el hombro izquierdo, puesto que el brazo derecho me dolía mucho como para embestir una puerta), luego de varios intentos, la puerta al fin cayó. En dichos intentos agradecí que le muelle estaba vacío, pues así nadie me veía embestir la puerta y odie a la misma puerta, por estar tan firme a pesar del óxido, causándome dolor en el brazo dañado (que, aunque no impactaba con la puerta, ya dolía y estaba siendo bastante agitado).

    El almacén estaba aparentemente vacío, sin electricidad, y debido a su tamaño, la luz que entraba por la puerta no dejaba observar todo por completo. Entonces recordé la linterna de mi mochila, salí del almacén para poder ver bien el contenido del bolso, saqué la linterna y preparé la navaja, pues, uno nunca sabe. Volví a cerrar la mochila y entré al almacén. Ahora, con la linterna encendida, pude notar que ese almacén realmente era enorme, pero, como ya dije, estaba vacío; sólo una cabina al fondo, que iba de una pared a otra, con una ventana de cristal destruida y la puerta trabada.

    Esta vez, en lugar de embestir la puerta, enrollé mi cinturón el mi mano izquierda (con bastante dificultad, debo admitir) para remover los picos de cristal que cubrían la parte inferior del marco de la ventana con la hebilla y así poder pasar. El trabajo fue un tanto difícil por mi mano diestra adolorida. Me tomó unos 10 minutos limpiar un espacio suficientemente amplio para pasar (no es que yo sea gordo, sino que sólo podía usar mi mano izquierda, cosa que siendo derecho, es “tantito” difícil).

    Luego de limpiar el marco, me puse el cinturón otra vez (de lógica) y use mi mano para ayudarme a saltar al otro lado con facilidad. La cabina no parecía estar totalmente desolada, es más, estaba limpia, aunque sin electricidad. Allí sólo había una pequeña mesa de madera con un baúl mediano y una nota anónima que decía lo siguiente:

    “Entonces… ¿Te unirás? Si la respuesta es no, abandona este lugar inmediatamente, en cambio, si la respuesta es si: abre el baúl, ponte lo que está dentro y baja al sótano. La puerta del sótano está my cerca del baúl. Ah, y por cierto, la verás mejor en la oscuridad”

    De inmediato empecé a examinar el baúl, estaba hecho de madera, las cuatro esquinas de la tapa tenían símbolos incrustados hechos de plata: un trébol, un corazón, un diamante y una pica, los símbolos de los naipes ingleses. En el centro de la tapa había una gran J.

    Luego de unos segundos de examinar cuidadosamente, lo vi: Donde debería haber una cerradura, el cofre tenía una especie de payaso hecho de plata que sostenía un bastón.

    -¿Un Comodín? —Susurré con asombro, en serio debía ser mío, me encantaban los naipes ingleses. Mi amuleto de la suerte era, de hecho, un comodín negro (que siempre estaba en mi billetera). La carta no era mi amuleto por el simple hecho de ser mi favorita. La carta era un amuleto porque fue lo único que me quedó de mi padre (jugábamos mucho con los naipes, él me regaló un mazo, pero se quemó en el incendio y sólo quedó el comodín negro que yo tenía).

    No tuve que pensar mucho como abrirla, moví al payaso un poco hacia arriba y su bastón empezó a despedir una luz azul, que parecía ser un escáner. Saqué la carta del comodín (Joker) negro que llevaba en la billetera y lo pasé frente a la luz. Inmediatamente hubo un sonido de destrabe, la cerradura estaba abierta.

    Saqué la tapa, la coloqué sobre la mesa, luego, con una mezcla de intriga y emoción comencé a sacar y ponerme lo que estaba dentro (se los enumeraré):
    *Una gabardina negra, posiblemente hecha de un tipo de tela impermeable y térmica a la vez, que era muy ligera. Un poco ajustada al cuerpo, pero suelta en las mangas, me llegaba hasta debajo de las rodillas. Gozaba de una capucha, también negra. Sin botones o cremallera, solo un par de cuerdas plateadas que servían para ajustarla, y se encontraban en la parte superior del pecho. Además las siglas F.L.P. bordadas en plateado y una palabra como Subíndice: Élite.
    *Un par de mitones negros, ambos con un bufón plateado en el dorso de la mano. Pero una particularidad entre ellos: el derecho tenía en los nudillos los símbolos de los naipes hechos de metal y con relieve, mientras que, el izquierdo era acolchado, tanto en la palma como el dorso. Era claro que, más que para proteger del frio, calor, etc. eran para combatir.
    *Un par de botas para todo terreno, color negro(al igual que todo), muy ligeras y flexibles a pesar de su tamaño y apariencia.
    *Y, finalmente un estuche para colocar en el cinturón, con naipes, y una nota en él (la cual dejé allí para leerla después). Dichos naipes eran especiales, se advertía sólo con examinar un poco su peso.

    Sin mucho pensar, puse la linterna sobre la mesa y comencé a ponerme el uniforme. Al estar ya con la chaqueta, los guantes, cambiar mis zapatos y poner el estuche en mi cinturón; sentí una extraña sensación en cada milímetro de mi cuerpo. Era como reunirme con un viejo amigo. Me dejé envolver por aquella curiosa sensación, claro por unos segundos hasta que auto interrumpí mi trance.

    -¡Oh diablos! Aún hay cosas por hacer, no puedo quedarme todo el día parado aquí flojeando. Tengo que moverme, no sé que es lo que me espera en el sótano, y no lo sabré a menos que lo busque —susurré.

    Examine detalladamente el baúl junto con sus alrededores por unos cuantos minutos. Lo único raro que tenía eran los ya mencionados símbolos y el payaso que hacía de cerradura con esa rara luz…

    -¡Eso es, la luz de la linterna! —dije con emoción, mientras apagaba la linterna. Había olvidado una parte de la nota: “… la verás mejor en la oscuridad”.

    Al apagar la linterna empecé a buscar en cada rincón de la cabina, como loco. Finalmente, al cabo de unos segundos, lo hallé: una especie de escotilla con una enorme cara de payaso luminiscente sonriente y un cerrojo a un lado, estaba justo bajo la mesa.

    Empecé a buscar a tientas la linterna, que cayó al suelo luego de que la golpeara inconscientemente con la mano. Ahora que lo pensaba un poco, no tenía razón para buscarla, era poco probable que la necesitara en el sitio al que se suponía que iba, así que la dejé en el suelo. Hice a un lado la pequeña mesa de madera y el baúl. Acto seguido abrí el cerrojo y abrí la escotilla. Para mi poca sorpresa había unas largas escaleras cuyo final estaba marcado por una luz apenas visible procedente del sótano.

    -Ha sido fácil comparado con lo que pasé en el basurero, luego que me ocurrió eso, pensé que habría mayor desafío para continuar—susurre, alardeando conmigo mismo mis capacidades. Entre las cuales, quizás se dieron cuenta están mi instinto y mi capacidad de razonamiento (que ya me han sacado de unas cuantas).

    A medida que bajaba; el miedo, la ansiedad y la presión que había sentido en toda la mañana, iban desapareciendo. Es más, esas sensaciones estaban siendo apagadas por una gran confianza, calma, serenidad y valor. En cuanto a mi confusión, mi instinto me decía que sólo era cuestión de esperar.

    Cuando al fin terminé de bajar, me sentía casi perfecto (de no ser por la confusión que aún atacaba a mis pensamientos positivos, y el dolor del brazo). Ahí estaba yo, en una habitación muy semejante a la anterior. Las diferencias radicaban en que, la cabina de esta poseía un vidrio polarizado que no permitía ver hacia adentro. En el exterior de dicha cabina, una lámpara colgaba del techo emitiendo una pobre iluminación que apenas y podía iluminar la sala vacía, estaba justo sobre una mesa pequeña con dos sillas, una ocupada por quien parecía ser una chica.

    Usaba una gabardina de color morado oscuro, que imitaba en su parte inferior a la capa de un Mismagius. Dicha prenda tenía un cuello alto y puntiagudo que le llegaba hasta cerca de la oreja. Además, mangas desiguales: la de su brazo derecho cubría ¾ de su brazo, dejando ver una pulsera hecha de plata, un guante (totalmente negro, sin ninguna alteración) y su piel morena; mientras que la de su brazo izquierdo le cubría hasta poco mas de la muñeca, dejando ver apenas sus dedos cubiertos con el otro guante. Bajo la gabardina, una blusa de color rojo oscuro, que combinaba a la perfección con su minifalda vaquera. Tenía un par de botas todoterreno idénticas a las mías.

    En cuanto a su cara, pues, estaba cubierta desde la nariz hasta la barbilla, con una especie de mascara ninja. Un par de anteojos plateados sobre sus ojos oscuros (con ojeras bastante notorias), delataban que sufría algún problema de la vista. Llevaba el cabello suelto con un flequillo del lado derecho. Era largo, hasta poco más de los hombros, de color castaño oscuro y un poco ondulado.

    La chica me miraba con una mezcla de ansiedad y tristeza, legibles en sus ojos. No necesitaba ver su expresión completa para saber que, posiblemente estaba afectada por lo de Weavile. Sentía como mi valor empezaba a perder la batalla. Una vez más, las dudas me acosaban: Si aquella chica sentía afecto por Weavile, ¿Qué podría hacerme? ¿Lo había enviado ella? ¿Cuánto sabía acerca de mis años en la F.L.P.? Y aún más importante ¿Qué hacía yo en la F.L.P.?

    -Muy bien, al parecer la respuesta es si, ven, siéntate —dijo la misma voz de la noche anterior.

    Se levantó para ofrecerme la silla que estaba en la mesa, frente a la suya, con una calma y serenidad casi forzosas. Parecía que estaba conteniéndose

    -Gracias, pero preferiría oír lo que me dirás desde aquí —mentí casi por reflejos, aunque mis piernas no estaban paralizadas, temía que fuera una trampa o algo así.

    -Vamos Néstor, siéntate, nadie va a matarte. Hay muchas cosas que decir, te van a dar problemas circulatorios si sigues ahí parado—expuso, aún de pie, mirándome nerviosamente, pero sin ningún tipo de alteración en su tono.

    Caminé lenta y calmadamente, aún desconfiando de sus palabras.

    -Primero me presento, porque, como ambos notamos la otra noche, tú no me recuerdas. Mi nombre es Ana, miembro Élite de la F.L.P. y tu antigua compañera de misiones —expuso amablemente, estrechando mi mano con su derecha y mostrando su carnet con la izquierda.

    -Es un gusto conocerte… bueno, volver a conocerte —expresé con un poco de desconcierto. No solo pertenecía a la F.L.P., era de la élite y, además, mi compañera.

    Ambos nos sentamos. Una vez estuve sentado, pude notar 2 siluetas a través del vidrio de la cabina. Claramente eran hombres, uno alto y fornido, el otro un poco más bajo y de contextura media. La conversación estaba siendo supervisada, pero ¿Por qué? Si ella era de la élite, se supone que le tenían total confianza. Tenía que preguntar, pero si me veían hacerlo no sabía que ocurriría. Aunque, tenía otro modo para averiguar…

    -Entonces… ummm…

    -Ana —me interrumpió con serenidad.

    -Sí, Ana, la verdad… Es que vine sólo por información, y no me la darías si no hacía esto —mentí de manera fácil, esperando una alteración por parte de ella o de los dos observadores. Su calma era muy poco creíble, nadie puede estar tan tranquilo, y menos con esos 2 ahí.

    Logré lo que quería, el más alto de los hombres se movió hacia la puerta, pero el otro le detuvo y siguieron observando.

    -Puede que con esa mentira engañes a unos tantos. Pero a mi no, como ya te dije la última vez, te conozco —aseveró mientras negaba con su dedo— Sabes por lógica, que, en caso de que alguien te estuviese aquí esperando para hablar, esa persona lo primero que haría sería presentarse, si le decías lo que acabas de decir, te atacarían y tendrías que huir sólo con un nombre. Por ende, estás aquí porque vas a unirte, ya sea sólo por información u otros intereses —concluyó.

    -Me asombras, lastima que “algunos”, no sean tan inteligentes —provoqué al fornido, que una vez más intentó ir hacia la puerta, con resultados idénticos a su intento anterior.

    -¿Qué insinúas? —preguntó nerviosa.

    Lo conseguí, ahora sabía la respuesta a mi duda. Esa gente de la cabina vigilaba la conversación. Había algo que yo no podía preguntar y/o decir, o, más probablemente: ella no podría contarme acerca de algo, ¿Qué tan importante sería lo que no podía contarme? Lo averiguaría cuando entrase a la F.L.P., si lo lograba, claro está.

    -Nah… solo estaba bromeando —mentí una vez más, para evitar que los hombres reaccionaran de forma negativa; estos ni se inmutaron—, ahora, cuéntame acerca de la agencia, yo te preguntaré si creo que hace falta —dije para tranquilizarla y ver que me contaba.

    -Si tú lo dices… comenzaré por la primera pregunta que te pudiste formular: ¿Dónde pasaste los 3 años que no recuerdas? Pues fácil, según me contaste tú, luego de la muerte de tus padres, un hombre te habló un día que robaste unas manzanas en el mercado. Aquel hombre te pidió que vinieras a un almacén de este muelle, donde te seleccionó para ir a la academia de la F.L.P….

    -Espera, espera, saltaste una parte: ¿Qué ocurrió luego de que el hombre me hablara, donde fui? ¿Qué hice? —pregunté nervioso, ¿Sería eso lo que no debía contarme?.

    -Uhh… Bueno si, lo que ocurrió justo después de eso, fue lo que te motivó a unirte. Tu hermano te armo un escándalo por robarte las manzanas, dicho escándalo se volvió pelea, la cual perdiste. Él fue y le contó a los abuelos, que se molestaron y te botaron de casa. Después de unos días viviendo en la calle, tu hermano y tú terminaron amenazándose de muerte. Así desarrollaste un profundo odio a tu familia, y decidiste llevarles la contraria a toda costa. Te volviste un ladrón pokemón, porque deseabas tener la fuerza suficiente para matarles, a todos y cada uno de ellos; matarles con tus propias manos. —expuso con un poco de alteración en su voz.

    No podía creerlo, toda mi confianza, mi valor, mi mundo se caía a pedazos. Me sentía arrinconado. Mi parálisis estaba volviendo, y enviaba lejos todas las ideas o palabras que podía pronunciar. Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin poder contenerlas. Estaba llorando sin quererlo. Pero, antes de terminar de creerle, debía preguntar algo más. Así que reuní un poco de aliento:

    -P…P…Pero ¿Por qué si les odiaba ahora siento afecto por ellos? —esa era una pregunta decisiva.

    -Creemos que alguien se infiltró y se las arregló para borrarte la memoria con una de las maquinas de borrado. Tu familia sabía que si no recordabas la pelea ni nada de eso, volverías con ellos. Lo que no tomaron en cuenta fue que podrías hacerte preguntas, o que nosotros te buscaríamos —dijo, aún alterada y con algunas lágrimas en sus ojos.

    Paré de sollozar instantáneamente y comencé a mirarla intrigado. Una mujer llorando puede llamar la atención a cualquiera. Pero, lo que me llamaba la atención a mí, era el hecho de que ella llorara. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué ocurría ahora? Como siempre, yo no quería dejar ninguna pregunta sin respuesta.

    -¿Por qué lloras? —pregunté intranquilo—, El que debe llorar soy yo. Después de todo, acabo de enterarme de que quiero matar a mi familia.

    -S… Solo es un poco de polvo, este lugar está muy sucio —aludió, en forma muy poco creíble. Bueno, poco creíble para mí. Porque las lágrimas brotaban, aunque ella ni siquiera sollozaba.

    -Yo no creo que sea solo polvo. Es por Weavile ¿Cierto? —pregunté, aún sabiendo que podría ser algo más. Si fuese sólo por Weavile (y no es que menosprecie al pobre), hubiese llorado desde el comienzo ¿Me equivoco?

    -Si…—suspiró, mientras dejaba de lagrimear— era un buen tipo ¿Sabes? Aunque te odiaba, y quisiera matarte; no merecía morir—dijo.

    Me había dado en mi punto débil. Era verdad, nadie merece morir, y mucho menos así (de una puñalada en la frente). Y lo que más me entristecía, yo era el responsable de ese acto, lo que más odié en mi vida. Además de todo lo de Weavile, también deseaba acabar con mi familia. Todas esas ideas agobiaban mi mente, sentía un nudo en la garganta y me resultaba imposible expulsar una sola lágrima de mis ojos. No podía llorar, pensar o hablar. Sólo estaba ahí sentado, viendo a Ana secar sus lágrimas y retomar el aliento. Sólo con ver sus ojos me daba cuenta de que ella también estaba muy triste.

    -Entonces, ¿Seguimos la conversación? —dijo, retomando su aliento.

    -Pero, yo no quería… Sólo me defendía…—susurré, tratando inútilmente de defenderme.

    -¡YA CÁLLATE Y RESPONDE! ¡¿QUÉ ES LO QUE NO ENTIENDES?! ¡ERES UN MALDITO ASESINO! ¡MATASTE A WEAVILE! ¡FÁCILMENTE MATARÍAS A TU FAMILIA! —gritó, mientras me apuntaba, increíblemente alterada— Ahora, ¿Puedo seguir con mi relato? —suspiró con tono de pena, era claro que se le había escapado.

    Los hombres tras el cristal estallaron en carcajadas. Si bien la cabina parecía ser anti ruidos, casi oía sus risas en mi cabeza. Los gritos de Ana quedaron retumbando en mi mente. Asesino, eso era yo, un asesino. Aunque ya no me sentía con fuerzas para nada más, tenía que seguir oyendo, a eso había venido.

    -Sigue—susurré.

    -Entonces me quede por… ah, si: en la academia tú, yo, y unos pocos más, fuimos ascendidos a nuestros puestos el mismo año de nuestra entrada, pues éramos, según los maestros, lo mejor. Mientras trabajábamos en la F.L.P., se nos impartían clases de nuestros respectivos grados, además de recibir el entrenamiento diario y cumplir las misiones. Los trabajos iniciales, fueron los más fáciles, sólo conseguir información sobre entrenadores fuertes, localizarles, y robar sus Pokemón. Debido a la facilidad con que lo hacíamos, para el 2010 ya éramos agentes de la élite —relató, la conversación se estaba volviendo más calmada.

    Ya me había tranquilizado. No me tranquilicé porque me gustara el tema de conversación, sino porque ya había asumido la realidad de que era un ladrón pokemón. Sin embargo, aún me resultaba difícil creer en mis intenciones de matar a mi familia.

    -Um… eso explica mejor la gabardina, pero, ¿Por qué la tuya y la mía son diferentes? —no pude evitar hacer la pregunta, tenía curiosidad.

    -Sencillo, a los miembros de la élite se nos permite portar un vestuario personalizado. Claro, siempre que dicho vestuario lleve una identificación de las fuerzas de élite —respondió.

    -Entonces este es mi uniforme —aseveré.

    -Es correcto, yo lo coloqué en ese baúl —confirmó la chica.

    El tipo bajo que observaba la conversación, pareció ver su reloj, habló con el otro y ambos salieron de la cabina, pero no por la puerta que daba a la habitación donde estábamos, sino por otra que posiblemente había allí.

    -Estás conforme con lo que has oído, o ¿Quieres un poco más? —preguntó, un poco nerviosa. Tal vez creía que los hombres aún vigilaban.

    -Aún quiero saber 3 cosas más ¿Qué tipo de misiones hacíamos luego del ascenso a la F.L.P.? ¿La F.L.P. es una organización autónoma? ¿Para qué robamos pokemón? —inquirí, quería informarme acerca de lo que hacíamos.

    Ana permaneció en silencio por unos segundos. En esos segundos, pudo oírse la llegada de uno, o varios helicópteros. Justo cuando me había calmado. ¿Ahora qué pasaría? Me volví loco revolviendo las posibilidades, quizás habían venido por los hombres. Pero el sonido no parecía ser de sólo uno, sino de varios, en ese caso: ¿Qué habría en el otro helicóptero? No me quedaba más que esperar. El sonido duró el mismo tiempo que el silencio de Ana.

    -Parece que han llegado por nosotros —suspiró con alivio.

    -Pero ¿A que te refieres con “nosotros”?—pregunté no muy extrañado.

    -No me digas que no vendrás. Voy a responderte en el camino, si vienes claro—dijo seriamente, mientras extendía su mano con lo que parecía ser mi identificación y se quitaba la mascara, para dejar ver el resto de su rostro.

    -Y a eso le llamo chantaje —dije tomando la identificación mientras le sonreía. Su cara me era muy familiar, así que decidí confiar en ella.

    Me levanté y nos dirigimos hacia la cabina, ella abrió la puerta y pasamos. Esta cabina era totalmente distinta a la anterior, un enorme panel de ecualización, con teclados y un micrófono frente al cristal de la ventana, que, junto con las paredes tapizadas de negro y anti ruidos, hacía que se pareciese a un estudio de grabación. Un total de 4 cornetas en las esquinas de la cabina probablemente estaban conectadas a un micrófono en la habitación exterior y ayudaban a oír lo que se hacía fuera de la cabina. En la parte superior del cristal 3 monitores que solo tenían en su pantalla las siglas F.L.P. de color negro sobre un circulo de color dorado. En efecto, la cabina era para monitorear, como yo pensé. Además también había una puerta, por la que, seguramente, habían salido los 2 hombres.

    Ana abrió la puerta, dejando ver un túnel de piedra, con unas escaleras del mismo material. Las ya mencionadas escaleras iban hacia arriba, sin ningún tipo de luz, más que la que provenía desde la salida.

    Ana se adelantó y yo le seguí. Al llegar hasta arriba me encontré con un panorama alucinante. A mi espalda podía ver un bosque, que no debía ser grande, pero tampoco era extremadamente pequeño, compuesto principalmente de arboles no muy altos. Esa zona era totalmente verde. El viento marino me acariciaba la cara. Hacia delante de mí, una zona playera, desde la cual se podía ver estábamos en un islote, a unos 500 metros del muelle. Luego de admirar el paisaje por unos segundos, reparé en la presencia de un helicóptero, a unos 10 metros de mí.

    ¡Hey! ¡¿Vienes o no “Chantajeado”?! —gritó Ana burlándose desde el helicóptero, luego el piloto, le dijo algo y esta se sentó.

    Salí corriendo de inmediato a aquel helicóptero, de color blanco como una nube y con las “clásicas” siglas F.L.P. hechas de un metal dorado a los lados. Una vez estuve a bordo el helicóptero despegó.

    -¡Ana! ¿¡A donde vamos!? —pregunté a alzando la voz, pues, las hélices no dejaban oír bien.

    -¡Vamos a Maiquetía, Estado (Provincia/Departamento/Distrito) Vargas y de allí, a E.E.U.U. a la sede de la F.L.P. en Nueva York!

    -¡¿Como?! —No cabía en mi mismo del asombro, por primera vez desde que recordaba, iba a salir del país.

    -¡Dije que vamos a Maiquetía! —gritó Ana, con el tonto tono que usamos muchas veces al repetir algo.

    -¡Sí, ya sé, es solo que me impresiona!

    Había olvidado todas las preguntas, si íbamos a Caracas, seguramente era porque allí tomaríamos un avión, y si era así, habría 8 horas para hacer preguntas. Lo que más me interesaba en ése momento era Sam, le había dejado en casa sólo con los abuelos ¿Qué iba a decirle a ellos? ó, aún más importante: ¿Qué sería de mi hermano menor sin mí? Yo le ayudaba con las tareas, iba a la escuela cuando un bravucón le molestaba (aunque esto ya no lo hacía desde hace mucho), le acompañaba al mercado.

    Me vi obligado a enviarle un texto, le dije que tenía que irme a E.E.U.U. y ya iba camino a Caracas; que dijera a los abuelos que me iba por una competencia de natación, esa noche me quedaría casa de un amigo y que al día siguiente pasaba por ropa; que él debía fingir esto último sacando ropa de mi closet y enterrándola en el patio. El muchacho obedientemente aceptó, con la única condición de que diera permiso para ir por una pokebola a la tienda (usando parte de mi salario), y luego salir a buscar un pokemón, a lo que por supuesto, accedí (no había de otra, el chico era igual de obstinado que yo, y dudosamente cambiaría de idea).

    Aquel viaje de helicóptero duró 5 tortuosas horas, en las que lo único que podía hacer era ver cientos y cientos de “hormigas” en el suelo y una que otra ave o pokemón que estuviese volando por el área. Luego del increíblemente aburrido viaje, al fin llegamos a Caracas. Aterrizamos en un helipuerto del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar (antiguo Aeropuerto de Maiquetía).

    Continuará...​
     
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    Janus

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    Uff... Bastante bueno este fic... Mezcla crimen organizado, pasado borrado, un poco de violencia a lo "Poké Wars", thriller tipo policiaco, pokemon, el propio mundo real... Este fic me gusta cada vez más... También me insita a seguir escribiendo mi fic de pokemon.
     
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    3215
    Capítulo IV: El Poke-Humano
    3 de Noviembre de 2011, Maiquetía, Estado (Provincia/Departamento/Distrito) Vargas. Venezuela.
    Habiendo llegado ya a la sala de espera del aeropuerto, pude al fin ver quién era el piloto de nuestro helicóptero: un hombre de aproximadamente 1.70, calvo y fornido, de unos 45 años como mínimo, con una chaqueta negra de la F.L.P. llamado Juan.

    Juan nos dejó en la sala de espera del aeropuerto con nuestros boletos para el vuelo y dinero, para emergencias. Los datos más importantes del boleto eran: “Vuelo 3, Destino: Nueva York, Primera clase, Asiento 35, Hora de salida: 2:00 p.m.”

    El avión partía a las 2:00 p.m., apenas eran las 12:00 del mediodía. Ana usó la excusa de que iría al baño y luego a almorzar para irse(o por lo menos así lo vi yo). Me dejó dinero para que comprara comida en caso de que me diera hambre.

    Decidí sentarme en la sala de espera, la cual sorprendentemente para mí (que no recordaba haber salido muy lejos de mi ciudad natal), tenía como mínimo, el tamaño de la casa de mis abuelos, completa. Ésta sala se componía principalmente por enormes filas de sillas de metal y un gran ventanal de cristal que daba vista hacia las pistas de despegue. Las puertas de salida (a la pista, con detector de metales) se encontraban hacia el norte al igual que el enorme ventanal. Unos 4 televisores plasma (todos en el canal de noticias), se encontraban en las esquinas de la habitación. En el centro colgaba un cubo con 4 paneles que daban la hora actual y las salidas de todos los vuelos. Había maquinas expendedoras en varios puntos de la sala.

    El lugar estaba bastante concurrido, las personas que no estaban yendo de un lado a otro, jugando con consolas portátiles (en el caso de los niños y uno que otro adulto), llamando por teléfono, viendo noticias, o, sencillamente sentadas haciendo cualquier cosa para entretenerse; no estaban allí. Todos me miraban de forma extraña (es raro ver a alguien con gabardina con los mediodías de 30°C o más), supuse que alguien allí podría reconocerme. Me coloqué la capucha de la gabardina, de tal manera que fuera más difícil ver mi rostro y metí mis manos en los bolsillos (un par de mitones de naipes, con payasos en plateado, pueden ser muy llamativos).

    Anduve hasta la silla más apartada que conseguí, necesitaba pensar. Una vez estuve sentado, intenté sacar conclusiones acerca de lo ocurrido durante lo que iba del día. Estuve intentando por unos 10 o 20 minutos (no quería ver relojes, quería más respuestas), hasta que me rendí, no podía concentrarme. Eran las doce del mediodía, sin luna, sin música, con mucho ruido y la irracional idea de asesinar a mi familia atacándome. No había forma de que le sacara información extra a lo visto y oído ese día si no podía concentrarme ni un poco.

    Justo cuando me rendí y tomé la decisión de levantarme, un hombre se acercó. Parecía bastante viejo, al menos 70 años, de altura aproximadamente 1,60. Aunque vestía un abrigo de viajes, no llevaba maletas. El viejo era totalmente calvo, usaba lentes oscuros y un bastón para guiarse.

    -Buenas tardes —dijo el ciego cortésmente, mientras tanteaba la silla junto a mí.

    No respondí nada, si era realmente ciego, se iría en breve pensando que allí no había nadie. Incluso recorté mi respiración para que no la percibiera.

    -Joven, no crea que éste pobre y viejo ciego le hará daño. Sólo quiero hablar con alguien—expuso, casi como si pudiera verme, y además, leer mi mente.

    No iba a poder mantener el silencio, el hombre ya sabía que yo estaba ahí. Hice lo más inteligente (por no decir lo primero) que se me ocurrió.

    -Lo lamento señor, yo no hablo con desconocidos —dije calmadamente. Un hombre “ciego” que puede verte aunque no hagas ruido, no me parece de fiar.

    -Muy listo, en los tiempos que corren no se puede confiar en cualquiera. Mi nombre es Romulus Videnti. Ahora, agradecería si el joven fuese tan amable de acompañarme a la cafetería para conversar calmadamente —insistió el viejo amablemente.

    -Pero ¿De qué hablaremos? Apenas y sé su nombre, usted ni siquiera sabe el mío ¿Cómo puede confiar tan fácilmente en un chico que apenas conoce? —indagué, su conducta era anormal.

    -No se complique tanto, hablaremos de cualquier cosa que quiera. Necesito hablar con alguien —suspiró el anciano hombre, mientras giraba sobre sus talones y comenzaba a caminar, posiblemente, a la cafetería de la que me habló mientras me hacía señas para que le siguiera.

    Me levanté y fui tras suyo. Salimos de la sala de espera del aeropuerto por la puerta este, el pasillo estaba completamente atiborrado de gente. Todos nos miraban, un viejo setentero guiando a un joven, es realmente raro.

    Caminamos hasta llegar a una pequeña cafetería. La fachada era muy sencilla: una puerta de metal con una ventanilla, y una ventana de tamaño medio, vidrio polarizado con un cartel en letras Góticas que no podía ser más textual: “Cafetería”.

    Por dentro, el sitio era más o menos de 5 x 5, muy acogedor. Adornado al estilo clásico, una alfombra roja cubría todo el suelo, mientras que el techo, estaba hecho de madera. Las paredes, eran de un fino color amarillo crema. La barra, las mesas y los asientos, estaban hechos de madera. Un Chandelure con 4 Litwick suministraban iluminación al lugar, proporcionándole, en conjunto con varios retratos de pokemón y humanos en acuarelas, una apariencia muy bonita. La cafetería estaba totalmente desolada, la barra estaba desocupada al igual que las 4 mesas del lugar.

    -Sentémonos —dijo el anciano, mientras caminaba lentamente hasta una mesa junto a la ventana—.
    Me dirigí a la mesa e hice lo propio. Ahora, estando en un sitio callado, mis pensamientos oscuros me atacaban con fuerza. Sólo podía imaginar a mis abuelos, mis tíos, primos, y el más importante: Sam; todos descuartizados en una enorme habitación en llamas. Cerré los ojos, como un niño asustado. Podía oír los gritos de agonía de toda mi familia, todos rogando piedad y una maléfica risa mía de fondo…

    -Oye, ¿Vas a pedir algo? —dijo la dulce voz de una chica.

    Me encontraba tan alterado por mis pensamientos, que soñaba despierto. Levanté la cara para ver a la mesera, una chica alta (aunque no más que yo), era preciosa. Cabello rubio ondulado con un pequeño flequillo sobre su ojo izquierdo, ojos verdes. Era esbelta, de curvas bien definidas. Vestía una minifalda rosada con una camisa de color blanco y un pequeño delantal del mismo color.

    -P… Pero, señor Romulus, ¿Usted no pedirá nada, o ya ordenó? —le pregunté tontamente, aún confundido por el sueño y embelesado por la chica.

    -Muchacho, estoy ciego, apenas y puedo comer bien si alguien me da la comida ¿Cómo podía beber café o té caliente? —indicó el viejo muy afligido, la chica se había distraído jugando con un Litwick, por lo que pareció no prestarnos atención.

    -Cierto… —susurré, dándome cuenta de que “metí la pata”— En ese caso, quiero un té negro sin azúcar —dije a la chica, aún apenado con Romulus.

    -¡Entendido! —dijo, mientras dejaba a Litwick y anotaba— Pero, señor Romulus, ¿No quiere nada? —se dirigió al anciano.

    -Tamara, estoy ciego ¿No me has escuchado? —aclaró el anciano hombre, con la característica tristeza.

    -Uh… está bien… —dijo, mientras se daba vuelta.

    Era muy extraño, Romulus conocía a la chica, pero esta parecía no saber que él estaba ciego. Obviamente debía preguntar.

    -Don Romulus, ¿Le molesta que le diga así?...

    -En absoluto —me interrumpió el amable ciego.

    -…—me aclaré la garganta— Entonces, ¿Podría decirme por qué la muchacha le pregunto si no pediría nada? ¿No se conocen ustedes?

    -Es una larga historia, no creo que el joven tenga tiempo para ella —suspiró Romulus.

    -Son las 12:15 p.m., hay tiempo —inquirí, yo quería saber la respuesta; si se hacía la hora de ir al avión, Ana me buscaría, además, no me trate como si fuera mi mayordomo. Dígame Néstor.

    -Está bien, Néstor, es algo complicado. Verás, aunque soy ciego, puedo ver —explicó mientras se acomodaba en su asiento.

    -¿Eh? ¿Cómo es que si está ciego, puede ver? Eso es muy contradictorio, demasiado diría yo.

    -Una pregunta interesante. Aunque se supone que yo no debería hablarte de esto, iré desde el principio. Verás, yo era un científico de Gen Corp…

    -¡¿Gen Corp?! ¿La compañía que se encarga de monitorear a los pokemón? —pregunté exaltado.

    -Exactamente muchacho. Para ser más precisos en la sección de Desarrollo Evolutivo. Estuve tan ocupado con el trabajo en la compañía, que padecía de cáncer en el lóbulo occipital y no me fijé. Atribuía el increíble dolor de cabeza a las enormes cantidades de estrés. Para cuando fui al médico, ya mi cáncer estaba en etapa terminal —relató tristemente.

    -Entonces, debido a que el lóbulo occipital se encarga de la visión, usted quedó ciego —expuse también afligido por la historia.

    -Así es, eres muy listo en relación con otras personas de tu edad que he conocido. Al principio, el cáncer no afectaba mi vista, me hacía las quimioterapias, pero no dejaba de trabajar, pues, amaba mi trabajo. En Gen Corp trabajábamos con una pequeña modificación genética para contribuir a la evolución de los pokemón…

    -¡¿Eh!? ¿¡Modificación Genética!? —grité asombrado, no cabía en mi por la impresión.

    -Aquí está tu té, y por favor, no grites así. Alteras a los pokemón —dijo la mesera tranquilamente, (que había llegado sin que nos diéramos cuenta) mientras ponía mi té negro en la mesa.

    -Gracias. También disculpa, no era mi intención —dije mientras la chica volvía a la barra—, Romulus, por favor continúa.

    -Bien, dicha modificación se trataba de añadir un gen más al ADN de los pokemón. Con sólo añadir esa pieza se producen varias alteraciones fisiológicas en el organismo —expuso Romulus con su clásica serenidad.

    -Pero si estaban haciendo modificaciones genéticas, necesitaban conejillos de indias. Y en ese caso, los únicos conejillos posibles eran pokemón ¿Acaso no resultaban dañados si el experimento fallaba? —pregunté indignado, pues, ya he dicho varias veces: “nadie merece morir”.

    -Una pregunta interesante, parece que no se te escapa nada ¿No? Los conejillos de indias eran cuerpos pokemón hechos en el laboratorio, sin ningún tipo de vida cerebral…

    -Aún si no tenían vida cerebral, eso está mal —aseguré con desaprobación.

    -Lo sé, muchacho, ahora lo sé. Nosotros los seres humanos a veces nos obsesionamos tanto con algo, que no nos importa lo que hace falta para conseguirlo. Pero, dejemos de lado eso, aún debo responder tu pregunta: La modificación tiene diversos efectos, hace que las células se reproduzcan más rápido, restaurando el tejido dañado a una velocidad impresionante y aumentando la fuerza del sistema inmunológico. Con él, podríamos alargar la vida de los pokemón lo suficiente como para que la población pokemón del mundo creciese a una velocidad razonable sin necesidad de estar fabricándolos —explicó el anciano.

    -Entonces, curaste tu cáncer modificando tu ADN con el gen experimental —afirmé con seguridad.

    -Estás en lo correcto, cuando finalmente estaba quedándome ciego, me desesperé y sinteticé el gen en una inyección que, en cuestión de días hizo efecto y al cabo de una semana, me curó. Pero, hubo diversos problemas. El primero es que ya no pude recuperar la visión. El segundo, esta modificación, aún era experimental y causa efectos secundarios, algunos beneficiosos, otros nocivos. Uno de los efectos positivos es el que permite mi visión, puedo ver y rastrear las auras, al igual que un Lucario. Pero el precio a pagar por todo esto, para mí, es envejecimiento prematuro, y si resulto herido, mi cuerpo se paralizará hasta estar curado por completo. La gente de ésta cafetería conoce mi secreto, por esa razón Tamara preguntó que si no ordenaría nada—concluyó el hombre.

    -Un humano con capacidades pokemón, eso explica cómo pudo verme en aquel asiento, aunque yo intenté parecer ausente. Usted mantiene lo de su ADN en secreto, porque pueden encerrarlo el resto de su vida en un laboratorio para experimentar con usted, pero ¿Cómo está tan seguro de que yo no le contaré a nadie? —pregunté, como si no hubiese oído acerca de su desesperación o sus deseos de omitir un dato interesante.

    -Mi querido muchacho, puedo ver tu aura, sé que no permitirías que nadie salga herido, y menos si tu estas involucrado. Eres alguien en quien se puede confiar, una persona de buenos sentimientos —dijo Romulus casi como si le hablase a un hijo.

    Había dado en el blanco, yo “una persona de buenos sentimientos” que deseaba eliminar a su familia. De nuevo empezaban a asolarme esos sentimientos que olvidé mientras Romulus respondía a mi pregunta. Otra vez podía ver a mi gente sufriendo, todos siendo descuartizados vivos, mis manos llenas con su sangre. No lo podía soportar, me sentía como si tuviese un puñal clavado en mi costado. Aquel panorama me resultaba lo más monstruoso visto en toda mi vida. Bajo toda la conmoción, puede oír la voz de Romulus, y aferrándome a ella, salí de mis pensamientos.

    -…como si te conociera desde hace mucho tiempo, elegí hablar contigo porque, no solo puedo ver que eres de fiar, también veo que te asola una gran tristeza y remordimiento. Sé que necesitas un consejo, y quiero ayudarte.

    -Si tan solo pudiera hacerlo —susurré tristemente.

    -Sé que no puedo, tú eres el único que puede ayudarte. Pero te daré un consejo: siempre confía en la bondad de tu corazón, no te dejes enfermar por cosas que no sabes a ciencia cierta si son reales. No cometas errores como el mío, que bajo mi desesperación por curarme del cáncer, fui un egoísta y ahora sufro de un dolor mucho peor; el dolor del abandono…—Romulus se levantó de su asiento, dejó unos billetes para la cuenta y salió por la puerta del local con una expresión, que, siendo sinceros, daba lástima.

    En ése momento, las palabras de Romulus no llegaron a nada. Mi mente de nuevo vagaba por los caminos de mi maldad. Ahora yo usaba un cuchillo para extraer todos sus órganos internos. El pobre chico gritaba de agonía, sus gritos eran dolor para mí. La peor parte, era que no podía controlar mis pensamientos. Me estaba volviendo loco, en definitiva. Cuando las lágrimas casi comenzaban a fluir, la voz de Romulus retumbó en mi mente “siempre confía en la bondad de tu corazón…” la oración hizo eco, retumbando en cada rincón de mi mente. Romulus aún estando ausente, parecía haber adquirido la costumbre de romper mis trances emocionales.

    Miré la hora, “1:40 p.m.” ya estaba siendo hora de salir, los preparativos para el vuelo habían comenzado hace 15 minutos y Ana debía estar buscándome como loca. Bebí la taza de té como si mi vida dependiera de ella. Luego de evitar maldecir en voz alta por mi estupidez al no pedir azúcar para un té tan amargo. Salí corriendo a toda prisa hacia la sala de espera, evadiendo a personas y maletas mientras una irritante voz decía: “Pasajeros del Vuelo 3 con destino a Nueva York favor dirigirse al área de carga”.

    Luego de que la voz repitió lo mismo unas cuatro o cinco veces, la reconocí, era la voz de Ana. Corrí aún más rápido al área de carga, aunque no llevaba absolutamente ningún equipaje (dejé la mochila en el helicóptero y hasta ahora me daba cuenta), posiblemente Ana quería reunirse conmigo. Cuando llegué al área de carga, había mucha multitud que colocaba sus maletas en la cinta transportadora para ser examinadas y enviadas al avión. En una multitud a la derecha de la sala, estaba ella, su cabello ahoracon su gabardina de la F.L.P. al estilo Mismagius, la cual era un tanto ceñida a la cintura para dejar apreciar la bonita figura que poseía: cintura fina, piernas bien formadas, buenas caderas, entre otros, componían su existencia. Me miraba con una cara de impaciencia exagerada mientras sostenía dos grandes maletas con ruedas, aparentemente llenas de equipaje.

    -¿Te vas a quedar ahí parado hasta que el vuelo salga? ¿O vas a pasar tu maleta? Ni pienses que lo haré por ti, la mía ya pesa bastante —manifestó irritada, mientras me ofrecía la maleta a su derecha.

    -¿Eh?... Sí, la maleta —“yo no tengo maletas” pensé—, ¿De dónde las has sacado?—le susurré al oído mientras tomaba la maleta que me estaba ofreciendo.

    -Luego te cuento de eso, por ahora, si tienes algún objeto de metal, te recomiendo que lo lleves por debajo de la gabardina antes de pasar por el detector—dijo apresurada, mientras apartaba a una mujer de cabello claro y un niño a un lado para colocar su maleta en la cinta transportadora.

    Tomé mi maleta e hice lo propio. Acto seguido, caminamos hacia la pista para abordar el avión. Por supuesto, no sin antes pasar por el detector de metales.

    -Recuerda, si tienes algún metal, sal de la fila y colócalo dentro de tu gabardina. —repuso Ana, en voz baja—. Está hecha para ocultar los metales, aislando radiaciones electromagnéticas provenientes del exterior —me explicó, mientras hacíamos fila para pasar al detector.

    No necesitaba hacer nada, conservaba la navaja en el bolsillo de mi pantalón, bajo la gabardina. Las cartas (que presumí, tenían metal) también bajo la gabardina. Mi billetera y teléfono celular, en sus respectivos bolsillos en el pantalón. No habría problemas.

    Como había predicho, no hubo problemas. La curiosidad me carcomía, tenía una duda, que seguramente, ustedes también. En cuanto hice el gesto para preguntar, pude notar como su expresión se volvía nerviosa.

    -Ana, ¿Qué hay en la maleta que me diste? —inquirí.


    -Ropa—suspiró, al parecer esperaba otro tipo de pregunta, el tipo de preguntas que mi mente se encontraba preparando para el viaje.

    -¿Ropa para qué?

    -Obviamente para vestirte. No habrás pensado que vas a pasearte por todos lados con esa ropa apestosa—rió.

    -¿En serio apesta?

    -Lo hará si no te cambias —dijo mientras tomábamos asiento en primera clase.

    Creo que es obvio, pero debo decirlo ¡Viajar en primera clase es genial! Antes del despegue, ya había probado, desde el televisor colocado frente al asiento, hasta el mini refrigerador bajo el mismo; con refrescos, champaña y agua mineral. Ana se sentó junto a mí, por lo que era muy probable que no hubiera problemas con mi conversación.

    “Señores pasajeros, favor apagar sus teléfonos celulares y colocarse las mascarillas de oxigeno, el avión está a punto de despegar” —dijo una voz fina, proveniente de los altavoces del vehículo.

    Hice lo que la azafata pedía, apagué mi teléfono y me coloqué la mascarilla. Pocos segundos luego de haber iniciado la secuencia de despegue, sentí una extraña sensación de adormecimiento en todo el cuerpo.

    “¡Estoy siendo sedado!” —pensé.

    Desgraciadamente, no se podía hacer nada. No podía quitarme la mascarilla, no porque la secuencia de despegue no hubiese terminado, sino porque ninguno de mis músculos respondía. Lo único que me permitía seguir despierto (aunque mis ojos estaban cerrados), era que mi cerebro aún se resistía al sedante. Poco a poco fui sucumbiendo, ya no había otra salida. Si bien no sabía qué pasaría si me dormía, ocurriría en cualquier momento. Lo mejor que podía hacer, era dejarme dormir. Y así lo hice.​
    Continuará…​
     
  8.  
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    Pokemon: El Gen X
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    3880
    Capítulo V: L.L.
    5 de Noviembre de 2011, Ciudad de Nueva York. E.E.U.U.

    Para mi sorpresa, no tuve ningún flashback de mi pasado durante mi sueño.

    Mi mente empezó a despertar. Actualmente, ni yo mismo sé como sabía que estaba despierto, así que puedo decir que lo intuí.

    “¿Dónde estoy?” —fue la primera pregunta en vagar por mi mente—.

    Al poco tiempo, dicha pregunta comenzó a tener prioridad mínima para mí. No sentía mis músculos. Y, como es obvio, no podía moverme. Me era imposible abrir los ojos, oír algo, percibir un aroma, sentir la ropa sobre mi cuerpo o lo que estaba debajo de mí.

    Hacía mucho tiempo que en mi vida diaria sólo realizaba 3 actividades: estudiar, ir a clases (esto incluye las practicas deportivas y extracurriculares) y trabajar. Dichas actividades, junto con cualquier imprevisto ocupaban mi tiempo, de tal manera que lo más cercano que tenia a relajarme, era observar la luna sentado en la ventana de mi cuarto, mientras deliberaba acerca de lo que debía o no hacerse al día siguiente.

    Aquella situación me producía una desesperación inconmensurable. Me volvía loco el hecho de estar tan quieto y no poder saber lo que pasaba a mí alrededor. Me sentía como un claustrofóbico mentido en una caja de 10 cm cúbicos. Sentía que nada en este mundo podría infundirme calma mientras estuviese en éste estado, cuanto más tiempo pasaba, peor me sentía.

    Poco a poco, y bajo la desesperación, mi mente se iba llenando cada vez de peores posibilidades:
    “¿Cuánto tiempo llevo dormido? ¿Por qué no puedo percibir nada? ¿Me encuentro en estado vegetal? ¿Estoy…?”

    Me fue imposible terminar de de formular la última pregunta, aunque fuese en mi mente. La amable voz de un niño fue la que me interrumpió.

    “Te equivocas, aún estás sedado, pero creo que pronto despertarás” —dijo la alegre y familiar voz—.

    Era una voz muy familiar, y aunque me era imposible saber de quien era o de dónde provenía; contagiaba una inmensa calma. Era como hablar por teléfono con un antiguo amigo.

    “¿Pero cómo…?”—una vez más, ni siquiera pude concluir la pregunta mentalmente—.

    “No, no es un sueño producido por el sedante. Es telepodría, o algo así” —expresó la alegre voz de mi interlocutor—.

    “Querrás decir telepatía, pero: ¿Cómo sé que esto no es un simple sueño producido por un estado vegetal?” —le pregunté dudoso—.

    “Comprobarás que no estás en estado vegetal cuando despiertes” —rió—, “y que no es un sueño, porque cuando despiertes estarás en una habitación con paredes metálicas, hay un cofre bajo tu cama, es todo tuyo, ya sabes cómo abrirlo; pero no lo hagas hasta que descubras como sortear las cam…”

    El resto de sus palabras fueron ininteligibles para mí y, tal vez, él se dio cuenta de ello, porque inmediatamente, su voz calló.

    Surgían cada vez más preguntas ¿De quién era esa voz? ¿Cómo podía usar telepatía? ¿Qué había en el cofre? ¿Qué debía sortear? Ésta última era la única para la que tenía respuesta: Cámaras. Tenía que sortear cámaras en mi habitación, pero, ¿Por qué había cámaras de video en una habitación? o mejor dicho, en MI habitación.

    Pero la cantidad de preguntas se volvió inversamente proporcional a mi tiempo de tranquilidad para pensarlas sin preocuparme de otra cosa. Pues todos mis sentidos despertaron de golpe. Una cama y almohada muy confortables daban reposo a mi anteriormente dormido cuerpo, alguien me había retirado los zapatos, los guantes y la gabardina.

    Me senté en la cama para poder mirar mi entorno. Me encontraba en una habitación con un aire solitario, como si no se la hubiese tocado en meses. Paredes hechas de metal, al igual que el suelo y el techo. Un estante atiborrado de libros, un sofá, el cual era obviamente utilizado para leer, pues estaba justo al lado del estante, tenía sobre él un libro estaban a unos 3 metros de la cama. Junto a mi cama, una mesa de noche con mis guantes, los extraños naipes, y un reloj digital sobre ella, el cual marcaba 10:00 a.m. del 05-11-2011. En cuanto a mi gabardina y zapatos, se encontraban en un perchero y una repisa respectivamente. La maleta donde estaban mis ropas, estaba entreabierta en un rincón.

    Mi siguiente acción en la desértica habitación fue revisarme. Mis ropas habían sido cambiadas, alguien me había dado un baño y además de todo, la herida de mi brazo estaba totalmente curada (la única evidencia de que alguna vez existió era una cicatriz bien marcada sobre mi piel). Si bien eso era raro, no me preocupaba, lo más alarmante para mí, eran el par de diminutos globos negros que podía observar en las esquinas superiores del lugar. De seguro eran esas las cámaras que debía sortear. Entonces, lo que me había dicho la voz era cierto, y por ende alguien se había comunicado conmigo por telepatía. Entonces, también debía ser verdad lo del cofre.

    En mis pensamientos ya no divagaban las cientos de ideas negativas de antes, al parecer, mis prioridades actuales habían desplazado esos pensamientos lejos de mi mente. Era hora de un plan, pero era claro que dentro de mi habitación sería imposible pensar con claridad, porque podría hacer un movimiento en falso y quien sabe que ocurriría.

    Decidí que debía salir a caminar, de preferencia a un patio con muchas personas donde fuese difícil vigilarme con una cámara. Así que me coloqué el uniforme, puse las cartas en mi cinturón y salí de la habitación.

    Lo que pude ver al salir, no fue muy sorprendente, de hecho, era lo que yo esperaba: un pasillo vacío. Dichas paredes metálicas con una especie de cinta blanca a cada lado que proporcionaba iluminación. Lo único que destacaba eran las puertas metálicas de las habitaciones, con un tablero digital a su derecha y un número. Sentí curiosidad por saber cual era el número de mi habitación.

    Me llevé una gran sorpresa al leer “1908” en la pantalla digital que marcaba el número de mi habitación. ¿Cuántas personas había en la tan famosa F.L.P.? Pasé unos segundos parado frente a mi puerta. Reflexionando acerca de la pregunta que acababa de cruzar mi mente, antes de notar el detalle fijado sobre mi puerta: En una placa plateada 5 brillantes letras, hechas de lo que parecían ser diamantes negros y rubíes, formaban la palabra Élite.

    Estaba totalmente atónito, la puerta de mi habitación hacía quedar claro que yo pertenecía a la élite. Mirase donde mirase no podía divisar una puerta similar. Así que decidí dirigirme al principio (o el final) del pasillo, siguiendo los números en las puertas, que para mi suerte, estaban en perfecto orden. Mientras caminaba por el infinito pasillo, pude darme cuenta de un detalle más, cada cierta distancia, había una cámara de seguridad, cuya lente sobresalía unos pocos centímetros del techo.

    Lo más extraño era que no habían bifurcaciones en todo el camino, sólo un largo pasillo, con un que otra esquina, todas idénticas. La caminata al doblar una monótona esquina que daba a una escalera. Apenas elevé la vista, pude observar a alguien que parecía esperar en allí, una chica que llevaba una gabardina de la élite que me hizo reconocerle inmediatamente.

    –Te estaba esperando bella durmiente –se burló, mientras me hacía señas para que subiera–, aún faltan dos pisos para la cafetería; debes tener hambre después de dos días de sueño.

    Ana tenía razón, todo mi agite me había hecho ignorar por completo un hambre que habría bastado para comer los intestinos de un animal. Así que le hice caso, subí la escalera y caminé con ella hasta un ascensor. El cual se encontraba al lado contrario de la escalera.

    Dicho ascensor, era de paredes negro acristalado, con barandales metálicos en las paredes y su techo y suelo lucían paredes de la misma forma pero de color blanco. Subimos hasta la cafetería, de la cual, sólo valdría la pena decir que era idéntica a una cantina escolar; una desértica cantina escolar.

    Ana me evadió una vez más; se limitó a tomar un sándwich con un refresco y luego alejarse de mí, con la excusa de que debía ir a una reunión importante y estaba tarde por mi culpa; una vez más, con excesivo nerviosismo.

    Luego de comer cuatro sándwiches y dos bebidas energéticas; me dispuse a continuar mi búsqueda. Pero, la pregunta era: ¿Cómo empezar a buscar? A falta de ideas, regresé al ascensor por el que había llegado, entre a él y sencillamente me limité a esperar que alguien lo llamase desde otro piso con la esperanza de preguntar por un lugar pacífico.

    A los pocos segundos de espera, las puertas metálicas del ascensor se cerraron y comenzó a descender. Al abrirse de nuevo, entró un muchacho, tendría unos 18 años como mucho, era un poco más bajo que yo; por lo demás era el típico joven estadounidense. De tez era pálida, y ojos azules; llevaba su liso cabello dorado peinado hacia atrás con, debo admitir, bastante gel. Su uniforme era completamente distinto al mío, él vestía un atuendo al estilo militar, de color negro con el nombre Michael Brush y las siglas F.L.P. en platino sobre el lado izquierdo de su pecho. Cubría sus manos y pies con unos mitones blancos y botas del mismo color.

    Apenas reparó en mi presencia, intentó salir del ascensor, su esfuerzo fue inútil, pues la puerta ya estaba cerrada. Intentó disimular el miedo, pero las paredes acristaladas del ascensor me mostraban su expresión aterrada. Elevó su temblorosa mano y comenzó a oprimir apresuradamente el botón para abrir la puerta. Su deseo se cumplió, las puertas del ascensor se abrieron, dando a un pasillo lleno de personas vestidas igual que Michael.

    Inmediatamente reaccioné, el pobre deseaba con todas sus fuerzas que yo bajara en ese piso. Resolví cumplir su deseo. Bajé del ascensor y comencé a mirar a mí alrededor en busca de una salida para cumplir mis ansias de aire fresco. No tuve tiempo de detallar mi entorno. Porque lo primero que pude observar fueron decenas de expresiones iguales a la de Michael posando sus aterradas miradas en mí, mientras se desataban incontables cadenas de susurros (en ingles, por supuesto).

    “¿Será ese Joker? ¿Qué no había desaparecido? ¿Escuché que ha capturado a todos los Pokemón legendarios?” –fue lo que alcancé a oír de entre los incontables cuchicheos.

    Emprendí un paso apresurado hacia la primera puerta que vi cerca, no soportaba llamar tanto la atención. Abría la puerta y de inmediato entré, sin importarme nada más. A los pocos segundos se encendieron las luces, estaba en otro ascensor, pero éste era diferente un. Había cuatro monitores, cada uno llevaba un número sobre sí, en las paredes, en vez de barandas, había anaqueles con pokebolas.

    En los monitores se mostraban distintos espacios; los cuales, de inmediato reconocí como escenarios de combate. En cada uno de las atmosferas se estaba llevando a cabo una batalla distinta.

    “Coloque su identificación frente a la lente” –indicó una voz mecánica, proveniente de las paredes del ascensor.

    Desde la única pared en la que no había pokeballs se asomó una pequeña esfera negra, que pude reconocer como “la lente”. Saqué del bolsillo de mis vaqueros, la identificación que Ana me había dado días atrás y la sostuve frente a la esfera negra. A los pocos segundos la lente retrocedió con un click y la voz de la computadora se escuchó otra vez.

    “Bienvenido: Néstor Zabala, alias, Joker. ¿A que sala de batalla desea acceder?”

    –A la sala 4 por favor –balbucee un poco inseguro, mientras elevaba la vista hasta el monitor numero 4.

    En aquel monitor se reflejaba una batalla bastante dispareja, luchaba un miembro de la Élite contra una chica que vestía un uniforme muy parecido al que usaba Michael. La pantalla también mostraba el número de pokemón por equipos, el nombre de los entrenadores y los combatientes disponibles. Era un combate 3 vs 3, la persona de la Élite, de apodo L.L., estaba utilizando un Charizard que se mantenía en el aire; mientras que la chica llamada Liliana usaba un Starmie el cual intentaba combatirle desde el suelo.

    Ir a ver ese combate, tal vez no resultaría interesante; pero conocer el lugar no me caería mal, además había algo que me llamaba mucho la atención en el apodo de esa persona; luego habría tiempo de sobra para encontrar un sitio en que pensar.

    –Disculpe ¿Podría repetir el número del escenario al que desea ir? –se excusó la voz de la computadora.

    –Al escenario 4, por favor. –repetí, esta vez con total seguridad.

    Mientras el ascensor iniciaba su movimiento, comencé a pensar el lo que me había ocurrido luego del encuentro con Ana ¿Por qué todos me tenían tanto miedo? ¿Acaso le temían así a todos los miembros de la élite? Si no me resultaba muy agradable la sensación de que todos me vieran, mucho menos que me temieran. ¿Qué era eso de capturar a todos los pokemón legendarios? ¿Cómo demonios iba a poder una persona normal (aunque fuera el mejor ladrón pokemón de la Élite) capturar a las 48 especies pokemón más poderosas del mundo?

    Ya era bastante increíble que mi antiguo yo quisiera acabar con su familia. Si ése rumor era cierto, fortalecerme para acabar con los míos no era mi único objetivo. Pues, si sólo quisiera hacer eso, hubiese bastado con cualquiera de esos pokemón en mis manos para convertir mi objetivo en un juego de “el gato y el ratón”.

    Después de ese breve pensamiento, la puerta metálica se abrió y la voz de la computadora se escuchó otra vez.

    –Si desea tomar algún pokemón para combatir, puede pedirlo ahora. Si sólo observará, puede salir al pasillo y subir la escalera hasta las gradas protegidas –explicó el tono metálico.

    En vista de que no explicó nada más, saqué una pokebola del estante, con lo cual se escuchó un ligero clic y la voz sonó de nuevo.

    –Espécimen 373, Salamence. Ejemplar con la modificación genética X instalada y funcional en la versión 1.0

    –¿Qué demonios? –susurré impactado.

    ¿Una modificación genética? Era algo que me sonaba familiar, pero la sorpresa no me dejaba pensar con claridad. Lo único que me quedaba claro era que debía saber más. Pero apenas intenté tomar otra pokebola, la puerta del ascensor empezó a cerrarse. Por instinto salí ipso facto de la recámara. Subí apresuradamente las escaleras para encontrarme en un lugar semejante a un coliseo. Enormes filas de gradas vacías describían círculos alrededor de la arena, la cual tenía 4 pantallas flotando en su parte central que mostraban el estado del combate. Los asientos se encontraban protegidos por una especie de cristal transparente que rodaba todo el coliseo, con excepción de la parte central, la cual dejaba ver un despejado cielo azul en el que el sol latía fervientemente.

    Pronto pude observar una gran explosión en la arena, tras la cual, resonó la voz de la computadora.

    –Swellow ya no puede pelear. El ganador de esta ronda es Charizard. 3-1 –expuso la voz virtual, mientras que en la pantalla se volvía negro el ícono del Swellow de la muchacha.

    Reparé entonces en los combatientes. L.L. era aproximadamente de la misma estatura y edad que yo, de tez blanquecina, ojos oscuros, cabello castaño, corto, pero liso y despeinado, su rostro era de facciones finas, pero endurecidas que le daban la apariencia de un cazador. Llevaba la típica gabardina con capucha de la élite, con un distintivo particular: era roja con llamas salvajes en sus mangas y la parte inferior. Usaba la capucha de su gabardina a la mitad de su cabeza, blandía una macabra y complacida sonrisa, combinada con una mirada totalmente sombría.

    Liliana era más baja que su contrincante, saltaba también a la vista que era mayor que yo, más o menos unos 4 años. Era morena, su lacio cabello negro le llegaba a la cintura, sus ojos eran azules y las facciones de su cara, aunque pulcras y finas, estaban totalmente lánguidas. Vestía una variante femenina del uniforme militar de la F.L.P. su pantalón y camisa eran ajustados al cuerpo, dejando ver una figura de curvas bien definidas.

    –¡Por favor! ¡Ya no más! –decía la chica entre sollozos mientras devolvía a Swellow a su pokebola.

    –¡¿De que hablas!? ¡Esto apenas comienza, saca a ese Celebi tuyo y déjame verlo para que Charizard lo aplaste! –Reía maléficamente L.L.

    No soportaba esa escena. Así que resolví de inmediato ir en ayuda de la chica. Pues aunque tenía una experiencia de combate muy vaga, no me iba a permitir ver a la pobre muchacha sufriendo mientras yo podía intentar algo. Corrí a toda prisa de regreso por la escalera, y allí, junto al ascensor pude observar el corredor que llevaba hacia la arena. Sin detenerme a tomar aire en ningún momento, me moví lo más rápido que daban mis piernas, empujé la puerta e irrumpí en el lugar.

    –¡DETENTE! –chillé con todo el valor y la potencia vocal que logré reunir.

    Inmediatamente ambos posaron su vista en mí. La sonrisa de L.L. se desdibujó por completo, tanto él como la chica parecían atónitos. Aprovechando esto corrí hacia donde estaba la chica.

    –¿Estas bien? –inquirí jadeando.

    –¿Joker? Pero… tu… –balbuceó, con expresión aún más atónita.

    El agresor de la joven permanecía atónito intentando creer lo que sus ojos estaban viendo.

    –Escucha Liliana, yo vine para ayudarte seguiré el combate por ti, si tu me dejas, claro está –le susurré, reuniendo toda mi confianza, para que la chica accediera a mi petición.

    La muchacha, aún conmocionada asintió y elevando una fría, temblorosa y sudada mano, me pasó su pokebola.

    –Muy bien L.L. Yo continuare éste combate –le anuncié excitado, por mi primer combate (o al menos el primero que recordaba), mientras sostenía a la temblorosa chica.

    –¡Ja! ¡¿Crees que volverás a derrotarme como antes?! –chilló enfurecido, mientras su macabra sonrisa volvía a aparecer y me fulminaba con una mirada desorbitada.

    Su actitud me parecía irracional, estaba totalmente furioso. Casi podía palpar su odio hacia mí. Y la peor parte de todo, yo ni siquiera podía recordarlo.

    –¿Te conozco? –inquirí con desconcierto, mientras reprimía un furioso deseo le lanzar la pokebola y ordenarle un ataque a la legendaria hada pokemón.

    –¡No te hagas el bobo Joker! ¡Por muchos años intenté tener el puesto del número 1, y ahora que finalmente lo tengo NO TE PERMITIRÉ QUE ME LO QUITES! –exclamó a voz en cuello.

    Parecía un maníaco, aún no me cabía en la cabeza que una persona pudiera estar tan furiosa por un simple puesto de ranking. Lo que si estaba claro, era que seguirle hablando no me iba a servir de nada; y que mis ansias por combatir crecían con cada segundo.

    –No lograré nada contigo hablando, así que resolvámoslo de una vez. Celebi te suplico que me obedezcas, tu entrenadora se encuentra mal y yo deseo ayudarle –susurré mientras oprimía el botón de la pokebola para dejar salir al hada pokemón.

    Luego de oprimir el botón, la esfera se abrió y un haz de luz salió disparado hacia adelante. La luz se condensó en un solo sitio y tomó forma para dejar ver a un pequeño pokemón rosa, con antenas de color azul, pequeñas alas y un aspecto bastante agraciado.

    El hada del bosque volteó hacia mí, y echando una pequeña mirada a su entrenadora (cuyos pies no le permitían mantenerse parada sin ayuda), soltó un gruñido de ira y asintió. Obviamente estaba disgustada por el estado de su compañera.

    –Tomaré eso como un sí, Liliana ¿Qué ataques sabe Celebi? –pregunté a la debilitada chica.

    –E-esta bien entrenada… Puede usar cualquiera de los de su lista…–balbuceó en forma apenas audible.

    –¡Hablas tarde niñita! ¡Charizard, Llamarada! –rugió mi despiadado adversario.

    Al escuchar la orden de ataque, mi corazón dio un vuelco y cerré los ojos cuan niño asustadizo. Iba a morir justo en ese instante por culpa de mi instinto defensivo. Mi vida se iba frente a mis ojos; finalmente estaba a punto de morir y no había conseguido saber nada más de mi pasado.

    Sostuve fuertemente a la chica y estaba a punto de llorar cuando escuché un ruido sordo y una carcajada que me hicieron abrir los ojos. Frente a nosotros se encontraba Celebi y de sus manos emanaba una especie de barrera verdosa que nos rodeaba a los 3, y que, de seguro había podido frenar el implacable ataque de Charizard.

    –¡Increíble, esa pequeña cosita frenó una Llamarada de mi Charizard como si nada, creí que esto sería aburrido! –exclamó L.L. entre carcajadas.

    –Muchas gracias Celebi, creí que moriríamos incinerados–dije al pokemón, mientras escaneaba mi mente para contraatacar–¡Celebi, usa Onda Trueno!–ordené con firmeza.

    –¡Ahora sí que no podrás defenderte, Charizard, Llamarada! –aulló con gozo.

    Las antenas de Celebi se iluminaron y una onda de electricidad salió disparada de ellas, golpeando el pecho del imponente dragón; el cual sucumbió ante los espasmos musculares producidos por la descarga y cayó del aire, estrellándose contra el suelo.

    –Bien hecho Celebi, ahora que está quieto aprovecha: ¡Doble Equipo!–imperé.

    –¡MALDITO! ¡Le has paralizado! –rugió L.L. con furia– muévete compañero ¡Usa Envite Ígneo!

    Charizard hizo un inútil intento de levantarse del suelo, mientras se podían observar los poderosos espasmos musculares en su cuerpo. Aprovechando la parálisis de Charizard, mi pokemón prestado esbozó una flamante sonrisa y empezaron a aparecer numerosas copias suyas volando por todo el lugar. Hecho esto, pude observar como mi oponente se mordía el labio hasta hacerlo sangrar, intentando contener su ira. Al tiempo que sentía que la debilidad de Liliana aumentaba en forma crítica.

    –Lo estás haciendo bien Celebi, pero necesitamos que los siguientes dos movimientos sean los últimos de ésta ronda. ¡Usa maquinación! –le ordené, entre paciente y alarmado, intentando recordar si Celebi podía aprender ese movimiento en alguno de los videojuegos de pokemón que tanto había jugado y sosteniendo a Liliana con toda la fuerza que mi brazo me permitía para mantenerla en pies.

    –¡Puu! –dijo Celebi adoptando una expresión seria luego de ver a su amiga en semejante aprieto.

    En efecto, podía realizar el movimiento. La hadita pokemón cerró sus ojos y, tras unos segundos de tenerlos cerrados; los volvió a abrir con un semblante totalmente distinto al que le había visto hace unos segundos.

    –¡Vamos compadre! ¡Una de tus flamas bastará! –insistió L.L. a su Charizard.

    Respondiendo a la amabilidad de su entrenador, Charizard se levantó temblado y abrió sus grandes fauces para preparar el ataque. Su esfuerzo fue inútil, porque, sin siquiera detenerse a esperar otra orden, los múltiples cuerpos de Celebi en todo el campo empezaron a destellar con una luz amarillenta, a la cual el suelo respondió en la misma forma. Un pilar de tierra salió del piso, golpeando al imposibilitado Charizard. El pobre dragón se estrelló con una de las paredes de protección, para luego caer a suelo. Aún sufriendo espasmos, con abundantes fracturas y hemorragias internas concibiendo imposible la idea volver a levantarse.

    –Charizard ya no puede pelear, el ganador de esta ronda es Celebi. 2-1 aún a favor de L.L. –anunció la voz de la computadora.

    –Maldito seas Joker, pudiste con Charizard, pero éste si te acabará –gruñó L.L., mientras regresaba a Charizard a su pokebola y sacaba otra de su cinturón.

    CONTINUARÁ…​
     
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