Marionetas

Marionetas. ​

Primera parte: Digámonos adiós ~ Confusión.


Mi padre, mi madre, él, ella. Todos suponían que debía hacer; pero nunca me dejaron escoger mi propio destino.


Aquel jueves empezó lluvioso y con grandes ventiscas que levantaban del suelo todo lo frágil.
Los grandes vientos me revolvían el cabello de un lado para otro, golpeando mi rostro una y otra y otra vez. Las hojas naranjas que volaban a mí alrededor me hacían recordar que el otoño había nacido de nuevo y que después de este, el frío invierno también aparecería.

No era sano que estuviera afuera con ese clima, pero, ¿qué podía hacer? Eso a mí, simplemente me encantaba.

Estaba sentada en la rama firme de un viejo árbol en mi jardín trasero; miraba el cielo por un largo rato, luego miraba mi cuadernillo y en él escribía miles de apuntes; después me quitaba el cabello de la cara y miraba la parte trasera de la casa, y así seguía un ciclo interminable: Miraba el cielo, escribía, quitaba mi cabello y miraba hacía la casa. Al final me canse de hacerlo y simplemente me quede mirando fijamente las nubes grises; de vez en cuando cerraba los ojos para descansar, pero luego seguía mirando esas grandes motas blancas. No sé en cuántas cosas pensé mientras lo hacía, sólo sé, que ello me distrajo mucho.

¿Cómo se hace para no pensar? ​

Sólo hay un momento de la vida en el que dejas de pensar,​

Y ese es cuando mueres.​

No soy muy amante a la primavera ni tampoco al verano; pero esta vez quería que con ansias que la primavera llegara con prisa. Quería sentir los cálido rayos del sol en la mañana, cuando indiscretos se metían sin permiso por el ventanal desnudo de mi recamara y con mucha dulzura rosaban mi rostro haciendo que me despertara.

Quería ver de nuevo florecer las rosas, las flores y aquellos lirios que nacían radiantes en el jardín que tanto tiempo le invertía mi madre.

Quería también sentarme en el verde césped que cubría el patio y allí poder ver el cielo.
Definitivamente quería muchas cosas, por primera vez quería ver todo ello y así, poder apreciarlo de nuevo.

—¡El calor es terrible! — Recuerdo perfectamente que lo dije en uno de los tantos veranos que he tenido.

Sentía que en aquella rama el viento me susurraba palabras dulces y melancólicas, podía sentir como las hojas sollozaban al dejarse caer hacia la nada. Fui cerrando mis ojos al sentir la canción de cuna que me ofrecían los pájaros que volaban desesperadamente hacía un lugar más cálido, y bajo el arrullo de aquél árbol me quede dormida en el regazo de aquella rama vieja y cansada.

—¡Susan, ven a comer! — Escuché entre sueños que mi madre me gritaba; lentamente abrí mis ojos, ya era de noche y hacía mucho más viento que en la tarde. Tire mi cuaderno al piso y luego salte con más libertad, después de coger la libreta salí corriendo hacía la casa que se encontraba un poco lejos de mí.

Entre por la puerta de madera trasera y me encontré con la cocina: Grande y llena de cosas. Aparte del jardín este era el lugar donde más tiempo pasaba mi madre.

—Siéntate Susan, ya te llevo la cena— Me dijo mi madresonriendo como siempre.

Luego de esperar un rato viendo la nada, mi madre llego con dos platos y así, ella también se sentó.

—Tenemos que hablar… ¿Podrías dejar de comer un momento?— Preguntó y luego me miro con unos ojos realmente tristes. En ese momento supe que algo malo pasó o pasaría.

¿Qué es este sentimiento qué recorre mi alma?​

¿Por qué todo lo siento tan frío?​

Estoy lejos, lejos de mí.​

¿Cómo encontrarme?​

Alguien por favor ayúdeme.​

El silencio lo invadió todo, sentí miedo, ¿qué pasaba? Mi madre vaciló unos minutos; debatiendo consigo misma de cómo empezar hablar.

—Me voy… Te vas… — Dijo en un murmullo poco perceptible, pero yo lo sentí como si rompiera mis oídos. — Nos tendremos que separar, por un tiempo. — Termino de decir. Bajo su vista, se notaba su impotencia, su desesperación.

Lo primero que pensé fue un ¿Por qué? ¿Por qué me abandonas madre? Pero luego pensé que tendría que escucharla para saber qué pasaba.

—¿Por qué, por qué nos tenemos que separar madre? — Sentí mis lagrimas traicionarme y quede con las mejillas empapadas. Nada tenía sentido, todo parecían tinieblas espesas.

—Comprende… Por favor. Si no te lo digo ahora… Será por tu bien. ¡Te ruego qué confíes! —Termino diciendo con su voz entrecortada por su llanto imparable.

¿Y ahora qué?​

¿Estoy sola?​

¡¿Por qué me dejas?!​

¡¿Por qué me abandonas?!​

Vuelve por favor…​

La mañana ya había llegado, tan rápida y silenciosa; sin permiso de nadie.
No había dormido nada, mi cabeza daba vueltas y mi corazón no dejaba de latir con fuerza, con temor.

Eran si mucho ya las cinco de la madrugada, cuando yo ya tenía listas mis maletas al igual que mi madre.

Salimos de la casa, ambas en silencio, en agonía. Subimos las maletas al coche y luego nos subimos nosotras.

¿A dónde íbamos? Mejor dicho, ¿a dónde iba ella? ¿A dónde iba yo?



Continuará...