La leyenda de Kurama, el bandido zorro.

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Earth, 24 Marzo 2012.

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    Earth

    Earth Guest

    Prólogo.
    El tranquilo sueño en el que se hallaban sumidos los habitantes de Ishmar, capital del reino de Heiwa, se vio interrumpido por el inesperado estruendo de las campanas, que señalaban el inicio de una situación de alarma. Mientras los civiles abandonaban sus lechos y se reunían en las calles para hablar de aquel excepcional evento, los altos miembros de la corte se encontraban reunidos en la sala del trono, observando al angustiado soberano, que se paseaba de un lado a otro agitando sus nueve colas con furor.
    — ¿Qué ha ocurrido exactamente? —Le preguntó uno de los nobles kitsunes que se hallaban más alejados del trono al espíritu que se encontraba a su izquierda.
    —La princesa Niji ha desaparecido—le explicó el zorro entre dientes.

    El lord se sobresaltó al escuchar aquellas palabras y volvió a prestar atención al rey Zenkyu, por el que sintió una gran compasión. Zenkyu, el único kitsune de nueve colas que existía en aquellos momentos y el máximo mandatario de Heiwa, una de las ocho regiones del mundo espiritual, era un espíritu bondadoso pero con nervios de acero que rara vez dejaba mostrar su lado tierno ante sus súbditos. Alethia, su esposa, y Niji, su única hija, eran las únicas que habían tenido el privilegio de contemplar lo que ocultaban los férreos muros que rodeaban su corazón.
    —Majestad, no puede permitir que la aflicción haga añicos vuestra voluntad—intervino Inka, el consejero real, un kitsune de ocho colas que había demostrado una gran sabiduría y un gran amor por el país en sus largos años de vida—. Los secuestradores no deben de estar muy lejos; todavía podemos atraparlos si actuamos con presteza.
    —Tienes razón—replicó el soberano con voz cansada mientras se dirigía a la puerta que se hallaba detrás de su trono—. ¿Puedes encargarte de movilizar nuestras tropas? Yo averiguaré la localización exacta de mi hija.
    —Por supuesto, majestad.

    Escuchando las órdenes que su consejero estaba comenzando a encargar a los nobles, el rey utilizó su ki para suprimir el sello de la puerta y accedió a la gran escalinata que descendía a las profundidades del castillo, débilmente iluminada por la luz de su hoshi no tama, que se había oscurecido a causa de la preocupación que atormentaba su alma en aquellos momentos. Tras eliminar un segundo sello, entró en una cámara cuyo suelo no estaba hecho de losas de piedra, sino de refrescante tierra recubierta de hierba. En el centro de la estancia, la más amplia de toda la edificación, había un roble de gruesa madera y hojas llenas de vitalidad.
    —Inari, que bendijiste a nuestra especie con tus dones, me inclino humildemente ante ti para suplicar tu favor—oró Zenkyu, arrodillándose ante el árbol y exponiendo abiertamente su hoshi no tama—. Ayúdame a encontrar a Niji, sangre de mi sangre.

    Una ligera brisa comenzó a soplar en la sala, haciendo ondear la hierba como si se tratase de la superficie del océano y llenando el aire con el susurro de las hojas en movimiento. Rodeadas por una energía mística de color verde azulado, las raíces del roble comenzaron a extenderse y a enroscarse alrededor del cuerpo del kitsune para alcanzar su joya. En cuanto entraron en contacto con ella, una gran multitud de imágenes, sonidos, olores y sentimientos invadieron la mente de Zenkyu, quien pronto se encontró conectado con toda existencia de Heiwa. Teniendo mil años de experiencia en entrar en comunión con la voluntad de la diosa, el rey enfocó su mente en la búsqueda de su hija, cuya presencia se presentó en su cabeza como un brillante y tembloroso punto ennegrecido que era arrastrado por tres puntos anaranjados a través de una gran masa de luces verdes. Inmediatamente después de haber encontrado a su hija, buscó la existencia de Inka, quien todavía se encontraba en la sala del trono dirigiendo a los demás kitsunes, y le ordenó que enviara un escuadrón al bosque del norte, a quince kilómetros de allí.



    — ¿Quieres darte prisa? —Le espetó uno de los secuestradores al encargado de llevar a la princesa sobre sus hombros—. Seguro que ya nos han localizado.
    —Es que…no se queda quieta—se explicó su compañero, que trataba de protegerse de los pequeños zarpazos de la princesa.

    El tercer secuestrador se acercó a su compañero por la espalda para que la princesa, que farfullaba palabras ilegibles por culpa de la mordaza que mantenía sus fauces cerradas, pudiera contemplar sus tres colas a modo de amenaza.
    —Más vale que te comportes con la dignidad propia de una princesa o te lo haremos pasar muy mal, ¿lo entiendes?

    Acobardada por la severidad de la voz del desconocido, que indicaba que no se trataba de una falsa amenaza, Niji dejó de forcejear contra su captor y guardó silencio mientras las lágrimas se deslizaban sobre su pelaje plateado y caían sobre el mullido terreno del bosque.
    —Eso está mejor—comentó el kitsune con satisfacción—. Démonos prisa y salgamos del país lo más rápidamente posible.
    —No lograréis vuestro objetivo—de las sombras de la noche surgió una voz que parecía transitar entre la de un niño y un adulto, medianamente grave pero aguda en algunos momentos.

    Los tres secuestradores se detuvieron y observaron fijamente la figura que acababa de aparecer en medio de su ruta. Esperanzada por la posibilidad de que fuese alguno de los soldados de su padre, la princesa luchó contra la fuerza de la gravedad para alzar la cabeza y contemplar a su salvador, quedando decepcionada al descubrir que el recién llegado era un kitsune de pelaje negro que no sería más de dos años mayor que ella.
    —Apártate de nuestro camino o perderás algo más que ese ojo—le ordenó el líder del grupo al joven zorro, cuyo ojo derecho estaba cubierto con un parche.
    —Inténtalo si te atreves—le provocó el desconocido.

    Enfurecido por el hecho de que un kitsune de una sola cola se atreviera a desafiarle, el líder se abalanzó sobre él, pero el kitsune logró asestarle una patada y hacerle estrellarse de cabeza contra un árbol. El segundo no tuvo mucha más suerte en su intento y pronto acabó inconsciente en el suelo.
    — ¿Cómo lo has hecho? —Preguntó el tercero, asombrado por la capacidad de lucha del joven espíritu.

    Ignorando la pregunta del secuestrador, el zorro se lanzó contra él y le dio un fuerte cabezazo en el estómago a la vez que utilizaba la cola para atrapar a la princesa antes de que llegara al suelo.
    — ¿Se encuentra bien, alteza? —Le preguntó a Niji, cortando las cuerdas y la mordaza con sus garras.
    —S-Sí—respondió la heredera de Zenkyu. Contempló con asombro los cuerpos de los tres secuestradores y le preguntó—: ¿Cómo has podido derrotarlos si tú tienes menos colas que ellos?

    Su salvador se encogió de hombros y la ayudó a incorporarse.
    —Debo marcharme—declaró mientras le daba la espalda a la princesa, que se echó a temblar ante la idea de quedarse a sola en el bosque.
    —Es-Espera—le suplicó Niji sin lograr llamar su atención—. Dime al menos tu nombre.

    El desconocido se detuvo y volvió la cabeza para observar a la princesa con su único ojo bueno, cuyo color dorado era tan intenso que brillaba en la oscuridad.
    —Mi nombre es…Kurama—respondió antes de desvanecerse en el cobijo de la noche.
     
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    Dokuro Saber Chrome

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    Aries
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    Sí, definitivamente me atrapó tu fic, me ha encantado.

    Solo hay un error que noté porque me concentré en tu historia.

    —Es-Espera—le suplicó Niji sin lograr llamar su atención—

    Esto.... deberia ser así

    —Es-Espera—Le suplicó Niji sin lograr llamar su atención—

    No lleva mayúscula cuando es por ejemplo un verbo en infinitivo, pero cuando se señala la acción en general, si lleva mayúscula :3, besos, espero conti..
     
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    Sheccid

    Sheccid Usuario común

    Géminis
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    oh, es interesantisímo, me sorprendió que Kurama venciera a los secuestradores a pesar de tener menos colas. Me pregunto que le paso en el ojo . De lo que yo supogo, las colas son como tu altura o jerarquía en fuerza ¿entendí? Te quedo maravilloso y no encontr faltas de ortografía, además me impresiono que los personajes sean ¡peludos!¡que tierno!
     
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    minialexia

    minialexia Entusiasta

    Virgo
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    hola¡¡¡ acabó de leerme la historia, escribes muy bien, estoy alucinada, la trama me gusta mucho, aunque se parece un poco a Naruto por lo de los zorros de las colas y en el nombre de la chica, por lo demás me gusta mucho la parte que salvan a la princesa, solo una cosa, ¿son humanos? es que por una parte lo parecen pero por otra parecen zorros, en fin no se, avisame para el proximo capitulo
     
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  5.  
    Earth

    Earth Guest

    Título:
    La leyenda de Kurama, el bandido zorro.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    4862
    Capítulo 1.
    Ajetreada vida cotidiana.
    Siete años después de aquel incidente, un molesto resplandor atravesó los ojos de la princesa e interrumpió el hermoso sueño que estaba teniendo en aquellas primeras horas de la mañana. Irritada por el desagradable regreso al mundo real, Niji se tapó con las delicadas sábanas de la cama para protegerse de la luz que entraba por la ventana, cuyas cortinas habían sido descorridas por Katrina, su doncella de compañía.
    —Debe levantarse, princesa, para reunirse con sus majestades en la sala del trono—le informó la joven sirvienta—. Quieren hablar con usted con motivo de su decimoséptimo cumpleaños.
    — ¿No puedo ausentarme?
    —Me temo que no, alteza.

    Apesadumbrada y agotada, la princesa se vistió con un traje de lino blanco y dejó sola a Katrina para que se encargara de poner orden en su habitación, una de sus muchas tareas diarias. Tal y como le había dicho la doncella, sus padres la esperaban en la sala del trono, donde habían hecho aparecer una gran mesa repleta de comida.
    — ¿Has dormido bien, hija? —Le preguntó su madre, que se veía radiante incluso en las horas más tempranas de la mañana.
    —S-Sí—respondió Niji, concentrándose en reprimir un bostezo ante sus progenitores. Se sentó en la mesa y posó su mirada sobre su padre, que se hallaba atrapado en sus propios pensamientos—. ¿Querías hablarme de algo, padre?

    Al oír la voz de su hija, Zenkyu abrió sus ojos, de un azul tan intenso como los de la princesa, y la observó con seriedad y con un atisbo de orgullo.
    —Como ya sabes, dentro de un año alcanzarás la mayoría de edad y comenzarás a recibir la formación necesaria para que algún día puedas ocupar mi lugar en el trono de Heiwa—comenzó a explicarle.
    —Lo sé muy bien, padre—respondió la joven heredera con una educación y amabilidad forzadas; prácticamente había crecido alimentándose de aquellas palabras y ya se estaba hartando.
    —Sin embargo, necesitas instrucción antes de que llegue ese momento, por lo que he decidido asignarte a Raiken como maestro para que te dé clases desde este mismo día—continuó su padre, frunciendo el ceño por la interrupción.

    Fue entonces cuando las palabras del rey superaron a Niji, quien se incorporó con tal violencia que derribó la silla en la que había estado sentada.
    — ¡¿Me estás diciendo que voy a tener que estar estudiando todo un año antes de poder someterme a la Prueba de los Tres Jueces?! —Exclamó con gran indignación, golpeando la mesa y derramando el zumo contenido en las copas sobre la pulida madera del mueble.
    —Ten mucho cuidado con el modo en que te diriges a mí, jovencita—le aconsejó Zenkyu, cuyo dorado pelaje se había erizado y estaba comenzando a emitir una densa energía espiritual—. Recuerda que, además de tu padre, soy tu rey y que me debes obediencia y respeto.

    La indignación de Niji no era lo suficientemente fuerte como para vencer el temor al inmenso poder de un kitsune de nueve colas, por lo que la joven respiró hondo y apretó las garras para obligarse a recuperar la calma.
    —Lo lamento, padre—susurró al cabo de un minuto—Si me disculpáis, regresaré a mis aposentos.

    Todavía inmóvil en su asiento, la reina Alethia observó con tristeza como su esposo y su hija se daban la espalda y abandonaban el salón del trono cada uno por su lado, el primero a la estancia donde reposaba el Árbol Magno y la segunda a sus aposentos. Tan entristecida estaba por aquella situación que no se dio cuenta de que el consejero real Inka acababa de aparecer de la nada por detrás.
    —No es propio de una princesa comportarse de ese modo—declaró el recién llegado con tono crítico, aproximándose a la reina acompañado por el hueco sonido de su bastón chocando contra el suelo—. Estoy convencido de que esa actitud tiene su origen en ese bandido, ese Kurama, con el que tanto se relaciona.

    Alethia contempló el rostro del consejero pero desvió rápidamente la mirada, pues los oscuros y ladinos ojos del zorro la hacían sentir incómoda. Claro que no estaba dispuesta a permitir que Inka fuese consciente del efecto que tenía en ella, por lo que se apresuró a replicar:
    —La actitud que ha mostrado mi hija hace unos instantes no es diferente a la que mostraría cualquier joven sobre cuyos hombros estuviese sostenido el destino de un reino y todos sus habitantes.
    —E insisto en que Kurama no ayudará en nada a que la princesa logre ocupar el trono de su padre y consiga que Heiwa siga existiendo del modo en que lo ha hecho desde el principio de los tiempos—Inka agitó su báculo con dramatismo—; no hace ni hará más que causar problemas.
    —Kurama salvó a mi hija hace siete años y es un buen amigo, ya que los demás jóvenes se sienten demasiado intimidados como para mantener una relación cercana con ella.
    —Aquellos individuos por cuyas venas corre sangre real no necesitan amigos, sino súbditos leales que estén dispuestos a arriesgar su integridad siguiendo sus órdenes—replicó el anciano consejero, demasiado ligado a los tiempos antiguos—. Una escoria como Kurama no debería dignarse a respirar el mismo aire que la princesa Niji.

    La reina dejó su copa sobre la mesa, apartó el sillón y se incorporó para marcharse, no sin antes dirigirle una dura mirada a Inka; evidentemente se había tomado mal la perspectiva del mundo que mantenía el zorro de confianza de su esposo.
    —Es usted un individuo hartamente desagradable—declaró antes de abandonar la estancia con un portazo.
    “Las hembras de corazón blando no deberían gobernar.” pensó el rudo consejero mientras se mesaba la pequeña barbita de chivo que nacía bajo su mandíbula inferior. “Espero que la princesa Niji tenga un carácter semejante al de su padre por el bien de nuestra especie.”



    Diez minutos más tarde, Niji se encontraba de nuevo en su habitación, sentada ante el espejo de su tocador mientras Katrina le acicalaba el desordenado pelaje, erizado durante la discusión con su padre, con un peine.
    —Día tras día durante no-se-sabe-cuantos de preparación y de sometimiento a la Prueba de los Tres Jueces es el precio a pagar por ocupar el trono de Heiwa, por adquirir las nueve colas y convertirme en la kitsune más poderosa de mi generación—susurró la princesa, deprimida por su funesto futuro—. Y la recompensa serán muchos más años de esfuerzos tratando de gobernar un reino.
    —Debe de ser frustrante—dijo su doncella con gesto de comprensión—. ¿Y conoces a ese tal Raiken?
    —Eso es lo peor—La princesa se incorporó y se acercó a la ventana para contemplar el despertar del resto de Ishmar—. He oído rumores de que es el más duro de los maestros y de que presiona tanto a sus alumnos que muchos de ellos acaban enloqueciendo por la extrema dificultad de sus enseñanzas—Se apoyó en la repisa de la ventana y dejó escapar un fuerte suspiro—. No sé si seré capaz de resistirlo.
    —Yo sé de algo que os animará, alteza—declaró katrina, apartándose el flequillo y señalando una pequeña figura alada que acababa de entrar en la habitación pasando sobre la princesa.

    No se equivocaba, pues la princesa recuperó su alegría habitual al reconocer la figura como un pajarillo de papel de los que Kurama hacía y animaba para comunicarse con ella sin que el rey se enterara. Como los zorros de una cola no podían llevar a cabo la Animación, nadie era capaz de imaginarse que mantuviesen el contacto de aquella manera; Katrina, confidente de Niji, era la única.
    — ¿Qué dice? —Le preguntó mientras la princesa permitía que el pajarillo se posara en su mano para poder abrirlo y leer su contenido.

    El color blanco de la hoshi no tama de Niji desapareció y dejó paso a un suave color rosáceo. La hoshi no tama era el equivalente del alma para los kitsunes, así como la fuente de sus poderes y su conexión con la diosa Inari, y cambiaba de color según el estado emocional de su poseedor.
    —Dice que vendrá a verme esta noche—respondió con una sonrisa resplandeciente.

    Katrina se aproximó a su señora para leer la nota por encima de su hombro y examinó la caligrafía de Kurama, extrañamente elegante para tratarse de la letra un bandido.
    —Que envidia me dais, alteza—declaró con su propio suspiro—. Ya me gustaría a mí tener un encuentro romántico con alguien como Kurama.
    — ¡No hay nada de romántico en nuestra relación! —Se apresuró a aclarar la princesa, cuya joya adquirió un tono de rojo más intenso—. ¡Sólo somos buenos amigos!
    — ¿Estáis segura de ello? —Katrina metió cizaña al asunto con una sonrisa divertida. Al ver a la princesa asintiendo, volvió a preguntar—: ¿Y Kurama comparte con vos esa perspectiva de la relación?

    Acababa de poner el dedo en la llaga, pues aquella pregunta dejó completamente descolocada a la joven Niji, quien jamás se la había planteado. Debido a su posición como heredera al trono, ningún kitsune de su edad se atrevía a acercarse demasiado a ella, hablándole con una formalidad excesiva si no tenían más remedio. Kurama era el único varón que se había acercado a ella sin prestar atención a la sangre real que corría por sus venas. Niji jamás había visto al bandido cumpliendo un papel que no fuera el de su mejor amigo, por lo que estaba convencida de que a él le ocurría lo mismo. De hecho, pensó la princesa con una dolorosa punzada en su pecho mientras el color rojo de su gema se oscurecía, era posible que no la viese como alguien de gran importancia para él y que por eso era capaz de estar con ella sin sentirse incómodo.
    “Eso debe de ser.” se dijo tratando de convencerse de que era lo que ella quería, sin comprender la razón de que tal evidencia se estuviese clavando en su interior como una daga. “Nosotros sólo somos amigos.”



    Mientras la princesa de Heiwa reflexionaba en medio de la tranquilidad de su habitación, las calles de Ishmar, que se habían ido llenando de actividad a medida que el sol se acercaba a su apogeo, se vieron alteradas por un repentino escándalo.
    — ¡Detente, Kurama! —Gritaron los miembros del escuadrón que estaba persiguiendo al bandido—. ¡Devuelve eso, ladrón!
    — ¡Os pesa demasiado el trasero para que podáis atraparme! —Se burló el kitsune de pelaje negro a la vez que se colgaba la bolsa con el botín a la espalda e incrementaba la velocidad.
    — ¡Esa provocación sí que no te la vamos a consentir! —Exclamó el zorro que ocupaba el primer lugar del escuadrón y se abalanzó sobre el fugitivo.

    Rebosante de seguridad en sí mismo, Kurama se detuvo y sujetó su hoshi no tama con las patas delanteras. Iluminado por la intensa luz de la joya, exclamó:
    ¡Etéreo!

    Todos los presentes, tanto civiles como soldados, contemplaron boquiabiertos cómo el soldado atravesaba el cuerpo del delincuente y se estrellaba contra un puesto de fruta.
    —No deberías desperdiciar la comida de ese modo—Le reprendió Kurama, que siguió corriendo tras tomar una manzana en el aire y comérsela de un bocado.
    — Esa técnica era Etéreo, ¿verdad? —Le preguntó uno de los soldados a su general, un kitsune de cinco colas que había perdido las tres cuartas partes de su pelaje en la guerra y cuya piel estaba llena de cicatrices. Aquel veterano de guerra siempre permanecía al margen cada vez que Kurama llevaba a cabo una de sus travesuras y disfrutaba asombrándose con sus capacidades—. ¿Cómo es posible que Kurama pueda utilizarla si se necesitan como mínimo cinco colas?

    El general sonrió y mostró varios colmillos rotos.
    —Se nota que eres un novato, Alan—comentó con el tono burlón de quien se considera un experto en un determinado tema—. Kurama todavía no ha mostrado todo de lo que es capaz. Observa atentamente.

    Alan, un individuo que había obtenido su tercera cola tres días antes y se había incorporado a las fuerzas de seguridad de la ciudad como punto de partida de su carrera militar, se impulsó con las cuatro patas y se subió al tejado de un edificio para poder obtener una vista panorámica de la persecución. Desde aquella privilegiada posición, pudo ver a Kurama dirigiéndose hacia un callejón demasiado estrecho, lo que le llevó a deducir que volvería a utilizar la intangibilidad para poder atravesarlo y perder a los guardias.
    — ¡No es posible! —Exclamó al darse cuenta de que el cuerpo del bandido se había vuelto tan plano como una hoja de papel, hallando una forma perfecta de escapar de sus perseguidores.
    —Parece ser que Kurama ha aprendido algunos trucos nuevos—comentó Thariel, el general, que había logrado detectar la energía del hechizo—. Nunca deja de pillarme desprevenido. Está claro que tendré que ocuparme del asunto personalmente.

    Y desapareció sin hacer ningún movimiento.



    —Que hechizo tan desagradable—masculló Kurama con voz aguda tras haber logrado dar esquinazo a los soldados de Thariel atravesando el callejón. A medida que su cuerpo se iba hinchando hasta alcanzar su complexión habitual, su voz pasó de ser chillona a grave—. Al menos podré disfrutar del botín tranquilamente.
    —Yo no contaría con ello, niño—afirmó una voz severa.

    Sobresaltado por el hecho de que su plan de huida hubiese fallado, Kurama trató de alejarse del propietario de esa voz, pero una extraña sustancia semejante a la gelatina le había aprisionado las patas y se había extendido hasta cubrir todo su cuerpo sin que el zorro se diera cuenta.
    —No me extraña que seas un general, Thariel—comentó al ver al líder de las fuerzas de seguridad sentado en un banco cercano—. Eres realmente un kitsune de élite.
    —Deja de darme coba, muchacho, y entrégame lo que has robado.

    Kurama compuso una mueca de disgusto.
    — ¿Cuándo dejarás de tratarme como un niño? —Preguntó, haciéndose el indignado.
    —Cuando dejes de comportarte como tal—replicó Thariel con una sonrisa burlona—. ¿Quieres hacer el favor de devolver lo que has robado? —Kurama sacudió la cabeza—. Te advierto de que no te estoy haciendo una petición, sino que te estoy dando una orden.
    —Los niños no obedecemos órdenes—se mofó el bandido con una voz falsamente inocente y aguda antes de estallar en una nube de humo y convertirse en un muñeco de paja con un talismán en la cabeza.

    Thariel frunció el ceño y liberó su técnica de gelatina al comprender que Kurama le había engañado con un pelele transformado. Sin embargo, él también tenía sus trucos y habilidades.
    —Disculpe…—Thariel se volvió para hablar con la anciana kitsune que se había aproximado a él por detrás—. ¿Podría decirme cómo se llega a la plaza central?

    El general no se molestó en responder y derribó a la anciana de un puñetazo para revelar un segundo monigote transformado. Kurama debía de haber previsto que lo pillaría y había diseñado una red de distracciones para evitar que ningún soldado pudiera alcanzarle.
    “Parece que hoy tampoco lograré capturar a ese escurridizo zorro.” pensó mientras los solados comenzaban a reunirse a su alrededor para pedirle disculpas por no haber logrado capturar al famoso bandido.

    Fue entonces cuando un desagradable escalofrío recorrió su espalda y sacudió los rincones más profundos de su ser. Llevado por sus instintos, dirigió su profunda mirada a lo alto de uno de los edificios que delineaban aquella calle esperando encontrar el origen de aquella agitación de su paz interior.
    — ¿Sucede algo, general? —Le preguntó Alan.
    —Nada importante—respondió Thariel, que no podía librarse de la inquietud que se había apoderado de su espíritu. Por un instante había sentido una intensa sed de batalla y conflicto mayor que cualquiera que hubiese percibido en la guerra.



    Ajeno a la perturbación del general, Kurama había logrado atravesar los muros exteriores de Ishmar gracias a sus artes de distracción y se encontraba corriendo a través de las extensas praderas y de los fértiles campos que rodeaban la ciudad. Sin embargo, sabía que era mejor no descansar hasta que llegara a su guarida, que se hallaba oculta en las profundidades del bosque en el que la princesa y él se conocieron, por lo que siguió corriendo hasta adentrarse en la lúgubre espesura y atravesar la barrera que aseguraba la protección de su escondite contra cualquier individuo ajeno.
    —He oído que has organizado un gran escándalo en la ciudad, Kurama—comentó Oldrin, un viejo ermitaño de siete colas que había renunciado a la vida en sociedad y se había quedado a vivir en el bosque, construyendo el escondite en el que residía el bandido, al que había criado desde que lo encontrara llorando en una cesta de mimbre atrapada en la corriente de un río.
    —Y aún así he logrado mi propósito, anciano—replicó el zorro de pelaje negro con una afilada sonrisa mientras se libraba del peso del botín y se masajeaba la espalda—. ¿Cómo se encuentran los extranjeros?

    El ermitaño se llevó su pipa tallada en madera y disfrutó del intenso sabor del tabaco antes de responder.
    —La mujer se encuentra agotada, algo normal teniendo en cuenta que se ha visto atrapada en un viaje forzado estando embarazada—afirmó, exhalando el humo por el hocico—. El hombre está bien, pero me da la impresión de que no piensa descansar ni comer correctamente hasta estar convencido de que su esposa se encuentra en perfecto estado de salud. De todos modos, creo que ya está más abierto al diálogo y que está dispuesto a explicarnos lo que ocurrió.
    — ¿Y a qué estamos esperando? —Kurama se precipitó al interior de la guarida, una cueva que el propio Oldrin había creado en la base de una elevación de terreno empleando sus poderes.

    Cinco días antes, Oldrin y Kurama habían encontrado una pareja de kamaitachi, seres espirituales semejantes a los kitsunes que tenían forma de comadreja, cabalgaban sobre las corrientes de aire y luchaban empleando una hoz. Como aquellos seres vivían en Fairth, un reino situado al otro extremo del mundo espiritual, ambos zorros habían quedado intrigados por su presencia en un lugar tan lejano de su tierra natal y por las evidentes pruebas de que aquellos dos extranjeros habían pasado por una larga serie de penalidades y decidieron acogerlos en su guarida para que se recuperaran.

    Al entrar en la cueva, amplia y acogedora gracias a los poderes del ermitaño, vieron a Arien, nombre con el que se había presentado el kamaitachi al recuperar el conocimiento, arrodillado al lado de Eleandra, su esposa, cuyo abultado vientre resaltaba cada vez que tomaba aire.
    — ¿Qué es lo que queréis? —Les preguntó con violencia el kamaitachi, irritado por la ausencia de sueño y comida.
    —Saber qué os ocurrió—replicó Kurama, entregándole la bolsa y sentándose ante él. Como la comadreja la observaba con recelo, dijo—: La he llenado de comida y todo tipo de hierbas medicinales que os pueden servir. Si os considerásemos enemigos, os habríamos dejado tirados en el bosque.

    Oldrin observó atentamente al joven zorro a través del humo que liberaba el tabaco ardiendo, tratando de contener una sonrisa; le resultaba graciosa la personalidad de Kurama, que se hacía el duro a pesar de que realmente tenía un corazón de oro.
    —Supongo que merecéis una explicación—concedió Arien, incomodado por el hecho de que unos desconocidos le hubiesen hecho tal favor. Se ajustó la desgastada ropa y comenzó a relatar—. Yo soy hijo de Atari, rey de nuestra especie y de Fairth, segundo en la línea de sucesión y mi esposa es la hija de un miembro del consejo de la corte.
    — ¿Y cómo es que os encontramos en tan mal estado? —Preguntó Kurama.
    —No me parece normal que el rey Atari permita que su hijo y su esposa viajen a otro reino sin compañía cuando éstos están esperando un hijo; no es un individuo llevado por la insensatez—intervino el ermitaño con sabiduría. Sus encanecidos bigotes temblaron de indignación—. ¿Qué os llevó a vos, un príncipe, a arriesgarse de ese modo?
    —No lo decidí—gruñó Arien, apretando con fuerza sus garras—. Mi hermano mayor, primogénito y heredero del trono de mi padre, apareció asesinado en su habitación, con el corazón atravesado por una de mis dagas hace dos semanas.
    —Y, evidentemente, tú no eres el responsable de su muerte—se atrevió a aventurar Kurama, algo indignado pero también excitado al escuchar de la existencia de una posible conspiración—. Quiero decir que tú podrías haberlo hecho para convertirte en el heredero del trono de tu padre.

    Con un delicado pero veloz movimiento, el kamaitachi hizo aparecer una inmensa hoz y colocó la afilada hoja, que parecía capaz de cortar hasta el más duro de los materiales, cerca del cuello del bandido.
    —Vuelve a sugerir tal cosa y me aseguraré de cortarte lo necesario para evitar que te reproduzcas. Yo adoraba a mi hermano y jamás le habría hecho algo tan horrible, y mucho menos por un trono por el que no tenía, ni tengo, interés.
    —No es necesario llegar a ese extremo—se apresuró a excusarse el zorro mientras su maestro se incorporaba y se aproximaba a la entrada de la cueva para airear su pipa—. Sólo quería decir que eso es lo que debieron de pensar los miembros de la corte cuando hallaron tu daga clavada en el pecho de tu hermano.

    Refunfuñando por lo bajo para no despertar a su mujer, la comadreja hizo desaparecer la hoz y se recostó contra la pared para descansar un poco, pues aquel arrebato de ira parecía haber consumido las pocas fuerzas que le quedaban.
    —No sé quién podría haber planeado semejante traición, pero mi esposa y yo nos hemos visto obligados a escapar para que no nos condenaran a muerte por culpa de ese acto—declaró jadeando.
    —Sucesos como ese eran muy comunes en los tiempos de la Gran Guerra, cuando todos los reinos luchaban los unos contra los otros en un intento por obtener la hegemonía Yoki, el mundo espiritual—El anciano kitsune acababa de regresar de su pequeño paseo—. Lo mejor será que os quedéis aquí durante un tiempo hasta que las cosas se calmen y podamos descubrir al verdadero responsable de la muerte de vuestro hermano.
    —Muchas gracias—susurró Arien con una leve inclinación de cabeza antes de volver a vigilar el sueño de su esposa.

    Viendo que ya no había nada interesante que hacer en la guarida en la guarida, Kurama se incorporó y se dirigió a una pequeña estantería de madera que él mismo había creado basándose en las enseñanzas del ermitaño sobre la manipulación de las plantas para coger un cesto cubierto por una sábana.
    — ¿Vas a visitar a la princesa? —Le preguntó Oldrin. Sin esperar respuesta alguna de su pupilo, añadió—: Ahora entiendo que te pasarás tanto tiempo en el bosque recogiendo fresas silvestres.
    —Son las favoritas de Niji—corroboró el bandido.
    —Procura no armar ningún escándalo en el propio castillo—Le advirtió el ermitaño—. No creo que a Zenkyu le agradase encontrarte en la habitación de su hija.
    —Descuida.

    Kurama utilizó el mismo hechizo que había utilizado Thariel para alcanzar a su doble y se desvaneció en el aire.



    Ninguno de los individuos que se encontraban en la cueva era consciente de que estaban siendo vigilados desde una lejana montaña, donde un hombre de larga barba y cabellos negros había visto todo lo ocurrido gracias al extraño espejo que una figura encapuchada sostenía ante él.
    —Ese zorro parece tener un gran poder dormitando en su interior—comentó el extraño hombre retorciendo sus largos bigotes, que caían en espiral a ambos lados de su boca—. Estoy deseando medir sus capacidades—sujetó la empuñadura de su espada con las manos y percibió la vibración que emitía la hoja cada vez que presentía la cercanía de la batalla—. Parece ser que mi arma está suspirando por probar su sangre.
    —No te entusiasmes demasiado ni cometas la estupidez de subestimar a nuestro enemigo—Le reprochó el encapuchado, guardando el espejo entre los pliegues de su túnica y acercándose al borde del barranco para observar Ishmar, que se iba llenando de resplandecientes luces azules a medida que el sol se ocultaba en el horizonte—. Esta noche comenzaremos la ejecución de nuestro plan, el primer paso hacia nuestra meta, de modo que espero que no pierdas de vista el objetivo.

    Sonriendo burlonamente, el hombre dejó caer los brazos, dejándolos ocultos bajo las amplias y largas mangas de su kimono con estampados de nubes y rayos.
    —Jamás haría algo que enturbiase mi propio camino.
    —Eso espero—susurró el encapuchado—, por tu propio bien.
     
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    Sheccid

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    ¿Cuál plan? Ya me asusté.
    ¿Por que no continuas? Me gustaría saber cómo resulta el encuentro de la princesa y el bandido. Obviamente ella esta enamorada, pero...¿Él lo esta también?
    La trama es bastante buena, sólo, que si decides continuarla, promocionala más.
    Nos vemos luego.
     
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