Eres una bruja

Tampoco era tan niño, pero le daba la sensación de que ella lo veía así, como un adolescente hormonado que babeaba con toda chica de piernas vertiginosamente largas.
En cierta manera era así, pero solo babeaba por una chica ¿chica? Mejor dicho una mujer, con palabras mayúsculas. Porque él sabía que la rubia no tenia diecinueve años, no, no le llevaba un año, si no un par más, y si la ley lo sabia podía caerle una multa por enredar con un menor….Si, a ojos de la ley, aun era un menor, que podía conducir un coche, pero era un menor, no obstante, si aquella hipotética situación sucediera, él diría tan fresco y tan pancho “¡Ey! Nadie me ha obligado, yo me dejo tocar con gusto ¿Quién no lo haría? Pero debo confesar que es una bruja que me tortura”.

Era una bruja, pero no una piruja y tampoco era mala. Se trataba de esas mujeres que tienen capacidad de hechizar a alguien con una mirada y el muchacho supo desde el primer momento en que se encontró con esa muñeca mal disfrazada de hombre que le había hechizado, tal vez de manera inconsciente, pero era un hecho.

Y ya había pasado un año, un año lleno de emociones y descubrimientos, y aquellas dos personas se encontraban en un apartamento, solos.
Y estaban en el mullido sillón. No hace falta decir que es lo que iban a hacer y quien no lo sepa es que aún le falta crecer mucho. Pero él se encontraba impaciente, porque ella parecía querer alargar la espera. Sin saber por qué, había comenzado a hablar de su país. Él en realidad no escuchaba, le importaba un bledo que pasaba en la Unión Soviética, él estaba pendiente de sus labios, eran tan carnosos y dulces, solo pensaba en devorarlos, en verla desnuda y hacerle el amor hasta que no pudieran más. Y de paso dejarse hacer, porque sin duda la ventaja de acostarse con una mujer era que ellas tenían más experiencia y tenían suficiente poder para dominar y aquello siempre se antojaba excitante. A decir verdad, el muchacho no hacia ascos a nadie, pero siempre que te acuestas con una chica de tu misma edad o un poco más pequeña, tienes que manejarlo todo y ellas no hacen nada, se quedan sumisas esperando a que suceda todo…¡¡pero una mujer no hacia eso!! Ellas mandas, te sorprenden con cosas que nunca se podría imaginar uno.
El moreno suspiro impaciente. La rubia se dio cuenta de ello y sonrió maliciosa “¿por qué eres tan impaciente?” pregunto mientras se acomodaba en el sofá. Él frunció el ceño “Y Tú…¿Por qué eres tan cruel?”.
Bruja, bruja, bruja ¡más que bruja!.
El muchacho impaciente se coloco encima de ella, apresándola en un abrazo y uniendo sus labios abruptamente, ella no se resistió, solo soltó una risilla y se dejo llevar.
Tan solo tres palabras y el enloquecería y eran “Hazme el amor” y poco importaba donde, se le había ido tanto la cordura que era capaz de hacerlo en cualquier sitio.
“Si tú me lo pidieses me iría a Moscú contigo” confeso el joven algo ruborizado, que cosas se dicen por amor…
Ella suspiro y lo observo con dura seriedad “Yo no puedo pedirte eso…seria cruel”.
Él titubeo, “¿Por qué?” pregunto, confundido. Volvió a suspirar y le acaricio el rostro “Es otro mundo cariño, otra sociedad….acabarías muriéndote de pena…y quizás de frio” le contesto, en su voz podía notarse un atisbo de tristeza.
Y se formo un silencio incomodo. Se quedaron estáticos durante unos segundos, que parecieron eternos. “No te preocupes” ella corto el silencio, mientras se reincorporaba sobre el sofá “aun queda lejos mi regreso” le tomo la mano “Tal vez tú puedas convencerme” sonrió levemente enseñando su fila de dientes blancos.
Él se alegro y respondió con una sonrisa bobalicona, estrecho fuertemente sus manos.
Ella se levanto “Vamos al dormitorio, este sofá es harto incomodo” tiro de él, pero no hizo mucha falta, el cuerpo actuó solo, y fue detrás de ella, como un perro enamorado.