Claudia Daniela, la mujer

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por LhaurgigSesnas, 18 Mayo 2013.

  1.  
    LhaurgigSesnas

    LhaurgigSesnas Entusiasta

    Capricornio
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    Título:
    Claudia Daniela, la mujer
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    3165
    Hola! En vista de que este subforo de "Originales" es bastante concurrido, he decidido sacar del baúl de los recuerdos algo que había escrito hace ya varios años. Ahora lo publico editando algunos fragmentos y releyéndola, pues en realidad ni yo me acuerdo de algunas cosas.

    Es la historia de una joven bastante atípica, y su lucha por intentar encajar dentro de una vida y un entorno "normal", pese a no ser lo que busca. Ella presenta alguna clase de neurodiversidad, así que ve el mundo bastante distinto al resto de la gente. Aun así, se las empeña para obtener lo que quiere.

    Esto tiene tintes de comedia algunas veces, y de drama en otras. Sin embargo, al no ser drama ni comedia, la he clasificado dentro de "Amistad" y yastá. También la considero para mayores de 16, aunque no es por lenguaje obseno ni nada de eso, simplemente en ciertos episodios se tocan temas un poco complejos, además tengo una forma de escribir que creo un poco densa (o más bien tenía, que los años fueron pasando xD).

    Originalmente cada episodio dura unas 12 o 13 hojas, sin embargo aquí lo publico cortando los episodios en 3 o cuatro partes, los que publicaré a un ritmo de 1 por semana.
    Una última cosa, y es que estoy acostumbrada al uso del guión corto para los diálogos. Espero que no resulte molesto.

    1 - Un desayuno amargo

    Claudia había ido a visitar a sus padres, pues ya era mucho el tiempo sin verlos y debía estar un rato con quienes le educaron y criaron, entregándole los valores necesarios, o los que alcanzaron a inculcarle antes de dárselas de rebelde y largarse al departamento, pese a toda lógica o cualquier convención social. Ahora, no obstante, tampoco volvería a residir allí, puesto que arrendaría cerca de la universidad a la que pretendía ir, con unos amigos que pretendía tener; todo auspiciado por la familia. Así se haría menos complicado el asunto de la movilización, pues el hogar de sus progenitores estaba muy distante de la universidad y aún más el departamento viejo. Demoraría mucho en ir y venir, y como tanto le insistían con el asunto del contacto humano, pues esa era la solución.

    Así que el viernes fue a la casa y se quedó a dormir en su antigua habitación, la cual todavía estaba como ella la había dejado, ya que siempre sus papás tenían la esperanza de que regresara, sobre todo su madre. Claudia siempre decía que ya había partido del nido y que era una cosa inevitable, que se trataba de un proceso natural y ellos no deberían intentar atarla por más tiempo. Se fue mucho antes de lo normal y eso significaba que ya hacía su propia vida, independiente de la del resto. A pesar de sus intentos por aislarse de los demás, había tenido un vuelco en sus ideas y ahora precisaría del contacto humano, la amistad y todas aquellas cosas.

    La habitación continuaba igual que como la dejó, sabía, pero aparte habían hecho aseo hace poco, en cuanto ella llamó para informar que iría de visita por dos días. Las esperanzas nunca acababan, fuera eso bueno o malo.

    El sábado despertó tarde, pero era un día de descanso así que no le dio ninguna importancia, aún el fin de semana era joven. Se estiró y miró cómo en el velador su reloj marcaba las doce y media. Bien, ya era momento de levantarse, aunque era curioso que en un cuarto tan aseado apareciera la nunca bien ponderada Loxosceles Laeta en una pata de la silla donde había dejado tirada su ropa. Ella no era aracnofóbica, pero por quizás qué razón se olvidó de esa ropa y sacó otra que estaba doblada, en vez de usar aquello que dejó todo desparramado. El orden en la ropa no era algo que le importara mucho, no tenía esa astilla en su mente.

    Antes que nada, fue donde la jodida araña de rincón y la sopló. Ese tipo de arañas no eran violentas, y de hecho eran temerosas de la gente, así que ningún problema con ella, no había para qué hacer escándalos. Si la veía su madre el pobre arácnido iba a ser historia, así que la dejaría vivir. No dormiría allí esa noche así que no le preocupaba para nada.

    Eligió de los cajones un jean negro, una polera negra y se puso sus zapatillas negras. El colorido conjunto hacía notar mucho mejor lo blanca que era y resaltaba más que nada su cabellera. Pero ella no estaba buscando eso, simplemente se puso casi lo primero que encontró. No tenía algo que ver ella con la moda o el verse linda más allá del umbral natural que brindaba su cuerpo. Cualquiera pensaría que no estaba interesada en ese tipo de cosas, y que se vestía sin sacarse partido, y era cierto.

    La puerta de su habitación se abrió de golpe y su madre entró para despertar a su hija dormilona, pero quedó espantada de ver a una horrenda y sucia araña paseándose entre las orillas. La pisó sin gritar, aunque lo más rápido que su artrítico cuerpo pudo.

    -Pero cómo es posible, si ayer antes que llegaras yo pasé la aspiradora por todos lados.

    -Culpa tuya, la sacaste del rincón en que vivía por andar limpiando.

    -Sí, ¿Y qué querías que hiciera?

    La señora cerró la puerta de forma suave, como queriendo compensar la abrupta apertura, y miró a su hija de arriba a abajo.

    -Estás cada día más grande, linda. La última vez que viniste no tenía que empinarme tanto.

    -Se supone que voy creciendo mamá, y todavía voy a crecer más seguramente. Tengo 18 años no más, y…

    -¿Cómo amaneciste?

    Su madre ya tenía por sabido que era mejor interrumpirle cuando iba a largarse a fundamentar mientras alegaba, o alegaba con fundamentos. Ella parecía no entender bien que estaba sorprendida de verle, y tan bien formada.

    Pero el diagnóstico nunca fue claro, así que podía ser que su hija supiera y lanzara esas frases porque era su forma de ser. Todo era confuso.

    -Bien ¿Cómo más?

    -Entonces vamos a desayunar.

    -Ya, primero voy al baño.

    Partió rauda a donde dijo, y se encerró atrincherada para que su papá no se percatara todavía de que se había levantado, y quisiera tener con ella una conversación de padre a hija. Aunque claro, con el estruendo de su madre al abrir la puerta era imposible que no se hubiera enterado. Abrió la llave y se echó el agua que comenzaba a fluir en su cara, pues sintió que la necesitaba. Luego se miró al espejo, pero su rostro seguía tan pálido y suave como siempre. Se preguntó porque toda la gente a su edad tenía espinillas y puntos negros y ella no, que ya no tenía ninguna cosa distintiva en su carita de princesa. Nunca estuvo conforme con su rostro, y aunque miles de mujeres matarían por tener uno así, ella hubiera esperado cualquier otra cosa. Tenía rasgos muy delicados, parecía una niñita y ella hubiera preferido facciones distintas.

    Al menos las pecas fueron desapareciendo con los años, y ya no estaban. Qué suerte; mejor se dejaba de lamentar por tonterías.

    Se comenzó a lavar los dientes, y justo a punto de terminar, tocaron la puerta del baño: era su padre, quien por la forma de golpear parecía apurado.

    -¿Mi amor, eres tú?- Preguntó, pensando que estaba su esposa dentro.

    Claudia balbuceó algo que no entendió ni siquiera ella.

    -Ah, okey. Apúrate por favor, que es urgente.

    Escupió rápido. Que entrase su padre al baño mientras ella desayunaba, y luego se escabulliría de alguna forma. Era obvio que luego de tanto tiempo sin verse, iba a querer hablar de algo que no le hacía sentir muy cómoda. Su padre tenía un pasado un tanto machista y conservador, y aunque pudo cambiar con el tiempo y pertenecer a una sola compañera, era obvio que cuando se enteró le decepcionó. Sea cual fuera el mensaje que quisiera trasmitir, ella prefería evitarlo.

    -Hola papá.- Abrió la puerta.

    -Hola Claudia, ¿Cómo amaneciste?

    -Bien. ¿Qué pasó con las tijeras, que no las encontré?

    -Tu mamá las habrá tomado. ¿Para qué las quieres?

    Ella alzó una ceja.

    -Seguí tu consejo pero ya me harté.

    -¡Ah…! A ver tus manos.- Le pidió su padre.

    Ella se las mostró desde lejos, no quería que él le tocase.

    -¿Para qué las quiero largas? Ya me tienen aburrida, es el colmo, no puedo hacer nada bien así.

    -Para lucirlas.- Contestó él- Para eso son las uñas.

    -Esas son tonterías.- Comenzó- ¿Para qué voy a querer yo las uñas largas? Están estorbando, mejor me las corto luego para poder volver a usar las manos de nuevo; estas uñas son como… hum, una mala idea, se acabó.

    -¿Y te las pintaste?- Preguntó su papá.

    -¿Estás loco? Tú sabes que esas son estupideces, son puras imbecilidades que inventaron para derrochar dinero.

    -Así se van a ver más lindas, hijas.

    -¿Y a mí eso qué me importa? Si te gustan las uñas pintadas píntatelas tú entonces, y se te van a ver hermosas.
    Alfredo buscó paciencia.

    -Yo soy un hombre, no me pinto las uñas.

    -¿Y yo por ser mujer tengo que pintármelas? Me aburrieron tus visiones estereotípicas, madura. Por no pintarme las uñas no me voy a convertir en hombre, tu idea no funcionó y no voy a tratar de ser más femenina que ahora. ¡Son sólo tonterías!

    El hombre no se esperaba una respuesta así, pero no dijo nada ya que Claudia se alejaba y él estaba urgido de usar el baño. Un pequeño conflicto para iniciar el día no era nada agradable.

    Claudia pidió a su madre las tijeras y procedió con el corte antes del desayuno. En cuanto terminó, procuró relajarse y tomar todo con más calma, pese a que se dejó las uñas muy disparejas, producto de su acción defensiva totalmente exagerada. Al diablo lo refinado y se cortaría las uñas mordiéndolas, era el método más preciso que conocía para eso. El resto de pensamientos acerca de que eso era malo, que para eso son los cortaúñas o las tijeras eran tonterías. Las mejores herramientas eran los dientes y no hay algún convencionalismo social que pudiera con esa inevitable verdad. Era lo mismo que tomar el pollo con las manos o cortarlo con el cuchillo educadamente, y evitar poner los codos encima de la mesa. Tontería tras otra.

    -¿Todavía te comes las uñas?- Su madre le vio hacerlo mientras iba directo a la cocina.

    -Estoy tratando de dejarlas bien.

    -Ay, niña ¡Sabes a lo que me estoy refiriendo!

    -Hasta donde me acuerdo te pedí las tijeras, así que cuál es el problema.

    -Comerse las uñas es una mala costumbre.

    Otra vez empezaría con su trillado argumento.

    -Las uñas quedan mejor cuando se las mastica, lo demás son adornos inútil. Si uso otras cosas me van a quedar cuadradas. Los cortaúñas son un invento ridículo y que es inútil porque la gente tiene los dientes buenos. Hasta que se me caigan los dientes voy a seguir cortándome las uñas así, porque no pretendo dejarme las uñas largas jamás.

    -Mejor no discuto contigo, eres muy llevada a tus ideas.

    -No, yo no soy llevada a mis ideas. Es el resto de la gente el que no tiene alguna refutación convincente. Los llevados a las ideas son ustedes, y no entienden ningún argumento sobre ningún tema porque están acostumbrados a su forma de vida rutinaria. Yo puedo argumentar 400 cosas sobre cualquier tema, y ustedes ni siquiera se paran a pensarlo. Mejor desayunemos.

    -Sí, mira lo que compré.

    Sacó del mueble una caja de cereal.

    -A pesar de todo lo que dices, supongo que igual conservas tu línea ¿No? Sino no estarías tan regia. Esto es lo que como yo, es un cereal súper bueno y además es rico. Te va a encantar.

    Qué iba a saber su mamá del metabolismo, y sin duda cualquier cosa que ella tildara de delicioso le hacía sospechar. Pero no iba a llevarle la contra al mundo entero. Nada malo pasaba probando el estúpido cereal dietético.

    -A ver...

    Su madre le sirvió con leche y Claudia revolvió, aunque no había para qué. Sacó una cucharada y se la tragó rápidamente, pues prefirió no masticar aquella cosa que encontró tan mala, nauseabunda y abominable. Terrorífica casi.

    -¡Mamá, pero si esto es asqueroso! Esto me lo das a propósito en castigo por no venir a visitarlos nunca ¿Cierto? No tiene ni azúcar.

    -Ay hija... como quieres que tenga azúcar si es algo liviano para el organismo.

    -Yo no voy a terminarme esta cosa. Preferiría comer primero madera al desayuno, sabría mejor.

    Alejó el plato y lo miró como si fuesen enemigos mortales.

    -Pero si mire.- Sacó ella una cucharada y la saboreo- Es exquisito. ¡Mmmmm!

    -Esto lo tuvieron que hacer con las sobras de otros cereales, lo etiquetaron light y la gente ingenua cae porque ya sabe que las cosas light tienen mal sabor.

    -Bueno y entonces ¿Cómo haces para conservar ese cuerpo tan regio que tienes?

    -Con ejercicio, como se debe hacer. ¿De qué sirve comer diet y leer todas las etiquetas nutricionales, si no haces ejercicio? La gente que come poco, light, y no sale del sillón, no tiene ningún cuidado consigo misma, en realidad no quieren mejorar su figura. Sólo es la solución más rápida, y luego se molestan porque siguen siendo cerdas.

    -El ejercicio se tiene que combinar con la dieta sana pues hija, piensas de forma muy extrema.

    -Sí mamá, pero existen miles de alimentos sanos y mucho más ricos que ese cereal asqueroso. Cuando hagas más ejercicio que pelar tomate hablamos de este tema.

    Su madre no iba a insistir, de otro modo corría el riesgo de que luego Claudia fuera difícil de callar. Ella ya estaba acostumbrada de años a esas batallitas, y ya ni siquiera consideraba que la joven podía ser en extremo desagradable. Aquel era su estado normal.

    -Sí bueno, pero yo ya te serví pues, cómo no te lo vas a comer.

    -A ver si lo puedo hacer digerible.

    Se levantó y fue a buscar un azucarero.

    -¿Qué vas a hacer?

    -Echarle azúcar.

    -¿A la leche?

    -Sí claro, a la leche. No voy a sacar todos los granos uno por uno y echarles azúcar encima a todos. ¡Eso me demoraría demasiado!- Era difícil definir si es que lo decía de broma o como sarcasmo, o bien de verdad se le pasó por la mente.

    Luego de ponerle el azúcar que consideró justa comenzó a revolver y probó. No le gustó así que le puso aún más, a ver si encontraba la mezcla perfecta. Después de la tercera cucharada de azúcar encontró todo muy dulce y tampoco se lo quería comer, pero lo haría de todas formas.

    -Pero mamá ¡Si estas cosas tienen sabor a zucaritas! Este producto es una copia, las zucaritas sin azúcar no tienen que ser diet. Esto es un engaño publicitario más, igual que tus cremitas humectantes.

    -Nunca he probado las zucaritas hija, así que no sé. Pero hay otros cereales mucho mejores, aunque son más caros. Con trozos de frutas y todos esos agregados que le ponen.

    -Para eso me como un yoghurt con trocitos, o de esos que vienen con mermelada… no me acuerdo cómo se llaman.

    Claudia se concentró en comer sus pseudo zucaritas, mientras veía como su padre entraba en la cocina.

    -A ver hija ¿Andas comiendo el cereal ese de tu madre? Yo pensaba que no te interesaban todas esas cosas light.

    -No me interesan, estoy comiendo porque mi mamá se muere si lo tiene que botar.

    -Antes no te lo hubieras comido.- Y agregó- Ahora falta que te pongas a maquillaje y te pintes las uñas. Eso sería lo normal.

    -Tu concepto de normalidad no me resulta práctico.

    -¿Y por qué no?- Dijo María- Harto bien que te verías arregladita y pintada.

    -Tu concepto de belleza no me resulta práctico.- Repitió- El que yo me vea linda no influye en mis actividades. Cuando influyan ahí lo pensaré, pero hasta el momento con mi sola cara me basta.

    -Eso también es verdad.- Opinó su padre- No necesitas para nada de ninguna pintura, pero debes considerar eso como una muestra de preocupación contigo misma, es tu propio cuidado personal.

    -Ya te he dicho esto cuarenta y nueve veces, papá. Si tanto crees que eso significa preocuparse por uno entonces maquíllate tú, yo considero preocuparme de mí hacer ejercicio, comer bien, estar aseada, las demás son puros añadidos sociales.

    -Lo que sí, tienes que arreglarte ese pelo. Lo tienes muy liso y no se te ve bien. Es mejor que te lo ondules, mi niña, liso no se te ve bien.- Lo decía dos veces para enfatizar.

    -Y un cambio de ropa.- Añadió su padre.

    -Me tienen un poco decepcionada.- Claudia ya no iba a buscar una respuesta diplomática- Creo que como padres debieran preocuparse de algo de mayor valor que cómo me veo. A lo mejor les interesaría saber algo acerca de cómo me está yendo sola, a qué me estoy dedicando, o por último en que la hija pueda tener un desayuno en paz.

    Sus padres no dijeron nada.

    -Yo sé por qué ustedes hacen esto. ¡No han aceptado lo que les dije, y quieren que me comporte como una señorita, que sea femenina y todo eso! Pero esto no tiene que ver, no es la causa de que considere que todas esas son tonterías. Deberían apreciar y valorar el que yo tenga la capacidad de pensar en por qué debo hacer algo, y no solo hacerlo como el resto del rebaño. Todo lo que no hago, como maquillarme o que no me guste la ropa es porque no le veo utilidad, ¡Porque tengo mi cabeza puesta en otras cosas más que en banales y estúpidos convencionalismos de dos papás aristócratas que quieren que yo sea una princesa y ande con joyitas, y con los labios pintados! ¿Hasta cuando con eso? Si yo usara piercing en toda mi cara, me tiñera el pelo de verde y fumase quizás qué, estaría bien que me anduvieran sermoneando sobre cómo deben ser las personas… quizás si no me anduvieran criticando por superficialidades vendría más seguido ¿No se les ocurre?

    Y al diablo el estúpido cereal. Tiró la cuchara al interior de la leche y manchó el mantel. Tomó su bicicleta y fue a dar vueltas por el sector, hasta volver a calmarse y regresar en paz.

    -------

    Ese fue el comienzo. Espero que les haya interesado, y ojalá dejen algún comentario.

    Próxima semana: Claudia se dirige a la universidad y le plantea cierta cosa al director de la cede.
     
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  2.  
    Fernandha

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    Paso, como prometí.
    La idea en sí me parece buena, al igual que la argumentación en ciertos aspectos. Tienes buenos motivos para desarrollar todas las cuestiones que llegues a plantearte, intentas (si no entiendo mal) mostrar algo intelectual, quizá más que nada analítico y es bueno, sólo que también la chica se presenta con tintes bipolares y es contradictorio para sí mismo. Muestra buen racionalismo, entendible hasta cierto punto, pero sentí que todo el ambiente que quisiste crear se rompió bruscamente con ciertas acciones.

    Cosas de las que pude percatarme:
    • -Siento que exageras con comas en unos lugares.
    • -Al hacer una interrogante después de una coma se inicia con minúscula. Después de un punto o al iniciar con mayúscula. En caso de ser distintas ideas con expresiones exclamativas y/o interrogantes es válido colocar un "Mione me miró, ¿qué hacía Raúl aquí? ¿Cómo mierda quiere que entienda algo?" Son ideas aparte, ahora bien cuando es algo parecido a "Mione me miró, ¿por qué lo hacía?, ¿debía tomar eso como algo bueno?" La cuestión es la misma con los exclamativos.
    • -Tienes buena ortografía, simplemente te hago la mención del solo/sólo que, aunque la RAE haya dictado (por que sí, así lo considero) que no es necesario acentuarlo a no ser que sea un hecho ambiguo, deberían seguir acentuándolo para no perder las reglas ortográficas originarias.
    • -Al inicio de un diálogo el guión siempre va pegado a la oración iniciando con mayúscula y jamás separando éste de la misma sin importar que contenga un signo exclamativo o interrogativo, el caso cambia cuando el guión es utilizado para una intervención breve del narrador; éste debe de ir separado del diálogo pero adherido a la intervención correspondiente para. Cuando la breve intervención finalice el guión irá pegado a ésta dejando un espacio para que se prosiga con el diálogo a menos que éste lleve una coma, dichoso signo puntuativo que se adherirá al guión. Ejemplos y explicación:
      Primera opción:
      —Dime, ¿qué quieres?, ¿acaso alguna vez yo susurré ésas palabras ante ti? —maldije en mi interior, ¿cómo pude dañarlo?— esto es el adiós.

      Segunda opción:
      —Dime, ¿qué quieres?, ¿acaso alguna vez yo susurré ésas palabras ante ti? —maldije en mi interior, ¿cómo pude dañarlo?—, esto es el adiós.

      Después del guión largo, dónde inicia la intervención correspondiente deberá iniciar, o no, con mayúscula dependiendo de lo que esté antes.

      Primera opción:
      —¡Te amo!, te amo tanto Steve. —Le dijo entre lágrimas mientras intentaba abrazarlo.

      Segunda opción:
      —¿Qué rayos quieres aquí? —Me miró / —¡Qué rayos quieres aquí! —Me miró

      Tercera opción:
      —Tonto... —esto es el adiós—. ¡Mil veces tonto!

      Jamás podrá ir en mayúscula si después del guión inicia con un verbo del habla cómo dijo, preguntó, habló, susurró, farfulló/maldije, grité, canté, hablé/etc., etc.

      Ejemplo.
      Sí:
      —¿Qué?, ¿por qué? —susurró Violetta—. ¿Qué rayos sucede aquí? —Miró a su madre.

      No:
      —¿Qué?, ¿por qué?—Susurró Violetta—. ¿Qué rayos sucede aquí? —Miró a su madre.
    Ewh, bueno.
    Es todo lo que planeé decir en realidad, así que espero tomes el comentario como una crítica constructiva. El título lo tomé de una forma muy literal, espero comprender mejor su significativo real; de igual manera espero que tu personaje no se convierta en una Mary Sue.


    Continua, es buena.

    Bonito día tengas, chica.
    At: Fer-chan.
     
  3.  
    LhaurgigSesnas

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    Hola. Agradezco los comentarios, y antes de comenzar el 2do capítulo respondo algunas cosas:

    -Esto fue escrito antes de que la RAE aboliera el sólo/solo. Si hay alguno incorrecto, fue error mío al revisar el texto. De todas maneras esa medida de la academia me parece mala, así que actualmente sigo haciendo la distinción.
    -Trataré de disminuir las comas, sin embargo el uso de guiones y mayúsculas es una manía mía, la que luego corrijo si pretendo publicar seriamente. Como este no es el caso, sigo con mis costumbres adquiridas. Espero no resulte desagradable.

    2 - La extraña matrícula

    Claudia disfrutaba de dar vueltas en bicicleta por la ciudad, a pesar de tener que lidiar con automovilistas imprudentes y camiones que no se desorillaban y por poco le aplastan. De hecho, ese era su medio de transporte: lo consideraba una manera sana de movilizarse y ejercitaba las piernas.

    Pero esta vez fue distinto, pues volvió en menos de veinte minutos, con la mente tranquila. Era susceptible a enojarse en los desayunos, le gustaba estar tranquila al comer y la situación pareció casi una confabulación. Claro, como les había confesado la verdad, de pronto encontraron que ella no se comportaba igual que una mujer normal, y atacaron cosas que antes no tenían importancia, como maquillarse o elegir buena ropa. Una falsa máscara de aceptación se habían colocado, y sin darse cuenta ahora estaban intentado cambiarla.

    -¿Ya llegaste?- Su papá estaba viendo fútbol, al igual que en variadas otras ocasiones.

    -Salí para calmarme. Ahora ya me tranquilicé de ustedes, así que voy a seguir con esto de visitarlos. Pasé por el consultorio, no sabía que lo estaban ampliando. Los de la construcción empezaron con sus piropos… un día de estos me voy a morir de la risa con sus poemitas, y me voy a accidentar en la bici. Entonces voy a quedar bien linda, y ninguno de esos maquillajes va a arreglarlo.

    -Los tipos de la construcción son unos calientes...

    -Pero a pesar de todo miran sanamente, no de manera pervertida como ese menso del Eduardo que me quisiste presentar.

    Claudia iba a sentarse junto a su padre a descansar, y a ver si le encontraba alguna gracia al fútbol luego de tantos años sin hallarle mayor atractivo a aquel deporte. Sin embargo se arrepintió, puesto que consideró más importante otra cosa. Se lavó un poco, y luego fue con su madre.

    -Oye. Mi hermano tenía algunas cosas guardadas aquí ¿Cierto?

    María pareció sobresaltarse de escuchar aquello, pues era una herida todavía abierta, y Claudia lo preguntaba sin nada de tacto. Su hija no era buena para esas cosas, pero se sentiría conforme si al menos hiciera el esfuerzo en este caso.

    -Sí, linda. Él pasó unos días aquí igual que tú, pero luego…

    -Okey.

    La joven se marchó del cuarto de su madre y volvió a su habitación. Todavía estaban los restos de la araña aplastada, pero no era lo importante. Lo importante era que no debió ir así de abrupta a preguntar un tema delicado a su madre, con lo sentimental que era ella… seguramente le vería en aquel fin de semana con los ojos rojos del llanto en varias ocasiones. Se imaginó intentando consolarla, pero le parecía una idea ajena a su persona.

    Ya había cometido el error, así que intentó restarle gravedad al asunto y abrió los cajones. De seguro hallaría en ellos algunas pertenencias de Alexis, tiradas en desorden. Pero no, estaban perfectamente ubicadas. Cada una en su sitio.

    -Esto fue obra de mi mamá.- Dijo en voz baja- No lo está asumiendo bien y decidió entrar aquí. Aparte de limpiar tomó las cosas de mi hermano, como queriendo que fueran una parte de él… y ese tipo de cosas que hacen las mamás.

    No obstante era difícil culpar a su madre por tener sentimientos hacia sus hijos. Era lo más natural de la vida, así que tras encontrar lo que deseaba intentó concentrarse en su padre y sus gritos hacia el árbitro. De pronto era chistoso verle reclamar contra este, a sabiendas de que ni él ni su santa madre le oirían nunca.

    Se guardó el viejo celular de Alexis en un bolsillo del jean, le dio un último vistazo a la pobrecita araña, y salió de ahí. Fue al sofá, a mirar a los hombres tras el balón.

    -Oye papá.- Le interrumpió- Tuve una buena razón para venir de visita, así que lo hablamos luego del segundo tiempo.

    -Este es el segundo tiempo, le quedan veinte minutos.

    -Como sea.


    La conversación fue exitosa. Claudia el día lunes se presentó a la universidad más temprano de lo que en teoría debiera ser lo habitual, pues tenía que convencer de alguna forma a quien fuera necesario para tomar la carrera de psicología en el último semestre, el cual había comenzado hacía muy poco. Era una idea bastante anormal, pero creía de algún modo, tener algunas cartas a su favor. Este era el momento de encarar su reto autoimpuesto, de conseguir algo valioso y que le ayudaría a crecer bastante. A pesar de que sus padres nunca le habían presionado al respecto, siempre se mantuvo con la sensación de estar quedándose dormida en los laureles, viendo como ella misma pasaba por alto todas sus capacidades. Había que enmendar eso, y qué mejor que titularse a los diecinueve años, en una carrera que tal vez le pudiera ser interesante.

    ¿Por qué no? Hubo un niño de 13 años que entró a la universidad, y tenía menos cociente intelectual que ella. Ya no recordaba qué carrera habrá estudiado el chico, pero de ser algo como medicina estaría titulándose antes de los 20, a menos claro que decidiera salir de la medicina general para pasar varios años más especializándose. Ella quería hacer lo mismo, pero sin haber estado en la universidad todos esos años. Aunque su alternativa era bastante deplorable, tenía que aprovechar aquella oportunidad única.

    El sábado y el domingo fueron días en los que se preocupó de estudiar. Su padre entendió aquello, luego de la conversación tras el fútbol, y no trató de hablar con ella sobre ese otro asunto tan delicado.

    Ingresar conocimientos a su mente debería ser una costumbre, pero intentó ingerir más de lo que era natural para un cerebro humano, y con suerte se había grabado la mitad de las cosas. Bueno, en psicología más que aprender cosas por libro, había que entenderlas de verdad, comprender los procesos, y quizás cómo se llamasen estos. Qué suerte que su hermano Alexis no estudiaba medicina, sino que un campo que era evidentemente más abstracto.

    Sus intentos de ponerse en contacto con el director de la sede, que para su fortuna era psiquiatra de profesión y conocía bien a su hermano; fueron infructuosos. No le ubicó por celular, pero de pura suerte le vio pasar por un pasillo en lo que era una imagen muy rara de ver. El director muy casualmente aparecía por el establecimiento; se ocupaba de otros temas, y la mayoría de alumnos allí ni siquiera lo habían visto en su vida. A pesar de ello, se tenía por sabido que era un hombre muy comprometido con la parte humana de la universidad, y esperaba apelar tanto a su razón como a su carácter bonachón, más que a cualquier procedimiento burocrático o reglamentario.

    -¡Don Arnaldo!- Se le acercó.

    -¿Sí?- Volteó él, naturalmente sin reconocerla.

    -¿Usted es el señor Arnaldo Medina, cierto?- Se preguntó si no fue una entrada muy atropellante.

    -Sí ¿Y usted señorita, quién es?- El hombre ubicaba de memoria a muchos estudiantes allí, aunque el rostro de la joven no se le hacía familiar. Tampoco era un elefante para memorizar las caras.

    -Me llamo Claudia, soy la hermana de Alexis, de psicología último año.

    -¡Ah, perfecto! Sabía que tenía una hermana en alguna parte, usted andaba medio escondida.

    -¿Qué? Bueno, él nunca habla mucho de su familia. Parece que es cosa de sangre, somos así.

    -Leí el mail que me enviaron. ¡Qué lamentable! Le doy mi más sentido pésame, de verdad.

    -Gracias.- Ella misma no sabía si estaba realmente tan afectada como debiese. De hecho, se sentía culpable por no sentir tanto dolor con la pérdida de su hermano mayor.

    -Es una lástima lo que pasó.- Continuó el director, y Claudia quiso poner una expresión de tristeza- Pero mejor cuénteme, ¿Qué le trae por acá?

    -¿Podemos hablar en privado? O no en el pasillo, por último.

    -Por supuesto, sígame.

    Se fueron hasta algún salón vacío, el que más cerca estuviera. Casualmente era el que iniciaba la clase del día para, esperaba, su curso de psicología. Don Arnaldo miró la hora por si no iba a entrar nadie en poco tiempo, y como restaban algunos minutos, hizo pasar a la joven.

    Claudia vio aquello como una mala señal. ¿En un salón de clases, y en pocos minutos? Seguramente el hombre no se iría a tomar demasiado en serio su conversación con ella, sin embargo, era mejor comenzar con las palabras.

    -Dígame.

    Tomó aire. Ya tenía planeado lo que iba a decir.

    -Verá. En mi familia hemos estado averiguando, y el crédito universitario de mi hermano, pese a su muerte, todavía es válido. O sea, el banco no lo va a revocar hasta finalizar el año.

    -Por supuesto, el banco está pagándonos para un estudiante.

    Claudia supuso que el director diría algo como eso, pues Alexis conversaba frecuentemente con ella y conocía bastante al hombre. Era la simple técnica de decir algo que bien podría no haber dicho para que el interlocutor continuase hablando sin hacer pausas, y sin salirse del tema. El director le miró a través de sus anteojos con intensos ojos verdes, tan claros como los de ella. Estaba a la espera de que Claudia continuase con su diálogo, que completase sus ideas.

    -Yo tengo una idea que le puede parecer extraña, no sé si usted va a aceptar algo así tan fácil.

    -Cuénteme.

    -Bueno, como usted mismo dijo, el banco sigue pagándole a esta universidad, y como yo también tengo interés en la psicología, pienso que podría tomar el puesto que mi hermano ya no puede cubrir.

    -Entiendo lo que está tratando de plantearme.- Dijo él pero en su cara no había atisbo alguno de aceptación, o de rechazo. Seguía queriendo escucharle antes de aventurar ninguna palabra.

    -Lo más ortodoxo sería que yo comenzara igual que todos, desde el primer semestre, sin embargo ese crédito sólo va a seguir con validez hasta finalizar el año. Creo que usted entiende hacia dónde voy…

    -Usted quiere empezar desde donde él quedo, en el último semestre.

    -Sí. Esa es básicamente la idea.

    -Usted es más joven que su hermano ¿No cierto?

    Esa pregunta estaba de más, ella misma había dicho que su hermano era mayor ¿Por qué lo había dicho, verdad? Sin embargo Claudia era sagaz, y sabía que el hombre lo decía para que ella defendiese su postura, para que fundamentara su idea. Le dio la impresión de que estaba poniéndole a prueba.

    -Sí, soy la menor, la hermana aventajada.- Esperaba no sonar presuntuosa al decirlo- Podría empezar la carrera en otro lado, pero como él sabía que a mí también me interesa la psicología, me estuvo enseñando todo lo que iba aprendiendo, y me hablaba del funcionamiento interno de esta universidad. Por todo eso, creo que tengo más aptitudes que los demás alumnos de mi edad, y me sentiría cómoda de seguir justo dónde él quedó. Tengo buena capacidad de aprendizaje.

    Aunque definitivamente su frase si fue pretenciosa, era lo que tenía que decir.

    -El semestre ya empezó.- Contestó el director, aunque a Claudia no le pareció tajante. Más parecía haber un atisbo de curiosidad en la cara del hombre, como si la idea se le hiciera divertida. Si tenía razón, eso era muy bueno.

    -Entiendo que el semestre comenzó hace dos semanas, está recién partiendo. Por otro lado, bueno… nadie pensaba que mi hermano iba a fallecer.

    -Por supuesto, lo entiendo.- El hombre volvió a mirar el reloj. Quizás sería conveniente moverse antes de que ocupasen la sala- Usted daría una especie de prueba de conocimientos que demuestre que está calificada para rendir el semestre, pero no es todo tan fácil.

    -Comprendo que es una idea optimista.- Pero aún no era la hora de ceder, y sólo pedirle empezar como todo alumno.

    Sin embargo, el director sonrió, y le dio su respuesta. A Claudia el rostro se le iluminó al instante, pues a pesar de estar decidida en sus intenciones, jamás pensó que fuera así de fácil conseguir su ingreso. Era algo completamente salido de la norma, lo sabía muy bien.

    -¿En serio no le parece mala idea?- Preguntó pasmada.

    -Usted va a tener que deslumbrar con sus conocimientos.- Le dijo don Arnaldo- Usualmente sería imposible admitir este tipo de, humm… triquiñuelas, pero se da el caso de que quien lo está pidiendo es usted.

    -Y yo qué tengo de especial.- Se desentendió.

    -Verá, Claudia. Al yo ser un psiquiatra, y un director de universidad, me pongo a revisar casos como el suyo: especiales. De hecho sé que hay algunas universidades e institutos que estaban esperando a que cumpliera los dieciocho. Esta sede también, sobre todo teniendo a Alexis entre nuestros estudiantes. Sin embargo fue imposible ubicarle.

    -Ya veo. Así que de hecho yo estaba pensada para una beca.- Era algo fabuloso, no obstante, no estaba entrando a la universidad por sus propios medios, por lo que había estado planeando todos aquellos días. Estaba felizmente frustrada- Yo pensé que todo eso eran datos e informes confidenciales. Con cláusulas firmadas y ese tipo de cosas.

    -Sí, yo no tuve acceso a ellos, pero entre colegas se conversa.

    -Ya.

    -Cuando supe su nombre le pregunté a su hermano por el parentesco, y me dijo que era su hermana menor. Así que usted de todas formas hubiera podido entrar a esta universidad de haber querido, becada. Sin embargo…

    -Sin embargo…

    -Yo me permito dudar en estos momentos de su completa estabilidad. Espero no se moleste, pero le debo preguntar por ello. Y quiero que me conteste lo más sinceramente.

    -A pesar de que tuvieron diversas hipótesis, lo único que acertaron decir es que mi conducta es parecida a la hipomaníaca, pero no lo soy, no sufro de “episodios” no soy depresiva y tampoco presento déficit de atención. Simplemente mi personalidad es así, sea eso producto de un desorden o no.

    Además ser hipomaníaca en algunos casos conllevaba un grado de empatía demasiado alta, pero ella no iba a decir que era en realidad todo lo contrario. No le convenía, mejor quedar como comprensiva que como indolente. Tampoco le gustó su forma de explicar, puesto que si sólo eso acertaron decir, es que se sospechaba de otras cosas. Cosas que no están del todo claras, no obstante seguramente el director le pediría alguna especie de certificado, o buscaría informes de sus análisis. Aquello confirmaría lo que estaba diciendo.

    -¿Sabe qué?- Desvió el tema el hombre- Lo que usted propone es algo que nos favorece financieramente. Sale más rentable permitir que usted entre al último semestre con un crédito, a pagarle una beca completa por varios años. Es por eso que le diré una cosa: esfuércese lo suficiente. Tengo que coordinar el asunto con los profesores de cada área, para adaptar los contenidos de la prueba de admisión que ya le mencioné.

    -Okey… le tengo que dar las gracias infinitas entonces.

    -Ojalá me las dé, porque esto es un asunto poco convencional. Para admitirla de esa forma hay que trabajar bastante… están las nóminas de alumnos, en fin, es una serie de temas que hay que hacer cuadrar; que si no un día nos hacen auditoría y va a haber problemas. Pero no se preocupe, aunque entregarle la matrícula le va a tardar más tiempo de lo normal.

    Claudio sonrió genuinamente. Era raro en ella.

    -Mejor que se prepare para las pruebas. Aún con sus capacidades, esto se trata del conocimiento de años.

    -Sí, por supuesto. Pero me quedaré con eso que dijo sobre el retraso de mi matrícula, eso significa que voy a pasar algún tiempo sin estar inscrita legítimamente.

    -Así es.

    -Entonces no hay problema con que yo entrara de oyente hoy día mismo.- Una pregunta le surgió- ¿En cuánto tiempo cree que se me hagan los exámenes?

    -Espero que dentro de este mismo mes.

    El directo miró el reloj nuevamente. Ya era hora de volver a sus quehaceres.

    -Adelante, pase como oyente si quiere. Aunque como es un acuerdo de palabra intente no pasearse mucho, si le preguntan quién es usted no va a tener cómo hacerse valer por oyente.

    -¡Gracias! En realidad yo…

    -No me diga más, no me diga más.- El director estaba conforme con la situación.

    Una profesora entró en la sala. Se llamaba Ingrid y era una de las maestras de Alexis. Por lejos la que más tomaba en cuenta a los alumnos, pues había algunos profesores que pasaban materia como si fuera la educación primaria, y les daba igual si los estudiantes aprendían algo o no.

    -Buenas tardes, don Arnaldo. No sabía que vendría a la universidad.

    -¿Cómo está, doña Ingrid? ¿Qué tal su fin de semana?

    -Fueron dos días sin mucho ajetreo, nada fuera de lo común. ¿Y el suyo, cómo estuvo?

    -Sin novedad. Mire, le presentó a Claudia.

    -Claudia.- Repitió la joven. Debía dejar claro desde el principio que se llamaba así, ya que por algún misterioso motivo la gente tendía a dar vuelta sus nombres y a decirle Daniela.

    -Qué tal. Ingrid Zuñiga.

    -Hola.

    Se saludaron de beso.

    -Ella es hermana de Alexis, usted lo conoce. Estará de oyente un tiempo.

    La mujer realizó una expresión de entendimiento.

    -Interesada en la psicología, por lo que veo.

    -De hecho, si todo va bien será alumna. Pero ya las dejo solas ¡Se me hace tarde!

    -Chao, y gracias otra vez.

    El hombre salió de la sala, sonriéndole nuevamente a la joven. De hecho, le miró detenidamente, casi provocando que ella levantase su ceja derecha. La estaba estudiando, supuso.

    -¿Hermana de Alexis?- Le preguntó Ingrid, en lo que Claudia vio una abierta manera de iniciar un diálogo, pues la profesora ya había escuchado aquello.


    De todas maneras, tuvo que aguantar nuevamente un pésame. Eso le irritaba, pero qué se le iba a hacer. Mejor estar feliz, aunque siempre preguntándose por qué todo había salido de maravillas. La decisión final la tenía algún comité, seguramente, pero la opinión del propio director podría ser tajante. Se le hacía raro… y lo entendió en un segundo.

    -Viejito perverso… por eso no me gustan los psiquiatras.- Su susurro fue inaudible.

    ----------
    Alguna referencia he de poner:
    -Hipomanía

    Esto lo diré ya que Fernandha lo ha sacado a colación antes de tiempo. Tranquilidad con el personaje y algunas de sus características. Tiene que ver con su, hmmm... "mente", pero como el ritmo de publicación que he tomado es lento, puede no parecerlo.
     
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    LhaurgigSesnas

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    3 - De quién es el pupitre

    Allí uno podía escoger el asiento que quisiera, aunque generalmente todos se sentaban por el mismo sector, o exactamente en la misma silla. Lo curioso era que la mayoría de estos jóvenes se quejaban en la época escolar de tener que sentarse en un sitio obligado todos los días. La joven tomó el asiento que hubiera usado Alexis, en un extremo, pues como era zurda no se topaba con el codo de nadie. Casi todos los pupitres eran para derechos, pero en cada sala había dos o tres diferentes, repartidos en el lugar, por lo que no existía mayor problema.

    Los otros estudiantes comenzaron a llegar de a poco unos veinte minutos más tarde. La primera en entrar fue Loreto, la novia de Alexis. Claudia no se la esperaba ahí tan temprano, y en el rostro de la joven era evidente su pesadumbre, junto a una falta de horas de sueño. No estaba bien, eso era obvio. No había pasado aún mucho tiempo desde la partida de su hermano, y en la cabeza de la muchacha todavía surgían pesadillas y malestares. Estaba destrozada, pero con un falso optimismo por delante. La vida debía continuar.


    Loreto le vio mientras saludaba a la profesora, y se extrañó un poco. Claudia no pudo evitar levantarse cuando esta se aproximó... no podía negar los motivos por los cuales Alexis se interesó en un principio. Era morena de pelo largo hasta los hombros, ojos castaños y unos labios grandes. Un poco menos delgada que ella, y de un metro setenta y algo. Al igual que el otro 99% de las mujeres, se vestía mejor que ella y tenía las uñas pintadas de blanco, supuso que para combinar con su bolso también blanco. Ya le hacía falta una revolvida en la lavadora al dichoso bolso, pues estaba bastante opaco.

    La muchacha se restregó los ojos, en señal del sueño y de lo pesado que sentía su cuerpo. Esperaba poder volver a dormir bien al cabo de unos días. Se saludaron y ambas tomaron asiento. Loreto se colocaba siempre que podía al lado de Alexis, y como era de esperarse mantuvo su puesto, aunque él ya no estuviera.

    -Hola, ¿Tú debes ser Loreto, cierto?

    -Sí, Loreto Hermosilla ¿Y tú?

    -Me llamo Claudia, soy la hermana del Alexis.

    -¿¡Su hermana!?- A Loreto aquella revelación le tomó por sorpresa- El Alexis nunca me habló mucho de ti.

    -Sí, él no habla mucho de su familia, era bien inexpresivo. Somos parecidos en eso.

    Por lo poco que sabía de la hermana de su novio, Loreto pensaba que ella era demasiado misteriosa como para un día aparecerse, de la nada, en medio de todo el mundo. Tal vez estaba buscando algo, en medio de aquella universidad.

    -Yo…- Casi se quedó callada. Su voz tan linda denotaba su agravio, y ella quería soportarlo lo mejor posible. De todos modos continuó- No he revisado mi correo, con la notificación. No quise, me enteré de otro modo.

    -Entiendo que sea difícil.

    Pero Claudia no hizo el mínimo esfuerzo por consolarla. Si había que sufrir, pues bien, era parte de la vida. Además no conocía para nada a Loreto, como para intentar contenerla. De nada le serviría decir “todo va a estar bien” si ambas sabían que nada estaba bien en esos momentos.

    -Voy a revisar ese mail ahora, pero este celular es muy viejo, no tiene para ver. ¿Acompáñame a los computadores?

    -Okey.

    Ambas se levantaron y partieron, aunque ni raudas ni veloces.

    -Nosotras volvemos pronto.- Le dijo Loreto a la profesora.

    -Vayan, pero no se demoren.

    A Claudia no la dejaron entrar tan fácil, pero al final consiguió hacer ingreso a la sala virtual. El mail de notificación que enviaron sus padres a todos los conocidos de su hermano contaba todo con gran detalle, quizás más de lo necesario. Además, le pedían a Loreto especialmente que cuidara sus pertenencias en la casa donde ambos alojaban junto a otros estudiantes, pues decían que su amigo Alejandro era bastante capaz de meterse en sus cosas.

    El correo fue bastante frío, cosa que era de esperarse, puesto que los padres de Alexis no conocían a Loreto, pues él nunca la había llevado a la casa para presentarla. En esa clase de cosas, su hermano era bastante parecido a Claudia.

    -¿Qué les puedo contestar?- Preguntó Loreto, una vez leyó todo dos veces y vació su cabeza de ideas y expresiones dichas en palabras sin orden ni gramática.

    -Mejor no les contestes nada aún, porque ya va a empezar la clase.

    Loreto miró la hora en el PC.

    -Verdad…

    Se levantó rápido, y fue Claudia quien le sacó de su cuenta de correo para que nadie se enterase de sus cosas.

    -Cuida tus datos.- Le dijo a la muchacha.

    -¡Verdad! Que soy mensa.

    -Espérame un poco, ya te sigo.- Le dijo- Quiero revisar una cosa.

    -Ya, pero apúrate porque la señora Ingrid ya va a comenzar.

    Quería comprobar una sencilla cosa. Estaban usando Mozilla, y ella conocía la ruta de memoria. Herramientas> Opciones> Seguridad, y el recuadro de contraseñas estaba tickeado en “Recordar contraseñas para los sitios”. Así que fue a la lista de excepciones, y allí había uno que otro sitio sin importancia. Sin más rodeos ingresó a revisar todas las contraseñas guardadas. Qué lindo… ahí estaba todo, de cada estudiante que había usado esa terminal alguna vez y había pedido recordar. Nombre de usuario a la vista, y bastó con apretar el botón para ver las contraseñas. Recordó especialmente la de Loreto, 123cuatrocinquito, sin embargo, no tenía ninguna perversa intención, sólo era curiosidad.

    Era increíble que un computador público, y de una universidad, no tuviera esas cosas configuradas correctamente, era un peligro para quien se metiese. De partida debían haber puesto una sesión de invitado, pero estaba en la de administrador.

    En fin, captura de pantalla, la que tituló “espionaje”, y luego se la envió a su propio correo. Ahora sí, borró todo lo recordado, reconfiguró el recordatorio de claves y decidió comunicárselo a alguien encargado para que se tomaran medidas.

    -¿Y qué estabas haciendo?

    -Nada especial.- Miró a Loreto directo a los ojos, a sabiendas de que, de quererlo, podría escudriñar en toda su vida. Sin embargo, no tenía pensado revisar nada, ella no era esa clase de persona. Fue más que nada para ver si era una clave segura. También le advertiría luego, a pesar de que ese “cinquito” era imposible de adivinar.

    -Tengo que encontrar a quien esté a cargo…- Habló sola.

    Sabía que no contaba con mucho tiempo, y no tenía intenciones de llegar tarde a su primera clase. Hacía ya mucho tiempo desde que entró a un salón con pupitres por última vez, ya no recordaba cuántos años. Luego de abandonar la escuela por el simple hecho de que era un esfuerzo inútil para ella, le impusieron un profesor particular, sin embargo terminó hartándose del pobre caballero, quien tampoco podía enseñarle las cosas al ritmo vertiginoso que llevaba.

    Así que tomó una decisión, a pesar de que sus padres batallaron mucho con ella, y con justa razón. Finalmente abandonó la educación convencional y aprendió por su propia cuenta las cosas que ella quería aprender, y todo lo rápido que ella pudiese, o quisiese. Deambuló entre diversas ramas del saber, y finalmente decidió que la física era lo suyo, aunque no le agradaba particularmente la matemática. Sin embargo, ahora estaba cursando psicología en la universidad… eran las vueltas de la vida, nadie podía saber qué estaría sucediéndole al día siguiente.

    Sólo sería un semestre, por lo menos. Luego ya vería qué hacer con su existencia. Le interesaba más el conocer a profesores en diferentes áreas, más que la carrera misma. Dichos profesores podían tenderle una mano en caso de necesidad, o sólo brindarle información para reforzar algunas cosas puntuales en las que todavía le quedaba dudas. Pero todo a su tiempo, aún estaba en la sala de computación, parada como tonta.


    Claudia miró a su alrededor, y también se restregó los ojos. No había señal de nadie encargado, y además Loreto ya le estaba apurando otra vez. Vio en su reloj la hora, y se lo guardó en el bolsillo. Era su reloj Casio con la correa cortada, así que no podría ponérselo en la muñeca hasta cambiarla. Pero nunca se daba el tiempo, además la operación de sacar el reloj de su bolsillo no le molestaba. En invierno se dejaba la mano en éste, y acababa con una mano caliente, y la otra helada.

    -Sólo un segundo, ya termino.

    Prefirió dar por terminada su infructuosa búsqueda. No vio a nadie que pareciese encargado, así que era mejor retirarse. Ya iría más tarde a resolver el problema que tenían, si es que no se olvidaba.


    Volvieron a la sala, la cual ahora estaba prácticamente llena. Como siempre, Loreto terminó llegando casi atrasada.

    Había alguien en el puesto de Claudia. Se trataba de Alonso, con quien Alexis nunca se llevó bien. De hecho, los dos se caían demasiado mal, y ahora ella iba a descubrir el porqué.

    -Hola hola.- Dijo él al verla aproximarse, inspeccionándola de pies a cabeza- ¿Cómo te llamas? ¿Te equivocaste de salón?

    -Es la hermana del Ale.- Aclaró Loreto.

    -¿Qué Ale, el Alexis, el Alejandro, o quién?

    -Hermana mía no es.- Se oyó la voz de este último entrometerse. Claudia miró y Alejandro le hizo un gesto. La joven le contestó moviendo un poco la cabeza. Él vivía junto a Alexis en la casa que arrendaba el grupo.

    -Soy hermana de Alexis.- Le respondió a Alonso.

    Y por su tono de voz, ya dejaba claras las cosas desde un principio, o al menos eso supuso.

    -Alonso Soto, para servirte.

    Este era uno de los donjuanes a los que Claudia tenía que evitar siempre, y sería el perfecto ejemplo de todo lo que detestaba de los pseudo galanes sin estilo ni talento; prácticamente era la caricaturización de esas características, de no ser eso ofensa contra las caricaturas. De todos modos, tal vez aventuraba conclusiones muy rápido, pero la forma en que le veía le bastaba y sobraba para darse por enterada.

    -Ah, qué bien. El octavo Alonso Soto que conozco.- Comentó ella.

    -Qué se le va a hacer. Me tocó un apellido muy común y corriente.

    -Oye. Yo estaba sentada ahí.

    -¿En serio?- Se preocupó falsamente- No lo sé, yo llegué y estaba desocupado. Si quieres te puedes sentar acá.

    Y le dio unos toques al asiento en donde se ubicaba siempre Loreto.

    -Ahí se sienta la Lore… ¿Te puedo decir Lore, cierto?

    -Sí, ¿Te puedo decir Clau yo?

    -Bueno.

    -¿Así como Santa Claus? ¿Por qué le dirán Santa, si es hombre? O no, Claudita, ¿Qué opinas?
    Aquel “Claudita” le molestó sobremanera, pero se controló en la medida de lo posible. El tipo era muy confianzudo y un payaso.

    -¿Me puedes dejar sentarme ahí, con la Lore? Por favor.

    -Oye, pero podemos conversarlo de otro, ¿No te parece? ¿Qué opinas?

    -Opino que te salgas de ese puesto ¿No que estabas para servirme?

    Algunos de los que estaban cerca pusieron mayor atención. Claudia no era precisamente alguien que supiera manejar su ira.

    -¡Pero relájate! El asiento no es tuyo.

    -Mira, por qué no te vas a sentar allá lejos.- Le dijo señalando otro puesto de zurdos- ¿Cuál es el problema de que yo me siente acá?

    Loreto le tomó de un brazo.

    -Cálmate, si él igual tiene razón. El asiento no es de nadie, y nosotras salimos.

    -A ver… ¿Y tú Claudia, cómo sabes en donde me siento yo? ¿Te lo contó tu hermanito?

    Claudia tenía ganas de sacar por la fuerza a Alonso de ahí, sin mayor motivo que el provocarle y llenarse la boca con su hermano; pero era su primer día y no podía darse esa clase de lujos sin estar matriculada todavía. Así que se lo pensó dos segundos y le dio una palmada no muy fuerte en la cabeza.

    -¡Te están diciendo que te salgas! ¿Es que tienes problemas de audición? Ese lugar estaba ocupado antes de que llegaras. Apuesto que cada día todos se sientan en el mismo lugar ¿Qué pasa hoy día que se te ocurre sentarte lejos de tu rincón?

    El joven se levantó mirando con cara de sorpresa a su nueva compañera de ramo.

    -¡Okey, tranquilita! Eres bien brava, relájate. Resultaste ser igual que tu hermano.

    Alonso se dirigió a su puesto habitual mientras unos cuantos se burlaron de él. Ingrid miró todo eso en silencio, volviendo a poner atención en los papeles que revisaba y mirando la hora, a ver si ya tenía que dar inicio a su clase. Ella era demasiado puntual, para que sus alumnos no se distrajesen ni una sola milmillonésima de segundo, y luego la pudieran culpar de no usar todo su tiempo. De hecho, cuando estaban todos presentes comenzaba antes, aunque ahora Loreto y su nueva compañera habían retrasado las cosas.

    -Bueno, ya la conocieron. Ella es Claudia y es la hermana de Alexis. Ya hablé contigo, pero de todos modos quiero reiterar el pésame para ti y toda tu familia.

    La aludida sólo se sentó, mientras veía cómo Loreto le miraba haciendo lo mismo y sin saber qué pensar. Claudia supuso que había dado la impresión de ser una loca maníaca, o quizás qué, por lo tanto mejor controlarse ante esas nimiedades. El resto de los allí presentes le saludó de diferentes maneras, haciendo gestos o diciéndole algo en voz alta. Algunos le silbaron en honor a su belleza y Fernando, el alumno más excéntrico de todos, le dijo que su cara era tan fina que se sentía culpable de mirarla con sus ojos sucios de pecado; además de llamarla “florecilla”. Claudia no pudo evitar sonreírse por aquello, aunque su reacción tuvo que haber sido alzar una ceja, o cosa similar.

    -Ah… Florecilla ni que nada.

    -Hola buenas.- Dijo Alejandro, sentándose en uno de los puestos desocupados de cerca- Genial, me caíste bien, muy bien. ¡Loreto!

    -¿Ah?- Dijo ella, un poco despabilando.

    -Haz las presentaciones…

    -¡Ah, sí! Claudia, él es Alejandro, el que mencionaron en el mail, y bueno… ella es Claudia, la hermana de Alexis.

    -Ah, el mail.- Pero tenía que preguntarlo- ¿Claudia cuánto?

    -Claudia Daniela.- Dijo ella. Supuso que le preguntaba por su segundo nombre, ya que el apellido era igual al de su hermano debido a razones evidentes.

    -Sabes qué, yo creo que sonaría mejor Daniela Claudia.

    -Oh, ya empezamos con eso…

    -Me gustó tu actitud. Las cosas bien claras desde el principio. Ese tarado de Alonso siempre se comporta así.

    -¡Como debe ser! El puesto es mío y ya estuvo. Poco me falta para ponerle mi nombre.

    -¿Y qué? ¿Ahora llegas, y estudias aquí?

    Loreto dejo de divagar con sus ojos para prestar atención. Ella no había preguntado nada al respecto porque sencillamente no se le pasó por la cabeza. Estaba muy abrumada para pensar con claridad.

    -Ah, sí. Pero ya va a empezar la clase, en la casa te cuento.- Soltó.

    -¿En la casa?

    -Ah… sí.- Todavía no había conversado el tema, así que a ver cómo se explicaba- Tengo el mismo problema de transporte que mi hermano, y ya que no va a volver quiero alojar donde mismo; si es que están de acuerdo. Voy a seguir pagando la parte que le correspondía a él.

    Intentó poner cara de “por favor”, pero las expresiones faciales no se le daban muy fácil. Calculaba mucho cómo movía cada centímetro de su rostro.

    -¿Qué piensas, Loreto?- Pregunto Alejandro- ¿La dejamos? Por mí está bien, yo lo encuentro fantástico.

    -Yo creo que es súper buena idea. Además ella se encarga de todo lo que dejó Alexis.

    -Faltaría preguntarle entonces a Manolo, y a la Cata igual.

    -No.- Explicó Claudia- El Manolo ya me conoce, va a decir que sí.

    -¿En serio? Entonces ya estás casi adentro.

    Ella dio las gracias, cosa que le costaba hacer a veces.

    -No te preocupes, que si tampoco va a estar Alexis queda otro cupo libre, así que yo creo que los demás muchachos van a aceptar. Hay que pagar el arriendo y falta una buena parte ahora.

    ¿Ahora que Alexis tampoco iba a estar? Pero no pudo seguir indagando, pues Ingrid se levantó de su escritorio, saludó al último alumno en entrar y se dispuso a dar inicia a su clase de forma apresurada. Esta era la milmillonésima de segundo precisa, y la jornada tenía que comenzar.

    Claudia se sintió tranquila por haber salido bien parada ante la situación, y contenta de que todo hubiese sido más fácil de lo que llegó a imaginar en sus pensamientos más optimistas. ¡El primer día, y sentada mirando cómo Loreto se perdía en sus pensamientos, aún bostezando! Todo indicaba que volvería a la universidad y podría alojar donde quería, con la novia de su hermano, con Manolo y los demás del grupo. Loreto, aunque ahora apenada, parecía ser alguien interesante, y el contacto con ella y el resto tal vez fuese una buena idea.

    Después de todo, sí era reticente a la gente, pero a ver si ya lo remediaba… en caso de ser eso un problema.

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    Par de notas:
    -Si ud. ingresa una clave y la da a "Desea recordar su contraseña para este sitio", ésta quedará registrada en Mozilla o el navegador que sea, independiente de si de deslogea inmediatamente.
    -Ya sé que la palabra es "diestro" y no "derecho".
    -Desde la próxima semana voy a dejar mi manía un poco de lado, y empezaré a usar el guión largo, para que sea más cómodo a la vista.
     
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    4 - Ganándose el cariño

    —O sea, podría afirmarse que los sentimientos eróticos experimentados hacia personas del mismo sexo son igual de importantes en la vida psíquica que los pensamientos heteros —aventuró Claudia, quien no se creía esa patraña.

    —Claro, desde esa perspectiva es igual de sano.

    Estaban metidos de lleno en el psicoanálisis, un campo que desde principios de la carrera se tocaba, pero que seguía inquietando e incluso molestando a algunos estudiantes. Sobre todo a Claudia, quien tenía la idea de que era pura pseudociencia sin demostrar; eran sólo dichos espetados por un barbudo sin el menor tino hacía ya cien años, pese a que en varios campos parecía tener una buena dosis de razón. Varios pensamientos de Freud parecían descabellados y aventurados para su época, y para esta también; de seguro que dentro de algunas generaciones más, todavía serán ideas impactantes y controversiales.

    Afortunadamente, no era la única escuela de pensamiento y por ello constantemente entraban a debatir uno que otro punto.

    —Se supone entonces que la atracción equivalente hacia lo masculino y lo femenino sería un estado primitivo de la infancia, y se puede desarrollar más tarde como heterosexualidad u homosexualidad, dependiendo de cómo se den las cosas.

    Eso era lo que decía el padre del psicoanálisis, pero Claudia no consideraba aquella neutralidad primigenia como algo razonable. No dijo nada en contra, sería descarado una vez se enteraran sobre ella, ya que no podía mantenerlo oculto para siempre.

    —Y ¿cuáles serían estas demás cosas de las que depende la sexualidad mientras la persona se va haciendo adulta?

    —A ver —dijo Claudia, sin ocurrírsele mucho, por lo que decidió irse un poco por las ramas—, la atracción heterosexual no es un asunto de carácter químico en su totalidad, es un fenómeno que falta de ser aclarado todavía.

    —Sí, sí. Por eso te pido algunos ejemplos, a tu parecer. Porque entre el instinto y el objeto sexual hay todo un proceso de adaptación, el cual se genera a través de las relaciones que el niño establece con lo que le rodea. Por eso te digo, ¿no se te ocurre algún ejemplo de uno de estos procesos?

    —A ver… es que son demasiadas cosas, todo influye. La sociedad reprime algunas conductas que no considera tolerables, por ejemplo. ¡No! no es buen ejemplo, pero lo que quiero decir es que todo aporta con su grano.

    —Estás hablando de algo así como de perversiones ocultas, algo de ese estilo —le dijo Alonso para molestarle— las cosas pervertidas que la sociedad reprime y todo ese cuento.

    —Tú lo dices como chiste —aseguró la profesora— pero es claro que las perversiones son aquellas conductas que no pudieron ser reprimidas en el período infantil y que permanecieron en el adulto, como una especie de… se podía decir que como una cosa ajena a lo aceptado como normal y compatible con las normas sociales.

    —Como una incomprensión del yo hacia el ello —aventuró un alumno.

    —Claro, podría decirse…

    —Eso estaba diciendo, profesora. Pero eso sería ya como el desenlace de todo eso, no un ejemplo.
    —Piensa con la cabeza —le dijo Claudia, un poco molesta. Alonso sólo se metía a interrumpir sus ideas para burlarse o molestar—, que culminación ni que nada, todas las reglas e imposiciones de la sociedad generan en el niño una culpa, un castigo, amenazas… el pequeño se siente menos querido, observado, piensa que está haciendo las cosas mal, y ya por eso empieza a sustituir sus actividades de carácter sexual que tenía para satisfacer esos instintos no muy claros, que en realidad no le ayudan en nada. Se va reprimiendo de a poco.

    —Ah, ya entiendo —habló otro estudiante que escuchaba con atención— te refieres a una sustitución de placer por… aceptación.

    —Yo diría más bien que es una sustitución de placer por utilidad, jóvenes —explicó Ingrid—. Pero muy bien, señorita Claudia, me sorprende que una alumna de primer semestre se maneje así. Parece que su hermano le enseñó bien. Lo que dijo fue un excelente ejemplo, al contrario de lo que usted pensaba al principio.

    —Siempre el hermano, siempre —se escuchó a Alonso decir en voz baja— aunque no esté, figura.

    Y quizás tuviera razón, puesto que ahora Claudia tendría que hacerse notar por sus dotes, y no por lo que hacía su hermano, ni lo que supuestamente le enseñó.

    Pero lo cierto es que estaba hablando sobre un tema que ya había revisado quinientas veces. Y qué suerte que estaban tocando eso, pues le ayudaba a darse un poco más de fortaleza. Por lo menos Freud opinaba que ella ya tenía totalmente formada su personalidad, por lo tanto ya tenía un camino recorrido en su sexualidad y ya no se podía dar marcha atrás desde hacía muchos años. Cualquier intento de cambiarla, de quien fuera, sería infructuoso.

    Ojalá el padre del psicoanálisis tuviese razón, para variar.

    —Oiga, estaba pensando en algo —le dijo a la profesora— ¿habrá alguna manera, o probabilidad, de que una persona que en toda su adolescencia tuvo preferencia hacia un género, el cambiarlo? O al menos querer intentarlo. No creo, mi pregunta no tiene sentido.

    —Pero son muchos los casos de gente que sale del clóset ya de viejos —dijo una estudiante.

    —No me estoy refiriendo a eso. Me refiero a que alguien que fuese hetero hasta, no sé, los veintitantos, empiece a sentir una desviación del gusto sexual a individuos del mismo sexo.

    —Eso no podría ser —le contestó Ingrid—. Como tú misma dijiste, esa ambigüedad en los sentimientos de ámbito sexual sólo corresponde a la etapa primaria del desarrollo. El sujeto que hipotéticamente planteas no podría darse, a menos que fuera una persona que todavía no tenga su personalidad completamente desarrollada, y en ese caso no podría tratarse de un joven con ya más de 20 años, exceptuando ciertas patologías. Lo que sí podría ser que esa persona estuviera inconscientemente reprimiendo ese deseo homosexual debido a que su consciencia moral, su súper yo, no le permita “salir del clóset”, como le dicen ustedes. Pero el sujeto fue incapaz de renuncia a ese deseo oculto y finalmente desembocó en lo que Ignacia comentaba, Claudia. Aunque me parece una cosa muy interesante de analizar, quizás no desde el punto de visa Freudiano. No es para nada una cosa sin sentido.

    —Sí, era medio ilógico que se diera algo como eso. —Ahora tenía algo más que anotar en su cabeza acerca de la sexualidad, aunque sólo era la confirmación de algo que sin duda, era obvio.

    Pero Alonso Soto estaba en un desplante creativo.

    —Oye Claudita ¿no habrás preguntado eso por tu hermano…

    Eso provocó en la joven su molestia de manera instantánea, levantándose de su asiento. Sin embargo, Loreto se dio cuenta de lo que podía hacer su nueva compañera y se paró también, con el fin de sujetarle.

    —¡Tranquila oye! Que mujer tan loca —Alonso estaba desternillándose de risa, cosa que enfurecía todavía más a la nueva alumna.

    —Eres bien pesado tú ¿no? —le increpó la maestra— No quiero oír más un comentario como ese ¿Entendido?

    —Sí, no va volver a suceder —se acomodó en su asiento— fue sólo un impulso que tuve, estaba reprimido por la sociedad.

    —Ignora al Alonso —intentó calmar Loreto a la joven— siempre ha sido así, no le hagas caso.
    Ambas se sentaron y Alejandro le dijo a Claudia lo mismo que Loreto.

    —No lo oigas, sólo quiere llamar la atención —argumentó— si no le sigues la corriente se va a aburrir.

    —No seas pesado —dijo una estudiante que estaba sentada al lado de Alonso—, cuando el Alexis estaba, no le decía esas cosas a la cara.

    —Pero ahora no está, así que cuál es el problema. Además ¿qué me va a hacer ella?

    Era realmente una mala idea el creer que por ser Claudia mujer, no le iba a hacer nada. Mala idea…

    —Ya vas a ver lo que haré —amenazó— te vas a llevar una sorpresa, para que aprendas a subestimar.

    —Tranquila, Claudia —le pidió Ingrid.

    —¡Oye, no te metas! La conversación la tenía acá, por si no te habías fijado —Alonso estaba fascinado de ser molestoso, se sentía realizado. Seguramente se iba a echar unas buenas risas a costa de Claudia en lo que restaba del semestre—. Señora Ingrid, ¿puede decirle a la niña nueva que no se meta en las conversaciones que no le corresponden?

    La profesora continuó entonces, reprendiendo a Alonso y no muy a gusto con la situación; aparte muchas milmillonésimas se habían perdido en vano. Claudia otra vez intentó concentrarse, tenía buena capacidad de atención aún disgustada.



    La clase de Ingrid ya terminaba, y ahora los alumnos debían dirigirse a otro salón antes de quince minutos, los que faltaban para la siguiente asignatura. Loreto y Alejandro se despidieron de su nueva e irascible amiga, pues ellos daban ese ramo por internet, cosa que ella descartó ya que prefería ser más tradicional en ese aspecto. Aun así, planeaba más adelante hacerlo, para tomar en ese horario alguna asignatura optativa de carácter humanista. Alonso soto, de hecho, iba encaminado para allá, pero Claudia le estaba esperando en la puerta.

    —¿Cuál es tu problema? Vamos a resolverlo de inmediato, no tengo tiempo para tus estupideces. Si tienes algo que decir, habla ahora.

    Alonso le miró con una cara que daba entender que Claudia estaba loca o era histérica, o ambas.

    —Para, niña chica, relájate. Acá se viene a estudiar, no a generar malas energías. No te lo tomes tan a pechos —y se los miró groseramente—. A pecho, quería decir.

    Lo que a la joven le molestaba no era cualquier tipo mirándole, sino un tipo cualquiera viéndole en forma grotesca. El que la mirara de esa manera simplemente significaba una combinación de encontrarla poca cosa, inferior, y la degeneración sexual. Miró al piso a ver si podía encontrar algo de calma, pero el sujeto era un sinvergüenza y no pudo hallarla. Era sabido que no tenía buenos resultados con el manejo de la ira, pero es que ni siquiera tenía por qué tranquilizarse. Había estado burlándose de su hermano muerto, sin ni una sola muestra de respeto.


    Muy por el contrario, la ira se le daba bien y era bastante lúcida dentro de sus enfados. De hecho, le daba suficiente claridad y táctica a la hora de golpear. La boca del estómago era muy vulnerable, y el golpe fue en forma rápida y precisa. Tan fácil como eso. Así Alonso se recogería, y podría hacer con él lo que quisiera.

    Pero prefirió dejarlo sólo en eso.

    —¡Malas energías te vas a tener cuando te destroce a patadas! No me vengas con frases de mierda, la única que dices frases aquí soy yo.

    Varios estudiantes que deambulaban por allí se detuvieron a ver el espectáculo, y ninguno pudo evitar soltar diversas expresiones de sorpresa. Era cuando menos inesperado, pese a que algunos de los espectadores provenían de la misma clase que ellos.

    Alonso se llevó las dos manos a la zona mientas miró estupefacto y adolorido a su nueva compañera.

    —¿¿Qué te pasa?? ¡Estás loca! Tienes la mano bien pesada.

    —Sí, tengo la mano bien pesada. Así que olvídate de que existo, no soy de soportar las cosas y tener paciencia.

    —Esto no se va a quedar así, anda con cuidado.

    —Tampoco me gustan las amenazas. A tu estómago tampoco le gustan ¿o sí? ¡Mejor cállate!

    —Espérate a ver si te puedes matricular cuando cuente esto.

    La expresión en el rostro de Claudia se endureció. Uno de los allí presentes se acercó y le afirmó por los hombros al ver que estaba avanzando hacia Alonso de manera instintiva.

    —Ya te dije, esta no te la llevas gratis —se restregó su pobre vientre y con cara de consternación prefirió salir de ahí. Todos tenías amplias ganas de burlarse de él, aunque sólo lo hicieron los de la clase que recién había terminado, quienes lo conocían y sabían que se lo tenía bien ganado.

    —La verdad que te lo merecías.

    —Que te metes tú, Oso.

    El joven que sujetó a Claudia esperó a que Alonso se marchase y doblara por una esquina para soltarla. Ella no le dijo nada y también se fue, con una cara tan seria que los que miraron el evento le preguntaron adónde iba, al ver que caminaba en la misma dirección que el hombre.

    —A clases —contestó ella.

    Pero avanzó 2 pasos y soltó una mofa:

    —No le voy a pegar de nuevo si eso están pensando. Aunque no sé si entendió el mensaje.

    —Oye —le dijo el denominado “oso”, conocido así por ser gigante, gordo y de etnia negra, como sacado de una película de Hollywood. Nadie se metía con el oso por voluminoso, y él no se metía con nadie tampoco.

    —¿Qué? —se detuvo Claudia.

    —No te dejes enojar por ese estúpido, o vas a estar todos los días como el perro y el gato.

    Ella se estrechó de hombros.

    —Si se dedica a andarme buscando, me va a encontrar.



    Antes de entrar a la clase, Claudia buscó a don Arnaldo. No lo encontró, y tampoco tenía el tiempo ni la necesidad de peinar todo aquel establecimiento, ya que era seguro que él todavía se encontraba en éste, y llegar a su oficina no era tan difícil preguntando. Al llegar a su puerta, se fijó en que había un pequeño timbre, para que nadie golpeara el cristal opaco. Así que tocó, y en pocos segundos la puerta se desbloqueó con un sonido chillón. Al parecer eso no era la oficina, sino que era un salón de espera con un sofá, unas plantas, y una secretaria con una radio vieja, poniendo música ambiental a un volumen tan bajo que Claudia dudaba que la veterana en realidad lo escuchara.

    —Hola —le saludó, aunque la señora no sacó la vista de unas hojas—. Estoy buscando al señor Arnaldo.

    —¿Usted es estudiante? —preguntó la anciana.

    —Técnicamente sí.

    —¿Cómo es eso? ¿Es estudiante sí o no?

    —Sí sí.

    —¿Y su nombre? si no me lo dice no le puedo anunciar.

    Se lo dijo y se fue al sofá, mientras la señora con su anexo llamaba al director y le decía que estaba allí Claudia Daniela. Sentada en el sofá trató de relajarse, y vio que había un pequeño mueble con varias revistas, aunque eran más que nada catálogos de la propia universidad, con mallas curriculares, pequeñas biografías de los profesores, etcétera. Todo muy aburrido.

    Finalmente le dejaron entrar por la próxima puerta. Ya le parecía que eso de tener una recepción para una sola oficina era demasiado tramitar. Hizo ingreso despacio, cuidando sus pasos. Tenía que lucir serena.

    —Tome asiento, señorita Claudia. —Don Arnaldo le indicó una silla enfrente de su escritorio.

    Ella prestó especial atención al aspecto conservador de la oficina. La iluminación era discreta, y según el estado de ánimo de quien entraba, podía inclusive intimidar un poco. El director estaba consciente de eso, pero gustaba el ambiente que generaba. Era corto de vista y podría tener dificultades para ver sus innumerables papeles, prolijamente ordenados, sin embargo tenía unas gafas con una pequeña luz sobre uno de esos bordes. Era un artículo de aquellos publicitados en algún infomercial de poca monta, destinado a poder leer con la luz del cuarto apagada, y así no molestar para nada.

    Claudia se dio cuenta de que estaba divagando. El director le miraba atentamente con la pequeña luz de sus gafas apagada.

    —Dígame, ¿en qué le puedo servir? Hubo algo que no le quedó claro de nuestra conversación, supongo.

    —No, no se trata de eso. Simplemente quiero decirle una cosa, antes de que la escuche por los pasillos. Creo mejor que se entere directamente por mí.

    Ahora el hombre le miraba por encima de sus lentes. Ya ni siquiera decía frases para que Claudia prosiguiera de forma rápida.

    Se había quedado sin mayor opción.

    —Verá, estuve siendo provocada por uno de los estudiantes, el cual se burló en mi cara acerca de mi hermano. Yo todavía tengo muy presente su muerte, así que lo agredí sin poder controlarme.

    Eso no era del todo cierto, aunque tampoco mentira. Don Arnaldo se sorprendió de la frialdad con que la joven decía aquello.

    —¿Cómo dice?, ¿lo agredió? —el hombre obviamente se sorprendió de que una persona se echase la culpa.

    Antes de que Arnaldo dijese alguna otra cosa más, Claudia continuó con su relato, el cual también había planificado antes en un pequeño esbozo mental.

    —Sí señor. Le pegué a un tal Alonso Soto, no sé si lo conoce. Como le digo, no hice eso sin una provocación previa, pero fue culpa mía ese golpe, no supe controlarme. Él comenzó a molestarme, y a mi hermano también, aprovechando que ya no podrá estar —tomó aire—. También me comenzó a mirar muy desvergonzadamente, de forma obscena. No pude aguantar eso y termine golpeándolo.

    —¿Alonso Soto? Me parece que en la universidad, esta cede tiene varios estudiantes con ese nombre.

    —Me refiero al de la clase en que estaba yo —era lo lógico, sin embargo Claudia estaba segura de que el director ya sabía a quién se refería.

    —Ya he escuchado antes de otros incidentes en los que él ha participado, parece que es un joven bastante problemático. Pero señorita Claudia, esa no es forma…

    —Yo sé que eso no se puede hacer, y soy consciente de que no ayuda, por eso estoy aquí para excusarme; sé perfectamente bien que esto podría influir en el asunto de la inscripción a esta universidad, y tampoco quiero que oiga cuentos sobre esto, sobre todo del mismo Alonso, que luego amenazó con acusarme y con hacerme pagar después.

    Ya lo había dicho todo. Qué mejor manera de fastidiar al contrario que tomarle desprevenido y adelantarse a lo que sabía que haría, dándole vuelta todo el juego. Así, cuando él vaya a decirle a algún autoridad del establecimiento le van a reprochar por ello, y de paso quedaría Claudia mejor parada en la situación. Por supuesto que no estaba para nada arrepentida del escarmiento que le dio al hombre, pero ir con el director en actitud diplomática era la mejor idea.

    Ahora lo demás era esperar lo que determinaría el propio director, o el comité directivo, pues con o sin su visita contándolo todo, había puesto en riesgo su matrícula, que ya de por sí era un asunto complejo. Lo suyo fue una estrategia para no hundirse sola, a decir verdad, aunque le hubiera gustado que fuera un acto espontáneo suyo… hablaría mejor de sí.

    —¿De qué manera le provocó, dice usted?

    —Sería bueno que le dijese con Alonso presente, para que usted pueda tener en comparación los dos puntos de vista, y compruebe que no estoy exagerando, o que le miento.

    Desde su retorcido y pragmático punto de vista esa era la guinda de la torta. No tenía nada más que perder, pues el director ya estaba enterado, y era cierto que ella no era la completa responsable ni la que inició el conflicto, a no ser que Alonso remontase el incidente al momento en que le sacó de la silla cuando había entrado con Loreto. Pero luego él persistió en molestarle gratuitamente, y la maestra Ingrid podía corroborarlo.


    En fin, parecía un conflicto tonto de niños de escuela primaria, pero no le quedó más opción. Y la verdad era que en el colegio los profesores siempre reiteraban que no importaba quien había comenzado…

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    Próximo episodio: Claudia busca a un antiguo amigo.
     
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    Título:
    Claudia Daniela, la mujer
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    Género:
    Amistad
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    5
     
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    Bueno, estuve 2 semanas ausente de FFL por diversos motivos. Así que ahora regreso con nuevo capítulo.

    5 - Problemas psicológicos

    Durante alguna hora de la tarde Alonso y Claudia tuvieron que asistir a una reunión con algunos miembros del profesorado para aclarar la situación y esclarecer aquel asunto del puñetazo, tema que se había difuminado más rápido que la luz en el vacío, al punto de enterarse media universidad en cuarenta minutos. Ambos estudiantes tuvieron que darse la mano y comprometerse a no generar mayores problemas entre sí, de lo contrario las represalias no se harían esperar. La próxima vez no se iba a tratar de una mera disculpa pública, eso había que tenerlo por seguro.


    Cuando ambos salieron de allí, Alonso se disculpó más privadamente con la joven, algo que a ella le sorprendió. Dijo que era cierto que él había empezado sin motivo alguno a molestarla y que no fue lo mejor, e incluso se comprometió a no entrometerse más con ella, salvo cosas como trabajos o materias. Por su parte Claudia explicó a su compañero que ella no hacía las cosas sin un motivo, y que si no se le molestaba no pasaría nada, aunque también admitió que quizás sí llegó un tanto molesta a sacarle del puesto. A ella le costaba controlarse.

    Y luego cada uno se fue por su camino. La jornada de Claudia había terminado, pero tenía que buscar a alguien trascendental para culminar sus necesidades de adaptación. Alonso todavía tenía clases y mientras iba al salón se topó con Irene, su novia. Ambos avanzaron juntos mientras conversaban.

    —¿Escuché que te pegaron Alonso? O sea ¿qué te pasa? Estás cayendo bien bajo, me decepcionas.

    El hombre gruñó cortamente.

    —A esa niña la tengo entre ceja y ceja, estoy esperando el momento preciso solamente. No se la va a llevar gratis por lo que hizo, no te creas.

    —¿Y qué, ya pensaste en algo?

    —Más o menos. Le dije que me disculpaba con ella y que estaba arrepentido, y le tonta se lo creyó.

    Todo eso fue para que no espere mi golpe, cosa que esté con la guardia baja y no venga vea venir lo que estoy ideando.

    —¡Ah, saliste inteligente!, ¿haces que se confíe para después humillarla públicamente, o algo así?

    —Esa es mi intención, pero todavía tengo que pensar la manera de vengarme de esta pendeja. Porque empezó recién hoy día y ni siquiera está matriculada aún, así que hay que hacer que cometa alguna especie de error para que no la admitan, y se vaya de aquí.

    —¡Qué siniestro estás! me encantó tu idea, si quieres hasta te ayudo.

    —No sé si sería buena idea Irene, porque esa mujer se va a los golpes, y te puede pegar si te pilla tramando algo. Esa no lo piensa dos veces antes de agredirte.

    —¡Eso es! —a Irene se le ocurrió algo— ¿y si hacemos que se ponga a pelear de nuevo? Pero esta vez que termine peleando en serio, no que dé unos golpes de advertencia para que no la molesten. ¡Así la echarían, sin que pueda hacer nada!

    —¿Sabes? no me parece mala idea… podríamos hacer que se pelee con alguien —todavía se sobaba el estómago.

    —Ya ¿pero y con quién? todos están hablando de que te golpeó y nadie se va a querer acercar.

    Sin embargo, Alonso ya tenía completamente pensado quién era la persona indicada. En el planeta, incluso la galaxia, no había alguien más apropiado para la misión.

    —¡Ya sé! qué inteligente soy, me admiro a mí mismo.

    —¿Quién se te ocurrió?

    —El argentino este, no ves que es caza mujeres; y a esa idiota no la puede andar cargoseando mucho, le va a terminar pegando tarde o temprano. Ese tipo está perfecto para el trabajo.

    —Así que se vas a hacer que se moleste y le golpeé —estaba repitiendo lo sabido sólo porque buscaba los labios de Alonso.

    —¡Claro que sí! y ojalá durante esta misma semana, antes que de que se pueda matricular, así la expulsan lo más rápido que se pueda. Claro que al argentino habría que pagarle algo para que actúe, para que se incentive.

    Irene soltó una risita.

    —Ah, eso es fácil. Si falta dinero eso lo consigue mi amiga la tesorera, hay que aprovechar todo antes de que elijan otro presidente.

    —Pero para qué tan mafiosa ¿o acaso no tienes dinero propio?

    —Entonces saca de tu bolsillo. Yo siempre digo que es mejor tener redes y contactos, confabular… tú como hombre que eres no lo puedes entender, eres muy elemental.

    Alonso no tomó en cuenta eso. Sólo la dejaba hablar porque estaba buscando los labios de su novia.

    —¡Qué genial tu idea!— volvió a hablar Irene— O sea, esa otra no va a durar ni un día hasta que se le termine la paciencia. ¿Te acuerdas cuando me estaba persiguiendo a mí? yo quería sacarle los ojos. Suerte que llegaste tú y lo corriste.

    Y finalmente Irene fue quien besó a Alonso. Si éste no se decidía tenía que tomar la iniciativa.

    —Oh, eso no fue tan fácil —recordó él ya olvidado del dolor de su golpe—, si no fuera porque se encontró a una mujer mejor, le hubiera terminado golpeando. Es más grande y todo, pero no me importa.

    —¡Excuse me Alonso! nadie es mejor mujer que yo. ¡Cómo se te ocurre!

    —Ah claro. Mejor para él quise decir, mejor para él…

    Pero la opinión de Alonso siempre estuvo clara. La otra mujer por la que se interesó el argentino sí era mejor, en todo aspecto. Sobre todo porque no tramaba cosas ni hacía conspiraciones llenas de cabo sueltos. Y qué bien que el hombre se alejó de Irene, de otro modo hubiera tenido que buscarse a otra, o bien someterse a cabecear sus puños.


    En algún sitio diferente de la sede, Claudia estaba buscando a otro de los residentes de la casa en la que pretendía habitar. Se trataba de Manolo, a quien conocía bien, ya que eran amigos de la escuela. Claro, ella iba varios cursos más abajo, y él era compañero de Alexis. Un día la joven comenzó a ser molestada sin mayor explicación por niños que le sacaban una cabeza en tamaño, pero llegó Manolo a parar el abuso. Como Claudia estaba casi oficialmente neurodiversa y su rescatista era un friki bastante raro, pues se hicieron amigos. Luego la niña por razones de fuerza mayor tuvo que irse a vivir con su tío, y acabó en plan de matar a quien le dijera pío. Si ella estaba loca, era culpa de Manolo y de su tío, quien estaba absolutamente contraindicado como educador de niños.


    Más tarde su improvisado salvador de los abusones acabó la secundaria y no volvieron a verse tan seguido.

    Una de las diferencias que tuvo con sus padres, y por las que se fue de la casa, es que ellos no veían con buenos ojos la amistad de este tipo casi 7 años mayor con su hijita, toda una niña. Pero ella sabía lo que estaba haciendo, y para evitar cualquier tipo de malentendido acabó diciéndoles tanto a Manolo como a sus padres la verdad, con la esperanza de que el joven la borrara de cualquier expectativa a futuro, como por ejemplo, ahora que tenía 18.


    Claudia pudo haber ido a la casa y esperar a que Manolo llegara más tarde, pero quería darle la sorpresa de volver a verse en persona luego de cuatro años sin nada más que hablar vía chat. Era obvio que su amistad ya no iba a ser la misma de antes, pero esperaba matarse de la risa como en los viejos tiempos.

    Manolo Díaz estaba por entrar a su clase cuando de pronto Claudia se le interpone con un saludo.

    —Hola —y puso cara seria.

    —¡Noooo me jodas!, ¿en serio eres tú?

    El joven miró lo más disimuladamente posible a su vieja amiga y se acercó a ella sin darse cuenta. Ella sonrió como pocas veces se le veía. Claudia era alguien contenta con su vida, pero no sonreía mucho. El ser feliz era un estado mental, no una mueca muscular.

    —No idiota, soy tu padre.

    —¡¡Increíble!! —y lo dijo tan fuerte que varios estudiantes voltearon— Oye, estás súper… cambiada.

    —Sí, no me veías desde que tenía 14 años, así que mi ausencia fue de niña a mujer.

    —Yo soy el mismo de siempre.

    —No. Estás más despeinado, con la barba desarreglada y mucho más ojeroso.

    —Excelente.

    Fueron a buscar una banca en la afueras y se sentaron para hablar de lo sucedido en todo aquel tiempo. Los dos habían cambiado bastante por dentro, sin importar quién estaba más ojeroso y quién más voluptuosa.

    —Oye pero ¿y qué haces aquí?

    —No tengo que contarte lo que pasó con mi hermano ¿verdad?

    —Sí, es una tragedia. ¿Cómo te…

    —Sin preguntas sobre sentimientos —dijo ella—. Mejor piensa qué es lo que hago aquí.

    —No tengo la menor idea. A lo mejor te matriculaste aquí y estas dos semanas no me buscaste ni nada. O a lo mejor vienes a por las cosas de tu hermano y quieres que vayamos a la casa.

    —Te lo resumiré. Me gusta más su vida que la mía, así que vengo a suplantarlo en la universidad, a quedarme con sus cosas, y a vivir con ustedes allá. Ya conocí a la Loreto y al Alejandro famoso.

    —¡No jodas!— estaba más que contento con la noticia, y en su mente automáticamente ignoraba cualquiera de las declaraciones raras que hacía su amiga. No estaba hablando en serio, lo sabía muy bien.

    De pronto alguien con el cabello morado y trenzas rosas se les acercó. La chica era delgada y menuda, pero tenía un bolso tan grande y lleno de chapitas que desde lejos hubieran podido confundir a alguien sobre las reales proporciones de la joven. Su cara pecosa estaba maquillada de blanco pálido, imitando a algún personaje que Claudia no quería conocer.

    —Hola Manu. ¿Quién es?

    —Hola Mónica, ella es una amiga mía, la Claudia. La conozco de hace tiempo.

    —¿Entonces por qué no me habías hablado de ella?

    Claudia prefirió callarse para que su amigo resolviera el problema a su modo. Si ella se metía, la gorda de mentiras iba a terminar desencantándose.

    —Ah, Mónica, a ella la conozco desde siempre, y nunca va a pasar nada entre nosotros.

    —¿A sí? te ves súper feliz con ella.

    —¡Es porque no la veía hace mucho!

    Pero la petisa no creía en la amistad entre hombres y mujeres.

    —Entiende que entre nosotros no pasa nada —repitió Manolo— somos amigos nada más. Con ella no podría pasar nada nunca…

    ¡Arenas movedizas! mejor sí se ponía a hablar.

    —Esos celos tuyos son patéticos. Tengo 18 años y Manolo veinticinco, ya está viejo y peludo. Aunque no lo pienses, él es mejor que eso.

    —Yo veré qué hago con mis celos, gracias.

    —Claudia… —Manolo le quiso detener en voz baja. Pero ya era demasiado tarde.

    —Quédate tranquila. Tú eres la única que se fijaría en él ¡las otras mujeres tienen más por donde elegir, en cualquier sitio! y no al otaku, mangaka, emo o drogado psicodélico que te corresponde. Esas cosas no funcionan así.

    —¿Qué me estás queriendo decir? —se molestó Mónica.

    —Yo te estoy diciendo que eres la única que miraría a Manolo, así que para qué los celos, nadie te lo va a quitar.

    —¿¡Sabes qué Manolo!? Mejor hablamos más rato, nos vemos.

    Y se fue quedando su novio estupefacto en la banca. De pronto las amistades le salían caras.

    —Pero Claudia ¡por qué me la espantaste!

    —Tú eres muy suelto de boca, no quiero tener que escuchar por qué entre nosotros nos no puede pasar nada. Cuidas tus palabras.

    Manolo entendió el núcleo del asunto.

    —Aah… sí, ahora te entiendo. No iba a decirle.

    —Además esa nerd no te conviene.

    —¡Pero si eso lo tengo que decidir yo! ya estaba cerca de meter el gol Claudia. ¡De meter el gol!

    —Escucha, a lo mejor la anduve cagando, me disculpo. Pero insisto en que no te conviene, es cosa de percibir…

    —Pero si tú no percibes nada, Claudi, hasta cuándo.

    Usualmente hubiera despellejado vivo a quien osara decirle “Claudi” o “Dani”, pero jamás pudo evitar que Manolo le dijera así. No lo permitiría de ninguna otra persona.

    —No vamos a seguir con eso —se quejó en cambio—, para ya. Yo percibo las cosas normalmente, te guste o no.

    —Eso no fue lo dijo el psiquiatra.

    —¡Que no soy Asperger! Hasta cuando, ya te lo he dicho trescientos veintinueve veces. Los Asperger poseen diferencias conmigo, cuando me conozcan mejor aquí, pregúntale a algún docente de nuestra carrera. De hecho si lo fuera, seguramente ni siquiera hubiera venido.

    —A mí no me convences tan fácil. Eres la única persona así de rara que conozco.

    Manolo se llevó una mano al pelo y se lo echó detrás de su oreja. El peinado le quedaba horrendamente mal, a juicio de Claudia. Seguramente se lo había recomendado la tal Mónica.

    —Oye, ¿te puedo decir algo, pero sin que te enojes? No quiero que sea un rencuentro con el pie izquierdo, tómalo con calma.

    —Dale, no tengo ganas de pelear contigo.

    Respiró hondo. Conocía a su amiga bien, como para preguntarle algo de ese calibre, y si le iba mal su reacción seguramente no sería un griterío iracundo, sino que se marcharía sin hablar y eso era mucho peor. Ella la mayor parte de las veces se enojaba de mentira, por joder, pero si se sentía herida era orgullosa y sencillamente se retiraría tranquila. Luego volver a llevarse con ella podía ser un trabajo arduo.

    —Es que nunca entendí que “lo otro” lo admitieras tan fácil, pero que el Asperger nunca lo hayas aceptado.

    Manolo se refería a “lo otro” de esa forma puesto que estaban en público y ella seguía siendo discreta con eso. Lo que no esperaban era que algún compañero de clase de Claudia oyera del supuesto Asperger, esto llegara a oídos de Alonso Soto y que entonces el rumor avanzara como el agua de una cascada. Por lo menos, el compañero de Claudia no tuvo suficiente cerebro para entender qué era “lo otro”.

    —No es algo que tenga que darte vergüenza. —Concluyó Manolo su frase.

    Claudia se tardó un poco en responder, pero no el suficiente tiempo como para que su amigo empezara a preocuparse.

    —Eso tiene una respuesta muy obvia, y es que yo estoy segura de “eso”, pero en realidad no tengo Asperger, así que no tengo por qué admitirlo. Y si lo tuviera, me sentiría orgullosa de tenerlo y estaría bien conmigo misma, porque yo creo en el concepto de neurodiversidad y para mí alguien que tenga Asperger no está enfermo, ni tiene alguna discapacidad. Diferente es con el autismo, eso ya es más complicado y hay que revisar cada caso con lupa, pero siempre ten en mente que para mí el Asperger no es un problema.

    —Sí tú dices…

    —De hecho ¡sería genial ser Asperger! Eso es algo que los padres de los niños nunca van a entender, pero el Asperger te entrega una cantidad de herramientas distintas para interactuar y entender el mundo. Los padres no lo ven así porque la palabra “autismo” los asusta, y comienzan “¡No, mi hijo no puede tener eso!” Pero hace cincuenta años hubieran hecho el mismo escándalo por alguien que naciera zurdo.

    —Es genial ser zurdo —dijo Manolo— con esa mano hago todo. Todo todo, menos una sola cosa.

    —¡Ah, por qué dices esa clase de porquerías! Estaba en un momento de inspiración, y me vienes con eso.

    Manolo se largó a reír, pero estaba interesado así que se controló.

    —A mí qué me importa en qué uses tus manos ¡es un ejemplo! Estoy queriendo decir que ahora nadie piensa que ser zurdo es una enfermedad, y que tienen discapacidades a la hora de desenvolverse en la vida, cosa que hay que corregir. ¡Son un montón de estupideces! Va a llegar el día en que las personas Asperger sean reconocidas como iguales, aunque eso sea en cien años más. El problema es el autismo, que en etapas avanzadas es desastroso.

    —Pero un Asperger tiene problemas para valérselas en sociedad.

    —Meh, y también existen las personas tímidas, y a veces la timidez es patológica.

    —Sí, entiendo tu punto, pero no me convences de no tener Asperger.

    —Es que tú no has conocido a gente que de verdad lo tiene, y yo sí. Ahí te darías cuentas de que yo simplemente soy una persona normal, pero bien cagada.

    —No sé… aunque resulte como resulte, igual para mí siempre vas a ser una Asperger honorífica.

    Claudia se sonrió del comentario, y Manolo también sonrió, pues su pregunta no había terminado de la forma funesta que se le pasó por la cabeza.

    —De todas formas estás bien loca ¿o me equivoco?

    —Gracias.

    Claudia Daniela siempre decía que cuando la trataban de demente o de loca le estaban haciendo un favor, eso le caía muy bien y le resultaba halagador, pues no tenía ninguna intención de parecerse al resto de la manada. Hasta ahora, Manolo pensaba que su amiga lo decía de broma, pero esas gracias no le parecieron sarcásticas. Tal vez sí tenía Asperger y no supiese cómo ser sarcástica aunque lo intentara; se iba a quedar con esa duda. Trató de hacer memoria a ver si ella había soltado alguna frase irónica en su vida, pero no se acordó de nada. Es que ya habían pasado varios años.

    De todos modos la conversación continuaba.

    —Además lo que más me diferencia de un Asperger es que ellos pueden dedicarse a una tarea casi de forma absoluta, nada más que una cosa que les guste. Yo he intentado pasar horas así y no puedo, por mucho que me guste programar no soy capaz de dedicarme a ello de esa forma, y eso que soy superdotada. Imagínate el universo de diferencia ya hay entonces con una persona común y corriente. A ver si dicen que es una discapacidad ahora.

    —Hey, tal vez no compartes todas las características porque lo tienes, no sé, en un grado mínimo.

    —Esas son estupideces. —Ya no quiso argumentar más sobre ello.

    —Ya ya, mejor no sigo.

    En el celular de Manolo sonó un ringtone del detective Conan. Él lo apagó.

    —¿Sabes qué? yo tenía que ir a clases y ya me quedé fuera. En la casa nos vemos.

    —Dale, qué bueno haberte visto. Pero oye ¿quién se va?

    —¿Ah?

    —Alguien se va, eso me pareció entenderle a Alejandro.

    —Sí, Catalina se va.

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    Algo de bibliografía:
    -Síndrome de Asperger

    Las opiniones vertidas en este capítulo son de exclusiva respondabilidad del personaje ficticio que las emite xD
     
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