Caretas al desnudo.

Tema en 'Relatos' iniciado por GianmarcoPerú, 5 Septiembre 2012.

  1.  
    GianmarcoPerú

    GianmarcoPerú Entusiasta

    Piscis
    Miembro desde:
    27 Julio 2011
    Mensajes:
    89
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Caretas al desnudo.
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    949
    I​
    “Caretas al desnudo”
    Puedo ser obstinada cuando creo que tengo la razón y dejarme vencer por mi orgullo, pero soy un ser humano, es natural que cometa errores. Quiero decir, me sentía frustrada después de ver tu cambio de personalidad frente a tus amigos, asegurabas que nunca habías leído un libro por parecerte estúpido y que habías disfrutado tu vida en las calles, sin fastidiosos padres o novia que te impidan gozar tu libertad, porque según tú eras independiente y no necesitabas a nadie.
    Vaya manera de engañar a las personas, cual marionetas se tratasen. Qué lastima haber pensado que tú eras alguien diferente. Aquellas tardes de camino a mi casa discutiendo sobre que betseller era mejor y retándonos a quien llegaba último al parque sufriría un ataque de cosquillas, y casi siempre era yo quien terminaba cubriéndose con los brazos sobre el césped. Tengo una pregunta que vaga por mi cabeza: ¿Las risas y el tenue rubor que cubría tus mejillas cuando me mirabas fijamente eran fingidas?
    El punto es que no debí gritar los secretos que tanto te empeñabas en ocultar a los cuatro vientos y aún más estando tus amigos presentes, pero tú me habías provocado jugando a ser el tonto conmigo. Posaste tus labios sobre los míos sin mi consentimiento por un reto de Beck, el intrépido chico que desaprobó más de la mitad de los cursos en el anterior semestre. Recuerdo mi piel enrojecerse por la vergüenza de haber quedado como un objeto de diversión ante las risas del grupo, y mi mano aterrizando sobre tu mejilla. Tus ojos me miraban sin comprender, pero no pedían una explicación como yo en ese momento.
    - ¡Eres un pusilánime que hace todo lo que le dicen por miedo a ser rechazado!, ¿no puedes mostrarte tal cual eres frente a estos que haces llamar tus amigos?, aparentas ser un rudo usando una chaqueta de cuero con ellos cuando encerrado en tu habitación escuchas a Beethoven o baladas de la década pasada. ¿Ya te olvidaste de los documentales sobre la Revolución Francesa que guardas en tu repisa, o la saga de Harry Potter meticulosamente clasificada de la primera hasta la séptima en tu estante?, ¡por favor, Sebastián, madura!
    Antes de atraer a más curiosos al rincón del patio giré al lado contrario y me dirigí al salón con un inexplicable nudo en la garganta. En el fondo, sabía que me había sobrepasado. Al fin y al cabo yo no era nadie para haberle dicho eso a Sebastián, no era su novia, es más, tal vez ni su amiga… antes de caer en la absoluta confusión fui al servicio higiénico puesto que una lágrima amenazaba con delatar mis sentimientos.

    Durante la clase de geometría tuve que mantener los ojos abiertos contra mi voluntad, el profesor Casas explicaba sobre trazar sobre la hipotenusa e igualarlo a cero, ¿acaso ese término no era exclusivamente algebraico?, mi cabeza era un remolino de fórmulas cuando abrí el libro para resolver los problemas. Creí que no llegaría hasta la hora de salida para contarlo hasta que el bendito sonido de las campanas me despertó de mi letargo, devolviéndome a una realidad alejada de números.
    - ¿Ahora si me contarás lo que te pasó?- Evelyn se puso en cuclillas y cruzó sus brazos sobre mi carpeta.
    Fingí estar absorta en la resolución del penúltimo problema.
    - ¿De qué hablas?, estoy bien, ¿cómo es que sale 25?
    Evelyn suspiró.
    - ¿Quieres que te ayude?
    - No, gracias, yo puedo sola.-protesté haciendo un mohín.
    - No seas cabezota, Elizabeth. Vamos, es así.
    Y sonreí con pesar, Evelyn podía brindarme todo el apoyo que yo necesitaba de una forma muy particular: en silencio.

    El cielo estaba congregado de nubes estrato que opacaban la tarde. No entendía cómo podía existir gente que le gustase aquel clima, era sombrío y desalentador para mis ojos, aunque no para los de Evelyn, quien prácticamente daba brincos mientras caminábamos rumbo a nuestro vecindario. No mencionó el nombre de Sebastián en el trayecto.
    - Supongo que Jessy no vendrá al colegio esta semana. Ayer la llamé y su madre me respondió, dice que le ha dado la varicela. Le sugerí que para evitar gritos y sollozos futuros empapelase el espejo de su cuarto.
    - Qué lista.
    - Lo sé, soy muy pragmática.
    - Evelyn…
    Ella soltó risotadas y sacudió mi cabello como si fuese su chihuahua.
    - Sé que no te encuentras bien y sé también que no me dirás qué es lo que te pasa hasta que no te encuentres segura de tus pensamientos. Pero no olvides que mi móvil estará encendido las 24 horas del día. ¡Buen fin de semana, Elizabeth, cuídate!

    La distancia entre la casa de Evelyn y la mía era un aproximado de una cuadra y media, así que caminé lentamente, casi arrastrando los pies. Se avecinaba una intensa lluvia, sin embargo no me importó. Quería un tiempo para examinarme y descubrir que era lo que me tenía al borde de la angustia.
    Entonces fue cuando empezó a llover de improviso, y apresuré el paso hasta mi casa, pero más tarde me arrepentí puesto que divisé en el jardín de mi madre una figura que conocía como la palma de mi mano.
    Sebastián.
    Y no entendí por qué se aceleró mi corazón.
     
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