Long-fic You are the only place I call home [Pokémon rol | Liza White]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Hygge, 28 Diciembre 2020.

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    Hygge

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    Escritora
    Título:
    You are the only place I call home [Pokémon rol | Liza White]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3445
    Llevaba mucho tiempo queriendo animarme a hacer algo así, pero por x o y razón nunca llegué a concretarlo xD Liza fue mi primer personaje y al que más cariño le tengo, pero siempre he tenido ciertos problemas con ella. Y es que al haberme animado a entrar al mundo del rol sin tener idea de cómo funcionaba, creé una Mary Sue de pies a cabeza (?) La historia que le hice hace siete años años me da risa de lo descabellada que es y aun cuando traté de pulir su personalidad a lo largo del tiempo y darle rasgos distintivos, la seguía viendo plana y artificial, y me angustiaba un poco.

    Y eso nos lleva al día de hoy (?) Como tengo algo de tiempo libre y me aburría me puse a releer la backstory que le di en su momento, borré algunas cosas, añadí otras y me puse manos a la obra. Este long-fic no va a ser un flashback continuo, realmente el resto de capítulos serán flashforwards. Por lo tanto, todo esto es canon y lo que sucede en el futuro se encuadra después de que finalice el torneo de Gérie (eso asumiendo que no mueren okno).

    Me dio mucha nostalgia volver a narrar a mi hija al inicio de la aventura, y notar los cambios entre una y otra xD Dejo una imagen ya por último de los protas de este prólogo porque me dio ternura cuando la vi.

    [​IMG]





    Ya dije que estoy obsesionada con bring me the horizon, ¿no?

    Prólogo

    Let’s run, cause this is not enough



    Pueblo Arcilla, Teselia. 05:03 am.

    Hace tres años.


    Había perdido la cuenta de las veces que había ensayado aquellos pasos. Atar nudos. Afianzar agarres. Trepar cuerdas enganchadas sobre los árboles. Fueron tantas noches en vela que podría repetir el proceso con los ojos cerrados. No le había puesto un empeño así a ninguno de mis exámenes en mi vida, ni pretendía hacerlo. Era un desastre para atender en clase, y solía distraerme con facilidad. Sacaba notas horribles y evitaba la escuela Pokémon a menudo, pero al urdir planes de escape nadie podía ganarme en precisión y esfuerzo.

    Y aún así, en la noche de la verdad, las manos me temblaban como nunca lo habían hecho con anterioridad. Aquella vez era real. Un destello de luz rasgó el cielo y mi silueta se dibujó sobre las cortinas, pequeña y menuda, antes de abrir las ventanas de par en par. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir el frío de la noche acariciarme la piel.

    En el fondo estaba aterrada, y no podía culparme.

    Tan solo tenía trece años la noche que intenté escapar de casa.

    El viento aullaba con fiereza, sacudiendo las hojas de los árboles, y una tormenta eléctrica se cernía sobre los lindes de Pueblo Arcilla. A Zekrom debió parecerle divertido ponerle algo de emoción a mi huida, porque hacía tiempo que no contemplaba un espectáculo similar. Las gotas de lluvia salpicaron mi rostro y me ajusté el impermeable azul sobre la cabeza, asomándome con urgencia a través de la ventana, en busca de alguien. La luz de las farolas iluminaba vagamente las calles desiertas, perfilaba los tejados de las casas y mostraba la inclemencia de la lluvia bajo la atenta mirada de la luna y las estrellas.

    Apreté los labios en una fina línea, tensa, impaciente.

    ¿Dónde estaba ese maldito impresentable?

    Iba a patearle el culo si se le ocurría no aparecer ahora.

    Apreté los puños, dejando escapar un gruñido bajo, y me alejé de la ventana para acercarme a mi escritorio, con movimientos erráticos. Casi parecía un Litleo enjaulado. Había dejado todo preparado antes de irme a dormir por espacio de un par de horas. Mi mochila, mi diario, mi ropa. La gorra que mi hermano me había dejado antes de partir descansaba sobre mi cama. A pesar de los ahorros que había mantenido hasta ahora, y arrancado de mi desafortunado Tepig de cerámica, me aseguré de tomar algo prestado de la cartera de papá mientras no miraba.

    Quizás así ese vago pretencioso prescindía un poco del tabaco. Nos haría un favor a todos. Pero ese ya no era mi problema.

    Sentí cierto movimiento cerca de mi cama, y entre las mantas se asomó el adormilado rostro de Oshawott, soltando un amplio bostezo. El Pokémon que la profesora Encina me había entregado hacía un par de años, y mi mayor amigo y confidente.

    Le dirigí una mirada de circunstancias. Era un poco perezoso, caprichoso, y solía actuar por su propia cuenta hasta sacarme de quicio, que no era difícil de por sí, pero conocía el plan por el que me movía a la perfección y no había dudado en seguir mi alocada decisión con fe ciega desde el primer día.

    Debía admitir que... me sorprendió. Los lazos que unían a Pokémon y entrenador eran algo así como imposibles de explicar con palabras. Comenzaba a darme cuenta de eso.

    Sacudí sus pequeños hombros, apremiante.

    —Arriba, dormilón. Tenemos un vuelo que coger, ¿recuerdas? —susurré, colocándome la mochila sobre los hombros, y me senté sobre el colchón para permitir que trepase sobre ella. Este aceptó sin demasiado entusiasmo, como todo lo que no tenía que ver con combatir contra otros pokémon, y se hizo un ovillo entre mi ropa arrugada, volviendo a cerrar los ojos. El timbre de una bicicleta en la distancia me hizo erguir de un salto, sacándole de su trance con un buen susto—. ¡Bien, ahí está! Sujétate fuerte, Oshawott. Hora de largarse de aquí.

    Debajo de mi cama había guardado una cadena de sábanas enlazadas con nudos prolijamente atados entre sí. La distancia entre mi ventana y el suelo no era peligrosa, pero el chico que me esperaba abajo había insistido en evitar correr riesgos, y no me quedaba de otra que obedecer. Yo era algo así como la que llevaba la acción, y él era el cerebro. Muy aburrido, lo sé. Pero me había salvado de más de una, así que había aprendido a escucharle con el tiempo.

    Atasqué el nudo contra la esquina de la ventana, cerrando una de ellas contra el marco, y tiré con fuerza para comprobar su eficacia.

    Me sonreí con orgullo al no recuperar el otro extremo de la cuerda.

    Lo tengo.

    Era difícil discernir el motivo por el que estaba haciendo todo esto. Mientras echaba un último vistazo a mi habitación, con los pies sobre el alféizar y las manos sujetando la improvisada cuerda con fuerza, sentí un breve instante de debilidad. El labio me tembló ligeramente mientras reconocía mis peluches y mis cuadernos, desordenados y desperdigados por el suelo.

    No había tenido… una mala vida allí, ¿cierto? Tenía una familia, un techo donde vivir, comida en la mesa. Era mucho más de lo que podía desear. Entonces, ¿por qué? ¿Porque hacía meses que las discusiones se volvían asfixiantes en casa? ¿Porque no nos entendíamos, ni llegaríamos a hacerlo nunca? ¿Porque me habían negado iniciar mi aventura durante tres largos años, reteniéndome en casa hasta quién sabe cuándo?

    Quizás era todo un poco, no podía estar segura.

    Oshawott se asomó al cabo de unos segundos, curioso ante la extraña pausa, y la bicicleta volvió a tintinear con sutileza desde abajo, apremiándome a bajar. Aquello fue suficiente para volver en mí. Agité la cabeza de lado a lado, recuperando parte del arrojo, y crucé las piernas alrededor de la cuerda, deslizándome con proeza hacia abajo empujada por la propia lluvia.

    Nunca confiasteis en mis capacidades, pero ahora no os quedará de otra que saber de mí.

    La televisión, la prensa. Todos conocerán mi nombre.

    Y entonces os demostraré que ya no soy ninguna cría.


    Tenía muchas cosas que preguntarle a mi hermano también. Mi modelo a seguir y la estúpida persona a la que más quería en el mundo. Y si quería hacerlo, ahora que había desaparecido de la faz de la tierra, solo tenía una forma de lograrlo.

    Jugando en su propio terreno. Ese al que mamá nos había empujado desde pequeños.

    Los combates pokémon.


    Cuando apenas quedaba medio metro de distancia salté al suelo, volviéndome hacia Cheren con la respiración agitada. El chico, de cabello oscuro y no más de quince años, bajó de la bicicleta, las gafas empañadas y el cabello adherido a su frente, y frunció el ceño mientras volvía la vista hacia arriba.

    —Tenías que haberla atado más fuerte —me reclamó, y en respuesta le di un ligero golpe en el pecho, ofendida.

    —Estoy fuera, ¿cierto? —le espeté, y con ambas manos tiré de las sábanas hasta desencajarlas de la ventana—. Entonces deja de quejarte y ayúdame, cerebrito.

    Cheren rodó los ojos y se acercó a las sábanas. El tirón fue demasiado brusco, porque la ventana se meció, empujada a su vez por el fuerte viento y chocó contra el marco, haciendo un estruendo considerable. Nuestros cuerpos se tensaron y aguardamos en silencio, preparados para echar a correr… pero nada sucedió. Eso estuvo cerca. Suspiré, enrollando la cuerda con rapidez, y la escondí tras el seto antes de subirme a la parte posterior de la bicicleta. Solté una risa baja, producto de la propia adrenalina, pero Cheren me fulminó con la mirada.

    La lluvia repiqueteaba sobre nuestras cabezas mientras sosteníamos la mirada del otro, insistente. Al menos él se lo tomaba en serio.

    —Eres una inconsciente, White —gruñó, subiendo al asiento delantero, pero parte de su expresión flaqueó cuando rodeé su cintura con mis brazos, pese a que no podía verlo—. ¿Te recuerdo el escándalo que se va a armar en el vecindario cuando nos descubran? Haz que al menos merezca la pena, idiota.

    A pesar de soltar un bufido no añadí nada más. Era demasiado orgullosa como para admitir que tenía siquiera algo de razón. El chico se irguió, impulsándose sobre los pedales con esfuerzo, y me sujeté contra su espalda antes de echarle un último vistazo a mi hogar. El aire se sentía gélido en los pulmones y la oscuridad de la noche fue difuminando su silueta a medida que nos alejábamos por las calles desiertas del pueblo. Apreté los ojos, el corazón golpeando con fuerza contra mi pecho, y enterré el rostro en su espalda, sin intención de volver la vista atrás.

    Ahora éramos compañeros de crímenes. Y ya no había vuelta atrás.

    El trayecto hacia el hidropuerto se sintió extraño. El mundo se veía de otra forma bajo la atenta mirada de las estrellas. Tétrico, onírico incluso. Rodeamos a gran velocidad la escuela Pokémon, sumida en la más absoluta de las penumbras; el parque donde jugábamos cada tarde pronto quedó atrás. Reconocí entonces el hogar de alguien más. Había pasado tantas tardes en su interior que era imposible no hacerlo. Parpadeé, los ojos entornados por el frío y la lluvia. Juraría haber visto la luz encendida de su ventana. Casi podía imaginar su rostro al otro lado de las cortinas.

    Juzgándome. Reprochándome en silencio por abandonarla, por dejarla atrás.

    Apreté los labios, e incrementé el agarre en torno a su cintura de manera inconsciente, haciendo que Cheren se volviese hacia mí durante un instante antes de seguir pedaleando.

    No me importaba. Nunca me había importado nada que no fuera yo misma, ¿cierto?

    Quizás, si lo repetía lo suficiente, dejaría de doler al fin.

    Las ruedas derraparon sobre el asfalto y solté una exclamación ahogada. Los pulmones me ardían y la lluvia calaba hasta mis huesos, pero de alguna forma extraña me sentía más viva que nunca. Apoyé mis manos sobre el sillín, inclinando la cabeza hacia atrás, y dejé que la lluvia me cosquillease las mejillas durante unos segundos, mientras Cheren colocaba el posacabras y cerraba el candado cuidadosamente.

    Oshawott se removió entre la ropa y giré la cabeza para brindarle una suerte de caricia antes de bajar al suelo.

    —¿Tienes el billete que te di a mano? —inquirió, dirigiéndome una mirada de soslayo mientras nos dirigíamos a la entrada del puerto.

    Asentí, un tanto distraída. Sin su ayuda jamás hubiera podido adquirirlo sola. Beneficios del trabajo de su padre en el hidropuerto, suponía.

    —Mm-hm. Bolsillo derecho.

    —¿El dinero? —insistió, entornando los ojos apenas con escepticismo—. ¿Documentación? ¿La invitación del profesor Abeto?

    Las puertas mecánicas se abrieron y nuestras huellas encharcadas se fundieron con las del resto de pasajeros. Rodé los ojos en cuestión de segundos y enrojecí ligeramente, saturada y algo irritada además.

    —¡Sí, sí, está todo! ¿Tan poco confías en mí, Ren? —dejé escapar una risa nasal, mirándole con cierta incredulidad. Bajé el gorro del chubasquero para encontrar sus ojos, y la luz de los focos le arrancaron destellos a sus pozos oscuros por una milésima de segundo.

    Nunca se lo había dicho, pero sus ojos siempre me habían parecido especiales. Algo bonitos, incluso.

    Desvió la mirada, chasqueando la lengua con disgusto, pero estaba tan molesta que no fui capaz de notar el ligero rubor en su rostro.

    —Si no lo hiciese no estaría aquí, ¿no crees?

    Y de nuevo el idiota volvía a dejarme sin palabras.

    Detuve mis pasos en mitad de la enorme estación, dirigiéndole una última mirada antes de que se marchara hacia la zona de embarque a ultimar detalles. Le eché un vistazo al lugar y a sus pasajeros, sintiéndome de alguna forma diminuta en un mundo de gigantes. Estaba a punto de embarcarme en una aventura que había esperado durante años, pero ahora que por fin parecía rozarla con los dedos, no podía evitar sentir algo de terror. De no encontrar mi lugar, quizás. O que algo saliese mal, que mis padres me rastreasen y me obligasen a regresar a casa.

    Quizás yo podía evitar sus regaños durante un tiempo, pero Cheren… No podía imaginar el castigo que le esperaba al regresar aquel día a casa. Y aún así, allí estaba. Jugándose el tipo por una estúpida idealista e ingenua como. Observé su espalda en la distancia y apreté los labios, sintiendo de nuevo ese cosquilleo molesto en el estómago cuando se volvió hacia mí. Me removí en mi lugar cuando regresó, y recogí la documentación sellada gracias a un colaborador de su padre sin agregar nada más.

    —Deberías ir entrando —puntualizó, a pesar de que no se mostraba demasiado entusiasmado con la idea—. El hidroavión saldrá en no más de quince minutos.

    Asentí, guardándolo todo en mis bolsillos con manos temblorosas. No debía ser difícil notar que algo me perturbaba porque me detuvo a mitad de camino, colocando su mano sobre mi brazo.

    >>¿Te encuentras bien?

    Mis orbes azules se encontraron con sus grises, y apreté los puños, sintiéndolos agarrotados por el frío y la humedad. Desvié la mirada y escupí las palabras en un murmullo bajo.

    —Me gustaría que Bel estuviera aquí.

    Era cierto, siempre habíamos sido tres. Los vecinos inseparables, viviendo puerta con puerta desde que teníamos uso de razón. Habíamos crecido juntos, y en ese entonces nos sentí más lejos que nunca. El chico suspiró en respuesta.

    —Estoy seguro de que le habría gustado despedirte. Sigue dolida porque te irás sin cumplir nuestra promesa, ya lo sabes.

    Mi ceño se frunció de inmediato y lo encaré, a pesar de que era más alto que yo.

    —Pues quizás es hora de que abra los ojos y comprenda que ya no somos unos niños —solté, de golpe y sin anestesia. Resentida, dolida. Cheren abrió los ojos, pero yo no le di margen a hablar—. Prometimos iniciar juntos nuestro viaje cuando éramos unos críos, Cheren. En ese entonces no éramos conscientes de cómo funcionaba el mundo.

    —¿Y lo somos ahora?

    Abrí los labios apenas, consternada. Su rostro se mostraba frío e impasible, y sus palabras se encontraban cargadas de una madurez aplastante. Fueron segundos en los que flaqueé pero no le permití verme, porque le di la espalda de inmediato.

    —...No lo sé. Pero lo que sí sé es que nuestras familias no nos dejarán crecer si permanecemos aquí por mucho más tiempo. Lo sabes bien —Apreté los dientes sin ser consciente—. El padre de Bel apenas le deja salir de casa sin su vigilancia. Tus padres quieren que sigas su negocio, por el amor de Arceus. Y los míos…

    —Los tuyos te permitirían viajar si tan solo tuvieras algo de paciencia.

    Aquello fue la gota que colmó el vaso. Avancé un paso y empujé su pecho con mis manos, iracunda. Apenas razoné lo que estaba haciendo o si había comenzado a llamar la atención.

    Me importaba una mierda todo ya.

    —¿¡Paciencia!? —exclamé. Cheren pareció sorprendido—. ¡Qué demonios sabrás tú de tener paciencia! ¡Llevo tres años sin saber dónde está mi hermano! ¡Tres, Ren! ¡Y nadie quiere darme respuestas! ¿¡Por qué se marchó de casa sin avisar!? ¿¡Por qué mis padres no dejan de darme largas!? —Volví a empujar su torso, con los ojos humedecidos y los labios temblorosos—. Estoy harta de esperar, Cheren. Y si no estás conmigo... entonces estás contra mí.

    Comencé a caminar, y esbocé una sonrisa amarga, sarcástica. Me detuve justo al pasar por su lado. Mis palabras estaban cargadas de un resentimiento extraño.

    >>Siempre has estado del lado de Bel, ¿huh? Lo sospechaba.

    La sombra de la ira cruzó sus facciones y cuando quise darme cuenta había tomado mi muñeca, impidiéndome marchar. Alcé la mano libre, dispuesta a golpearlo hasta que me soltase, pero el chico me atrajo hacia él y me retuvo ejerciendo algo de fuerza. Abrí los ojos cuando sus manos sostuvieron mis mejillas, y estampó sus labios contra los míos en un beso suave y casto, que me lanzó la sangre con violencia al rostro.

    Aquella fue la primera vez que besé a alguien. Fue una sensación algo extraña... pero diría que estuvo bien. Apenas tuve tiempo para procesarlo, el corazón latiéndome con fuerza contra el pecho cuando nos separamos, enmudecida y avergonzada. Antes de ser consciente me empujó hacia la puerta de embarque, y abrí los ojos al notar cómo su rostro siempre impasible se deformaba en un rictus de dolor.

    —Te crees el centro del mundo, ¿eh, White? —escupió con sorna—. ¿Has llegado a pensar por un segundo cómo nos sentíamos el resto? ¿Bel? ¿Tus padres? ¿Yo? ¡Por supuesto que no! —exclamó, y retrocedí un paso, llevando una mano a mi pecho. Jamás lo había visto tan furioso—. Siempre has tenido tan claros tus objetivos. Y Bel y yo solo podíamos atinar a seguirte, hasta que encontrásemos nuestros propios caminos en el proceso. Pero eso nunca ocurrió, y tú seguías alejándote. Nos resultabas inalcanzable.

    Cuando sus ojos se encontraron con los míos el corazón me dio un vuelco en el pecho. Sus pozos oscuros estaban humedecidos, y sentí por primera vez un atisbo de culpabilidad.

    >>Así que por el amor de Arceus, centra esa maldita cabeza en órbita y cumple tu sueño de una vez, ¿de acuerdo? —Los pasajeros comenzaron a dirigirse hacia el avión, arrastrándome lentamente con ellos. Colocó las manos alrededor de su boca para amplificar su voz en mitad del ruido, y no aparté la mirada en ningún momento de su silueta en la distancia—. ¡No vuelvas hasta que no conozcan tu estúpida cara allá afuera, ¡entendido, enana!? ¡Y ahora lárgate, antes de que me arrepienta de cubrirte las espaldas!

    Si dijo algo más no alcancé a escucharlo. Conmocionada, aturdida y quién sabe qué más, sentí mis ojos arder pero tuve que hacer un esfuerzo por tragarme las lágrimas. Ese idiota no tenía por qué verme flaquear, no en ese momento. Así que hice acopio de valor para dirigirle una última sonrisa. Una sonrisa confiada, segura de mí misma, y realicé un saludo militar como despedida antes de dar media vuelta. Oshawott se asomó por última vez, enfocando la mirada apenas hacia él, y la imagen le arrancó una risa amarga al chico al otro lado de la compuerta.

    No recuerdo bien lo que sucedió después. El cansancio, la adrenalina y las emociones revueltas me recordaron el cansancio acumulado sobre mis hombros, y caí dormida poco después de encontrar mi asiento, abrazando a mi pequeño Pokémon contra mi pecho. Recordando que acababa de recibir mi primer beso, abandonado mi hogar e iniciado mi propia aventura.

    Sola, en un continente extraño.

    Todas mis dudas, mis inseguridades, mis pensamientos y emociones pasaron a un segundo plano, y todo se volvió negro. No podía imaginar que pasarían tres años hasta que volviese a aquel lugar, pero todo sería muy distinto.

    Cuando volví a abrir los ojos, estábamos sobrevolando Galeia.
     
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