Ya es de noche y ladran los perros Alt Ocelot Estaba cansado. Había saltado el muro que su pueblo construyo. Las personas solía entrar por montones ignorandolo. Ya nadie quería entrar. Se arrastró por la tierra molida. Tenía esperanza. No le importaban los nopales aferrandose a su piel. El sol se movía. Iba a desmayarse, lo sabía. Se distraía viendo los recuerdos de cuando tenía comida hasta para tirarle a los perros. Luego venían más recuerdos. Su empresa quebró como lo hicieron todas. Se sentía cansado. El calor se iba desvaneciendo. Caminaba sin sudar, practicando el español fatal que le enseñaron. «Yo ser John» dijo con palabras secas, sedientas. «Fuck» así no era, además pensaba cambiarse el nombre, tal vez Pablo o José. Ahí sentado en la tierra quitandose las espinas parecía una estupidez, pero lo haría aunque nadie le creyera por su piel blanca y ojos verdes. El sol ya no quemaba, no se veía. «Yo had three perros» seguía practicando. No mejoraba. Se resignó. Ya no tenía frío, sus brazos no los sentía y sus piernas no quería sentirlas. A lo lejos el cantar de los gallos se escuchaba, pero no estaba amaneciendo. El ladrido de los perros se oyó, era como el de los suyos. Se acercaban despacio como sabiendo que no podía correr. Las luces se encendieron. Sus ojos le ardían sólo quería cerrarlos. Todavía se oía el eco de los ladridos. Pronto pudo verlos sostenían fuertemente a los perros. Eran iguales a los suyos. «Pinches indigenas» dijo, fue lo que más recordaba, lo que más mencionaba su maestro de español. Sintió su aliento fundirse con el de los perros, con el frío del desierto. Le dieron una patada en el estómago. No oyó un ladrido más.