Microrrelato Y seguiremos siendo mejores amigas

Cuando estaba en la escuela secundaria, una de mis mejores amigas, Larisa, me enseñó a hacer estrellitas a base de dos tiras delgadas de papel. Tan largas como el alto de una hoja de máquina tamaño carta, y tan anchas como un centímetro. Se tiene que pegar uno de los extremos de una a uno de los extremos de la otra, formando una larga y delgada letra “L”, y después se tienen que ir doblando una sobre la otra de manera intercalada. Puedo recordar bastante bien lo extraordinario que me pareció la primera vez que conseguí que esas tiras formaran un pentágono al terminar de doblarlas. Después hay que pegar el extremo que quedó suelto al pentágono; y al final se “pellizcan” las esquinas para que se “infle” el papel y tome la forma de una estrella.

Suena bastante extraño cuando lo trato de describir sin demostrarlo visualmente, lo sé.

El punto es que recuerdo que ese día llegué a mi casa y se me ocurrió una idea. Tenía hojas de máquina de colores, así que primero recorté veinte tiras de papel color rojo y las convertí en estrellitas. Quería hacer cien de ellas, pero sabía que no podía hacerlas en un día. Por suerte, si hacía veinte por día terminaría justo a tiempo para juntarlas todas en un pequeño bote de vidrio con tapa de rosca y moño.

Siempre me han gustado mucho las manualidades, pero suelo ser muy mala para dibujar o pintar o hacer origami: nunca he sabido siquiera hacer un avión de papel. Aún así, seguido he intentado hacer pequeñas cosas como éstas para mis amigas, desde que estaba en la primaria. Incluso si pasan a ser regalos más decorativos que nada, los hago con un gran esfuerzo y con muchísimo cariño. Espero que todas mis amigas a las que les he regalado tarjetitas o libretas decoradas supieran, por lo menos en el momento en el que se los daba en sus manos, que yo estaba tratando con todas mis ganas de demostrarles mi afecto con pequeños detalles como esos. Si nunca lo pensaron, por lo menos tuvieron la decencia de no demostrar que les parecía algo ridículo de mi parte.

Estaba segura de que mi otra mejor amiga, Sofía, adoraría recibir un frasco lleno de papel.

Volviendo al presente, nueve años después, cada vez que voy a su casa veo que conserva el frasco con las cien estrellitas de papel en el buró al lado de su cama. Y amarrada a la botella, junto con el moño, está una pequeña nota que decidió enmicar al ver como se iba deteriorando con el tiempo. La nota, aniñada pero sincera, dice “Aquí hay una estrella por cada día que pasó hasta que me di cuenta que seríamos amigas para siempre: te adoro”.