Ella siempre fue la ingenua, la crédula. Aquella que se creía todo aquello que el mundo le contase, fuera cierto o no. Le daba igual. Todos la trataban como a una niña, pensado que no se enteraba de las cosas, y es que así era. Aún creía en la magia de la Navidad y en el misterio del Ratoncito Pérez, y eso que ya podía considerarse una adulta. Pero tal vez, sólo tal vez, esto era lo que el mundo quería creer. Porque no hay nada más doloroso que ver a la joya más bella y pura contaminarse por el veneno de la sociedad actual. Ella era una joya en un pedestal, un cuadro bajo extrema vigilancia, siempre viviendo bajo esas cuatro paredes. Por eso ella nunca supo lo que era la vida, nunca aprendió sobre el dolor, nadie le enseñó como amar a las personas. Nadie le enseñó a vivir su vida, pero tampoco hacía falta.Porque ella era feliz en su mundo de indiferencia e ingenuidad, el mundo donde la curiosidad y el ingenio no tenían cabida, su mundo y de nadie más. Ella nunca supo que a la larga eso le acabaría haciendo daño, mucho mucho daño.Pero nadie la preparó para la odisea que es la vida, pero tampoco a nadie le importó hacerlo. Porque ella nunca supo.