Whispering Voices

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Usagi-chan, 25 Septiembre 2015.

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    Usagi-chan

    Usagi-chan Bunny Bunny

    Géminis
    Miembro desde:
    14 Octubre 2012
    Mensajes:
    340
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Whispering Voices
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1405
    PRÓLOGO: WHISPERING VOICES

    La potencia del trueno hizo retumbar los cristales de la ventana mientras la joven se estiraba para alcanzar el pequeño recipiente blanco sobre la cómoda. Amaba las noches de tormenta con una fuerza que superaba con creces cualquier otra cosa que le causara deleite y por más fuerte que resonaran los truenos, por más brillantes que lucieran los relámpagos partiendo el cielo y cuán cercanos pudieran caer los rayos de su hogar, no había nada en ello que la aterrara.

    Así pues, la tormenta de esa noche llegaba más oportuna que nunca, emergiendo como un diminuto salvavidas en la batalla por conservar un poco de cordura. Un par de minutos atrás su tortura había vuelto a empezar y muy a su pesar, tuvo que sonreír con ironía al leer la etiqueta del recipiente mientras buscaba a tientas el vaso con agua que siempre llevaba consigo antes de dormir. No le gustaba recurrir a ese medicamento cuyos efectos la dejaban en un aletargamiento que entorpecía sus movimientos durante el tiempo que le tomaba sumirla en una inconsciencia carente de sueños, pero era la única opción que le quedaba.

    No me mates, por favor. Ten piedad. — escuchó la desesperada voz de una mujer.

    Un grito desgarrador siguió a la angustiada y temerosa súplica mientras abría el frasco y dejaba caer sobre la palma de su mano derecha una de las ovaladas cápsulas rellenas de un gel color ámbar. Dispuesta a tragarla sin mayor contemplación, se interrumpió cuando los gemidos de dolor que le sucedieron a un nuevo grito la forzaron a mantener la mirada fija sobre la pastilla, sopesando la posibilidad de alcanzar el sueño sin necesidad de tragarla.

    Un instante después, cuando el sonido de un cuerpo desplomándose sustituyó a los gritos, supo con seguridad que no sería posible dormir esa noche sin la ayuda del medicamento. Mientras tragaba la cápsula con un poco de agua, deseó poder cerrar los ojos y tener un minuto de silencio por la muerte de esa desgraciada mujer pero conocedora de las consecuencias de perder de vista lo real y tangible de las cosas a su alrededor, se contuvo.

    ¡Eres un inútil! ¿Cómo pude haber tenido un hijo como tú? — gritó furiosa otra voz.

    Y a ese sonido le siguieron más y más susurros entremezclados con gritos de agonía y odio en diferentes grados y medidas. Atiborrada por todos ellos resonando en el fondo de sus oídos, gimió adolorida y se forzó a tirar sobre la palma de su mano dos cápsulas más. El médico le había remarcado la importancia de no sobrepasar la dosis diaria de una sola cápsula a menos que fuera estrictamente necesario, en cuyo caso el máximo de ingesta sería de dos cápsulas pero su cordura era más importante.

    Llevaba días sin poder dormir más de dos horas por la noche y su falta de sueño comenzaba a ser evidente en las enormes bolsas oscuras creciendo bajo sus ojos y la torpeza motora que la habían hecho derramar su desayuno las pasadas cuatro mañanas. Así que sabía que si continuaba con ese ritmo, el siguiente lugar donde terminaría sería el hospital psiquiátrico a las afueras de la ciudad y por más atractiva que le supusiera la idea de vivir dopada de medicamentos, sabría que ni eso sería suficiente para acallar las voces. Nada lo era.

    ¡Mátalo, mátalo! — ronroneó un hombre.

    Un par de segundos después, cuando el sonido proveniente de la detonación de varias balas dejó un doloroso zumbido en sus oídos, lanzó la segunda cápsula al interior de su boca y con un sorbo de agua, la tragó. Los susurros estaban fuera de control ese día y no habían disminuido su intensidad al caer la noche como usualmente hacían, por el contrario, se habían incrementado. Y si algo había aprendido desde un par de meses atrás cuando despertó de una pesadilla con un centenar de voces que nadie más era capaz de escuchar, hablándole al oído, era que su incesante e inquieto parloteo era sólo una advertencia de lo que pronto sucedería.

    — Hija, ¿está todo bien? — llamó su madre desde la puerta.

    Llevando sus manos a la frente para masajear sus sienes en círculos lentos, se tomó un tiempo para responder. Su madre representaba al miembro familiar que hacía lo imposible por no aceptar la muy factible posibilidad de que su hija pudiera estar “loca” y “gravemente trastornada”. Por tanto, lidiar con ella era todavía más agotador que hacerlo con los cientos de sujetos que buscaban venganza, placer, muerte y mucho más directamente en sus oídos.

    — Todo perfecto, mamá.

    — Deberías estar durmiendo ya. — gruñó desde la puerta. — Mañana tienes clase.

    — Estaba a punto de irme a la cama. — mintió.

    Entonces cometió el grave error de cerrar los ojos. Inmediatamente las voces que se habían mantenido constantes pero soportables, incrementaron su volumen e intensidad haciendo estallar su mente en mil fragmentos adoloridos. Sus oídos comenzaron a zumbar y su cerebro perdió la batalla por descifrar el contenido en los mensajes de todos esos susurros cuando aumentaron su número hasta lo imposible.

    — ¿Puedo pasar?

    El sonido de la voz de su madre en el plano de lo real sólo logró herir con más fuerza sus canales auditivos de lo que ya lo hacían las voces susurrantes, hasta el punto que estuvo segura que llegarían a estallar.

    — No es buena idea, mamá. — se esforzó por controlar el dolor patente en su voz. — Estoy muy cansada y quiero dormir.

    Tú nunca has sido una madre para mí. — murmuró la voz de una joven. — No mereces vivir ni un minuto más.

    — Está bien, hija. Qué descanses.

    Los padres no hacen daño a sus hijos. — habló entonces otra voz infantil. — ¿Por qué tú me haces tanto daño, papi?

    Aún con los diálogos de todos esos desconocidos resonando en sus oídos, supo con seguridad que su madre no dejaría pasar lo sucedido en esa pequeña conversación, y que por tanto, a la mañana siguiente tendría que enfrentarse a su cuidadosa inspección. A fin de cuentas, su progenitora parecía más que dispuesta a descubrir un fallo que le diera la excusa perfecta para internarla en el psiquiátrico más cercano.

    Ese hombre va a ser mío sin importar lo que tenga que hacer. — sonó la decidida voz de una mujer.

    Mami, no me dejes por favor. — irrumpió continuamente un niño.

    — Ya basta, por favor. — gimió agotada. — Cállense tan solo por un momento.

    Silencio. Sólo pedía eso, un instante de silencio. ¿Por qué no podía tener un descanso? ¿Qué había hecho mal para merecer algo tan horrible como esto? Más voces continuaron sus discursos ajenas al sufrimiento que le causaban y de lo cerca que estaban dejándola del límite de su cordura.

    Mientras más luches contra ello, más difícil será soportarlo. — llegó entonces el ronco tono de un hombre.

    Impresionada por la posibilidad de que algunas de esas palabras por primera vez estuvieran dirigidas hacia ella y no fueran meros fragmentos de otra conversación, hizo un nuevo esfuerzo por seguir el hilo de esa voz, dándose cuenta demasiado tarde de la visión borrosa y la lentitud motora, signos inequívocos del efecto del medicamento.

    — ¿Quién eres? — preguntó en voz alta.

    Estoy embarazada. ¿Qué voy a hacer? ¡Mis padres van a matarme cuando se enteren! — resonó en cambio, otra voz.

    Temblorosa y desorientada por el efecto bastante tardío del medicamento se acomodó sobre la cama y suspiró. La inconsciencia ya bordeaba su mente y las voces comenzaban a sonar cada vez más lejanas a pesar de que todavía permanecían incesantes.

    Cuéntame tu historia, chica. — volvió a escuchar el susurro ronco del hombre.

    Su historia. Le gustaría mucho decir que su historia era la misma que la de los cuentos de terror que se relatan para mandar a los niños a dormir temprano y que los motivan a portarse bien, esa donde las brujas y magos malignos hechizan a las mujeres bonitas para alejarlas de su destino, condenándolas a un infierno en la tierra hasta que el príncipe llega a rescatarlas, pero no era así.

    Agotada, deseó poder despejar su cabeza lo suficiente para pensar con detenimiento en ello. Sabía que no había hecho daño a nadie, no tenía enemigos de cuidado, ni había subestimado su suerte al jugar con los espíritus. Tampoco existían las brujas y hechiceros malos y crueles.

    “Entonces, ¿cómo había surgido su maldición?”
     
    Última edición: 25 Septiembre 2015

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