Voces adentro.

Aclaración: Este escrito está inspirado en una historia de la vida real, Jani Schofield, la niña con el peor caso de esquizofrenia.


Psicosis- Esquizofrenia.

Escucho a mami a lo lejos diciendo que le mire, y a papi pidiéndome que vuelva, ¿me ha ido? No entiendo que pasa, ante mis ojos las luces blancas y negras se mezclan y no me dejan ver con claridad. Las voces cada vez se hacen más presentes, los escucho gritar “¡Detente, detente!” pero no puedo hacerlo, no sé qué está ocurriendo. Siento mis manos ser sostenidas y lentamente puedo ver el techo blanco de aquel lugar que tanto conozco. Bajo mí mirada a mamá, llora desenfrenadamente ¿es por mí de nuevo? Papá se alejó de donde estaba mamá mientras se ponía las manos con desespero en su cabeza. ¿Qué ocurrió?

De nuevo las voces en mi cabeza volvían a hablar y el gato que había en la esquina de la habitación cada vez se acercaba más.

—Liz, Liz cariño mírame, mírame linda, ¿estás bien? —escuché que alguien me llamaba a lo lejos pero el señor gato negaba con la cabeza.

—Si miras los mataré a todos, eres una niña mala Lizbeth, ¿tendré que llevarte? —su voz resonó fuerte en mi cabeza, ¿por qué nadie más lo oía? ¿Por qué nadie lo detenía?

—Liz cariño, escúchame, pon tu mirada en mí, ¿estás bien? —Quería hacerlo, quería decirle que no estaba bien, que las voces me decían cosas malas y que no quería seguir viéndolo, quería ser alguien normal… y no podía.

Pude fijar mi vista en ella, tenía que hacerlo, quería hacerlo. La doctora Elizabeth siempre fue una mujer amable y cariñosa, ella quería que yo estuviera bien, ¿por qué los ratones bajo mis pies decían que era mala? ¿Por qué me obligaban a golpearla y rasguñarle?

—Huye… —mi voz salió más débil de lo que quería, mi garganta estaba seca y aún no comprendía porque la doctora me sostenía con fuerza.

— ¿Por qué debería huir, querida? —preguntó amable como siempre, quería ayudarme, pero nadie podría ayudarme. Las voces no se irían, ellos nunca me dejarían sola.

—Soy mala, debo hacerte daño. Ellos dicen que debo hacerte daño —no quería, pero el pájaro que volaba encima de nuestras cabezas me estaba vigilando, quería que le matara y hasta que no lo hiciera él no se marcharía.

— ¿Quién te dijo que eras mala Liz? ¿Por qué debes hacerme daño? —preguntó de nuevo, ¿qué no entendía? ¡Tenía que irse! Miré a mamá, quien seguía llorando abrazada ahora a papá, ambos estaban sentados un poco más lejos.

—Mr. Bonghtin, se está acercando a nosotros y dice que eres mala, me das medicamentos para que ya no los pueda ver y eso los enoja. Quieren reinar en mí, y que me vaya con ellos a su planeta.

— ¿El gato volvió, Liz? ¿Fue él quién te dijo que te lastimaras con las tijeras? —Las manos amables y temblorosas de la Doctora acariciaron mi cabello, ¿había intentado hacerme daño con las tijeras?

Odiaba esto, los odiaba a todos. Eran justo esos momentos los que no podía controlar, simplemente me iba. Es como estar atrapado dentro de ti pero no te puedes controlar, no puedes saber tus acciones, eres prisionero de ti mismo.

—No quiero hacer cosas malas, ayuda —intentaba ser fuerte, por mí, por mamá, por papá y hasta por la doctora Elizabeth, veía el cansancio en su mirada y el desespero en sus acciones. No quería hacerles más daño, ni que se preocuparan más por mí.

Un día Batido de Chocolate me dijo que las personas sufrían porque querían, porque querían estar vivas, me dijo que morir era más fácil y que si los mataba a todos ellos dejarían de estar tristes y de sufrir. Se lo quise comentar a mamá, pero Batido de Chocolate se enojó y empezó a tirar las cosas del cuarto y rasgo mis dibujos favoritos. Mamá llegó asustada a la habitación y me meció en sus brazos por un largo rato hasta que ya no pude ver más a Batido de Chocolate.

Mamá dice que no puedo hacer caso a los que me digan que deba hacer daño, pero la mayoría de mis amigos son malos, quieren que rompan o coja los cuchillos que mi papá tanto se esfuerza por esconder, pero aun así, también hay amigos buenos que vienen de ese planeta, está arcoíris y el señor unicornio, también Kim que es mi conejo preferido y H3 que nunca habla pero siempre me sonríe desde las esquinas del techo. También están las niñas rubias que nunca me han dicho su nombre, me contaron que un día querían volar y lo intentaron y pudieron. Saltaron de un quinto piso y por eso ahora me hacían compañía a mí. Mis amigos dicen que no pueden regresar a su planeta hasta que yo muera y por eso quieren que hagan cosas malas, pero hay otros que no quieren regresar y por eso me dicen que haga cosas buenas.

—Liz, ¿me escuchas? ¿Quieres que te lea algo para que te calmes? —volví mi vista a la doctora, al parecer llevaba tiempo hablándome, pero ya estaba acostumbrada a aquella falta de atención que le prestaba.

A mí me gusta pensar, y recordar, aunque a veces sea imposible, por qué sé que tengo esquizofrenia desde que nací y mi realidad no es la misma que la de los demás, ni siquiera la mía, porque todo mi mundo es cambiante. Es frustrante no saber qué pasará después, es horrible no tener control sobre ti mismo.

Sentí como la doctora empezaba a leer un libro y como mis padres se acercaron a nosotras para escuchar y acariciar mi cabello.

No quería ser mala, estaba cansada de toda esta basura.

A veces me preguntaba ¿por qué a mí? ¿Qué hice mal? Pero entonces un día la doctora me explicó que no era culpa de nadie, no era culpa de mis padres, ni de los doctores, ni de Dios, ni tampoco de mis amigos que nadie más veía, ni mucho menos mía. Que simplemente había nacido con Psicosis, así como otros tenían cáncer, o ceguera o una vida completamente distinta. No era culpa o decisión de alguien nacer como había nacido, simplemente les había tocado.

Y quise entenderlo, y superarlo, pero no puede. Quiero ser alguien mejor, aunque a veces cuando finjo dormir escucho a los doctores hablar con mis padres, escucho como entre susurros dicen lo desalentadores que son los avances y que puede que nunca siga un patrón de vida normal, y que aunque mi enfermedad es incurable, tampoco será posible una adaptación a un medio normal. Y todo me parece muy injusto; no solo para mí, sino también para ellos; para mis padres que no pudieron tener nunca más una vida normal, o para los doctores que deben estar todo el día observándome, y supongo que tampoco es justo para mí, pero debo aceptarlo e intentar seguir sobreviviendo.

Sentí como después de mucho rato la doctora acarició mi cabello y dejó el libro en la estantería donde siempre los colocaba en orden alfabético. Finalmente me había quedado a solas con mis padres.

—Lo siento —dije después de unos minutos de silencio.

—No tienes por qué hacerlo —respondió mi madre con una sonrisa cansada, y aunque tenía pintados en sus labios aquella mueca de aparente felicidad, en sus ojos rojos y cansados mostraba todo lo que estaba callando.

—Arruiné sus vidas, ¿verdad? —Era inevitable no preguntarlo, aunque sobraba hacerlo, sabía que sí.

—Claro que no, cariño —esta vez habló papá, mientras cogía mi mano y la acariciaba como solía hacer para que me calamara —. ¿Sabes? Si pudiera escoger volver al pasado y cambiarlo… no cambiaría nada. Volvería a ser tu padre una y todas las veces que sean necesarias. Porque eres mi hija, mi chiquita, y estoy orgulloso de ti —terminó de decir con una sonrisa mientras mamá a su lado asentía con mirada orgullosa.

Sonreí mientras cerraba los ojos, estaría bien, viviría mi vida, vería a H3, arcoíris, y hasta a Mr. Bonghtin, el gato malo. He intentaría que mis demonios no me consumiera, y también trataría de que mi mente fuera mía y que la psicosis no se apoderara de mi cabeza, aunque a veces fuera imposible. Pero trataría, y quizá, en algún momento de mi vida, pudiera seguir un patrón social medianamente normal.

Porque quería vivir hoy más que cualquier día. Y tal vez justo ahora, yo tampoco desearía tener otra vida.