Una triste navidad

Advertencia: Muerte de un personaje y lenguaje obsceno

Santo Domingo
24 de diciembre 2007

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Era víspera de navidad y todas las personas se estaban preparando para la noche buen. Todos menos yo, Claudia Araujo. Estaba en la sala de espera de un hospital acompañada de sus hijos: Laura de 15 años y Daniel de 17. Mi esposo Juan sufrió un terrible accidente en su auto cuando venía de regreso a la ciudad y está en cirugía.

Los doctores no eran muy optimistas con relación a su caso. "Él llegó con muchas hemorragias internas, fracturas, graves heridas en la cabeza y para rematar su problema de diabetes empeora su estado". Al menos eso dijeron los médicos.

El ambiente en la sala estaba muy tenso. Los chicos miraban de un lado a otro y yo, bueno yo estaba muy ansiosa. Por mi mente pasaban muchas cosas feas pero las desechaba de inmediato. Solamente pensar que lo podía perder me asustaba y las lágrimas salían sin control.

Las horas pasaban lentas y tortuosamente pero luego de cinco horas las puertas del quirófano se abrieron y dejaron ver a un grupo de personas vestidas con una bata verde y usando una máscara en su boca.

De inmediato nos pusimos de pie y uno de ellos se nos acercó. Era un señor mayor, de pelo canoso corto y unos grandes lentes.

—Lo siento mucho pero su esposo no pudo resistir la operación— dijo él con voz triste

Cuando escuché eso mi mundo se derrumbó. Mi esposo murió. El hombre con el que duré veinte años de casada ya no estaba. Eso no podía ser cierto. Él está vivo. Él no me dejó. Eso es una gran mentira.

—¡No! Mi esposo está vivo. Él no me dejó sola. Él me ama.—dije con voz ahogada—Juan levántate. Yo no te di permiso para que te fueras. Te di todo lo que quisiste. Me pediste una familia y te di dos hijos. Me pediste que renunciara a mis sueños y lo hice. Ahora no me hagas eso. ¿Me oyes?. ¡Maldición Juan! Vuelve. Vuelve mi amor.—grité llorando y cayendo al suelo.

Oí unos gemidos y por fin vi a mis hijos llorando pero no pude hacer nada por ellos porque mis lagrimas no me lo permitieron. De pronto vi todo negro.

Al despertar estaba en una habitación de hospital blanca y creí que todo era un sueño pero cuando vi a mis hijos llorando supe que no era así.

Han pasado cinco años desde eso y yo no volví a ser la misma. Por eso escribo esta carta mientras mi sangre ensucia el papel. He decidido acabar con mi vida.

No puedo seguir viva sin ti Juan.

Claudia Araujo