Una canción para las hadas - The Hobbit (Thorin x OC)

Tema en 'Fanfics abandonados TV, Cine y Comics' iniciado por Shennya, 31 Enero 2013.

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    Shennya

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    Escritora
    Título:
    Una canción para las hadas - The Hobbit (Thorin x OC)
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    4242
    Capítulo 1

    Lo sé, lo sé; sólo yo podría terminar toda empapada, en medio del bosque y con la certidumbre de que un oso (de dos metros, probablemente) esté a punto de comerme en cualquier momento. Estoy cansada, hambrienta y asustada. Sí, asustada. No sé por qué le hice caso a Dis, no sé por qué a ella se le ocurrió que yo tenía alguna posibilidad en todo este asunto. Deseaba que Fen estuviera conmigo y, deseaba, también, más que nada, vengarme. Pero todo a su tiempo, porque, si no podía con esto, entonces tal vez no tendría posibilidades contra…
    De acuerdo, supongo que no es así como debo comenzar. Aunque me duela, debo contar la historia completa. Y creo que todo inició cuando mi madre murió. O, en realidad, creo que se dejó morir, pero ninguna de nosotras (ni Fen ni yo) la juzgamos. Está en nuestra naturaleza generar vínculos tan grandes que te provoquen un vacío insoportable y que, después, esos vínculos sean la causa de tu destrucción. Quizás por eso es que las hadas somos tan escasas, bueno, por eso y porque los orcos disfrutaban cazándonos y torturándonos.
    Las hadas somos un pueblo casi olvidado y extinto, pertenecemos a la Gente Pequeña y no, no tenemos alas o brillamos como luciérnagas. Debido a nuestro temor hacia otras razas, nuestra gente nunca hace mucho contacto y prefiere permanecer en el bosque, pasando de la forma más desapercibida posible. Por ello, nuestras comunidades (si es que se forman) constan del increíble número de veinte o menos (ni siquiera sé porque las llamamos comunidades, ya que ni siquiera llegan a un grupo numeroso) y, si bien intentamos protegernos, no somos muy diestros en las armas. En nuestra defensa debo decir que somos graciosos (no tan elegantes) y alegres, además nuestras voces tienen el honor de colocarse entre las mejores de la Tierra Media. Lo cual, como pueden observar, no sirve de mucho en caso de un ataque.
    Debido a nuestra naturaleza nada propensa a la múltiple progenie, mi madre, Anthalia, se hizo una celebridad en nuestra pequeña comunidad. Y es que, como dije, las hadas no solemos tener muchos hijos, por lo que, el hecho de que mamá tuviera gemelas fue un acontecimiento increíblemente sorprendente. Fenrye y yo (Ayndra) seríamos difícilmente distinguibles la una de la otra, si no fuera porque el cabello de Fen era lacio y el mío de un ondulado (aunque las dos éramos pelirrojas) que era increíblemente inmanejable. Además, estaba (como lo llamaba yo) mi gran defecto, es cierto, nunca fui bonita, pero eso provocaba que cualquiera que me viera no lo hiciera dos veces. Me refiero a mis ojos, los de mi hermana eran de un verde esmeralda precioso que hacían que su rostro se suavizara, mientras que los míos eran una combinación extraña de colores. Y es que parecía que tenía un color azul brillante en la parte externa que después se iba disminuyendo hasta crear un dorado intenso que hacía contacto con la pupila negra. Es decir, parecía, que dentro de mi ojo había dos anillos que rodeaban a la pupila; uno azul (el exterior) y otro dorado (el interior), sin embargo, eso no era todo, porque parecía que dentro de ellos se podían distinguir otros colores. A Fen (que me quería demasiado como para decir algo malo sobre mí) parecía ser a la única que le gustaban.
    —Parece como si los colores en tus ojos tuvieran vida, como si no pararan de moverse —me había dicho, una vez. Lo cual, para ser sincera, nunca estuve del todo segura si se trataba de un cumplido.
    Muy pronto, en la comunidad se notó nuestra diferencia de carácter. Mientras que Fen era mucho más encantadora y elegante que yo, todos se percataron que mi torpeza y continuo movimiento me volvían una persona demasiado salvaje como para mantener una conversación tranquila y apacible con alguien. No sé exactamente por qué, pero rechacé a muy temprana edad los vestidos que me ofrecía mamá y comencé a usar pantalones y botas. Además, adquirí el gusto de (robarme uno de los cuchillos de cocina) y usarlo como si fuera espada. Pero todo era culpa de mi padre, Yndur, ya que él había comenzado a contarme las historias de la Tierra Media. Para ser sincera, no sé cómo sabía tanto o si lo que sabía era cierto, pero todo aquello me entusiasmó a tal grado, que yo jugaba a que era un elfo del bosque o un enano con su impresionante hacha. Hasta llegué a sentir curiosidad de conocer a otros. Pero, claro, eso estaba prohibido para los de mi gente. Demasiado arriesgado.
    Pero no fui bastante consciente del riesgo que implicaba hasta que llegaron los orcos y asolaron nuestra comunidad. Papá murió en aquel asalto, así como muchos otros de los nuestros. Para ser sincera, no estoy del todo segura que alguien haya sobrevivido a parte de nosotras tres aquel día. Mamá actuó rápida y sigilosamente y nos guió a mi hermana y a mí por el bosque; caminamos varias semanas, hasta que logró encontrar un lugar seguro. Y logramos vivir con ella, ahí, quizás un poco más de un año, hasta que la muerte de mi padre le pesó tanto que decidió dejarse morir. Así que, al ser la más activa de las dos, asumí el cargo de vigilar y traer la comida, mientras que Fen se convirtió en la cocinera y sanadora. Por supuesto nos dolió mucho la muerte de mamá y aunque lloramos y sufrimos por ella, yo traté de reprimirme más para que mi hermana se sintiera un poco más segura. Y, como dije, no culpo a mamá; hizo lo que pudo por nosotras y aunque intentó vivir sin papá, su cuerpo y su corazón se deterioraban con los días… ni Fen ni yo podíamos soportar verla en ese estado. Así que nuestra madre se despidió de nosotras y… se apagó como nosotros le llamamos. No tiene nada que ver con el sentido literal de que una llama se extingue, si no que esa es la forma que usamos para referirnos a dejarse morir. Eso es lo que verdaderamente nos distingue de las demás razas; cuando un ser amado muere, nosotros podemos elegir acompañarlo… podemos elegir el momento de nuestra muerte.
    Cuando mamá nos dejó, Fen y yo nos quedamos solas, todas las responsabilidades pasaron a nuestros hombros y aunque al principio nos resultó verdaderamente difícil, al final logramos adaptarnos a las circunstancias. Mamá nos había dejado una pequeña casa en el bosque que nos sirvió hasta el momento en que yo decidí explorar un poco más.
    Ya había mencionado que Fen y yo éramos muy diferentes en cuestión de carácter y si bien a mi no me molestaba en absoluto estar aislada de cualquier ser inteligente, a Fen (lo notaba con el paso del tiempo) no le era suficiente mi compañía. Era un poco extraña en ese aspecto, ya que, aunque estaba desesperada por encontrar a otras hadas, le aterraba la idea de encontrarse con cualquiera de las otras razas. Así que (aunque yo era un poco escéptica) le ofrecí que todos los días exploraría un tramo más del bosque hasta dar con alguna señal de vida racional.
    Una mañana (en la que quizás yo cometí más de un error), Fenrye se estaba cepillando su lacio cabello, con el peine que mamá había logrado rescatar del ataque, y me sonrió; siempre se veía radiante y elegante. A veces yo pensaba que era alguna clase de don, porque yo jamás podría verme así, ni siquiera porque el hecho de que éramos gemelas.
    —Regresaré por la tarde —solté, sonriéndole. Tomé una de las manzanas de la mesa y le di una enorme mordida—. Bueno, en realidad cerca de la noche, ya sólo me falta la parte norte de…
    Me interrumpí cuando sentí su preocupación. A veces así ocurría con nostras, no sé si era por el hecho de ser gemelas, pero las emociones fuertes llegaban a pasarse de la una a la otra.
    —Ten cuidado, Ayn.
    Le guiñé un ojo y terminé de comerme la manzana. Tomé mi daga que había encontrado hacía meses (era uno de mis mayores tesoros) y la escondí entre mi ropa.
    Salí corriendo, sintiendo mi cabello suelo moverse detrás de mí (y enredándose más, probablemente) y me desvié del camino que dirigía al lago; sabía que cerca de ahí se terminaba el bosque y empezaba un valle o quizás montañas… y tal vez, algo de población. No sé, quizás estaba demasiado habituada a las decepciones, que cuando me topé con las Montañas Azules y descubrí que estaba habitada por una gran cantidad de enanos, creo que me asusté. Había estado tan distraída pensando en qué hacer para mejorar el humor de mi hermana, cuando me di cuenta que lo árboles terminaban y daban paso a un verde campo abierto y después a una comunidad entera; había de todo, puestos, casas, cientos de ellas. Y, sobre todo, enanos… todos se movían de un lado para otro, aparentemente, en armonía.
    Estaba tan fascinada por ver con mis propios ojos lo que mi padre me había contado en increíbles historias, que no me di cuenta hasta demasiado tarde, que dos de ellos se dirigían exactamente hacia donde estaba. Sabía que no me habían visto, pero eso no tardaría en suceder si yo cometía cualquiera de mis típicos movimientos torpes, así que, en lugar de correr, decidí treparme al árbol más cercano. Afortunadamente lo hice a tiempo y sin mucho ruido, ya que ellos no parecieron notarme, a pesar de que estaban bastante cerca de mí.
    Así que, venciendo un poco mi miedo y cediéndole un poco el paso a la curiosidad, me asomé para observarlos mejor. De esa manera me pude dar cuenta de que la enana era muy hermosa, de cabello rubio y una barba suave, aunque no tan espesa como la del enano que estaba frente a ella. Eran dos contrastes demasiado marcados, ellos dos; ella parecía delicada y amable, a pesar de que en esos momentos se encontraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados, mientras que él… no sé exactamente cómo describirlo… Comparándolo con ella, él se veía enorme y bastante fuerte, además tenía un largo cabello oscuro (con algunas canas) y su barba, aunque corta, era bastante espesa. Además había algo en él, algo que irradiaba poder, hasta se movía diferente, como si fuera alguien acostumbrado a que se tomara su palabra como una orden que debía cumplirse en el momento. Si yo tuviera que elegir a uno de ellos para entablar una comunicación, por supuesto, la elegiría a ella.
    —Ya te dije, Thorin, no quiero que mis hijos te sigan a esa loca misión que te has propuesto.
    —Son mayores de edad —protestó la voz profunda y algo arrogante de él—. Además, lo que quiero hacer es devolvernos nuestra tierra robada…
    —¿Para qué quieres Erebor de vuelta? —Cuestionó ella— Aquí somos felices, gracias a ti.
    —Lo siento, Dis, tengo que hacerlo.
    Dis parecía cansada y triste. Finalmente, asintió, resignada.
    —Yo tampoco quisiera que vinieran —aseguró Thorin—, pero si se los prohíbo probablemente encontrarán la manera de seguirme, ya conoces a Fili y a Kili.
    Dis logró sonreír, un poco.
    —Sí, lo sé —ella observó a Thorin durante unos segundos—, por favor, cuídalos mucho.
    Thorin lo prometió aunque no correspondió a la sonrisa de Dis, aunque, de cierta forma, no me sorprendía, no parecía alguien que sonriera a menudo. Se alejó de ella, en dirección a la aldea (bueno, por lo menos eso pensaba que era). Sin embargo, yo todavía estaba tan intrigada, observándolo marcharse, que hice un movimiento que no debía y la rama en la que yo estaba sentada crujió. Me resbalé (como era lógico, dada mi naturaleza desastrosa) y solté un chillido para tratar de aferrarme algo.
    —¿Qué fue eso? —escuché la voz preocupada de la enana.
    Cerré los ojos e imploré a los dioses que no me cayera y que a ella no se le ocurriera llamar a nadie para hacer averiguaciones.
    Pero los dioses nunca estaban de mi lado, en realidad, a veces pensaba que deliberadamente no me ayudaban para tener algo de lo que burlarse allá arriba.
    Así que mis dedos se soltaron y yo caí hasta el suelo; dándome un golpe que me sofocó por unos segundos y que quizás me había dejado en una posición ridícula. Y, al parecer, no estaba equivocada a juzgar por cómo toda la preocupación de Dis se había evaporado en una risita que logró escapar de sus labios.
    —Y bien… ¿quién eres y por qué estabas espiando la conversación que tenía con mi hermano? —Cuestionó. Y si bien no parecía una acusación, ya que sonaba bastante divertida, aquello no me tranquilizó.
    Me logré incorporar hasta quedar sentada, pero fue un movimiento tan brusco que todo mi cabello cayó delante de mi cara haciéndome perder toda la visión. Además, la caída había causado más estragos en mí porque de pronto me sentía mareada.
    —Y-yo me llamo Ayndra y soy un hada —sólo justo después de soltarlo me di cuenta que había cometido la mayor estupidez de todas. Mi familia había sido clara en ese sentido: pasar inadvertidos es nuestra mejor arma. Ahora, yo, en tan corto tiempo, había arruinado mi anonimato.
    Bien hecho, Ayndra. Fen probablemente me daría la regañina de mi vida cuando regresaba, si es que regresaba.
    —Bueno, Ayndra, yo me llamo Dis.
    Yo estaba desesperada porque no podía verla, no podía saber si quería hacerme daño o si estaba por hablarle a alguien más para que atraparan y encerraran en una mazmorra. Entonces, sentí sus dedos retirar algunos mechones de mi rostro. Uno de mis ojos quedó libre. Sin embargo, yo no le di tiempo de hacer más, porque retrocedí, asustada.
    —Tranquila, tranquila, prometo que no te haré daño.
    Dis iba a decir algo más, cuando me observó directamente al único ojo que tenía visible y se quedó sin palabras. De pronto, ante todo su encanto y belleza natural, me sentí como un monstruo, con mis pantalones y ropa varonil… Tal vez Fen en mi situación se las hubiera arreglado mejor. Ella parecía… con su hermoso vestido plateado, algo así como una… una princesa.
    —Tus ojos —dijo ella, todavía sorprendida—, brillan como…
    Era la primera vez que alguien me había mirado fijamente por tanto tiempo, sin que desviara la mirada, con miedo, repulsión o algo más que lo hiciera no querer observarme por mucho rato.
    Suavemente retiró el resto de mi cabello, pero yo traté de retroceder.
    —No puedo estar equivocada. Lo recuerdo perfectamente, son iguales.
    Traté de levantarme, pero fue un intento torpe que no me llevó a ningún lado, al parecer seguía un poco mareada.
    —¿Dónde vives? ¿Sola o hay más como tú? —Cuestionó ella, saliendo de sus recuerdos.
    Apreté mis labios, pero mi cabeza giró en automático hacia atrás. A Dis no le costó mucho adivinarlo… De verdad, hoy estaba tan inteligente que quería golpearme rostro.
    —En el bosque… pero eso es demasiado, solitario… ¿no?
    Seguí sin contestar, esperando que ya no siguiera preguntando.
    —¿Quieres comer? —Sonrió ella con tanta dulzura que me recordó a mamá. Y, de pronto, una profunda y antigua tristeza se apoderó de mí. Agaché la mirada, esperando que de mis ojos no escaparan algunas lágrimas.
    Dis me tendió su mano y, en un momento de debilidad, la acepté para incorporarme.
    —Vamos, debes tener hambre.
    Y sí que la tenía, pero ella pretendía llevarme a la aldea y yo todavía no podía confiar…
    —No, gracias —alcancé a responder, ya que no había intentado hacerme daño en ningún momento.
    —Nadie te hará daño —aseguró Dis. Después de un momento, al ver la resolución en mis ojos, suspiró—. De acuerdo, sólo te pido una cosa, espérame aquí, ¿de acuerdo? No voy a traer a nadie más… lo prometo.
    Y sin más, se fue. Entonces comenzó mi conflicto interno. Por un lado ella se veía tan amable y sincera que no creía que fuera a hacerme daño, por el otro, todas las enseñanzas que me habían impuesto me rogaban que huyese lo antes posible. Así que, dividida, opté por quedarme y seguir mis instintos, sin embargo, si es que veía que ella venía con alguien más (como su intimidante hermano, por ejemplo), saldría corriendo.
    Pero Dis cumplió con su promesa y regreso sola, bueno, lo único extraño que traía era una gran canas cubierta con alguna tela azul.
    —Toma y espero que regreses pronto, si quieres después puedo darte más cosas o… bueno, podrías venirte a vivir aquí. El bosque es muy peligroso para un hada tan joven como tú.
    Cuando descubrí la canasta solté un grito emocionado. ¡Era pan, mucho pan! ¡Y queso! La casa rústica en dónde vivíamos Fen y yo (si es que a eso se le podía llamar casa) no tenía un horno, por lo que hacía mucho tiempo que no probábamos el pan…
    —¡Gracias, Dis! —No pude evitar exclamar y a cambio, recibí una de sus amables sonrisas. Por supuesto, no creía que Fen aceptara su invitación a quedarnos en la aldea, pero yo jamás podría olvidar el regalo que me acababa de hacer.
    Cuando regresé a casa, como esperaba, después de contarle toda mi aventura a Fen, ella no pareció bastante contenta. Y, aunque sí comió de lo que había en la canasta, me dijo que había sido imprudente confiar en alguien de otra raza.
    A veces sonaba tanto como mamá.
    —Prométeme que no regresarás allá —insistió Fen—, ¡promételo!
    —Está bien —solté, a regañadientes.
    Fen se levantó y me abrazó.
    —Lo que debemos hacer es seguir buscando, hasta encontrar otras hadas, un día encontraremos otra comunidad, ya verás.
    Quería decirle que dudaba que quedara alguien… bueno, por lo menos cerca de aquí. Sin embargo, mi hermana estaba tan ilusionada por esa posibilidad, que no quise destrozar sus esperanzas.
    Los días fueron pasando y mi encuentro con Dis cambió mucho mi manera de pensar. Cada día que pasaba en el bosque, sola con mi hermana, se me hacía más tentador aceptar la oferta de Dis. Y es que yo sólo quería que Fen fuera feliz y sabía que si la mantenía aislada su ánimo decaería y no quería que sucediera otra vez lo de mamá, sin Fen yo no era nadie. Si tan sólo me escuchara, si tan sólo… yo sabía que podríamos adaptarnos, si es que los enanos nos aceptaban en su territorio. Pero ella seguía aferrada a su sueño imposible.
    Y traté de convencerla, sin embargo, cada vez que mencionaba el tema, era el comienzo de una discusión y, para ser sincera, no me gustaba que estuviera molesta conmigo. Sin embargo, no me rendía, y lo único que conseguí con mi perseverancia fue encontrar su límite.
    —Escucha Fen, tal vez si sólo vivimos ahí unos meses, mientras seguimos con nuestra búsqueda… Ahí podemos estar más protegidas.
    Mi hermana me observó como si estuviera loca.
    —¿Cómo puedes confiar en alguien tan fácilmente, Ayn? ¿Recuerdas todo lo que decía mamá? No podemos arriesgarnos con otras razas…
    —Mamá no siempre tenía razón.
    Fen me fulminó con la mirada, supongo que me lo merecía, ni siquiera yo sabía por qué había dicho eso.
    —Gracias a ella sobrevivimos.
    —Sí, es cierto, pero quizás las otras razas no son como pensábamos. Escucha, Fen, mamá, como muchas otras hadas, jamás tuvo contacto con otros… pero quizás, si nosotras lo intentamos…
    —En lo único que debemos concentrarnos es en buscar una comunidad en la que podamos vivir con los nuestros, Ayn. Eso es lo más importante.
    Lo admito, en ese momento me desesperé y solté lo peor que pude haber dicho.
    —¿Cómo estás tan segura que los encontraremos? ¡Dioses, Fen, tú viste lo que pasó aquel día! Tú y yo sabemos que somos muy pocos en la Tierra Media. ¿Tienes alguna idea si hay más? ¿Acaso crees que los podremos llegar hasta ellos, si es que no somos las…?
    Por fortuna me detuve antes de decir lo que probablemente terminaría por destrozarnos a las dos. Fen, como era su costumbre cuando estaba verdaderamente molesta conmigo, me dio la espalda. Sabía que la había herido mucho.
    —Fen, yo sólo… lo siento. No es que crea que no haya nadie más, es sólo que a veces creo que estamos demasiado expuestas estando solas, quizás si tomamos la oportunidad que se presenta y mientras reanudamos nuestra búsqueda…
    Di un paso hacia ella y puse una mano sobre su hombro, pero ella me rechazó.
    —Regresaré en la noche —anuncié, ya que era bastante evidente que no me deseaba cerca de ella por un largo rato.
    —No me importa si regresas mañana o dentro de tres días.
    Sentí su enojo y su decepción tan fuertes, que me entraron ganas de llorar. Sin decirle otra palabra, salí de la casa.
    Fue quizás la herida que Fen había abierto en mi pecho lo que me obligó a retomar el camino hacia las Montañas Azules y faltar a la promesa que le hice. Sin embargo, me arrepentí a mitad del camino y decidí regresar, por lo menos hasta que los escuché. Eran dos voces masculinas, que me alertaron tanto que reaccioné a ellas subiéndome a un árbol. Me acomodé en una rama (y esta vez si me aseguré de que soportara mi peso) y observé las dos figuras de los dos enanos. Parecían jóvenes, pero con los años suficientes para portar armas, uno llevaba un arco y flechas, mientras que el otro un hacha bastante intimidante.
    —Creo que debemos regresar y decirle a Thorin que todo está tranquilo por aquí —dijo el de cabello rubio, parecía el mayor.
    —Sí, aunque…
    Entonces, de entre la maleza, saltaron dos grandes lobos. Me cubrí la boca para no soltar un grito ahogado.
    —¡Kili, cuidado! —Gritó el rubio antes de soltar un hachazo sobre la cabeza de una de las bestias.
    Y entonces, no supe por qué, pero me resultó bastante familiar ese nombre…
    Curioso, pero los dos enanos parecían arreglárselas bastante bien contra los lobos, bueno, hasta que apareció un tercero. Yo lo vi claramente ya que estaba arriba, aferrada al árbol, sin embargo, ninguno de ellos parecía notar su presencia y estaba por atacarlos… Entonces, hice la cosa más estúpida que podría hacer alguien que jamás había luchado en su vida: salté hacia el lobo. Caí encima de él, con la daga en la mano, pero cuando el lobo notó mi presencia, trató de dirigir su enorme hocico hacia mí. Yo estaba tan nerviosa y asustada que apenas podía empuñar bien la daga y, luego, por supuesto, el lobo se sacudió y me tiró al suelo. De manera bastante torpe e insegura logré enterrarle el filo del arma en un ojo, pero no fue suficiente para matarlo, por lo que la bestia gruñó con furia y me golpeó con sus garras con tanta fuerza que salí disparada y caí de espaldas.
    Afortunadamente, tanto Kili como el otro enano habían derrotado a los otros dos lobos y ahora se dirigían hacia el que pretendía terminar conmigo. Con una flecha en medio del cráneo, el lobo terminó muerto.
    —Gracias por eso, creo que evitaste que nos despedazara —dijo Kili, acercándose a mí.
    Yo traté de levantarme, pero todo lo que conseguí fue quedar sentada en el suelo. De pronto, notaba un agudo ardor en el brazo derecho y cuando giré la cabeza para verlo me di cuenta que había tres heridas en mi piel y que las tres sangraban profusamente.
    —¡Fili, ven! Esto se ve bastante mal —comentó Kili, notando mi herida—. Ven, te llevaremos con…
    —¡No, no! ¡Estoy bien! —exclamé, alejándome. Con mi mano derecha apreté la herida en mi brazo para detener el flujo. Con esfuerzo me puse de pie. No había problema, todo lo que tenía que hacer era llegar con Fen, ella sabría qué hacer.
    —Te estás desangrando —apuntó Fili, acercándose—. Tienes que venir con nosotros, además, te la debemos.
    Negué con la cabeza, mi cabello (acostumbrado a caer siempre sobre mi rostro) se hizo a los lados, no té que los dos hacían una expresión extraña al ver mis ojos.
    —¡Fili, Kili! ¿Qué ocurre aquí?
    Oh, no. Esa voz la conocía y no me daba un buen presentimiento. Intenté huir, pero cuando di un paso todo el bosque pareció dar vueltas. El dolor se iba incrementando.
    —Tres wargos, pero sin señales de orcos —anunció Kili.
    Fili dio otro paso hacia mí, yo traté de retroceder sin caerme. Entonces, tuve que levantar la vista y lo vi otra vez, sólo que en esta ocasión Thorin se veía mucho más intimidante, quizás porque parecía mucho más tenso o porque desde el suelo, él se veía mucho más alto. Por fin, pareció darse cuenta de mi presencia sangrante y antes de que pudiera hacerme una brusca pregunta, sus ojos se encontraron con los míos y de pronto pareció sorprendido y confundido, al mismo tiempo.
    —Arkenstone —musitó, ensimismado en algún pensamiento y palabra que, por supuesto, a mí, no me decía nada. Después, sacudió su cabeza y pareció regresar a la realidad.
    —Ella nos ayudó con los wargos —dijo Fili a modo de explicación—. Pero está herida, necesita que la llevemos a las…
    —¡No, no! —Apreté con mayor fuerza mi brazo, porque ahora mis dedos estaban llenos de sangre y yo cada vez estaba más mareada. Hice un esfuerzo, di dos pasos y fue lo último que hice antes de desmayarme.
     
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