Una Aventura Singular.

Tema en 'Relatos' iniciado por SraLoida, 25 Julio 2013.

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    SraLoida

    SraLoida Iniciado

    Tauro
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    8
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    Escritora
    Título:
    Una Aventura Singular.
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    5814
    —¡Billy! ¡Sube al helicóptero o te quedarás aquí! — Por unos instantes pensé en la segunda opción que me dio, pero tras la mirada asesina que me regaló, preferí no jugarme la vida. Con diez años me parecía todo una gran aventura, pero esto ya pecaba de pesado y aburrido. Tras un suspiro y un «que Dios me lleve pronto», subí al cacharro con alas de metal. John, como todos los veranos, me removió mi cabellera y me puso el cinturón de seguridad.
    —Que te lo pases bien Billy Elliot. — Me dijo con una sonrisa de guasón que no puede con ella. Será…
    —Eres tan gracioso que ni la risa me sale. — Le contesté deseando propiciarle una patada en sus queridos amigos. Se salvó por el maldito cinturón que sino…
    —Venga pequeñajo, no será para tanto. — Me guiñó un ojo y se fue para su lugar, el asiento del copiloto. Claro, no era para tanto… eso decía todos los veranos cuando mis padres en algún lugar de este mundo “habían descubierto un tesoro que los iba a hacer millonarios”.
    Gracias a mis padres (irónicamente hablando), mis veranos son un tormento. Cuando era pequeño y decía en la escuela: «¡Mis padres son aventureros a lo Indiana Jones!». Mis amigos se quedaban atontados y celosos porque sus padres trabajaban en “ridículos” trabajos como secretaria, panadero o abogado. En cambio, ahora el celoso soy yo. ¡Quiero unos padres normales! y, sobre todo, ¡unas vacaciones normales! Sí, esas vacaciones en las que no haces nada… jugar al fútbol, escuchar música e incordiar a tus padres por las noches cuando pones la consola a alta voz.
    Pero ese no era mi caso.
    Mi caso trataba de que mis padres, arqueólogos no de profesión sino de afición, iban todos los veranos a algún lugar de este mundo, casi siempre alejado de algún motel decente o algún pueblucho donde yo pueda pasear y ver. No, no. Eso sería lo fácil. Mis padres acampaban cerca de donde habían descubierto (si es que descubrían algo) el tesoro o fósil. Así que, casi siempre, los veranos, dormía en alguna selva o desierto… o cosas parecidas a terrenos peligrosos donde un adolescente no debería estar. Pero mis padres pensaban que toda esta mierda me hacía bien. Sí, claro. Bien si la idea era excluirme de la sociedad o que mi apodo fuera Friki Jones (no son muy originales, todo hay que decirlo).
    En conclusión, esto era una mierda y no se lo deseo ni a Manolito (gracias a él me conozco el váter mejor que las fórmulas de mates).
    Esta vez, mis padres y yo íbamos a un bosque llamado “no me importa” donde se encontraba el tesoro de unos piratas, conocidos como Los Bárbaros. Cuando mi madre me lo comunicó le dije:
    —Mamá… pensaba que eras más original. Me esperaría eso del tesoro de los piratas de papá, pero de ti… pensaba que no estabas tan loca o que, por lo menos, no veías tantas películas de aventuras.
    —No seas fanfarrón Billy. Esta vez descubriremos algo muy grande y podrás tener lo que más deseas: tu kit antropológico. — En ese momento quise morir. ¿Qué es eso de kit antropológico? Sonaba a… pff, sonaba a suicidio.
    Mi padre hizo que volviera a la realidad. Ya habíamos aterrizado, por lo tanto, habíamos llegado a nuestro destino. John me quitó el cinturón, me guiñó el ojo y me removió el cabello. Alguna vez hará algo distinto y pensaré que está enfermo. Cuando bajé del helicóptero vi como mi madre saltaba de alegría, dando palmitas y riendo cual loca. Porque lo era. Mi padre llevaba una gran maleta donde llevaba todo lo necesario, yo también llevaba una, pero no era tan grande. Sólo tenía quince años, aún no era un hombre. Sólo medio-hombre.
    Cuando nos alejamos lo suficiente del helicóptero escuché como éste volaba hacia un lugar donde se encontraban las personas cuerdas. Mi padre jaló de mi brazo para que empezara a andar. «Qué desgraciado soy», pensé mientras andábamos por un sendero hecho por la misma naturaleza.
    —Billy, estaremos ahí. —mi padre señaló una tierra libre de árboles donde podíamos acampar— ¿Puedes buscar un riachuelo o lago? No te alejes mucho, ¿vale? — Asentí. Alejarme de aquellos locos era lo mejor. Y, sin más, me puse a ello.
    Mis padres me habían enseñado un truco para encontrar agua más rápido. A veces, encontrábamos agua a los días, gracias a que llevamos cantimploras no lo pasamos tan mal, pero no todos los aventureros son iguales que mis padres. Los hay más torpes, estoy seguro. El truco consistía en palpar las raíces y tierras alrededor de los árboles. También se podía palpar las huellas de los animales, si éstas estaban húmedas, significaba que los animalillos venían de beber agua. A veces, este “truco” no funcionaba, pero no fue este el caso. Encontré la huella de un animal, parecía la huella de un jabalí, la seguí y ¡tacháaaaan! ¡agua!
    Me acerqué y me enjuagué la cara. Los viajes me dejaban estresado y cansado… necesitaba un poco de frescor. Estaba fría.
    Abrí mi maleta y saqué una garrafa de un kilo aproximadamente. La acerqué a la orilla y empecé a llenarla, de mientras, observé mi alrededor. Había encontrado un lago, más bien parecía una bahía. Si mirabas a tu izquierda, veías como el lago-bahía daba al mar. En cambio, si mirabas a tu derecha, lo único que podías ver era árboles y más árboles, algunos de las mismas especies mientras que otros no. De repente, algo frío toca mi mano. «Uisss, se me ha desbordado la botella», pensé ya que lo que me había rozado era igual de frío que el agua. Sin embargo, no era agua desbordada, no.
    Era una mano. Una mano cuidada, uñas largas, dedos pequeños y algunas pequitas danzando por su mano. De pronto, esta mano jaló de mí, haciendo que todo mi cuerpo cayera al agua. ¡Qué fríiiiiiiiia! ¡Prrr! No obstante, ese problema pasó a ser el más fácil.
    ¡Me estaba ahogando! Y no podía salir del agua, intentaba nadar hasta la superficie, pero no podía. Movía mis brazos y piernas como nunca antes. Pero dejé de hacerlo. Había aprendido algo gracias a mis aventureros padres: si estás en una situación de vida o muerte, intenta no malgastar energía en vanas acciones. Así que intenté guardar aire, dejé de hacer el idiota moviendo mis articulaciones, abrí los ojos y observé. Rocas, peces, una mujer, algas, arena… ¡Una mujer! Y venía hacia donde yo estaba.
    Se paró enfrenté de mí y empezó a acariciarme la mejilla con adorabilidad. Esa mujer… esa… mujer… era… perfecta. Tenía unos ojos verdes esmeraldas, unos labios carnosos y el pelo de color rojo, rojo carmesí y rizado, muy rizado y largo. Me quedé sin respiración, literalmente. Me había olvidado respirar. Intenté tomar aire, pero no podía ¡Oxígeno, por favor! No podía apaciguarme más, estaba muy nervioso. Aún era joven, todavía no he tenido novia formal, ni perro… tampoco he llegado a hacer selectividad. ¡Soy joven Dios mío! Todos estos pensamientos empezaban a ponerme colérico. Qué bien, además de nervioso, enfadado. Sí, enfadado porque no podía nadar lo suficiente como para salir a la superficie y respirar. Me llevé las manos al cuello, rezando para que me salieran branquias o algo, además de empezar a patalear.
    De repente, una luz ciega mis ojos. ¡La luz! Ay madre, he muerto. ¡He muerto! Ya no sabía si respiraba o no, pero muerto... ¿qué más da?
    —Tranquilo. — Una voz armoniosa, cálida y fina llegó a mis oídos. ¿Quién…? Unas manos frías tocaron mi cara y, al instante, sentí algo en mis labios. Noté cómo mis pulmones empezaban a respirar poco a poco, mi pecho bajaba y subía lentamente. Pero, ¿cómo podía ser eso? Yo seguía en el agua, hace unos minutos que debía estar… muerto.
    —Abre los ojos cariño. — Me dijo la misma voz de hace unos segundos. La obedecí. Abrí lentamente los ojos, encontrándome con la misma mujer de hace unos minutos. La pelirroja con ojos esmeraldas.
    —¿Estás bien? — Asentí. Empezaba a pensar que pasar tanto tiempo con mis padres comenzaba a hacer mella en mí. Esto no era real, Billy, me dije. La chica me sonrió.
    —Puedes hablar, cielo. — Cariño, cielo… ¡cuántas florituras!
    —¿Ho-ho…la? — ¡Ay madre! ¡podía hablar! La chica me sonrió de nuevo.
    —Acompáñame. — La mujer se dio la vuelta. Mostrándome una preciosa vista, hombros finos, no anchos y robustos como los de Verónica. Piel pálida, pero bonita, sus pechos estaban tapados por un sostén de color rojo… como su pelo. Al final de su espalda, se podía ver la “uve” marcada por su poco peso. Todo era normal, hasta que quise admirar sus piernas. ¡No tenía! ¡La mujer más bella que he visto no-tenía-piernas!
    —¡Oye! ¿Q-qué eres? — La mujer volteó para quedar cara a cara conmigo.
    —Me llamo Lea y soy una sirena. — Mis ojos y dos bolitas de alcanfor, en ese instante, eran idénticos.
    —Las sirenas no existen —dije en tono despectivo—. Dime la verdad… ¿qué eres? — Definitivamente, pasar tiempo con mis padres me había vuelto majareta.
    —¿No lo ves pequeño humano? Soy una sirena... y no por elección. Acompáñame, yo y mis hermanas te lo explicaremos. — Asentí, total ¿qué podía perder? De perdidos al río (y nunca mejor dicho… aunque esto fuera un lago). Lea me cogió la mano y, delicadamente, jaló de mí. No nadaba muy rápido ya que yo no podía alcanzar el nivel experto de una sirena. Veía como cada vez me llevaba a más profundidad. Hasta que pude divisar una luz, no tan fuerte como la que vi hace unos minutos. Ésta era más tenue. Lea empezó a cantar y, a los segundos, dos sirenas más aparecieron. Una tenía el pelo moreno como el carbón y la otra tenía el pelo rubio como el trigo. Éstas empezaron a nadar hacia nosotros. La del pelo negro se me quedó mirando, frunciendo el cejo y los labios. La chica rubia me observó de arriba abajo y dijo:
    —Hermana, ¿qué hace un humano contigo? ¿Lo has raptado? Ay, Lea… no te podemos dejar sola. — Suspiró y se llevó una mano a la frente mientras negaba.
    —¿Qué hace aquí? —la chica morena se dirigió a mí—. Los humanos no son bien recibidos en nuestra casa. — Dijo en un tono seco y… ¿acusador?
    —Hermanas, relajad la raja. Viene a ayudarnos —dijo Lea—. Vayamos a nuestro refugio, nadie se puede enterar. ── Las otras chicas asintieron y empezaron a nadar mientras Lea, me agarraba de la mano guiándome hasta el sitio donde íbamos.
    Llegamos a una cueva donde había agua y tierra. Así que salí a la superficie para respirar aire. Lea me invitó a que me sentara mientras ellas me observaban desde el agua. Hubo un silencio, pero lo rompí:
    —¿Cómo os puedo ayudar? — Dije mientras levantaba una ceja. Las sirenas se miraron y Lea empezó a hablar.
    —Te he salvado la vida y tú me tienes que devolver el favor, salvando mi vida —asentí, esperando a que siguiera hablando—. ¿Conoces a Los Bárbaros? — ¿Los Bárbaros? ¿Los piratas que, supuestamente, tienen un tesoro en ese bosque? Parpadeé.
    —Me han hablado de ellos… — Dije dubitativo.
    —Bien -esta vez habló la chica morena-. Esos canallas nos han echado una maldición. Nosotras poseemos un imperio al otro lado de esta cueva. Es el único terreno que Los Bárbaros no poseen por estas tierras y la única manera que tenían era esta, amargando nuestras vidas. ── Dijo en un tono despectivo mientras azotaba al agua. Menos mal que ésta ni siente ni padece.
    —¿Y…? — Pregunté.
    —Ellos no son brujos por lo que necesitaban algún instrumento para hacernos la maldición. Nos raptaron, nos encadenaron a un poste y nos echaron al agua. De repente, el capitán aparece con una espada y nos corta las piernas. A los minutos empezaron a salirnos estas colas. — Dijo, de nuevo, la chica morena.
    —¿Una espada... mágica? —Lea asintió.
    —Aún no sé cómo os puedo salvar la vida. — Dije inseguro. Las sirenas se miraron, luego Lea me miró y sonrió.
    —Tendrás que hacerte el náufrago. Ellos te recogerán y ahí es donde entras tú. —levanté una ceja— Por la noche, entrarás en el camarote del capitán y le quitarás la espada. Nosotras estaremos en la proa del barco, esperándote… para que nos la entregues — Me daba miedo. Ellas ganaban mucho. Yo había ganado mi vida… sin embargo, la veía en peligro, de nuevo. En cambio, no veía otra opción así que o lo hacía o lo hacía. Asentí.
    —Está bien chicas. Lo haré. — Dije, intentando sonar seguro. Soy un machote, los machotes no se cagan delante de las féminas. Las sirenas empezaron a reír y a dar palmas, llenas de alegría. Lea me informó de que teníamos que volver al agua. Ellas tenían que comer. Esto de poder estar en el agua infinitamente es pura felicidad.
    Una vez en el agua, la sirena morena, llamada Macha, empezó a buscar una presa. Podía ver cómo tenía sus cinco sentidos puestos en el agua, en algún pobre pececín débil. Lea en ningún momento me soltó, no sé si era por prevención para que no huyera o para no dejarme solo, opté por la primera. Ya se sabe lo que las sirenas pueden obtener de un humano. Un canto de ellas puede ser un arma. Y no sólo su voz… su belleza, sus ojos color esmeralda, su pelo color zanahoria… Suspiré. Si, alguna vez, me encuentro a una chica como Lea, no la dejaré escapar.
    De pronto, algo roza mi espalda. Parpadeo. Uiss, está duro y me hace daño. Volteo para ver con lo que he topado y… ¡wow! ¡Un barcoooooo! Jalo de la mano de Lea, para enseñarle lo que he encontrado.
    —¡Aaaay! — Se queja mi sirena, pero no le hago caso. Con mi dedo índice, le señalo el barco. Ésta suspira.
    —Es el barco de Los Bárbaros. — Me dice mientras suspira. El barco es enorme, no sé cuánto puede medir, pero lo que sí sé es que, mínimo, caben unas… ¿cien? ¿doscientas personas? ¡esas son muchas personas! Desde la posición en la que me encuentro, sólo puedo ver lo anticuado que es. ¡No tiene motor! Va a vela… bueno, no sé, ¡no entiendo de barcos! Sólo sé que «¡A toda vela!» es una expresión usada por piratas… piratas de películas, algo tienen de piratas… ¿no?
    Total, es muy viejo.
    —¡Tripulación! ¡Todos al comedor! ¡Hora de comer! — Gritó un hombre, con voz grave y varonil. No pude verle la cara, pero me apuesto un juego de mi PlayStation, a que tiene un parche en el ojo y una pata de palo.
    —Ahora es tu oportunidad. — Susurró en mi oído Alondra, la sirena de pelo color trigo. Asentí. Debía hacerlo. Les debía un favor… ¿o me lo debía a mí mismo? No lo sé. Pero soy un hombre y los hombres cuidan de sus mujeres. Ajá. Los dedos de Lea acariciaban mi mano, con dulzura, con amor, con respeto. Me amaba, lo sé. Pero es un amor imposible. Me dirigí a ella.
    —Esto es por ti. Te espero en la proa para darte lo que más quieres. —llevé mi mano a su mejilla, acariciándola— Nunca me olvidaré de ti Lea. — Y la besé. En mi mente, la besé. Me despedí de las otras chicas: Alondra y Macha. Eran buenas chicas, aunque eran de las típicas cuanto más lejos, mejor.
    Con la ayuda de ellas, pude subir al barco. Me rajé el pantalón y, un poco, la camiseta. Tenía que parecer que me habían abandonado. Aunque de un modo lo hicieron… ¿dónde están mis padres cuando los necesito? Ufff. Padres.
    Como todos estaban en el comedor, pude observar el barco. La cubierta estaba llena de cachivaches que yo no conocía, lo único familiar eran las redes y portones… para echar el pescado, supongo. Giré a mi izquierda y pude ver el timón, grande y de madera. Tuve la tentación de acercarme y tocarlo, pero mi madre dice: «se ve, pero no se toca.» Oye, amigos, debemos hacerles caso a las madres y, yo, no iba a ser menos. Alguien carraspeó detrás de mí. Noté como los pelos de mi nuca, castaños y rizaditos, se erizaban. Volteé lentamente, temiendo a lo que pudiera decirme. Al fin y al cabo son piratas. Si las sirenas no son de fiar… ¡imagina los piratas!
    Cuando me di la vuelta y lo vi, me decepcioné. ¡¿Y la pata de palo y el loro colgando en el hombro y el parche en el ojo y el anillo colgado en una oreja?! O mi madre y los dibujos animados mentían o éste era muy pijo. Nos quedamos en silencio, él me miraba y yo le miraba a él. Nadie decía nada.
    —¿Qué haces aquí chico? ¿No te han enseñado a llamar antes de entrar? — Dijo el pirata pijo mientras se cruzaba de brazos.
    —¿Llamar? ¿acaso hay una puerta? — Pregunté, intentando llegar a la solución de mi pregunta. El pirata rio.
    — ué graciosín, serás un buen espectáculo para esta noche. — Dijo mientras me sacudía el pelo. ¿Por qué diablos todos me sacuden mi pelo? ¡Sé que es sexy, pero no lo echéis a perder! No respondí.
    —¿Tienes hambre? –asentí- Ven, te daré un buen trozo de pescado y una buena jarra de cerveza sólo para ti. — ¿Cerveza? Como mi madre se entere… Pero yo no podía negarme, necesitaba la espada así que lo seguí por donde este hombre me guiaba.
    De pronto, empiezo a escuchar ruidos. Personas chillando, riendo, pegando golpes, también puedo escuchar a un loro repetir alguna frase que, por la distancia, no consigo oír bien.
    Llegamos a una puerta. Seguro que daba al comedor ya que los gritos eran mas cercanos.
    El pirata me miró, advirtiéndome que me comportara, asentí, y abrió la puerta. ¡V-a-y-a! El comedor era enorme. Había dos mesas, muy juntas una de la otra, estaban repletas de personas con mala vestimenta, mal higiene, algunos tenían unos dientes grises y asquerosos. Seguro que estaban solteros… El pirata, que por cierto era el más limpio de aquí, me invitó a sentarme. Algunos ya estaban borrachos, no podían aguantar la garrafa más de diez segundos sin caer nada. Otros cantaban canciones que yo no conocía y otros estaban en coro riendo, mientras uno de ellos contaba chistes.
    El pirata que me encontró, me sirvió una garrafa de cerveza y un pescado más grande que mi mano. Pero tenía tanta hambre que no pude rechistar. Empecé a comer como si nunca lo hubiera hecho. A mi alrededor seguía todo igual, riendo y pasándolo bien. Estaba sólo, observando mientras comía todo lo que entraba en mi campo de visión. El lugar estaba alumbrado por dos lâmparas de arañas, parecían muy antiguas. Había un cuadro en el centro del comedor. Parecía un pirata, a lo mejor el capitán, inspiraba respeto y autoridad. Realmente el lugar era muy soso. En ese momento, una mano fuerte, grande y gastada por los años se posó en mi hombro, interrumpiendo mi observación del lugar.
    —¿Quién te ha dejado entrar muchacho? — Me preguntó. Este tío era alguien importante, su voz y su rostro serio lo decian.
    —Mmm... El pirata pijo... -lo busqué con la mirada- Ese. — Señalé, mi madre dice que no debo señalar, pero ¿acaso era importante la educacion en un barco pirata? Este tío asintió y se sentó a mi lado.
    —Tu nombre....
    —Billy, señor. Me llamo Billy. — Dije ofreciéndole mi mano para estrecharla con la suya. El hombre se sorprendió. Soy todo un galán, lo sé.
    —Soy el capitán Barba. — Dijo mientras estrechaba mi mano.
    —¿Y te toma en serio tu tripulación con ese nombre? — El capitán, de nuevo, se sorprendió. En cambio, luego empezó a reirse.
    —¡¡Eres todo un graciosín!! — Segunda vez que me dicen graciosín. Aunque prefiero graciosín a Friki Jones. Asentí.
    —Sí señor y estoy para servirle en lo que desee. — Le dije lo mas machote que (con dos pelos en el pecho) pude. Al parecer, al capitán le agradó mi ausencia. Con su dedo pulgar e índice, cogió su sombrero, haciendo un gesto de despedida.
    Llegó la noche y con ella llevar a cabo mi misión.
    Los piratas me ofrecieron un camarote. No era la más reconfortante del mundo, pero mejor que en una tienda de campaña, como solía ser todos mis veranos, era. Todo era muy pestilente y asqueroso. Los pies les apestaban a pescado, había más moscas que en todo un país y no estaba aireado. No salía ni entraba nada.
    Puuuag.
    Mientras los piratas hacían un concurso de quién eructaba más letras del abecedario, yo, pensaba en cómo entrar en la habitación del capitán. Estuve observándolo toda la noche. Bebía, reía y… seguía bebiendo y riendo. Así que caería rendido en la cama… creo.
    Todo estaba oscuro. Ahora o nunca.
    Me bajé de mi camarote y fui dirección a la salida de esa horripilante habitación donde todos nos encontrábamos. La habitación del capitán se encontraba enfrente, así que no tenía problemas de búsqueda.
    ¡Ya estaba afuera! Venga Billy, por Lea y tu madre. Estaba sudando y temblando. Como me pillara se me caerían los dos pelos del bigote. Abrí la puerta del capitán muy lentamente, hacía un ruido muy desagradable, pero éste estaba tan borracho que ni se inmutó.
    No pensaba que coger la espada sería tan fácil. Se encontraba en una mesa, ubicada a la izquierda de la habitación, si verdaderamente el capitán le tenía aprecio no entiendo cómo puede tenerla tan despreocupada, a la mano de cualquiera de su tripulación y, lo más peligroso, de mí.
    No me lo pensé mucho, la cogí y salí corriendo. Sin hacer ruido, o esa era mi intención. Salí a la cubierta. No había nadie vigilando los alrededores… estaban todos demasiados borrachos. Me acerqué a la proa y ahí estaba. Con una perfecta sonrisa, unos ojos brillantes y su pelo rojo como la sangre. No podía quitarle ojo, por ella hacía lo que fuera. Aunque sé que es algo imposible.
    Bajé, con cuidado, del barco y Macha se acercó a mí, despojándome de la espada. Suspiré, había estado en tensión desde que salí de la habitación de los tripulantes. Lea se acercó a mí y me besó la mejilla.
    —Gracias. — Me susurró al oído, dejándome más hipnotizado, si se podía estar, de ella.
    —¿Nos quieres acompañar? — Me ofreció la sirena rubia, Alondra. Asentí. Quería ver cómo Lea se convertía en humana, cuanto más tiempo con ella más feliz era. Así que aproveché esta invitación. Nos sumergimos en el agua y fuimos hacia la cueva donde estuve esa misma tarde.
    —Billy, nos deberás cortar las colas. Creo que así la maldición se anulará. — Dijo Macha, usando un tono mucho más simpático que las anteriores veces que se dirigió a mí. Tragué saliva, ¿qué pasa si eso no funciona? ¿si les corto las colas y no vuelven las piernas? Lea se dio cuenta de mi miedo y me regaló una sonrisa. Confiaba en mí y yo se lo agradecía.
    Las sirenas saltaron a la tierra, me acerqué a Lea ya que era la que más cercana estaba a mí y, sin pensarlo mucho, corté su cola. Al instante, ésta desapareció y una luz cegadora nos dejó atontados, sin embargo, cuando volvimos la vista a Lea, ésta tenía piernas ¡mi bella y dulce flor! Sin dudarlo, me acerqué a las otras dos sirenas y les corté las colas.
    —¡Jefe! ¡Por aquí! ¡He visto una luz! — ¡Mierda! Esa voz es muy de… pirata. ¡Nos han descubierto! Bueno… me han descubierto, pero ¿cómo? Miraba a Lea y Lea miraba a Macha. Ésta negaba mientras se llevaba las manos a su cara. No había opción. Tendríamos que enfrentarnos a ellos. De repente, una luz de antorcha (y con ella un bote) iluminó la cueva. En el bote se encontraba el capitán con nombre de risa y unos cuatro hombres más. El capitán observó a las sirenas… bueno exsirenas y aplaudió.
    —Bravo niñito. Has salvado a estas tres… —dijo en tono despectivo—. Y… ¿ahora? ¿Qué piensas que van a hacer contigo? — Pestañeé, pensaban que me dejarían donde me encontró Lea… debo regresar con mis padres.
    —No somos unas capitanas de tres al cuarto como tú, capitán barbita. — Dijo Macha. El capitán rio.
    —El chico os habrá salvado la vida, pero yo os conozco y no sois trigo limpio. Por más que este muchacho haya hecho por vosotras, no lo dejaréis vivir. — Veía al capitán muy seguro de sus palabras, pero tenía razón… el capitán las conocía, yo no. Fruncí el cejo. Sólo quería volver con mis padres, por una vez en mi vida, quería hacerlo.
    De pronto, uno de los piratas, saca una pistola y dispara hacia la pierna de Alondra. Ésta cae al suelo y su pierna empieza a sangrar. Lea va hacia ella, Macha no se mueve, yo tampoco. El capitán pone cara de pena. Falso…
    —¿Qué pretendes? — No quería que la pregunta saliera de mi boca, sólo lo pensé. Maldita boca… El capitán me miró.
    —¿No es obvio? Quiero sus tierras, sólo me falta las suyas para que todo esto sea mío y, por fin, poder vivir en paz. — ¡Que obsesión con la posesión!
    —No te la vamos a dar. — Dijo Macha sin apartar la mirada del capitán, estaba muy segura de sus palabras y yo estaba seguro de que su hermana Alondra se desangraba.
    —¿Y al niño? ¿Me lo entregaríais? — Todos me miraron. Ah, vale, soy yo el niño.
    —¡Eh! ¡Tengo quince años, ya soy medio hombre! — Me quejé. El capitán rodó los ojos y volvió la vista hacia Macha. Ésta miraba a su hermana, con todo el pie coloreado de rojo, y luego me dirigió la mirada a mí.
    —Es todo vuestro. — No-me-lo-puedo-creer. El capitán me cogió por el brazo y jaló de mí. Pude escuchar como Lea gritaba, ella no estaba de acuerdo con lo que su hermana acababa de hacer. Miré para atrás, quería verla por última vez, quería empaparme de ella y recordarla toda mi vida. Lea corría hacia mí, tenía los brazos abiertos… ¿quería abrazarme por última vez? Qué dulzura.
    Sin embargo, se acercó al capitán y, de su cinturón, sacó la espada mágica. Giró hacia mí, me sonrió de la manera más hermosa que nunca antes vi y me besó.
    —Un beso te dio la vida, un beso te la quitará. Te quiero. — No me dio tiempo a reflexionar lo que me dijo cuando empezó a faltarme aire… y esta vez estaba en tierra. Me llevé mis manos hacia mi cuello ¡otra vez no! Miraba a Lea, intentaba pedirle ayuda, pero ella no hacía nada… sólo me miraba.
    —Adiós. — Susurró Lea, al segundo, cogió con sus dos pequeñas manos la espada, me empujó hacia el agua y me rebanó el cuello.
    Noté como mi cara se llenaba de agua, agua muy fría. Pensaba que al morir veía una luz, no quedar empapado de agua. Abrí lentamente los ojos, espero que donde quiera que esté, sea bonito. Parpadeé y… ¿mamá? ¡No! Ella también está muerta.
    —¡Hijo! — Mi madre me abrazó y empezó a darme besos por todas partes. Madres… En ese momento, me di cuenta de donde estaba. Veía como el agua calmada del lago iba y venía con el viento. Pájaros piando y sonidos extraños de selvas alejadas de la mano de cualquier civilización.
    —¿D-dónde…? ¿Es-stás mue-erta? —Me encontraba cansado, no podía ni hablar. Me sentía rendido, en todos los aspectos. Mi madre frunció el cejo y negó.
    —Cariño, has sufrido una insolación, has estado mucho rato al sol. Ay, estás muy colorado, ¿no tienes calor? ¿No te sientes sin aire? — Asentí.
    —¿Y Lea? — Quería saber dónde se encontraba, no podía estar muy lejos… Mi madre miró a mi padre y éste empezó a recoger la tienda de campaña que todos los veranos nos acompañaban.
    —Volvemos. No estás en condiciones. — Sonreí. Si hubiera sabido esto antes… pensé. Mi madre puso mi brazo en su hombro para ayudarme a andar ya que, aún, me encontraba mal. Miré para atrás, este sitio era especial y quería retenerlo en la memoria por mucho tiempo.
    De repente, entre los árboles, aparece un barco… ¡es el barco de los Bárbaros! Escucho débilmente la risa de una mujer. El barco se acerca más hacia donde nos encontramos y tres chicas aparecen en la cubierta.
    —Gracias. — Me dice Macha. Alondra me guiña un ojo y Lea me sonríe sin ganas y me envía un beso. Mi madre me sienta en un tronco y, sin poder quitar la vista del lago, miro como ese barco desaparece entre las olas del mar.
    —Hasta nunca. — Susurro mientras recuerdo aquella aventura. Una aventura singular.
    FIN
    Espero que os haya gustado ^^
     
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