Un nuevo horizonte...

Tema en 'Gladiadores. Rehenes de un imperio.' iniciado por Amelie, 25 Julio 2014.

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    Amelie

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    Las embarcaciones se dirigieron a distintos puertos; las despedidas en cada uno de ellos eran extensas y llenas de anécdotas, risas y llantos.

    Píctor y Petro

    Píctor y Petro fueron los primeros en desembarcar de los Gladiadores –Este es mi hogar; un poblado bastante pequeño, mi familia se dedica a teñir ropajes desde hace años, es una vida serena la cual podrían considerar aburrida. Pero créanme que la felicidad en este pueblo no son equiparables– Píctor se despidió con una simple seña y se adelantó corriendo por la rampa, al llegar al piso se dejó caer de rodillas y colocó su frente en el cielo; jamás creyó ver el día en que volvería a su hogar.
    En cambio, Petro miró uno a uno a sus hermanos y sonrió, sin decir más dio media vuelta para comenzar su descenso; pero Vitrion lo detuvo del hombro –Nos deber una historia más– Gaius rió incontrolable –Es cierto; nos prometiste que si conseguíamos ser libres nos darías la historia verdadera del cerdo...– Petro volvió a sonreír– ¡OH! Pero si es una historia en verdad deprimente... está bien, qué más dá..– Su sonrisa se esfumó– Yo tenía un amo bondadoso, un viejo que vivía solo en una gran casa; siempre me trató como parte de su familia, como a un hijo – Hizo una pausa– Fue en una noche, había ido por agua para el día siguiente; y cuando regresé vi como unos ladrones lo golpeaban en el estómago pues no quería soltar su más preciado tesoro, el peine de oro de su difunta esposa; se lo arrebataron y corrieron a mi dirección para escapar por la puerta que acababa de abrir; él me gritó, me pidió que recuperara su peine...pero no fue así, los dejé pasar, tenía miedo de que nos hicieran algo...–Bajó la mirada– Corrí hacia él y estaba llorando, lloraba mientras me imploraba que fuera por el peine; lloró hasta quedarse dormido. Al siguiente día ya no despertó–Miró al cielo –Me di cuenta que su delicado cuerpo estaba roto por los golpes del día anterior...–Los miró con los ojos cristalinos, a punto de derramar lágrimas –Me hice creer por mucho tiempo que aquellos ladrones eran los cerdos; pero la verdad es que yo siempre fui ese cerdo; aquel cobarde que no pudo cumplir el último deseo de un viejo hombre. La única cosa que pidió de mi, jamás la pude cumplir...–

    Gaius se acercó a él; Petro colocó su mano frente a él para detenerlo –Pero ahora jamás tendré miedo, jamás huiré; defenderé con mi vida a todos aquellos que necesiten ayuda; detener ladrones, ayudar a los pobres... y por qué no, detener y encerrar cerdos en su corral– Sonrió logrando contagiar esa sonrisa a sus hermanos – Me quedaré aquí; Píctor siempre me dijo que era un pueblo necesitado de gente valiente; no dejaré escapar a ningún cerdo esta vez. Porque ahora soy un verdadero hombre–
    Petro dió media vuelta y se dirigió con Píctor, el cual estaba tan emocionado que brincaba de un lado a otro; Petro sonreía sin ningún remordimiento.
    Ambos se dirigían a su hogar...
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    Amelie

    Amelie Game Master

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    Gaius y Ambrosius

    El barco se acercaba a una nueva costa, donde Gaius estaba ansioso de desembarcar, miró a Ambrosius, ataviado de vendajes y aún algo pálido –Hermano tu no tienes a dónde volver; en mi casa serás bien recibido, no es mucho pero podrás adaptarte con facilidad. Buenos vinos; mujeres hermosas...– Ambrosius sonrió –La vida que llevarás no es para mi, y lo sabes bien hermano– Gaius se incó frente a él pues Ambrosius estaba recostado –Has conseguido la libertad, tu única meta. Es tiempo de que tengas una nueva – Ambrosius se sentó para mirar a su hermano –Viajaré; conoceré el mundo y veré todos los posibles horizontes que demuestren mi libertad. No pararé hasta el día en que mis piernas no puedan más; en ese momento iré a buscarte hermano, para contarte de las maravillas que he visto...– Gaius rió –Bien, bien; no podré convencerte... Pero estaré espectante al día que regreses; ese día le diré a mi hijo que ahí viene Ambrosius, el guerrero invicto de las historias que les contaba antes de ir a dormir– Ambrosius también rió –Por lo mismo, regresa rápido. No quiero que vean a un Ambrosius decrépito y sin energía– Decía Gaius levantándose y caminando a la orilla del barco, el era quien más comprendía a su hermano; sabía que su naturaleza era así.
    –¡Hey Gaius!– Gaius volteó esperanzado de que su hermano cambiara de opinión –Saluda a Maia de mi parte– la sonrisa de Gaius se iluminó completamente "Maia... mi querida Maia; espero no estés aún en el puente donde prometiste esperarme. ¡Oh Maia! Por fin podré volver a mirar tu rostro, a tocar tu sedoso cabello; a escuchar tu melodiosa voz diciendo mi nombre..."
    El barco se acercaba cada vez más a la costa; Gaius levantó la mirada al puente donde se despidió de ella, esperando verlo sin el destello de su hermosa cabellera...
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    Un pálido destello se veía desde aquel barco; Gaius no dudó ni un segundo; era ella. Su llanto se escuchó por toda la cubierta, un llanto con una gran sonrisa en el rostro. El sentimiento lo hacían temblar, no podía contenerse; después de tanto tiempo volvería a escuchar esa voz que le quitaba el aliento; la voz de su esposa que jamás dejó de esperarlo...
    –¡GAIUS!–
     
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    rapuma

    rapuma Maestre

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    Sextius

    Sextius quedó pensativo al ver como el barco se acercaba a tierra; él no quería quedar estancado en una isla, sino explorar, poder reconstruir una casa, formar una familia y quizá abrir un cuartel para entrenar a los jóvenes en el arte del combate… se podía considerar como un sub campeón del Coliseo en donde sólo perdió una sola pelea en toda su estadía. Criaría pájaros, pequeños pichoncitos que lo despertarían por la mañana. Lo tenía decidido… se marcharía en esa parada, donde las tierras se veían bastas y el mundo parecía dividirse.

    Tomó un pequeño morral con provisiones que se colgó al hombro y se acercó a la cubierta, mirando a todos. No había compartido muchas palabras con ellos, pero si las peleas y la sangre… y eso era mas significativo que otra cosa.

    -Maté a cientos de hombres; no encuentro palabras para decirlo correctamente… desahogué mis penas en ellos y en esos momentos no sentí remordimiento, cada golpe que daba imaginé a mi familia morir despedazada por mi espada… y no siento remordimiento alguno. Y a pesar de todo ello sé que pesarán en mi alma como una roca. Por mucho tiempo cargaré con mi pena por haber matado a gente. Tal vez… tal vez toda mi vida… -cerró sus ojos y cambió su temple a uno sonriente; sus ojos chispeaban vida pura. –Debo partir ahora; un caminante es un hombre que debe recoger su felicidad como si fuera una fresa silvestre. Recogerla al pasar y saborearla bien pues las fresas silvestres y las felicidades no son muy frecuentes. Y hoy soy feliz y acepto mi destino, como siempre hice. Tal vez nos encontremos en otro lugar aunque yo tarde mucho en llegar. Un día mi espíritu vivo encontrará los suyos. Hasta ese día… adiós, hermanos. Los que deseen una vida sencilla son invitados para acompañarme; a donde voy no es muy lejos ni tampoco muy cerca, es el lugar ideal para los soñadores… –y estrechó mano con todos los del barco, sin pasar de nadie; para él todos eran sus hermanos y hermanas. Sus nombres eras millones y nunca conoció mejores guerreros que ellos. De pronto, al estrechar sus manos poderosas, tuvo el presentimiento de que sus vidas pesarían de alguna manera sobre la suya como un sol negro, brillante, lúgubremente bello.

    Se alejó al paso lento de un hombre que no es esclavo del tiempo. Caminaba en dirección al sol muriente, hacia el mundo rojo del crepúsculo y la lejanía, seguido por esa nube de pájaros que eran su reino.
    Y cuando la primera lágrima, nostálgica, ardiente, quemante, rueda por su rostr, la noche, su vieja amiga lo envuelve como para protegerlo y acunarlo

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    EN Auditore

    EN Auditore La Hermandad de Asesinos

    Piscis
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    Darius

    Apoyé mi primer en la arena y aún con mi calzado pude sentir el calor abrazador que subía por mis músculos y que era algo extraño, era algo que no sentía en la Arena del Coliseo cuando luchaba, quizás nunca me había fijado en el calor o en la brisa. Quizás nunca puse demasiada atención a esos detalles por ser prisionero y obligado a asesinar.

    Saqué mi otro pie y lo apoyé igualmente en la arena sintiendo ahora más el calor. La barca de dónde venía nuevamente comenzaba a alejarse de la orilla y yo simplemente me giré para contemplarla. Llevaba solo hombres libres que habían obtenido la gloria por sus acciones y que probablemente estarían en los libros de historia.

    Los observé seguir su cauce la mayoría se encontraban felices algunos se despedían yo simplemente me quedaba igual, sin casi hablar, casi meditando sobre lo ocurrido. Todo parecía ser una fantasía y yo temía tener que despertar y que todo desaparezca.

    Me acerqué al agua y la toqué suavemente, estaba tibia y con mis manos tomé una cantidad considerable y me limpié la pintura de la cara. Un hilo de sangre aparecía por mi brazo izquierdo y descendía hasta mi antebrazo. Tomé una cantidad considerable de agua y me limpié la herida que no era tan severa.

    Metí mi cabeza completamente en el agua y cuando salí abrí mis ojos y por primera vez pude decir que era realmente libre. Me senté un momento en el abrazador suelo y me quedé observando el horizonte, intentando pensar.

    —¿Qué hago?—me pregunté mirando el cielo intentando pensar en algunas de las miles de cosas que me había imaginado haciendo cuando este sueño se concretara.

    Estuve varios minutos mirando el azul cielo y seguía las nubes intentando comprender a dónde iban. Me levanté decidido y quité los ropajes de mis espadas haciendo que resplandecieran con la luz del sol.

    Comencé a caminar fuera de la arena y adentrándome en aquel lugar que me era desconocido. Mientras más me alejaba más verde era el pasto y mejor cuidado. Comencé a tocar lentamente algunas plantas que estaban tiernas y arranqué un par de hojas mientras sentía su textura.

    Nunca había sentido nada como aquellos que sentía, era ahora un sentimiento de alegría y euforia además de una nostalgia inexplicable por lo sucedido con sus padres, quizás su madre en este punto está muerta y los restos de su padre fueron carcomidos por los cuervos y hayan recogido sus huesos. Lo único que quedaba eran mis recuerdos de niño.

    Seguí el camino bajo el sol, gotas de sudor resbalaban por mi frente y caían por mi nariz hacia el calor del suelo. Miraba aquella luz incandescente que “flotaba” en el cielo y que hacía que muchos maldijeran varias veces para que desapareciera.

    Miré hacia un lado cuando llevaba un par de horas de caminata y observé un poblado muy pequeño, quizás fueran menos de media docena de casuchas y sus habitantes parecían campesinos bastante tranquilos. Me acerqué para buscar direcciones…Si era que existían.

    —Parece que tenemos un extranjero…—dijo un hombre bastante mayor mientras se encontraba sentado cerca de un establo de caballos.

    —¿Cuánto por un caballo?—pregunté mientras examinaba a una docena de ellos en la lejanía.

    —Veinte monedas de plata.—dijo el hombre con una sonrisa en su rostro mientras miraba al chico.—¿De dónde eres?—

    Escuché su segunda preguntaba mientras desvainaba suavemente una de mis espadas, la que se veía más deteriorada, pero me quede unos segundos helado mientras intentaba pensar en alguna respuesta:

    —No lo sé, no se de dónde soy, ni de dónde provengo y muchos menos sé a dónde me dirijo.—dije yo ahora con la misma sonrisa del anciano.—No tengo monedas, pero tengo una espada en un estado aceptable, valdrá al menos diez monedas de oro o veinticinco de plata.—dije entregándole el arma ahora enfundada.

    El anciano aceptó el trato, pero además su esposa me suturó la herida de mi brazo y me dieron una pequeña comida, realmente no podía creer como podían actuar las personas fuera de Roma. Su humildad y sencillez era notable un par de veces me hicieron reír con sus pequeñas locuras, pero solo fueron un par de horas y yo no podía quedarme allí, debía encontrar algún otro lugar. Además de que dieron indicaciones sobre lugares a los que podía visitar y quedarme a vivir un tiempo:

    —Gracias por la sutura, la comida y el caballo, creo que esa espada no es suficiente.—dije un tanto serio mientras me amarraba la espada al caballo.

    —No te preocupes, algún día encontraras la forma de pagar, ahora solo preocúpate de llegar a Grecia o a Persia a salvo.—dijo la mujer un poco mayor mientras sonreía.

    —Pero, aún tengo una duda…—dijo el anciano cerrando ligeramente los ojos.—¿Cómo te llamas?—

    Era cierto aún no les decía mi nombre y su hospitalidad me pareció aún más sorprendente al no saber nada sobre mí:

    —Mi nombre es Darius.—dije antes de montarme en la silla de montar.

    Me fui alejando mientras me despedía, quizás esa pequeña familia me recordarán un poco a mi madre y padre, quizás ellos se encontraban observándome en estos confusos momentos de mi vida.

    El cielo comenzaba a tornarse gris mientras que a un lado el sol resplandecía, una tormenta se avecinaba y a este paso nunca llegaría a algún lugar a refugiarme. Tomé las riendas del caballo y simplemente dije:

    —Vamos chico…—mientras el caballo comenzaba con su galope y yo no sabía lo que estaba por venir o a dónde exactamente me dirigía…

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    Amelie

    Amelie Game Master

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    Primera Parte/Roma

    Han pasado un par de días después del gran incendio y escape de esclavos en Roma; la antigua dinastía ha caído ante la muerte de Naevius; un hombre al cuál sólo le importaba la guerra.
    Esta noticia no pudo permanecer en secreto; algunas colonias aprovecharon el desconcierto para proclamarse libres del Imperio; tal fue el caso de Macedonia; Bélgica; Aquitania; y todos los territorios que rodean Mauritania; gran cede de rebeldes contra el Imperio que inició el padre de Cassius. Algunos otros buscaron su libertad; pero les fue negada pues gran parte del ejército romano aún seguía intacto; Dalmatia; Narbonensis; Moesia; Noricum y aún más vastos poblados con grandes riquezas naturales; fueron doblegados por amenazas y fuerza bruta.
    Mientras tanto el Senado discutía el futuro de su Imperio; ya nadie podía heredar el título máximo; así que debía ser otorgado por méritos: acciones realizadas a favor del Imperio; conocimiento de los deberes del Emperador; conocimiento de las políticas de las colonias; conocimiento de lenguajes y cortesías; pero sobre todo, el Imperio necesitaba a alguien que el pueblo esté dispuesto a seguir, de este modo evitar más rebeliones cuando el ejército se está volviendo a estructurar y el heraldo volviendo a abastecerse.
    Había dos personas que cumplían este complicado perfil; uno de ellos era parte del Senado, el otro creció de familia humilde y fue escalando hasta llegar a los estratos más altos de la sociedad.
    Pero hubo algo que ayudó en esta decisión tan importante; un pequeño detalle que acomodó la balanza al favor de una persona... ese pequeño detalle era Gallio.
    Y gracias a él; el nuevo Emperador estaba siendo coronado.


    Gallio llegó al Palacio Imperial después de que los esclavos huyeran; todos sabían que Gallio era ya un esclavo destinado a la ejecución; un traidor del Imperio. El hombre que permitió que la organización rebelde pudiera entrar al Coliseo; el responsable de los esclavos del subterráneo. ¿Por qué Gallio; una persona que fue fiel por muchos años al Emperador; traicionó su confianza de ese modo? Naevius no investigó, simplemente lo condenó de abandono a su deber; un hombre que dejó de ver su obligación ante el Imperio; un holgazán que descuidó su puesto. Su castigo fue una futura ejecución en la Arena Olimpia, donde pelearía con un sólo león; pero sin su vista, es por ello que le removieron los ojos. De esta manera entendería gráficamente su ceguera al dejar entrar al "león" al Imperio.
    Gallio llegó al Palacio Imperial después del Gran levantamiento de esclavos; los guardias lo detuvieron pensando que al no poder ver, no pudo escapar; Gallio no dijo nada mientas lo detenían, se dejó someter con facilidad y de este modo esperó algunos días de nuevo en una prisión a que el nuevo Emperador dictara su sentencia, a su sorpresa; la puerta de su celda se abrió; se escucharon sólo un par de pasos, no más de esos...

    –¿Por qué regresaste?– Dijo el hombre que entró a la celda; pero a pesar de esperar una respuesta no la escuchó; así que continuó –Pudiste escapar, ser libre de nuevo...–

    –Para qué necesito la libertad si no tengo con quien compartirla...– Decía tajantemente el ciego

    –Ya veo...–


    –¿Qué decidió el Senado?– preguntó Gallio aún con tono melancólico, pero esta vez el hombre fue el que quedó en silencio–Ah; ya veo– Dijo respondiendo de igual modo que el hombre anteriormente – Y dime ¿A qué debo el honor de que el Emperador me visite en mi celda?– Dijo con una sonrisa

    –Tu ya lo sabes; debo cumplir con tu sentencia. A voz del Emperador te anuncio que te exoneraré de tus crímenes–

    Gallio soltó una pequeña risa al Emperador –La razón por la que escapé fue para que al Emperador, no se le olviden las injusticias que el Imperio debe cometer para mantener su hegemonía; mi muerte es necesaria, yo lo sé; mi muerte mostrará al mundo lo que pasa cuando alguien traiciona al Imperio...por eso regresé; pues amo al Imperio–

    El hombre lo tomó del hombro y lo apretó; no al grado de querer lastimar, pero con la suficiente fuerza para que Gallio sintiera –No podías soportar que el Imperio estuviera en las manos de un guerrero...

    –...una bestia de guerra– interrumpió Gallio –El Imperio no necesita más guerreros, ni niños manipulados al derroche del oro y vino; no necesitan un Aurelius, hombre humilde y demócrata; Roma necesita un líder, un líder que sólo encontrarán en ti; Tiberius.

    Gallio extendió sus manos; Tiberius lo miró por unos segundos pasmado, después le ordenó a un soldado que le colocara las cadenas en las muñecas.

    Gallio fue ejecutado esa misma tarde a manos de Tiberius; el cual jamás había arrebatado una vida. Pero las palabras de aquel ciego le abrieron los ojos ante un nuevo horizonte; donde el Imperio no podía flaquear más, debía ser estructurado de nuevo para levantarse ante la derrota. De este modo el Imperio al mando de Tiberius dió inicio, ante un gran festejo en Roma, aún debilitada físicamente pero restaurada anímicamente ante su nuevo Emperador; pues los romanos jamás se dejaban vencer con facilidad; se necesitaría más que eso para destruir su orgullo y su constante espíritu por ser los mejores.

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    Si... es sólo la primera parte xD esperaré a los finales de Ana y Bruno para colocar la continuación
     
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    Shassel

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    Laberius

    La estadía en el barco y el fresco viento salado que bañaba su nueva vida le parecieron tan cortos, al sentir su nueva vida latiendo, un nuevo anhelo renació en su corazón. El recuerdo de su vida pasada aún le quemaba pero, ahora que lo veía con mayor serenidad, aunque las muertes que surgieron de su mano, y las noches de soledad en el coliseo muchas veces golpearán su corazón, debía intentar ser feliz, tal como Alethea se lo había pedido antes de morir.

    Alethea, cuanto la extrañaba, si tan solo…, las lágrimas aún quemaban sus ojos cada vez que la imagen de su dulce Alethea volvía a su memoria.

    Sí, ahora lo recordaba mejor, la impotencia que sintió en la arena al no poder defender sus principios no era tan nueva para él, no, de hecho, esa había sido la razón de que él terminara allí en primer lugar.

    Su único y patético consuelo, el aliento del malnacido que le arrebató a lo que más amaba; extinguida por su mano. Una mueca de insatisfacción se dibujó en su rostro al recordar los hechos. El haber satisfecho su venganza le parecía estúpido ahora, más aún por el hecho de que Alethea no deseaba eso.

    La alegría de la libertad le duró muy poco, el tiempo no había conseguido eliminar los recuerdos, no cuando el hermoso verde agua de sus pupilas apagándose y el llanto incontrolable de Arístides fue la última imagen que le acompañó al coliseo.

    Arístides... Su nombre le vino a la mente con la misma fuerza y violencia de un huracán. El dolor y la culpabilidad le magullaron nuevamente el corazón. Su venganza le quitó algo aún más preciado que la libertad, y esa era su mayor vergüenza, su mayor pecado. Mi venganza me quitó la posibilidad de cumplir el último deseo de Alethea y, con ello, al pequeño hermano de su amada…

    Volver o no ahora era su mayor preocupación. ¿Qué debía hacer? Volver a Grecia le parecía insulso. Quería hacerlo, era su mayor deseo pero, la vergüenza de haber abandonado al pequeño a su suerte era algo que doblegaría a cualquiera.

    No, no podía derrumbarse desde ahora, debía intentarlo y abandonar su vida a la búsqueda de lo imposible. Debía encontrar a Arístides y recuperar la vida que les fue arrebatada a ambos. Se lo debía a Alethea, a Arístides y a sí mismo…

    No podía bacilar, debía volver aun cuando el pequeño solo le recriminara y odiara su presencia, aun incluso si él solo quisiese asesinarlo. Debía volver aun cuando la posibilidad de que la fatalidad se cerniese nuevamente sobre él era muy probable… Debía regresar y, al menos, visitar la tumba del único amor de su vida y ofrecerle una vez más el resto de sus vidas, ya que si de algo estaba convencida su necia cabeza era del amor que sintió por ella.

    Alethea —susurró con tristeza—, debes odiarme. Mi necedad fue siempre nuestro mayor yugo. Perdóname… Alethea, te lo prometo —se dijo con firmeza mientras apoyaba su mano sobre su corazón—, lo encontraré, no importa cuánto me lleve, no importante a quién deba enfrentarme... Lo encontraré y recorreremos el océano tal y como era tu sueño. Nuestro sueño.

    Así se lo propuso y así actuó. Tras agradecer con toda el alma a aquellos que, pese a las probabilidades, los ayudaron a recuperar su libertad, descendió del barco una vez que este lo llevó a su ansiado destino. La bella Grecia le pareció aún más hermosa ahora que en sus recuerdos. Antes de marcharse y emprender su búsqueda, no pudo evitar regresar la mirada al barco y honrar a sus amigos levantando el brazo en alto y luego volviéndolo a su pecho para descansar justo sobre su corazón.

    Mi deuda nunca estará saldada por completo, la vida que ahora me devuelven es más de lo que hubiese podido desear. Buen viaje, compañeros.

    Con tristeza y gratitud, les regalo una última sonrisa mientras sus ojos no perdían el barco que, lentamente, se perdía en el anaranjado y lejano horizonte.

    Sin perder más tiempo, sus pasos se dirigieron veloces al lugar de descanso de su eterno amor, necesitaba volver a sentir su presencia, necesitaba volver a aspirar el olor salino que provenía del azul océano que vigilaba incansablemente su tumba.

    El corazón le latió velozmente en cuanto diviso a lo lejos la colina con el sauce que custodiaban los restos de Alethea, había tanto tiempo, casi una eternidad… Ni siquiera se dio cuenta que estaba allí hasta que el enorme azul del océano le cerró el camino. Eso y… la pequeña figura de un niño arrodillado con tristeza sobre la tumba de quién más amaba. Al estar de espaldas, el niño ni siquiera notó su presencia. Su rezos eran más importantes para el pequeño que el mundo exterior.

    Laberius apenas podía asimilar la escena, su corazón se detuvo instantáneamente sin saber exactamente qué hacer. Apenas podía creer lo afortunado que era. Debía haberlo sabido. Arístides nunca sería capaz de alejarse Alethea. Una furtiva lágrima no dudo en abandonar su ojo izquierdo al ver el fruto de su abandono. El pequeño, estaba bien y su amada Alethea lo había hecho posible.

    ¿Laberius? —gritó el pequeño al distinguir al fornido hombre a sus espaldas, al principio tímidamente pero luego entusiasta, el pequeño no dudó en arrojarse en dirección al hombre y abrazarlo con todas las fuerzas de sus pequeños brazos. El rencor nunca había oscurecido sus días. A pesar de los días difíciles, nunca había abandonado la esperanza de recuperar a su “hermano”, como solía llamarle.

    Arístides, Arístides —dijo él con alegría pura al sentir el cariño del pequeño abrigarlo de una manera tan cálida, era como si el dolor de su pasado se borrara en ese mismo instante.

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    Última edición: 31 Julio 2014
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    Bruno TDF

    Bruno TDF Usuario VIP Certified Gakkouwiki

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    Tertius

    Roma desapareció para siempre en la línea que separaba el cielo del vasto mar. Cuando ni siquiera las columnas de humo provenientes del Coliseo en llamas pudieron ser divisadas, un gran sentimiento de alivio destensó todos los músculos de Tertius, quien de pie en la popa del navío miraba cómo los rastros de su aventura más mórbida quedaban atrás. Tal y como había pensado aquellos primeros días que compartió celda con Kedoku, éste fue el viaje más emocionante de toda su vida; aunque implicó quedarse más de un mes en el mismo, cosa que no hacía desde hace varios años, cuando se había casado con Lucia, la experiencia no la iba a olvidar jamás, para bien o para mal. Sin embargo, el legado más preciado del Coliseo eran sus nuevos hermanos. Se volteó para mirar a cada uno de ellos con una sonrisa de oreja a oreja. Todos se mostraban emocionados… Las estrellas, que se batieron en retirada, también lo estaban…


    El resto del viaje, Tertius se mostró jubiloso y tan cómico como siempre… Ni la dura vida del Coliseo Romano había vencido su lado amigable, e incluso ya estaba planeando volver a visitar a muchos de los amigos que tenía repartidos a lo largo y ancho de la tierra.
    Se despidió con un abrazo de todos los nuevos hombres libres que bajaron de la nave antes que él, deseándoles la mejor de las suertes, pero también aclarando que volverían a verse pronto, ¡pues él era un viajero!… Tarde o temprano daría la vuelta alrededor del mundo sólo para saber cómo le iba a sus queridos compinches del Coliseo con sus nuevas rutinas.

    Resultaba llamativo a los ojos de todos que todavía conservara su mazo de dos esferas. El pelirrojo aseguraba que tenía una razón viable para conservarlo consigo, pero que no estaría por mucho en su poder. Sus hermanos evitaron la insistencia.


    Fue en un atardecer cuando Tertius se despidió de los suyos... Sin embargo, no se fue solo.

    Me contó un pajarito llamado Gaius que tienes intenciones de viajar por el mundo —le dijo a Ambrosius un día que se levantó antes del amanecer y encontró al viejo campeón invicto en la cubierta, mirando la salida del sol.

    No sabía que charlabas con él —respondió su hermano esbozando una sonrisa melancólica.

    Pocas veces —admitió Tertius encogiéndose de hombros—. Pero antes de su despedida, tuvimos una conversación bastante amena sobre el futuro de nuestras vidas. La curiosidad me llevó a preguntar por ti. Si no te indagué personalmente, fue porque consideré que estabas demasiado deteriorado como para responder.

    Ambrosius rió ante el comentario. Era cierto que unas vendas todavía cubrían partes de su cuerpo.

    ¿Y bien? —le preguntó a Tertius al cabo de un rato.

    Tertius extendió los brazos en dirección a la vastedad de la naturaleza.

    ¡Te invito a mis viajes, que no serán pocos!


    Así, Tertius se bajó aquel día en lo que parecía ser un pequeño muelle abandonado, esperando que Ambrosius lo siguiera, ya que había aceptado ir con él. Luchando para que las lágrimas no se acumularan en sus cuencas, alzó una mano para despedirse de sus hermanos… Los iba a extrañar mucho…

    En la otra mano, las esferas del mazo se entrechocaban, tintineando melodías. El destino del arma comenzaba en un sendero que se abría no muy lejos de aquel muelle. Tertius y Ambrosius la caminaron a ritmo constante. Atravesaron una extensa pradera, un bosque repleto de animales curiosos, una breve montaña…

    A Tertius le divirtió la idea de que Ambrosius pensara que se estaban dirigiendo a algún pueblo en particular… Nada más alejado de la realidad.



    Se detuvieron frente a una roca solitaria, alzada en el corazón de un claro de verde césped y agradable fragancia de flores. Aquella roca había sido esculpida torpemente para que tuviera la forma de una lápida. En la dureza violentada por la hoja de algún objeto filoso, alguien había escrito Lucia... Todo aquello era obra de Tertius. La cicatriz de su rostro todavía era una horrible herida sangrante cuando construyó ese humilde santuario donde se encontraban enterrados los restos que había logrado recuperar de la única persona que amó en su vida.

    Tertius empuñó su mazo y lo posó frente a la tumba, murmurando unas largas oraciones. Ambrosius pudo ver cómo se derramaban lágrimas de sus ojos.

    Este mazo ha roto muchos futuros —musitó el pelirrojo luego de su largo rezo—. Pero en él habitan las almas de los hermanos caídos. Te encargo la purificación de su oscuridad, oh, bella Lucia, que ablandabas hasta el corazón más rudo con tu dulzura. Y quiero que te lo quedes como recuerdo de la aventura más extraordinaria que podrías haber imaginado… Y como prueba definitiva de que la promesa que te hice está cumplida… Te amo.

    Entonces Tertius se levantó, lentamente, y miró a su nuevo compañero de aventuras.

    —¿Qué esperamos? —exclamó con entusiasmo— ¡Es hora de comenzar una nueva travesía! —y echó a correr en dirección al norte, seguido por Ambrosius.

    No muy lejos de allí había un legendario pueblo en donde ambos serían recibidos con muchísima gratitud, ya que mucho tiempo llevaba su gente sin tener noticias del gran Tertius, el Explorador.

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    Ana inukk

    Ana inukk Gurú

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    Nixiras

    Todos miramos al horizonte mientras el sol se ocultaba dando paso a las estrellas rodeadas de una aureola naranja o rosa en distintos puntos, una gran sonrisa ocupa mi rostro sin dejar espacio para otro sentimiento mas que una dicha inmensa; abrazo a cada persona que se pasa por al frente, aquel que conozco no se salva de un sonoro beso sobre su frente, esa es una vieja tradición que dicta que con beso de guerrera sobre tu cuerpo la diosa de la muerte sabrá que le perteneces a la dueña de esos labios y no a ella, por ahora.

    Noto que las miradas de Vitrion y Alexandro algo extrañadas, parezco una niña, mi hermano se une a mis saltos y recorridos por todas las zonas del barco por que me es imposible quedarme quieta en estos momentos, no cuando dentro de poco mis pies tocaran tierra nueva.

    Por un lado veo a Ambrosius, Tertius y Gaius, Petro y Pictor, Sebastian; los gladiadores con los que más he compartido así que ellos reciben una dosis mucho mayor de afecto e incluso les confío algo importante para mí.

    Si algún día ven mujeres de dos metros armadas a punto de matarlos no olviden que son hermanos de batalla de Aniris, reina de la tribu del…— no sabía que decir, mi tribu había muerto junto con ese nombre hace lo que parecía una eternidad, ahora ambos revivieron llenos de más alegría que nostalgia o melancolía

    —Solo…Líder Amazona, espero que me visiten algún día o que me dejen pasar si llego a sus casas de improvisto— necesito tener una esperanza de volverlos a ver, no quiero regresar a la antigua odia hombres ojala que al menos esa chispa mantenga el fuego nuevo encendido en mis entrañas, puedo ver miradas extrañadas por lo que aclaro: —Mi verdadero nombre— de pronto estoy nerviosa rascando mi nuca como si ocultar eso haya sido un gran pecado.

    ¿Dónde está la fierecilla con ira en los ojos? Seguramente oculta entre tanta Ambrosia, ¡oh! manjar de los dioses.

    Al cabo de mi recorrido termino donde Alexandro, mi hermano se había alejado de mi en algún momento y ahora esta recostado entre esclavas que le cuidaron en el palacio imperial a su alrededor muchos duermen a manos de Sonmios mientras unos otros celebran con licores la etapa que han dejado atrás.

    Mi sonrisa se vuelve penosa al sentir que mis mejillas se calientan, bajo mi mirada en dirección a las sandalias llenas de sangre que visten mis cansados pies, distingo unos pasos a mí alrededor que se detienen a mi espalda despues de haber rodeado todo mi perimetro, en ese instante unos brazos musculosos me rodean: morenos y formados. Su aliento se siente pegado a mi hombro donde esconde su cabeza para hablarme entre suspiros.

    —Estoy aquí para complacerte.

    —No, ya eres libre— apenas reconozco mi voz, este hombre hace más en mi de lo que pude pensar que lograría en tan pocos encuentros. —Debo dejar cerrar demasiadas cicatrices— no creo que deba mantenerlo atado a mí, cuando ni en los sueños mis cargas se apartan de mis hombros.

    —Permíteme respirar tu aliento, alimentarme de tus suspiros, que nos curemos entre ambos o al menos yo pueda intentar sanarte a besos cada línea que marque ese hermoso cuerpo ¿Cómo puedes rechazarme? ¿Acaso no has disfrutado en mis manos?— cada palabra hace que baje la guardia, dejándome llevar por constante sonido de su voz y las caricias que ahora vagan en cada pequeño espacio al que le doy entrada: en la piel descubierta y sobre mis finos ropajes, encima de ellos o incluso aventurándose en lo que esconden; pequeños gemidos salen de mis labios aunque yo lo quiera evitar para no alertar a los alcoholizados de la otra punta de barco. Las palabras del pasado me sumergieron la cabeza en cada encuentro que tuvimos en el salón cubierto de carmín con olor a flores y pasiones.

    No me he ido todavía ¿o sí?— le respondo algo similar a lo que esa vez le dije. —No te rebajes a ser mi juguete si deseas que te trate como un igual— aprieto los ojos esperando la respuesta que antes acompaño a estas frases.

    —Te complaceré en todo lo que desees… para eso existo, ya no hay cautividad que opaque nuestros encuentros pero, no solo deseo tu placer mi guerrera, deseo que los dioses envidien tu alegría y si puedo ser el causante de ella no dudes que eso llenara mis días de dicha; este hombre sencillo de gestos para conquistas cree que no puedes obtener eso que deseo para ti a menos que me conozcas lo suficiente para saber que puedo llegar a ser mucho más que un débil esclavo, hábil en las artes amatorias— sus palabras no las entendí del todo, muchas llegaron a mi mente incrustándose allí; no comprenderlo me causa una sensación desagradable en mi estomago, no encuentro otra reacción mejor a alejarme de su cuerpo y hacerle frente a brazos cruzados.

    No puedo seguirte el paso, Alexandro— creo que jamás había pronunciado su nombre al menos no con ese ahínco y fuerza. Él intenta tomarme entre sus brazos cosa que yo evito antes de que lo logre.

    Suspiró cansadamente mientras intentaba explicarme, su pasión en cada frase no había disminuido ni un ápice.

    —Soy libre, aunque he estado toda mi vida como sirviente eso no es todo lo que soy, Nixiras— su vista nunca se alejo de mis ojos —Era un juguete para complacer y para ti, si eso es lo que quisieras, solo eso sería— mi cabeza negaba repetidas veces, yo no quiero alguien así, quiero alguien con voluntad como la persona que se que se oculta dentro del cualquiera que conocí.

    —Exijo al verdadero Alexandro— su sonrisa se volvió mucho más grande hasta creo que el rostro se le partiría en algún momento, permito que sus brasos me rodeen pero sin apartar nuestro ojos del otro.

    —Y ese quiero darte, al Alexandro con sus propias opiniones, al Alexandro que se ríe cuando quiere y no cuando es conveniente, en especial al Alexandro… que tiene sus propias preferencias en la cama— lo último me lo dijo en un susurro ronco, sensual al oído que me eriza los vellos de la nuca, ¿es el mismo hombre qué no luchaba contra mí haciendo el amor, este que ahora me insinuaba…? ¿Me insinuaba…? ¿¡Qué rayos me insinuaba!? Su voz promete tantas cosas que ni siquiera puedo definir que realmente se esconde allí.

    De un momento a otro recobro mi compostura, se que noto el momento de vacilación o el calor de mis mejillas pero ese ego hay que ponerlo en su sitio.

    —¿Y crees que ese Alexandro podrá seguirme el paso esta vez? Pues nuestros últimos encuentros fueron… poco productivos: te dormiste al llegar al Olimpo, la siguiente vez fuiste hasta allí sin mí dejándome frustrada— estuve contando con cada uno de mis dedos los tropiezos que tuvimos durante nuestra “relación”, seguí nombrando unos cuantos más hasta que me paro con un beso.

    Le sigo el juego que va desde nuestros labios, bocas, lenguas, manos, brazos, pechos, espaldas; todo nuestro cuerpo involucrado en un baile sensual que nos saco suspiros a ambos.

    Tranquila, fiera. Apenas no tengamos público te lo demostrare— me volteo apenas para notar algunas miradas ebrias sobre nosotros de formas extrañas y frases que me haces hacerles un gesto con mi mano que hiciera que volvieran a los suyo todavía lanzando miradas indiscretas en nuestra dirección.

    Me reí un poco, golpeo su hombro antes de que me arrebatara otro beso fugaz de los labios y esta vez fue él el que se sonroja.

    —¿Pasa algo?— el aparta su rostro y yo presiono firme para que me vea. —Mírame— acata mi orden refunfuñando.

    —Nunca había besado a una chica porque quería ¿si? ¿feliz?— asiento firme antes de arrastrarlo a una pared, espalda a ella me siento e intento llevar su cabeza a mi regazo pero él tiene otros planes; se sienta para luego alzarme y sentarme sobre él, la posición es cómoda y ya habíamos estado en ella antes así que no era nada extraño.

    —Dejame protegerte una vez, campeona— su palabras demostraban una necesidad que le deje ser. Caí pronto en somnolencia profunda.

    La mañana siguiente ya habíamos atracado en un puerto, mi hermano estaba ansioso molestando a Tertius y Vitrion pero al enterarse de que el primero no vendría con nosotros lloró desconsolado; Alexandro sigue debajo de mi cuerpo, solo me doy cuenta de ello cuando me eleva por los aires.

    —¿Priscus era el otro aliento que clamarías en vez del mío?— quede petrificada ante su pregunta, no estoy lista para hablar de Él, la mirada de este hombre era seria aunque no me reprochase nada además cuando vio mi rostro se limitó a bajarnos del barco, cuando me dejó en tierra besa mi mejilla.

    —¿Sera costumbre?

    —Claro, campeona. Hare eso cada vez que me plazca ahora que puedo— al fondo escuche una mala imitación del sonido de alguien regresando la comida.

    No pude sino carcajearme hasta caer al piso, me disculpe con el pequeño que continua con ojos y nariz roja para así sujetarlo como saco de papas y hacerle cosquillas. Abndonamos el pequeño poblado pronto para adentrarnos a las montañas en especial esos senderos apenas marcados que para mí son fáciles de hallar, todos se quejan cuando el camino se nos hace eterno mientras yo no hacia otra cosa que mandarlos a callar.

    En un punto el bosque se vuelve frondoso casi impenetrable, tanto que desalentaría al mayor aventurero de llegar al otro lado de esa barrera natural; quieren dar la vuelta al creer que me he equivocado pero yo sigo adelante hasta poder divisar un casa de hojas que fácilmente podría pasar como parte del tronco de un grueso árbol.

    —Lo logramos— mis rodillas caen al piso cuando veo salir de ese lugar armadas mujeres, sin seno derecho y con una estatura equiparable a la mía.

    Por fin he vuelto para enfrentar mi pasado, solo puedo alcanzar este presente con el apoyo de mi futuro a las espaldas. Y aunque sueñe con Mi hombre cada noche, clame su nombre durante la llegada al climax, piense en que le parecerá mi familia ahora, pida su opinión en cada momento dentro de mi mente pues de allí nunca sale; quiero creer que puedo salir adelante con otra persona a mi lado esperando su aprobación constante, ruego a las diosas que me permitan hacer feliz a aquellos que me quieren hacer así.


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    Última edición: 1 Agosto 2014
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    Vitrion

    Gaius sería el primero en bajar; por fin se reuniría otra vez con su amada esposa; Ambrosius aún seguía recostado, pero decidido en empezar un gran recorrido por diversas tierras. Ambos miraban a Vitrion preguntándose que sería de él, veían sus heridas y sabían que no llevaría una vida del todo normal con un aspecto tan intimidante. Vitrion los miró y entendió su consternación; los tres se conocían lo suficiente, pues desde el inicio crearon su alianza; por esto Vitrion sabía que ambos estaban preocupados por él.

    –No temer por mi, yo pertenezco libre; yo pertenecer al amplio bosque; yo decidir que caminos pisar; porque yo soy mi propio dueño, yo respondo a mis propios deseos e instintos– Vitrion extendió ambos puños a sus dos grandes hermanos –Pero si ustedes clamar mi nombre; yo estar hombro con hombro, yo pisar el fuego para llegar a ustedes – Gaius y Ambrosius sonrieron y cada quien extendió un puño hacia Vitrion en señal de aceptación a sus palabras.

    Vitrion estaba decidido a seguir a su hermana, pues el sabía que no pertenecía a las ciudades; jamás lo hizo pues creció feral, sin limitaciones y bajo sus propios medios, y esa clase de libertad no se podía conseguir en una pacífica aldea, era en el bosque; tan amplio y basto como su gran espalda llena de diferentes marcas por la cicatrización del fuego; su peor enemigo, aún así Vitrion no le tenía miedo, Vitrion aceptaba al fuego como su gran rival que no lograba vencer; un rival con el que comparte su más grande característica: ambos son indomables.

    Y de esta manera viviría de ahora en adelante; no podía ser frenado, no después de haber sido cautivo de un ego vacío llamado Imperio; no después de haber destruido esas simbólicas cadenas que sometían a sus hermanos. Por ello no permitiría ver esclavitud ante sus ojos; jamás sería domado.

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    Los barcos pasaban por varios puertos en los cuales no tocaban; puertos donde aún había personas con la esperanza de volver a ver a quienes perdieron...
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    Pues no sólo sueños comenzaban a nacer; también había varios que habían muerto hace tiempo. Y corazones que aún esperaban consuelo. Pues la guerra y la violencia siempre traían grandes sacrificios y no sólo victorias. Pues alguien en estos momentos había perdido todo sin siquiera estar consciente de ello...

    Sanguine Frates

    Todos los barcos llegaron al último destino; un puerto en Alexandría, cuidad devastada por el ejercito romano; ya nadie quedaba en aquellas ruinas. Todos comenzaron a descender y a acumularse en la orilla; preguntándose por sus destinos ahora que ya no eran más esclavos.

    Kaito levantó su puño al aire gritando –¡Es tiempo de edificar! Ese era el sueño de nuestro antiguio líder Scato; sueño que fue confiado a Harreth y después llegó a mi a voz de Sorec. En esta pelea hemos perdido a grandes hermanos; los cuales derramaron su sangre para que este día estuviéramos pisando el lugar donde esta organización empezó; personas que no volveremos a ver. Y es por ellas por las que debemos seguir adelante; prometiéndonos que JAMÁS volveremos a ser esclavizados– Kaito volteó y extendió sus manos ante la ciudad que estaba en ruinas – Hoy nacerá una nueva Ciudad; creada por completo por manos de libertadores; guerreros... sobrevivientes– Se volvió de nuevo a su ahora pueblo –¡SOMOS HERMANOS DE SANGRE! ¡SOMOS NUEVO PUEBLO ANTE LA VISTA DE LOS DIOSES!– Todos los hermanos de Sanguine Frates gritaron al unísono; algunos con lágrimas en los ojos al recordar a quienes no estaban a su lado en esos momentos.

    Santiago pudo convencer a Sebastian de quedarse con Sanguine Frates; de este modo podrían volver a crecer como una pequeña sociedad. Del mismo modo, Cornelia y Brazhan siguieron a la organización pues sabían que no tenían un lugar al cual regresar. Kaito los recibió con los brazos abiertos; los tres ayudaron a Alexandria a resucitar de las cenizas; una tarea titánica que tomaría varios años; pero los resultados valdrían cada gota de sudor derramada.

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    Segunda Parte/Roma

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    La Ciudad empezaba a ser reconstruida; varios soldados eran enviados a diferentes zonas para supervisar el orden en las construcciones; la gente volvía a sonreír con tranquilidad, las calles se sentían seguras pues el pueblo confiaba en su nuevo Emperador. Sabían que Tiberius no era partidario de la igualdad; pero si de la justicia. Por lo que cada sección de Roma recibió la misma cantidad de ayuda del Imperio, ya fueran de estratos altos o de estratos bajos; pero todos sabían que el mayor daño estaba en el Coliseo y en el Palacio Imperial.
    Al quinceavo día de su Imperio implementó su nuevo mandato, el cual indicaba que el Coliseo permanecería cerrado para cualquier juego, se mantendría como ícono de la arquitectura e ingeniería del Imperio; a pesar de ello el Circo Romano seguiría abierto para las competencias de carros.
    Efectivamente la esclavitud se vio disminuida, los esclavos que continuaban sirviendo a sus amos era porque ellos lo querían así; la realidad era más que evidente, simel esclavo era liberado no tendría a donde ir ni como pagar por su propio alimento. En los campos aún podían verse esclavos trabajando de sol a sol; aún así, sus amos procuraban cuidarlos, intercambiar sus turnos para que no se desmayaran, y por nuevo mandato real, alimentarlos tres veces al día.

    La pelea en el Palacio Imperial fue cruenta, a tal modo que no hubo prisioneros de guerra; los insurrectos murieron el el acto y sus cuerpos fueron incendiados en acto único en el Coliseo, el cual quedó cerrado al público.
    La legión había sufrido grandes bajas, varios centuriones y el mismísimo Naevius al cual se le veló por dos días enteros. No por su escaso título de Emperador, sino por su gran servicio como centurión por varios años.
    El cuerpo de Caelus no fue reclamado por nadie así que fue quemado con los insurrectos. Acilius fue velado por su escasa familia la cual le tenía gran afecto, pues desconocían sus métodos de tortura contra sus Gladiadores.

    A Aurelius se le ofreció el puesto que liberó Tiberius en el Senado, lo aceptó pero a la par se unió Numerius, el esposo de Titania; el cual entró gracias a la ayuda de otro hombre en el Senado.
    Tiberius no aceptó a nadie como Consejero Imperial, y revocó el cargo de todo documento oficial, el Senado también aprobó el nuevo mandato.

    Para ti ya no habrá Sol, Para ti ya no habrá Noche, Para ti ya no habrá Muerte, Para ti ya no habrá Dolor, Para ti ya no habrá Calor, ni sed, ni hambre, ni lluvia, ni aire, ni enfermedades, ni familia… Nada podrá atemorizarte.– Decía Tiberius en la Sala del Trono del Palacio Imperial; la cual ya lucía la estatua del nuevo Emperador. Tiberius estaba de pie frente al Trono con una gran espada en sus manos; justo en el lugar donde Ambrosius había terminado con Naevius Todo ha concluido para ti, excepto una cosa: El cumplimiento del deber en el puesto que se te designé, Centurión Máximo; ahí quedarás para la defensa de tu nación, de tu pueblo, de tu raza, de tus costumbres, de tu religión. ¿JURAS CUMPLIR CON EL MANDATO DIVINO? –
    Preguntó Tiberius al hombre con investidura de Centurión. El soldado bajó el rostro y pronunció
    –LO JURO–
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    Y en el escondite de la obscuridad, la cara del hombre permanecía oculta; sólo brillaba su armadura opacando toda facción del rostro. Por lo que Iulian pudo sonreir maliciosamiente con sus ojos totalmente abiertos. Era un hombre que sólo podía pensar en unos ideales... los suyos.




    FIN...
     
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