Drama Un abrazo para un monstruo

Tema en 'Relatos' iniciado por Gamenor, 20 Enero 2020.

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    Gamenor

    Gamenor Usuario común

    Géminis
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    331
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    Escritor
    Título:
    Un abrazo para un monstruo
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1553
    Autor: Gamenor AKA Excidiar
    Serie: El Observador del Omnitiempo
    Sinopsis: Vemos a través de los ojos de dos personajes fantásticos lo difícil de abrirse a otros y superar los miedos siendo una persona introvertida, por un lado. Y por el otro, lo bueno que es ser amable y accesible cuando los demás nos piden ayuda.

    Grin nunca pudo quitarse de la cabeza lo que vio aquel día, y es que no estaba preparada mentalmente para tal demostración de poder, de un poder tan similar a la versión más destructiva y peligrosa del suyo propio, pero sin la oscuridad que conllevaba. Lunafreya, la mujer que los había estado acompañando desde hace unas horas, había conseguido sacar a su hermanita Cosmos de su siesta.


    Dicho de tal forma no parecía muy interesante, pero la verdad es que a la pequeña Cosmos le encantaba tomar sus siestas en lo profundo de las estrellas, literalmente. Usualmente había que esperar a que despertase, pero aquel era un caso especial, y por eso mismo, era necesario tomar acciones especiales.


    La escena: Lunafreya, que resultó ser de hecho una poderosa dragona más grande que aquella estrella, estaba alcanzando su núcleo solo con una zarpa, y retirando así a la pequeña niña cósmica con una grácil delicadeza, procedió a dejarla cuidadosamente dentro de uno de los portales de luz de Elliot.


    Grin había esperado el momento para hablar cara a cara con Lunafreya desde aquel día, y dos meses después de aquello, por fin había surgido su oportunidad. Elliot y sus hijos estaban tratando de sacar a Canela de la custodia del Buró de Contención de Anomalías, mientras Lyon y Khai estaban en una misión diplomática en el Pandracon. Eso solo la dejaba con unas pocas personas que pudiesen molestarla. Se encargó de avisar a Wolfgang de sus intenciones, y él le dijo que no habría problema.


    Entonces contuvo el aliento y los nervios, se relajó pensando en lo cordial y accesible de la dragona, y tocó a su puerta.


    La dragona recibió a su invitada con su usual aspecto impostado, la apariencia de una humana con una cautivante y casi imposible belleza, con cuidadísimas prendas blancas que cubrían casi todo, a excepción de su rostro. Le sonrió y la invitó a pasar. Grin, por supuesto, no tenía ni la intención ni la voluntad de negar aquella oferta, y se limitó a entrar.


    Su anfitriona le dirigió la mirada mientras la veía caminar hacia los interiores de aquel amplio y vacío cuarto lleno de blanco hasta donde alcanzaba la vista, pero sin ninguna fuente evidente de luz.


    — Grin, querida. ¿Puedo preguntarte a qué debo tu visita? — Dijo la dragona disfrazada de mujer con su habitual voz tranquila y serena. La verdad es que Grin necesitaba oír eso. Ella había estado observando a Lunafreya todo aquel tiempo con la esperanza de ver si era fiable o no, y había decidido dar un paso que aún no se había decidido a dar con ninguna otra persona, ni siquiera con sus hermanas. Pero era necesario si quería hallar el consejo que estaba buscando. Iba a exponer a aquella dragona todas sus inquietudes, sus miedos, y sus secretos, es decir, todas sus más profundas debilidades. Para Lunafreya, Grin sería desde aquel momento un libro abierto.


    — Vengo a pedirte ayuda con algo. — Dijo simplemente. La verdad es que no sabía que iba a decir a partir de ahí. Sabía lo que quería decir, pero no cómo iba a resultar la conversación a partir de aquel punto.


    — Bueno. ¿En qué puedo ayudarte, pequeña? — Respondió la dragona, sonrojándose un poco, como hacía siempre que alguien venía a ella con algún problema. Se notaba a la legua que sentirse útil y necesaria la hacía feliz. O tal vez tenga algo que ver con la inherente soledad de su condición. Sea como fuere, la visita de Grin la alegraba.


    — ¿Recuerdas la vez que sacaste a Cosmos de aquella estrella? — Dijo entonces Grin, queriendo llegar rápido a la cuestión principal.


    — Claro, fue bastante divertido. No todos los días tengo la oportunidad de hacer algo así. — Comentó la dragona, rememorando aquello con una sonrisa.


    — ¿Cómo hiciste para superar la oscuridad? — Preguntó rápido Grin, con cierto temor. Incluso cerró sus ojos, casi sin darse cuenta, mientras lo preguntaba.


    La dragona, por su parte, estaba intrigada por aquella pregunta. — ¿A qué te refieres? — Preguntó.


    — Cuando yo me libero, siento cómo una oscuridad dentro mío, un monstruo, que se hace más y más fuerte conforme más poderosa me vuelvo. Por eso evito usar mis poderes tanto cómo puedo. Les tengo… — Grin vaciló un momento antes de seguir — miedo.


    La dragona entonces dio unos pasos hacia atrás, e indicó con tacto a Grin que hiciera lo propio. Cuando hubo no menos de unos pocos metros entre ambas, una fuerte luz envolvió a Lunafreya y, cuando se disipó aquella luz, la verdadera forma de ésta fue revelada.


    Ante la para nada sorprendida mirada de Grin, que ya la había visto hacer aquello media docena de veces en el poco tiempo que la conocía, se hallaba la colosal criatura. Más de quince toneladas y casi cuatro metros de altura al estar erguida en cuatro patas, un hermoso y puro blanco se intercalaba con una armoniosa gama de grises claros en todo lo largo y ancho de su piel escamosa. Su aspecto coronado por unos ojos y una sonrisa reminiscentes de aquellos que ostentaba en su forma humana, y unos pequeños cuernos óseos curvados hacia atrás. Por no mencionar la cola y las alas, todo en ella era digno de admiración.


    Grin tardó sólo unos pocos segundos en reaccionar. Era normal que la gente quedase absorta ante la presencia de la dragona, pero la joven ya estaba casi totalmente acostumbrada.


    La dragona se echó en el suelo en sus cuatro patas y levantó un ala. — Ven. — Invitó. — Déjame darte un abrazo.


    Grin se acercó y se recostó junto a ella, justo bajo el ala que la dragona tenía levantada, y ésta la cubrió. Fue como un abrazo, sólo que en vez de usar su fuerza, la dragona la envolvía con cuidado, su ala descansando sobre ella como una manta.


    — Si bien tu poder y el mío se asemejan en ciertos aspectos, también son diferentes en muchas cosas. Yo no siento nada cómo lo que me describes. — Dijo la dragona con un deje de lamento en su voz.


    Ninguna dijo nada por un rato. Grin, por angustia, Luna, por estar meditando acerca de qué hacer a continuación. Entonces, al terminar, levantó el ala.


    — Grin, necesito un favor. ¿Puedes ir a traerme dos cazuelas, un saco de harina y un colador? — Pidió la dragona. La adolescente asintió con la cabeza y se levantó sin mediar palabra.


    Cuando regresó con lo pedido, vió algo que la sacó de su vacío. La habitación estaba llena de arena. Pero no sólo arena, era tal cual el suelo de una playa, rocas, caracolas, algún parche de hierba fino, y hasta un par de palmeras. Entre dichas palmeras, la dragona estaba descansando como antes.


    De algún modo, Lunafreya había traído todo un fragmento de una playa a su habitación en lo que a ella le había tomado buscar cuatro cosas, es decir, unos diez minutos. Ella la había traído desde su mundo de origen, pidiéndola prestada, en cierto sentido.


    — Oh, has vuelto, bien. Ahora, vuelve bajo mi ala, y trae lo que tienes contigo. — Dijo la dragona al ver a Grin atravesando la entrada. — Es difícil explicar metafísica, pero creo que con este ejemplo vas a poder entender algo importante. Haz como digo, y verás.


    — Está bien ¿Qué hago primero? — El miedo y la duda dieron paso a la curiosidad y las ansias en el tono de voz y el rostro de la joven.


    — Toma algunas piedras y caracolas del suelo y échalas en un colador.


    La chica hizo cómo la dragona dijo.


    — Pon el colador sobre una de las cazuelas y échale arena.


    Nuevamente, Grin hizo tal como se le ordenó.


    — ¿Qué crees que va a pasar? — La dragona preguntó.


    — La arena va a pasar por el colador, pero las rocas y caracolas se quedarán en el.


    — Ése es mi caso. Mucho de mi poder es cómo esas rocas. Es prestado, en realidad, viene de fuera de mí. Ése hecho me ayuda a filtrarlo.


    — No entiendo qué tiene que ver eso con el colador y la harina. — Dijo Grin.


    — Vacía la cazuela y mezcla la harina y la arena en ella. Luego pásalas por el colador, recordando poner la otra cazuela debajo. — Dijo Lunafreya en respuesta. — Ya verás.


    Mientras lo hacía, Grin hablaba. —Es obvio, creo, que toda la mezcla va a pasar.


    — Exactamente. Toda tú eres tu poder. Aunque seas una mezcla, aunque tengas dos sustancias diferentes. El primer paso es aceptar eso.


    — ¿Si sabes que ésta es una metáfora pésima, verdad? — Dijo Grin en tono cómico, haciendo reír a su anfitriona.


    — Puede ser. Entonces ¿No quieres metáforas para los siguientes pasos? — Preguntó la dragona.


    — No, pero si quieres te puedo hacer compañía mientras disfrutamos de ésta playa. Y mientras puedes tomarte algo de tiempo para explicar todo mejor.


    — Me parece bien, pero quedé en devolver ésta playa en tres horas. — Dijo la dragona.


    — Pues me parece un tiempo más que razonable. — Sin siquiera haberse dado cuenta, Grin ya estaba dando el segundo paso.
     
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