Tras las rejas

Publico en lugar de Pumpkin Maker porque no ha estado muy bien de salud y pasó a dejar el escrito antes, mas no pudo publicarlo.

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En 1984, me envió la comisión de diputados como el periodista encargado de visitar el centro Arthur G. Dozier. "El propósito es verificar las condiciones en que se desenvuelve este centro y el modo en que son tratados los internados para luego introducir las mejoras que sean necesarias". El guía ordenó al guardia abrir un portón de barrotes en el que remataba el pasillo de entrada del recinto.

En el salón contiguo, una larga mesa de madera ya antigua y unos bancos representaban todo el comedor. Apenas en frente, a dos pasos, las pequeñas celdas permanecían vacías. Pregunté para qué eran esas jaulas de tan mala apariencia y otro vigilante que acompañaba al grupo me contestó; "estas no son jaulas, son las celdas donde duermen los niños". Pero no acepté esa explicación tan horrenda. ¡Esto es una cárcel!. Con más calma el guía me explicó sobre ellas "las celdas de este lugar tienen dos metros de largo por dos de ancho". Todas cerradas por puertas de hierro con candados que se veían resistentes; cada celda tenía dos camas, una de ellas era simplemente un colchón tirado en el suelo. En las paredes, la pintura era suplantada por frases y cosas que los chicos habían escrito o cantado los días desde su llegada a este lugar. Fotos pegadas por los "habitantes", para recordar de donde vienen, a sus conocidos y amigos incluso algunos guardaban comida a escondidas. Quienes han querido hablar y dar una opinión, coinciden en remarcar que las relaciones son más explosivas y que tienen miedo a participar debido a supuestas desapariciones y golpes que han sufrido algunos en este lugar.

Aunque son alojados en pequeñas celdas, lo cierto es que en este instituto se atreven a formar "cuadros" alrededor de las cuales se reúnen para compartir la comida, los juegos y las charlas a veces rápidas, muy pocas veces largas, seis o siete adolescentes bajo la mirada "protectora" de un líder. Siempre este personaje suele ser el más viejo, fuerte y con experiencia en el lugar. Impone al principio sus criterios y se convierte luego en esclavo de ellos. Porque esta persona no crea las necesidades de su grupo, su trabajo es canalizarlas y disminuir la necesidad que tengan o eliminarla; logrando hacer ceder al médico del lugar o a algún trabajador interno para dejar las llaves, algunos grupos logran tener acceso para robar las medicinas u drogas, y redistribuirlas, canjearlas o compartirlas en las habitaciones en la noche. Según me habla uno de estos líderes, ese contrabando puede venir en el interior de los paquetes de cigarrillos o de los chicles. En el primer caso, el procedimiento es bastante complicado debido a que debe despegar con vapor el cigarro y recortar las puntas para introducir las pastillas y luego volver a cerrarlo correctamente y que parezca "virgen" y todos del mismo tamaño en la caja para que no haya mayor peligro.

Pero no es todo contrabando en el centro Arthur G. Dozier, el sexo, es algo que se haya allí dentro, en el reformatorio. Todo puede venderse, comprarse y quitarse y es que estos chicos allí dentro sufren una ceremonia de iniciación para los nuevos, donde se viola para lograr humillar al nuevo, luego pasa a ser una herramienta para lograr protección o simplemente obtener satisfacción del acto mismo. Siendo esto que algunos se llegan a definir homosexuales tras las puertas del recinto, otros al salir tal vez duden y vuelvan a reafirmar su sexualidad, pero nos da una idea de la represión y el bajo mundo que son todos los reformatorios. Esta no fue una excepción.

Hoy en diciembre de 2011, en el centro donde había estado hace más de veinte años haciendo una recopilación rápida del estado del lugar, fueron encontrados los cadáveres de ochenta y cuatro niños fallecidos desaparecidos, por torturas, de los cuales solo treinta y uno chicos fueron registrados fallecidos en el lugar.

Ojalá estén ahora en un mejor lugar.