Tras las desgracias, una oportunidad

Tras las desgracias, una oportunidad​

Todos tienen un motivo por el cual vivir, una meta que realizar, un sueño por cumplir. Muchos son quienes se embarcan en peligrosas y arriesgadas empresas buscando eso que sienten que les falta, ese hueco que con nada pueden cubrir. Y yo me pregunto, ¿tan difícil es ser feliz?

Aunque soy joven puedo asegurar que he visto muchas cosas en mis años, la infelicidad y el dolor son algunas de ellas. Desde pequeña tuve una vida complicada: mi hermana gemela enfermó y murió poco después de que ingresáramos al jardín de niños, mi padre se sumió en las drogas y el alcohol y mi madre… Ella simplemente me abandonó a mi suerte por otro hombre.

Cualquiera podría decir que el rencor y el odio deben ser mis más fieles aliados, pero no es así porque comprendía que nadie está exento de nada. Así como yo fui quien padeció de una horrible infancia, a cualquier de mis compañeros de secundaria pudo haberles ocurrido también. Incluso, he oído relatos peores que los míos de parte de algunos de ellos. Por eso aprendí que siempre hay que ver el lado positivo de cada desgracia y no aferrarse al dolor porque a nada llevará.

Sé muy bien lo que es vivir una pérdida en carne propia como así también que la depresión no augura nada bueno. Las tragedias ocurren por alguna razón que aún no comprendemos, por un capricho divino o un plan mayor que mueve a todo el universo. No busco entrar en detalles filosóficos, pero lo poco que aprendí en estos años donde tuve que valerme por mí misma para no sucumbir ante los brazos expectante de la muerte fue vivir.

Vivir por mí y por mis sueños, mas también por las personas a las que amé y cuyos deseos nunca se verían hechos realidad. Vivir y pelear porque sus memorias no cayeran en el olvido, rescatando de ellos sus mejores aspectos y pulirlas ante el resto para así hacerles entender lo feliz que fui junto a mi familia antes de que ésta se desintegrara.

Nunca supe qué les ocurrió a mis padres. Meses después de ser abandona llegaron mis salvadores, un humilde matrimonio con cinco niños pequeños que correteaban a mí alrededor intentando convencerme de jugar y, desde ese entonces, formé parte de su familia. Fui tratada como una hija más para ellos, vista como la hermana mayor para esos niños que me aferraban con cariño para no verme triste.

La felicidad retornó a mi vida con más fuerza e ímpetu que nunca. Los dolores del pasado quedaron sellados en algún rincón olvidado de mi mente y que sólo los liberaba en las noches de profunda triste que, por suerte, ya no eran tan frecuentes.

Cierto es que nunca podré olvidar a mi verdadera familia como así tampoco quiero que suceda. Atesoraré por siempre los recuerdos que tengo sobre ellos aunque sean pocos y no muy felices. Siempre que escuche el silbar de la brisa, me preguntaré por mi mamá quien siempre me entonaba dulces melodías para que lograra conciliar el sueño; siempre que el cielo se torne anaranjado, pensaré en papá cuyo amor por nosotras le obligaba a trabajar hasta muy tarde, regresando a casa fatigado y, aún así, nunca me negó un juego; siempre que el cielo nocturno esté despejado, recordaré a mi hermana cuyo loco sueño ―en ese entonces para mí― era ser astronauta y llegar alguna vez hasta una estrella distante.

No, nunca los olvidaré.

―Suzume… ¿Qué es lo que te motiva a seguir luchando?

Suspiro lentamente mientras una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro. Hacía tiempo no oía algo parecido, pero no me sorprende en lo más mínimo. Es lo mismo que todo el mundo me pregunta tras revelarles parte de mi pesado. Y es que, mi querida Yuzuki, es simple.

―Aún tengo mucho por qué vivir.