Trágico perfume.

Tema en 'Relatos' iniciado por Andreína, 29 Marzo 2012.

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    Andreína

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    Título:
    Trágico perfume.
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    847
    Trágico perfume.

    Un delicioso y familiar aroma inundó su nariz. Cerró los ojos con fuerza al reconocerlo, mientras una lágrima corría por sus mejillas. Apretó sus manos en puños y sintió ganas de gritar aquel dolor que apresaba su corazón. Con un nudo en la garganta, juntó los dientes intentando contenerse.

    Otra vez..., pensó con rabia. Aquel dulce olor parecía perseguirla; irónicamente, para traerle amargura. La muchacha de cabellos negros llevó sus manos temblorosas hasta su rostro tenso, buscando calidez y un poco de calma en su propio contacto.

    ‘¡Vuelve! ¡Oh, por favor! ¡No puedes de este mundo irte así!’

    El irritante sonido de los gritos y sollozos de los familiares de su novio llegó repentinamente hasta sus oídos. Aún así, no se movió del sitio en el que estaba. No giró el rostro hacia el lugar del que éstos provenían, ni intentó entender lo que buscaban decir aquellas voces desesperadas. No se tomó la más mínima molestia.

    Por supuesto, no era como si le importara lo que ellos dijeran, o sintieran. Mucho menos lo que pensaran, o desearan. Ellos podían sentirse muy mal, sí, pero si alguien estaba sufriendo ahí, era ella. Por ende, no se preocuparía por nadie más.

    Era una decisión egoísta y fría; debía admitir que estaba comportándose de forma inmadura y desconsiderada. Aún así, sólo por esa vez, pensaría únicamente en su dolor sin tomar en cuenta el de ningún otro ser a su alrededor. Demasiado grande era su tormento, para estar intentando calmar el de los demás.

    Un suspiro escapó de sus labios temblorosos, mientras giraba su cuerpo para ver desde detrás de un árbol aquella escena que desgarraba su alma: Él, el hombre de su vida, muerto y siendo enterrado. Por un segundo pensó en acercarse, para despedirse de él. Pero una punzada en su pecho la detuvo.

    Desmoronarse no era una opción, y eso era lo que le sucedería si llegaba a ver su rostro frío y sin vida. Prefería quedarse con recuerdos buenos, para que al pensar en él estos pudieran inundarla -si bien con melancolía-, con mucha dicha; y eso no sucedería si la última imagen que quedaba grabada en su cerebro del chico era aquella, muerto.

    Una gota de agua fría rodó por su mejilla. Pensó que quizás había empezado a llorar de nuevo, pero finalmente cayó en cuenta de que no, pues tras analizar y usar la lógica, llegó a la conclusión que esta no había salido de sus ojos, ni tampoco era cálida, como las lágrimas.

    Levantó el rostro hacia el cielo nublado y reaccionó: Había empezado a llover.

    Pocos minutos pasaron antes de que la gente empezara a irse. La lluvia ahora era fuerte y todo el cementerio estaba vacío. Todos se habían ido; todos menos ella, que se había quedado deleitándose en aquel “baño” del cielo.

    De un momento a otro, su mirada se desvió hasta la tumba en la que reposaba su amado, y sus pies se movieron solos, sin su permiso, hasta ella. No supo en qué momento terminó arrodillada al frente de la lápida, ni mucho menos se percató de cuándo había empezado a llorar de forma descontrolada. No pensaba, no sentía, no hablaba… Sólo lloraba.

    Los minutos comenzaron a pasar de forma lenta. Mil y un recuerdos cruzaron su mente en esas décimas de segundo. Cada uno más hermoso que el otro. ¡Maldición! ¡Iba a extrañarlo demasiado!

    Poco a poco su respiración fue calmándose, al mismo ritmo que el latido de su corazón. Todo su cuerpo temblaba, e incluso sentía su propio espíritu como si fuera una gelatina.

    Fue entonces que su alma volvió a su cuerpo. El perfume de las rosas que adornaban el sitio de descanso de su amado inundó su nariz, nublando todos sus sentidos. El mismo olor de cuando sus padres y su hermano habían muerto. Aroma a muerte, pensó, aroma a dolor, a tragedia, a desdicha.

    Cerró los ojos con rabia.

    Se levantó con esfuerzo del suelo, bajando sus ojos hinchados hasta sus pantalones inundados de lodo. Suspiró con melancolía, mientras emprendía camino hacia su automóvil, evitando mirar la tumba.

    ¿Cómo haría ahora para sacarse aquel dolor de la cabeza, si llevaba tatuado aquel trágico y tormentoso aroma en el alma -recordándole su pena- y no hallaba forma de borrarlo?

    Resopló desconsolada. No sería fácil lograrlo…, eso si lo lograba.
     
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