Two-Shot The weight upon our shoulders felt so divine [Genshin Impact AU | Aleck Graham & Cayden Dunn]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 14 Julio 2022.

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  1. Threadmarks: I. I want to feel the fire that you kept from me
     
    Zireael

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    Escritora
    Título:
    The weight upon our shoulders felt so divine [Genshin Impact AU | Aleck Graham & Cayden Dunn]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    6499
    Hola, hola uwu Rider a ver si me da tiempo de soltarlo antes de que te duermas (créditos a tu señor padre por las demandas y el tiempo extra, cuz esto lo tenía escrito de antes) y si no, pues te lo habrás encontrado en tu chat mañana cuando despiertes. Debes imaginar ya por dónde van los tiros y si no pues vengo a responder tu pregunta:

    Screen.png

    ¡Ahora es el momento! Feliz cumpleaños, baby <3 Love you lots

    Tenía varias ideas cuando pensé en escribirte un fic para tu cumple, porque lo llevo preparando ya un rato, pero al final lancé una lista en el tema de dados entre Pokémon, Gakkouverse y el Genshin AU del que hablamos por encima hace muchos meses. Igual no fue hace tanto, pero entre todo el caos parece que fue hace media vida (?)

    Cuando comencé a escribir se me fue haciendo super largo, por eso te pregunté si uno o dos, para saber si largaba un two-shot o iba cortando para dejarlo de un solo capítulo. Luego cuando hice el corte de los capis vi que igual era mucho, por eso te pregunté que si dos o tres, para saber si cortaba en el segundo o seguía hacia el tercero.

    El último dilema existencial lo tuve con las canciones del segundo capi, estaba entre dos de la misma cantante (ya verás cuando lo publique, maybe unos días después de este for the SUSPENSE) que me gustan mucho, de ahí que te preguntara si primera o segunda opción. En resumidas cuentas, que fuiste construyendo tu propio regalo JAJSJAJ

    De una vez aclaro que algunas de las cosas que hablamos no acabé de incorporarlas, porque me hubiesen hecho mucho ruido, en el sentido de que metía muchas tensiones y tal que me podían alargar mucho el fic. También metí un timeskip bien cabrón, pero ese sí fue por deporte.

    En cualquier caso todo son un montón de What If.

    Para dejar el parloteo, solo te digo que espero que te guste y te vuelvo a desear un feliz cumple. Te lo digo hace mucho, pero insisto en que te quiero un montón, te adoro, e independientemente de los cacaos mentales que me haga y el desastre que soy para, bueno, expresarme en general (?) ya lo sabes, estoy muy orgullosa de ti y te deseo siempre lo mejor de lo mejor, porque te lo mereces, mi niño <3

    Super random thing antes de pasar el fic, pero quiero repetir algo que he dicho muchas veces. Siento que inevitablemente todos colocamos fragmentos de nosotros en los personajes que creamos, en mayor o menor medida, y no hay que ser ningún genio de la NASA para ver el fragmento de ti que hay en Aleck, uno de tantos diría yo. Creo que de ahí viene el cariño que le guardo, que a su vez le guarda Cayden y el motivo general de por qué me gusta narrar la forma en que lo ve desde sus ojos, digamos que lo uso de espejo para señalar todo eso que veo en el niño verde, lo que lo hace especial.

    Con esto, Pau off y dejo el ficazo uwu ¿Recomendación personal? Ponte la rolita a tope con los audífonos nuevos con cancelación de ruido CUZ IT'S A VIBE







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    La Guerra de los Arcontes llegó a su fin hace alrededor de dos mil años. Los dioses, demonios y bestias divinas colisionaron sobre la tierra, algunos por motivos que nada tenían que ver con los asientos divinos liberados en Celestia y así, al final, se establecieron Los Siete Arcontes y con ellos las siete naciones de Teyvat.

    Mondstadt, Liyue, Inazuma, Sumeru, Fontaine, Natlán y Snezhnaya fueron moldeadas entonces de acuerdo al poder de sus dioses. Nacidas de sus costillas, las naciones y sus gentes se ataron a ellos irremediablemente, fuese cual fuese su forma de gobernar la tierra que habían ganado durante el enfrentamiento.

    A los humanos, entonces, se nos concedieron Visiones, reconocimientos de Los Siete que representan la condensación absoluta de nuestras ambiciones y nos otorgan, como mortales, la posibilidad de ascender a Celestia por nuestros medios.

    En apariencia el elemento de la Visión recibida está atado a los ideales y la personalidad de su portador, sin importar su manifestación en nuestras conductas, valores o creencias. De esta forma, es posible que todos los portadores de un elemento estemos atados entre nosotros, unidos por un hilo específico a una red infinita en cuyo vórtice se encuentra Celestia. No sabemos su naturaleza real, pero estamos enredados en ella.

    La posibilidad se nos había otorgado, el cristal que poseíamos era la ambición que ahora llevábamos sobre los hombros. El peso divino de aquello en lo que creíamos fervientemente.


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    Portadores Anemo

    Los portadores de Visiones Anemo son en general tranquilos o despreocupados, según quiera verse. Se trata de personas independientes, bastante fuertes por sí mismas, aunque no tienen problema en acudir a otros por ayuda de vez en cuando.

    Son individuos adaptables y fluidos, atraídos por el cambio. Así como pueden ser calmados y desenfadados, también pueden mostrarse severos e implacables, de forma que son fuerzas que deben tenerse siempre en cuenta.

    Generalmente, su principal motor es una persona querida, a quien apoyan por su propio bienestar.
    Los portadores Anemo tienen el potencial para ser líderes increíbles o, en su defecto, personas extremadamente influyentes.

    El Arconte Anemo, Barbatos, es el dios de la libertad. Gobierna (o no) la nación de Mondstadt

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    Portadores Pyro

    Los portadores de Visiones Pyro son individuos apasionados, así sea a sus creencias o a lo que se dedican, y no permiten que nada ni nadie les diga que no pueden hacer algo. Se trata de personas asombrosamente empáticas y emocionales, con una clara tendencia a sentimientos intensos como la euforia, la felicidad o la ira.

    Aunque las Visiones Pyro suelen ser otorgadas a personas entusiastas, intensas o excitables, estos portadores pueden ser desde cálidos y reconfortantes hasta destructivos. Por consecuencia pueden volverse peligrosos para sí mismos o los otros.

    La Arconte Pyro, Murata, es la diosa de la guerra. Gobierna la nación de Natlán.




    I


    I want to feel the fire that you kept from me

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    Quercus Translucens & Papilio Aureum
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    they call me the freak of the fall
    .
    they say I'm sick and it won't take long
    till my sickness spreads worldwide

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    Si alguien me decía, con trece jodidos años, que iba a acabar metido con los Fatui sin más poco después de cumplir quince, seguro se me hubiese erizado el cabello hasta el techo. Porque de por sí había sido siempre un crío asustadizo y por mucho respeto que le guardara a la Zarina, habían cosas que no creía que fuesen para mí.

    La ignorancia era una bendición y una maldición.

    Eso había sido, claro, antes de que todas las piezas de mi cerebro encastraran y me diese cuenta del verdadero resentimiento que guardaba debajo de cuarenta capas, como si fuese una puta cebolla. El frío de Snezhnaya se me había colado en los huesos de nacimiento, lo suficiente para adormecer ciertos fantasmas, pero no se podía contener todo por siempre sin importar cuánto se intentara.

    Había comenzado como el resto o como una buena parte de ellos, que no eran más que carne del ejército bajo el mando de uno de los Once. Eso fue hasta que el Engaño llegó a mis manos directo de la Zarina.

    El remedo de Visión destellaba de aquel celeste pálido, era Cryo, y con él el resto de cosas sucedieron a velocidades abismales. Sabía las consecuencias que acarreaban estos objetos, la manera en que te absorbían la energía del cuerpo o simplemente te daban un culatazo en todos los dientes. Algunos no llegaban a contarla, no eran demasiados, pero sucedía.

    Sin embargo, la Zarina me había reconocido.

    Podía consumirme el alma, daba igual.

    Me había reconocido.

    Usé el Engaño dos años, más o menos, y adaptarme a él resultó casi igual de dificultoso que la Visión que recibiría más tarde. Lanzas y espadas traídas de Liyue e Inazuma, arcos y catalizadores de Mondstadt, una tras otra las armas acababan inútiles apenas intentaba condensar energía en ellas. La única que resistió fue una espada de la forja del Peñasco Oscuro, luego de muchos intentos.

    El Engaño otorgado por la Zarina, su reconocimiento, solo pasó a segundo plano cuando se me otorgó la Visión. El primero era más poderoso que la segunda, lo sabía, pero desatar el poder completo del Engaño me había dejado cerca de palmarla no una, sino varias veces, y pues la verdad era que muerto no podía servirle a nadie, de allí que lo relegara. No dejé de llevarlo conmigo y lo usaba muy de vez en cuando, cuando las circunstancias no me dejaban más opción, incluso a sabiendas de que a los usuarios de Visiones no les afectaban de igual forma.

    Era un reconocimiento de los dioses también.

    Una llama divina si se quiere.

    No me atreví siquiera a forzar Pyro sobre la espada que usaba con el Engaño y pasé por el proceso de despedazar cuanta arma llegara a mis manos traída por las tropas de nuevo. Un lote de armas llegó una tarde directo de Liyue, allí venía el catalizador, la famosa Perla Solar, que así como la espada del Peñasco Oscuro sería la única arma que no cedería bajo el poder elemental inestable.

    A mí el Engaño no me había permitido mayor control.

    El caso era que con o sin Engaño o Visión, seguía debajo del Heraldo de los Once de la división a la que me habían asignado desde crío por muchas razones que no valía la pena nombrar. A decir verdad no me interesaba especialmente mandar todo a la mierda y tomar el lugar de alguno, mucho menos teniendo en cuenta que ni de chiste poseía el poder para tal cosa. Si se me había llegado a pasar por la cabeza había sido en medio de alguna crisis, poco más, la idea no me desvelaba, por mucho que me significara mucha más atención.

    Que era lo que me había llevado a los Fatui de por sí.

    Se me relegaban tareas más o menos insignificantes, digamos que era una extensión más directa de los Once sin llegar a ser uno de ellos y eso se volvía, en grandes rasgos, una mera ventaja narrativa. A veces mi Señor se desentendía, me enviaba y seguía con lo de carácter más urgente. Cuando alguien aparecía en plan "quiero hablar con el gerente", me enviaba a mí, así de simple.

    Ese había sido el caso durante la movida con el Dragón del Este, ese que en Mondstadt habían comenzado a llamar Stormterror. Para entonces ya queríamos presionar, desestabilizar a los de por sí incompetentes Caballeros de Favonius, hasta que cedieran el control para deshacernos del dragón fuera de sí. Se preparaba también la invasión a la ciudad con la ayuda de uno de sus antiguos aristócratas resentidos, uno de esos de la familia Lawrence. Entre una cosa y la otra llevaba mucho tiempo en la nación del arconte Anemo.

    Manipulando, empujando y poseyendo en nombre de nuestra señora, de la Zarina.

    Poco después de la crisis de Stormterror, fallida cabía señalar, nos habíamos quedado enfocados en Schubert Lawrence. El contacto directo le correspondía a otros, pero teníamos espacios dispersos a lo largo de Mondstadt, dominios atados a las Líneas Ley que, olvidados por los propios Caballeros de Favonius y los aventureros, no eran revisados desde hace años. Debíamos agrupar provisiones y fuerzas allí hasta que en buena teoría se nos diese el pase de salida; a mí me habían asignado el día anterior un grupo de magas Cicin como era usual y algunos recaudadores, solo por si acaso.

    Electro, Cryo y más Pyro, siempre me relegaban la descarga de reacciones elementales. Más que una cosa de confianza en mis habilidades era la plena conciencia de mi poco control, si debíamos ser honestos. Como quien planta una bomba y se va, sabiendo que va a volar también si se queda.

    Estábamos allí porque alguien, en medio de un episodio de paranoia, había dicho que era posible que la jugada de Lawrence nos saliera para el culo. Recibimos un llamado de última hora y tuve que poner a las magas y los recaudadores en marcha en dirección a algún punto cercano de Aguaclara, donde Lawrence solía reunirse con sus contactos.

    Vete a saber en qué momento todo se había salido de control o qué estaba pasando dentro porque poco después de que nos posicionáramos, en uno de los bordes cercanos al estanque se había acuerpado un grupo de Caballeros. Cuando les daba la gana eran rápidos reaccionando, no significaba que fuesen muy avispados.

    Chasqueé la lengua con molestia detrás de la máscara que me cubría buena parte del rostro. Negra, con bordes dorados, destacaba entre la mata de cabello roja que cargaba de toda la vida y entre la ropa completamente oscura. Tras de mí permanecía mi catalizador, estático y en silencio, esperando.

    —Comandante Dunn. —Me llamó una de las magas Cicin Electro, Galya, había estado bajo mi cargo otras veces—. A su orden.

    Intercambié el peso de una pierna a la otra sin prisa, los Caballeros se acercaban, prestos, pero no había una sola Visión en todo el grupo. Dispersarlos sería juego de niños, deshacernos de ellos después no iba a costarnos un pelo, por muchos que fueran. El grupo, sin embargo, si acaso era de quince y nosotros éramos siete. Tres magas Electro, una Cryo, el par de recaudadores y yo.

    —Sepárenlos. A la orilla del estanque y que el resto se mantenga en contacto con el césped —dije como si nada, mi orden no encajó con mi tono de voz, que pecaba más bien de suave a pesar de que prácticamente acababa de cumplir veintitrés años. Una brisa sopló desde el Este y el cabello, algo más largo que en mi adolescencia tardía, me hizo cosquillas en la poca piel descubierta del rostro y la nuca—. Galya, pueden hacerlo ustedes, las Cicin.

    Asintió y pronto descendieron en dirección al grupo de Caballeros, rodeándolos. La electricidad y el hielo se esparcieron por el estanque, finalmente tocaron tierra y la nube helada más las chispas mermaron las fuerzas del grupo y acabaron separándolos de dos en dos, o de tres en tres si tenían suerte. Galya, rodeada por su escudo, alzó la vista en mi dirección.

    —¡Comandante, sobrecarga!

    La Perla Solar hasta entonces estática giró a una velocidad vertiginosa y de la misma forma me deslicé por la roca del borde de las pendientes que rodeaban el estanque. Un empujón imbuido de Pyro me permitió arrojarme en la dirección más alejada del cuerpo de agua. El catalizador giró a mi alrededor, el sol de mediodía le arrancó un destello que llamó la atención de los Caballeros, y un látigo de fuego cruzó el suelo, estalló en un montón de brasas que se elevaron como mariposas y quemaron la hierba a su paso. Un rayo de Galya dio de lleno en el centro de las llamas y la sobrecarga envió a los hombres inconscientes, armas incluidas, varios metros más allá.

    —¡Reagrúpense, es el lazarillo de los Once! ¡Enviaron a la Mariposa! —Me tenían demasiado ubicado como para llamarme lazarillo con sus santos huevos, pero esos eran detalles—. ¡Derríbenlo antes de que active el Engaño!

    —Eso sería un desperdicio de tiempo, ¿no te parece? —dije desde mi posición, tragándome una risa baja y posé los ojos en el catalizador que continuaba girando sobre sí mismo.

    La orden fue humo al viento por supuesto, estaban demasiado dispersos, y pronto otra llamarada junto a un relámpago y una nube helada dejaron en negro a un nuevo grupo que pretendió cortar distancia hacia donde me encontraba. Uno tras otro estaban cayendo, presas de las reacciones únicamente, pues no había demasiado que pudiesen hacer con las manos vacías.

    Con todo algunos habían logrado resistirse lo suficiente, cinco o seis permanecían lejos, y justo cuando mi catalizador estaba por arrojar la siguiente llamarada sobre una capa de escarcha que tenían en el cuerpo, una ventisca, esa que había sentido provenir del Este, giró el látigo de fuego en mi dirección. Fue cosa de un segundo, pretendí retroceder pero me di cuenta que no iba a poder esquivar la llamarada a tiempo.

    Fue la Cicin Cryo la que me salvó de mi propio incendio por los pelos, me alcanzó desde atrás justo a tiempo para que el área de su escudo me incluyera y evitara que me quedara sin pestañas, por decir poco. La pantalla de fuego casi hace ceder el escudo, pero cumplió su función haciendo que la violencia de las llamas bajara de intensidad hasta desaparecer en el césped que nos rodeaba.

    —¡Rápido! ¡Busca a Diluc en el viñedo! —La orden había venido de otra persona, era una voz diferente a las que restaban y de la que había dado la orden de derribarme—. ¡No hay tiempo para avisar a la Gran Maestra!

    Cuando la cortina de vapor que había quedado al ceder el escudo de la Cicin al fuego se disipó fue que pude distinguir una silueta, era un muchacho castaño que no debía ser mayor que yo, sus ojos eran del mismo tono de ámbar además. El imbécil había desviado el látigo de fuego de la Perla Solar con ayuda de un inmenso mandoble azul rey que gritaba Mondstadt por todas partes. El metal destellaba de un tono más frío, imbuido en un elemento que no tardé en detectar incluso antes de notar la Visión colgando de su cinturón.

    Portador Anemo.

    Bendecido por Barbatos, el Arconte de su propia nación.

    En el brillo de sus ojos encontré un atisbo de luz que no reconocí en mí mismo. Tenía los gestos comprimidos, posiblemente por el esfuerzo, pero aún así había amabilidad en sus facciones, sabía detectarla incluso cuando parecía sepultada. Por desgracia para él, no dejaba de ser un obstáculo aparecido de la nada y como tal había que hacerlo a un lado.

    —Cuidado con ese montón de aire, chico, vas a sacar el incendio de control. —Advertí en el instante en que terminé de repasarlo con la vista y volví a impulsarme lo suficiente para alcanzar su posición en un par de movimientos que no pudo seguir del todo con los ojos.

    Lo escuché silbar, la estupidez tentó un poco mi mal genio a decir verdad y en respuesta condensé Pyro en la mano izquierda gracias a un guante diseñado en Snezhnaya para imitar lo más posible a la Perla Solar. Le dejé ir un golpe que en sí mismo no cargaba fuerza, pero sí la velocidad y el calor suficiente para desbalancear a un Mitachurl.

    La gracia fue que el castaño logró reaccionar y se cubrió el costado izquierdo con el mandoble, donde iba a recibir de lleno el golpe. Se comió el retroceso de la hostia, llevándose la tierra debajo de las botas, pero no recibió el impacto en el cuerpo y debía dar las gracias, sin duda alguna.

    Los cabrones que usaban mandobles eran bestias, lo sabía porque había pretendido usar alguno, empuñar una espada de ese tamaño requería demasiada fuerza y había aprendido un poco por las malas que no debía dormirme con ellos, a pesar de su falta de velocidad. Eso me permitió poner distancia en el momento justo en que el muchacho balanceaba el arma; con el movimiento arrojó una onda de aire afilada que me alcanzó cuando había disminuido algo de fuerza por la distancia, pero me hizo perder el equilibrio de todas formas.

    Maldije por lo bajo, noté que Galya pretendió recibirme, pero rodé en el suelo para poder incorporarme al notar que el chico ya había alzado el mandoble de nuevo y empujé a la Cicin lejos justo cuando una tras otra las hojas de aire fueron enviadas en mi dirección. El muchacho cortó distancia inmediatamente después, se lanzó hacia mí con una velocidad que no le había visto a ningún otro mandoble y me di cuenta que no podría esquivarlo, ni siquiera con la infusión de Pyro.

    El terror me debió alcanzar los ojos un segundo antes de que los cerrara. Crucé los brazos delante del torso, palmas al frente, y mi estallido elemental debió escucharse hasta Espinadragón. El siguiente ataque del castaño, que aparentaba ser meramente físico, cambió en ese instante y envió energía elemental hacia delante seguramente para poder retroceder y librarse del área de daño del estallido lo más posible.

    Las navajas de aire liberadas desde el mandoble abrieron caminos en mis paredes de fuego y me alcanzaron los brazos y el rostro; la tela de las mangas cedió, también la piel y si no me alcanzó a abrir heridas en la cara fue porque gran parte del filo se lo comió la máscara, que cayó a mis pies en medio del fuego que sobrevivía, revuelto por el poder del mocoso. De no ser por su velocidad y el hecho de que ya había liberado la energía se hubiese jodido, porque sus corrientes de viento me potenciaban aunque no lo quisiera.

    —Vaya, eso estuvo genial. —La voz del muchacho me llegó desde la derecha, otra vez demasiado cerca. Apenas deshizo mis paredes cortó distancia de nuevo y supe que el mandoble iba a enviarme a negro. A pesar de eso el tono de su pregunta fue extremadamente amable por alguna razón—. ¿Has visto tu propio estallido alguna vez? Cerraste los ojos.

    De hecho… No.

    No sabía nada más allá de las paredes que veía después.

    Me resguardaban del mundo que había temido toda mi vida, de mí mismo. Era posible que incluso antes de recibir la Visión ese fuego que desconocía me hubiese empujado a servirle, como un perro, a la Zarina y a los Once. Me sentía seguro bajo su mando, sin importar cómo me utilizaran.

    —¡Galya, llevátelos, váyanse antes de que llegue Ragnvindr! —Llamé a la maga Cicin, presa del pánico—. ¡Rápi-

    No terminé la frase, el golpe del acero azul me alcanzó el costado de la cabeza y el mundo, hasta entonces rodeado de fuego, se apagó de golpe. Lo último que me pareció ser capaz de ver fue el chispazo amarillo de los ojos del mocoso, apenas una milésima de segundo antes de que el mandoble estuviese a nada de reventarme la cabeza como un coco. No lo sabía, pero el Engaño había reaccionado a mi miedo revolviendo la humedad en el aire a mi alrededor, amenazó con iniciar la tormenta de nieve, pero solo quedaron los copos pegados a mi cuerpo que se deshicieron apenas encontré las brasas en la hierba al caer.

    En medio de la neblina de la inconsciencia, o algo que no acababa de ser la muerte, pensé que el hijo de puta ni siquiera había usado por completo el poder de su Visión. Los tajos que dejaba ir, las navajas de aire que provenían de su mandoble, no eran ni de cerca todo lo que debía poder hacer.

    Faltaba el estallido.

    No sé cuánto tiempo después el cuerpo me reaccionó por fin, el dolor en el costado de la cabeza se me proyectaba por todas partes y giré sobre mí mismo, quejándome, antes de siquiera abrir los ojos. No tenía ni la menor idea de dónde estaba, mucho menos si Galya habría seguido mis órdenes y eso fue justo lo que me hizo abrir los ojos de golpe.

    Me recibió un rayo de luz que estuvo a nada de dejarme ciego, provenía de una ventana con la cortina a medio cerrar, y me obligó a girar el cuerpo hacia el costado para quitarme la molestia de los ojos. Me estaba costando lo suyo enfocar el mundo, pero cuando lo hice me di cuenta que estaba en una habitación que no reconocía.

    Me levanté de un salto, la vida entera me dio vueltas y si tenía neuronas vivas me las dejé en la cartera de Snezhnaya, en casa, y el resto se me murieron ante semejante movimiento. Tenía la misma ropa de cuando me habían mandando a negro, las mangas estaban rotas, pero tenía los cortes vendados.

    El caso era que no veía mi catalizador en ninguna parte, tampoco el guante de la mano izquierda, pero mi Visión estaba en una mesilla de noche y a su lado, para mi sorpresa, estaba el Engaño de la Zarina. Tomé ambas cosas de un manotazo seco que hizo eco en el cuarto y las zambullí en el bolsillo antes de ponerme a intentar destrabar el pestillo de la ventana sin éxito. Ni siquiera me fijé qué se veía afuera y tampoco revisé si habían tomado el resto de mis cosas, con las dos que no me habían arrebatado lo demás me daba igual.

    La puerta de la habitación se abrió lanzándome una tensión de mierda por todo el cuerpo. Aunque no tenía un arma en la que canalizar la energía errática que me daba la Visión, cuando me giré para encarar a la persona, alzó las manos en señal de rendición, o bueno, la mano porque traía la derecha ocupada. El fuego me chisporroteó en el cuerpo entero, lo sentí.

    —Tranquilo, me dijeron que sin el catalizador puedes reventar medio Mondstadt. —Era el castaño del mandoble, obviamente. Ahora sin la tensión en el rostro me di cuenta que tenía la misma cara de crío que yo—. Los Caballeros te trajeron a la ciudad.

    La sangre me abandonó el cuerpo porque eso significaba que debían tenerme bajo la custodia de esa bola de incompetentes y sabía que los Once no iban a apurarse para sacarme. Repasé toda la habitación con la vista, luego volví a él y me di cuenta de que lo que le ocupaba la mano era una taza humeante.

    —Los cuarteles… ¿Me trajeron a los cuarteles? —pregunté con un hilo de voz luego haber pasado saliva.

    Él suspiró, dejó la taza en la mesilla de noche y el hecho de que recortara distancia para eso me crispó los nervios, haciendo que pegara la espalda a la ventana. No pareció alterarse ni nada por mi reactividad y solo después pensé que encajaba con el usuario Pyro promedio, solo que hacia el otro extremo. Además de eso, no tenía pinta de alterarse con facilidad.

    —Sí y no. Ya no estás allí, si es lo que preguntas —respondió cruzándose de brazos y ahora sí mirándome—. Sacaste a la maga Cicin del camino de mi mandoble y la avisaste para que se fuese con los demás antes de que Diluc apareciera. Tu estallido te protegió a medias, pero les dio tiempo de escapar… No consideré que eso tuviese que estar en los cuarteles.

    —¿Ah?

    —Hablé con la Gran Maestra Intendente, luego con Diluc, me dijeron que podía cuidarte mientras te recuperabas siempre y cuando te quitaran el catalizador y el guante. —Se llevó la mano al mentón, pensativo—. Pero también me dijeron que no te pusiera nervioso, porque sin eso no puedes canalizar el poder de tu Visión del todo, así que no lo entiendo muy bien… Quiero decir, eres más peligroso sin armas. Bueno, ¡qué importa! Que te estoy cuidando mientras deciden qué hacer contigo.

    Eso sonaba como si fuese un paquete.

    Parpadeé varias veces, procesando lo que acababa de decirme, y por alguna razón me presioné con más ahínco contra la ventana. En mi defensa, este era el mismo idiota que me había noqueado sin dificultad y ahora estaba allí tan fresco, diciendo que me estaba cuidando y no se qué. Ya para estas alturas ni siquiera sabía muy bien lo que era saberse cuidado por alguien, así fuese por una cosa de salud física.

    —¿Por qué? —pregunté cuando logré hilar un pensamiento que no sonara tan rebuscado.

    —Porque fui yo el que casi te abre la cabeza —respondió con sencillez—. Los Caballeros que atacaron solo quedaron inconscientes o con heridas superficiales si se golpearon después, al caer. No usaste suficiente poder para hacerles daño real. Si tuviste ese cuidado, bueno, no creo que vayas a lastimarme o algo. Eso o realmente no te alcanzaba el poder para nada m-

    —¡Fue intencional! —solté antes de que terminara porque me había tocado el orgullo y la voz me salió algo más aguda de lo que hubiese querido, así que carraspeé para volver al tono neutro, suave, que era normal—. Son una bola de inútiles, pero tampoco pretendo matar a nadie si puedo evitarlo.

    —¡Calmado! No sé cuándo puedas volarme la casa, recuerda eso, Fueguín —atajó de inmediato y tomó la taza para extenderla hacia mí, que seguía pegado a la ventana. Me estaba tratando como un perro perdido—. Vamos, seguro te ayuda. Es té de menta con flores dulces y no se lo digas a Diluc, pero me robé de la bodega un rescoldo del licor ese de Snezhnaya que casi lo mata una vez…

    —¿Fueguín? —pregunté y un chispa de ilusión me cruzó los ojos al escuchar lo demás, enfocando la mirada en la taza. Llevaba ya varias semanas sin probar una gota—. ¿Ognev?

    —Ajá. Tómalo, es té con sorpresa… Ayer me tomé uno, el mejor remedio para dormir o morir, no sé cómo quieras verlo.

    Trastabillé, pero estiré la mano izquierda para tomar la taza y solo después caí en cuenta de lo que había dicho. Suspiré, despegué la espalda de la ventana por fin y me senté en el borde de la cama con el ceño fruncido de lo lindo.

    —¿Cuánto-

    —Dos días —respondió sobre mis palabras—. No fue solo el golpe, según me dijo Barbará luego de revisarte había rastros de deshielo en tu cuerpo… Debiste usarla sin querer, la otra Visión.

    —Imbécil, no se tienen dos Visiones —corregí luego de haberle pegado un trago al té que me aflojó un par de músculos. Escarbé en el bolsillo para sacar el Engaño, repasé su superficie con el pulgar y enfoqué los ojos en el símbolo que tenía encima, que no era el Cryo si no el Fatui—. Eres un Caballero, deberías saberlo.

    El castaño se llevó una mano a la cabeza, rascándose las raíces del pelo, y soltó una risa entre culpable e inocentona. La tontería le acentuó los rasgos de mocoso y yo enarqué una ceja, esperando por lo que sea que tuviese que decir. En el intermedio repasé sus facciones con algo más de detalle, era una manía que no podía dejar ir.

    —Soy un aventurero de hecho, solo estaba cerca de Aguaclara por casualidad. —Se excusó poco después—. ¡Muy conveniente para la historia, por supuesto! Pero eso, lamento la confusión.

    Solté el aire por la nariz, entre su aparición tan conveniente, la Visión y el hecho de que había hablado con Jean, quien tenía el puesto de Gran Maestra ahora, y Ragnvindr que era una puta amenaza a la sociedad, había dado muchas cosas por asumidas incluso si no llevaba nada encima que lo identificara como tal. En su lugar me venía a enterar que estuve dos días al cuidado de un bruto del Gremio de Aventureros. Igual estaba desprestigiando al Gremio, qué sabía yo, sus cuarteles estaban en mi nación, reconocía su labor de investigación, pero no significaba que hiciera lo mismo con quienes trabajan en el campo

    Aunque suponía que el mocoso no era tan tonto como parecía ni nada, siendo que había caído, por ejemplo, en que era más peligroso dejarme sin armas que con ellas. Era una bomba de tiempo, la Zarina y los dioses habían confiado en mí al entregarme poder elemental, pero por mucho tiempo había sido incapaz de encontrar algo en lo que condensar la energía sin sobrecargar al objeto o a mí mismo. El riesgo permanecía, era energía contenida, esperando un roce para liberarse sobre cualquiera.

    Respecto a este idiota, tenía estas vibras como de… ¿Cómo de cachorro? Se comportaba como un perrito, fue la única comparación que encontré y es que igual lo había pensado desde que lo escuché preguntarme si había visto mi propio estallido o cuando noté la amabilidad en sus gestos tensos.

    Era muy extraño, su poder no era poco, pero apenas dejaba el mandoble de lado mucho de él se reducía o, quizás, pasaba a otro plano. Los usuarios Anemo en general eran difíciles de leer, había en ellos una fuerza poderosa y un sentido de la justicia tan marcado como en nosotros los Pyro, pero carecían de la misma intensidad. Lo que quería decir era que este chico, que era el mismo que me había noqueado y el que estaba allí trayéndome té, me confundía muchísimo.

    Me requería demasiado esfuerzo mental.

    Tanto que opté solo por ceder.

    —Es un Engaño… algunos de nosotros tenemos uno, por lo general no corresponde con el elemento de nuestra Visión, si es que tenemos una. —Me expliqué, no era ninguna información confidencial ni nada, había una movida con Engaños que se pondría en marcha en Inazuma si no recordaba mal y los Ragnvindr habían poseído uno también, que había tenido que ver con la muerte del padre o algo—. Debí canalizar Cryo a última hora, desencadené el derretido sin siquiera darme cuenta.

    —Oh… ¿Pero te sientes mejor, Fueguín? Porque ahora que despertaste los Caballeros van a querer verte.

    —No me llames Fueguín —dije en voz baja, aunque no fue del todo una queja.

    —Lo siento, los Caballeros insisten en llamarte lazarillo de los Once o Mariposa sin más. Se me hace raro. —Se llevó los brazos detrás de la cabeza y luego dio un respingo, antes de girarse para ponerse a buscar en un armario y sacar algo que colocó a mi lado para finalmente dejarse caer en el borde de la cama también—. No es mucho, pero supongo que es importante.

    Reconocí lo que quedaba de mi máscara, al menos una mitad de ella, estaba quebrada y derretida por partes seguro por haberse caído en medio de mi propio fuego. Tomé el trozo, lo giré hasta que reconocí uno de los bordes del ala de mariposa, que era lo único que la diferenciaba de las de la carne del ejército, y lo dejé sobre mi regazo.

    —Dunn —contesté y me llevé la mano al rostro, ahora descubierto. Estaba tan acostumbrado a cubrirme que dudaba hacerme a la idea de tener que pasar así hasta quién sabe cuándo. Dudé, pero al final volví a ceder—. Cayden, me llamo Cayden. Gracias por guardar lo que quedó.

    —Hombre, no es nada. Igual se hubiese perdido y no sabía si también a los Caballeros les servía de algo para sus rollos investigativos, aunque resultó que no. —Apoyó las manos detrás de la espalda, relajando la postura, y allí me di cuenta que tenía una venda alrededor del brazo derecho, empezaba en su mano y subía casi hasta el codo. También tenía vendados los dedos de la otra mano—. Ah, ¡el nombre es Aleck! ¡Aleck Graham!

    Me había quedado con la taza de té entre las manos luego de darle un trago, pero apenas notar la venda una parte de mí no pudo quedarse quieta a pesar de lo receloso que había sido con mi espacio toda la vida. Lo había escuchado presentarse, simplemente lo dejé en segundo plano y ladeé la cabeza sin darme cuenta, absorto como estaba en su brazo. Despegué la mano de la taza y la estiré en su dirección, rocé la venda por el dorso de su mano y solo en ese momento me di cuenta que se había quedado mortalmente callado, mirándome, pero no pude alzar la vista a sus ojos que me hacían de espejo.

    —¿Fue mi círculo de fuego? —pregunté en un murmuro, evidentemente contrariado mientras regresaba la mano a mí espacio.

    Guardó silencio unos segundos, todavía sin moverse ni quitarme la vista de encima y todo lo que noté fue que soltaba el aire por la nariz. Su silencio comenzó a ponerme ansioso, viendo que en general parecía no cerrar la jodida boca, y le di otro trago al té para disimular.

    —Tu mariposa sería más acertado, pero lo sabrías si la vieras —confirmó, su tono se había suavizado—. No retrocedí lo suficiente, me alcanzó y luego calentó el mango del mandoble también. Apenas me dio tiempo de mandarte a negro sin dejarme los dedos pegados allí.

    Lo dicho, no disfrutaba realmente de hacerle daño por deporte a nadie y la imagen me hizo desviar la mirada a la taza, comprimiendo los gestos. Imaginaba que no era tan trágico como decía, porque en sí las vendas parecían en relativo buen estado, cosa que era un poco dificultosa con las quemaduras aunque las tratara un buen sanador Hydro, pero eso no le quitaba peso.

    —Lo siento —dije antes de bajarme la taza de té de sopetón. Me levanté de la cama de un movimiento, la cabeza me arrojó un dardo de dolor, pero encontré la mirada del cachorro este y la sostuve con firmeza—. Llévame con los Caballeros, no hay forma de que siga evitándolos.

    Abrió bastante los ojos, como si no acabara de creérsela, y soltó una risa que estuvo a nada de ser una carcajada. Se levantó, me quitó la taza de las manos y caminó hacia la puerta de la habitación sin prisa real.

    —Pues bien, si es eso lo que quieres, Fueguín.

    Lo vi echarle un vistazo a su brazo vendado mientras avanzaba, pero no dijo nada más. Su Visión se balanceó al ritmo de sus pasos mientras dejaba la habitación y otra corriente de brisa se coló por la puerta, animándome a seguirlo.



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    Rider

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    No entiendo como el foro tiene el atrevimiento de solo contar 6500 palabras de esta belleza pero eso no es lo relevante.

    Primero que nada muchísimas gracias baby AAAAAAA La intensidad de la lectura me hizo sentir todo super shonen AND IT WAS AMAZING

    Debo decir primero que este es el Cay más edgy que he leído and that's not even a bad thing. Se siento muy sombrío en comparación a lo que suelo leer de Cay y simplemente me encantó por eso. Me gustó mucho que se conservara el toque de las armas y que cuidara a los que estaban a su cargo y todo, he is so pure and soft in the end. Y MADRE DE DIOS CUANDO ALECK SE VOLVIÓ UN PROTA CHETADO DE ANIME? En serio me ha encantado muchísimo esta interpretación más madura que hiciste del niño verde, creo que es tal cual como me lo imagino que será cuando se completamente un adulto.

    Pero es que de verdad imaginarme su combate fue algo super épico madre de Dios JAJAJAJA y ya el detallito del niño cuidando de Cay y el pelirrojo todo preocupado pro las quemaduras de Aleck fue algo simplemente hermoso <3

    El comentario es corto pero también quiero esperar a ver que hacen los Fatui y los caballeros en la siguiente parte e igual voy a Fangirlear sobre esto todo el día. De verdad muchas gracias por el regalo baby <3
     
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    Zireael

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    The weight upon our shoulders felt so divine [Genshin Impact AU | Aleck Graham & Cayden Dunn]
    Clasificación:
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    Aventura
    Total de capítulos:
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    HI GEORGIE

    No tengo sentido del autocontrol, perdón (?) Pero bueno, que te lo repito me alegra mucho que te gustara el ficazo and AAAaaAa te traigo la segunda parte porque ya estaba lista. Hope u like it <3 te quiero muchísimo y por no sé cuánta vez, muy muy feliz cumpleaños, mi niño uwu y y y gracias por comentar aunque fuese poquitín, porque sé que estabas ocupado

    Ahora, para poner las aclaraciones del caso okno oksi. Estaba entre esta canción y Beautiful World, de la misma cantante y las pelis de Evangelion igual, porque el ritmo me gusta un montón. Las letras no me pegaban taaanto con la historia en sí, pero me gustan muchísimo y pues uwu

    En la letra que pegué al iniciar el capi combiné varias traducciones, porque no había una que me gustara completa y las, creo, tres que busqué me gustaban en ciertas partes específicas. Así que eso.

    Fin del speech, dejo otras 5k para ti JAJAJ no regrets. Sigo con el pedazo de anime shonen del Genshin que me monté en una semana ups. Al final tardé un montón editándolo desde que te pregunté si andabas ocupado, pero bueno (?)

    Con esto se termina oficialmente mi seguidilla de regalos <3





    II



    Feel it as the wind strokes my skin

    [​IMG]

    Quercus Translucens & Papilio Aureum
    .
    .



    the very first time I had met you
    the gears in my heart began to turn like new

    but then I felt a dark premonition
    you I'd lose

    .
    I try to act like I don't miss you
    but I know deep down you are lonely too

    deep inside, I knew that I was wishing
    and every little wish was hurting me more
    .
    I already understood
    even at the end of the world
    even if I get older

    you are someone unforgettable
    .
    .


    El crío me llevó, tuve que presentarme ante Jean y luego de que ella, la bibliotecaria y el Capitán de Caballería conversaran largo y tendido qué demonios hacer conmigo acabaron por llegar a, bueno, ninguna parte. Podían encerrarme, pero ya la Gran Maestra y Ragnvindr habían dicho el riesgo que representaba ponerme nervioso de gratis. Intuía que Lisa podía solo, no sé, sellar alguna habitación a punta de magia, pero tampoco les pareció lo más sensato por alguna razón o quizás les pareció inhumano a secas.

    Aunque igual estaban tratándome como una pelota, pasándome de un lado al otro.

    Su decisión temporal fue regresarle el marrón al cachorro, a Graham, y de hecho lo llamaron luego de pedirme que saliera y me dejaran vigilado en el pasillo. Entendía que me trataran como un peligro, por el tema de inestabilidad elemental y mi relación con los Once, pero tampoco era que fuese una amenaza como tal. Ya no estaba tan flaco como en mi adolescencia, pero vamos, que no parecía alguien que fuese a darse de palos cuerpo a cuerpo con cuatro Caballeros solo por amor al arte, menos con la cabeza palpitándome todavía por el golpe del mocoso.

    Con el castaño también hablaron una eternidad o se sintió como tal, pero el caso es que para cuando salió traía una cara de circunstancias que no dejaba nada que desear. Soltó el aire por la nariz de golpe y finalmente encontró mis ojos, relajando los gestos a conciencia.

    —Tendré que vigilarte hasta que la situación con el resto de Fatui se estabilice, por el asunto de Lawrence tampoco tienen muchos Caballeros libres así que estoy trabajando un poco de forma honoraria y no sé qué. En fin, que luego decidirán si te dejan aquí o-

    —O si me envían de regreso a Snezhnaya —completé.

    Asintió con la cabeza, cruzó los brazos sobre el pecho y al final se colocó una inmensa sonrisa en la cara. A ver, el cabrón brillaba tanto que estaba amenazando con dejarme ciego y mira que yo andaba por la vida creando incendios del mismísimo aire.

    En realidad me parecía mucho menos sobrio, por decir algo, que el resto de portadores Anemo que había llegado a conocer, a pesar de poseer la misma tranquilidad general. No decía que su personalidad desencajara con el elemento que se le había otorgado, más bien me daba la sensación de que esas mismas características habían sido direccionadas de forma diferente a la que era, no sé, normal en el sentido más académico de la palabra. Estaba en el extremo de la escala, sin dejar de estar en ella, tan sencillo como eso.

    —Dijeron que me ayudarás con los encargos del Gremio como medida disciplinaria, ya que no hay nadie… Muerto ni herido de forma seria por tu gracia. Es algo bastante ligero, si me preguntas, fue sugerencia de la Gran Maestra Intendente.

    —¡¿Encargos del Gremio?! —Espeté y el otro me mandó a callar sin éxito, mi voz hizo eco en las paredes y me pareció escuchar una risa venir de la habitación donde habían quedado los otros tres—. ¡Mejor envíen a Ragnvindr a darme una paliza, está bien, la merezco!

    —¡Ya para de chillar como jabalí, por Barbatos! —atajó el castaño a la vez que comenzaba a empujarme hacia la salida—. Vámonos, a este paso vas a volar el cuartel. ¡Camina, Fueguín, camina! ¿Te han dicho que tienes mal carácter?

    Bufé, pero no me quedó más que dejarme hacer y abandonamos el cuartel de los Caballeros de Favonius. Tampoco iba a ponerme a resistirme si este chiquillo podía partirme la nuca si le salía de los huevos, así que lo acompañé a que hablara con Katheryne, preparara sus cosas y demás antes de dejar Mondstadt.

    Me dejó tomar un baño y tal, también me ofreció una muda de ropa que acepté a medias, porque me dejé el abrigo a pesar de que estuviese rasgado por el encontronazo de hace dos días. A falta de armas digamos que eso era de las pocas cosas, además del Engaño y la Visión, que consideraba verdaderamente mías.

    Ninguno de los dos estaba viviendo su momento más brillante, pero me di cuenta que avanzaba más lento de lo que pretendía por mí. Vete a saber, igual seguía temiendo que me hubiese dejado la cabeza floja y se me fuese a caer en cualquier momento, en el peor de los casos.

    Me dio por pensar que muchas de sus actitudes eran un poco inconscientes. En el sentido de que solo le nacían como respuestas automáticas y ni siquiera las pasaba por un filtro, porque en caso contrario no entendía la hospitalidad con un Fatui.

    No tardamos en acercarnos a Levantaviento, el enorme roble apareció en el horizonte y suspiré con cierta pesadez mientras avanzábamos en su dirección. No estaba demasiado enterado de la historia de Mondstadt, pero creía recordar que la fundadora de los Caballeros de Favonius había ascendido a Celestia en este punto, transformándose en uno de los Cuatro Vientos como el Dragón del Este.

    Recordarlo me hizo consciente de la Visión que cargaba, porque realmente ninguno de los portadores teníamos claro qué eran en realidad estos reconocimientos, por llamarlo de alguna manera, más allá del control elemental que nos otorgaba.

    Pero Vanessa, una hija de Murata, había ascendido a Celestia.

    Sentí la Visión golpetear contra mi cuerpo al caminar, ya en su lugar usual en mi cinto, y miré a Graham con rabillo del ojo hasta encontrar el destello turquesa de su propia Visión. Barbatos era el dios de la libertad, ¿no? Murata la de la guerra.

    Allí estaba la diferencia esencial en cada portador de Visión. Los ideales que teníamos impresos en el cuerpo, nuestras ambiciones y motores eran distintos y habían logrado condensarse en objetos, cristales de energía contenida que representaban la naturaleza de nuestras almas. Esas divagaciones me llevaron a preguntarme qué tan estables serían las corrientes de aire de este chico dado el caso, cuál era su verdadera fuerza, y por qué se tomaba como si nada ser enviado como escolta de un lazarillo de los Once. La pregunta de qué opinaba o sentía en realidad me hizo eco un par de veces, porque era esa clase de imbécil.

    —Y bien, ¿qué te encargaron hoy? —pregunté arrojando mis líos mentales a un lado y cediendo a mi destino en resumidas cuentas.

    —A ver. —Revisó un par de veces la información que Katheryne le había dado y frunció apenas el ceño—. Campamentos de Hilichurls, un grupo de monstruos y… Ugh, un Ojo de la Tormenta.

    —Tus navajas de aire no servirán de mucho —comenté mientras pasábamos de largo del roble de Levantaviento.

    —Nope —respondió y llevó las manos detrás de la cabeza—. Si le atinas cuando descubra el núcleo o con suficiente fuerza debería caer, así puedo golpearlo sin daño elemental.

    —¿No que te daba miedo que reventara medio Mondstadt? Pues lo mismo. Ya te quemé un brazo, no veo por qué repetirlo en el que te queda sano.

    Pareció sopesarlo apenas un par de segundos, no los suficientes si éramos honestos, y bajó los brazos a los costados de su cuerpo nuevamente. Por alguna razón mi intervención acabó por sacarle una risa y me miró de costado, tragándose su propia gracia.

    —¿Te costó mucho? —preguntó al regresar la vista al frente—. Adaptarte.

    Respiré por la nariz, no tenía idea de por qué soltaba esa pregunta así pero tampoco vi motivo real por el que negar algo como eso. No era un secreto guardado bajo combinación ni nada.

    —Varios meses, docenas de armas y horas de sueño —admití hundiendo las manos en los bolsillos del abrigo—. Es… Una fuerza volátil, es mía pero no acabo de reconocerla y no logro regularla a veces, por estúpido que suene.

    Lo vi levantar la mirada al cielo, pensativo, y por su instante consideré que solo lo dejaría pasar. No esperaba que respondiera nada porque no me lo debía, así que arrojé el asunto a la papelera casi de inmediato y tomé aire. El té del mocoso había comenzado a hacer que el palpitar en el costado de la cabeza desapareciera muy gradualmente, asumí que era por el ognev, y agradecí a Los Siete que se hubiese robado ese rescoldo. No debería tardar en hacer desaparecer el dolor por completo.

    —¡Como los torbellinos! —soltó Graham de repente, dando un golpe con el puño cerrado en la palma de su mano. La tontería me hizo dar un respingo y el otro soltó una risa antes de seguir hablando—. A veces se salen un poco de control cuando pescas agua o fuego sin querer, ya sabes. Te obligan a poner atención a todo lo que tienes cerca aunque no se te dé muy bien para evitar cualquier desastre.

    Fruncí un poco el ceño y le di algo de cabeza a lo que acababa de decir este chico. No me había detenido a prestarle demasiada atención a los torbellinos de no ser que los tuviese en mis narices, pero digamos que podían equiparse a lo que me estaba refiriendo. Era una comparación media floja, pero no iba a ponerme tan quisquilloso.

    —Podría decirs-

    Dejé la frase en el aire al ver que el castaño salía corriendo de repente, algo había llamado su atención y para cuando pretendí ver qué era, siguiendo la dirección de su carrera con la vista, noté la tela traslúcida del movimiento de un Seelie bajo la sombra de un árbol. Apenas alcanzarlo este se puso en movimiento y Graham se le puso al corte, indicándome que lo siguiera con un movimiento de mano.

    Apresuré un poco el paso para no perderlo de vista y cosa de un par de minutos después el Seelie regresó a su estatua, oculta tras una pared de rocas que el castaño reventó de un solo movimiento con el mandoble. El cofre apareció frente a él, se abrió y comenzó a guardar las cosas como si nada, tarareando una canción por lo bajo.

    Me quedé varios metros detrás de él, pero de repente lo vi alzar el brazo vendado de un movimiento rápido y me di cuenta que sujetaba un libro, era de un tono pálido de celeste. El gesto fue medio triunfal. En cualquier caso, antes de que pudiese prestarle mayor atención lanzó el libro en mi dirección sin siquiera fijarse si lo había seguido y tuve que hacer malabares para atraparlo.

    —¿Te gustan los cuentos, Fueguín? —preguntó mientras seguía acomodando las cosas que había conseguido por su pequeño tesoro.

    Aproveché para leer la tapa del libro y arqueé una ceja. No parecía nada del otro mundo, muchos de estos aparecían en los cargamentos Fatui como basura prácticamente.

    —Depende —respondí sin demasiado interés—. Nunca abrí uno de estos, tiene pinta de ser bastante corriente.

    —¡Ah! ¿Tan digno de repente? ¿Qué cosas lees entonces? —Su voz cargó apenas una pizca de burla y en sí fue bastante inofensiva.

    Hundí el libro en el bolsillo interno del abrigo, no le vi mayor utilidad y lo cierto era que estos librillos poseían tan poca magia en ellos que habían sido de los primeros en deshacerse bajo la energía elemental. Un poco era peso muerto, pero no pude dejarlo tirado siendo que él me lo había dado aunque no nos conociéramos nada. Era muy debilucho de corazón, para qué decir lo contrario.

    —Liyue tiene libros interesantes —respondí pasados unos segundos—. Hay autores con potencial por lo menos.

    —Va, en estos días tendrás que pensar en tu libro favorito de Liyue, porque de algo tenemos que conversar.

    —¿Tenemos? —cuestioné en un murmuro siguiéndole los pasos ya que se había vuelto a poner en marcha—. A mí no me mires, yo puedo estar todo un día callado. Me parece que querías decir tengo.

    El Señor Culo Inquieto siguió guiando el camino luego de permitirse una risa que fue una respuesta en sí misma y pronto estuvimos cerca del terreno de los lobos, el territorio del Lobo del Norte. Los aullidos de la manada empezaron a oírse, lejanos, y cerré los ojos unos segundos, dejándome guiar solo por los pasos de Graham y los aullidos. El castaño estaba a mitad de una oración, pero cuando se dio cuenta de que había dejado de ponerle atención guardó silencio de forma bastante gradual.

    Cuando volví a abrir los ojos fue porque entre ambos sonidos, bastante sutiles de por sí, escuché otra cosa. Fue como un montón de aire revuelto y giré el rostro en dirección al Oeste sin explicaciones de ninguna clase e incluso detuve mi andar, aunque fue bastante inconsciente.

    —¿Decías algo, Graham? —pregunté sin voltear a mirarlo.

    —Que hay reportes de otra manada de lobos o algo del rollo, han aterrorizado a un par de personas —retomó sin dificultad, pero no desarrolló la idea—. ¿Qué pasa?

    —¿Lo escuchas?

    —Lo siento en realidad —respondió como si fuese lo más normal del mundo—. El viento sopla hacia allá, es una corriente diferente a todas las otras. Debe ser el Ojo de la Tormenta.

    El chico empuñó el mandoble con ambas manos y me indicó con un movimiento de cabeza que lo siguiera, había repasado sus facciones al vuelo, solo para darme cuenta que así como cuando había aparecido para enfrentarme la amabilidad de sus rasgos no desparecía del todo aunque la tensión le cruzara el rostro. Suponía que era inevitable, por mucho que sucediera habían características que solo en momentos de absoluta crisis emocional parecían desaparecer y eso era, de hecho, una mala señal.

    Creía que si uno mantenía su núcleo relativamente intacto a pesar de las circunstancias las luchas valían la pena, en caso contrario era algo dudoso, pero entonces mis ojos se desviaron a la venda del brazo de Graham y recordé mis propios brazos vendados por el encontronazo con él. La duda surgió, fue un eco distante de la misma naturaleza que la corriente de aire del Ojo de la Tormenta, que señaló el único punto común que encontré de repente entre él y yo.

    ¿Sabíamos en realidad cuándo detenernos para evitar que el impacto alcanzara el núcleo?

    Los dedos cubiertos del mocoso rodeaban el mango de su arma, ni idea de cómo, noté el esfuerzo que le requería y la respuesta a la pregunta formulada en silencio fue negativa. Lo di por asumido sin conocerlo de nada, pero de repente fue tan obvio que estuve a nada de echar atrás y dejarlo solo, huir hasta las ruinas o hasta Espinadragón con tal de perderme de su vista. Sin querer había dado con el único hilo que podía conectarnos y la noción no fue lo que se dice agradable, siendo que rechazaba toda aproximación con una intensidad estúpida.

    Sin embargo, fue la misma vista de las vendas lo que me impidió salir pitando sin que la culpa me comiese vivo. Fue como si me echara cuarenta cadenas encima, porque así como el imbécil estuvo pendiente de mí por ser el que casi me abre la cabeza, yo sentí la obligación de estar pendiente de él porque fui el que le quemó la piel.

    Había partes de uno mismo que ni el hielo de Snezhnaya podía inmovilizar.

    Así como los vientos de Mondstadt no podían sacudir la voluntad de sus gentes.

    Me distraje lo suficiente para que los acontecimientos se apilaran, Graham había permanecido atento y solo por eso pudo reaccionar una milésima de segundo antes de que el Ojo de la Tormenta se dejara caer sobre nosotros. Me empujó, fue brusco que te cagas, pero logró sacarse a sí mismo y a mí del área de daño de la esfera apenas por unos centímetros. Se levantó con la misma rapidez, volvió a empuñar el arma y esquivó al vórtice que se había ceñido con él, girando sobre sí mismo.

    El chico se hizo a un lado, pudo balancear el mandoble y alcanzar a acertarle un golpe seco al Ojo aprovechando que estaba a su altura, pero me di cuenta que su velocidad de reacción, al menos para mover el arma, no era ni de cerca la del otro día. La gracia posiblemente estaba saliéndole más cara de lo que él mismo anticipaba o quizás solo era un cabezón como ya había pensado, indepedientemente del caso, no sabía si podría derribar a jodido cúmulo elemental antes de que este lo derribase a él.

    Apreté los dientes sin darme cuenta, la tensión se proyectó hacia el resto de la cabeza y pasé saliva. Ni siquiera me había levantado del suelo, no sabía demasiado bien qué hacer sin que Graham quedara en medio del fuego y no tenía todo el tiempo del mundo.

    El Ojo de la Tormenta continuaba girando, errático, volvió a arrojarse sobre el castaño que esta vez no logró esquivarlo aunque sí cubrirse con el mandoble, pero perdió el equilibrio de todas maneras. El idiota había quedado peligrosamente cerca del borde del risco, porque Mondstadt tenía demasiados cortes en la roca de los que cualquiera hubiese admitido, y el vórtice de energía se alzó.

    El torbellino.

    Por los Siete, el jodido torbellino.

    Se lo había dicho, al muy idiota, que sus navajas de aire no iban a servirle de mucho y es que podía intentar cualquier cosa, pero en tanto llevara energía elemental al Ojo no iba a hacerle un rasguño y en lo alto no era capaz de alcanzarlo con el mandoble. Vi al terco levantarse, empuñó el arma con algo más de dificultad y se tuvo que concentrar en esquivar los remolinos, que era lo único que podía hacer. En cierto momento sus ojos conectaron con los míos, fuera de las paredes de aire, pero fue suficiente para tensarme el cuerpo.

    —¡Vamos, Cayden! —Era la primera vez que me llamaba por mi nombre y aunque fuese una estupidez atrajo toda mi atención como si fuese un perro—. ¡Basta que le atines al núcleo! Una llamarada de las de ayer y listo, pasa por la pared.

    —¡No puedo conjurar nada fuerte sin catalizador! —solté presa del pánico.

    —Lo tienes, ¡el libro celeste, genio!

    —¡Va a quedar hecho cenizas antes de que pueda conjurar nada, jodido imbécil! —El corazón se me hizo un puño en el pecho al ver que no lograba esquivar uno de los remolinos—. ¡No puedo!

    Otro torbellino que no logró esquivar, más desgaste y un empujón al borde la pared de aire que más cerca estaba de la pendiente. Si no esquivaba un ataque en cuanto las paredes desaparecieran la correntada iba a arrojarlo, la caída no era demasiada, pero si aterrizaba de cabeza importaba entre poco y nada. Esa era la preocupación esencial.

    El pánico estaba aplastándome para variar y no me quedó más que recurrir a algo que daba por sentado que sería inútil. El libro que el mocoso me había dado apareció frente a mí, dejando el lugar en mi bolsillo, y las páginas comenzaron a pasar una tras otras rápidamente. No había nada en el contenido del libro que significara utilidad alguna, era la poca magia que contenía la que necesitaba, pero si forzaba Pyro para poder conjurar iba a puto combustionar, lo había visto docenas de veces.

    Un primer intento de conjuración consumió dos páginas de tirón y los ojos se me llenaron de lágrimas, era frustrante y significaba tiempo perdido que Graham necesitaba. El ruido de la lucha del castaño me llegaba, empeorando los nervios y haciendo que el fuego me corriera por las venas en vez de concentrarse en el libro.

    —Ahora no, ahora no, ahora no —murmuré con un nudo en la garganta—. No hay tiempo.

    Así el segundo intento consumió tres hojas del catalizador en dos segundos, sin siquiera permitirme condensar Pyro en un ataque normal. Un anillo de fuego surgió a mi alrededor, advirtiéndome que si lo seguía intentando estallaría y la onda expansiva era capaz de cargarse al Ojo, pero también al castaño y todo lo que alcanzara. Maldije una y otra vez, pero solo cuando un silencio de muerte me alcanzó fue que despegué la vista del objeto.

    El torbellino del Ojo de la Tormenta se había detenido, con ello las paredes se habían deshecho. El castaño había tenido que usar el mandoble para afianzarse al suelo, y el jodido vórtice estaba por írsele encima. Noté las vendas de sus manos enrojecidas y supe que no le daría tiempo, simplemente no, y en cuanto el giro de este monstruo lo alcanzara lo enviaría por la pendiente.

    Fue eso, un gatillo, el que me empujó y aunque otras dos páginas del libro se consumieron las que quedaron pudieron soportar. Me levanté de un movimiento y justo como hace dos días alcancé a propulsarme para llegar a su posición. Conseguí aferrarme a él de costado, mandoble incluido, y tuve que hacer un esfuerzo inmenso a pesar de la infusión Pyro para arrastrarlo lejos del borde de la pendiente y también del giro del Ojo.

    Otra dos hojas se incineraron.

    —¡Rápido! —le dije, ni siquiera noté que tenía los ojos cristalizados todavía—. Prepara el mandoble, no creo poder usar esta mierda demasiado tiempo.

    —¡Oh, vamos! ¡La mariposa, Fatui, y no cierres los ojos que te pierdes la película! —Al jodido se le notó el entusiasmo a pesar de la dificultad con que afianzó el agarre en el mandoble cuando me despegué de él—. Sería muy vergonzoso palmarla con un monstruo de esta categoría.

    —¡No va a-

    —¡Inténtalo de una vez, por Barbatos!

    Esta vez su tono sí fue más el de un regaño, cerré la boca e incluso me castañearon los dientes al chocar entre sí. Trastabillé, pero crucé los brazos frente al pecho, palmas hacia adelante, y detrás de mí escuché que las páginas del libro se consumían una tras otra. No me di cuenta, pero Graham había arremolinado algo del fuego que había quedado en el césped por el empujón imbuido de Pyro, suficiente para alborotar las llamas que le siguieran.

    Comprimí los gestos, el fuego se arremolinó en la intersección de mis brazos y estalló en el momento justo en que el Ojo de la Tormenta giraba hacia mí, estuvo a nada de alcanzarme, pero la mariposa se alzó y su aleteó creó las paredes de fuego, envolviendo al vórtice consigo. Fue suficiente para detenerlo y Graham se abrió paso en medio del fuego con una correntada de aire, creó un espacio para entrar y cargó con todas sus fuerzas contra el Ojo, perforando el núcleo de lado a lado de un solo golpe del acero del mandoble.

    El monstruo se desvaneció, no quedó de él ni el rastro y el castaño se quedó respirando como un perro luego de una pelea sin siquiera apartar el mandoble del suelo todavía. Pasó saliva, aflojó los dedos en torno a la empuñadura y se enderezó en cámara lenta. Una gota de sudor bajó de su sien hasta su mentón antes de perderse entre el césped en llamas.

    Apenas unos centímetros más allá de nuestra posición el libro celeste acabó por ceder a las flamas y las cenizas cayeron entre el fuego a media vida que quedaba alrededor del área del estallido. A Graham se le escapó una risa ronca, de hecho terminó tosiendo, y cuando se liberó las manos me dejó ir un golpe en el hombro y me zarandeó. Retrocedió casi de inmediato eso sí, fue un reflejo.

    —¿Lo ves? Eran puras excusas —dijo con el ánimo que lo caracterizaba, pero todavía respiraba con dificultad.

    —Tus manos —murmuré y me enjuagué los ojos con algo de fuerza.

    —¿Qué? —Parecía genuinamente desubicado, de hecho se detuvo a mirarse—. Oh… Bueno, son gajes del oficio. Ahora que nos libramos del Ojo pode-

    —¿Es en serio, Aleck? —recriminé sin tacto alguno y lo pesqué de la ropa para llevármelo a rastras—. No harás nada más hasta que no me dejes revisar esa desgracia.

    Se resistió un instante, me di cuenta, hizo palanca con las piernas pero el cansancio por el esfuerzo que acababa de hacer no le dejó más opción que ceder. Puse distancia del caos de pasto quemado que había quedado y cuando encontré la sombra de un árbol estuve a un pelo de estamparle la espalda contra el tronco. Me contuve no sé ni cómo, tomé un montón de aire y encontré sus ojos con firmeza, fue mi manera de reprimirlo sin tener que soltarle un discurso.

    —Siéntate.

    Abrió la boca, pero así como yo hace cosa de unos minutos volvió a cerrarla y se sentó usando el tronco del árbol como respaldar. Antes de acomodarse había dejado sus cosas a un lado, así que me senté frente a él, escarbé por lo que necesitaba y estiré las manos para pescar las suyas, primero la de la venda que le subía hasta el codo.

    Me limpié las manos con agua, deshice el vendaje y comprimí los gestos. Era una quemadura superficial, se veía que lo habían sanado bien pero no del todo, pasaba que el esfuerzo de empuñar el mandoble había resentido la piel de por sí expuesta, delicada, haciéndola supurar más de lo que correspondía y abriéndola de nuevo.

    Bufé por lo bajo, me había llevado quemaduras más de una vez, así que no tuve dificultad en saber qué hacer. Sin embargo, también recordé que para este fuego en particular había otra solución, aunque primero hice todo lo que el protocolo dictaba.

    —Ya, con eso está bien. Yo puedo volver a colocar las vendas —interrumpió Graham—. Aunque para tener esa cara eres mejor enfermero de lo que pareces.

    —¿Puedes dejarme trabajar, Graham? —reclamé, inhalé con fuerza y despegué la vista de sus manos—. No interrumpas a los profesionales, idiota.

    —¡Perdón, Enfermero Dunn! —soltó el otro, que para tener esas heridas se las daba mucho de bufón.

    Rodé los ojos, me las arreglé para hincarme y aunque me faltaba catalizador de nuevo, sabía que esa era una de las pocas cosas que podía hacer sin requerir de un arma de por medio. Era magia sencilla, de la primera que había aprendido, pero no dejaba de ser útil por eso.

    Hice que el castaño dejara las manos en su regazo con la palma hacia arriba y suspendí las mías a los lados. La falta de un arma dificultaba un poco la tarea, me requirió muchísima energía poder realizar el conjuro, pero finalmente surgieron las mariposas. Eran bastante pequeñas, pero brillaban con suficiente intensidad para iluminar nuestros rostros, bañándolos de luz dorada. El grupo de insectos de fuego, mucho más amistosos que las polillas de La Signora, regeneraron un poco más las quemaduras del chico para al menos detener la supuración tanto de sus manos como de la herida que subía más allá.

    Escuché su asombro, además el idiota se había quedado embobado mirando el grupo de mariposas y cuando retiré las manos se quedaron dando vueltas algunos segundos más, hasta posarse sobre su piel y desvanecerse. Por alguna razón eso le arrancó una risa, fue liviana, casi infantil y me di cuenta que aflojé el cuerpo. Había algo en la risa de ciertas personas que era reconfortante y me pareció encontrarlo en la suya en ese momento, pero lo dejé pasar.

    —Si te esfuerzas mucho puedes lastimarte todavía —advertí apoyando las palmas en mis piernas, ya que estaba arrodillado aún—. Es piel muy tierna, nueva, tienes que cuidarla como tal.

    —Para ser Fatui tiene pinta de que somos buenos compañeros, ¿no te parece? Igual eres mejor como sanador, no sé.

    Había soltado la estupidez sin venir a cuento, lo miré extrañado y me encogí de hombros. Volví a tomar sus manos, las vendé con un cuidado ridículo solo para prevenir cualquier roce innecesario más que porque las necesitara de verdad, y negué con la cabeza.

    —Te recuerdo que estoy aquí porque te dejaron el marrón los Caballeros de Favonius. Ni más ni menos. —Me incorporé despacio luego de acomodar las cosas que había usado y lo miré desde arriba—. Debes tener un escuadrón, volverás con ellos.

    —Tienes varios días de penitencia, tendrás que conocerlos en algún momento —afirmó como si fuese lo más natural—. ¡Quieras o no, Fueguín!

    Fruncí el ceño, pero no respondí nada en particular y pronto estuvimos en marcha de nuevo. Los encargos restantes fueron pan comido, no significaron demasiado esfuerzo y pronto estuvieron terminados, de forma que pudimos regresar a Mondstadt. En ese camino de vuelta volvimos a acercarnos a Levantaviento.

    Esta vez en lugar de pasar de largo del roble y la estatua de los Siete, Aleck cambió de dirección para acercarnos. El árbol se alzaba hacia el cielo, firme e imponente, y una brisa ligera agitaba sus ramas, el susurro de las hojas era una especie de arrullo. Escucharlo me hizo detener mis pasos unos metros antes que el castaño, aunque ya estábamos a espaldas de la estatua, y clavé la vista en el escenario que se extendía frente a mí.

    —Es uno de mis lugares favoritos. —Lo escuché decir, sonaba mucho más calmado que de costumbre—. En Mondstadt hay muchas pendientes, acantilados donde puedes planear, estanques, tabernas… Pero el roble de Vannesa te calma, ¿no te parece, Cayden? A veces podría jurar que susurra cosas.

    Lo pensé unos segundos, pero más que eso lo sentí en el cuerpo ahora que estaba cerca por primera vez. Había algo aquí, fuese lo que fuese, que volvió a recordarme el peso de la Visión en mi cinturón, pero más que eso me hizo preguntarme cuáles eran nuestras ambiciones, las mías y las de este chico y si eran capaces de confluir más allá de aquel privilegio tácito, la posibilidad de ascender.

    Había sentido el peso sobre los hombros.

    Era fuego.

    Y era aire.


    —El viento —comencé—, ustedes los portadores Anemo son los más raros de todos los usuarios de Visiones.

    Mi comentario parecía una cosa de lo más inconexa, lo sabía, pero el otro se encogió de hombros y cuando quise darme cuenta había apoyado el mandoble en la tierra. Se hundió, enterrándose lo suficiente para servirle de apoyo y así se arrodilló, con las manos afianzadas en la empuñadura.

    —Mondstadt fue liberado por una ventisca —dijo desde su posición, con los ojos cerrados—. Los portadores Anemo somos vistos como almas libres o, en su lugar, como líderes o instigadores. Es una cuestión de perspectiva, Fueguín, quizás tu fuego no sea demasiado diferente, ninguno de los demás elementos.

    Despegué la vista del roble para detenerme en la silueta de Graham, lo hice en el momento justo en que su mandoble absorbió energía Anemo y su color cambió, enfriándose. En cosa de un segundo esa condensación estalló en la tierra. Raíces se extendieron en dirección al roble, corrían bajo la tierra como agua, alcanzaron las propias del árbol y subieron por su corteza, hasta cubrirlo como una tela. Al llegar a la copa las hojas se tiñeron de aquel tono turquesa y su roce recordó al sonido de cientos de cascabeles.

    —Quién sabe, Cay. Tienes cara de haberle pillado el gusto a la nación Anemo —bromeó en tono bajo, sin mover un músculo—. En otra vida quizás fuiste un Caballero de Favonius.

    —Deja de decir estupideces —murmuré, pero el roce de las hojas había removido algo y los ojos se me volvieron a empañar—. No creo que me guste andar recibiendo órdenes de Jean.

    La mirada se me había quedado prendada a la copa del roble, a sus hojas ahora traslúcidas y cuando la despegué fue para volver a la silueta del castaño, a su espalda. Dudaba llegar a comprenderlo nunca, a su hospitalidad y su terquedad, pero algo que no iba a poder negar ni aunque lo intentara era que había conectado conmigo.

    Desde el instante en que sus navajas abrieron las paredes de fuego.

    Las hilachas de la telaraña a las que pertenecíamos como portadores de una Visión se habían enredado, lo que eso implicara a futuro nadie lo sabía. La idea de que volvería a topar con él incluso si me enviaban de vuelta a Snezhnaya surgió, fue casi un presagio, y mis ojos bajaron al suelo.

    Puede que la única verdad fuese que una de las raíces Anemo creada por este crío me había alcanzado, discurría desde el roble de Vanessa, pasaba por el mandoble azul rey y se detenía a unos centímetros de mis pies. Una hoja cargada de energía Anemo cayó justo donde terminaba.
     
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