One-shot The war [Fate Stay Night]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 17 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Escritora
    Título:
    The war [Fate Stay Night]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2326
    Título: The war
    Rol: Fate/Stay Night
    N/A: no tengo mucho pa decir. Creo que siempre quise sentarme y narrar como Dios manda el momento más importante en la vida de Joey, y luego de que por fin lograra decírselo a Jez en el rol, las palabras salieron solas.






    The war

    .

    here stands a man
    at the bottom of a hole he's made


    .
    .

    Iba llegando a casa, ya con los últimos rayos de luz diurna. La Señora Abernathy me había pedido ayuda para reparar las goteras en su techo y me eché la tarde entera con ella. Tras acabar la tarea, bebimos el té juntos y charlamos hasta que comenzó a anochecer. Decidí volver, pues recordé que esa noche me tocaba preparar la cena y a papá no le gustaba comer pasadas las ocho. Mientras me despedía de la Señora Abernathy en la entrada, le pregunté qué le parecía mi idea de hervir un pollo y trozarlo con salsa y arvejas para servirlo junto al spaghetti casero que habíamos hecho esa mañana. Aún recuerdo su sonrisa. Es, probablemente, uno de los recuerdos más claros que conservo de esa noche: su sonrisa y sus palabras.

    —Suena delicioso, hijo. Seguro Phineas estará muy contento.

    Pensar que esa fue la última vez que hablé con ella. Quién lo diría.

    Me resulta difícil definir en qué momento, exactamente, supe que las cosas iban mal. Ya no sé si fue doblando hacia el camino de grava, subiendo los escalones del porche o antes de abrir la puerta, cuando contuve el aliento y mantuve la mano suspendida en el aire, alrededor del pomo, casi intentando predecir lo que encontraría al entrar. Casi como si pudiera prepararme para enfrentarlo.

    Cuán equivocado estaba.

    Lo único que puedo definir, de todos modos, es que lo supe antes de tenerlo frente a mí. El pecho se me apretó en un puño horrible y, cuando tragué saliva, fue como si mi garganta se hubiera enredado sobre sí misma. Creo que ya me temblaban los dedos cuando llegué a la entrada de la cocina, pero honestamente no lo recuerdo. A partir de aquí todo es confuso.

    Lo primero que capté fue un ruido seco, que coincidió junto a la imagen de mi padre chocándose de espaldas el barandal de la escalera. Al otro lado de la habitación, acuclillado casi como un animal salvaje, estaba mi hermano. Matty, el dulce y calmado Matty. Quien nunca alzó la voz, mucho menos la mano, y siempre encontró el camino para apaciguar los conflictos de los demás. Quien lloró como nadie por la muerte de mamá, y siguió renovando las azaleas junto al televisor durante todos estos años. Ese Matty, que era mayor pero siempre se comportó como un hermanito menor, estaba allí.

    No lo reconocí.

    Antes de poder siquiera hablar, papá se lanzó sobre él. Siempre había sido un tipo robusto, aunque los años le hubieran quitado brío y agilidad. Matty también es delgado, aunque no tanto como yo, y lo recibió sin problemas. Lo recibió como si hubiera estado aguardando por él, con la calma y la seguridad de un depredador. Lo tomó por la camisa, lo asió con violencia de ella y lo acorraló contra la mesada. Tuve por primera vez el rostro de papá frente a mí, y finalmente reaccioné. Reaccioné, aunque estaba muerto de miedo. Me habían aterrado sus expresiones.

    Creo que intenté calmarlos, aunque no recuerdo qué fue lo que dije. Me puse entre ellos lo mejor que pude y me deshice los brazos hasta separarlos. Mi hermano se alejó un par de pasos y pude verlos con claridad. A Matty le sangraba la nariz, llevaba la sudadera manchada de un rojo brillante, y papá… papá hervía de furia. Parecía un tomate maduro.

    Odio admitirlo, pero creo que sólo necesité eso, en ese momento, para decidirme. Para elegir un bando.

    De cualquier forma, pensé por un segundo que las cosas finalmente se calmarían. Aunque ingenuo, fue un segundo hermoso. Ahora lo veo.

    —No voy a perdonarte nunca —dijo Matty; su voz era grave y pausada. Jamás había sonado así—. ¿Me escuchas? Eres un viejo de mierda, un viejo triste y malhumorado, y no voy a perdonártelo nunca.

    Intenté comprender qué rayos estaba pasando, pero nadie hizo el intento de explicarme. No existía en aquella escena. Sus reclamos e insultos comenzaron a apilarse y superponerse; cada vez más fuertes, cada vez más hirientes. Creo que la voz de papá apenas logró alcanzarme, pues todo lo que recuerdo son las palabras de Matty; no lo que dijo exactamente, pero las emociones impresas en ellas. El dolor, la rabia, la frustración y la tristeza. Era todo lo que necesitaba para comprenderlo, pues los conocía a la perfección.

    El dolor de su indiferencia.

    La rabia de su testarudez.

    La frustración de su egoísmo.

    La tristeza de saber que él era, y sería, el único padre que tendríamos. Y lo estaba echando a perder. Lo arrojó a la basura y se dio la vuelta desde que mamá nos dejó.

    Pero a él sólo le importaba una cosa.

    —¿Quién te crees que eres? —Es lo único que recuerdo de todo lo que dijo, de tanto que lo repitió—. ¡¿Quién mierda te crees que eres para hablarme a sí, mocoso desagradecido?!

    En un momento de distracción, lograron evadirme y se agarraron de vuelta. Eso, al menos, es lo que me he dicho todo este tiempo; creo que una parte de mí simplemente los dejó. ¿Las razones? No estoy muy seguro. Puede que ya no quisiera involucrarme en problemas ajenos, o puede que quisiera verlo a Matty dándole la paliza que nunca me atreví a darle. Sea cual fuera, estuvo mal. No lo sé, no puedo dejar de pensar en eso. ¿Qué hubiera pasado de haber intentado frenarlos allí? ¿Habría evitado lo que ocurrió luego?

    Quién sabe.

    Comencé a gritarles, pero no me escucharon. Entonces me abalancé y, una vez más, logré separarlos. Papá había alcanzado a darle un puñetazo en el pecho, justo debajo del cuello, y me giré hacia Matty para chequear que estuviera bien. Estaba encorvado, cubriéndose la zona herida con toda la palma, y no me respondió; resollaba entre dientes, como un animal lastimado y furioso. Apenas soportaba verlo así, y entonces… entonces lo oí. Un sonido que conocía a la perfección. Ese clack clack me heló la sangre en las venas. Matty alzó la cabeza, y yo me giré hacia papá.

    Allí estaba, con la escopeta en ambas manos. Cargada.

    Con el tiempo, he notado algo. No tengo recuerdos de mí a lo largo de toda la pelea. No sé cómo me sentí en ningún momento, pero si debiera inferirlo sobre mi estado posterior y asumir que así fue todo el tiempo… creo que cobra algo de sentido. Haber perdido la cabeza.

    Me gustaría poder hablar al respecto, pero como ya mencioné, no lo recuerdo. Tampoco tuve el valor de preguntárselo a Matty luego. Fueron unos pocos segundos donde mi cerebro sencillamente se apagó. No me tomó, sin embargo, demasiado tiempo comprenderlo; como si mi mente no lo recordara, pero mi cuerpo sí. El mundo recuperó su forma cuando el silencio reinaba otra vez; o al menos eso creí, porque mi respiración… Jamás habría creído que el aire podía hacer tanto ruido al entrar y salir de mis pulmones.

    Solté el atizador, como si quemara, y Matty apareció en el costado de mi visión. Lejos. No entendía… no, no quería entender qué hacía papá tirado en el suelo, boca abajo, inmóvil. No quería entender por qué la aureola de sangre no paraba de crecer. No quería, y creo que sigo sin querer entender por qué fui capaz de matarlo.

    —¿Estás bien?

    La voz de Matty llegó suave y precavida. Era la voz que conocía. Eso, de alguna forma, me ayudó a regresar; pestañeé, tragué saliva y lo miré.

    —Papá…

    —Deja —me interrumpió—. Yo lo hago.

    Se agachó junto a él y llevó dos dedos a su cuello. Creo que el dolor más grande de todos estuvo allí, en ese pequeño montículo de esperanza desarmándose en cuestión de segundos, cuando Matty me miró y sacudió la cabeza.

    Muerto.

    Mi mente comenzó a rayarse.

    Muerto muerto muerto muerto muerto muerto muerto.

    Incluso ahora, mis recuerdos son extraños y se apilan de formas incoherentes.

    Muerto. Lena. Atizador. Papá. Sangre. Gritos. Mila. Frío. Sangre. Arena. Sangre. Muerto. Muerta.

    Muertos.

    Matty fue fuerte, increíblemente fuerte. Siempre lo fue por mí, a decir verdad. Cuando las piernas no me soportaron el peso y caí de rodillas al suelo, él se acercó y me abrazó. Fue breve, algo… incómodo, se podría decir. Nunca había sido proclive a las demostraciones de afecto, pero aquella vez se sintió diferente. Una parte de mí nunca pudo dejar de creer que intentó abrazarme por mí, para reconfortarme, pero la idea le resultó sencillamente intolerable y se alejó. No pude culparlo.

    —Tenemos que hacer algo con el cuerpo —dijo, de pie junto a mí—. ¿Deberíamos enterrarlo?

    Sonaba increíblemente desapegado, y aún así lo sabía. Sabía que lo estaba haciendo por mí. Aunque no me perdonara nunca, aunque no fuera capaz de amarme como a un hermano otra vez, lo seguiría haciendo. Así de fuerte había sido siempre su ridículo sentido de la lealtad. La idea me repugnaba, pero no pude oponerme. Sólo asentí.

    —Bien. Ayúdame a cargarlo afuera. Luego tendremos que limpiar muy bien aquí, y… —Volvió la mirada hacia mí, hacia el amasijo de miedo y nervios en el que me había convertido—. ¿Qué harás entonces?

    Sus ojos se sentían como plomo contra mi nuca. No sé cómo, pero logré incorporarme. Me sorbí la nariz.

    —Me iré, supongo.

    Matty asintió, y comenzó a ordenarme multitud de tareas. Debía recordarme hasta las más pequeñas cosas, pues parecía incapaz de hilvanar dos ideas coherentes. Mi mente era un desastre. Recuerdo cuán arduo fue cavar. No podíamos encender las luces de la granja, y difícilmente distinguía bajo la noche nublada. Quise preguntarle muchas cosas, pero no me atreví. Matty removía la tierra, clavaba la pala y ahondaba el pozo con clara violencia. No sabía si era dolor, rabia, frustración o tristeza; aunque, lo peor de todo, era no saber cuándo acabarían.

    No lo hicieron nunca.

    Luego de todo aquel trabajo físico mi mente se había aclarado un poco. Lo suficiente para sentir ganas de vomitar cuando tuve que alzar a papá por los tobillos y lanzarlo dentro del pozo. Hizo un ruido seco al caer, casi como si no fuera humano, y me quedé allí; con la intención, quizá, de tomarme un momento para despedirme. Pero la voz de Matty me lo impidió.

    —Vamos —me apuró, algo agitado—. Hay que taparlo.

    Yo apreté los dientes y sentí las lágrimas acumulándose tras mis ojos. ¿Cómo podía comportarse así? ¿Acaso yo… yo le había hecho eso? ¿Era mi culpa? ¿Era mi responsabilidad?

    Cubrí su cuerpo de tierra, en medio de la oscuridad. Lo cubrí sin verlo, pudo haber sido cualquier cosa. Lo ahogué sin siquiera ver su rostro una última vez.

    Mi último recuerdo de papá es, pues, su rostro hinchado de furia, como un tomate maduro, y el clack clack de su escopeta.

    Lo enterré, y jamás imaginé volver a enterrar a alguien. Pero entonces cavé otra tumba, y alcé otro cuerpo inerte, y lo tapé con arena. Y lloré sobre sus restos, como no pude hacerlo por papá.

    Mila.

    Me pregunto dónde estará la pequeña Mila. ¿Se la habrá llevado el agua, como lo hizo con Lena? ¿Qué será de sus inocentes cuerpos? Si quisiera encontrarlos, ¿por dónde debería empezar a buscar? Al menos sé dónde está papá, aunque no sea donde siempre quiso estar. Lo sabíamos con Matty, su voluntad expresa de ser enterrado junto a mamá. Ambos lo sabíamos, pero ninguno se atrevió a mencionarlo.

    Lo arrojamos a una fosa improvisada, sin ritos ni funeral.

    Lo hicimos todo mal, hasta el final y luego de éste.

    Y ahora, bajo todas estas luces, bajo este inmenso cielo oscuro, mientras tú gritas y me desgarras los oídos, mientras todo te duele horrores y acabamos de cometer una auténtica estupidez, yo… creo que voy a ahogarme. Me ahogaré si sigo tomándote por idiota, mintiéndote y mintiéndome. Lamento tanto, tanto haber tenido que llegar a esto para verlo con claridad. Voy a ahogarme y no quiero hacerlo, pero incluso por sobre eso, ya no quiero sentir que tus ojos le sonríen a alguien que no soy yo.

    Encontraste un camino hasta mi corazón, y ahora… quiero que sea real o no sea. Quiero que me sigas viendo así, Jez, pero una vez sepas los pecados que cargo en la espalda. Y si no eres capaz de hacerlo, no te culparé por ello. Dios, no lo haré.

    Lo que más deseo en este momento es seguir contando con tu infinito cariño.

    —Lo siento, Jez. No he sido del todo honesto contigo.

    Pero lo deseo tanto, con tanta honestidad y amor, que sólo me creeré digno de recibirlo si es a través de la verdad.

    —Hay algo que debes saber.

    Vaya, ¿esto es amor? ¿Amor de verdad? Dios, ¿puedo ser más idiota? Me hago la pregunta pero, en realidad, creo que siempre lo supe, que si no me corría de la línea acabaría estúpidamente enamorado de ti.

    Y no lo hice.

    Tomo aire, todo el que mis pulmones me permiten, y comienzo a hablar. Conservo la compostura de una forma increíble, y creo que es gracias al único pensamiento que me raya la mente.

    Perdóname. Por favor, perdóname, Jez. Perdóname, te lo pido por favor. Tan sólo perdóname.

    Nuestra guerra aún no ha acabado, pero sólo me creo capaz de superar la mía si tú me aceptas tal y como soy.
     
    Última edición: 17 Abril 2020
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  2.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Leo
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    Me duele la vida, ayuda.

    Tengo el corazón hecho un nudo extraño, apretado, casi me duele soltar el aire y joder, Gigi, es algo que solo tus palabras han tenido el poder de lograr. Transmitir toda esa angustia, esa sensación de estar perdido, de flotar en la maldita nada. La tensión que lo movió a por fin decírselo a Jez, la dulce Jez, que lo sigue amando.

    ¿Tendría el mismo efecto si no me hubiese encariñado con este niño de la forma en que lo hice? ¿Tendría el mismo efecto, si en mi propia cabeza perdida, meterle un tiro a alguien de mi propia familia para defender a otro, no hubiese sido una opción en algún momento? Creo que no supe hasta este momento por qué amo a este niño, entendía por qué Jez lo ama, pero no por qué yo también le había tomado afecto.

    Duele un huevo darme cuenta. Pero creo que el darse cuenta de algo siempre duele de alguna forma.
    Las decisiones son así, uno renuncia a una cosa para preservar otra, y Dios, lo cierto es que hay decisiones más jodidas que otras, más dicotómicas, más horribles. Y a mi niño le tocó una de esas, acabar con alguien para salvar a otro. Enterrar a su madre, enterrar a su padre, enterrar a Mila, dejar a Lena ir, saber que Dai también murió, y ahora aún falta Jez, como si no hubiese sido suficiente.
    Esto solo refuerza mi delirio, la estupidez que necesito hacer en el rol, porque sé que Jezzie no quiere que cargue con más cosas de estas.

    Oh god, me muero.

    Esto es increíble, en un sentido extrañamente bueno y doloroso a la vez. Lo que lograste, mujer, de verdad... Uff.

    Gracias por estas cosas, de verdad.
     
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