Colectivo The Bridge

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por rhapsodic, 9 Mayo 2019.

  1.  
    rhapsodic

    rhapsodic кучко. Comentarista empedernido

    Géminis
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    12 Julio 2010
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    Escritor
    Título:
    The Bridge
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3944
    THE BRIDGE
    BY; satellite, rhapsodic

    **

    Capítulo 1
    Efímero

    .
    .
    .


    Parecía que June, sin importar las veces que se viera en el mismo aprieto, jamás aprendería de sus acciones. Las láminas de cerámica de la buclera ya habían dejado una marca en la madera quemada de su escritorio, pues siempre, cuando acababa de acomodarse el fleco con las mismas, olvidaba apagar la máquina del demonio que siempre le freía el cabello; el vestido, el cual se había probado unas incontables veces en lo que iba de la semana —fijándose que el dobladillo mostrara lo mejor de sus piernas y el escote hiciera el milagro de inflarle el busto que aún, para su impaciencia, no le había crecido dentro de sus expectativas—, necesitaba una segunda pasada por las planchas para quitarle las arrugas de haber pasado tanto rato en el respaldo de la silla.

    June estaba a punto de enloquecer a su madre entre que no podía terminar de lustrar los negros zapatos de charol que se pondría esa noche, estaba a punto de enloquecer a la pobre Vanessa, que no daba a basto a revolver en la bolsa de maquillaje buscando el rubor específico que su amiga tanto le exigía, y por último, ella misma estaba a punto de enloquecer si la aguja grande del reloj seguía acercándose a las ocho de la noche. Jake y Bruce habían dicho que pasarían a buscarlas a las ocho, pero conociendo a Jake y su manía por conducir de forma precavida seguro llegarían quince minutos pasadas las ocho, y a sabiendas de que a Bruce le gustaba mirarse mucho al espejo, bueno, habría que sumar otros diez minutos a la espera.

    Sí, Vanessa y June iban a llegar tarde a su propia fiesta de graduación.

    Pero, ¿quién quería llegar temprano a su propia fiesta de graduación, llena de profesores y padres haciendo de chaperones, en donde servirían ponche que de ponche solo tenía el color porque seguro era jugo de sobre con agua del grifo, ni siquiera mineral? Asistir a una escuela pública en un pueblo relativamente pequeño no formulaba la idea más atractiva de fiesta de graduación para ningún adolescente de la época moderna, y se podía decir que solo habían dos motivos para asistir a semejante plastón con música desactualizada: porque querías tomarte una foto con tu pareja bajo el cursi arco de flores con el gorro de egresados que seguro se había puesto más de medio salón antes que uno, o porque tus padres querían tomarte una foto con el peinado que te había llevado unas cuantas horas y para el cual habías utilizado todos los ruleros que tenía tu abuela atesorados en un cajón con un aroma desconcertante, el vestido por el que habrían pagado un dinero excesivo y que seguramente no volverías a ponerte luego de esa noche, y por supuesto, tu flamante acompañante en el esmoquin que le prestó algún primo mayor y al que no lograba llenarle la espalda de la chaqueta y las mangas, seguramente, le terminaban a la altura del pulgar.

    No podían engañar a nadie si decían que tenían deseos algunos de asistir a esa fiesta, pero al lugar al que todos querían ir era, en realidad, a la casa de Stacy Jhones, que tenía una piscina en la que nadar sin sujetador hasta que algún gordo a punto de un coma etílico se tomara la molestia de vomitar su alma y vida en aquellas aguas; ¡que los rumores decían que incluso tenía un sistema de sonido de último modelo con el cual despertar hasta a los muertos de su sueño eterno! Pero lo más importante de todo era que la casa de Stacy estaba libre de padres, y por lo tanto, libre de cualquier clase de control.

    Porque todos lo sabían y nadie lo podía negar: lo mejor de las fiestas, era la fiesta luego de la fiesta en sí.

    —¡Mamá! —gritó June asomando la cabeza desde la puerta del baño, casi que atragantándose con la pasta dental que, más que limpiarle el mal aliento de las muelas y dejándola lista para acariciarle la laringe a su novio con la lengua sin ninguna clase de remordimiento, parecía reproducirse dentro de su boca como si fuera un animal sufriendo de rabia—. Joder… —balbuceó para sí misma, dándose vuelta más que rápido para salivar, sin darse demasiado tiempo para perder la atención de su madre, la cual tendía a ser bastante escasa—. ¿Dónde dijiste que estaba tu perfume?
    —¡Ni de coña pienses que te dejaré ponerte mi perfume caro, June! —respondió desde la cocina a todo pulmón, pues Willow Harvey sí que se tomaba sus fragancias en serio.
    —¡Pero mamá, que es una noche especial y solo te lo pediré por esta vez!
    —¡¿Y qué con todas las otras veces que me lo has pedido, niña?! ¡Pero si lo has usado más tú que yo! —respondió, sintiéndose aparentemente apasionada con destrozar aquella pobre zanahoria.
    —¡Pues no es mi culpa que nunca lo uses, mamá! Además, todas han sido ocasiones especiales… ¡anda, préstamelo, mujer! —contestó June, sin perder tiempo en revolver el botiquín.

    Si lo encontraba y se lo ponía sin decir nada, su madre no podría objetar y no dejarla usarlo una vez se hubiera embetunado el cuello en fragancia, ¿o sí?

    —¡¿Cómo que ‘mujer’?! ¡June Harvey!
    —¡Lo siento, madre querida! ¡Padre siempre te dice mujer y nunca dices nada!
    —¡Pero coño, niña, que es tu padre y que por algo es tu padre para decirme mujer! —gritó, dando un último cuchillazo a la pobre cebolla que casi que se había hecho puré sobre la tabla, haciendo temblar a las alubias que, aunque no necesitaran ser picadas, en algo Willow tenía que descargar su frustración—. Ay, la juventud de estos días… si yo le faltaba el respeto a mis padres de esa forma… —refunfuñó para sí misma.

    Vanessa, por su parte, rodeó los ojos mientras terminaba de mirar las nuevas fotos de sus redes sociales, pues como era obvio, había terminado mucho antes de arreglarse que June y su histeria. La diferencia era que Vanessa Smith, como era debido, había empezado a arreglarse a las horas debidas, y para empezar, se había lavado el cabello varias horas antes, no como June, que a las siete y cuarto de la noche se había decidido por meterse al baño.


    —¿No puedes usar mi perfume y ya, June? —sugirió, despegando la vista de la foto del horrendo vestido que se había puesto Jenna Carpenter—. Ni siquiera te has vestido, niña…
    —¿Estás de coña, Vane? —preguntó entre risas, acomodándose el pendiente que, muy a pesar de lo cotidiano que podía ser, no se podía comparar utilizar los pendientes que su tía le había prestado para la ocasión tan especial con los colgajos que a nadie le importaba perder tras un tirón de cabello—. Y cuando Jake y Bruce estén tan ebrios que no nos reconozcan si no es por el olfato, ¿qué haremos? Digo, no me molestaría que me prestes a Bruce por un rato, pero bueno, tú y Jake son primos…
    —¡¿Qué acabas de decir, June Harvey?!
    —¡Nada, mamá, que es la película que no dejas que Joey vea porque es muy joven, que la están pasando en el canal veintitrés!
    —¿En serio, June? —intervino Joey, su hermano menor, que a sus diez años ya pasaba demasiado tiempo en su habitación haciendo cosas totalmente dudosas.
    —¡Ni se te ocurra encender ese televisor, Joey! ¡Y te hablo muy en serio, jovencito!
    —¡Para nada lo encenderé, mamá! —replicó el niño, lanzándole una mirada de reproche a su hermana mayor—. Esta me las pagas.

    June rió para sí misma, saliendo del baño en ropa interior, a las apuradas por si se cruzaba a su padre en el camino. El partido de fútbol estaba a punto de empezar, lo cual significaba que él saldría de su estudio en cualquier momento para bajar, abrirse una cerveza, calentarse unas costillas de cerdo y sentarse a descansar la panza en el sofá más cómodo de la sala. Y que a June ni se le ocurriera pasearse frente a su padre llevando semejante atuendo, pues el hombre probablemente empezaría a moquear y a preguntarse en voz alta cuándo era que a su bebé le habían crecido los pechos.

    June amaba a su padre, de verdad que sí, y aunque Vanessa estaba cien por ciento habituada a las costumbres extrañas del señor Harvey, no dejaba de ser un poco vergonzoso que su mejor amiga fuera testigo de las locuras de su progenitor. Vio el reloj nuevamente y maldijo en voz baja, porque faltaban cinco para las ocho y ella aún no se ponía el vestido.

    —¡Vane! —gritó de nuevo, rodando los ojos al darse cuenta de que su amiga no estaba siguiéndola—. ¿Vas a ayudarme con el vestido o qué? Vamos, que si Bruce bebe tanto como sé que beberá esta noche entonces tendrás tiempo de sobra para revisar las redes sociales —terminó susurrando, asomándose a la puerta del baño para que su muy ocupada amiga fuera la única que escuchara lo que decía.

    Ya había tenido demasiado de su madre gritándole desde el piso inferior esta noche para durarle el resto del mes.

    —Perra. —Escuchó que la otra muchacha le decía, sin dudas siguiéndola ahora a través del pasillo hasta su habitación. El click, click, click de sus tacones prada contra el suelo eran prueba suficiente de ello—. No sé por qué decidiste acomodarte a tan última hora, ¿qué pasó?

    —Joey pasó —respondió June, tomando el vestido del espaldar de la silla en donde había estado postrado para, con asistencia de Vanessa, comenzar a ponérselo.

    El material era suave sobre su piel blanca y el color turquesa definitivamente hacía resaltar su cabello. Y sí, le faltaba un poco de busto —aunque Jack nunca paraba de decirle lo bonitos que eran así como estaban— y las pecas sobre sus hombros eran un molesto recordatorio de todo el maquillaje que tenía que utilizar para ocultar las que se encontraban en su rostro, justo sobre el puente de su nariz y sobre sus mejillas. Pero qué remedio, ¿no? A pesar de esos detalles, June se consideraba a sí misma una chica bastante atractiva.

    —Te dije que este color te quedaría estupendo —le dijo Vanessa con una sonrisa, dejando su teléfono, por fin, a un lado para apreciar el atuendo de June—. Jack tendrá un ataque al corazón cuando te vea usando esto, ¡y no juegues, hace que tu trasero se vea como el de Jennifer López!

    June no pudo evitar mirarla y alzar una ceja.

    —Vane, ¿en serio?
    —Deberías dejar todo ese tono de ‘mi-culo-es-gordo-y-feo’, June. No te queda. Y de verdad, no te estoy tomando el pelo, pero si no me crees, anda y mírate en el espejo. ¡Oh, oh, espera! —La chica salió de la habitación, y en menos de nada regresó con los zapatos altos que June tenía planeado ponerse esta noche—. Tus tacones. No te puedes ver en el espejo con un vestido como ese y no traer los zapatos puestos, no es de buena fuerte.
    —¿De dónde sacaste eso? —Rió sin poderlo evitar, porque aunque Vanessa parecía rígida y usualmente le prestaba más atención a las personas cuando estas trataban de comunicarse con ella a través de su celular en vez de cuando las tenía enfrente, realmente era tan espontánea como ella.

    —No lo saqué de ningún lado, no necesito respaldar todo lo que digo con el internet o con los libros, June, demonios. Empiezas a sonar como mi abuela —masculló Vanessa, pretendiendo sentirse ofendida cuando en realidad estaba mordiéndose el labio inferior cubierto de lápiz labial rojo con tanto ímpetu que Jude estuvo a punto de decirle que su sonrisa, en vez de blanca, sería carmín.

    Una vez que se puso los tacones, pasó ambas manos por sobre su estómago, hasta ubicar las manos en sus caderas mientras se veía en el amplio espejo ubicado en una de las paredes de su habitación, porque toda adolescente tenía por obligación ver cómo la verían los demás antes de cada día de casa, tenía que supervisar qué blusas la hacían ver plana o qué pantalones la hacían lucir muy caderona. Demonios, y que la llamaran vanidosa, pero June tenía que admitir que se veía sexy. El vestido abrazaba sus pechos y la línea de su figura tan espectacularmente que no podía evitar pensar que en vez de vestida, le habían pintado la piel, pero los tirantes sobre sus hombros, el escote y el largo del atuendo evitaban que se viera sucia en vez de pseudo-decente.

    Podía vivir con eso.

    Ahora, si tan sólo lograra salir de la casa sin que Jack le pusiera las manos encima frente a su padre, vistiendo esto, sería perfecto.

    El sonido de un auto estacionando frente al jardín delantero de su casa hizo que Vanessa corriera hacia la ventana de la habitación, con un chillido al que June estaba acostumbrada pero que sin duda todavía continuaba molestándole los oídos como en el primer día, la fémina dijo “¡están aquí, están aquí!”

    —¡June, Vanessa! —Escuchó a su madre cantar desde la cocina—. ¡Los muchachos están aquí!
    —¡Gracias, mamá, ya bajamos!

    June tomó su bolso de mano y su celular, que se encontraban sobre la peinadora en la que había pasado gran parte de la tarde decidiendo si quería llevar su cabello liso o rizado, y al recorrer el pasillo, tomando una bocanada de aire para darse valor a enfrentar el circo que la esperaba en el piso de abajo, miró a Vanessa y comenzó a bajar las escaleras.

    Jack Hamilton era, para no extenderse en la descripción, el modelo perfecto de adolescente estrella americano. Con su cabello sedoso y corte a la moda, sus ojos vivaces y sonrisa tan amplia y blanca, que a veces June se preguntaba qué había hecho tan bien en sus dieciocho años como para merecerse un novio que encima de apuesto fuera inteligente. Sí, Jack podía ser un idiota a veces con los estudiantes de grados inferiores, pero ella se había convencido hace tiempo de que las cosas simplemente eran como eran. Además, no era como si Jack fuera por ahí rompiéndole los anteojos a los chicos con miopía y tampoco le subía la falda a las porristas. Vanessa siempre se enteraba de todo lo que sucedía en la secundaria, si Jack hacía algo como eso, June definitivamente se enteraría.

    —Nena —Fue lo primero que escuchó salir de los labios de su novio, que la esperaba al pie de la escalera junto a Bruce y su madre, quien de inmediato se llevó una mano al pecho—, te ves preciosa, June. Absolutamente preciosa.

    —Gracias. —Aquello fue todo lo que fue capaz de musitar, sintiendo cómo la sangre se le iba a las mejillas y las rodillas le temblaban, porque a pesar de que no era inusual que Jack la llenara de elogios, hoy, con el vestido y el cabello, los zapatos y el maquillaje, June se sentía como una persona totalmente diferente, así que el hecho de que Jack se tomara la molestia de apreciar su esfuerzo por verse hermosa para él (y para la fiesta) esa noche, significaba mucho para ella—. Tú no te ves para nada mal, tampoco. —Sonrió amplio, llevando ambos brazos alrededor del cuello del muchacho para recibir el beso que él le plantó en los labios, sujetándola firme de la cadera.

    —Nada de toqueteos en mi casa, jovencito. Te quiero a quince centímetros de ella.
    —¡Diablos! Quiero decir, lo siento. Claro, señor.

    Vanessa no pudo evitar soltar una mini carcajada ante la aparición de John Harvey, el padre de June, quien al parecer no tenía ganas de perderse el momento en que su hija sería escoltada al baile de graduación. Claro, June pensaba que la repentina aparición de su padre se debía a su repentino impulso por hacerle saber a Jack que no importaba si ambos eran mayores de edad, June todavía tenía que volver a casa antes de las tres de la mañana. Por suerte, su padre tendía a olvidarse de sus toques de queda, demasiado distraído con el canal de deportes como para darse cuenta de la hora.

    —Te ves preciosa, June. —Su padre volvió la mirada hacia ella, suavizando su expresión inmediatamente—. Parece mentira. Siento que fue ayer cuando corrías desnuda en el jardín, comiéndote las flores, luciendo estas adorables colitas rosadas que…

    —¡Papá! —lo interrumpió con la voz en alto, mirando los rostros de todos los presentes nerviosamente. Vanessa no trataba de ocultar que se estaba riendo, Bruce se había dado la media vuelta para que no pudiera verlo (que seguro estaba riéndose, también, vaya imbécil) y Jack estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener una expresión seria. Su madre sólo negaba en dirección a su esposo, que sin duda había logrado avergonzar a su hija en el plazo de cinco segundos—. Papá, también te amo, pero tienes que dejar de contar esas historias.

    —Lo siento, tesoro, es sólo que… eras tan pequeña y ahora… ahora tienes pechos y, oh por Dios, June Harvey, ¿cuándo comenzaste a crecer tanto?

    —De acuerdo, mi amor, es hora de que June se marche. —Gracias a Dios, su madre intervino para salvar el día, cogiendo a su padre (que estaba cerca de romper en lágrimas) del brazo para comenzar a llevarlo escaleras arriba—. Chicos, no voy a tomarles fotografías porque confío en que serán tan amables de pasarme las que ustedes tomaron esta noche. Como ven —Willow miró a June—, tengo asuntos importantes que atender. Que se diviertan.

    Sin mayores preámbulos, todos se dirigieron a la puerta para marcharse. Un carraspeo hizo que June se detuviera a medio camino cuando los demás ya estaban de camino al auto; era su madre quien pretendía llamar su atención nuevamente.

    —No te pondré toque de queda porque sé que eres una chica responsable, June. No hagas que me arrepienta —le dijo seriamente, para luego sonreír y espantarla con un gesto de su mano—. Ve y sé joven, muchachita. Mira que la universidad no es como la secundaria.

    —Lo sé, mamá.

    Aunque estaba consciente de que Jack y los demás probablemente estaban ya en el auto, preguntándose en dónde demonios estaba su cuarta acompañante, June dejó la puerta para ir y darle un abrazo a su madre, oliendo el perfume no-tan-costoso que usaba a diario y el siempre presente aroma a hogar que la hacía sentirse en confianza. No se quejó para nada cuando los labios de Willow depositaron un beso en su mejilla, aunque sí hizo una mueca al sentir las manos sobre su rostro.

    —Mamá, mi maquillaje…
    —Oh, cierto, lo olvidé. Te ves hermosa, cariño. Ve, diviértete.

    No tenía que decírselo dos veces.

    Asegurándose de no dejar nada importante en casa, June salió, escuchando a su madre cerrar la puerta tras ella. Caminó sobre el camino de piedras entre el césped verde y húmedo del jardín hasta el BMW que Jack seguramente había rentado (porque, sí, ninguno de ellos era necesariamente pobre, pero tampoco eran ricos) para montarse en el asiento delantero. Porque obviamente, si Jack estaba conduciendo, entonces June debía ir en el asiento del copiloto.

    Al entrar, Jack la miró con una sonrisa durante un instante y puso en marcha el auto, ambos ignorando totalmente el ruido de la conversación entre Bruce y Vanessa.

    —¿Por qué te tardaste tanto? —Preguntó, sin despegar la mirada del camino. Esa era una de las cosas que a June le gustaban de Jack, que fuera tan consciente en todo lo que hacía; calentaba al menos veinte minutos antes de hacer deportes y conducía con cuidado.
    —Mamá me dijo un par de cosas, nada importante.
    —¿Por qué no pude ir yo en el asiento del copiloto, Jack? —todos escucharon quejarse a Bruce, quien sin duda estaba sintiendo el dolor de ser puesto segundo frente a June.

    Jack no hizo nada más que verlo a través del retrovisor y rezongar, como si la respuesta no fuera lo más obvio del mundo.

    —No puedes ir aquí porque yo soy su novia y tengo prioridad, Bruce. Pensé que ya lo sabías —contestó June con el propósito de molestar a Bruce, por supuesto, no en serio.

    Meterse con el otro era un juego que habían adoptado desde que se conocieron. Era costumbre, una totalmente inofensiva.

    —Eres un marica, Jack. No puedo creer que te dejes controlar por un par de tet… ¡Ay! ¡¿Por qué hiciste eso?!
    —Este par de tetas está a punto de golpearte en las pelotas si continúas hablando sandeces, Bruce. Así que mejor cállate.
    —¡Rayos, eres muy violenta! Demonios, guárdate las garras un rato, ¿quieres?
    —Eso no me lo decías anoche.

    Jack y June empezaron a reír, escuchando el intercambio de la pareja en el asiento trasero. Vanessa debería perdonarle un poco las faltas a Bruce, puesto que la mayoría de las cosas que decía no eran en serio; June pensaba que Bruce las decía sólo para que Vanessa dejara de ver el celular durante cinco segundos y le prestara atención.

    —¿Ahora quién es el marica, eh, Bruce?
    —Cállate, idiota. Mejor asómate a la estación de servicio, que Stacy avisó que quien no llevara alcohol a la fiesta no podría entrar —espetó el muchacho, aún acariciándose el costado donde su novia lo había golpeado tan fuerte, y la miró con recelo un par de segundos más, notando cómo la condenada había dejado de prestarle mayor atención para (probablemente) pasarse un rato por sus redes sociales, así que simplemente se acomodó mejor en su asiento—. Es una regla estúpida, si me lo preguntas, pero justa si te pones a pensarlo bien. Si yo hiciera una fiesta a donde asistirá tanta gente, también querría que me ayudaran con el suplemento de alcohol.
    —¿Y entonces por qué piensas que es estúpida?
    —¿Es que tú siempre tienes que decir algo para hacerme quedar mal, Vanessa? —Bruce gruñó, y Jude rió nuevamente, viendo las casas de su urbanización pasar a través de la ventana.

    Pronto, ella y los demás se encontraban estacionados frente a la solitaria estación de servicio, una tienda pequeña de mala muerte que solía estar abierta las veinticuatro horas del día, muy a pesar de que en el pueblito en el que vivían no había actividad nocturna. June suponía que la tienda permanecía abierta a semejantes horas para brindar abasto a los camioneros y viajeros que tuvieran que atravesar la zona para llegar a sus destinos, no sería inusual.

    —¡Yo no voy! —Gritó Vanessa, dando a conocer su indisponibilidad para bajarse del auto a comprar las bebidas.

    Bruce, siguiendo el ejemplo de su sabia (y en ocasiones, violenta) novia, repitió sus palabras. Jack solamente miró a June, encogiéndose de hombros mientras apretaba el volante. Él tampoco iba a bajarse, estaba conduciendo.

    June pensó entonces que no importaba cuán atractivos fueran los chicos o cuánto te llenaran de piropos al verte en un vestido, pues en el fondo, todos eran idiotas. ¿Jack de verdad la haría caminar hasta la tienda en esos tacones, viéndose como se veía, para comprar el alcohol?

    —¿En serio, Jack?
    —Lo siento, nena, pero no puedo dejar el auto solo.
    —Bruce y Vanessa están atrás…
    —Tú estás en el asiento del copiloto, Jane. —Bruce la interrumpió con voz cantarina, pensando que el karma era una perra, pero una que estaba de su lado—. Es tu responsabilidad, ayuda a tu hombre.

    Suspiró.

    —Idiotas.


    **

    N/A: Un proyecto viejo, del que he estado fangirleando durante mucho tiempo con ceci, la hermosa personita con quien estoy escribiendo esta maravilla.
     
    Última edición: 9 Mayo 2019
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