One-shot Mejor contar para que olvidar

Tema en 'Vocaloid' iniciado por Yoko Higurashi, 3 Agosto 2016.

  1.  
    Yoko Higurashi

    Yoko Higurashi Usuario común

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    Escritor
    Título:
    Mejor contar para que olvidar
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1881
    Mejor Contar para No Olvidar


    La abuela siempre solía contar historias de terror antes de dormir y acariciar nuestras cabezas mientras estábamos atemorizados, una sonrisa macabra se formaba en su rostro pero a la vez era confortable para pequeños niños como nosotros.


    Crecí en un pequeño pueblo llamado Castle Combe, ubicado en Inglaterra. Supongo que tuve padres, pero nunca los conocí, ciertamente fui adoptaba por la casa de Madame Meiko, y viví ahí mucho tiempo antes de casarme y tener mi propia familia. La señorita Meiko, o abuela, como solía decirle, era una mujer sumamente benévola con las personas no tan favorecidas como yo y eso es algo de agradecer.


    — ¡Chicos! ¡Voy a salir! —comentó con una fuerte voz, aquella noche— ¡Mi espada!


    — ¡Ya voy abuela! —grité para posteriormente recibir un coscorrón en la cabeza.


    — ¡Madam! —me miró con furia— aún no he llegado a mis treinta para que una cría se atreva a llamarme “abuela” —yo me empecé a reír mientras la miraba con tristeza.


    — ¿Volverás pronto? —pregunté angustiada.


    — ¿No me digas que estás preocupada? —dijo mientras se ponía la pechera de su armadura y se ataba su rojo cabello en una coleta.


    — No… sólo… —bajé la mirada, mientras ella acariciaba mi cabeza.


    — ¿Qué pasa? —ella me miró preocupada, a la vez que otros niños se acercaban angustiados.


    — Es que hoy es… —dijo uno de los gemelos de cabellos rubios.


    — …Nos Calan Gaeaf —dijo su hermana.


    Verán, en aquellos años, había algo equivalente a lo que hoy llamarían halloween, y eso era la Nos Calan Gaeaf y la Calan Gaeaf, que literalmente sería traducido como espíritu de la noche ó estación de invierno. En aquellos años, se contaba que eran en aquellas noches que los espíritus salían a vagar, por ende, los pueblerinos evitábamos cementerios, escaleras o cruces, porque temíamos encontrarnos con un espíritu extraño.


    Yo que apenas era una adolescente, vivía aterrada de aquellas historias y siempre temía quedarme sola aquellas noches donde la costumbre era que cada familia encendiera un fuego en medio del bosque y pusiera rocas alrededor con el nombre de cada miembro de la familia para evitar que los espíritus se acercaran o les hiciera algo.


    Era por eso que en la Nos Calan Gaef, la noche anterior del gran suceso, cada hombre de familia debía salir a una expedición en medio del bosque para cumplir aquella misión y así mantener a su linaje a salvo. Pero en nuestra pequeña casa no había ni un solo hombre que pudiera hacer eso, sólo Madame Meiko.


    — Prometo volver pronto —tomó dulcemente a cada uno, por los hombros, mientras besaba nuestras frentes— Len, Rin, Teto… —mencionando el nombre de cada uno— Gumi —hasta que finalizó con el mío.


    — ¿En serio? —me acerqué con lágrimas en los ojos.


    — ¡Lo juro! —me miró fijamente mientras sonreía y volvía a besar mi frente.


    Al poco tiempo, mientras se colocaba en la cintura una bolsa de cuero llena de piedras, con nuestros nombres; ella buscó a su caballo, el cual se llamaba Filipino, para ir y cumplir su peligroso objetivo. Subió pesadamente, mientras se movía lentamente: una mano en la rienda y otra en una lámpara para alumbrar la obscuridad.


    — ¿¡Estás lista Meiko!? —la llamó aquel chico de cabellos azules que solía pretender a Madame Meiko.


    — ¡Claro que sí perro! —gritó ella mientras agitaba las riendas de Filipino, el cual empezaba a correr a toda velocidad.


    Esa fue la última vez que vimos con vida a nuestra querida Madame Meiko, ya que todos los hombres de familia habrían vuelto a la mañana siguiente, exceptuando a Madame Meiko y Lord Kaito.


    Al día siguiente, cuando salimos a buscarla antes de que cayera la Calan Gaeaf, encontramos las huellas del caballo y las seguimos con cautela. Nadie del pueblo se había atrevido a acompañarnos, y no los culpo, ¿Quién se preocuparía por los residuos dejados en las guerras de Crécy? ¿Quién se preocuparía por niños que se desnutrían ante la hambruna que se daba en aquella época donde la comida escaseaba por familia? Sólo Madame Meiko,


    — Tengo miedo… —comentó una pequeña chica de pelo verde que conocíamos como Miku.


    — ¡Volvamos a casa! —rogaron los gemelos: Rin y Len.


    — ¿Qué va a pasar ahora? —dijo una pequeña y asustada chica de pelo rosa brillante.


    — No lo sé, pero no podemos dejar las cosas así —recuerdo haber dicho algo así mientras seguía avanzando, asustada.


    Llegando al centro del bosque, no encontramos más que cenizas rodeadas por nuestras rocas, con el nombre de cada uno: Rin, Len, Teto, Iroha, Miku, Mikuo, Haku, Neru y finalmente el mío, recuerdo el temblor que sentí cuando la roca de nuestra amada Madame Meiko no estaba.


    — N-no… ¡No está! —grité mientras todos nos sentíamos confundidos.


    — ¡No bromees! ¡Tiene que estar! —comentó Iroha furiosa mientras me quitaba de aquel lugar, pero por más que buscamos, su nombre nunca apareció. En aquella época, que una roca desapareciera del fuego significaba la muerte del miembro de la familia a causa de un espíritu.


    Ahí nos quedamos, llorando, en las cenizas de aquel fuego, lamentando la pérdida de nuestra querida madre, la abuela: Madame Meiko. Lamentamos nunca poder volver a ver sus ojos, su rojo cabello, ni sus hermosas manos acariciando nuestros rostros. Lloramos hasta que nuestros rostros se hincharon y ya no pudieron más, fue entonces que nos dimos cuenta que casi había anochecido.


    — Vamos… —habló el chico de pelo verde.


    — Debemos volver… —se levantó con pesadez Teto.


    Y cuando todos nos estábamos levantando, antes de que pudiera parpadear, recuerdo ver la sangre fluir mientras la cabeza de Miku salía volando frente a mis ojos. Recuerdo aquel cuerpo moverse velozmente mientras tomaba el cuerpo de cada niño y presionaba sus feroces mandíbulas con nuestros cuellos, recuerdo su mirada penetrante y su sed por acabar con nuestro último suspiro.


    Uno por uno fue tomado, no importaba que intentáramos correr, escuchaba el crujir de de las hojas y de los cuerpos caer al suelo a mis espaldas. Gritos y llantos, mientras yo estaba jadeante tratando de regresar al pueblo, el miedo recorría mi espalda mientras mis pasos se volvían cada vez más lentos por el cansancio, y me sentí perdida cuando una mano tomó mi hombro jalándome hacía atrás.


    — ¡Ah! —gritaba, mientras forcejeaba, intentando mantener lo último de vida que quedaba de mí— Madame… Meiko… —susurré mientras me aferraba a sus brazos llorando. Esa criatura que me estaba arrebatando la vida, era la madre que alguna vez la había protegido como lo más valioso de esta tierra.


    Siempre recordaré ese día, siempre lo odiaré, ciertamente lloré muchas noches rogándole a Dios haber muerto en lugar de ser lo que ahora soy. Mi último suspiro no fue llevado, y me fue dejado en cambio un cuerpo muerto en vida y lleno de arrepentimientos.


    Lo sucedido ese día, hasta hoy, sigue siendo un misterio para mí. Esa fue realmente la última vez que vi a Madame Meiko y muchas dudas recorren mi mente sobre esos sucesos. Me he preguntado que pasó aquella noche que partió a cumplir nuestra costumbre, me he preguntado sobre Lord Kaito, también sobre cómo se volvió en aquella extraña criatura y sobre todo… ¿Por qué de entre todos los niños fui yo a la única a la que dejó vivir?



    Intenté llevar una vida normal, me casé y tuve dos hijos que adopté de las pérdidas que hubo en la guerra de Poitiers, ya que yo era incapaz de tener hijos propios, nunca sabré si es por aquella naturaleza que adquirí o simplemente nací estéril. Mi esposo era un joven soldado, que posteriormente se volvería general de los ejércitos ingleses, para ese entonces él tendría veintiséis años y yo sólo veinticuatro, aunque mi apariencia sería la de una chica de catorce y mi alimento un tortura constante.


    Intentaba ser una buena esposa, cocinando para él y mis niños, pero a veces era insoportable el apetito que me causaba la gente del pueblo. Por ende, tenía que salir cada cierto tiempo para saciar esa hambre y sed, esa que hacía mi garganta arder cada vez que besaba a mi marido o a mis hijos, cada vez que era tocada y amada, esa hambre que me hacía sentir como un monstruo mientras aquel líquido rojo recorría mi cuerpo. Ahí lo sabía, que yo era un monstruo.


    Nunca se lo pude confesar a mi esposo, ya que el moriría victima de la muerte negra, dejándome viuda a la edad de treinta años. Mi hijo mayor, Gakupo, se volvería soldado siguiendo los pasos de su padre y mi hijo menor, Luki, se volvería un trovador que alegraría la vida de muchos pueblos sumidos en las desgracias de aquella cadena de guerras.


    Ellos crecieron, se casaron, tuvieron hijos y envejecieron, pero eso nunca me sucedió. Yo los vi partir a cada uno: muerte natural, muerte negra, asesinato, la guerra de Azincourt; a mis hijos, mis nietos y bisnietos, los vi partir lejos de mí, dejándome sola.


    Vi vidas enteras transcurrir frente a mis ojos, pero la mía no cambiaba, yo seguía siendo una adolescente de catorce años, una adolescente eterna, un monstruo que no podía frenar permanentemente su agonía por probar la sangre humana. Alguien que estaba solo, que veía vidas enteras marchitarse frente a sus ojos, y vidas nacer sin esperanza de que se quedaran mucho tiempo. Tuve que irme de pueblos muchas veces antes de que notaran mi secreto y fuera acusada de herejía y viví como vagabunda muchos años también.


    No importaba qué hiciera, cuántas veces dejara de comer o de beber agua o sangre, no importaba si me encajaba espadas o cuchillos, si me dejaba desangrar, era imposible, yo era incapaz de morir. Yo me había vuelto eterna sobre el planeta tierra, una muerta torturada por la vida, y muchas veces me pregunté por qué esto me había pasado a mí.


    No sé porqué confieso esto ahora, quizás una anciana como yo sólo quiere ser recordada en su cumpleaños número trescientos, quizá sólo quiero amargarme por vivir en la forma en que lo hago, nunca se sabe. Lo cierto es que cuento esto como nota de la existencia, para no olvidar lo que somos en este momento.


    A pesar de todo, no he perdido mi consciencia humana, ni mi razón de ser; a pesar de todo sigo siendo Gumi y eso no ha cambiado aún. Por eso no entiendo cómo la sed de sangre de la abuela pudo reaccionar de esa forma aquella noche, tampoco sé si era realmente la abuela, a veces me gustaría creer que no, para poder guardar ese pequeño recuerdo de amor que tengo con aquella mujer que me salvó en mi verdadera niñez.


    Y por eso, ahora, camino un camino distante, hoy en día, como una niña en cuerpo y una mujer en mente; camino buscando a aquella que era mi aliento y mi vida en mis tiempos de soledad, buscando a la que una vez me dio todo y me lo arrebató. Deseando la muerte más que cualquier cosa y repudiando el remedo de vida que se me ha regalado, busco la venganza y la redención, y eso se alcanzará cuando encuentre a la que me volvió en esto.


    A mi querida abuela, Madame Meiko.
     
    Última edición: 8 Julio 2017
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