Tengo ansias de poder Ella estaba hambrienta, el estomago le rugía y sus papilas salivaban. Sus ojos ámbar estaban contraídos en una pupila diminuta, pero sus orbes eran gigantes y casi parecían salirse de su rostro; su respiración era frenética también, al igual que el sube y baja de su pecho: La sangre se bombeaba a cada fibra de su ser, lista para ir de casería y saciar su apetito. Entonces; la invocación surgió positivamente, y el gran Rey vio ante él a una jovencita de unos dieciséis años revelarse. Encarnó una ceja, muy confuso, pensando en que tal vez había surgido algún fallo; en algún momento del ritual, algo tuvo que haber hecho mal... O eso pensaba su pequeño cerebro humano, que no podía entender ante que peligros se estaba enfrentando. —Oh, mi lord; ¿qué desea que haga por usted? —comentó risueña la jovencita, jovial entre sus telas que componían su vestido de seda... Un vestido morado grisáceo. —¿Cómo ha de saber que tú fortuna me traerás? —Porque podemos hacer un pacto de sangre, señor —contestó impoluta ante la imponente figura del amo y señor. El hombre desde su trono desolado meditó un momento. —¿Eres capaz de cortar tu cuerpo por mí? La chica alzó su brazo descubierto, por tener mangas abullonadas, y con una de sus elegantes uñas; cortó desde la muñeca hasta el codo. Una hilera de sangre roja cubría su blanquecina piel. —¿Ahora confía en mi? —Si; deseo ser el único y gran gobernantes de estas tierras. ¿Podrás con aquello? La joven chica soltó una carcajada, su alegría sonora rebotó por las vacías paredes del palacio. ¿Cuáles eran aquellos idiotas que invocaban demonios sin estar seguros de sus actos? Los más deliciosos. Anette lo sabía; le fascinaban.