Toyama Tateyama

Tema en 'Prefecturas' iniciado por Amelie, 4 Septiembre 2022.

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    Ciudad construida debajo del monte Tateyama; del cual tomó su nombre. Este monte es un viejo estratovolcán; conocida también en la religión sintoísta como una de las tres montañas sagradas (三霊山, Sanreizan) junto con el Monte Fuji (entre las prefecturas de Yamanashi y Shizuoka) y el Monte Haku; (entre las Prefecturas de Gifu e Ishikawa)
    El monte Tateyama significa "la montaña de pie" y es conocida por sus aguas termales conocidas como "Jigokudani" (vallea del infierno) dónde monos resguardan aquel sitio; se le conoce como valles del infierno a muchos sitios de aguas termales, pues hace referencia al vapor y agua en ebullición que surge a borbotones de pequeñas fisuras en el suelo congelado, rodeado por paredes de piedra abruptas y bosques fríos y hostiles.



    Gobierno:
    Es una ciudad libre; de poca densidad de población. Los viajeros suelen hacer una broma sobre esto; pues se menciona que Tateyama es dirigida por el clan Saru (サル monos) por sus hostiles huéspedes en el valle del infierno.


    Locales:
    Santuario sintoísta a la Diosa Amanozako
    Shukusha
     
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    El rol de Kohaku proviene de Shimotsuke







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    El recorrido ha Tateyama había sido complicado; las fuertes ventiscas los separaron de Soreku e Inukawa; pero Soreku envío a uno de sus lobos a la persecución de Reijiro y Kohaku quienes llegaron primero a la ciudad.

    Tateyama
    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]


    Reijiro se mantuvo siempre cerca de Kohaku; era su nuevo deber encomendado por su señor Hideyoshi; por lo que ni la naturaleza misma podía intervenir.

    —Menos mal este lobo nos ha seguido —mencionó Reijiro sacudiendo la nieve y manteniéndose a una distancia prudente del animal —Los emishi nos podrán rastrear con facilidad. ¡Mire! — señaló una pequeña posada entre la nieve —Podremos descansar un poco allí; también los caballos... y el lobo.

    —La nieve es hermosa —mencionó Hotaru ante Kohaku; pero algo en Hotaru lo hizo detenerse, mirando a Kohaku con detenimiento — Siento que no te trae buenos recuerdos, lo siento. No quise... —Hotaru no supo terminar la frase, no sabía todo lo que sucedía; pero sentía lo que Kohaku.

    Gigi Blanche pueden descansar un poco en el shukusha.
     
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    Había decidido apartarme un poco cuando supe que Ukita viajaría a Nagano, con la idea de escribir una carta dirigida a Takeda. Sabía que lo lógico habría sido permanecer junto a él, justo y como habíamos llegado a Shimotsuke, pero... Cuando Mitsuyo me entregó a Kusanagi envuelta, las voces se agolparon a mi alrededor y el océano de posibilidades repercutió en mi corazón, sentí mis propias palabras materializarse en el aire. Dioses, se lo había puesto a Takeda en la carta.

    Que temía que, más temprano que tarde, llegara la hora de tomar decisiones importantes.

    Cuando todos los caminos se definieron y las personas se dispersaron, pude tomar algo más de aire y tranquilizarme. Me giré hacia Reijiro, entonces, y me incliné ante él. Sentía bastante resquemor sobre la idea de que este hombre fuera a dar su vida por mí, pero comprendía la importancia de la lealtad; negarme habría sido una inmensa falta de respeto. Sólo podía confiar en Hideyoshi, en su juicio y en mis propias habilidades.

    —Será un honor que me acompañe, Reijiro-san.

    No iba a engañar a nadie, me ponía bastante nervioso viajar junto a puras personas que no conocía; al menos contaba con Hotaru. La presencia del muchacho era una suerte de fogata tibia, siempre lo había sentido así. Que se tratara realmente de Suzaku no hacía más que cobrar sentido. Observé a Kuroki, Ukita y a todos los demás marcharse en direcciones diferentes y el corazón se me apretujó en el pecho.

    Dioses, por favor, se los pido.

    Cuídenlos a todos.

    Nuestro viaje tampoco fue sencillo. Conforme avanzábamos hacia el Oeste, las tormentas recrudecieron y lograron aturdirnos lo suficiente para acabar separándonos. No había señal alguna de los emishi, aunque uno de sus lobos nos había alcanzado y suspiré con cierto alivio, observando al animal. Asentí ante las palabras de Reijiro. Si este pequeño nos había encontrado, ellos también podrían.

    Fue así que llegamos a Tateyama, situada al pie del monte. La nieve se deslizaba desde el cielo con vaivenes suaves y Chiasa observaba todo oculta entre los pliegues de mi ropa, resguardada del frío. No había una gran presencia de gente allí e intenté hacer memoria sobre todo lo que los Ancianos me habían enseñado.

    —Aquí veneran a Amanozako —comenté, valiéndome de mis conocimientos para, bueno, hacer algo de conversación. Tanto silencio me incomodaba un poco—. "Opositora de los cielos", también le llaman. Es hija de Susanoo, y posee un temperamento terrible. Quisquillosa, furibunda, va en contra de todo lo establecido y es una embaucadora. Es la ancestro de muchísimos yokai, como los tengu o amanojaku. A decir verdad, me sorprende que haya gente venerando a una diosa así.

    Esbocé una sonrisa ligera y repasé el paisaje con la vista; al exhalar, de mi boca se deslizó una nube de vapor. Chiasa ya se había escurrido de entre mis ropas en cuanto alcanzamos las calles de la ciudad y la dejé ser, absolutamente resignado. La voz de Hotaru hizo eco a mi lado y volteé el rostro hacia él sin ninguna expresión particular. Su pronta disculpa, sin embargo, suavizó tanto mi sonrisa como mis ojos.

    —Descuida —murmuré, conciliador, y alcé la vista al cielo—. Además... tienes razón, la nieve es hermosa. Lo es en verdad.

    Había una tormenta silenciosa albergada en mi corazón, podía sentirla desde que el clima había empezado a cambiar y el escenario se manchó más y más de este blanco impoluto. Era elegante, modesto y traía consigo ilusiones momentáneas, voces del pasado que se deslizaban entre el viento. Pero estaba bien.

    Iba a estarlo.

    Nos dirigimos entonces hacia el shukusha, con cuidado de dejar a los animales debidamente atados afuera. Ingresar a su vestíbulo me lanzó un escalofrío al cuerpo por el cambio de temperatura y fue agradable. Chiasa regresó de quién sabe dónde, trepó a mi hombro y se ocultó en la estola de lobo albino; yo me guardé las monedas a la velocidad de la luz, más que acostumbrado al proceso.

    Chiasa se robó sus jugosas monedas del día
     
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    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]

    Hotaru escuchó las palabras de Kohaku sobre Amanozako —Cuando las personas temen a la oscuridad; suelen venerarla. Así saben que aquel miedo se convertirá en un aliado —miró a Kohaku —Todos somos hijos de luz y sombra, nunca debes temer si tus convicciones son suficientemente fuertes para evitar ser consumido por inseguridades o deseos.

    Al entrar al shukusha, fueron recibidos por un hombre sentado en el suelo. Al alzar la visto pudieron notar que le faltaba el ojo derecho y estaba cubierto de cicatrices.

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    —Una fuerte ventisca la de este día — aquel sitio era pequeño, reafirmando que no recibían muchas visitas. Aquel hombre estaba armado; parecía un huésped más; pero nadie además de él parecía estar en aquel sitio —¿Tienen caballos? —miró hacia Kohaku mientras veía como la ardilla trepaba a su hombro —¡Tamura!

    Un muchacho no tardó en aparecer.

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    —Dígame en que puedo servirle señor Yoshio— dijo el joven que respondía al nombre de Tamura.

    —Encárgate de sus caballos; llévalos al establo o no sobrevivirán esta tormenta— mencionó Yoshio, el hombre de las cicatrices.

    Tamura afirmó con entusiasmo después los observó —¡Bienvenidos! — tras esa palabra salió del shukusha a resguardar a sus caballos, y de paso, al lobo.

    —¿Han venido a visitar templo?— preguntó Yoshio sin levantarse.

    Gigi Blanche estadísticas actualizadas
     
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    Volteé el rostro hacia Hotaru cuando habló, prestando la debida atención a sus palabras, y regresé la mirada al frente para reflexionar en torno a ellas. Había sonado similar a Ebisu y pensé, otra vez, en Rengo. Ese niño jamás lo había comprendido, ¿cierto? Que no existe tal cosa como los polos absolutos. Por ello me desagradaba la... clasificación que había entre la magia de luz y oscuridad. Ocurría en el onmyodo, también en el shugendo.

    —Ese es el problema muchas veces, ¿no? —murmuré, caminando con calma—. Nos enseñan que temer a la oscuridad es natural porque allí residen todos los demonios y todos los monstruos de nuestras pesadillas. Pero están equivocados. La oscuridad sólo es parte de nosotros mismos, y en tanto no la aceptemos...

    Seguiremos afirmando máscaras contra nuestros rostros.

    Lo había visto la vida entera, a través de los orificios de la arcilla. Ni siquiera había podido rascarme o secarme la cara cuando hacía calor en verano, y a Chiasa le habían teñido el cabello constantemente para ocultar su mechón albino. No lo habían aceptado nunca.

    Nosotros no les castigamos, fue su falta de convicción lo que llevó el mal a tu villa.

    Quizás Ebisu tuviera razón.

    En el shukusha nos encontramos a un hombre sentado en el suelo. Mapeé los alrededores, confirmando que era la única persona a la vista, y me incliné ante él apenas reparó en mí. Fue breve, oí que llamaba a alguien más y me erguí, portando una sonrisa cordial.

    —Los cielos han amanecido agitados —acordé, y asentí cuando preguntó por nuestros caballos.

    Un muchacho joven apareció, estaba al servicio del hombre y nos dio la bienvenida en su camino hacia el exterior. Siquiera me dio tiempo a agradecerle.

    —Así es —afirmé sobre nuestras intenciones de visitar el templo—. Nos gustaría visitar el monte sagrado.

    Recordaba que Mitsuyo había hablado sobre la madre de Inuzuka, pero en ningún momento nadie me había facilitado su nombre. Vaya, se suponía que llegáramos aquí todos juntos. Mantuve la sonrisa cordial, pese a sentir algo de nervios encima, y avancé un único paso en dirección al hombre.

    —Señor... Yoshio, las fuertes ventiscas dificultaron nuestro viaje y acabamos separándonos de nuestros compañeros. No dudo que lograrán llegar aquí, pero una de ellos venía en busca de su madre y quizá pueda ayudarla mientras tanto. Ocurre que no conozco su nombre. —Me relamí ligeramente los labios—. ¿Hay una mujer aquí relacionada a los emishi?
     
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    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]

    Yoshio no tenía un rostro amable; sus cicatrices lo hacían ver mal encardado; pero se quejó al escuchar el nombre de los emishi —Aquí no hay bárbaros —dijo de manera despectiva — Si hay alguien como ellos en la montaña, será con los monos que la habitan —observó a Reijiro, quien comenzaba a mirar de manera distinta hacia Yoshio; todos los presentes estaban armados, y todos eran conscientes de ello.

    —Hace tiempo una mujer subió la montaña; pero jamás bajó, seguramente murió allá arriba —dijo hacia Kohaku — No es un sitio seguro; es un sitio sagrado por algo. Sólo los kamis pueden pisarlo, los humanos no suelen ser dignos. Todos mueren. Por eso estoy yo aquí; recojo los cuerpos sin vida de los que se creen más fuertes que la naturaleza; limpio la montaña para que permanezca pura.

    —¿Entonces no hay más personas en el templo?— preguntó Reijiro

    Yoshio rio —Si que las hay — respondió Yoshio y a sorpresa de Kohaku señaló hacia Hotaru —Personas como él. Si no ven los pies... están frente a un yurei —sonrió ante Hotaru.

    Reijiro miró hacia Kohaku con confusión.

     
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    La reacción de Yoshio se mantuvo en línea con lo poco que había visto en este tiempo. El señor de Shizuoka había utilizado esa misma palabra, bárbaros, para definirlos. No conocía las razones para que tal desprecio se hubiera engendrado y expandido por Japón, de modo que mantuve mi rostro sereno. Advertí que el hombre deslizaba su mirada a Reijiro y yo hice lo mismo, pero para sonreírle a la Montaña y asentir ligeramente.

    Mejor conservar la calma, ¿cierto?

    El ascenso al monte no sería sencillo, aparentemente; ya lo había pensado y Yoshio lo seguía confirmando. Luego de que Reijiro hablara, el hombre ante nosotros rió y... señaló a Hotaru. La sorpresa se imprimió en todo mi rostro, fue inevitable y volteé hacia el muchacho. Reijiro también me estaba mirando y pasé saliva, algo nervioso. Dioses, no estaba nada acostumbrado a ser el... portavoz de un grupo ni mucho menos. Nunca había sido un líder ni había tenido personas a cargo.

    Era algo agobiante.

    —Puede verlo —murmuré, recuperando la calma al asimilar la idea, y tuve que ignorar la confusión de Reijiro por el momento; miré a Yoshio—. ¿Acaso es un onmyoji, señor?
     
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    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]

    Yoshio miró a Kohaku —¿Onmyoji? ¿De qué demonios estás hablando muchacho? — en verdad estaba confundido —Pero si es una manera de los nobles para decirle a los que vemos a los yurei, si; puedo verlo.

    —¿Y oírme? — preguntó Hotaru

    —También, por desgracia. Las muertes en la montaña suelen ser por ser víctimas de los mismos elementos; por eso sólo escucho quejas sobre el frío — mencionó Yoshio sin sutileza alguna.

    Reijiro miraba a Yoshio y después a Kohaku, completamente confundido.

    Después de eso, el joven Tamuro volvió del exterior. Al entrar se sacudió la nieve en la entrada y se frotó los brazos para generar calor —¡Qué frío! ¡Dioses! — mencionó mientras se estremecía.

    —También los vivos se quejan de lo mismo —atajó Yoshio —Es molesto, quejarse de lo evidente...

     
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    No pude más que esbozar una sonrisa bastante avergonzada cuando Yoshio me espetó sin demasiado decoro que no tenía idea de qué le hablaba. A ver, ¿y quién me mandaba a dialogar de buenas a primeras con un sujeto tan hosco? Ahora más que nunca deseaba que los emishi no se hubieran separado de nosotros y que el padre de Ukita pudiera encargarse de la conversación. Pero bueno, le había jurado lealtad a una causa nacional.

    Lo mínimo era hablar, ¿no?

    Era sorprendente que este hombre fuera capaz de ver espíritus sin tener idea de onmyodo y, suponía, tampoco shugendo. ¿Se trataría de una habilidad innata? ¿O había aún más corrientes de pensamiento que desconocía? Vivía al pie de un monte sagrado, ¿quizá fuera a causa de la energía del lugar?

    —Esta habilidad... —murmuré, algo indeciso, y junté coraje para verlo a los ojos—. ¿Es común a los habitantes de Tateyama?

    El reingreso del muchacho me quitó algo de los nervios de encima al redirigir la atención de todos. Lo vi quitarse la nieve y parpadeé, sonriéndole a modo de agradecimiento. En el recorrido también topé con Reijiro, lucía francamente confundido y sentí un mordisco de culpa aferrándose a mi pecho. Hideyoshi lo había dejado conmigo, y por la lealtad a su Señor velaría por mi seguridad... hasta la última de las consecuencias, ¿verdad? Me correspondía ser honesto con él.

    —Lamento si sueno indiscreto —agregué tras la irrupción de Tamuro, volviendo a Yoshio—, sólo me sorprende. Más que una "forma noble"... el onmyodo es una escuela de energía espiritual, para controlar el Qi. También existe el shugendo. ¿No ha oído hablar de él tampoco, señor Yoshio?
     
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    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]

    Yoshio se talló el rostro, se notaba que esa conversación lo estaba comenzando a desesperar; pero no por ello mandó a callar a Kohaku, tomó aire y lo dejó ir Trata bien a los clientes, o perderemos ganancias dijo en voz baja, como si aquello fuera un sutra que lo relajara; pues al instante, sonrió ligeramente hacia Kohaku —No es común, no es común en ningún lado; deberías saberlo. Seguramente tú has conocido a pocos que pueden hacerlo ¿No es así?

    —¡OH!— Gritó Tamura —¡Están hablando de los yurei! ¡Qué emocionante! —dijo ante Kohaku —El señor Yoshio es muy especial por eso aquí en Tateyama; y por eso todos le tienen miedo. Yo no, me quedé porque admiro su trabajo.

    —Nadie te preguntó nada a ti, Tamura— espetó Yoshio para después mirar a Kohaku — Patrañas — dijo sacudiendo sus manos — Como aquellos que dicen que debes enterrar a los muertos mirando al norte; el muerto se entierra y mira al cielo; si lo enterrara mirando al norte debería enterrarlo de pie, eso es cavar más profundo, no haré eso —Yoshio no era un hombre anciano; pero se comportaba como un anciano ermitaño, arisco y rejego a nuevas cosas — Del onmyodo jamás había oído nada —dijo como si se hubiese arrepentido de su respuesta tan bruta —El shugendo, de ese si he oído hablar; es la práctica de los yamabushis, los guerreros de las montañas. Cobardes —señaló a Kohaku —No eres uno de esos ¿Cierto? —Negó — si fueras uno ya me hubieras atacado por la espalda, eso hacen.

    —El señor Yoshio está muy amargado por eso — mencionó Tamura con una sonrisa — Había yamabushis en el templo hace algunas estaciones atrás, antes de que yo llegara. Al parecer abandonaron la ciudad para unirse a las filas de los Taira.

    Yoshio le aventó un trapo sucio a Tamura para que se callara — Si quieres contarles mi vida y la de cada miembro de Tateyama, puedes hacerlo guiándolos por la ciudad si así lo desean —miró a Reijiro— Pero no suban a la montaña. Estoy cansado, no quiero recoger sus cuerpos por la mañana. No quiero ver sus espíritus quejándose porque se cayeron en una grieta...

     
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    Yoshio parecía de todo menos contento con nuestra presencia, y en especial mi voz, cosa que intenté ignorar de la mejor forma posible para no seguir avergonzándome. Además, se estaba esforzando por ser amable, ¿no? Debía enfocarme en eso, le saliera... bueno, más o menos bien. Su respuesta, sin embargo, dibujó en mi rostro otra sonrisa avergonzada y asentí ligeramente.

    —He conocido pocos, tiene razón. Aunque tampoco he visto mucho del mundo —admití, en el tono suave y conciliador de toda la vida—. Discúlpeme si por ello lo incordio, señor. No es mi intención.


    La intervención de Tamura sirvió, otra vez, para aligerar el ambiente. Intercambié la mirada entre ellos a medida que hablaban, manteniendo una expresión neutral. Yoshio lucía bastante... escéptico con respecto a muchas cosas, y al parecer ni siquiera creía en el onmyodo. Los Ancianos de la villa también me lo habían negado siempre, así que en cierta forma no debía sorprenderme. ¿Estaría utilizando su Qi sin saberlo? ¿O era otra cosa?

    Sobre el shugendo sí sabía, de cualquier forma, aunque tampoco parecía tener una opinión muy positiva al respecto. Su pregunta tan directa y repentina me hizo alzar las cejas y negar casi en automático. Definitivamente no confiaba en los shugenjas. La información que soltó Tamura luego captó casi toda mi atención.

    ¿Shugenjas entre las filas Taira? Sonaba familiar.

    —Vaya, esa es una forma de hablar del Imperio —murmuré sin ningún signo de amenaza u hostilidad, y casi al instante esbocé una sonrisa—. ¿No lo cree, señor Yoshio?

    ¿Y de dónde había sacado el coraje? Hombre, ni idea, pero que soltaran ese tipo de cosas tan a sus anchas me recordó que también servía a la causa de los Minamoto, y que dar con renegados del Imperio también era de suma importancia.


    —¿Me contaría más sobre los shugenja que abandonaron la ciudad? —pedí, la sonrisa casi cerrándome los ojos—. Bueno, o puedo preguntarle a Tamura-kun mientras demos el paseo, claro. No deseo perturbar su tranquilidad más de la cuenta, señor.
     
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    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]

    Yoshio sonrió sincero; pero no era una mueca amable, era burlona —¿Incordiar? Oh no, la presencia de nuevas personas no me molesta en lo absoluto; me molesta que quieran subir a la montaña.

    —El señor Yoshio es amable; ha hecho de su tarea recoger los cadáveres pero no es su obligación; lo hace para darles un descanso digno. Eso es amabilidad —Tamura dijo con una amplia sonrisa mientras Yoshio sólo se quejaba.

    Tamura sonrió cuando Kohaku habló sobre el Imperio y cómo buscaba obtener una mejor respuesta de Yoshio; Yoshio sólo rascó su mentón.

    —Por fortuna Toyama no se ha embarrado con asuntos del Imperio o del ascenso de nuevas resistencias— la voz de Yoshio era monocorde, aburrida — Si algunos imbéciles quieren derramar su sangre para personas que ni saben de su existencia... pues que lo hagan, y mueran en otra montaña... dónde nadie los buscaráesto último lo dijo en voz baja; pero el sitio no era muy grande, por lo que se pudo escuchar.

    Kohaku preguntó por los yamabushi que habían abandonado Tateyama; Yoshio lo miró con atención —Mi tranquilidad se esfumó ese día muchacho; lo recuerdo muy bien, a veces hay eventos que se quedan incrustados en uno; cómo una astilla delgada; molesta e imperceptible. Sabes que está allí porque incomoda; pero no puedes arrancarla.

    Tamura borró su sonrisa. E invitó a Kohaku y Reijiro a sentarse en unas almohadillas que él mismo acomodó, indicándoles que tal ves estarían de pie por un rato.

    —Los yamabushi; eran guerreros que defendían Tateyama, se mantenían ocultos en las montañas para no ser jamás emboscados. Muchos de los habitantes de Tateyama les daban alimentos los cuales dejaban en el templo; por las noches, recolectaban estas ofrendas; se quedaban con un poco y lo demás lo llevaban a la cima del monte Tateyama; ofreciéndoselos a Amanoako, y así calmar su furia. Eran los únicos capaces de hacer ese ascenso, porque eran fuertes y astutos. Y cumplían con su palabra.

    Yoshio pausó brevemente mientras se acomodaba, miró a detalle a los presentes incluyendo a Hotaru y continuó —Había tres guerreros a los que los demás yamabushis siempre obedecían. El primero era Seiji Tachibana; nadie era tan rápido como él, tan explosivo en ataque y tan sigiloso que era imposible saber de dónde provenían las flechas —la sonrisa de Yoshio apareció; al parecer, recordar aquellos momentos era un grato recuerdo —El otro era Shimotsuke Ohara...

    Hotaru observó al instante a Kohaku, ambos conocían ese nombre.

    —Nadie tenía la destreza que tenía ese hombre, impecable su uso de la katana y un jinete sublime. Por último estaba Seizo Honda, un monje que había dominado su cuerpo a tal grado de no necesitar de un arma para ser letal. Estos tres hombres se conocían como Yama no mittsu no me; los tres ojos de la montaña —sonrió con malicia — Y eran nombrados así no sólo porque cuidaban de la montaña, sino porque también...

    —¡Los tres se habían sacado el ojo derecho para ofrendarlo a Amanoako! —Interrumpió Tamura. Y mientras Yoshio lo regañaba por interrumpir. Hotaru habló hacia Kohaku en voz baja.

    —Mi padre; es verdad. No tenía uno de sus ojos; pero me había dicho que lo había perdido en un combate.

    Después de que Yoshio terminara de regañar a Tamura continuó con su historia — El primero en abandonar Tateyama fue Seizo; nunca dio motivos, sólo desapareció. Algunos creyeron que había muerto en la montaña; pero nunca fue encontrado. El segundo fue Shimotsuke; mencionó que tenía una misión encomendada por los mismos kamis. De ese modo, todos los yamabushi quedaron al mando de Seiji —su sonrisa por los recuerdos desapareció, indicaba que el relato comenzaría a tornarse funesto — Shimotsuke jamás regresó, supimos después que se volvió un samurái, al servicio de un señor. Pero Seizo lo hizo; pero cuando volvió, lo hizo con un nuevo séquito. Uno que atacó la montaña. Seizo asesinó a Seiji allá arriba, de una manera tan cobarde...—Yoshio apretó los puños —... Seiji tenía una mujer e hijo; la mujer conocía a Seizo, confiaba en él. Ella jamás hubiera imaginado que cuando Seizo pidió cargar a su hijo, este iba a hacer lo más despreciable que un ser humano puede hacer —Yoshio negó — Seizo tomó al niño del brazo, sosteniéndolo en el aire sin cuidado; el pequeño sólo tenía cuatro primaveras cuando su brazo se dislocó en el aire; para luego... —bajó la mirada — ... ser arrojado al acantilado.

    Tamura también reaccionó ante esa historia; bajando la mirada y apretando sus puños sobre sus piernas cruzadas.

    —Seiji hizo lo que cualquier padre desesperado hubiera hecho; se lanzó detrás de su pequeño... —Yoshio miró a Kohaku — Seizo le advirtió a los yamabushi; dijo que si no lo seguían, sus nuevos hombres los exterminarían. La gran mayoría aceptó sus condiciones; sin Shimotsuke o Seiji, los yamabushi permanecerían sin líder.

    —Pero, hubo yamabushis que se negaron a seguir a Seizo —interrumpió Reijiro, para después señalarlo.

    —Y todos los que se negaron; pasaron por el filo de enemigos diez a uno; nunca hubo manera de ganar; o pertenecías al grupo de Seizo para unirse al Imperio y su estúpido ejército; o morías en la nieve. Decidí morir en la nieve —Mencionó Yoshio, afirmando ante la sospecha de Reijiro —Yo era uno de ellos; pero a quienes consideraba como hermanos, me destruyeron. Dejándome a morir. Así es, yo era uno de ellos.

    —Pero la montaña lo trajo de entre los muertos — sonrió Tamura hacia Yoshio.

    Yoshio afirmó —Yo debí haber muerto en la montaña; así como lo hizo mi líder Seiji. Pero sobreviví porque la montaña así lo quiso; pero me quitó lo mismo que mis maestros entregaron voluntariamente.

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    —Me quitó parcialmente mi vista; pero me entregó otra mitad que yo desconocía —señaló a Hotaru y sonrió — Imagínate despertar y estar rodeado de tus amigos con los que enfrentaste tu última pelea; verlos allí y pensar que habíamos sobrevivido todos; para después darme cuenta que estaba solo, con los espíritus de los que alguna vez fueron mis hermanos implorándome que los ayudara a descansar.

    Miró a Kohaku —Y mi deber sigue incompleto... jamás encontré a Seiji ni a su hijo. Al menos no sus cuerpos... el espíritu de Seiji, mi maestro; mi amigo... sigue vagando la montaña buscando a su pequeño. Y por ello sigo aquí, por eso impido que personas suban a la montaña; las quejas de sus espíritus me impiden escuchar los que aun estoy por descubrir.

     
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    Gigi Blanche

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    Suponía que el hastío de Yoshio tenía su punto, debía estar harto de que la gente se aventurara hacia la montaña sin conocer las condiciones de la hazaña y, luego, que la responsabilidad moral lo obligara a encargarse del asunto. Quizá fuera de naturaleza amable, sólo que cubierto bajo varias capas de testarudez y modales hoscos. Me recordó a Takano y la tontería quiso hacerme sonreír, pero lo contuve.

    Al menos, ahora me sentía más tranquilo en su presencia.

    Con respecto a la situación de la guerra, más que renegado del Imperio parecía no interesarle el asunto a secas. Había personas que vivían como si no hubiera una ley sobre sus cabezas, aislados del país y alejados de la mano gubernamental. Nuestra villa había sido así, al menos dentro de lo que yo había conocido, y allí radicaba el problema: incluso pareciendo una ilusión, siendo tan distante que siquiera se vislumbra en el horizonte, nadie está lo suficientemente lejos. Nadie, ningún pueblo, ningún ciudadano, es intocable.

    Pero Yoshio ya lo sabía, ¿verdad?

    Cuando Tamura nos ofreció sentarnos, se lo agradecí con una sonrisa y desvié la mirada brevemente hacia Hotaru, en parte para disculparme con él por no recibir una almohadilla; no tenía mucho sentido, lo sabía, pero no podía evitar que me diera pena. Luego, Yoshio comenzó su historia. Pude entenderla gracias a lo que Mitsuyo ya me había confiado. El nombre del primer yamabushi lo asocié inevitablemente a Sora, siendo que compartían apellido, aunque la verdadera sorpresa vino con el segundo. Amplié los ojos y miré a Hotaru, regresando a Yoshio al cabo de unos segundos.

    Shimotsuke Ohara.

    Me incliné suavemente hacia Hotaru cuando percibí la voz del muchacho cerca mío, intentando procesar la historia al ritmo en que Yoshio la contaba. El relato tomó un giro fúnebre poco después, pude percibir las emociones tanto de Tamura como de Yoshio; impregnaron el aire, lo tiñeron de colores oscuros y me vacié los pulmones, sintiendo una presión incómoda en el pecho. Nunca antes había oído nombrar a Seizo Honda, pero parecía estar alineado con el Imperio y, culpa de ello, causó una enorme tragedia en Tateyama.

    Adonde sea que fueran, los Taira sólo quitaban.

    Era una historia fascinante, más allá de la desgracia. ¿Cómo era que Yoshio había revivido, y con la habilidad adquirida de ver espíritus? ¿Habría sido voluntad de los Dioses? ¿De Amanozako, quizá? ¿Por qué él y no sus compañeros?

    Pero, ¿y si no había sido el único?

    —Fue muy valiente, señor. —No creía que a una persona como Yoshio le interesara la opinión de un simple forastero, pero aún así sentí el deber y el deseo de tomar aire e inclinar la cabeza frente a él, las manos en mi regazo—. Fue realmente valiente.

    Tras erguirme, busqué su mirada y le dediqué una sonrisa cálida. Había visto la nostalgia con la cual rememoró los buenos tiempos, no podía simplemente quedarme callado.

    —Shimotsuke Ohara... Hay un pequeño pueblo en Tochigi con su nombre. Es una comunidad admirable, todas las mujeres que la componen son verdaderas guerreras al servicio de la causa en la que creen. La causa, estimo, que alejó a Ohara de esta montaña. —Una cuota de tristeza empañó mi semblante, pero aún así no dejé de sonreír—. No pude conocerlo, lamentablemente, pero sí conocí a su esposa. Una mujer tierna de corazón y fuerte de espíritu. Y también conocí a su hijo, quien luchó hasta su último aliento contra los Taira en la guerra de Utsunomiya.

    Desvié la mirada a Hotaru, entonces, y le sonreí antes de regresar a Yoshio. No estaba seguro de habérselo dicho nunca, pero realmente creía que era un muchacho increíble.

    —Lo que ocurrió aquí fue una indudable tragedia, y los caminos de los Dioses muchas veces se presentan misteriosos... pero jamás son oscuros. —Tomé un poco de aire y lo solté por la nariz—. Si algún día lo desea, señor, puede visitar Shimotsuke. Creo que será muy bien recibido. Allí permanece la tumba de Ohara, en un hermoso campo de flores que Hotaru plantó en su memoria. Las flamas de oro que jamás fueron cortadas.

    Sabía que Hotaru no era el verdadero hijo de sangre de Shimotsuke, pero por él había sido criado y educado, por él y su madre había sido amado. No había diferencia. Y no tenía forma de asegurarlo, pero... sentía un gran peso en el corazón de Yoshio. Saber que Hotaru era hijo de su maestro y a lo que había dedicado su vida, saber que había sido amado y que su despedida no había sido en vano, quizá, sólo quizá, contribuyera a alivianarlo.

    Volví a tomar aire, esta vez para quitarme algo de la melancolía de encima, y dejé caer suavemente las manos sobre mi regazo.

    —Bueno, ¿qué le parece si alcanzamos un acuerdo? De ese modo, en caso de tener que buscarnos en la montaña, al menos será tras haber hecho algo por usted; porque no hay forma de que no subamos. Así como Ohara... nosotros también tenemos una misión que cumplir. —Mantuve mi mirada en él con la intención suficiente para que confiara en mí, pero sin hacer más preguntas—. Como pudo confirmar, también puedo ver espíritus. ¿Le parece si, en el ascenso a la montaña, lo ayudamos en la búsqueda de su maestro y su hijo?
     
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    Amelie

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    Shukusha

    [Reijiro; Kohaku; Lobo; Hotaru]

    Hotaru sonrió al escuchar la voz de Kohaku. Yoshio notó aquella complicidad mientras Kohaku hablaba, no se necesitaba demasiado para poder entender aquella dinámica, además de que Yoshio era lo único que hacía constantemente, escuchar a los espíritus; porque ellos sólo podían expresarle sus quejas o dolores; pero Hotaru era distinto, él no se quejaba, el sólo existía como si fuera uno más, y aquello era algo refrescante para Yoshio.

    —Shimotsuke ¿eh? —repitió Yoshio —Si es soleado lo visitaré; la nieve ya me tiene harto —Respondió sin decir nada sobre su comentario sobre su valentía

    Yoshio se levantó y se fue hacia su habitación.

    —¿Eso fue un "no me interesa"? —Preguntó Reijiro hacia Tamura.

    Tamura negó —Yoshio no gasta energía sin objetivos claros. Si quisiera ignorarlos lo hubiera hecho allí sentado —sonrió.

    Yoshio volvió a la habitación y le entregó a Kohaku un pergamino.

    —Para que no subas sin conocimientos— aclaró Yoshio —Es un mapa.

    —¿Puedo ir? —preguntó Tamura con energía hacia Yoshio, después se giró hacia Kohaku —¿Puedo?

    —No vayas al santuario de los monos —recalcó Yoshio —No son amables —se acercó a Kohaku y señaló en el mapa un sitio con un árbol enorme entre la capilla y la casa dibujadas en el mapa — Allí fue dónde Seiji saltó... si esperas ver su espíritu, será por ese sitio.

    Gigi Blanche puedes ir directamente a la montaña o ir a otro sitio de la ciudad.
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    Gigi Blanche

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    La respuesta de Yoshio, por breve o indiferente que pudiera haber parecido, fue más que suficiente para dejarme tranquilo. Había usado mi voz, esa que durante buena parte de mi vida habían pretendido negarme; la voz que había comenzado a descubrir junto a los Minamoto y junto a Rengo, a la orilla de las costas de Shizuoka. Y se sentía bien, Dioses. Aún me daba algo de miedo, pero se sentía bien usarla.

    Asentí con ganas, y en la sonrisa se me coló casi la ilusión de un niño pequeño.

    —Sí, es soleado. Al menos más que aquí.

    Aunque eso tampoco era difícil, ¿cierto?

    Tras eso se fue sin dar explicaciones, pero en mi corazón ya sentía la calma suficiente para no dudar de sus acciones. Ya nos estábamos incorporando y me había ofrecido a mover las almohadillas cuando Yoshio regresó. Acepté el mapa, echándole un breve vistazo, aunque mi atención se desvió a Tamura al oírlo. Dioses, se lo escuchaba más que emocionado. La tontería me provocó ternura y le sonreí, asintiendo.

    —¡Claro! —Una chispa de su energía me tintó la voz—. Además conoces la ciudad, la ayuda nunca viene mal.

    Presté atención a las advertencias de Yoshio, particularmente al gran árbol que me indicó, y cuando alcé a verlo, fue con respeto y seriedad. Enrollé el mapa sobre sí mismo e incliné la cabeza frente a él.

    —Le agradezco enormemente la confianza, señor. Ojalá podamos regresar con novedades para usted.

    Nos marchamos del shukusha tras eso. Supuse que antes de encarar hacia la montaña podríamos visitar el santuario sólo por si acaso. Seiji, Hotaru, Kusanagi y la madre de Inuzuka... Eran bastantes cosas de las que ocuparnos. Le pedí a Tamura, entonces, que nos guiara hacia el santuario, y durante el camino busqué los ojos de Reijiro para sonreírle.

    —Le debo un par de explicaciones, lamento si se sintió en extremo confundido en el shukusha. Puede preguntarme lo que desee y le responderé con plena honestidad, es lo menos que merece si ha jurado protegerme. Confío en su señor Hideyoshi, de modo que también confío en usted.
     
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    Amelie

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    El rol de Rokujou proviene de Nagano







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    Tateyama
    [Ukita; Hashimoto; Inukawa; Rokujou]


    Llegaban a la ciudad enfermos; la ciudad nevada no estaba ayudando a su predicamento.

    Ukita estornudó —Vaya apoyo que seremos para Kohaku en estas condiciones...— dijo mirando hacia el horizonte; la nieve tapaba mucha de su visión; pero lograron ver la posada, dejando sus caballos dónde ya había otros, y allí, Ukita reconoció a un lobo que descansaba junto al resto —Es uno de los lobos de mi padre —y al instante, el lobo levantó la mirada hacia Ukita.



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    Santuario
    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru]

    Reijiro le sonrió a Kohaku —Mi joven señor; usted no me debe explicación alguna. Mi deber es sencillo, protegerlo. Pero si debo saber algo para que mi objetivo sea más claro y poder servirlo mejor, estoy dispuesto a escucharlo.

    Tamura soltó una carcajada —Qué manera más amable de decirle a alguien que le cuente todo

    Hotaru también comenzó a reír.

    —Allí lo tienen, pasando el arco torii estaremos en territorio divino —aclaró Tamura

    [​IMG]

    —Si la Diosa Amanozako no te infunde el suficiente miedo, esa fila de escaleras lo hará ¿No lo creen? —Tamura los miró esperando la risa; y de nuevo el primero en reír fue Hotaru; pero Tamura no podía escucharlo ni verlo. Reijiro sólo miró al muchacho, impresionado por su energía.

    Al subir, encontraron una pequeña capilla algo abandonada.

    [​IMG]

    —Si brincamos las maderas encontraremos el viejo dojo —dijo Tamura sin ninguna preocupación de haber expresado su vandalismo — Aun están las tablillas de los viejos alumnos del monje Honda. Pero he de admitir que el sitio da un poco de miedo, se escuchan ruidos extraños y siempre que quiero investigar un poco más, escuchó un sonido aterrador.

    Gigi Blanche
    Puedes explorar la capilla o ir al dojo secreto.
    En ambos debes tirar un dado de 20:
    1-5= no encuentras nada de valor
    6-15= encuentras algo
    16-20= encuentras algo de valor
     
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    Gigi Blanche

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    La respuesta de Reijiro fue sincera y solemne, por lo que la intervención de Tamura genuinamente consiguió descolocarme. Volteé a mirarlo y, bastante contra mi voluntad, acabé esbozando una sonrisa divertida. Dioses, no, no quería burlarme de Reijiro, era inapropiado.

    Pero... había sido algo gracioso, la verdad.

    —Pues... como pudo oír en el shukusha, hay escuelas que enseñan a controlar la energía espiritual. Está el onmyodo y el shugendo, y yo pertenezco a la primera. Ser onmyoji, entre otras cosas, me permite ver y oír espíritus. En Shimotsuke conocí a uno, Hotaru, quien nos ha acompañado desde entonces. —Busqué los ojos del muchacho al mencionarlo, sólo para poder sonreírle y continuar mi relato—. La noche que nos conocimos, me dijo que ansiaba aún recorrer y conocer el mundo, pero que su espíritu estaba atado a Shimotsuke. Gracias a que su madre me confió una posesión suya fue que pudo acompañarnos. Nuestro motivo para ascender esta montaña también está relacionado a él.

    Si todo va bien, incluso podrá conocerlo usted mismo.

    —Yoshio pudo ver a Hotaru gracias a lo que ocurrió en la montaña, y de ahí la confusión. —Busqué sus ojos y le sonreí—. Lamento no habérselo dicho antes, entre el grupo de gente que no conocía y la tormenta no junté el coraje.

    El ambiente de la ciudad era sumamente quieto y pacífico, como una pintura invernal congelada en el tiempo. La nieve amortiguaba nuestras pisadas y volutas de vapor me acariciaban la nariz antes de perderse hacia el cielo. Chiasa seguía hecha un rollito dentro de la piel de lobo cuando finalmente alcanzamos el santuario. Alcé la vista hacia la... nada despreciable cantidad de escaleras, y Hotaru soltó la risa ante el nuevo comentario de Tamura. Observé a ambos muchachos con una sonrisa divertida, y me dirigí a éste último.

    —Sólo para que conste —dije, señalando hacia el espacio donde estaba Hotaru—, está festejando todos tus chistes.

    Las escaleras derivaron en una pequeña capilla cubierta por la nieve. Había unas tablas de madera que bloqueaban el acceso, cosa que me llamó la atención. Bueno, si Tateyama estaba tan deshabitada como habían dicho suponía que tenía sentido. Aún así, nos encontrábamos al pie de una montaña sagrada. ¿No era casi irónico?

    —Quizás haya alguien —sopesé, haciendo alusión a los ruidos extraños que Tamura había mencionado—. Alguien que no cualquiera pueda ver, quiero decir.

    No teníamos tantos motivos para traspasar propiedad privada, pero tampoco los teníamos para no hacerlo. Además, por contradictorio que pareciera, mi brújula moral no era precisamente... rígida. Y, bueno, quizá se me hubiera contagiado un poco la chispa juvenil de los muchachos que me acompañaban. Alterné la mirada entre ellos, de hecho, y sonreí con pintas de niño inocente.

    —¿Vamos~?
     
    Gigi Blanche ha tirado dados de 20 caras para Dojo secreto Total: 20 $dice
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    Amelie

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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru]

    Reijiro escuchó con solemnidad; era alguien que creía en los sobrenatural desde mucho antes de que le confirmaran que aquello era verídico —Es un honor viajar con usted, joven Hotaru. No puedo verlo o escucharlo; así que no quiero que se sienta excluido, es sólo mi falta de habilidad para hablar con usted con el respeto que merece.

    Hotaru sonrió. Aquella formalidad era a algo a lo que estaba acostumbrado como bushi en Utsunomiya; por un momento, el recuerdo de su padre lo albergó; haciendo que un calor interno se sintiera también en Kohaku; el cálido cariño familiar.

    Avanzaron y Tamura sonrió al saber que Hotaru reía de sus chistes —Cómo debería ser, la risa siempre hace un paseo más memorable.

    Sin más dilatación; pasaron las barreras y se dirigieron al viejo dojo que Tamura mencionaba.

    El sitio estaba en completo abandono; las puertas con papel de arroz estaban destrozadas, dejando entrar a la nieve para humedecer la madera, la cual comenzaba a pudrirse. Había viejas tablillas como mencionó Tamura.

    En ellas estaba al centro la tablilla con los kanjis grabados: Saizo Honda
    Debajo de esa tablilla, estaban otras dos con los nombre a tinta negra; pero la inclemencia del clima no dejaba leer los nombres, borrándolos de la historia.

    Kohaku investigó el lugar a fondo, removiendo cada madera, cada bulto de nieve. Y de esa manera logró encontrar una caja debajo de una madera mal acomodada en el suelo del viejo dojo; y en su interior había tres rollos ordenados. Tamura se acercó muy interesado —¡Eso es nuevo! —dijo señalando la caja; que a pesar de que estaba dañada en su exterior, había conservado intactos los documentos en su interior.

    Era un simple dibujo; pero algo en ese rostro le hizo recordar algo a Kohaku.
    [​IMG]

    Al desenrollarlo; Kohaku pudo leer con claridad:

    Escuela de Amanozako.
    [​IMG]

    Migime (ojo derecho)

    "Busca la bendición de Amanozako, entrégale la mitad de tu vista y ella te otorgará grandes beneficios"
    Se pierde un ojo; pero a cambio de ello se otorga la bendición de la precisión.
    ⦁ Tu ataque normal (Dado correspondiente al nivel) impactará de manera directa. La defensa de tu oponente será nula.
    ⦁ El ataque no es inmune al esquive; bloqueo o algún aditamente de defensa (yoroi o sode)
    ⦁ Es ilimitado; no tiene número de usos por combate.
    ⦁ Tu personaje tendrá por siempre un dado de defensa de 5 (eliminando el usual dado de 10)

    Sube a la cima de la montaña; hasta lo más alto, no hasta el límite al que cualquier persona puede subir, no; sube a lo más alto.
    Allí, sumérgete en el agua desnudo, recibe la energía. Ella te otorgará el arma, y con ella podrás ofrecerle tu ojo.

    —Una escuela de combate —mencionó Tamura; haciendo ver que no le importaba la privacidad, leyendo junto a Kohaku.

     
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    Gigi Blanche

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    Me quedé mucho más tranquilo tras confiarle a Reijiro parte de la información que cargaba; quizá se debiera a mi carácter o a mi templanza, pero tendía a no dimensionar correctamente lo que llevaba en mi interior. Podía ignorarlo hasta que el peso disminuía por algún motivo, y me hacía preguntarme hasta qué punto me protegía a mí mismo y hasta dónde sólo me hacía daño.

    Una sensación cálida bañó mi pecho de repente y siguió exactamente la misma lógica: no había notado cuán frío me sentía hasta ese momento. Volteé el rostro hacia Hotaru, y detallar su sonrisa me brindó la certeza que había sospechado; había invocado un recuerdo agradable, ¿verdad? De su infancia en Shimotsuke, de sus padres, o puede que ambas. Volví la mirada al frente, las volutas de vapor me cosquillearon la nariz y alcé brevemente el rostro hacia el cielo. Nieve.

    Sí, había demasiada nieve.

    El ambiente seguía siendo terriblemente calmo dentro del santuario, como si nadie en absoluto habitara la ciudad. Olía a polvo y a madera podrida, la luz se colaba por las puertas rasgadas y le daba a todo el lugar un aspecto sombrío pero melancólico. Afilé la vista frente a las tablillas de madera, pero lamentablemente sólo el nombre de Honda era legible. Tocaría seguir indagando.

    Fue así que di con una caja que pasaba desapercibida bajo unas maderas, y me agaché para recogerla. Parecía que la fortuna me seguía sonriendo, aunque la simple idea me generara una incomodidad absurda, y la abrí con movimientos cuidadosos. Dentro había tres documentos enrollados. Tamura se había acercado para husmear sobre mi hombro, aunque no le di importancia y extendí el primero. La sangre se heló en mis venas por un segundo.

    Ese rostro, el cabello largo.

    Lo conocía.

    Volteé hacia Hotaru, fue inevitable. Aunque el muchacho no recordara cómo había sido su muerte, Kusanagi me la había mostrado, me había alojado en su cuerpo y me había forzado a vivirla. Un escalofrío me recorrió la espalda y presioné ligeramente el papel entre mis dedos.

    —Este hombre... lo vi antes —murmuré, con un hilo de voz, y pasé saliva; dudé si era correcto, pero a fin de cuentas lo sentía necesario—. Hotaru, él... estaba junto a la mujer que te mató. Ahora que lo pienso, le faltaba el ojo derecho.

    Regresé la vista al dibujo, esforzándome por recordar.

    —Pero... no parecía ser un yamabushi, se sorprendió ante la creación de un ichijama. Si fue un discípulo de Honda, sin embargo... —Aproveché la cercanía con Tamura para alzar a verlo y preguntarle, en voz baja—. ¿Lo conociste? Al monje Honda. ¿O sabes quién puede ser este hombre?


    Y ya que estaba, también agregué:

    —¿Alguna vez oíste hablar de una mujer llamada Kyogi? O Sora Tachibana.
     
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  20.  
    Amelie

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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru]

    Hotaru se acercó a mirar aquel dibujo, su mirada se entristeció, quería recordar más. Y aquello avivaba memorias que tal vez su mente nubló.

    Reijiro se mantenía alerta, recorriendo el dojo para evitar ser sorprendidos; a final de cuentas, aquel hombre era un guerrero, y estar entrando a sitios prohibidos lo inquietaba, a pesar de saber que no era una mala obra.

    Tamura miró a Kohaku cuando le preguntó y afirmó —Antes que nada debo decirte que ser un yamabushi no quiere decir que sepan de esas cosas, mira a Yoshio; es uno y no sabe nada de eso que le preguntaste —señaló el dibujo con fuerza, haciéndolo sonar ante su tacto; no era alguien delicado —Ese es Saizo, es mi papá —dijo con una sonrisa melancólica para luego señalar las dos tablillas; allí estaba mi nombre y el de mi hermano.

    Hotaru miró a Tamura. Incluso Reijiro lo observó confundido.

    —A Kyogi... he oído hablar de ella; pero no la conozco —Tamura continuó hablando con naturalidad —Tachibana... ah. Me sonaba; pero no es por Sora, sino por Seiji o Hachi —dijo sonriendo mientras se rascaba la nuca —Tal vez eran hermanos; pero Seiji jamás habló de una tal Sora. Tal vez... ¿primos? —preguntó hacia Kohaku —¿Primos segundos? de esos que puedes morir sin saber que los tienes ¿sabes?

     
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