Leyenda Popular Tanabata

Tema en 'Otros Fanfiction' iniciado por Luncheon Ticket, 10 Julio 2021.

  1.  
    Luncheon Ticket

    Luncheon Ticket THE BE(a)ST

    Virgo
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    30 Octubre 2017
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    558
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    Escritor
    Título:
    Tanabata
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1856
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    La noche era tranquila, a pesar del murmullo festivo que se percibía a lo lejos. Miles de pequeñas estrellas adornaban el firmamento estival, como si fueran luciérnagas astrales acompañando quieta y silenciosamente a la gran luna plateada. Ella no parecía apreciar ese espectáculo tan maravilloso, la tenía sin cuidado. Otras preocupaciones habían inundado su fuero interno, mancillando sus ánimos. Los pliegues de su primoroso yukata se extendían a lo largo y ancho de su lecho, reposando delicadamente sobre las sábanas blancas. Su cabellera, tan oscura como el ébano, se desparramaba en la mullida comodidad de una almohada sutilmente humedecida por el llanto.

    No fue hace mucho que sus pies habían subido las escaleras de manera apresurada, en pos de ayudarla a ocultar su creciente zozobra, la cual se había desencadenado intempestivamente. No fue hace mucho que había ingresado a su habitación dando un portazo, para luego arrojarse sobre la cama y llorar, derramando esas lágrimas que dolían y que nacían de una ilusión que acababa de ser destrozada por completo. Sus pálidos dedos aún sostenían el tanzaku que horas antes había escrito con tanto esmero, y en el cual se expresaba ese mismo deseo que había estado persiguiendo desde hacía algunos años.

    «A pesar de lo que no fue, es, ni será…
    Quisiera poder verte una vez más.»


    Por esas fechas, era una férrea tradición el redactar algún deseo personal en forma de poema sobre una tira de papel, para luego colgarla en una planta de bambú, con el propósito de que la petición se pudiera cumplir por medio de una intervención divina. Habiendo alcanzado los diecisiete años unas semanas antes, y con el añadido de haber estado escribiendo lo mismo durante las últimas cinco festividades, de verdad pensó que su anhelo estaba próximo a ser concedido. Pero esa noche, la alegría y la ilusión se vieron empañadas por unas inoportunas palabras, provenientes de una de sus amigas, quien las pronunciara en el mismo momento en el que ella estaba a punto de entregar su tanzaku.

    —¿Recuerdan a Hirose-kun, nuestro compañero en la escuela primaria? Hace poco me llegó el rumor de que ahora está de novio, solo que aún no pude enterarme con quién.

    Aquel comentario casual, el mismo que despertara algunas risillas sorpresivas o escépticas entre las demás concurrentes, había causado un efecto notoriamente diferente en Kyoko. La joven se quedó petrificada, como si su cuerpo perdiera toda su motricidad de forma repentina. No había llegado siquiera a colgar el poema con su deseo. Aquella ominosa frase, en la forma de una espada incandescente, se había clavado en su pecho, atravesándola de lado a lado y sin piedad. Allí mismo surgió un dolor inconmensurable, el cual comenzaba a asediar su corazón, provocando que un torrente de lágrimas se escapara de sus ojos. Recuperó su movilidad y, arrugando el papel, se echó a correr torpemente por causa de los getas que estaba calzando. Optó por dirigirse hacia su hogar, dejando a su grupo de amigas visiblemente consternadas.

    Ahora estaba en la seguridad de su alcoba, tratando de aliviar su aflicción. Llegado un momento, pudo oír las voces de sus amigas que provenían desde abajo, queriendo saber qué le había ocurrido y si se encontraba bien. Evidentemente, se las notaba muy preocupadas. Por fortuna, su madre intercedió por ella, explicándoles gentilmente que solo estaba indispuesta y que mañana de seguro se encontraría mejor. Consideró tomar su móvil para enviarle un mensaje de texto a cada una y pedirles disculpas, lo cual hizo en unos pocos minutos. Las chicas resolvieron respetar su decisión, sin hacerle más preguntas. Ahora de nuevo se encontraba totalmente sola, o acaso no del todo; siempre se hallaba en compañía de su memoria, aquella que la visitaba a menudo con la apariencia de un recuerdo de su pasado.

    Una vívida imagen floreció en su mente. Era el momento en el que lo conoció. Fue en el preescolar, donde apenas eran unos infantes. Recordó esa mañana, cuando los rayos del sol reverberaban por toda la superficie del patio. Ella estaba en la fila, preparándose para entrar a la sala, cuando vio ese par de ojos rasgados con los iris de color café. Él la observaba con suma curiosidad; y la niña, ante esa inusitada situación, se quedó anonadada, sin saber por qué. El niño se volteó nuevamente, quizás por la timidez o por el hecho de haber sido descubierto. Desde ese entonces, se originó en ella la inexplicable necesidad de querer estar a su lado, de querer saber más de él para desentrañar su enigma, pero con una irremediable discreción.

    La siguiente estampa evocó aquellos años tan gratos en la escuela primaria. Tales recuerdos se componían de tardes amenas en el Club de Lectura durante el otoño, las corridas hacia la entrada principal con el fin de evitar la llegada tardía (y la consecuente penalización), el disfrute de cada bentõ a la hora del almuerzo junto a sus compañeras y, por supuesto, el afortunado hecho de que él siempre terminaba en su mismo salón. Pero de nada le valía estar tan cerca, nunca se había animado a confesarle nada. Por más que fueran innumerables las ocasiones en el que ambos se habían quedado solos, jamás pudo reunir el valor suficiente para decirle lo que sentía, para preguntarle si, en una de esas, a él le pasaba algo parecido. Solo pudo limitarse a presenciar cómo el transcurso del tiempo y su involuntario silencio le terminarían por pasar factura.

    El momento que le sigue exhibe un tono mustio y gris. El profesor de la clase se daba a la tarea de anunciar que el joven que estaba a su lado se mudaría en breve, pidiéndole a los alumnos que se despidieran de él adecuadamente. Kyoko estaba asombrada, la novedad le había tomado desprevenida. Uno de sus lápices rodó por la superficie del pupitre, hasta caer al suelo. Con la vergüenza trastocándole el rostro, pidió disculpas a los presentes y levantó el objeto lo más rápido posible. El muchacho miró hacia su dirección, percatándose de lo que le estaba sucediendo. La muchacha solo se quedó cohibida y sin decir nada más, admitiendo su derrota. El destino le había jugado una mala pasada, y de un modo bastante cruel. Pero, en parte, entendió que se lo merecía. Nunca se atrevió a decir nada antes, y ahora eso no sería distinto, por más que lo lamentara. Se mordió el labio inferior, aguantándose las ganas de sollozar. Maldijo, además, su forma de ser, demasiado emocional.

    Volviendo al presente, se dijo que la vida podía ser muy irónica en verdad. Cuando tenía tan solo doce años, el día en el que se enteró de su partida, ella estaba tendida sobre su cama de la misma manera, con una idéntica amargura y las mejillas empapadas por la impotencia. Lo único que cambiaba era el uniforme escolar de aquel entonces por el yukata de ahora. Y, claro está, también contaba el minúsculo detalle de la tira de papel. Lo examinó como si fuera algo extraño, como si de hecho ya no le perteneciera. Pensó en arrojarlo a la basura, puesto que, como estaban las cosas, no tendría sentido conservarlo. No quiso decidirse, y lo apretó muy fuerte mientras cerraba los ojos.

    Quería una última oportunidad, tan solo una; jurando que no la desperdiciaría si ésta le era otorgada, le rogó a la providencia que le dejara reencontrarse con él de nuevo. Pero al abrir nuevamente sus ojos, solo pudo ver el techo de su habitación. Se quedaría atrapada en esa realidad solitaria y miserable para siempre. O tal vez no. Lo improbable, la vida podía dar muchas vueltas. Y los milagros no han de ser un concepto imposible, a pesar de su naturaleza extraordinaria. Su móvil emitió el tono de aviso para un mensaje de texto. Si bien al principio se encontraba lo suficientemente abatida como para no prestarle la debida atención, al final tomó el dispositivo para poder leer el mensaje. Sus párpados se abrieron de par en par al comprobar quién era el remitente. Y hasta se quedó sin aliento al leer aquellas breves líneas.

    «Buenas noches.
    Asómate por tu ventana ahora mismo, por favor.»


    La joven no daba crédito a lo que estaba acaeciendo en ese instante, casi creyó que era un sueño. Pero no, estaba lúcida. Su esbelta cintura se incorporó de inmediato, semejante a un mecanismo que era accionado automáticamente. Se acercó al marco de la ventana y abrió las persianas sin perder ni un solo segundo. Entonces, la brisa nocturna le acarició la cara, diciéndole que ya no sería necesario seguir angustiándose por su mala suerte, brindándole así un consuelo amable. El tanzaku que momentos antes estaba sobre su lecho, salió volando por la incipiente corriente de aire, elevándose hacia el cielo. Aquel anhelo escrito se perdió entre las estrellas, a cambio de una inesperada visita. La joven se dio cuenta, de ese modo, que los rumores podían ser solo eso, rumores; y que por esa misma razón, carecían de fundamento.

    Kyoko oteó la entrada de su vivienda desde el primer piso, topándose con aquellos ojos rasgados de iris en color café. Pudo ver que en su mano derecha aún portaba el móvil del cual se había enviado aquel mensaje de texto. Ambos jóvenes llevaron a cabo sus papeles particulares. Ella, semejante a una princesa que esperaba la visita de su ser amado, añorando un reencuentro feliz. Él, similar a un humilde pastor que había hecho una extensa travesía para poder deleitarse ante los encantos de aquella primorosa doncella, quien lo había cautivado desde el primer momento en que sus ojos se encontraron con los suyos. En sus efigies mortales, Orihime y Hikoboshi lograron reunirse por enésima vez.

    La muchacha bajó las escaleras con la celeridad que sus piernas le permitieron. No tardó mucho en estar frente a Hirose, tan solo un metro los separaba. Corrió el pestillo del portón de la verja que delimitaba el jardín delantero de su casa, sin poder pronunciar ni una sola palabra. Después de tanto tiempo, hubiera querido decirle un montón de cosas, pero sencillamente no era capaz de vencer ese mutismo que la atenazaba. Él tampoco se atrevió a hacer un comentario, salvo por el saludo protocolar. Teniendo en cuenta que una acción valía más que mil palabras, la joven lo abrazó con unas ganas que no pudo contener, desvaneciendo de esa manera todos los momentos en los que su falta de valor le había impedido actuar para expresar lo que sentía; al igual que, coincidentemente, le ocurría a él.

    Poco después prometieron verse una vez al año en esa misma fecha, hasta tener la edad suficiente como para oficializar su unión. Y así se cuenta cómo fue que el deseo de Kyoko terminó por cumplirse, tal cual le había ocurrido antiguamente a la princesa Orihime con el pastor Hikoboshi; cuya leyenda permitió la tradición del Tanabata, cuando ambos enamorados se reencontraban anualmente entre las estrellas con el propósito de celebrar su amor eterno.
     
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    InunoTaisho

    InunoTaisho Orientador del Mes Orientador

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    Escritora
    Hola, mi gran amigo, ya había pasado a leer este bello relato pero no me había dado el tiempo de comentarte nada... ahora puedo cumplir y dejarte algunas impresiones, ya tú sabes que soy de pocas palabras así que no esperes mucho... XD

    El romance no se me da mucho (ay, ajá, con tanta historia romántica escrita sigo negándolo), sin embargo has escrito algo verdaderamente dulce y encantador que simplemente no pude apartar los ojos hasta que terminé todo.

    No puedo decir que me sentí identificada con Kyoko porque nunca he vivido situación semejante, y aún así pude entender perfectamente su dolor al haberse visto separada del chico al cual amaba y el pensar que tal vez nunca podría confesarle sus sentimientos ni a través de ese ritual tan conocido y practicado en su tierra, en honor a una princesa que esperó anhelante al amor de su vida a pesar de no ser el mejor partido. Prácticamente supuse un buen desenlace y no me decepcionaste, el que Kyoko recibiera al final el mensaje de su crush y encontrarlo debajo de su ventana fue una puerta de esperanza que sin duda me sacó una sonrisa.

    Así que no tengo queja de nada en general, ya sabes que me encanta tu estilo de escritura y la forma tan fluida y sencilla en la que tomas una trama hace leer todo de principio a fin sin detenerse.

    Muchas gracias por escribir, compañero.
     
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  3.  
    Luncheon Ticket

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    Virgo
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    Escritor
    De todo tu comentario, me centraré en este fragmento en específico:
    Después las ingentes y geniales historias de amor entre Roy Mustang y Riza Hawkeye que has escrito, ¡¿me sales con esto?!
    ¡Jajajajajaja! Nada más contradictorio... en la vida.
    Pero bueno, dicen que a veces uno mismo es su mayor crítico, sea válido o no.
    Gracias por pasarte, mi querida amiga.
    Nunca dejaré de recalcar que se valoran enormemente tus apreciaciones.
    XD
     
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