Narnia Sumo Monarca [Narnia]

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Estaba leyendo Las Crónicas de Narnia y El Viajero del Alba cuando me encontré (prácticamente en el inicio) una pequeña -pero lo suficientemente notable- oración de lo que estaba haciendo Peter mientras Lucy y Edmund estaban en casa de sus tíos. Y esto es lo que salió :3, espero que les guste y recibo muy gustosa sus críticas y opiniones <3

Resultaba difícil estar allí rodeado de libros, escuchando al profesor Kirke hablar sobre todo aquello que creía importante que él supiese, mientras, seguramente, sus hermanos estarían ya disfrutando de la magnificencia de Narnia. Lo podía sentir muy adentro, en lo más profundo de su corazón, que así era. Y eso lo llenaba de algo parecido a la tristeza, porque estaba seguro que desdicha no era.

Crecer, pensó, ese había su problema y esa era la razón por la que estaba allí comenzando a llevar ciertas responsabilidades. Ya contaba con la suficiente edad para que los chiquillos le llamasen «señor» y los adultos «joven». Claro que, parte de su desagrado hacia aquello, era porque sonaba peor allí que en Narnia; ahí no gozaba de ningún título noble ni nadie sabía que era rey de una hermoso y maravilloso mundo o que había peleado en duras batallas. Le costaba trabajo acostumbrarse a la idea de viviría en la Tierra por siempre y no ser tomado en cuenta la mayor parte de las veces.

Más bien le aterraba no tener, nunca más en su vida, la oportunidad de regresar a Narnia. No volver a ser llamado «Peter, Sumo Monarca sobre todos los reyes de Narnia, Emperador de las Islas Solitarias y Señor de Cair Paravel, Caballero de la muy Noble Orden del León».

—Querido Peter —el mayor de los Pevensie pestañeó varias veces, antes volver en sí y enfocar su mirada en el noble anciano que lo observaba con interés —; temo preguntar dónde estaba tu mente.

—Estancada, quizá, en un turbio cúmulo de sentimientos —dijo con pesar —. Se lo aseguro —dejó su pluma junto a su cuaderno de campo y se permitió soltar un suspiro, uno que al parecer había estado guardando en su interior todo ese tiempo —. ¿Puedo pedir este día? Siento que no llegaré a ninguna parte si no logro entender lo que verdaderamente me sucede; espero que no sea un inconveniente para usted, profesor.

—En lo absoluto, Peter —cerró el libro que había estado leyendo en voz alta y le sonrió —. Un descanso nos vendría bien a ambos. De hecho, creo que tomaré una siesta, estos huesos cada vez se debilitan más —rió con cierta gracia mientras salía del pequeño despacho —, espero que aproveche el día, majestad...

Eso lo dejó, por un instante, completamente helado. Digory Kirke lograba, la mayor parte del tiempo que compartían, sorprenderlo por completo. No recordaba haberle contado muchas cosas sobre Narnia, pero siempre tenía presentes muchas de ellas. Mentiría si confesara que aquello no lo alegraba de alguna manera.

Eso le subió el ánimo, por supuesto, más de lo que hubiese deseado. Y fue el impulso que necesitó para dirigirse al pueblo en cuanto la idea de le cruzó por la cabeza. No sabía exactamente qué le atraía de ahí, no había mucho que ver, más que disfrutar de la pequeña plaza con ese pasto verde, que de alguna manera le recordaba a los de Narnia.

No había comparación, pero ese pequeño lugar le provocaba añoranza. Se los había mencionado al resto de sus hermanos y no todos lo comprendieron, principalmente su querida hermana Susan. Quién ya había dejado, tristemente, la benevolencia en alguna parte.

—¿Quieres jugar? —Peter se giró hacia la suave voz de un niño, el mismo que lo observaba con sus dos grandes ojos verdosos. Bajó su mirada hacia la mano que le tendía una dispareja espada de cartón y un escudo de papel maché. —Nos falta un rey.

—¿Un rey?

—Así es. Jamie invitó a su papá, lo que no vi como algo justo —éste arrugó su nariz —, pues no tengo papá ¿sabes? Tampoco tengo hermanos mayores y mi mamá trabaja todo el tiempo.

—Ya veo.

—Entonces ¿quieres jugar?

Peter sonrió. Era irónico que hubiese estado minutos atrás quejándose y lamentándose de aquello que extrañaba. Sabía que Aslan siempre se las ingeniaba para contentar a todos sus hijos; y lo había hecho de la manera más ridícula y, sobre todo, tierna.

—¡Admiren al Sumo Monarca! —Gritó el niño, que respondía al nombre de Jared Harrison —. Ahora sí ganaré —murmuró con éxtasis, antes de salir corriendo con una determinación tan admirable como cualquier guerrero. —¡Por Inglaterra!

—Por Aslan —susurró Peter.