Souls

Souls​

Realmente… ¿qué sentido tiene todo esto? El blanco y el negro no existen, tan solo un gris monocromo. ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? No lo sé. Para mí, no hay diferencias.​

¿Este mundo tiene significado, hay algo bueno a mi alrededor?​

Sé que piensas de la misma manera. En este mismo momento, te tengo a escasos centímetros, sentada a mi lado. Tu rostro no expresa gran cosa, como mucho, podría decirse que aburrimiento, seguramente el mío esté de la misma forma.​

— Se hace tarde —me levanto con prisa fingida y te tiendo la mano—. Creo que debemos irnos.​

Me observas durante unos segundos. Es comprensible, no hay razón alguna para apurarse, el tiempo no es algo que nos falte precisamente, ¿cierto? Claro, pero ellos no deben saberlo, sería perjudicial para nosotros que lo supieran y no deseamos eso. Lo tenemos bastante claro.​

Finalmente tomas mi mano. Me De todas formas, es bueno que aparentes esa felicidad hacia los demás, creerán que eres una persona normal, como la mayoría de ellos.​

— ¿Volveremos a casa, Abel?​

— ¿A dónde si no?​

Ninguno dice nada más. No hay necesidad de hacerlo, de hecho, ni siquiera fue necesario nuestro corto diálogo, ni los gestos, todo es simple apariencia, no queremos parecer extraños, la gente se interesa por lo extraño y acaba causando estropicios.​

Camino sin mirar por dónde voy, no le veo sentido a preocuparme por una posible caída. No sentiría nada, no sangraría, sencillamente podría caer en este instante y quedarme tirado en el suelo hasta mañana si no fuese porque tenemos trabajo que hacer. No me gusta hacerlo, no creo que a nadie le agrade.​

— Raquel —llamé tu atención—, cambio de planes —susurré despacio.​

Comienzo a dirigirme hacia otro lugar. Sé que me sigues, no tengo que mirar hacia atrás para cerciorarme de ello, después de todo, ambos tenemos que cumplir con nuestro deber, no se puede evitar.​

El sol se está poniendo, una vista preciosa, ¿no crees? No, ni siquiera te has percatado de esa escena, podría decirse que me deprime un poco… o no, la verdad, no es fácil obligarse a sentir algo, aún si piensas que deberías sentirlo.​

Además, da igual que tan bonito sea el cielo, pues cuando hayamos acabado, una persona no podrá verlo nunca más. Es una pena, supongo, no estoy seguro, tal vez esa pobre chica... que apareció en mi mente cuando cambié el rumbo.​

— ¿Quién es? —debes haber sentido ya su presencia.​

Yo me limito a posar mi mirada sobre ella. Tiene el cabello castaño y los ojos azules. Para mi desgracia, está sonriendo. Así que sí va a ser una pena, parece tan inocente y llena de vida… Me pregunto cómo es que pasará, supongo que solo debemos esperar y lo sabremos.​

— ¡No puede ser ella! —ya le has visto.​

— Lo es, sabes que nunca me equivoco.​

— Pero es imposible, mírala, ¿cómo demonios va a pasar?​

— Imagino que tendrá un accidente. ¿No lo crees?​

Y mis palabras se cumplen. Allí está su perdición, no se ha dado cuenta del coche que va a toda velocidad. Pero veo tu rostro, te sientes mal al saber lo que ocurrirá. No quiero que lo veas, si tanto te afecta. Tapo tus ojos con la mano, pero intentas zafarte, ¿siempre harás lo mismo al ocurrir todo esto?​

Uno mis labios con los tuyos. Y el coche acaba de pasar, he conseguido que no vieras la escena. Los gritos de la gente llenan nuestros oídos. Eso estaba previsto. Me separo de ti y me miras con reproche, no me importa, no estás enfadada en realidad.​

— Ya la han metido en la ambulancia.​

— Espera, ¿tenemos que ir al hospital?​

— No, aún no, en la noche, su cuerpo resistirá aún un tiempo.​

Ya se ha ido la multitud, el transito vuelve a la normalidad y el cielo se ha oscurecido. Creo que ya es hora.​

— Raquel, sé que no tienes ganas de trabajar, pero ya tenemos que irnos.​

— No quiero —me miras con tus vacíos ojos negros—. No es agradable lidiar con las almas y no es justo para ellos.​

— Es nuestro trabajo, debemos guiarlos hacia el mundo de los espíritus, te lo digo cada vez que lo hacemos.​

No te dignas a contestar, pero lo has entendido una vez más. Sí, también detesto esto, te has dado cuenta, ¿verdad? Sin decir nada nos entrelazamos las manos y desaparecemos de la calle, nadie lo ha notado, he borrado sus recuerdos de nuestra imagen.​

No encontramos frente a la pequeña chica, no comprende la situación, no sabe quiénes somos, no deja de hacer preguntas en las que me empeño en no responder. Es innecesario, pues todo lo que diga, será olvidado. Cuando cruce la puerta al mundo de los muertos no recordará nada de lo que ha pasado en este mundo.​

Veo como cruza el portal con miedo, su figura desaparece. Tú no eres capaz de mirarla, como siempre, no te culpo, nuestro deber no tiene nada de gratificante, saber que alguien morirá y toda su vida quedará en el olvido es muy triste.​

— Vayámonos.​

Regresamos de la frontera, otra vez nos encontramos en este mundo sin sentido. Odio estar aquí, tú igualmente lo odias, sin embargo, ambos nos volteamos a ver y dibujamos una falsa sonrisa en nuestros rostros, tenemos que aparentar ser humanos normales, tenemos que hacerlo por el resto de la eternidad.​

Es nuestra culpa que estemos aquí, pues al fin y al cabo, las almas en pena como nosotros están destinadas a vagar por la tierra convirtiéndonos en algo parecido a Caronte* cansados de todo lo relacionado con los seres vivos.​

— Tu cuerpo está... frío —susurras abrazándome.​

— Los muertos no tenemos temperatura corporal. Aunque, tu también estás fría —correspondo a tu abrazo.​

Tu piel está transparentándose, estás cansada, es peligroso que alguien te vea desapareciendo… Miro mis dedos, también están traslúcidos. Tiro de ti con suavidad, debemos escondernos, es lo único que podemos hacer hasta recuperar energía.​

Siempre pasa lo mismo, no tiene sentido seguir, pero no queda otro remedio, ambos sabemos que es esto o el infierno… aunque a veces creo que en ese lugar podría estar mejor. ¿Qué piensas tú? Bueno, realmente… no tendría importancia… o tal vez sí.​

Fin​

*: Caronte o Carón era el barquero del Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, razón por la cual en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua.​