Microrrelato Sobre los fallos del vudú y otras decepciones amorosas

Sobre los fallos del vudú y otras decepciones amorosas​

Después de estar una eternidad tratando de sacar a bailar a cuanta mujer encontraba, Felipe decidió sentarse a beber en el rincón más abandonado del congal y, con resignación de los rechazos que había sufrido, le pidió una cerveza al cantinero. Tal parece que hoy tampoco sería el día que conseguiría una novia. Suspiró y le dio un trago a su cerveza. De nada le habían servido las clases de vudú por internet que había tomado, pensó con amargura, por más encantos que hizo su suerte con las mujeres seguía siendo la misma.

Se consolaba pensando que tal vez había seguido mal las instrucciones, que tal vez el pelo de mono no era de la especie indicada o que quizá se había equivocado al mezclar los ingredientes y había convocado un ejército de zombis o convertido a la mucama de su vecino en un chimpancé. O quizá sólo había logrado que el árbol de su casa diera bananas en lugar de naranjas. Pero trataba de engañarse. Sabía que, si hubiera utilizado cualquiera otro hechizo, hubiera funcionado. Sí hubiera decidido revivir a los muertos, en ese mismo momento habría miles de cuerpos descompuestos caminando. Si hubiera querido cambiar el cuerpo de la inocente mucama, a los cinco minutos de completar el hechizo su vecino hubiera salido gritando de su casa con un traje de safari y una escopeta en la mano persiguiendo a un pobre mono vestido de sirvienta.

No, el problema no era el vudú. El problema era él y su pésima suerte con las mujeres. El vudú sólo había sido el más reciente de sus fallos. Todavía podía recordar el centenar de monedas que gasto en el pozo de los deseos, las miles de horas que pasó frente a la computadora enviando cadenas de correos o los meses buscando una lámpara que contuviera un genio. Pero nada había funcionado, el pozo se llenó de monedas y su cara se volvió roja de las cachetadas que recibió en aquella ocasión. El genio de la lámpara sólo se burló de él se negó a intentar algo imposible.

Suspiró de nuevo y pidió otra cerveza. Pensó que por primera vez que tal vez debería dejar la magia y las cosas sobre naturales, hasta ahora nada de eso le había funcionada. Lo mejor sería intentar por otros medios. Quizá tomaría clases de música para que las mujeres cayeran a sus pies. Ya podía imaginarse con miles de seguidoras impacientes por verlo tocar la guitarra o la batería, aunque bien podría conformarse con unas maracas. Una sonrisa se formó en su rostro, sí eso era lo que debía hacer. Con prisa se acabó su cerveza y salió del congal, estaba seguro que su nuevo plan no fallaría.

Atl.​