Ciencia ficción Sin Salida

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Manuvalk, 2 Enero 2016.

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  1. Threadmarks: Parte 1 / Capítulo 1: Pesadilla
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Parte 1

    Prólogo.


    Hace varios días que las televisiones dejaron de emitir, los satélites dejaron de funcionar, las fábricas de producir. No hay teléfonos, ni policía ni hospitales, ni colegios. El gobierno ha desaparecido. Un virus de proporciones catastróficas ha escapado del Centro de Control de Enfermedades. No se sabe que es, se haya en el aire y no tiene cura conocida. Cuando mueres, resucitas, con una violencia fuera de lo normal y un ansia por devorar carne. Sucedió tan rápido, que no hubo tiempo para actuar. Era el fin. Y el comienzo de algo peor...


    Capítulo 1: Pesadilla



    Matías se hallaba encerrado en el cuarto de contadores. No hacía más de cinco minutos cuando varios de esos seres comenzaron a perseguirle. Jadeaba mientras trataba de hacer el mínimo ruido posible, con la luz encendida. Aún había electricidad.

    — Bien, bien... — Dijo, mientras escuchaba con atención cómo los infectados se alejaban de la zona, arrastrando sus pies lentamente. — Unos minutos más aquí.

    Su madre murió al darle a luz, una tormentosa noche hacía 27 años. Su padre, también llamado Matías, falleció de cáncer hacía menos de dos meses, y el muchacho, antes mantenido por éste, tuvo que buscarse la vida.

    No tardó en encontrar un trabajo, el de portero (conserje se le puede decir). Un pequeño edificio de ocho pisos, donde mantenía conversación con cada vecino, muy querido allí. Pero cuando se dio cuenta, se desató la locura en el mundo. Las noticias, los periódicos, internet... todo estaba plagado de reportajes sobre ataques, canibalismo y enfermedades.

    En cuestión de días, todo eso se apagó cómo si de un móvil sin batería se tratase. Aquellos días, sólo él se quedó en el edificio, pues todos los vecinos se fueron con sus familias, cosa que él, ya no tenía. Estaba sólo en el mundo, y sólo ante la adversidad.

    Cuando dejó de escuchar a los monstruos, giró el pomo de la puerta, apagó la luz para no llamar la atención y cogió la palanca que tenía cómo defensa. Un leve chirrido de la puerta recorrió todo el pasillo de la primera planta. La salida estaba a unos metros y Matías estaba decidido: debía irse del edificio, arriesgarse.

    Apretó con fuerza el hierro oxidado de la palanca, ensuciando sus manos con un polvo color marrón. Observó a ambos lados, temiendo alguna sorpresa, y tras unos segundos en silencio, se aventuró al exterior. Cruzó el pasillo a pasos agigantados, pero con cautela. La puerta del portal estaba abierta y la garita cerrada con llave. Abrió, entró y sacó del cajón una foto de sus padres, que siempre llevaba encima.

    Le reconfortaba ver la hermosa foto de vez en cuando, lo tranquilizaba, le hacía sentir que estaban con él. Contuvo las lágrimas pensando en su padre, engulló el nudo que se le formó en la garganta y ésta vez salió. Todo parecía tranquilo, eran las cinco de la tarde aproximadamente, y el sol iluminaba bastante, provocando un poco de calor.

    Una vez en la calle, comenzó a caminar con sigilo, pegado a la pared. Vehículos accidentados cortaban el paso por la calle, y el silencio era sepulcral hasta que varios pájaros comenzaron con su canto. Pudo recordar esas noches en las que se oían explosiones, choques de coches y tiroteos, mientras él se hallaba en su piso, rezando por dejar de oír el caos.

    Matías se sentía aliviado pero a la vez temeroso. Pudo observar en la distancia varios cadáveres andantes, deambulando. Avanzó tranquilamente sorteando papeleras en el suelo y demás basura hasta llegar al centro del pueblo, cerca del edificio donde trabajaba.

    — Necesito una mochila, y suministros. Creo que me dirigiré al supermercado. — Se dijo, mientras emprendía el camino.

    A medida que se adentraba en el pueblo, comenzaba a ver cadáveres en el suelo, casi pegados al asfalto. El terror comenzaba a invadirle por dentro, y cada vez se ponía más nervioso. Por suerte, ya estaba casi en el supermercado.

    Se asomó por la esquina y vio varios podridos caminando torpemente por la zona. Si avanzaba sigilosamente, quizá no le verían. Con cautela y controlando cada uno de sus pasos, avanzaba hasta llegar a la entrada del supermercado. Pero ésta estaba cerrada.

    Enfadado, dio una patada a la reja que cerraba la tienda, alertando a los cuatro muertos que vagueaban por ahí. Giraron la cabeza y lanzaron sus gruñidos característicos, y por primera vez, Matías estaba aterrorizado, y totalmente paralizado, mientras esos seres se acercaban a él. Entonces, milagrosamente aparecieron dos hombres de la nada y cogieron a Matías por cada brazo.

    — ¡Metedlo joder! — Exclamó uno de los hombres, arrastrando a un Matías paralizado hacía el interior de una vivienda.

    — ¡¿Nos han visto?! ¡¿Han visto que entrabamos aquí?! ¡Mary! — Dijo el otro hombre.

    — ¡No, no, no os han visto entrar! — Señaló la mujer, Mary.

    Matías pudo observar a cinco personas allí. Aquellos dos hombres que lo habían salvado de una muerte segura, aquella mujer llamada Mary, una niña de nueve años aproximadamente que lo miraba con desconfianza y otro hombre, ya en la tercera edad. Todos se miraban con todos, hasta que uno de ellos tuvo el valor de hablar.

    — ¿Y bien? — Se acercó a Matías. — ¿Cómo te llamas? ¿Qué hacías ahí?

    Matías tragó saliva durante unos segundos y se dispuso a hablar.

    — M-me llamo Ma-Matías. — Dijo.

    — Los que te hemos sacado del apuro somos Teo y Martín. — Dijo un hombre señalando al de su lado. — Ella es Mary, la niña es Charlotte y el viejo es Leo.

    — Viejo tu padre, aun puedo dar pelea. — Indicó Leo, con templanza.

    — Lo que usted diga, señor. — Respondió Teo en forma de burla. — Hey, Matías, ¿qué carajo hacías fuera?

    — Ir en busca de provisiones. — Señaló.

    — Se nota que es la primera vez que sales de tu escondite. ¿Cómo te sientes? — Preguntó Martín, con curiosidad.

    Matías continuaba en shock tras lo sucedido, nunca los había visto tan de cerca. La imagen de varios de ellos acercándose a él lo paralizaba. Con los labios secos, habló.

    — Cómo si se tratase de una pesadilla.
     
    Última edición: 19 Mayo 2016
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    Arno Dorian

    Arno Dorian Entusiasta

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    Hola amigo! Vengó leyendo tu historia y esta bastante bien, realmente a simple vista no note ningún error ortográfico ni de acentuación sin embargo notó algo suave y poco profundizado a los personajes, quizá describirlos mejor sea una buena idea así el lector puede hacerse una mejor idea.

    Además de poder describir más los escenarios, al principio quede algo confundido, no sabía cuanto tiempo llevaba Matias en esa oficina encerrado, sin embargo tiene un buen inició la historia, por mi parte me gusta y me encantaria que me avisaras si subes otro capítulo, de momento creó que sería todo, un saludo!
     
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  3. Threadmarks: Parte 1 / Capítulo 2: Esperanza
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Capítulo 2: Esperanza



    — No soy una persona pesimista, pero esa mierda de ahí fuera, demonios... — susurraba Leonardo, acariciando su canosa barba — algo ha tenido que salir mal para acabar así... algo que no es nada bueno.

    — Papá, por favor, asustas a Charlie. — Indicó Mary, señalando a la muchacha de nueve años, que tenía un rostro pálido y un precioso pelo rubio, además de una mirada penetrante de ojos verdes. — ¿Qué vamos a hacer?

    — Pronto se nos acabará la comida. Tenemos para un par de días más, racionando. — Murmuró Teodoro. — Deberíamos ir donde la radio dijo.

    Matías prestó atención a la conversación. El pequeño grupo estaba sentado en circulo en el salón de aquella casa.

    — ¿Ir a la zona de cuarentena? Tío, deberías recordar que está a quince kilómetros. No está cerca, y no tenemos vehículo. — Respondió Martín.

    — ¿Viste ese camión de ahí fuera? Cuando llegué y me abriste — Teo mira a Mary — antes, pude ver que tiene las llaves puestas, de echo, la puerta entreabierta.

    — ¿Estás seguro de eso, Teo? — Preguntó Leonardo, el anciano abrió un paquete de tabaco.

    — Estoy muy seguro de lo que vi. El problema es que Matías ha atraído la atención de esos seres, y creo que hay más ahí fuera.

    — Sí... hay monstruos ahí fuera... — Murmuró Charlotte, la niña observaba por la ventana.

    — Cariño, aléjate de las ventanas, ven aquí. — Dijo Mary, su madre.

    La casa en la que se hallaban los supervivientes era de unos vecinos de Mary, que iban a abandonar el domicilio, y la mujer pidió que la dejaran vivir ahí durante el caos. Se casó a los 28, pero el padre de Charlotte era un borracho y Mary acabó divorciándose, pero quedándose embarazada de Charlie.

    Ahora tenía 37 años, y a pesar de lo sucedido en el mundo, mantenía la fortaleza que la caracteriza tanto cómo mujer. Lo único que su hija heredó de ella geneticamente fueron los ojos verdes, puesto que ella es de pelo moreno.

    La niña se sentó a su lado, mientras Teo, Leo, Martín y Matías conversaban. Se escuchaban los gruñidos de aquellas aterradoras criaturas ahí fuera, pululando por la calle en busca de algún estímulo que les indicase que la comida estaba cerca.

    — Bien, muchachos, y en el caso de que vayáis a hacer dicho plan, ¿cómo carajo vais a arrancar ese camión? — Dijo Leonardo.

    El anciano no tan anciano (pues tan sólo tenía 63 años) tenía poco pelo en la cabeza, pero eso no lo hacía tonto. Era un hombre quejica en todos los aspectos, ponía pegas a todo plan, maldecía cada situación, pero a pesar de todo era un hombre de buen corazón. Tenía a su hija Mary y su nieta Charlotte a cargo, y aunque no lo pareciese, sabía defenderse.

    — Tú y tu familia esperaréis aquí, a la señal de Teo. Matías y yo saldremos primero, yo llamaré la atención de esos bichos mientras Matías hará lo mismo por el otro lado. Entonces Teo saldrá directamente y abrirá la puerta del camión, arranc...

    — Espero que arranque, muchacho, sino, éste plan será una absoluta mierda. — Señaló el señor, mientras veía a Mary acariciar la cabellera de Charlotte.

    — Venga, hombre, sé positivo. — Dijo Matías, que era de los que odia pesimistas a su alrededor.

    — Cállate chaval, tú acabas de llegar, las cosas están así.

    — Paz, por favor, no discutáis aquí. — Reprochó Mary.

    Leo y Matías se miraron con cara de pocos amigos.

    — Seguiré. — Dijo Martín. — Teo arranca el camión y toca el claxon, Leo, Mary y Charlie corréis al vehículo y Matías y yo igual. Eso sí, empacad antes la comida y eso, y salid armados.

    — En media hora, todos listos.

    ...

    Pasados 32 minutos desde la elaboración del plan, Matías y Martín se preparaban para salir. Éste último cogió un bate de béisbol, y le pasó a Matías su palanca de hierro.

    — ¿Has matado alguna de esas cosas?

    — Ahm, no, no.

    — Dale en la cabeza. Hasta que deje de moverse. — Dijo Martín, encendiéndose un cigarro. — Y atento a tu espalda, esas mierdas salen de cualquier esquina.

    Matías tragó saliva y suspiro, cerrando los ojos, en un intento de controlar sus emociones, pues tenía los nervios a flor de piel.

    — No te me paralices a la hora de la verdad, fuera nervios. No quiero ver a otra persona siendo devorada, he visto bastantes en el comienzo. — Musitó Martín, consumiendo rápidamente el cigarro.

    — No he visto ninguna siendo devorada. He oído gritos, y cosas así, pero no salí de mi piso durante los días de "juicio final". — Respondió Matías, observando su arma.

    — No jodas. — Martín suelta una carcajada — ¡Eres un virgen en éste mundo! No, en serio, espero que no veas mierdas así, es muy... jodido.

    Martín tenía 35 años, y estaba en paro. Sin mujer, ni hijos, vivía sólo. Nadie le echaba de menos, nadie le llamaba... su vida podía tildarse fácilmente de aburrida. Siempre estaba en el bar, bebiendo, que era lo único que sabía hacer.

    Lo dejó y se puso a hacer deporte, correr de noche. Envió una petición al ejercito para unirse, pero fue denegada, por motivos psicológicos que Martín nunca mencionaba.

    Cuando todo se desmadró, él se hallaba en su casa, y vio a varios vecinos siendo devorados en el portal, salió corriendo sin saber a donde iba y Teo se lo encontró corriendo por una carretera solitaria. Le invitó a subir y se les agotó la gasolina en unas horas.

    Teo contó que buscaba a su novia, y sigue haciéndolo, tiene esperanza de encontrarla en la zona de cuarentena. Caminando llegaron hasta donde permanecían en esos momentos, se encontraron con la familia y decidieron quedarse ahí unos días.

    — El plan no debe fallar, y no lo hará por mi parte. No la cagues, Maty. — Añadió Martín. — Ahora vamos.

    Ambos hombres se dispusieron a abrir la puerta, los demás observaban pendientes a sus dos compañeros. Matías y Martín salieron a la calle, mientras observaban a los once muertos que habían por allí danzando.

    Martín comenzó a llamarlos "hijos de p*ta" y "comecarne", llamando la atención de unos cuantos, y Matías por otro lado, se puso a golpear cosas con su palanca, siendo seguido por el resto de seres.

    El camino se despejaba, y al fin llegaba la oportunidad de Teo. El muchacho, de 25 años y estudiando de psicología saltó a la calle con una sarten en mano, corrió velozmente hacía el camión y abrió la puerta, pero de pronto otro hombre con gafas lo empujó al suelo y comenzó a patearlo.

    — ¡El camión es nuestro, bastardo! — Exclamó el chico de gafas.

    Matías y Martín, seguidos por varios zombies, se percataron de la situación.

    — ¡¿Qué c*ño hace ese?! — Gritó Martín, golpeando un podrido con su bate. — ¡Matías, ve a ayudarlo! ¡Lo va a matar!

    El hombre de gafas revolvía a Teo en el suelo, y Matías huyó de sus perseguidores muertos y fue en su ayuda. Leonardo salió con una escopeta.

    — ¡Eh, idiota, déjalo y lárgate, el camión es nuestro! — Clamó el viejo, enfurecido.

    El hombre de gafas alzó las manos y Teo se levantó conforme pudo. Martín se enzarzó en una pelea con aquellos seres, y Matías, al ver la situación controlada por Leo, se dirigió a ayudar a Martín.

    — ¡Eh, podridos, aquí!

    Leo salió y se acercó apuntando a aquel misterioso hombre con gafas, que mantenía las manos en alto.

    — ¡Yo no haría eso, anciano! — Irrumpió otra voz.

    Todos observaron a otro tipo que ya de sí daba a parecer que era rudo, y manejaba un rifle de francotirador, posicionado en un balcón.

    — Suelta la escopeta o me veré obligado a meterle una bala en su hueco cráneo.

    Leonardo dudó por un segundo, pero dejó la escopeta de doble cañón en el suelo.

    — ¡No hay necesidad de ésto! — Exclamó Mary, saliendo de la casa. — Sólo queremos escapar de aquí.

    — Lo mismo por nuestra parte. Somos hermanos. — Respondió el hombre del rifle.

    Charlotte apareció tras su madre, dejando asombrados a ambos desconocidos hermanos.

    — Hostia puta... ¡tienen una niña, Mark! — Dijo el hombre de gafas, de nombre Mich.

    — Sí, Mich... una p*ta niña... — Dijo el francotirador, Mark. — Voy a bajar. No hagan nada estúpido... por favor.

    Matías y Martín aparecieron corriendo salpicados de sangre, tras ellos, una pequeña multitud de seres los seguían.

    — Me parece que tendremos que irnos... — Susurró Mich.

    — ¡Voy a arrancarlo! — Indicó Teo, subiendo de conductor.

    — ¡Date jodida prisa, muchacho! — Ordenó Leo, sujetando la escopeta.

    Mark bajó cargando dos mochilas y un rifle en los brazos. Teo arrancó el camión.

    — ¡ARRANCAD ESA MIERDA! — Gritó Martín, corriendo justo delante de Matías.

    — ¡Todos atrás, vamos! — Indicó Teodoro, preparando el freno de mano.

    Mich se sentó al lado de Teo, de copiloto. Mark abrió la parte trasera y lanzó las mochilas, acto seguido ayudó a subir a Leo, Mary y Charlotte. Los muertos se acercaban por todos lados tras los gritos y el ruido del motor del vehículo.

    Martín y Matías jadeaban, Mark alzó el rifle, apuntó y con bastante precisión disparó, pero golpeó el hombro de un zombie y sólo lo hizo caer y relentizar a algunos.

    — ¡Vamos, corred! — Exclamó Mary, alterada por la situación y cargando los suministros.

    Martín y Matías al fin llegaron y subieron al camión ya sin oxígeno y con la cara roja. A pesar de los los muertos eran lentos, en multitud les bloquearon espacios y no tenían por donde correr, teniendo que zigzaguear de vez en cuando. Mark metió el rifle y se subió, cerrando el camión.

    — ¡Arranca Teo! — Dijo Martín, sacando fuerzas de donde podía.

    El camión de color blanco y con un anuncio sobre las papas Lays salió a toda velocidad del centro de la ciudad, dejando atrás la muerte y la destrucción.

    ...

    Sorprendentemente, la carretera secundaria que decidieron coger estaba libre de coches, tan solo había algún vehículo varado ahí, pero libre de obstáculos. Hacía unos 45 minutos que Mich había encendido la radio, puesto que Teo le había comentado que se dirigían allí.

    Hasta ese momento sólo escucharon estática. Faltaban diez kilómetros para el destino fijado, la entrada a un pueblo cercano, donde supuestamente permanecía la cuarentena a salvo por militares.

    — ¿Estarán cómodos ahí atrás? — Preguntó Teo, concentrado en la carretera pero aburrido.

    — Seguramente, salvo que huela a pis de camionero...

    Ambos rieron, y Mich bajó la ventanilla, sacando los brazos por ésta.

    — ¿Sabes que día es hoy?

    — 27 de junio, ¿no?

    — Exacto.

    — Ya lo sabia.

    Mich se quedó observando a Teo, que se dolía del costillar.

    — Perdona por haberte pegado una paliza, pensaba que serías un capullo que no me dejaría pirarme con el camión. — Dijo de pronto Michel.

    — Pareces buen tipo, pero no te lo tomes cómo algo bueno, sé cómo puede ser cada persona con solo mirarla a los ojos y hablar un poco con ella. Estudiaba psicología. — Respondió Teodoro.

    — Tranquilo, House. — Ambos volvieron a reirse — No, no tengo intenciones malas, soy un buen tipo. ¿Hay alguien ahí en tu grupo del que deba preocuparme?

    — Que va, Leonardo, el anciano, es un quejica y un amargado, y Martín creo que sufre traumas infantiles, pero no sé cuales podrían ser. Igual, son buena gente.

    — Wow, los tienes a todos controlados...

    — Sí, soy así. No me hagas hacer de madre contigo. — Dijo Teo, haciendo reír a Mich.

    — No creo qu...

    ...rentena con más de cien supervi... proporcionamos segurid... acept... nuevas personas en ella...

    — Mierda. — Susurra Mich, tratando de coger la frecuencia.

    ...odo aquel es bien recibido. La zona de cuarentena con más de cien supervivientes en la zona, proporcionamos seguridad y cobijo, aceptamos nuevas personas en ella. Todo aquel es bien recibido...

    — ¡¿Has oído eso?! ¡Estamos salvados! ¡Eh, gente, la radio habla! — Exclamaba Mich, golpeando el cristal que daba a la parte trasera.

    — ...ésta retransmisión por radio ha sido grabada el 20 de junio por las fuerzas armadas. Que Dios los guíe hasta aquí.

    — Hace una semana, vaya. Pensaba que hacían mensajes diarios. Por lo menos era así cuando escuchábamos la radio en casa. — Murmuró Teo, que conducía a una velocidad normal.

    — ¿Eso es malo? — Preguntó Michel, con cierta preocupación.

    Teo no le respondió, ni siquiera lo escuchó. Su mente trabajaba en alguna teoría, y era lo bastante listo para entender que había algo que no encajaba.

    Sin darse cuenta, no se fijó en la señal de la carretera, que además de prohibir el paso hacía un carril de la derecha, tenía una pancarta en la que se leía: "Da la vuelta".
     
    Última edición: 16 Enero 2016
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    Ichiinou

    Ichiinou Amo de FFL Comentarista destacado

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    Pobrecillos, sin saberlo se van a meter al mismo centro del infierno. Aunque... ¿Qué le esperarán ahí? ¿Muertos vivientes o vivos? Porque yo siempre pienso que en estas historias casi son peores los vivos que los muertos, al menos me pasa con TWD.

    Me ha gustado este segundo capítulo, el primero se me hizo más aburrido, al principio al menos, que estaba un poco como perdida y no sé, también era el típico comienzo de este tipo de historias, no sé si me entiendes. Pero vamos, en el segundo ya empieza la acción y eso me gusta.

    Aunque en el segundo has puesto varias aclaraciones sobre la vida de los personajes, creo que siguen faltando descripciones, porque para profundizar en los personajes tienes que ir haciéndolo de manera gradual y entremezclándolo más con la acción, no sé si me explico. No obstante, ha quedado bastante bien. Además me gustaría más descripción de escenarios, aunque yo ya me imagino algo estilo TWD. xD

    En fin, te señalo algunos fallitos que he visto, nada grave, solo despistes:

    Ese "hecho" es con "h" del verbo hacer.

    En este caso "genéticamente" lleva tilde.

    El primero sería "estudiante" y "sartén" lleva tilde.

    En esta frase o bien la usas en modo respetuoso que sería: "Suelte la escopeta o me veré obligado a meterle una bala en su hueco cráneo" o simplemente "Suelta la escopeta o me veré obligado a meterte una bala en tu hueco cráneo" tú eliges.

    "Esto" no lleva tilde.

    Y nada más que añadir. Espero el siguiente capítulo y ánimo con la historia que pinta bien. :)

    ¡Un saludo!
     
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    Manuvalk

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    Es que algunas palabras cómo "sartén" y "genéticamente" les puse tilde y me salían en rojo, ¿me explico? esa línea roja debajo de la palabra que te indica que está mal, y por eso les quité la tilde, pensando que estaban mal :( ahora ya sé claro que no xD ¡y gracias por pasarte a leer! que bueno que te gusta :D y sí, también trataré de profundizar y eso, y describir los escenarios XD cosas que se me pasan (? Igual, gracias por leer, de verdad :)
     
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  6. Threadmarks: Parte 1 / Capítulo 3: La mentira
     
    Manuvalk

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    Capítulo 3: La mentira



    El camión avanzaba velozmente por aquella carretera secundaria, desviándose de la autopista que posiblemente estaría llena de vehículos parados, convirtiéndose en un vertedero de residuos, un desguace, un maldito desierto en medio de la nada.

    Teo encontró un disco en la guantera y no dudó en ponerlo, ante la aprobación de Mich. Sonaba "Ghost Riders in the Sky" de Johnny Cash, un clásico. Teo tarareaba la canción, sintiéndose un cowboy en caballo, cabalgando por el viejo oeste. Y tenía razón, ahora todo se asemejaba al viejo oeste.

    — Eh, deja de cantar, pesao. — Dijo Michel, riéndose de la entonación que ponía Teo al cantar. — Vas a hacer que me deprima... o que llueva.

    — ¿Qué te pasa? Quien canta, el mal espanta. ¿No conocías el refrán? — Indicó con chulería el joven Teo.

    — ¿Cómo no voy a conocerlo? Hasta un niño de 4 años lo conoce.

    De pronto ambos se pusieron cabizbajos. Hacía tanto que no veían niños corretear por el parque, columpiándose, tirándose por el tobogán, pidiendo a sus padres que jugaran con ellos... pensaban en lo mal que debía estar pasándolo la dulce Charlotte, vivir en un mundo así de... extraño.

    En la parte trasera del vehículo, el resto del grupo estaba compartiendo opiniones de la situación actual. La parte trasera del camión tenía algunas cajas llenas de paquetes de papas Lays, pero el estado del "cajón" en el que se hallaban era lamentable, puesto que tenía moho por cada esquina, y la humedad les congelaba los huesos. Sin duda alguna hacía mucho que no limpiaban por allí.

    — Yo creo que han sido los cerdos del gobierno. Sí. Sin duda alguna, siempre experimentando con el VIH o con el cáncer, joder, vaya panda de inútiles. — Musitó el viejo Leonardo, refunfuñando sobre la situación que afrontaba el mundo.

    — El anciano tiene razón, han sido las mierdas del gobierno. — Añadió Mark, limpiando por partes su preciado rifle con gran mira telescópica. — Seguro que ahora viven de p*ta madre en algún bunker.

    — Quizá el mundo, cansado de nuestra codicia de sacarle petroleo y demás cosas, ha creado algún virus para exterminarnos, o por lo menos reducir nuestra especie. Suena interesante si lo piensas. — Dijo Matías, que creía en dichas teorías del botón de "reseteo" que supuestamente tenía el mundo.

    — Quizá ha venido del espacio, en algún pequeño meteorito indetectable para los escáneres que peinaban los cielos. ¿No? Podría ser cualquier cosa, joder. — Señaló Martín, tumbándose. — ¿A que han sido los aliens cabrones...?

    El pequeño grupo rió. Por un momento se sintió paz y tranquilidad, un momento de felicidad, un instante fugaz pero a la vez eterno. Luego todos volvieron a poner sus caras largas o despreocupadas.

    — De todas formas, nunca vamos a averiguarlo. — Intervino Mary, que abrazaba a su pequeña.

    Seeh, jamás sabremos que demonios es esto. — Respondió Mark, montando su rifle de nuevo.

    Matías sacó un paquete de papas y se puso a comer. Martín alzó la mano pidiéndole un puñado de Lays y acto seguido Charlotte, a lo que Matías tuvo que sacar otro paquete y dárselo a Mary, para que ambas comiesen.

    — ¡¿Cuanto falta, Teo?! — Preguntó Martín, haciendo que su grito retumbase fuertemente.

    — ¡Supongo que en media hora hemos llegado! ¡Estamos a seis kilómetros! — Respondió Teo desde el otro lado, sonando de fondo.

    — Sí, señor... — Dijo Martín en tono burlón.

    — ¿Cómo habéis sobrevivido al inicio de esto, Mark? Tú y tu hermano, digo. — Dijo de pronto Mary, con curiosidad.

    Mark se quedó callado mientras los demás le observaban. Un silencio incómodo apareció entre todos, que esperaban respuesta del nuevo.

    — Venimos de la ciudad.

    — ¡¿De la ciudad?! — Preguntó alterado Martín, con unos ojos desorbitados.

    Mark asintió.

    — Yo y Teo simplemente vivíamos por allí. Piso compartido. El ejercito estaba preparando una cuarentena, justo cómo a la que vamos. No les dio tiempo.

    — ¿Qué pasó? — Preguntó Matías, curioso.

    — Miles de ellos...

    — Dios... — Susurró Mary.

    — ¿Monstruos? — Dijo Charlotte de pronto.

    — Sí, monstruos... — Respondió Mark, sumiéndose en sus tenebrosos recuerdos.

    ...

    — ¡¡¡POSICIÓN COMPROMETIDA!!!

    — ¡¡¡MUNICIÓN AQUÍ!!!

    Mark se encontraba con uno de los escuadrones del ejercito en primera fila. Uniformado militarmente, el joven sujetaba un rifle en brazos, y defendía una de las posiciones comprometidas por infectados.

    A su lado, Michel, médico militar, aguantaba una Glock con la mano izquierda, y llevaba además del traje militar, una mochila con suministros médicos. Los disparos se oían cómo truenos, incesantes, ruidosos. Una serie de destellos cegaron por un momento a Mich, que tuvo que cubrir sus ojos con el antebrazo.

    — Han lanzado una granada cegadora, tranquilo. — Dijo Mark, escondido en una trinchera improvisada junto el médico asustado.

    — Oh, mierda, no vamos a salir de aquí. — Susurraba repetitivamente Michel, colocándose las gafas.

    — Claro que saldremos de aquí. ¿Ves ese jeep de allí? Lo cogemos y nos largamos de este caos.

    Mich alzó la vista entre disparos y explosiones y contempló el jeep con ametralladora encima justo preparado en la salida.

    — ¡¿Vamos a desertar?! — Dijo Mich totalmente aterrado por la situación.

    — Sí, chaval. — Dijo uno de los soldados que les acompañaban.

    — ¡¿Tienes otra idea?! ¡Tú sígueme y cállate! — Le ordenó Mark, que le cogió un brazo. — ¡Vamos!

    ...

    — No les dio tiempo ni a colocar las vallas. La avenida iba a ser relativamente segura, pero, el lugar se vio comprometido. Había gritos de soldados, gritos de civiles aterrados, gruñidos de esas bestias... Mich y yo escapamos de milagro.

    Mary tapó los oídos a Charlotte, pues no quería que escuchase semejante historia atroz.

    — No te lo aconsejo. — Dijo Mark de pronto, mirando fijamente a Mary.

    — ¿Cómo?

    — No deberías taparle los oídos.

    — ¿Por qué? Además, ¿quién eres tú para decirme lo que debo hacer? — Reprochó la madre, molesta con el joven.

    — No soy quién para decirte lo que debes hacer, pero mi sincera opinión es que no le tapes los oídos para que no escuche esta historia. Debe saber lo que hay ahí fuera, y debe entender que ya no va a hacer cosas de niña. No soy quién para decirte nada, pero soy alguien con sentido común cómo para decirte que prepares a la niña mentalmente de lo que hay ahí fuera. Tarde o temprano, acabará viendo.

    El pequeño grupo se quedó callado. Sólo se oía la conversación que Teo y Mich tenían justo delante, mientras conducían. Por un momento, Mary quería decirle que se metiera en sus malditos asuntos.

    Pero la mirada de Mark era decidida y tenía razón, por el bien de Charlotte, debía saber lo que sucedía a su alrededor, y prepararla para los horrores que quizá tendría que vivir. La mujer quitó las manos de las orejas de su hija.

    — Tienes razón. — Murmuró Mary, ante el desconcierto de todos.

    Mark sonrió, contento de que entendiera la gravedad de la situación.

    En la parte delantera, Teo y Mich observaban el paisaje claro que había, con frondosos bosques por ambos lados de la carretera, un cielo despejado de nubes y una temperatura agraciada. El conductor quitó la música.

    — ¿A que te dedicabas? Ya sabes, antes de todo esto. — Dijo Teodoro de pronto.

    Mich se puso notablemente nervioso, cosa que Teo detectó fácilmente. Se esperaba una excusa elaborada, pues sabía que Mich no era idiota, sino un tipo inteligente.

    Ahm, era informático. Ya sabes, reparar ordenadores, y esas cosas. — Dijo Michel, tragando saliva.

    — No me digas esa milonga. — Respondió Teo, directo. — Tú no eres informático, no me vas a engañar con esas gafas y la pinta de friki que tienen los jugadores del Call of Duty.

    Michel tenía el rostro desencajado. Sabía que podía colar con los demás, pero Teo era demasiado listo. "Joder, psicólogo es, pues estoy jodido" pensó. Teo se concentraba en conducir, observando de reojo a Mich, que estaba pálido y sin elaborar respuesta.

    — No se lo diré a nadie, esto es cómo una consulta. ¿Quien eres? ¿De verdad te llamas Michel?

    — Claro que me llamo Michel, idiota, ¿por qué querría cambiar de nombre?

    — ¡Yo qué sé, melón! Anda, dime.

    Mich suspiró, ya rendido.

    — Médico del ejercito.

    Teo se frotó los ojos, tratando de asimilar lo que acababa de oír. Pero en varios segundos tomó la compostura.

    — Tus habilidades nos pueden ser útiles; por cierto, ¿sabes que demonios ha ocasionado este desastre?

    — Mis habilidades de medicina son para casos extremos; amputaciones, y heridas graves. Cosas así. Aunque me es fácil tratar un resfriado, si es eso lo que me preguntas. — Musitó Michel, mientras sacaba el codo por la ventana. — Y no, no sé que mierda es esta enfermedad que hace que los muertos resuciten, no. Ojalá.

    Mmm.

    — ¿No me crees?

    — Claro que te creo, es sólo, que tenía fe de que supieses algo.

    — Sólo sé que la infección es lo que te mata. Y la mordida no es tratable. Lo comprobé por las malas... — Dijo Mich, recordando.

    ...

    — ¡Doctor! ¡Doctor Shawn! — Clamaba un soldado, sujetando un niño en brazos.

    — ¿Sí? Dejadle entrar en la carpa, por favor. — Ordenó Michel Shawn, el médico del ejercito. — ¿Qué pasa?

    — Misión de reconocimiento en las afueras de la ciudad. Mí escuadrón y yo nos encontramos a este niño moribundo, escondido dentro de un vehículo. Está mordido. — Dijo el soldado.

    Michel le lanzó una mirada de tremenda preocupación. El soldado se le quedó fijamente mirando.

    — Veré que puedo hacer por él, Mark. Pero sabes, que la mordida de uno de 'ellos' es letal. No creo que sobreviva.

    ...

    Teo observaba la fijación que tenían de la cuarentena en el mapa. Estaban muy cerca.

    — Entonces, ¿tú y Mark no sois hermanos?

    — No. Nos conocimos hace seis meses. Cuando nos alistamos para ayuda humanitaria. Por favor, no les digas nada a los tuyos, no de momento. — Suplicó Mich, cabizbajo.

    — Claro, está bien, pero, ¿por qué escondéis vuestra verdadera profesión?

    — Por que escapamos con dos compañeros más de una situación fea de cojones. Ellos no quisieron quitarse el uniforme del ejercito, pero Mark tuvo una corazonada y nos lo quitamos para ponernos ropa normal. Nos encontramos con un grupo de bárbaros, gente tremendamente loca, paranoica, y el fin del mundo no ayudaba. Nos atacaron por sorpresa, y al ver a nuestros amigos, soldados, balbucearon algo de que el ejercito no hizo una mierda por impedir que la epidemia se extendiera, y pensaron que eramos civiles "rescatados" por ellos, así que ejecutaron a nuestros amigos frente nosotros, y luego nos dejaron ir. Fue ahí cuando supe que Mark acertó y que lo mejor era no decir que eramos del ejercito.

    Teo quedó atónito con lo que su compañero había dicho. Impactado aminoró la marcha del camión. Ya habían llegado a la entrada de la ciudad, pero había un bloqueo y no podían pasar.

    — Esto... ábreles. Diles que hay que caminar. — Dijo Teo, aun impactado por esos "bárbaros".

    Mich accedió y bajó del camión. Aparentemente no tenía armas, pero mantenía un revolver pequeño en uno de los bolsillos del pantalón. Abrió la parte trasera rápidamente.

    — Hasta aquí puede llegar el camión. Coged todo lo que necesitamos. Hay que caminar, vamos.

    El resto del grupo comenzó a bajar del camión con cierto sigilo. A cada lado, vehículos un tanto oxidados se hallaban ya sin vida alguna, siendo ahora solo chatarra.

    El grupo avanzó por la carretera recta y en silencio entre los coches parados, dirigiéndose a la entrada de la ciudad, donde debía hallarse la entrada a la cuarentena.

    Charlotte pisó un pequeño papel en el que pone "invadido", y decidió guardarlo, sin avisar a sus compañeros del peligro que corren.
     
    Última edición: 19 Mayo 2016
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    Ichiinou

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    Pobrecilla, es una niña, posiblemente no sabía ni siquiera el peligro que había ahí, gracias a que su madre no quería que supiese nada. :(

    Bueno, este capítulo me ha gustado mucho, los flashbacks han ayudado mucho a darle trasfondo a los personajes y no sé, está tomando un rumbo interesante. A ver qué ocurre ahora con el grupo en la ciudad. No sé, presiento que alguien va a morir. (?)

    Espero el siguiente capítulo. ¡Y ánimo con la historia! :3

    ¡Un saludo! :)
     
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  8. Threadmarks: Parte 1 / Capítulo 4 (Final): Rodeados
     
    Manuvalk

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    (Final Parte 1) Capítulo 4: Rodeados



    Un cementerio de vehículos se abría paso durante unos kilómetros hasta la entrada de la ciudad. Algunos volcados, otros quemados, la mayoría con abolladuras, sangre, agujeros de bala, cristales rotos, peluches o ropa sucia en el asfalto, e incontables cosas más que dejaban ver que la civilización había dado paso a un caos global del que sería difícil salir, por no decir imposible.

    ¿Volverían a ser las cosas cómo antes algún día? ¿Sería el fin de la especie? ¿El comienzo de un nuevo orden? La situación que pasaba el mundo tenía muchas preguntas sin respuesta.

    Matías avanzaba de los primeros, junto a Mark. Ambos vieron una pancarta colgada de dos farolas en la que indicaba que se acercaban a la cuarentena.

    — No creo que haya nadie allí, ya. — Murmuró Mark de pronto.

    — ¿Por qué? — Preguntó Matías, que se hallaba en sus pensamientos más que en la conversación que mantenía.

    — ¿No es obvio? Siempre el mismo mensaje de radio, y no lo cambian desde hace una semana. Ese mensaje lo han dejado grabado. Quizá no quede nadie allí.

    — Deberías tener un poco más de esperanza, Mark. Las cosas deben irnos bien poco a poco. Y si no es así, lidiaremos con lo que nos venga.

    — Supongo que tienes razón, Matt. — Respondió el joven soldado, que aun no se atrevía a decir quien era realmente.

    Siguiéndoles de cerca, estaban Charlotte, Mary, Mich y Leonardo. Todos pasaban en fila y con algún arma, observando todos los coches por si hubiese algún invitado indeseado en ellos.

    — Esto está jodidamente muerto, hostia. — Susurró Mich, haciendo ver que estaba asustado.

    — Ya lo vemos, hombre. — Respondió Leonardo, con incredulidad.

    — Todos atentos, no queremos sorpresas. — Dijo Mark, demostrando notablemente su liderazgo.

    — Ya estamos atentos. — Dijo Mary, con su hija al lado.

    Mark hizo una mueca y se giró hacía delante, Matías sujetaba su palanca de metal y caminaba notablemente tranquilo, con una seguridad que había dejado a muchos pasmados. Los últimos eran Teo y Martín, que vigilaban la retaguardia.

    — No me trago a ese tipo, ¿cómo se llama?

    — ¿Mark?

    — Ese. No me convence. Viene de hace un día y ya se cree el mandamás. — Dijo Martín, que sujetaba su bate de béisbol.

    — No es que no te convenza, es que tú quieres ser el mandamás, ¿verdad? — Indicó Teo, sonriendo.

    — ¿Pero tú cómo te enteras de las cosas? Sí, es eso.

    — Me subestimáis.

    — Ajá.

    — Ya hemos llegado, debe estar a unas manzanas de aquí. — Susurró Matías de repente. — Sugiero que no vayamos todos por la ciudad, debe estar plagada de esas cosas.

    — Concuerdo con él. — Dijo Charlotte.

    — ¿Por qué, cariño? — Preguntó Mary.

    La niña se dispuso a hablar cuando escucharon un ruido. El aire soplaba y se hallaban a plena luz del día, posiblemente era mediodía. Las hojas de los árboles se mecían suavemente y el grupo buscaba desesperadamente la fuente del sonido.

    — ¿Hay alguien ahí? — Preguntó Mich, esperando una respuesta.

    — ¿Tú eres tonto o te gusta serlo? Qué quieres, ¿llamar la atención de esas mierdas andantes? — Reprochó Martín, empujando suavemente a Michel, que se colocaba las gafas cada dos por tres, por culpa de los nervios.

    — Eh, déjalo. Ya está hecho. — Señaló Mark, separando a ambos.

    — ¡Tú cállate! — Dijo Martín, empujando fuertemente a Mark y haciéndolo caer al suelo.

    Martín era puro músculo, un hombre corpulento, casi se podría decir que era culturísta, pero Mark no era poca cosa. El muchacho se levantó del suelo, y quitándose el polvo, le lanzó una mirada desafiante a Martín. Ambos se quedaron mirándose y la tensión crecía por momentos.

    — No hay que pelear. Me parece absurdo que discutamos entre nosotros por gilipolleces. — Intervino Matías. — Antes de que venga algún muerto, debemos decidir quienes van a la cuarentena y quienes se quedan.

    — ¡Hola!

    Mark se giró apuntando con su rifle a un desconocido que surgió de entre los arbustos. Mich sacó su pequeño revolver e hizo lo mismo, seguido de Leonardo, que mantenía su vieja escopeta y actuó igual. El grupo entero se quedó mirando a aquel misterioso desconocido.

    — ¿Qué quieres? — Preguntó Matías, con seriedad.

    El desconocido, que mantenía las manos levantadas, vestía con un pantalón vaquero y una chupa, además de una mochila de camping. Parecía extrovertido, puesto que sonreía de oreja a oreja y posiblemente tenía unos 30 años de edad.

    — Oh, no quiero nada. Me llamo Tom, me dirigía a la cuarentena cuando vi vuestro camión pasar a toda velocidad. Os he seguido y no pensaba encontraros, pero al final, ha sido así. Mirad, no pretendo nada, simplemente me gustaría un poco de compañía. Viajo sólo.

    — ¿Cómo sabemos que estás sólo? — Preguntó Mark, aun con el rifle en alto y sin fiarse de aquel hombre.

    — ¿Ves a alguien más, tío?

    Matías se acercó a Mark discretamente.

    — Podríamos llevarlo con nosotros. Con los que vamos a la cuarentena, digo. — Susurró el joven al oído de Mark.

    Mark asintió.

    — Está bien, ven. Pero un movimiento fuera de lo normal y te lleno de plomo. — Advirtió Mark, bajando el rifle.

    — Tranquilo, John Wayne, soy buena gente. — Respondió Tom, sonriente.

    — Eso dicen todos... — Murmuró Martín, observando a Mark.

    — Sugiero que avancemos hasta la cuarentena y una vez allí, un pequeño grupo de incursión acceda en ella, en busca de respuestas, suministros y demás cosas. ¿Qué os parece? — Sugirió Matías.

    — Me parece un buen plan. — Indicó Martín.

    — Suena perfecto. — Dijo Mark. — Vamos entonces.

    El grupo caminó hasta llegar a un cruce de avenidas, donde un muro con puerta metálica indicaba que se encontraban frente a la cuarentena. El silencio era total. Habían varios vehículos parados, y un coche estaba accidentado contra una tienda de ropa para niños. Miles de pequeños cristales estaba desperdigados por el suelo, y el escaparate se encontraba hecho trizas.

    — Bien, aquí en medio de la nada llamamos la atención. Entremos en esa tienda y decidamos que hacer. — Dijo Mark.

    El soldado avanzó de puntillas y abrió lentamente la puerta, tratando de no hacer el mínimo ruido posible. Desenfundó un cuchillo de caza que tenía sujeto al pantalón y dejó el rifle en el suelo. Las estanterías se encontraban la mayoría en el suelo, con ropa infantil ahora hecha harapos y sucia, además de cristales.

    Matías fue el segundo en entrar, sujetando con fuerza su palanca. Rápidamente identificó la oficina, y con una señalización le indicó a su compañero que allí es donde iban.

    Mark colocó la mano izquierda en el pomo de la puerta, en la que ponía "privado", respiró hondo y abrió con velocidad. Vio que la habitación se encontraba en un estado decente, y además de una pila de ropa infantil, tenía un pequeño despacho y una ventana que miraba al callejón trasero.

    — Libr...

    De pronto una mujer de unos 40 años y con la piel de la cara cayéndole se abalanzó sobre el joven soldado, que no se lo esperaba. El forcejeo era tal que comenzaron a a chocar con maniquíes, y ambos cayeron al suelo. La mujer muerta, lanzó un profundo gruñido e intentó levantarse.

    Sin pensárselo, Matías hundió la punta de su palanca en el cráneo de la chica infectada. Una sangre coagulada, espesa y negra comenzó a salir de la cabeza a borbotones. Mich sufrió una arcada y Mary tapó los ojos de Charlotte, pero ésta se quitó las manos de su madre de la cara y observó con seriedad cómo se desfallecía aquel ser.

    — Ha faltado poco. Joder, no me lo esperaba. Gracias, hermano. — Dijo Mark, agradecido por la ayuda de Matías.

    — Estamos juntos en esto, no hay de qué.

    — Dios, que asco. — Indicó Teo.

    — ¿Y ahora qué? — Preguntó Martín.

    — Entremos, demonios. — Dijo Leonardo, junto Mary y Charlie.

    — Vamos, todos dentro. — Ordenó Matías.

    — Hey tío, le has dado una buena a esa p*ta zombie. — Dijo Tom, con esa sonrisa tan carismática que tenía.

    Matías le levantó el pulgar. De pronto, Martín y Teo mostraron caras de preocupación, mientras miraban hacía una de las avenidas.

    — Tenemos que irnos, ya mismo. — Murmuró Teo.

    — Oh sí, larguémonos de aquí. — Dijo Martín.

    — ¿Qué mierda ocurre? — Preguntó Leonardo, asomándose a la calle junto Teo y Martín. — Vienen varios. El ruido debe haberlos atraído.

    — Vamos, vamos, vamos, salgamos de aquí, busquemos otro sitio. — Ordenó Mark.

    — Demasiado tarde, tío. Vienen de todos lados. — Señaló Tom, preocupado. — Hay que entrar en el despacho ese.

    El grupo se encerró en aquella habitación, mientras comenzaban a oír cómo los muertos pisaban los cristales del suelo. Ya estaban allí.

    — ¿Veis alguna salida por aquí? — Preguntó Mary, un tanto asustada por la situación.

    — Sí, por esa ventana. — Respondió Mark.

    — ¡¿Vamos a saltar?! — Dijo Michel.

    — No, tiene una escalera de emergencia, subiremos a la azotea y pensaremos algo. — Añadió Matías.

    Los muertos comenzaron a golpear la puerta blanca de madera, y gruñir desesperados, ya que la comida estaba al otro lado.

    — ¡Sugerimos que os deis prisa en salir! ¡La puerta no aguantará mucho! — Dijo Teo, que junto Martín, evitaba que la puerta se abriese o cayese debido el golpeteo de los infectados.

    — A la mierda. — Dijo Matías, rompiendo el cristal de la ventana y acto seguido abriéndola. — Damas primero. — Sugirió, dejando pasar a Mary y Charlotte.

    Después salió Mich seguido de Tom, y al momento, Mark. Matías esperaba que subiese Leonardo.

    — ¡Vamos muchachos, apartad! Yo los contendré hasta que subáis y rápidamente subiré yo. — Indicó el viejo Leo, preparando la escopeta.

    — ¡¿Está seguro anciano?! — Preguntó Martín, gritando para que lo escuchase por encima de los golpes.

    — Segurísimo. ¡Vamos!

    Teo y Martín dejaron la puerta al unisono y corrieron hasta la ventana, salieron y comenzaron a subir. Leo comenzó a disparar sus cartuchos mientras Matías le ayudaba a mantenerlos a raya.

    — ¡Leo, debes irte ya! — Ordenó Matías, mientras clavaba la palanca en la cabeza de un joven podrido.

    — ¡Vete tú primero! — Respondió Leo, disparando las últimas balas que le quedaban. — Cuida de mis chicas.

    — ¡¿Qué c*ño hace?! — Exclamo Matías, molesto.

    — ¡Saldré detrás tuya! ¡Vamos, idiota!

    Matías salió y observó cómo el viejo ejecutaba muertos uno a uno.

    — ¡¿Subís de una puñetera vez o qué?! — Gritó Martín desde la azotea.

    — ¡Es que no quiere subir! — Dijo Matías. — ¡LEONARDO, VENGA YA!

    Al viejo se le acabaron los cartuchos, y la multitud de seres podridos era notable. Observó a Matías con una mirada que transmitía muchos sentimientos.

    — No quiero vivir en un mundo así. Moriré ayudando a mí familia. — Susurró el anciano, que peleaba en vano contra aquellos seres. — Cuida de ellas.

    Matías observaba atónito cómo aquellas bestias desfiguraban a Leo, ya siendo consumido por la sed de carne de los muertos vivientes. Acto seguido subió las escalerillas hasta la azotea. Su rostro lleno de lágrimas lo decía todo.

    — ¡MALDITO EGOÍSTA DE MIERDA! ¡NO HA PENSADO EN SU FAMILIA! — Exclamo Matías, furioso con el suicidio que acababa de presenciar.

    — ¿Ha muerto? — Preguntó Mark.

    — Oh, Dios... — Susurró Mary, que comenzó a sollozar desconsoladamente, seguida de su hija.

    Teo se dirigió a Mary y Charlotte y las abrazó con fuerza, mientras las chicas lloraban descontroladamente. Mich se quitó las gafas para limpiarse las lágrimas que le caían. Mark simplemente miraba el horizonte, perplejo.

    — Oye, no has podido hacer nada. Ha sido su decisión, Matías. — Murmuró Martín, que se había acercado a Matías.

    — ¡¿Cómo puedes decir esa mierda?! ¡¿Eres consciente de lo que acabo de ver?! — Dijo Matías, empujando fuertemente a Mark de su lado.

    — ¡SOY CONSCIENTE DE ELLO, HE VISTO ESA MIERDA CIENTOS DE VECES! ¡ASÍ QUE CÁLLATE Y PONLE HUEVOS! — Exclamo Martín, colocándose enfrente de Matías.

    — ¡VETE A LA MIERDA! — Gritó furioso Matt, dándole un puñetazo que lo hizo retroceder unos metros.

    Martín se limpió con el antebrazo la sangre y se dirigió a devolverle el golpe, pero Mark lo sujetó por detrás.

    — ¡¡¡Suéltame, voy a matar a ese payaso!!!

    — No hagas nada estúpido. — Reprochó Mark, aun manteniéndolo bajo control con alguna llave especial.

    — Está bien, tienes razón, suéltame... — Sugirió Martín, mientras Mark lo soltaba. — ¡Y APÁRTATE JODER! — Dijo, dándole un codazo a Mark y placando a Matías.

    Ambos comenzaron a retorcerse en el suelo sucio de aquella azotea. Martín, que estaba encima, lanzaba puñetazos sin parar y Matías puso sus antebrazos para frenar sus golpes.

    — Levántate con mucho cuidado, Rocky Balboa, las manos en alto.

    Martín se levantó obedeciendo y se giró para ver a Tom apuntándole con una pistola. Matías observaba asombrado cómo el nuevo le había ayudado. Teo lo levantó del suelo tendiéndole la mano.

    — Qué vas a hacer, ¿matarme? — Dijo Martín, sonriendo.

    Mary y Charlotte habían dejado de llorar para mirar aterradas las calles. El grupo comenzó a oír un murmullo en los alrededores.

    — Ch-chicos... mirad esto. — Murmuró Mary.

    — Me cago en... — Susurró Michel.

    El edificio se encontraba rodeado por miles de muertos, que habían sido atraídos por los disparos y la disputa entre el grupo. Los integrantes observaban atónitos cómo la muchedumbre de cuerpos podridos alzaba las manos, desesperados por coger a los supervivientes.

    Charlotte, que aún le recorría una lágrima por el rostro, sacó el papel del bolsillo, leyó "invadido" y hizo bolita la nota, lanzándola hacía esa masa de seres muertos, de la que no paraban de llegar oleadas de ellos.

    Estaban rodeados.
     
    Última edición: 22 Enero 2016
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    Ay, si Charlotte no se hubiese callado... a lo mejor ahora sería muy diferente todo. ¿Verdad?

    Igual el pobre de Leo estaría vivo... aunque si se quería suicidar, lo haría de una u otra manera. ¿No?

    Me ha gustado el capítulo. A ver cómo salen de esta... A no ser que encuentren un helicóptero de salvamento por ahí... mal los veo. xD

    Espero el siguiente.

    ¡Un saludo! :)
     
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  10. Threadmarks: Parte 2 / Capítulo 1: Un perfecto extraño
     
    Manuvalk

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    Parte 2



    Capítulo 1: Un perfecto extraño


    Parecía un concierto. Debían ser miles de ellos rodeando aquel edificio en el que el grupo se encontraba, concretamente en una azotea, de la que podían ver suficientemente bien la oleada de muertos que permanecía el lugar. Era aterrador, increíble y espeluznante. Sin duda una imagen que todos querrían olvidar.

    Matías estaba sentado en una esquina, cabizbajo y pensando en los acontecimientos sucedidos anteriormente. Martín en la otra punta, observando con temor a esos miles de infectados, con un rostro de temor que era indescriptible. Teo y Mich buscaban un tema de conversación para no ver lo que tenían alrededor, susurrando entre ellos.

    Mary y Charlotte sollozaban, mientras Tom les ofrecía unas barras energéticas en un intento de levantarles la moral y alimentarlas. Mark observaba desde la mira telescópica de su rifle todo el caos que les rodeaba.

    — Nunca había visto nada igual... — Dijo Matías, de pronto, apareciendo por la derecha de Mark. — Se siente, extraño. Los ves ahí, gruñendo, alzando sus brazos y lanzando mordiscos tratando de alcanz...

    — Basta.

    — ¿Cómo?

    — Vamos a salir de esta azotea, Matt, y vamos a pirarnos de esta ciudad fantasma. — Afirmó con seguridad el militar.

    Matías asintió, contagiándose un poco de esa confianza que desprendía Mark. El soldado llamó la atención de los suyos, que no tardaron en colocarse alrededor del que, sin previo aviso, se había posicionado cómo el líder de aquel pequeño grupo de supervivientes.

    — ¿Algún plan en mente? — Preguntó Martín, mostrando claramente su pavor por la situación.

    — Mirad a vuestro alrededor. — Sugirió Mark.

    — Eso ya lo hemos hecho, joder. — Indicó Teo, visiblemente desesperado por comenzar a idear un plan.

    — ¿Qué quieres que veamos, tío? — Dijo Tom.

    — Vamos a tener que saltar. — Murmuró Mark, con seriedad.

    Mich se echó las manos a la cabeza, y se fue a una esquina, desentendiéndose de la situación.

    — Estás loco. — Dijo Mary, aún sollozando.

    — No es tan loco si lo piensas. Tenemos un p*to edificio a nuestra derecha, y distanciado de nosotros por unos cinco pasos alargados. Saltando llegamos.

    — ¡¿Qué mierda te fumas?! ¡¿Piensas que aquí todos pueden saltar semejante distancia?! — Dijo Martín, tildando de descabellado el plan de Mark. — Charlotte no tiene la zancada de un adulto, se caería por el hueco, joder. Y aquí la mitad no tendría bolas para saltar.

    — Tú primero, señor con bolas... — Musitó Teodoro, sonriendo.

    — Está hecho, chaval.

    Martín dejó el bate de béisbol en el suelo y se dispuso a hacer carrerilla. Aquella azotea era plana y bastaba con saltar un murito para llegar a la otra parte, en la que habían un par de antenas telefónicas y no mucho más. El hombre avanzó con veloces zancadas hasta dar un gran salto con sus viejas botas, y afortunadamente llegó sin problemas al otro tejado.

    — ¿Decíais...?

    — Enhorabuena, ¿quieres una galleta? — Dijo Michel.

    — No me vaciles, maricón. — Respondió Martín, serio de nuevo.

    — Bien, Matías, Martín, Tom y yo buscaremos una salida de la cuarentena. Mary, Charlotte, Teo y Mich os quedáis aquí, con las cosas. Aún quedan muchas horas de luz. Entraremos, inspeccionaremos el lugar y volveremos con un plan de salida. — Indicó Mark.

    — ¿Qué plan es ese? ¿Para qué vais a entrar en la cuarentena? — Preguntó Michel, desconcertado.

    — Por armas. — Respondió Matías.

    — Eso mismo. — Respaldó Mark. — Con armas, seremos más fuertes. No veo otra forma de salir de aquí que a tiros. Nos abriremos paso entre esa multitud y llegaremos al camión, daremos media vuelta y nos largaremos lejos de éste sitio.

    — Entendido. Suerte. — Murmuró Teodoro.

    Mary y Charlie observaban cómo el resto del grupo se iba, quedándose con ellas, Teo y Mich. Mark dejó el rifle con Mich y decidió coger su pequeño revolver, acto seguido saltó. Matías lo mismo y Tom en última posición. En aquella azotea con antenas telefónicas, encontraron la puerta hacía el interior de lo que era el edificio.

    — Matt, fuérzala.

    — Voy.

    El hombre colocó su palanca e hizo presión contra el pomo, destrozando la cerradura por dentro y abriendo instantáneamente la puerta. Mark entro primero con el revolver en mano, seguido de Matías con su palanca de hierro y tras él Tom sujetaba una tubería de metal con decisión y Martín cubría las espaldas de los suyos manteniendo el bate con él.

    Bajaron unas pequeñas escaleras en fila india, y finalmente accedieron a lo que parecía el último piso de aquel edificio, que era de oficinas. No tardaron en ver el logo de Movistar por allí. Quizá era una de sus oficinas centrales.

    — Demasiado silencio. — Murmuró Martín, observando sus espaldas.

    — ¿Te quieres callar? — Dijo Matías, susurrando.

    Un largo pasillo se extendía y en ambos lados varias oficinas ahora sin vida se daban a ver. Un reguero de sangre salía de una habitación y recorría todo el pasillo, un teléfono fijo colgaba de una mesa y varias sillas estaban desperdigadas por el suelo.

    Avanzaron lentamente por aquel pasillo, atemorizados. Mark se colocó estratégicamente tras una esquina y observó el siguiente pasillo que se abría a la izquierda.

    — Despejado.

    El grupo de incursión continuó su andadura por las oficinas en absoluto silencio, en un intento por pasar desapercibidos. En una de las oficinas un hombre corpulento y cuarentón se hallaba sentado con un disparo en la frente, mientras le colgaba la cabeza hacía atrás.

    En sus manos, la foto de una mujer que Matías distinguió cómo pelirroja. Tom se echó la mano a la boca, intentando no vomitar ante semejante escena atróz. Durante varios minutos, el silencio reinaba entre los cuatro, y la situación estaba tranquila y controlada.

    ...

    Charlotte masticaba el último trozo de la barrita energética mientras lanzaba el plástico hacía la calle. Su madre, aún en shock, tenía la mirada perdida en el suelo. Mich oteaba con unos prismáticos el horizonte, mientras Teo contaba las pocas latas de fabada y alubias que les quedaban. Soltó un leve suspiro que rompió por unos segundos el silencio en aquella azotea.

    ...

    — Matías, uno ahí.

    — Lo tengo.

    Matías se acercó sigilosamente hacía el hombre podrido que caminaba justo delante de ellos y con fuerza le incrustó la palanca en la sien. Asintió y los demás comenzaron a caminar tras él. Matías sudaba demasiado, y de vez en cuando se frotaba la frente con la manga de su brazo izquierdo. Mark se aseguraba de que su revolver tuviese balas, mientras buscaba en el bolsillo la munición que tenía.

    Martín giraba la cabeza cada diez segundos, por si algún muerto les seguía, y también por la paranoia que llevaba encima. Tom resoplaba cada vez que superaban un bloque de oficinas, aliviado. De pronto, sonaron dos disparos, probablemente en el pasillo paralelo a ellos. Matías miró a los suyos y acto seguido comenzó a correr en la dirección de los disparos.

    Mark comenzó a seguírle y Martín y Tom se miraron sin saber que hacer. Matías sorteaba sillas y papeleras, seguido de Mark, y finalmente de Tom y Martín. Finalmente llegaron a una pequeña sala en la que hombre joven se defendía de siete muertos. Derribados tres a disparos, el chico se veía superado. Al verlo, Matías se lanzó en su ayuda, mientras el hombre quedaba sorprendido. Mark ayudó a Matías y acto seguido llegaron Martín y Tom, pero ya no era necesaria su ayuda.

    — Gracias por salvarme. — Dijo. — Me llamo Aiden.

    — Matías.

    — Mark, y estos son Tom y Martín.

    Matías estrechó la mano del desconocido.

    — ¿Qué haces aquí? — Preguntó Matt.

    — Es una buena pregunta. Pero, ¿qué hacéis vosotros aquí? No recuerdo haberos visto por la zona de cuarentena.

    — ¿Vives aquí? — Dijo Martín.

    — Cómo ves, ahora aquí no puede vivir nadie. Vivo a las afueras, una pequeña granja. — Respondió Aiden, resoplando.

    Mark miró a Matías.

    — ¿Y que haces aquí? — Insistió Mark.

    — Buscaba suministros. Armas, concretamente. — Señala una pequeña bolsa con varias armas sobresaliendo. — La comida no es un problema, tengo todo tipo de cultivos.

    — Veníamos por lo mismo. — Indicó Tom, abiertamente amable.

    — Ya no queda nada, lo he saqueado todo. — Sugirió Aiden, confiado. — Pero podríamos unirnos...

    — ¿Qué te hace pensar eso? — Dijo Mark, serio.

    — Soy buena persona. Y...

    — Eso dicen todos. — Murmuró Matías, dubitativo.

    — ¡Lo sé! Mirad, parecéis buenas personas. Tengo personas a las que cuidar en esa granja, y no me vendría mal vuestra ayuda. Lo sé, suena disparatado, pero allí solo ves un muerto cada tres días, y deambulando por la pradera. Es una zona segura, con comida y refugio. Podríais venir.

    — ¿Qué te hace pensar que somos buenas personas?

    — Porqué yo no me equivoco.

    Mark hizo una mueca y Matías sonrió.

    — Tenemos a algunos en la azotea de al lado. Podemos ir a recogerlos y...

    — ¿Hablas en serio, Matt? — Preguntó Mark, molesto. — ¡No conocemos a este tipo!

    — Tampoco te conocíamos a ti, y tu nos apuntabas con el rifle. Él tiene la pistola a mano y la ha enfundado. — Respondió Matías, ante la mirada desafiante del soldado.

    — Escuchad, si voy a ser un problema...

    — No, no. ¿Tienes vehículo para volver a tu granja?

    — No, he venido andando. Son cuatro kilómetros.

    — Nosotros tenemos un camión, podríamos ir en el. — Sugirió Martín, callado en la conversación.

    — Avisemos al resto y vayamos. — Dijo Tom. — Pero, ¿cómo saldremos de aquí sin enfrentarnos a esas cosas? Son miles ahí afuera.

    — Sé por donde salir sin ser detectados. El alcantarillado. — Indicó Aiden, ante la estupefacción de todos.

    ...

    El grupo había contactado con los de la azotea, y tras decidirlo, todos se vieron en el interior de la cuarentena, donde equipaje médico yacía por el suelo, maletas, tanquetas volcadas y una treintena de cadáveres con los sesos desparramados por el suelo. Esta vez Mary no decidió taparle los ojos a su hija, que observaba horrorizada la escena. La mujer estaba perdida en su tristeza tras la muerte de su padre. Charlie al parecer lo llevaba bien, al entender una charla que poco antes tuvo con Matías:

    "Mucha gente va a morir, y morir es parte de la vida, y depende de tus decisiones acabar muerto. Tu abuelo decidió morir para que tú y tu madre pudieseis seguir viviendo. No te apenes, no lamentes su perdida; hónralo".

    Teo llevaba dos mochilas con suministros y era ayudado por Mich a bajar a los túneles de alcantarillado. Martín cargaba el armamento que Aiden había encontrado en su búsqueda, y Tom bajó tras él. Mary tenía la mirada perdida y no hablaba, pero era ayudada por Matías para bajar, y acto seguido los siguió Charlotte. Por último, Mark dejó bajar a Aiden primero, puesto que desconfiaba de éste y lo vigilaba a cada momento. Una vez todos abajo, Aiden se ofreció para que le siguieran.

    Caminaron por los túneles durante varios minutos largos, y asustándose por las ratas y sufriendo el insoportable olor a excremento y demás. Finalmente, el grupo salió al exterior y se encontraban fuera de la ciudad; ahora solo quedaba caminar hasta el camión. Mark y Matías avanzaban detrás del resto.

    — Oye, ¿qué c*ño te pasa con Aiden? Se nota que es un buen tipo. — Dijo Matías.

    — No lo sé, siento que no es trigo limpio.

    — ¿Trigo qué...?

    — Que no es confiable. Es cómo Tom; lo conocemos, le hacemos venir con nosotros y ya es cómo si hiciese días que nos conocemos. Y no es así, quizá esté esperando a que durmamos para robarnos la maldita comida. Vete a saber.

    — Oh, vamos Mark. Estás paranoico. Cálmate, carajo. Y ten fe con la gente. Yo la tuve contigo cuando apareciste.

    — No debes confiar tanto en los desconocidos. Pude haberte matado, y no lo hice. Y quizá vaya a hacerlo y robarte todo lo que tienes. Piénsalo. — Musitó Mark, ante la sorpresa de Matías.

    — ¡Ahí está el camión! — Señaló Teodoro, dejando las bolsas de suministros en el suelo.

    — Al fin, joder. — Murmuró Michel, agotado.

    — Venga, cargad las cosas en la parte de atrás. — Ordenó Mark. — Yo conduzco; Aiden, conmigo.

    — Okay.

    — Vigila a Tom. — Susurró Mark a Matías.

    — ¡Oh, joder!

    — ¡Solo hazlo, carajo!

    Matías accedió a regañadientes mientras el resto subía a la parte trasera del camión. Aiden se subió al asiento de copiloto y Mark al de conductor. Éste arrancó y bajo la mirada de Aiden, que le indicó el camino, puso rumbo a la granja.

    ...

    Durante el corto viaje, la mayor parte del grupo se entretuvo jugando a las cartas en la parte trasera, excepto Mary que seguía en shock y Charlotte que no sabia jugar. Mark no habló ni un minuto con Aiden, que trataba de entablar conversación con el militar, sin éxito.

    Anochecía cuando finalmente se metieron de la carretera al campo, en un pequeño camino que acababa en una casa de granja bastante bonita y en buen estado. Aiden salió corriendo para saludar a los suyos. Dos mujeres y un niño salieron para abrazar al hombre. Mark sonrió, puesto que no todos los días veía una familia unida.

    — ¡Eh, ya estamos, podéis bajar! — Indicó Mark, golpeando la pared que separaba la zona delantera con el compartimento del camión.

    El grupo descendió del vehículo y se presentó ante aquella familia de granja.

    — Hola, soy Emma y estos son mis hijos; Hal e Iris. — Dijo la mujer, señalando a un adolescente de 15 años y una de 19.

    Ambos jóvenes saludaron, ante la aprobación de Aiden y el resto.

    — Podéis acomodaros en el granero, ahora mi mujer os prepara unas camas improvisadas. Niños, id con vuestra madre.

    Los hijos obedecieron y Aiden se quedó a solas con el grupo.

    — Bien, ¿quién es el líder?

    Todos se miraron. Mark indicó con la cabeza a Matías que diese un paso al frente, dejándolo extrañado. Éste salió al frente.

    — Yo. — Dijo, ante la perplejidad de los suyos.

    — Tengo que hablar contigo, a solas. — Dijo Aiden.

    Los demás decidieron irse al granero a ayudar a Emma a preparar las camas. Aiden y Matías comenzaron a pasear por la zona, mientras la noche era ya un hecho.

    — Sé que algunos de vosotros no confiáis en mí lo suficiente, y lo entiendo. Me alegro de que seas tú el líder; me pareces la única persona legal, a parte de la niña y su madre. Solo quiero, que me asegures que no hay ningún 'cabra loca' en tu grupo. Ningún problemático. — Dijo Aiden.

    Matías pensó en Martín, dubitativo.

    — No, no, no. Todos son buena gente. Tienen sus cosillas, pero son buenas personas.

    — Bien, eso era todo. Mañana os hablaré de algunas cosas. Por ahora, descansad. Y gracias por uniros a mí, necesitábamos de más gente con vida por aquí. Y...

    — ¿Sí?

    — Da igual, déjalo. Mañana hablamos. Buenas noches.

    — Hasta mañana Aiden, buenas noches.

    Durante la noche, todos dormían en el granero. Matías pensaba en lo sucedido el día de hoy, que fue un tanto extraño. De pronto, Mark apareció abriendo la puerta del granero lentamente.

    — Matt, tienes que ver esto. — Susurró. — Aiden no es un perfecto extraño.
     
    Última edición: 19 Mayo 2016
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  11. Threadmarks: Parte 2 / Capítulo 2: Lo que nos callamos
     
    Manuvalk

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    Capítulo 2: Lo que nos callamos





    — ¿Qué coño...? — Susurró Matías con asombro.

    — Por eso creo que decidió introducirnos en sus terrenos y unirnos a él. Por esto. — Respondió Mark, mientras él y Matt observaban cómo se extendía el horizonte con una fila de miles de muertos deambulando por los prados.

    — Joder... si alguien los guiase hacia aquí, estaríamos muertos. — Dijo Matías, impactado.

    — Esto será lo que nos callamos. — Indicó Mark.

    Miles de cadáveres putrefactos pululaban por los prados que ladera abajo comenzaban, y la luz de la Luna vislumbraba el panorama. Ambos se alejaron de allí antes de ser vistos.

    Una semana después...

    — ¿Por qué c*ño me has invitado a salir a buscar suministros contigo? ¿Quieres declararte o qué? — Dijo Martín, molesto por tener que haberse levantado muy pronto en la mañana.

    — Eres idiota, Martín. — Gruñó Matías, con seriedad. — Necesitamos víveres.

    — La granja se abastece de cultivos y demás. Joder; tienen vacas, gallinas y caballos. Pepino, tomate y maíz plantado. ¿Qué tipo de víveres buscamos?

    — Comida enlatada, más semillas, medicinas y todo tipo de mierda necesaria. Armas de fuego sobretodo...

    — Eso es lo principal. — Murmuró Martín, sonriendo.

    — No, primero la comida y la medicina. Lo básico.

    — Bah.

    El dúo avanzaba por la carretera en dirección al pueblo más cercano. Aiden les dio un mapa con las zonas en las que podían buscar suministros: farmacias, supermercados, tiendas, bazares, etc.

    — Matt, ¿no te has preguntado porque el cerdo de Mark te nombró líder ante Aiden? Si se supone que él controla el cotarro por aquí, ¿por qué dice que mandas tú? — Musitó el grandullón.

    — No le he dado importancia. — Dijo Matías, mientras volvían a su mente varias teorías que días atrás había pensado.

    — Bueno, de todas formas, cuando todo se vaya a la mierda, cada quién tiene que salvar su culo. — Añadió Martín, mientras se rascaba la cabeza.

    — ¿Por qué todo debe irse a la mierda? — Preguntó Matt, mientras recordaba una semana antes lo que vio con Mark.

    — Matt, siempre sucede. La ley de Murphy, tío.

    "Si algo puede salir mal, saldrá mal". ¿En serio tío? ¿Te tragas esa farsa? Todo sucede por algún motivo, no por si puede salir mal, saldrá mal. Es ridículo.

    — Sí, sí, sí. Sigue diciéndote eso hasta que estés de mierda hasta el cuello, hermano. — Dijo Martín, sujetando en sus brazos el bate de béisbol que siempre lleva.

    — Bla, bla, bla. Hemos llegado, grandullón. — Dijo Matías, que sujetaba su palanca de hierro con la derecha y acariciaba con la izquierda la pistola que Aiden le había prestado y mantenía escondida en la espalda tras la chaqueta de cuero que portaba.

    La entrada al pueblo destacaba por un accidente de tráfico increíblemente aparatoso. Un autobús había sido chocado en ambos lados por dos furgonetas que parecían haber tratado de envestir al bus. Matías y Martín se acercaron lentamente por precaución cuando una mano con la piel quemada surgió de dentro del bus. Martín dio un brinco del susto.

    — ¡Joder! La hostia. La madre que parió a estos bichos, carajo. Dan yuyu. — Dijo Martín, preparado para golpear.

    El muerto quemado comenzó a despertar y salió por la ventana, cayendo y haciendo un aparatoso ruido. El grandullón no dudó ni un instante y golpeó el cráneo del podrido varias veces, hasta dejarlo cómo papel pegado al asfalto.

    ¡Home run! — Exclamo, alzando los brazos y el bate.

    — Dios, debería haberle dicho a Tom que viniese en lugar de a este enjendro del mal. — Susurró Matías, apoyando la palanca en su hombro derecho.

    — ¿Qué has dicho Matt?

    — ¡Que quizá haya más infectados cerca! Estate alerta, colega.

    — A sus ordenes, líder. — Respondió Martín, cachondeándose.

    — Adentrémonos en el pueblo, pipiolo. — Dijo Matías, siguiendo hacia delante.

    ...

    Las cosas en la granja se hallaban más calmadas. Emma alimentaba a las gallinas mientras Teo la ayudaba. Los demás se mantenían ocupados con sus quehaceres diarios. El psicólogo trataba de mantener conversación con la dueña de la casa.

    — Y... ¿han venido muchos podridos por aquí? — Preguntó Teodoro, mientras lanzaba comida a las gallinas cercanas. — De donde vengo yo, habían cientos.

    — Oh. Pues no, por aquí se ha estado muy tranquilo. — Respondió Emma, mostrando una sonrisa forzada.

    Mary se mantenía en el interior de una caravana que Aiden tenía en el garaje, y ahora estaba lista para usar en caso de tener que irse. La mujer limpiaba los cuchillos que tenían y hacía inventario mientras estaba preocupada por Matías, sin entender porqué. Su hija Charlotte estaba con Iris y Hal en el granero, jugando al parchís.

    — Esto es jodidamente aburrido. — Dijo el adolescente.

    — Hal, cállate. No lo es, a mí y a Charlie nos gusta. — Reprochó su hermana, entretenida.

    — Bah, me largo. Adiós mocosas. — Refunfuñó Hal.

    — Que te den, Hal. — Respondió velozmente Iris.

    — Tú hermano es un poco idiota, ¿no? — Murmuró Charlotte de pronto, mientras completaba el parchís. — He ganado.

    — No lo sabes bien. Desde que se acabó el mundo y no puede jugar a su maldita consola, anda quejándose por todo. — Dijo Iris, mientras guardaba los dados. — Siempre me ganas. Eres lista para tener 10 años.

    — Hay que serlo. ¿Qué hacemos ahora?

    — Oye, ¿quieres que demos un paseo por el bosque?

    — ¿He oído 'paseo' y 'bosque'? ¡Me apunto! — Exclamo Hal reapareciendo de la nada.

    — Ah, ahora sí que vienes... — Murmuró Charlotte, molesta.

    — Tiene razón. — Dijo Iris. — Pero bueno, puedes venir.

    Aiden se encontraba con Mark, Mich y Tom en otra misión de búsqueda de víveres. Los cuatro hombres pretendían saquear las granjas cercanas, ya que antes Aiden no se había atrevido sólo. El militar oteaba el horizonte con su rifle mientras el médico, el granjero y el aún desconocido Tom permanecían tras él.

    — ¿Ves algo? La granja de los Johnson debe estar cerca. — Dijo Aiden, que sujetaba en sus fuertes brazos un rifle Winchester.

    — Sí, veo una granja. Pero parece que está de fiesta. — Dijo Mark, sacando del bolsillo de su chaqueta un silenciador.

    — ¿De que hablas, Rambo? — Preguntó Tom.

    — Infectados. — Intervino Michel, cargando con la mochila que debían llevar llena de vuelta al refugio.

    Mark colocó el silenciador en su rifle de francotirador y entonces apuntó a uno de los cinco muertos que deambulaban cerca de la granja Johnson. Con precisión milimétrica, el soldado acabó con los enemigos.

    — Es una lástima, cinco balas menos. Espero que Matías y Martín traigan armas y munición, así instruiré a la mayoria a usar un arma de fuego. — Murmuró Mark, dirigiéndose a su compañero Mich.

    — Hace un frío que pela, joder. — Dijo Tom, abrazándose a si mismo.

    — ¿Y que esperas? Aún estamos en invierno. — Respondió Aiden.

    — Si encontramos mantas o sábanas, las cogeremos. — Indicó Mark, mientras se acercaban a la casa.

    El buzón tenía inscrito el apellido Johnson, mientras gran cantidad de cartas sobresalían de este. Tom se acercó para leerlas.

    — Facturas, facturas, y más facturas. Joder, lo bueno del nuevo mundo es que no hay que pagar más impuestos. Vaya mierda. — Refunfuñó Tom, tirando las cartas al suelo.

    — Y que lo digas, compañero. — Gruñó Aiden, sonriendo.

    — ¿Tú pagabas facturas? ¿No tienes la granja en propiedad? — Preguntó Mich.

    — Claro que la tengo en propiedad, ¡si era de mi abuelo! — Dijo Aiden. — Pero pagaba luz y agua, cómo todo ser viviente antes del holocausto, amigo.

    — ¿A que te dedicabas, Aiden? — Preguntó Tom, mientras Mark se disponía a forzar la cerradura de la entrada.

    — ¿Yo? Heredé la granja a los veinte años, cuando mi padre la cascó de cáncer. Heredé sus ahorros, y mi mujer trabajaba de niñera. Entre ambas cosas, llevamos la casa adelante.

    — Joder, si que debía tener ahorros tu padre. — Musitó Mich.

    — No tienes idea. Mis hermanos y yo encontramos al maldito días antes de fallecer enterrando un maletín plateado. Lo sacamos, y ¡pum! Pasta para todos.

    — Entonces lo heredaste nada, lo robaste. — Dijo Mich, atónito.

    — A veces, debes hacer cosas que no te gustan. Mi viejo quería dejarnos sin un duro a mi y mis dos hermanos. Sí, robamos el dinero.

    — Eh, cotorras, ayudadme con esto. — Señaló Mark, tratando de forzar el pomo. — Al parecer, el señor Johnson cerró la puerta con llave.

    De pronto, un muerto se lanzó contra la puerta desde el interior, y comenzó a gruñir y arañar la madera.

    — ¡Uh, uh, uh! ¡El señor Johnson no quiere visitas! — Exclamo Tom, riéndose.

    — No tiene ni puñetera gracia. — Musitó Aiden, molesto. — Joder tío, un respeto, que era vecino mío.

    — Perdona, ladrón de bancos. — Dijo Tom, ante la risa de Mark y Mich por el comentario.

    Aiden apuntó a Tom con la escopeta, furioso. Mark y Mich quedaron asombrados y pidieron calma a ambos.

    — ¡Escúchame, payaso de circo! — Exclamo Aiden, visiblemente enfadado. — ¡Las bromas me gustan hasta cierto punto, capullo!

    — Eh, Aiden, cálmate. Lo dice para joder, pero no cometas ninguna estupidez. — Susurró Mark, bajándole la escopeta. — Venga.

    — Perdona, macho. No pretendía...

    — Perdonado, Tommy. — Dijo Aiden, dándole unas palmadas en el hombro. — Tengo un pronto muy irascible.

    — No me digas. — Añadió Mich, riéndose.

    Los tres se quedaron mirando a Mich con cara de pocos amigos, y el médico militar no tuvo más remedio de callarse.

    — Preparaos, voy a sacar a Mr. Johnson de casa. — Dijo Mark.

    ...

    Matías y Martín avanzaban lentamente por callejuelas del pueblo para evitar llamar la atención. Al doblar una esquina, encontraron una furgoneta del ejercito con las puertas traseras entreabiertas. Ambos se quedaron atónitos.

    — ¿Sabes que significa eso? — Susurró Matías, sonriendo.

    — Armas... — Respondió con júbilo Martín. — ¿A que esperamos?

    Martín se dispuso a abrir pero la sorpresa fue más grande de lo que esperaban. Una cabeza cortada se encontraba tumbada y gruñendo, lanzando mordiscos imposibles al aire. Junto a esto, una bala y una nota que decía: "La piedad es de cobardes; la valentía de idiotas. -O".

    — ¿Qué cojones es esta maldita mierda? ¡Joder! — Dijo Martín, molesto.

    — Esto no es buena señal. — Musitó Matías, notablemente preocupado.

    — ¡Vaya mierda, en serio! — Añadió Martín, mirando el mapa. — Por lo menos hay una comisaria cerca. Busquemos allí.

    — Con precaución. A alguien no le gusta la gente.

    ...

    — Normalmente, Hal y yo venimos por este bosque todos los días, mientras nuestros padres piensan que estamos en la habitación. Hasta que un día mi padre decidió encerrarnos en casa cada vez que se iba. — Dijo Iris.

    — ¿Por qué?

    — No lo sé. Pero ahora nadie ha notado que nos hemos ido, así que...

    — ¿No habéis encontrado ningún podrido? — Preguntó Charlotte, con curiosidad.

    — Una vez, pero no nos vio. Pasó de largo. — Musitó Hal, al frente.

    — ¿Dónde vamos? — Preguntó esta vez la niña.

    — A un lugar interesante. Hay unas vistas hacia los prados de abajo...

    — Oh sí, son unas vistas alucinantes y más cuando atardece.

    — ¡Ya hemos llegado! — Clamó Hal. — Un moment...

    — Dios. — Susurró Iris, impactada.

    Aquellos prados ahora estaban llenos de muertos que permanecían quietos allí, a la espera de algún sonido que los despertase del letargo que tenían.

    — Está lleno de esas cosas...

    — Yo he visto muchos juntos. Pero esto no tiene comparación con lo que vi. — Dijo Charlotte.

    — Deberíamos volver, Hal. No pienso ir ladera abajo. — Dijo Iris.

    — Pero podemos verlos desde aquí sin que se den cuen...

    — ¡Hal!

    El adolescente pisó una roca y se dobló el tobillo, cayendo colina abajo.

    — ¡HAL! — Exclamo Iris. — ¡Sube, corre!

    Hal trataba de retomar la compostura, tras haber rodado hacia abajo, se encontraba mareado. La enorme horda de muertos se giró al ver al joven caer, y ahora los más cercanos avanzaban torpemente hacia él.

    — ¡Debemos avisar a los demás, Iris! — Exclamo Charlotte.

    — ¡Pero...!

    Hal trataba de subir la ladera cuando uno de esos seres le cogió del pie. El muchacho lanzó un grito de pánico mientras le pateaba la cabeza, sin hacer daño a la criatura demoníaca.

    El podrido clavó sus dientes en la tibia del joven, que gritó esta vez de dolor. La multitud entonces lo rodeo y los que estaban más cerca comenzaron a devorarlo.

    — ¡¡¡NO!!! — Exclamo Iris, llorando.

    — ¡Debemos irnos, vamos! — Exclamo Charlotte, empujando a Iris de la mano.

    — ¡¡¡HAL!!!

    Los muertos comenzaron a escuchar los gritos de la chica, y la enorme cantidad de seres comenzó a acercarse a la ladera. Mientras varios devoraban al ya muerto Hal, el resto gruñía y subía costosamente la colina, que tenía una gran pendiente cuesta abajo.

    No muchos avanzaban sin caerse de nuevo abajo, pero la horda se amontonó en el prado y poco a poco se subían unos encima de otros, casi trepando. Iris y Charlotte no daban crédito a lo que veían, y con el terror invadiéndolas por dentro, decidieron volver a la granja corriendo para avisar a los demás del peligro que se cernía sobre ellos.

    Mientras huían, Charlotte recordó que tiempo atrás no avisó de la horda a su grupo y su abuelo acabó muriendo, pero esta vez no cometería el mismo error.

    ...

    El señor Johnson zombificado fue rematado por Aiden, dándole piedad. Mark entró estratégicamente en el interior de la casa, seguido de Aiden. Tom esperó fuera junto Mich, que fue a la misión porque era la única persona que no sabía que hacer en la granja.

    — ¿Tú por qué has venido, doctor? — Preguntó Tom.

    — No lo sé. Me aburría en la granja.

    Mark salió con Aiden, cargados de pastillas y latas de comida.

    — Bueno, no es mucho pero es lo que hay. Regresemos, esperemos que Matías y Martín tengan más suerte. — Murmuró Mark, guardando las cosas en la mochila de Mich.

    ...

    — ¡No puede ser! — Exclamó Martín, enfadado. — ¡Ni una pistola en esta comisaria de mierda! ¡Nada, carajo, NADA!

    — Vaya fiasco. — Susurró Matías. — No es nuestro día, ¿eh?

    — ¡¿Y dónde c*ño deben estar las armas?! ¡Qué es una comisaria por Dios! ¡Las comisarias tienen armas, joder!

    — Quizá la gente que degolló a un tipo y dejó su cabeza en la furgoneta militar de antes, ha saqueado la comisaria.

    — ¡Voy a matarlos si los veo, carajo!

    De pronto escuchan cómo un cristal se rompe y oyen gruñidos y pasos muy seguidos. De pronto, una serie de metralletas comienzan a resonar en pasillos lejanos. Matías indica con gestos a Martín que se escondan en los armarios que debían almacenar todo tipo de armas.

    — ¡¿Quién coño los ha alterado?! — Dijo un hombre que Matías pudo ver tras las rejillas, un calvo armado.

    — No lo sé, joder, pero antes juraría haber oído a alguien hablar. — Dijo otro tipo, mientras ambos corrían a la salida.

    — Estás loco, aquí ya no hay gente. Lo sabes. — Dijo el calvo, abriendo la puerta de la comisaria.

    — Bueno, lo que vinimos a buscar tendrá que esperar.

    Ambos hombres se marcharon mientras un pequeño grupo de muertos los seguía hacia fuera del recinto policial. Al salir, todos fueron ametrallados y Matías y Martín escucharon cómo un vehículo vino a recoger a los suyos.

    Y se fueron. Matías sujetó con fuerza la pistola que aún mantenía escondida, quizá concienciándose de que tal vez tendría que usarla pronto.
     
    Última edición: 12 Marzo 2016
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  12. Threadmarks: Parte 2 / Capítulo 3: En la boca del lobo
     
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    Total de capítulos:
    48
     
    Palabras:
    2535
    Capítulo 3: En la boca del lobo





    — Vienen hacia aquí. — Murmuró Charlotte.

    — ¿Quién, cariño? — Preguntó Mary, acariciándole el rostro mientras los demás permanecían alerta.

    — Los muertos.

    La horda de muertos comenzaba a subir la ladera, y unos pocos acababan de alcanzar la cima de ésta. La muchedumbre de podridos se dirigía a la granja mientras soplaba viento frío y caía la tarde.

    ...

    — No era mucho lo que había en casa del señor Johnson, ¿eh? — Dijo Mich, contando los pocos medicamentos que habían encontrado.

    — Hoy en día no hay mucho que valga la pena. — Respondió Mark. — Esperemos que Matías tenga más suerte en encontrar suministros. Nosotros volvemos a la granja antes de que anochezca.

    — ¿Y Matías, qué? ¿Irá de noche por ahí? — Intervino Tommy.

    — Él me dijo que estaría todo el tiempo que creyese necesario fuera. Traté de disuadirlo, pero se negó a volver en un día. No tardará más de dos o tres.

    Mark, Tom, Aiden y Mich estaban a pocos minutos de llegar a la granja.

    ...

    — Eran personas. — Susurró Martín, boquiabierto.

    — Sí, lo eran. — Respondió Matías con indiferencia. — Y no me gustan ni un poco.

    — ¿Qué coño hacemos ahora? ¿Deberíamos volver a la granja?

    — ¿Qué? No. Vamos a seguirlos.

    — ¡¿Que vamos a qu...?! ¡¿Estás loco?! ¡Tienen putas metralletas, hostia! ¡Y nosotros puros palitos! — Exclamo Martín, señalando la palanca y el bate.

    — No. — Dijo Matt, mostrando la pistola.

    — ¡Tienes una Glock! ¿De donde la has sacado? Y, ¿cuando ibas a contarme? ¿Por qué te dan a ti la pistola?

    — Me la ha dado Aiden por precaución. No planeaba hacerlo, era para uso de emergencia. Porque yo mando.

    ...

    La horda del prado finalmente tenía a su totalidad de infectados en la cumbre de la ladera, y todos avanzaban juntos por el bosque cómo un rebaño guiado de ovejas. Era cuestión de minutos que llegaran a la granja.

    — Bien, vamos a quedarnos escondidos y en silencio. — Indicó Teo. — Si no nos oyen, no tienen porqué quedarse aquí. Pasarán de largo.

    — ¿Cómo estás tan seguro? — Preguntó Mary.

    — Deben hacerlo. ¿Emma? ¿Iris? Sé que esto es duro, sobretodo lo de Hal, pero debéis seguir mis indicaciones si queréis salir de esta situación con vida. — Dijo el psicólogo. — Vamos al granero, subamos a la parte de arriba y permanezcamos en absoluto silencio.

    Iris y Emma lloraban abrazadas, aterradas por lo que se les venía encima y por la muerte de Hal. Charlotte y Mary se limitaban a escuchar, con más tranquilidad tras haber visto días antes la horda de la ciudad.

    Los cuatro se fueron al granero, mientras la horda de muertos irrumpía en la granja.

    ...

    — ¿Que, coño, es, eso? — Susurró Tom.

    — Han invadido la granja. — Dijo Mark, girándose hacia Aiden. — Escúchame maldito granjero de paja, vi esa puñetera horda hace una semana, junto Matías. ¿Para esto querías traernos, eh? ¡Para defender tu p*to culo!

    El soldado empujó con rabia al granjero, que tenía la mirada perdida.

    — No pensé que llegasen a...

    — Tenemos que ver si están bien Teo y los demás. — Dijo Mich. — No podemos quedarnos aquí parados.

    — ¿Que se supone que va a hacer usted, doctor? Si no ha sostenido un arma en su vida, y mucho menos asesinado a uno de esos seres. — Murmuró Tom, mientras veía en el horizonte la propiedad invadida.

    — Bueno, pero...

    — Mich, serás más útil si te quedas aquí. — Dijo Mark. — Los demás, vamos a tener que provocar una distracción, no podemos con tantos.

    — Mark, quiero ayudar. Voy a ayudar.

    Mark miró fijamente a su compañero.

    — Está bien, vendrás. Pero no me hagas tener que salvarte el culo. — Dijo Mark, con seriedad. — ¿Tienes la pistola de bengalas? Vamos a necesitarla.

    — Claro, siempre la llevo encima. — Dijo el doctor militar, sacándola de la mochila y dándosela a Mark.

    — Voy a llamar la atención de esas cosas. Tom vas a rodear la zona e ir por detrás de la granja, subirás a la camioneta de Aiden y saldrás por el camino, yo estaré ahí. Subiré contigo y trataremos de alejar a la horda lo más lejos posible. Mich y Aiden, con sigilo verificaréis que los demás estén bien, y acabáis con los infectados restantes que queden. Si esto sale bien, continuaremos viviendo en la granja pero con una guardia de veinticuatro horas diarias. Si sale mal el plan, subís a la caravana y nos vemos en la carretera principal. Ahí pensaremos que hacer. ¿Alguna duda?

    ...

    Matías y Martín corrían por las amplias calles de aquel pueblo rural, siguiendo las huellas del coche y los podridos atropellados que se encontraban.

    — Desde luego, esta gente no es discreta. Es más fácil seguirlos que otra cosa. Y hablando de seguirlos, ¿para que quieres que les sigamos, pedazo de idiota? Ay, soy Matías el líder, el duro, todo lo puedo. Sigamos a unos matones de mierda con chaquetas de cuero y que nos inviten a un té con pastas. Capullo. — Dijo Martín, esto último con sarcasmo.

    — Martín, cierra el jodido pico. Si quieres, puedes volver.

    — No te dejaré sólo, Matt.

    Matías mostró amabilidad a su compañero, que se veía bastante asustado pero seguro ante su decisión. Con total sigilo, el dúo que salió en busca de suministros avanzaba por las calles por donde supuestamente había pasado el vehículo que se había llevado a unos desconocidos.

    ...

    — ¡Eh, estúpidos cadáveres! — Exclamo Mark, disparando una bengala verde.

    Parte de la gran horda al vislumbrar la inmensidad de la luz comenzaron a dirigirse hacia Mark, pero la mayoría continuó divagando por el terreno de la granja.

    Algunos entraron en los establos y comenzaron a devorar a las vacas y caballos, mientras varios perseguían sin éxito a las gallinas.

    Teo estaba con Emma, Iris, Mary y Charlotte en el granero con cautela. Tom comenzó a correr junto Mich y Aiden. El trío llegó por la parte trasera de la propiedad, cubriéndose tras un tractor aparcado mientras veían pasar ante ellos un desfile de muertos.

    — Voy a salir y tratar de abrirte camino, Tom. — Dijo Aiden, cargando el rifle Winchester. — Y buscaré a mi familia. Deben estar cerca.

    — En el granero, mirad arriba. — Indicó Mich, señalando a Teo, que les hacia señales. — Están bien.

    — Perfecto. — Musitó Aiden. — Tom, dos disparos y sales corriendo. Mich, ayudame y cárgate a los que se me acerquen.

    — Hecho. — Dijo el doctor, seguro de sí mismo.

    Aiden contó hasta tres y disparó varias veces, momento que aprovechó Tommy para correr con todo su ímpetu dirigiéndose hacia la camioneta del granjero. Tras empujar y esquivar muertos, Tom subió al vehículo y se dispuso a arrancar, pero éste no se encendía.

    — ¡Oh, vamos, vamos, vamos! ¡Joder! — Exclamo, aterrado y viéndose rodeado poco a poco por esas criaturas.

    Los infectados comenzaron a rodear la camioneta y golpear los cristales con ansia, mientras Tom trataba desesperadamente de encender el motor.

    — Mierda, esto es un problema. — Susurró Mich.

    — Si no lo sacamos de ahí, romperán los cristales y se lo comerán vivo. — Dijo Aiden, pensando un plan.

    — ¿Tan débiles son esos cristales?

    — ¡Esa camioneta es de los ochenta, joder! ¡La usaba mi padre y yo solo la tengo para moverme por la granja!

    Mark disparó una segunda bengala, mientras luchaba cuerpo a cuerpo con los podridos que habían visto la luz verde que provocó la primera bengala.

    — ¡Vamos, venid a mí joder!

    El militar estaba preparado mientras cinco muertos se acercaban lentamente. Se acercó a un señor barbudo que vestía una playera y hundió la hoja de su cuchillo en la frente de este, acto seguido pateó la rodilla del segundo muerto, un hombre vestido de traje que gruñó mientras caía al suelo, y Mark le clavó el cuchillo en la nuca. Los tres restantes aún se encontraban lejos, y Mark aprovechó para correr hacia la granja.

    Mientras, en el interior de la camioneta, Tom hiperventilaba al verse completamente rodeado mientras rostros totalmente en descomposición se pegaban al cristal, gruñendo y lanzando dentelladas al vidrio. Mientras Tom trataba de arrancar, el motor comenzó a soltar gasolina, que se abría paso entre los pies y la hierba.

    Mark llegó y vio el vehículo completamente rodeado, fijándose también en un líquido que salía por debajo, de pronto apuntó con decisión al líquido, que era la gasolina.

    — Dios, son demasiados. Hay que hacer algo. — Dijo Aiden, pensando desesperadamente un plan.

    — Podr...

    Una bengala salió disparada impactando en la gasolina, que ardió y siguió el reguero de líquido hasta el motor, haciéndolo explotar y dejando atónitos a todos los presentes.

    La explosión debido al contacto de la bengala con la gasolina que se escapaba del motor, hizo arder el aire y la onda expansiva de esta lanzó a la mayor parte de la horda por los aires, desparramando vísceras y sesos en un radio de doscientos metros.

    Mark, que era el más cercano a la explosión, salió unos metros disparado hacia atrás, lleno de sangre y coágulos.

    — Ha... ha... — Susurró Mich, en un intento por articular palabra.

    — Ha matado a Tom, joder. — Dijo Aiden, serio. — Ese hijo de perra...

    Mark apareció cargando la pistola de bengalas, mientras con su cuchillo acababa con los pocos muertos que se le presentaban por delante. La chatarra del vehículo aún ardía con ganas mientras Teo y el resto salían del granero.

    — ¡¿Qué carajo ha pasado?! ¡¿Cómo ha explotado el jodido coche?! — Exclamo Teo, asombrado. — ¡Joder, Tom estaba dentro!

    — El hijo de perra de tu amigo lo ha hecho. — Dijo Aiden con frialdad.

    Mark se acercó a su grupo jadeando y tapándose la nariz con un trapo para no inhalar humo. El resto hizo lo mismo pero miraban sorprendidos al soldado, teñido de rojo.

    — ¿Qué diablos acabas de hacer, eh? ¡¿Quién te crees?! — Dijo Aiden, empujando a Mark. — ¡Has matado a Tom, joder!

    — En todas las guerras siempre hay bajas. — Dijo Mark, con una seriedad pasmosa.

    — ¡¿Qué c*ño hablas ahora?! — Dijo Aiden, furioso. — ¡¿Querías matar a Tom?! ¡¿O lo hubieses hecho estuviese quien estuviese en la camioneta, eh?! ¡Contesta, maldita sea!

    Mark se quedó con la mirada fija en Aiden, que también le observaba con desprecio, mientras los demás no daban crédito a lo sucedido y lo que sucedía. De pronto, Mark se colocó rápidamente su rifle de salta y apuntó con frialdad al granjero en la frente.

    — Si hubieses sido tú el que subía al vehículo, ni hubiese dudado. — Recalcó Mark, haciendo una mueca.

    — Mark... — Susurró Mich.

    — Cuando Matías se entere, no te querrá en el grupo. — Indicó Mary, asustada.

    — Matías no es el líder de este pobre grupo. Ese soy yo, señores. — Dijo Mark. — Y lo que vamos a hacer ahora, es limpiar la granja de cadáveres, hacer un montón con ellos y quemarlos, ¿entendido?

    — Creo que no lo has entendido, tío. — Musitó Teo, desenfundado un revolver. — O te largas, o te matamos.

    — Ya le has oído. Baja la puñetera arma, ahora. — Añadió Aiden, sujetando su rifle con firmeza.

    Mark sonrió por el momento, pero acto seguido dejó tranquilamente el rifle en el suelo y levantó las manos.

    — ¿Que hacemos con él? — Preguntó Emma, callada durante la discusión.

    — Hay tres formas de hacer esto. — Murmuró Teo. — Uno: lo ejecutamos. Dos: lo dejamos ir. Tres: lo dejamos quedarse. Sinceramente, la uno la veo perfecta para un asesino hijo de p*ta cómo él. La segunda es más piadosa, y la tercera para mí es descartable.

    — Directamente la primera opción. Opto por matarlo. — Dijo Aiden. — Emma, ¿dónde está Hal?

    Emma le indicó con un gesto que más tarde hablarían, y el granjero tragó saliva. Teo se giró para saber la decisión de los demás.

    — Yo... yo me abstengo. — Susurró Mich, sin mirar a la cara a Mark.

    — Creo que lo mejor es dejarle ir. — Dijo Emma.

    — ¡Pero cariño...!

    — ¡No somos asesinos, Aiden! — Exclamo la mujer.

    — Lo mismo que mi madre. — Murmuró Iris, ante la mirada de su padre.

    — Dejarle ir; que desaparezca de nuestras vidas, pero no matarlo. — Dijo Mary.

    Teo miró a Charlotte.

    — ¿Y tú, Charlie? ¿Qué dices? — Preguntó Teodoro.

    — ¡Mi hija no votará esto! ¡Es menor de edad! — Exclamo Mary, cubriéndola.

    — Oh, vamos Mary. — Murmuró Mark, con las manos en alto. — Charlotte es parte del grupo. Que vote la niña.

    — ¡Cállate, maldito asesino! — Exclamo la mujer, enfadada.

    — Matadlo.

    — ¿Cómo? — Dijo Teo, sorprendido.

    — Matadlo. — Dijo Charlotte ante la sorpresa de Mark, que esperaba lo contrario y su madre, que se hallaba perpleja.

    — Vaya, tenemos un empate. — Dijo Aiden. — Yo, Teo y Charlotte queremos que muera por haber asesinado a Tom. Mary, Emma y Iris deciden dejarlo ir. Mich se ha abstenido.

    — Bueno, tendremos que esperar a Matías y Martín. — Indicó Teo. — Aiden, encerremos a este asesino en el granero. Lo atamos a un poste y esperaremos a los demás. Si tardan en venir, que se muera de hambre.

    ...

    — Las huellas acaban aquí. — Señaló Matías, empuñando la Glock. — A partir de aquí, el rastro se pierde en ese garaje.

    — ¿Y que hacemos ahora? — Preguntó Martín, observando su alrededor, nervioso.

    — Bueno, buscaremos otra manera de entrar.

    — ¡¿Quieres hablar con ellos?! ¡No me jodas, Matt!

    — Martín, que tengan metralletas no significa que sean malos. Aunque, te aseguro que no me fío. — Dijo Matías, mientras se fijaba en un muro para trepar. — Ayudame a subir.

    — Joder, Matt. Hasta ahora nos hemos encontrado con buena gente pero... ¿qué pasará cuando nos encontremos con la mala? — Dijo Martín, alzando a su compañero. — Quizá esta es la mala.

    — No vamos a saludarles y tenderles la mano cómo conocidos, Martín. — Dijo Matías, encima del muro y tendiendo la mano a su amigo. — Vamos a observarles de cerca y en silencio. Si son un grupo grande y buena gente, creo que sería buena idea unirnos. Si son todo lo contrario... nos largaremos de aquí antes de que siquiera nos huelan.

    — Confío en ti, tío.

    — Y yo en ti. Vamos, sube.

    El dúo saltó el muro de hormigón y saltó a un campo. Había una grúa y varios aparatos de obra, y la parcela era rodeada por una alambrada en el norte y un muro en el sur. Era un edificio en obras con un campo amplio donde antes del caos, se trabajaba.

    En la alambrada que se encontraba al norte, una decena de podridos la movían con sus frías y muertas manos, gruñendo. Matías se fijo en un pequeño compartimento que entraba directamente al edificio que parecía tener hechos los dos primeros pisos, pero que estaban en obra los tres restantes.

    — Entraremos por ahí y...

    — ¡Matt! ¡Atrás tuy...!

    ...

    Martín despertó con un saco en la cabeza. Mareado, buscó rápidamente su bate pero se encontró con las manos atadas en la silla en la que se encontraba sentado. Hizo fuerza por ver si se desataba, sin éxito.

    — ¿Martín?

    — ¿Matt? Matías, joder.

    — Estamos en la misma habitación pues.

    — ¿Que mierda te dije, Matt? ¡No son buenas personas!

    — ¡Cierra el pico, payaso! — Exclamo una voz frente ellos. — Paula, Simón; quitádles los sacos.

    — Vale, Scott. — Dijo la chica.

    Paula y Simón obedecieron y Matías y Martín pudieron observar a sus supuestos tres captores. Una mujer de unos treinta años, un hombre de unos cuarenta y cinco y otro de unos treinta.

    — ¿Quién c*ño sois? — Preguntó Matías.

    Scott se acercó a ambos con pasos lentos.

    — Seguís nuestro rastro, invadís nuestro refugio... ¿y me preguntas que quién c*ño somos? — Dijo Scott, riéndose. — Os acabáis de meter en la boca del lobo, chicos.
     
    Última edición: 16 Marzo 2016
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  13. Threadmarks: Parte 2 / Capítulo 4: Traición
     
    Manuvalk

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    Capítulo 4: Traición






    — Aiden conocía la ubicación de la horda, Mich. Nos engañó a todos. Quizá yo asesiné a Tom, pero él ha matado a su propio hijo. Hal murió a manos de esos seres. — Dijo Mark, atado a un poste de madera en el granero. — Vamos tío, suéltame. Vámonos de aquí, tú y yo, juntos. Cómo en los viejos tiempos.

    ...

    — Veréis, muchachos... — Explicaba Scott. — Cómo sabréis, hoy en día es muy difícil confiar en la gente.

    — Lo sabemos. — Respondió Matías.

    — Pero nunca os ha pasado, capullos. — Dijo Scott, con seriedad. — Si hubieseis sufrido una traición, no habríais saltado a nuestro recinto para contactarnos. Hubieseis sido más prudentes. La habéis cagado pero bien, cuando se entere Ethan de que unos idiotas han entrado aquí sin permiso.

    — Ethan es compresible. — Dijo Paula. — Y ellos son buenas personas, Scott. Es obvio.

    — ¡¿Acaso los conoces tú?! — Exclamo el hombre, molesto. — Debemos ser prudentes, carajo. Simón, ve a avisar a Ethan de una vez.

    El muchacho se fue de la sala en busca de su líder, mientras el resto esperaba pacientemente su llegada. Scott observaba de reojo a Matías y Martín, que permanecían en silencio. Paula se acercó a ambos y les ofreció un sorbo de agua, que ambos aceptaron.

    — Gracias. — Dijo Matt, ante la sonrisa de la chica.

    Tras unos minutos largos, Simón apareció junto tres personas más. El que parecía ser Ethan hizo a su gente retroceder, mientras se quedaba delante frente ambos supervivientes.

    — No me gusta que hayáis venido hacia aquí. Y menos que os hayáis colado en mí refugio. — Dijo el líder.

    — Pues haz muros más altos, no te jode. — Murmuró Martín, con indiferencia.

    — ¡Quieres call...!

    — ¡Scott, cierra el pico! — Exclamo el joven, girándose hacia Matt y Martín. — Me llamo Ethan, ¿cuál es vuestro nombre?

    — Teo. — Dijo Martín, riéndose.

    — Matías, y él es Martín.

    — ¡Oh, vamos! ¡Haberte callado, Matt! — Dijo Martín, mosqueado.

    — Vaya, vaya... un sincero y un mentiroso. — Dijo uno de los hombres del fondo.

    — Él es Luke. — Dijo Ethan. — Paula, Simón, Scott y Mia.

    — ¿Estáis en un grupo? — Dijo Mia, una chica joven y agradable además de rubia.

    Matías la miró dubitativo.

    — Quizá...

    — Tranquilos, no os haremos daño. — Dijo Luke.

    — Tú eres uno de los que entró en la comisaría, ¿verdad? — Dijo Martín. — Te reconozco.

    — Sí, exacto. Scott era el otro.

    — ¿Que buscabais ahí?

    — Hay un deposito enorme de armas. Pero no nos dio tiempo a abrirlo, los muertos aparecieron. — Añadió Luke.

    — Podríamos unirnos. — Dijo Matías, de pronto. — Mi grupo es muy buena gente, y la granja en la que estamos no es segura del todo.

    Ethan observaba con asombro a Matías, que parecía desprender una confianza que muy pocas personas consiguen desprender. De pronto, desató a ambos de las sillas y les dio la mano.

    — Hace mucho que no encontramos buenas personas.

    — Nosotros hasta ahora, con los que nos encontramos son agradables.

    — Ojalá siga así. Nos prepararemos y en unas horas iremos a vuestra granja, y os traeremos a todos aquí. Iremos tú y yo solos. — Dijo Ethan, señalando a Matías.

    ...

    Matt y Ethan pararon en la carretera, antes de llegar a la granja. Ethan salió del vehículo junto Matías, mientras la noche estaba al caer.

    — ¿Es esa granja? — Preguntó Ethan, oteando con los prismáticos.

    — Esa misma. — Dijo Matt.

    — Bueno, vayamos pues.

    Ambos líderes subieron al vehículo y avanzaron los pocos metros que quedaban, hasta entrar en la granja. Al ver aún varios cadáveres de muertos, Matías salió del vehículo a toda velocidad, desenfundando su pistola. Ethan hizo lo mismo, pero más tranquilo.

    — ¿Aiden? ¿Mark? — Preguntó, manteniéndose en alerta.

    — ¿Que demonios...? — Susurró Ethan.

    De pronto salió Mary corriendo de la casa, y abrazó dulcemente a Matías, que recibió el abrazo con alegría.

    — ¡Al fin regresas! Dios, estaba preoc... digo, estábamos preocupados por ti. — Dijo la mujer.

    — Ya estoy aquí. — Respondió Matt. — ¿Que ha ocurrido aquí?

    — Una increíble horda apareció por el bosque y invadió la granja. — Dijo Mary, mientras los demás salían de la casa. — Hal y Tom han muerto...

    — ¿Cómo?

    — Hal fue devorado. — Dijo Teo, dándole la mano a su amigo. — Tom fue asesinado por Mark.

    Matías quedó perplejo ante la noticia, mientras Ethan permanecía tras él, igual de asombrado.

    — ¿Quién es ese? — Preguntó Aiden, sujetando su rifle.

    — Se llama Ethan, es el líder de otro grupo que he encontrado junto a Martín en la misión de búsqueda de suministros. Tienen un buen refugio, y bueno, venía a convenceros de unirnos a ellos. Estoy seguro de que os caerán bien, y juntos, seremos más fuertes.

    — ¿Cómo sabes que debemos confiar en ellos? — Preguntó Emma, abrazada a su hija Iris.

    — Son de fiar. Nos capturaron, y pudieron habernos hecho de todo, incluso habernos matado. No lo han hecho, y se han ofrecido a llevarnos con ellos. El lugar es bastante seguro. Lo veréis en cuanto vayamos.

    — Entiendo que duden de mi hospitalidad, de verdad. — Indicó Ethan. — Pero os aseguro, que no tenemos ningún tipo de intenciones.

    — ¿Quién accede a ir? — Preguntó Matías.

    Aiden, Emma y Iris permanecieron dubitativos en si dejar la granja o no, pero por el recuerdo de Hal y la horda que recientemente había invadido el lugar, decidieron acceder. Mary, Teo y Charlotte también accedieron, confiando en su compañero Matías.

    — ¿Dónde están Mich y Mark?

    — Tenemos a Mark en el granero, atado. — Dijo Teo. — Mich, no sabemos.

    — Quizá están teniendo sexo oral, esos puñeteros gays. Iré por Mark. — Indicó Aiden, dirigiéndose hacia el granero.

    — Bueno, mientras Aid...

    — No está. — Dijo Aiden, sorprendido y con las puertas del granero abiertas de par en par.

    — ¿Cómo? — Preguntó Mary, asustada y acariciando la cabeza de Charlie.

    — ¿Que carajo...? ¡Si lo atamos! — Dijo Teo.

    — Pues ya sabemos quién lo ha desatado. — Murmuró Matías, pensando en Mich.

    ...

    Mich y Mark corrían por el bosque cuando la noche ya reinaba en el cielo. El silencio se veía crispado por el ruido de ambos pisando hojas y ramas secas, saltando y esquivando obstáculos. Mark aún tenía ambas manos atadas, y tras correr durante un buen rato, decidió que debían descansar.

    — Uff, ya ha sido bastante. — Dijo Mich, cansado y apoyándose en sus rodillas.

    — Si paro, es por ti, yo estoy bien. — Refunfuñó Mark, serio. — Oye, desátame, por favor.

    El doctor se acercó al soldado para cortar las cuerdas que mantenían atadas las manos del militar.

    — Mark...

    — Dime.

    — ¿Sí hubiese sido yo el que estaba dentro de la camioneta, hubieses disparado la bengala igual?

    Mark quedó desatado y articulaba sus manos para recobrar la agilidad de estas.

    — Sí. — Respondió, mientras de pronto desenfundaba el arma y disparaba.

    ...

    El grupo escuchó un disparo en el bosque, y todos se giraron para mirar, pero con la oscuridad no podían divisar a nada ni nadie. El temor de que Mark andaba suelto comenzó a poner nerviosos a todos.

    — ¿Que mierda...? — Musitó Aiden.

    — Debe ser Mark. — Dijo Matías.

    — Quizá Mich. — Añadió Teo.

    — ¿Creéis que vayan a atacarnos? — Preguntó Emma, con pavor.

    — No creo, pero por si acaso, Ethan, ¿te parece bien llevarte a los mios? — Dijo Matías, colocando una bala en la recámara de esta. — Aiden, conmigo. Teo, cuida a los demás, id con Ethan.

    — Pero Matías, déjame ayudarte. — Dijo Ethan, con decisión.

    — Lo siento pero esto no tiene que ver contigo, no voy a ponerte en peligro. Además, tu sabes perfectamente cómo regresar. — Indicó Matt. — Llévalos a salvo. Yo tengo un asunto pendiente.

    — Bueno. — Murmuró Ethan, mientras indicaba a los demás que subiesen al vehículo. — ¿Cómo volveréis?

    — Tengo una moto en el granero y gasolina en casa. Menos mal que no lo guardo todo en el mismo sitio, sino se hubiese llevado la moto, seguro. — Dijo Aiden, contando las balas que tenía de su rifle.

    — Perfecto, os veo allí. — Dijo Ethan.

    — Matt, no os pongáis tontamente en peligro. — Murmuró Mary, abrazando al chico.

    — Tranquila, cuídate Mary.

    El grupo subió al vehículo espacioso y Ethan manejando, se marchó de la granja dejando a Matías y Aiden. Ambos se miraron con seriedad y cargaron sus respectivas armas, adentrándose en el bosque.

    Un poco de viento se había levantado y la brisa arrastraba hojas, poniendo en tensión a ambos. Una vez dentro del bosque, Aiden encontró huellas.

    — Sin duda alguna, alguien ha pasado por aquí. Hay huellas mezcladas, parece que eran varios. Supongo que el propio Mark, y el payaso que le ha soltado, Mich. — Dijo Aiden, rastreando.

    — ¿Cómo sabes rastrear huellas? — Preguntó Matías, intrigado.

    — Joder tío, vivo en una granja, tengo un bosque al lado, un rifle Winchester... salía a cazar con mi padre, él me enseñó.

    — Interesante. Hoy en día, son dotes que nos pueden venir útiles. Sigamos.

    Avanzando unos metros más, Aiden y Matías encontraron el cadáver de un infectado, golpeado varias veces en la cabeza.

    — Se les ha cruzado por el camino y lo han matado. — Dijo Matías.

    — Eso parece. — Indicó Aiden, observando hacia los alrededores. — Mierda de linterna, debe tener poca pila.

    — ¡Cuidado! — Exclamo Matías, disparando a bocajarro a un muerto que surgía por detrás de unos arbustos.

    El podrido cayó hacia atrás y Aiden suspiró, aliviado.

    — Buff, joder, gracias Matt.

    — No hay de qué.

    Matías se acercó al cuerpo sin vida y su rostro se heló al ver que era Mich, pero transformado. El líder se quedó petrificado al ver al doctor muerto.

    — Aiden, es Mich, está muerto. — Murmuró.

    — Pero...

    — Y tiene un disparo en el pecho. — Dijo Matías. — Mark lo ha matado.

    — Pero, ¿por qué haría eso? ¡Si le ha dejado escapar! ¡Eran buenos amigos! Joder, esto es muy raro, Matt. ¿Por qué de un momento a otro, Mark se pone a matar a los suyos? Dijiste que todos en tu grupo eran buena gente. — Dijo Aiden.

    — Y tú no nos dijiste nada de la horda. — Dijo Matías, mirándole fijamente. — No es tiempo para reproches. Mark era mi amigo pero ha matado a dos de los míos. Nos ha traicionado a todos.
     
    Última edición: 18 Marzo 2016
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  14. Threadmarks: Parte 2 / Capítulo 5: En cada esquina
     
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    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    48
     
    Palabras:
    1834
    Capítulo 5: En cada esquina






    Tras haber peinado el bosque cercano a la granja buscando a Mark, Matías y Aiden decidieron regresar a su nuevo refugio, con la moto de éste. El edificio en el que vivirían solo tenía dos pisos habitables, mientras que los tres restantes solo estaban por hacer.

    El amplio campo del que disponían lo usaban para cosechar alimentos, y con el material de obra, tenían un plan de fortalecer y aumentar los muros que rodeaban el lugar, siendo así un plan de futuro.

    Tenían pocas habitaciones, por lo que distribuyeron a las personas lo mejor posible. Tras pasar la noche, entre todos realizaron una reunión matutina para analizar la estabilidad del grupo; si faltaban medicamentos, comida, gasolina, etc... con Matías y Ethan cómo líderes.

    — Bien, estamos cubiertos de comida. Tenemos cosechas de distintas cosas, además de que hemos juntado lo que ambos grupos teníamos, y en este sentido no hará falta que salgamos en un mes por más comida. — Indicó Ethan. — No solemos salir en vehículos a menos que sea necesario, y con la caravana de la granja y nuestra furgoneta, pueden transportarnos a todos en caso de tener que irnos de aquí. Aiden, tu moto la usaremos para sacarle piezas de repuesto que valgan.

    — Joder, con lo que me gustaba. — Refunfuñó el granjero.

    — No la necesitas ya, asúmelo. — Añadió Emma, su mujer.

    Todo el grupo se encontraba sentado alrededor de una gran mesa mientras Ethan y Matías se hallaban de pié explicando la situación.

    — De gasolina no vamos nada mal, tenemos suficientes galones, y le sacaremos la gasolina a la moto de Aiden. — Dijo Matías.

    — ¡Os habéis cebado con mi moto, carajo! — Exclamo Aiden, molesto.

    — ¡Que no la necesitas, demonios! — Gritó Emma, dándole una colleja a su marido.

    Aiden refunfuñó algo que nadie entendió mientras se frotaba el golpe que le había asestado su mujer, que permanecía seria.

    — Esto... ¡ah sí! Medicamentos. — Murmuró Matías. — Ethan y yo hemos comprobado nuestras reservas y no nos queda casi nada. Principalmente vendas, agua oxigenada y material médico básico; para cortes leves, amputaciones, etc. Hoy saldremos a por suministros médicos.

    — Vaya por Dios. — Dijo Martín.

    — Que remedio. — Añadió Luke, levantándose de la mesa. — Me ofrezco voluntario para ir a esta misión.

    — Bien, Luke ya es uno. Necesitamos tres más. — Ordenó Ethan.

    — Yo iré. — Dijo Teo.

    — Y yo. — Musitó Paula, apartada del resto.

    — Bueno, me uno. — Dijo Martín.

    Finalmente, Luke junto Teo, Paula y Martín saldrían del refugio en busca de suministros médicos. Simón traía una caja con todo un pequeño arsenal de armas.

    — Eso sí, de armas y munición vamos bien servidos. — Dijo Simón, mostrando desde pistolas hasta rifles de asalto.

    Luke cogió su AK-47 con dos cargadores de 30 balas. A Teo le pareció práctico llevarse una Glock 9mm con dos cargadores de 25 balas. Paula también se bastó con una pistola de policía reglamentaria con tres cargadores de 7 balas. Finalmente, Martín optó por una escopeta semi-automática y 12 cartuchos.

    — Luke comandará esta expedición. Quiero que el resto le obedezca en todo. — Ordenó Ethan, firme con la decisión.

    — ¿Por qué él? Yo había pensado en Martín. — Indicó Matías.

    — Luke fue investigador privado de la OTAN antes de todo el caos. — Dijo Ethan. — Por eso confío en él para liderar expediciones, así que te pido que confíes en él, Matt.

    — Bueno, perfecto entonces. — Dijo Matías, dándole la mano a Luke y después al resto. — Suerte chicos.

    Una vez bien surtidos, Scott les indicó que le siguiesen hacia el garaje, donde les esperaba la furgoneta. Los supervivientes cargaron la parte trasera con sus armas, además de un pequeño maletín médico. Scott abrió el garaje y Luke, que conducía, salió con la furgoneta del recinto, despidiéndose.

    — ¿Dónde nos dirigimos, jefe? — Preguntó Martín, con curiosidad y sentado junto Teo en la parte trasera.

    — Uno: No me llames jefe, por favor. Dos: vamos a saquear un par de farmacias. — Dijo Luke, mientras conducía y Paula observaba el mapa con seriedad.

    — Okay. — Dijo Martín, haciendo una mueca.

    — ¿Salís mucho a buscar suministros? — Preguntó Teo, por entablar conversación.

    — A veces. — Murmuró Paula, concentrada en marcar las farmacias del mapa.

    — Cuando es necesario. — Indicó Luke, pendiente de esquivar vehículos en la carretera. — ¿Vosotros?

    — Bueno, cómo tú dices. — Dijo Martín. — Cuando es necesario.

    De pronto se silenció el interior de la furgoneta, y tan solo se escuchaba el motor y cuando Luke le daba gas.

    — Mirad, nos hemos ofrecido voluntarios por ayudar y para trabajar juntos. Creo que sería conveniente conocernos, ¿no creéis? — Murmuró Teodoro. — No sé, ¿que hacíais antes de que el mundo se fuera a la mierda? ¿que os gustaba hacer? Yo era psicólogo y me gustaba salir a correr de vez en cuando.

    — Yo estaba en paro y me gustaba beber cerveza cómo un alcohólico. — Dijo Martín, con sinceridad.

    — Ya eras alcohólico. No digas 'cómo un alcohólico' porque por beber tantas birras ya eras un borracho. — Indicó Teodoro.

    — Bah, lo que usted diga, doctor. — Respondió Martín, mientras los demás reían.

    — Pues, cómo ya ha mencionado antes Ethan, trabajaba de investigador privado en la OTAN. Investigaba crímenes contra la humanidad, y cosas por el estilo. Aunque la mayoría de los días me los pasaba viajando a muchos países para enseñar a un par de idiotas cómo trabajar en la OTAN. En fin, una mierda de trabajo pero compensado con lo bien pagado que estaba. — Dijo Luke, aminorando la marcha de la furgoneta. — Me gustaba fumar, puesto que me quitaba el estrés del trabajo que tenía. Fumaba mucho, mucho tabaco. Pero con la mierda del fin del mundo, lo he dejado. Al fin y al cabo, estrés hay mucho hoy en día.

    — Pues yo era puta, y me gustaba el sexo. — Dijo Paula.

    — ¡¿Cómo?! — Dijo Martín, impactado. — ¿En serio?

    — ¿Tú eres idiota? ¡Era broma! — Exclamo Paula, riéndose. — Trabajaba de secretaria. Y me gustaba irme de vacaciones a lugares tranquilos. Respirar aire puro.

    — Sois personas interesantes. — Dijo Teo, contento de saber más acerca de sus nuevos compañeros.

    — Paula es interesante. Luke es aburrido. — Dijo Martín.

    — ¿Intentas ligar conmigo? — Preguntó Paula.

    — Jódete. — Dijo Luke, riéndose.

    — Eh Lucky, para. Ya hemos llegado. — Murmuró Paula. — Chicos, pillad las armas.

    — Vale. — Indicó Martín.

    Martín y Teo sacaron las armas de la furgoneta mientras Luke aparcaba frente la farmacia y Paula bajaba del vehículo. Teo repartió las armas a sus respectivos dueños y se aseguraron de que no les faltaba nada.

    — Bueno, es hora de empezar. Manos a la obra. — Dijo Luke, abriendo la puerta de la farmacia.

    ...

    En el refugio, Iris y Charlotte paseaban con Mia por las pequeñas cosechas que tenían, cuidadas y en buen estado. Varios muertos agolpados en las vallas gruñían descontroladamente al verlas.

    — ¿Ves? Tenemos tomates y lechuga. Es básicamente lo que solemos plantar. — Explicaba Mia.

    — En mi granja teníamos maíz y cosas así. Aunque si te soy sincera, no prestaba atención a las cosechas que teníamos, las trabajaba mi padre. — Dijo Iris.

    — Me gustan mucho los tomates. — Añadió Charlotte.

    — Si quieres, recogemos algunos y nos los comemos, ¿quieres? — Dijo Mia, sonriendo.

    — ¡Claro! Muchas gracias.

    — No hay de qué. Iris, ¿tú quieres?

    — No, no me apetece, gracias.

    Emma mantenía relaciones sexuales con Aiden en su habitación. Scott se encontraba junto Simón, desmantelando la moto del granjero.

    — Hey hijo, pásame la llave inglesa. — Dijo Scott, con las manos llenas de grasa.

    — ¿Que hago con este tubo? — Preguntó Simón.

    — Déjalo por el momento ahí. — Respondió el hombre, limpiándose la frente de sudor.

    — Bueno. — Respondió el joven.

    Ethan se encontraba con Matías haciendo recuento de armas y munición, apuntando todos los tipos de armas que tenían cuando Mary entró de improvisto en la armería. Los tres se quedaron mirando.

    — ¿Puedo hablar con Matías? A solas. — Dijo Mary.

    Ethan y Matías se miraron.

    — Claro, claro, os dejo solos. — Respondió Ethan. — Iré a hacerme un café.

    — Hasta luego, Ethan.

    El líder se marchó de la armería dejando a Matías y Mary solos. La mujer se acercó a Matías y sin previo aviso le dio un beso, dejando a este atónito. Ambos se miraron a los ojos y se abrazaron.

    ...

    — ¿Encontráis algo? — Preguntó Martín, lanzando una caja vacía al suelo. — Esto esta más limpio que el culo de Teo.

    — Que te den, cabrón. — Musitó Teo, con cara de pocos amigos. — Nada, esto lo han saqueado.

    — Y que lo digas. — Dijo Paula, suspirando. — ¿Donde vamos ahora, Luke?

    — Volvamos al refugio. Si vamos a la otra farmacia que nos queda bien lejos, llegaríamos al anochecer, y no convendría. — Dijo Luke.

    — Esto... chicos. — Dijo Paula, saliendo a la calle. — Estamos rodeados.

    — ¿Qué ocurre? — Preguntó Teo, con la Glock en mano.

    — ¿Cuantos son? Podr... No, no podremos con todos. Mierda. — Dijo Luke, cerrando las puertas de la farmacia.

    — ¿Son demasiados? ¿Nos han visto? — Preguntaba Martín, nervioso.

    — Sí y probablemente. — Dijo Luke, accionando el pasador de la AK-47. — Y probablemente también tengamos que pelear.

    Los muertos habían visto al pequeño grupo y comenzaron a golpear los cristales de la farmacia. Toda la luz del día que se filtraba por esas ventanas acabó siendo tapado por una nube de manos podridas que golpeaban indefinidamente el ventanal. La farmacia no tenia salida trasera.

    — Esos cristales no aguantarán mucho. — Dijo Luke.

    — ¡No me digas, joder, no lo sabia! — Exclamo Martín, sarcástico.

    — Sin salida trasera, estamos atrapados. — Dijo Teo.

    — Preparaos para disparar. La puerta va a ceder. — Indicó Paula, señalando a la puerta, que vibraba bastante tras los golpes de los infectados.

    El cerrojo de la puerta cedió y la horda comenzó a entrar descontroladamente. Luke y Martín, que llevaban las armas más pesadas, comenzaron a fusilar a los primeros que entraron y Paula junto Teo que llevaban solo pistolas, acababan con los que se sobraban.

    El grupo salió corriendo hacia la furgoneta y subieron rápidamente, pero por todas las calles se apreciaban muertos avanzando en tropel hacia ellos.

    — ¡Mierda, mierda, mierda! — Exclamo Luke. — ¡Arranca joder!

    — ¡Arranca esta tartana! — Dijo Martín, exaltado.

    — ¡Vamos Luke! — Dijo la chica, viendo cómo aquellos seres rodeaban el vehículo.

    — Hay que salir. — Dijo Teo, mientras los primeros podridos ya golpeaban la furgoneta. — Voy a salir.

    — ¡TEO! — Exclamo Martín. — ¡Joder, voy a salir a ayudarlo!

    — ¡Eh! ¡Mierda con estos tipos, mierda! — Exclamo Luke, saliendo tras Martín.

    — ¡Maldita sea! — Exclamo Paula, disparando a dos que se le aceraban.

    — ¡Demos una vuelta a la manzana así les hacemos seguirnos, volvemos a la furgoneta y nos largamos! — Gritó Luke, corriendo tras Teo y Martín.

    — ¡Vale vale! — Respondió Martín.

    Los cuatro disparaban sin parar pero la cantidad de infectados no paraba de aumentar. De pronto, Teo se quedó observando a un muerto que llevaba un cartel de cartón colgando e iba sin ojos.

    Al parecer, este se guiaba por el sonido. Avanzaba torpemente e iba de lado, además de con los brazos estirados hacia delante. Gruñía sin parar y en el hueco de sus ojos solo se veía oscuridad, además de un reguero de sangre que le salía de estos, dándole un aspecto aterrador al ser. Teo disparó a los cercanos y se acercó a aquel podrido.

    Pudo leer pintado en sangre: "Estamos en cada esquina. -O".
     
    Última edición: 19 Marzo 2016
  15. Threadmarks: Parte 2 / Capítulo 6 (Final): El verdadero monstruo
     
    Manuvalk

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    (Final Parte 2) Capítulo 6: El verdadero monstruo





    Pasado...

    Era un día de lluvia descomunal, el cielo estaba totalmente nublado y negro además de que hacía un aire bastante fuerte. Rachas potentes de viento que junto la lluvia y el cielo encapotado dejaban ver que era un día de tormenta.

    En la zona segura de la obra, Ethan se hallaba tomando un café en su pequeña habitación, cuando de pronto alguien tocó a su puerta.

    — ¿Ethan? Soy yo, Luke.

    — Adelante.

    Luke entró rápidamente y se acercó al líder, que dejó el café en la mesa para atender al joven.

    — ¿Que ocurre, Luke? — Preguntó Ethan, mientras se abrochaba el cinturón del pantalón.

    — Tenemos un problema. Sígueme. — Respondió Luke, bastante serio.

    Ethan cogió su abrigo y ambos avanzaron por un largo pasillo hasta la salida. El tiempo no acompañaba aquel día, y hacía un frío evidente. De pronto Scott se topó con ellos, armado con un rifle.

    — ¡Vaya malparidos! — Refunfuñó.

    — ¿Que demonios ocurre? — Preguntó Ethan, cada vez más intrigado.

    — ¡Ese bastardo de Ryan, la perra de Michaela y el idiota de Mike! ¡Querían marcharse! — Exclamo Scott.

    — ¿Y que tiene de malo? Aquí no retenemos a nadie. Si quieren irse, que lo hagan. Aunque no conviene arriesgarse ahí fuera por mucho tiempo. — Dijo Ethan.

    — No es solo eso, Ethan. Se iban a marchar, pero robándonos los pocos medicamentos que nos quedaban, y la furgoneta. — Murmuró Luke. — Simón, Mia y Paula consiguieron pillarlos a tiempo.

    — ¿Dónde están?

    — En el garaje, maniatados.

    Ethan se dirigía al garaje para encontrarse con los suyos. Paula custodiaba la puerta para evitar que escapasen, mientras Simón intentaba descifrar el porqué de los suyos por robar suministros.

    — ¡Quiero que me expliquéis, joder! ¡¿Por qué mierda nos robabais?! — Exclamo Simón, furioso.

    — Simón, relájate. — Dijo Ethan, entrando de pronto. — Déjame a solas con ellos.

    — Está bien.

    Simón abandonó el garaje dejando a Ethan con Ryan, Michaela y Mike.

    — Ethan, entiéndenos, tan solo queríamos tener posibilidades de sobrevivir ahí fuera. Hicimos lo que debíamos hacer. — Dijo Ryan, ante la mirada del líder.

    — No tienes excusa, Ryan. — Dijo el líder. — Voy a pen...

    — Las p*tas manos en la cabeza, Ethan. Ahora. — Dijo Mike, que se desató de pronto y cogió una pistola de la mesa.

    — Mike. — Murmuró Ethan, obedeciendo. — No cometas ninguna estupidez...

    — ¡Cierra el pico! — Exclamo, golpeando con la culata a Ethan, dejándolo inconsciente.

    — Eh tío, no debiste. — Musitó Ryan. — Ethan es muy pacífico, no iba a dañarnos.

    — ¡Deja de ser tan marica! — Dijo Mike a su compañero.

    — ¡Todos al puto suelo! — Exclamo Scott, surgiendo de pronto y disparando su rifle. — ¡Nadie se irá de aquí con nuestras provisiones!

    — ¡Vete al infierno, Scott! — Gritó Michaela, devolviendo los disparos.

    — ¡Michaela, abre la puerta del garaje! — Exclamo Ryan, cubriéndose. — Yo te cubro.

    — ¡Luke, están saliendo al exterior! — Exclamo Simón.

    Ryan, Mike y Michaela comenzaron a correr por la carretera, mientras unos pocos infectados aparecían de entre las sombras y los seguían.

    — ¡Malditos malnacidos! — Gruñó Scott, tremendamente enfadado.

    — Llamad a Mia, Ethan tiene una conmoción. — Dijo Paula, mientras la cabeza del líder sangraba.

    — Tranquilo, Scott. — Murmuró Luke. — No durarán mucho por ahí. Son débiles.

    Presente...

    Teo observaba el techo de su habitación, que compartía con Martín. Sus pensamientos trabajaban ahora en lo que había visto en la misión; el muerto con el cartel. Le intrigaba demasiado, y la curiosidad le carcomía por dentro.

    — Hey, te veo distante. — Murmuró Martín de pronto, lanzando una pelota contra la pared repetitivamente. — ¿En que piensas?

    — ¿Que? Ah, nada nada, tranquilo.

    — Teo...

    — ¿Que?

    — Vamos, dime.

    — En la misión que hemos tenido, he visto a un muerto que llevaba un cartel colgado en él. Ponía 'estamos en cada esquina' y estaba firmado por una O. Quizá no sea nada, pero me tiene intrigado. Demasiado. — Dijo Teo, ahora sentado en la cama.

    — ¿En serio? — Preguntó Martín, inquieto.

    — De verdad.

    — No me jodas. — Dijo Martín, nervioso. — Cuando salí con Matías en busca de suministros, vimos que en la parte trasera de una furgoneta militar se encontraba una cabeza viva, gruñendo y toda esa mierda, una bala y una nota.

    — ¿Cómo? ¿Y que ponía?

    — No sé, no me acuerdo. — Añadió Martín, riéndose. — Algo sobre que la piedad es de cobardes y bla bla bla... pero firmado por la misma O.

    El rostro de Teo se tensó ante la revelación de su compañero de cuarto, que también permanecía inquieto.

    Luke patrullaba el perímetro del muro, cargando con él su AK-47. Mia iba junto él.

    — ¿Cómo te fue en la misión? Oí que tuvisteis problemas. — Murmuró Mia, preocupada.

    — Sí, bueno, nos rodearon los muertos y por poco salimos de ahí de una pieza. — Respondió Luke, mientras observaba cómo aquellas bestias empujaban las rejas.

    — Luke.

    — Dime.

    — A la próxima quiero ir.

    — ¿Ir dónde?

    — Fuera. Contigo.

    — Deberías aprender a defenderte, Mia. Si quieres, mañana te enseño defensa cuerpo a cuerpo, que te vendrá bien contra los muertos... y contra los vivos. — Dijo Luke, con gran seriedad.

    Iris observaba a ambos desde lejos, seria.

    Simón se encontraba en el piso más alto del edificio, donde se hallaba un rifle francotirador. El muchacho observaba el horizonte, en el que se lograba ver media ciudad devastada y algún que otro podrido pululando por la calle. De pronto subió Scott con un té caliente, y se lo ofreció a éste.

    — Hijo, aquí hace frío. — Dijo Scott, dándole la taza de té a su sobrino. — Esto ayudará.

    — Gracias, Tío Scott. — Respondió Simón, dándole un sorbo al té.

    — ¿Te importa si me quedo aquí contigo? No tengo nada que hacer. — Dijo el hombre, cogiendo otra silla para sentarse.

    — Claro, adelante.

    Ambos observaban la lejanía y veían cómo caía la lluvia torrencial desde la distancia. Simón dio un gran trago de té, y se quejó acto seguido porque le entró rápido y estaba caliente.

    — Argh, joder. — Musitó.

    — Desde pequeño siempre te repetían que debes soplar antes de beber, Simón. — Dijo Scott, en un tono agradable.

    — Mis padres solo sabían beber y drogarse. — Susurró Simón, más para sí mismo.

    — Por eso te he criado yo la mayor parte del tiempo. — Respondió Scott, mirando hacia delante. — Mira, sé que mi hermano era un borracho, no te lo discuto, Sim. Pero tampoco podía hacer mucho por ti. Ese pobre hombre... la vida no le sonrió nunca.

    — Tú hermano... mí padre, era un auténtico gilipollas. — Gruñó el joven, poniéndose serio.

    — Simón...

    — ¡No, es la verdad, joder! — Exclamo este, molesto. — Tuve suerte de irme contigo.

    — Y yo de tenerte. Pero Simón, todo ese rencor hacia tus padres, toda esa rabia... no es bueno. Fueron unos estúpidos, sí, pero deja de atormentarte por ello. Vive tu maldita vida, hijo. Sobrevive a esto.

    Emma y Mary cocinaban para todos aquel día, y se encontraban en una habitación que servía de cocina. De pronto, entró Ethan.

    — Uff, hace una muy buena olor aquí. — Murmuró. — ¿Que cocináis?

    — Ya lo verás cuando esté hecho. — Dijo Emma, sonriéndole.

    — No tengo prisa. — Dijo Ethan, en lo que parecía ser un coqueteo.

    — No deberías tenerla. — Dijo Aiden, apareciendo de pronto. — Acabo de revisar el generador que nos da electricidad. Ningún problema, Ethan.

    — Gracias por comprobarlo. — Respondió el hombre, marchándose de la cocina. — Me gusta cómo huele, chicas. Seguro que lo que hacen está riquísimo.

    — Gracias. Lo estará. — Respondió Mary.

    — Idiota. — Susurró Aiden sin que lo escucharan.

    Matías avanzaba por un pasillo cuando se encontró a Charlotte al doblar la esquina. Matías la saludó con una sonrisa pero había algo en ella que le parecía extraño. El joven se paró y se acercó a la muchacha, que mostraba una cara de nerviosismo.

    — ¿Estás bien, Charlotte? — Preguntó el líder, colocándose de rodillas.

    — Sí, lo estoy. — Murmuró la niña. — Pero...

    — ¿Pero...?

    Charlotte sacó de su mochila una pistola y Matías se la quitó rápidamente.

    — ¿Que diablos hacías con eso? — Preguntó Matt.

    — ¡Quiero aprender a disparar, cómo todos! ¡Todos saben! — Exclamo la niña. — ¡No quiero morir por no saber defenderme!

    — Aparte de tú, están Iris y Mia, que no saben disparar. No eres la única.

    — Pues quizá deberías enseñarnos a las tres. — Respondió Charlie, alejándose de Matt.

    — ¡Está bien! — Dijo Matías. — Te enseñaré a disparar. Pero déjame hablar con tu madre antes.

    Charlotte se giró para sonreírle, agradecida. Matías pensaba que era una locura enseñar a una niña de diez años a disparar, pero en el mundo en el que vivían, eso podía salvarle la vida. De pronto apareció Paula frente Matías.

    — ¿En serio? ¿Pretendes enseñar a disparar a una niña?

    — ¿Tiene algo de malo? Tarde o temprano, tendrá que saber manejarlas.

    — Lo sé, no digo que me parezca mal. Pero déjame ayudarte. — Dijo Paula.

    Dos semanas después...

    En estas dos semanas que habían pasado, Charlotte, Iris y Mia ya sabían disparar notablemente bien. Ejecutaban desde cierta distancia a los podridos que se agolpaban en las vallas, que cada vez eran más. Mary y Matías se cogían juntos de la mano, dando a entender que estaban juntos. Mia e Iris peleaban por Luke, pero este tenía el menor interés por ninguna. En varias ocasiones, Ethan tuvo disputas con Aiden, debido a que coqueteaba con su mujer, Emma. Simón y Martín parecían interesados en Paula, pero esta parecía tener otros planes.

    Scott y Teo parecían llevarse bien y de vez en cuando salían en busca de víveres. Hoy era uno de esos días.

    Teodoro y Scott habían dejado hacía una hora el complejo en busca de cualquier cosa que pudiese utilizar. Estaban bien de suministros y por suerte no les faltaba de nada, pero ambos solían salir al exterior porque no aguantaban pasar todo el día en el refugio. El hombre cargaba con una escopeta mientras que el psicólogo llevaba una M4. En aquellas dos semanas, además de aprender a disparar las tres jóvenes, gente cómo Teo que no sabía manejar un rifle o un fusíl, ya sabían.

    Caminaban por una carretera desierta de vida, solo compuesta por vehículos y algún que otro cadáver en descomposición. El silencio era algo habitual en sus salidas, salvo algún encuentro repentino con varios de ellos. Era un día agradable para pasear.

    — ¿Sabes? Si me llegan a decir que en un futuro, iría caminando armado por una carretera asolada, no me lo hubiese creído. Joder, si mi especialidad es analizar pacientes. — Dijo Teo, rompiendo el silencio.

    — Yo solía salir a cazar mucho por las mañanas. Vivía en la montaña. Vistas preciosas a la ciudad, el olor de las flores... eso era vida. — Respondió Scott, mientras mantenía la cabeza levantada.

    Días antes...

    Un hombre corría velozmente por unas calles, mientras tres muertos lo seguían. El chico parecía deshidratado y exhausto, y por error acabó en un callejón sin salida.

    — Mierda. — Murmuró.

    Los tres podridos lo habían rodeado, y el cansancio del hombre era más que evidente. Sacó su pistola y se dispuso a disparar a aquellos seres cuando al apretar el gatillo no disparó nada. Nervioso, decidió mirar el cargador mientras se le acercaban y comprobó con estupefacción que no le quedaban malas. Apretó los dientes, furioso, mientras tiraba la pistola y desenfundaba su cuchillo.

    Sabía que terminar con tres sería difícil, y más en las condiciones en las que se encontraba. De pronto, un muerto cayó al suelo, atravesado por una flecha. Acto seguido, los otros dos tuvieron el mismo final. El hombre observaba perplejo la escena, y respiró hondo al ver que ya no representaban una amenaza, pero se preguntó: ¿quién demonios me ha ayudado?

    De pronto, tres personas aparecieron ante él, uno de ellos con una ballesta, el otro con una pistola y la mujer con otra pistola. Los tres apuntaban al tipo con sus respectivas armas.

    — ¿Que queréis?

    — Nada. — Indicó el arquero. — Te hemos salvado la vida. Dinos cómo te llamas. Yo soy Ryan y ellos Michaela y Mike. ¿Tú?

    — Mark. Me llamo Mark. Gracias.

    ...

    — ¿Los ves? — Preguntó Ryan, mientras Mark observaba por unos prismáticos. — Aquel grupo. Antes estábamos en el, pero no nos quisieron dejar ir. Incluso intentaron matarnos.

    — Un momento. — Dijo Mark, acercando el zoom en Matías, que enseñaba a disparar a Charlotte. — Conozco a algunos de ellos.

    — ¿Tienen nuevos amigos? — Preguntó Michaela, curiosa.

    — Así es. — Dijo Ryan, con los prismáticos de nuevo.

    — Al parecer han mezclado los grupos y se han unido. — Dijo Mark, mientras no apartaba la vista del refugio, viéndolo desde la distancia.

    — ¿Que queréis de ellos? — Preguntó Mark.

    — Queremos el refugio, y echarles a patadas a esos capullos. Sin violencia, porque no sería justo. — Dijo Ryan.

    — Eres un marica. — Dijo Mike. — Hay que matar a uno para que sepan que vamos en serio.

    — ¿Ves? Por eso no les caíste bien. — Murmuró Michaela. — Quieres solucionarlo todo matando a quien tengas delante.

    — ¡Es así en este mundo! ¡O matas o mueres! — Exclamo Mike, marchándose de la azotea en la que se encontraban.

    — ¿Por qué querer arrebatárles el refugio? — Preguntó Mark, de nuevo.

    — ¿Has visto donde vivimos? El último piso de un edificio de mierda, con las escaleras bloqueadas para que no suban los vecinos infectados, y para salir, debemos saltar al edificio de al lado y bajar... esto es una mierda de zona segura. Ese refugio, controlado, es una p*ta mina de oro, Mark. Es así.

    Mark observó a Michaela y después a Ryan. Ambos le pedían ayuda para tomar el lugar.

    — Pero Mark, antes... ¿conoces a los nuevos? — Dijo Michaela.

    — Así es. Eran mi grupo.

    — ¿Y por qué no estás con ellos? ¿Que pasó? — Preguntó Ryan.

    Mark recordó cómo mató a Tom, y cómo mató a Mich. Sabía que si decía la verdad, estaría en un problema.

    — Me echaron porque me culparon de robar la comida. Alguien nos la robó y desapareció, y todos me culparon a mí. — Dijo Mark, asemejando su falsa historia a la de Ryan y los suyos, para empatizar.

    — Igualitos a los de nuestro grupo. Tales para cuáles. Vaya hijos de perra. — Respondió Ryan. — ¿Les tienes rabia?

    — Mucha.

    — ¿Estarías dispuesto a quitarles el lugar y lanzarlos a la carretera?

    — Ryan, ahí te equivocas. Dejarles marchar sería un error que pagaríamos. Somos menos, ellos el doble. ¿No piensas que regresarían para acabar con nosotros y recuperar el lugar? Os dejaron marchar a vosotros, aunque fue a balazos. No os buscaron y eso fue un error por su parte, porque ahora vais a ir y sacarlos de allí, que es otro error porque, cómo he dicho, volverían para matarnos.

    — Entonces, ¿estás dispuesto a matarlos por el lugar?

    — Sí. Hay que matarlos.

    — Alguien que me entiende, carajo. — Refunfuñó Mike, apareciendo de nuevo.

    — ¿Cómo lo haremos? — Dijo Ryan, dándose cuenta de que Mark sabía lo que se hacía.

    — Lo mejor es secuestrar a alguno de ellos. Eso nos da cierta ventaja para entrar en el complejo. Nos dejan entrar, liberamos a su rehén, y alguien que dejaremos a cierta distancia, comienza a dispararlos cómo un francotirador. Los que entren allí hacen lo mismo. Nos los quitamos de encima y conseguimos el refugio.

    — ¿Y cómo secuestraremos a uno de ellos? — Preguntó Michaela.

    — Esperaremos el momento oportuno. Algunos saldrán por suministros, y ahí... pan comido. — Dijo Mark.

    — Seamos pacientes, pues. — Dictaminó Ryan.

    Presente...

    — La montaña... nah, no me gustaría vivir ahí. — Dijo Teo, riendo.

    — Pues cometes un error, porque sería una buena zona para sobrevivir. — Respondió Scott.

    — Ya pero, ¿de que nos sirve ahora? Tenemos un hermoso lugar y es seguro.

    De pronto, al no obtener respuesta, Teo se giró y vio a Scott en el suelo con tres flechas clavadas en la espalda. De pronto aparecieron Mike y Michaela apuntándole con sus pistolas.

    — Al puñetero suelo, pijito. — Dijo Mike, pateándole la rodilla para que obedeciese.

    Teo se encontraba traumado, de rodillas y con las manos en alto. No daba crédito al ver el cadáver de Scott fallecido. De pronto, comenzó a recobrar la vida, pero gruñía. Se había transformado.

    — Mío. — Indicó Michaela, clavándole una navaja en el cráneo.

    — ¿Que demonios quieren? — Preguntó Teo, asustado.

    — Queremos tú refugio, capullo. — Respondió Mike.

    — Pero, ¿era necesario matarle? — Dijo Teodoro.

    — Sí, siempre es necesario matar. — Dijo Mark, apareciendo frente el que fue su amigo.

    Teo se quedó totalmente impactado al ver a Mark. Sus ojos no podían describir lo que veían. Mike ataba las manos de Teo, mientras este observaba a Mark.

    — Además, vosotros ibais a matarme. Tú, votaste a favor. — Prosiguió Mark, enfundándose la pistola.

    — Es extraño que no aparezcan los podridos. — Dijo Michaela, observando a todos lados.

    — Mejor así. — Respondió Ryan, saliendo por un callejón y quitándole las flechas clavadas al cuerpo de Scott.

    — Ahora, vas a coger ese hermoso walkie que tienes colgado en la cintura, y vas a decir que abran la puerta del garaje para que nos dejen entrar a todos. — Dijo Mike, con el cañón de su pistola tocando la cabeza del psicólogo.

    Teo obedecía, temiendo por su vida. Lentamente, cogió el walkie y se dispuso a hablar.

    — ¿Hay alguien?

    Sí, Teo, dime. — Dijo una voz.

    — Necesito que...

    — Mira, payasito, tenemos a tu amigo Teo retenido y nos hemos cargado al malparido de Scott. Ya estás abriendo la p*ta puerta del garaje y nos dejas entrar, o lo matamos a él también; corto y cierro. — Dijo Mike, arrebatándole el walkie a Teo.

    Teo comenzó a respirar agitadamente, puesto que nunca se había encontrado en una situación similar. Nunca había sido secuestrado y mucho menos había tenido que enfrentarse a vivos en un mundo en el que los muertos eran la supuesta amenaza.

    Mark decidió que se quedaría el walkie en caso de que respondiesen, y junto Ryan, Michaela y Mike, recogieron a Teo y se dirigieron al refugio.

    ...

    — ¿Que c*ño ha sido eso? — Preguntó Ethan.

    Matías se encontraba con el walkie en la mano, atónito. Miró a Ethan, y se levantó del asiento donde estaba.

    — Avísales a todos de que va a haber una pelea. — Dijo Matías, marchándose de la habitación donde se encontraba.

    — ¿Cómo que una pelea? ¡Ya dime! — Dijo Ethan, siguiéndole.

    Matías paró y se giró para ponerse frente Ethan.

    — Alguien tiene a Teo y ha matado a Scott.

    — ¡Mierda, les dije que si salían tanto acabaría por ocurrir esto! ¡Les advertí, ahí fuera es la ley del más fuerte!

    — Voy por armas. Ethan, reúnelos a todos en un minuto en la sala de reuniones.

    — Lo haré.

    Ethan entonces cambió de dirección y comenzó a buscar a todos los miembros del grupo, mientras Matt sacaba todas las armas, que no eran muchas, y las llevaba a la caravana. Acto seguido comenzó a guardar comida y medicamentos en la furgoneta, además de gasolina. Paula vio esto y se acercó.

    — ¿Que haces, Matt? — Preguntó, incrédula.

    — Asegurar nuestra supervivencia. — Dijo este, mientras almacenaba en la parte trasera de la furgoneta varios suministros.

    — ¿De que diablos hablas? ¿Que ocurre?

    — Ocurre que tenemos un jodido problema, hostia. Ve con Ethan y en un minuto os alcanzo, para explicaros.

    Paula obedeció y se marchó corriendo. Matías almaceno la totalidad de las armas y cerró la furgoneta. Cogió unas pocas junto paquetes de munición y se dirigió a la reunión. Al llegar, el grupo estaba totalmente nervioso, sin entender que sucedía, y Ethan trataba de mantener la calma.

    — Oh, Matt ya está aquí. Él os dirá. — Dijo Ethan, dejando paso para el que se había erguido líder principal.

    — ¿Matt, que está pasando? — Preguntó Mary, junto su hija.

    — ¿Que ocurre, tío? — Preguntó Martín.

    — Antes de empezar, os sugiero que cojáis cada uno un arma de fuego y las cosas importantes para vosotros que tengáis las dejéis en la furgoneta y caravana. Ah, junto un poco de ropa.

    — ¿Por qué todo esto? — Dijo Simón.

    — Por si tenemos que irnos de aquí. — Intervino Luke, acertando de pleno.

    — ¿Por qué íbamos a irnos? — Preguntó Iris, que ahora parecía otra desde que manejaba armas.

    — Nunca se sabe. Los muertos podrían tirar las vallas si fueran muchos, e invadir el lugar. Podríamos saber de un lugar mejor, y abandonar el lugar. Podríamos ser atacados por gente, y si destruyen el lugar, tener que irnos. — Respondió Matías, con una seriedad pasmosa.

    Matías se acercó a Mary y Charlotte.

    — Lo digo por precaución, no por meter miedo. Pero cariño, te sugiero que lo hagas.

    — Pero, ¿por qué? ¿que carajo ocurre? — Preguntó Mary.

    — Ahora lo explicaré, cuando regresen todos.

    El grupo obedecía y almacenaba en sus mochilas sus principales pertenencias para dejarlas en los vehículos de huida. En unos minutos, todos volvían a estar en la sala de reuniones.

    — ¿Y bien? — Dijo Aiden. — ¿Que carajo sucede?

    — Teo ha sido secuestrado. Quien lo ha secuestrado, ha matado a Scott.

    El grupo comenzó a comentar la situación, algunos con temor, otros con calma y la mayoría con pánico.

    — Quieren que les dejemos entrar aquí. Por lo que me da a entender que quieren el refugio a cambio de Teo.

    — ¡¿Cómo sabes que han matado a mi tío?! — Exclamo Simón, sollozando.

    — El que me lo ha dicho por el walkie que se habían llevado ambos. Me ha dicho que tienen a Teo y han matado a Scott, y que o les dejamos entrar o matan a Teo. — Respondió Matt, dejando helados a todos.

    — ¿Y que vamos a hacer? — Preguntó Mia. — Nunca hemos peleado contra vivos. Ni pensé que pudiese ocurrirnos.

    — Siempre puede ocurrir. La gente quiere lo que tenemos, y estarán dispuestos a todo por ello; harán lo que sea necesario. No hay reglas ni civilización, no hay policía ni gobierno. Hasta ahora, solo nos habíamos encontrado con personas agradables, pero eso parece haberse acabado. Esos... tipos que nos amenazan, nos han observado durante tiempo, estoy seguro.

    — ¿Que sugieres entonces que hagamos? — Preguntó Luke, de brazos cruzados.

    — Prepararnos. Están viniendo hacia aquí. — Respondió Matt. — Sé que nadie de vosotros ha matado personas pe...

    — En mi trabajo sí. — Respondió Luke. — Para evitar conflictos mayores entre países. He desmontado operaciones globales, he matado a muchas personas en la sombra, gente que pretendía crear una guerra o realizar un atentado. También me hubiesen mandado a evitar esta epidemia, a mi o algún compañero. Pero cómo todos sabemos, esto comenzó sin saberse y acabó por derrocar la civilización.

    — Bueno, aparte de Luke, el asesino silencioso. — Dijo Martín, sarcástico.

    — Cómo os decía, sé que esto sobrepasa nuestros límites. Pero hay que estar preparados para matar, si llega a ser el caso. Que el miedo no os pare, o estaréis muertos vosotros.

    El grupo asentía la cabeza, dispuestos a defenderse si es necesario.

    — Simón, manejas bien el rifle de francotirador. Nos servirás si estás con el en el último piso. Toma un walkie y avisa si los ves llegar. Iris y Mia, cuidaréis de Charlotte, en la retaguardia y preparadas para subir a los vehículos. Los demás, conmigo. — Dijo Matías.

    De pronto, el walkie soltó estática. Acto seguido, se escuchó una voz.

    Eh, capullo, estamos en la puerta. Ábrenos de una puñetera vez.

    — Voy. — Respondió Matías, apagando el walkie. — Mia, Iris, Charlotte: iros ya junto los vehículos. Los demás, preparaos. Ethan, Martín, Luke; conmigo.

    Los demás obedecieron y Matt se quedó solo con los que había dicho. Juntos, fueron a la puerta del garaje y Ethan, Luke y Martín apuntaron, esperando ver aparecer a los secuestradores.

    Al abrirse la puerta, Ethan y Luke quedaron asombrados al ver a Mike y Michaela, pero faltaban Ryan y Mark. Hubo un largo silencio entre ambos bandos, mientras Teo estaba en medio, amordazado y atado.

    — ¿Que mierda queréis? — Dijo Ethan, serio.

    — Vaya vaya vaya... Ethan. ¿No te lo ha contado el idiota del walkie? Queremos este p*to agujero que llamáis hogar. Y queremos que os vayáis a tomar por culo. — Dijo Mike. — A cambio, os quedáis a este llorica.

    — Eso no va a suceder. — Dijo Matías. — Además, ¿una persona por un lugar? Me parece un trato de mierda.

    — Pues ese trato de mierda es lo único que tienes si quieres a tu amigo vivo, guapo. — Musitó Michaela, con su arma en la cabeza de Teo.

    — Gracias por el cumplido, pero te voy a dejar una cosa clarita; me devuelves a mi amigo, y te dejo marchar sin ningún problema. Sois solo dos. — Dijo el líder.
    Mike y Michaela sonrieron.

    — Matt, no son los únicos. Hay más. ¿Dónde está Ryan? — Dijo Luke.

    — Cerca. — Respondió Mike, sonriendo. — O hacéis lo que os decimos, o vamos a entrar a la fuerza.

    — ¿Estáis seguros de querer entrar a la fuerza? — Dijo Ethan, dando a entender su ventaja numérica.

    — Quién sabe... quizá ya estamos dentro. — Susurró Mike, con una sonrisa macabra.

    De pronto, comenzaron a escucharse disparos en el interior del recinto.

    ¡Matt, ha entrado uno y están lloviendo disparos de la nada! — Exclamo Paula por walkie. — ¡Necesitamos ayuda!

    — ¡Mierda! — Exclamo Matías, dispuesto a matarlos.

    Cuando levantaron sus pistolas, solo encontraron a Teo frente ellos. Martín lo desató y le cedió una pistola.

    — ¿Cómo estás? — Preguntó Martín.

    — Créeme, he tenido días mejores. — Dijo Teo, sudando y resoplando.

    — ¿Es verdad que han matado a Scott? — Añadió Ethan, decaído.

    — Así es. Íbamos hablando y de pronto no respondió, me giré y tenía tres flechazos en la espalda. Matt, Mark está con ellos. Y un tal Ryan también. Están dispuestos a matarnos. — Murmuraba Teo, alterado.

    — Debemos ir a ayudar. — Dijo Luke, cerrando la puerta del garaje.

    — Vamos. — Murmuró Matt, corriendo junto los demás.

    En el interior del complejo pero fuera del edificio; Paula, Mary, Emma, Aiden y Simón desde el último piso con su rifle, se defendían de Ryan, que también disparaba desde lejos y de Mark, que estaba dentro del lugar. El tiroteo entre ambos no hacía más que atraer podridos. Acto seguido entraron Mike y Michaela para ayudar. Matías, Ethan, Luke, Martín y Teo salieron a campo abierto para ayudar al resto. Mia, Iris y Charlotte estaban dentro de la caravana, en silencio y asustadas.

    — ¡Acabad con ellos! — Exclamo Ryan, dirigiéndose hacía Simón. — Yo me encargo del francotirador.

    Matías y Luke se cubrían tras un contenedor de residuos mientras que Martín, Teo y Ethan tras la grúa que había allí. Paula y Mary tras un tractor, y Emma y Aiden detrás de un muro de cemento. El lugar en obras tenía muchas posiciones estratégicas con las que cubrirse y defenderse. Ryan aprovechó la confusión para colarse en el edificio.

    Armado con su ballesta, Ryan subió lentamente hacia el último piso, donde se encontraba Simón. El hombre subió sigilosamente y vio a Simón sujetando el rifle y apuntando hacia abajo, disparando. Sacó su ballesta y apuntó a la rodilla del joven. Disparó, y la flecha atravesó la pierna de Simón, que dejó caer el rifle hacia el vacio y cayó al suelo. Adolorido, vio que Ryan subía las escaleras y dejaba la ballesta de un lado.

    — ¡Hijo de perra! — Exclamo Simón, sujetándose la rodilla izquierda.

    — ¿Sabes? He disfrutado matando a tu tío. Me caía bastante mal. — Dijo Ryan. — Tú vas a tener un final distinto.

    Ryan cogió del cuello a Simón, y comenzaron a forcejear. El hombre acercó al joven al borde del piso, mientras este intentaba zafarse de sus manos, sin éxito.

    — Saluda a Scott de mi parte. — Murmuró Ryan, empujando a Simón hacia el vacío.

    Los que se tiroteaban en el campo, observaron a Simón caer fuertemente contra el suelo, y el sonido que hizo al chocar contra el suelo de cemento fue aterrador.

    — Simón, Dios mío... — Susurró Paula.

    Matías, fúrico, continuó disparando, y todos le siguieron. Michaela salió de la cobertura velozmente y Luke le acertó en la pierna derecha, haciéndola caer al suelo. Arrastrándose, Luke aprovechó para asestarle un último disparo en la frente. El cuerpo de la chica se hallaba sin vida en medio del escenario de batalla.

    — ¡Michaella! — Exclamo Mike. — ¡VOY A ACABAR CON TODOS!

    Mike comenzó a disparar seguidamente y de pronto, todos se dieron cuenta de que las vallas iban a ceder. Una cantidad numerosa de cadáveres andantes se agolparon en ellas, comenzando a empujar con desenfreno.

    — ¡La valla no va a aguantar! — Exclamo Mary.

    — ¡Mary, tú y Emma iros con las jóvenes a la caravana y encerraros allí! — Exclamo Matías.

    Mark observó a ambas mujeres correr y apuntó. De pronto la valla cedió y comenzaron a irrumpir podridos. El soldado se dispuso a apuntar a una de las mujeres cuando un muerto se le lanzó encima, y del forcejeo el rifle se disparó, acertando a Emma en la espalda. Aiden vio frente sus ojos cómo su mujer perdía la vida, desangrándose en el suelo.

    — ¡OH DIOS! — Exclamo Mary, aterrada y paralizada.

    — ¡VETE DE AHÍ, MARY! — Exclamo Matías.

    De pronto, Ryan que salía del edificio quedó cara a cara con Mary, que se paralizó. El hombre se disponía a matarla cuando fue ametrallado a balazos en el torso. Ryan cayó de rodillas frente la mujer, que se giró y pudo comprobar que su salvador fue Matías, sujetando su M4 con firmeza. La mujer asintió y entró en la caravana junto Mia, Iris y su hija. Solo quedaban Mike y Mark, pero cesaron los disparos y los muertos no hacían más que irrumpir en el lugar.

    — ¡Paula, Aiden, busquemos a los que quedan! Hay que acabar con esto. — Dijo Matt. — Martín, Teo, Ethan, cuidado por aquí. Luke, entra por la derecha del edificio, yo voy por la izquierda. Quizá están dentro.

    Paula obedeció mientras Aiden la seguía sollozando y rabioso, aún sin dar crédito a la muerte de su mujer. Ethan junto Teo y Martín comenzaron a peinar la zona, cuando Mike surgió de detrás de un contenedor. Este disparó sin escrúpulos a Ethan, dándole en el cuello. El hombre buscó con sus manos la herida, pero antes de que pudiese decir algo, se desangró y cayó al suelo.

    Martín sin perder tiempo ejecutó a Mike, acertándole en la cabeza. Teo fue a ver a Ethan por si seguía vivo.

    — Ha muerto. — Respondió Teodoro, clavando su cuchillo en la cabeza de este, para evitar su transformación.

    Martín se acercó a Mike para comprobar que había muerto. Varios infectados se acercaron a su cuerpo sin vida y comenzaron a devorarlo.

    — Toma esa, capullo. — Dijo, mientras escupía el cadáver de Mike.

    Luke se disponía a entrar al edificio cuando varios seres lo sorprendieron. Al verse ampliamente superado, decidió retroceder y volver con los demás. La mayoría se preparaba para subir a los vehículos e irse, puesto que el lugar estaba totalmente invadido y no tenían suficiente munición para rechazarlos.
    Matías caminaba con sigilo por uno de los pasillos del edificio. En su mente solo cabía encontrar a Mark.

    Su metralleta se había quedado sin munición, y solo le quedaba su pistola. Cubriéndose en las esquinas, comprobaba cada habitación que se encontraba, sin encontrar a Mark. Comenzó a escuchar ruidos, y velozmente se dirigió a ellos. Llegó a la puerta del garaje para encontrar a Mark a punto de salir. En la distancia, varios podridos se acercaban, por el ruido de abrir la puerta.

    Ambos se vieron. Ambos que fueron grandes amigos en su momento, ahora estaban frente a frente después de un corto tiempo en el que sus caminos se habían separado.

    — Mark. — Dijo Matt, apuntándole con la pistola.

    — Matt. — Dijo Mark, haciendo lo mismo que el que fue su compañero.

    — ¿Planeabas irte?

    — ¿No lo ves?

    — Me debes unas explicaciones. — Murmuró Matías. — Deja el arma a un lado, y haré lo mismo. Hablemos cómo personas.

    — ¿Esperas que lo haga? — Respondió el soldado. — Además, hace mucho que dejamos de ser personas. Ahora somos monstruos, cómo los de ahí fuera.

    — Tú, eres un monstruo. — Respondió el líder. — Yo no.

    — Acabas de matar a Ryan. Te has convertido en un monstruo.

    — Tú has matado a Tom y a Mich. Y seguro que a más personas antes de eso. ¿Por qué los mataste?

    — Puro instinto de supervivencia. ¡Maté a Tom para salvaros a los demás!

    — ¡Pudo haber otra salida y haber sobrevivido todos!

    — ¡Hay que sacrificar a veces por el bien común, joder!

    — No Mark, no. Eso no es así. Había otra salida y lo sabías. Pero llevabas tiempo con esas ganas de matar a Tom. ¿Y que hay de Mich? Tu fiel acompañante, aquel que te dejó escapar y decidió irse contigo, ¿por qué lo mataste?

    — Era una carga.

    — ¿En serio? ¿Que hay de eso de proteger a las personas? ¿Ves? Tú, eres el verdadero monstruo.

    — Vete a la mierda, Matt. — Dijo Mark, accionando el pasador de su pistola. — No me obligues a matarte.

    — No si te mato yo antes. — Respondió Matt, disparando.

    Mark se cubrió a tiempo tras unos estantes, y el disparo atrajo la atención de los muertos que vagueaban por el exterior. Matías se asomó y Mark disparó, dando en la pared en la que Matt se cubría.

    — Nos volveremos a ver, Matt. Y esa vez, te mataré. — Sentenció el militar, marchándose.

    Matt salió corriendo en su búsqueda, pero cuando salió, no lo vio. Había desaparecido y una pequeña horda se dirigía hacia él.

    — Maldito bastardo. ¡Mierda! — Dijo, mientras se iba corriendo.

    El grupo se defendía de los podridos que se acercaban a el convoy de vehículos y esperaban a Matías, que salió del edificio corriendo.

    — ¡Subid todos, vámonos ya! — Exclamo el líder, subiendo al sitio de conductor de la caravana.

    Matías conducía la caravana, y de copiloto tenía a Luke. Detrás estaban Mary, Iris, Charlotte y Aiden. Martín conducía la furgoneta con Teo de copiloto, y Paula en la parte trasera. Ambos vehículos salieron del complejo, alejándose en la larga y peligrosa carretera, hacia un rumbo desconocido.

    Varios días después...

    — ¡Peinad esta zona! — Dijo un hombre corpulento, liderando un gran grupo de hombres.

    — ¡Wuuhuu! ¡Aquí ha habido una disputa! — Exclamo uno de los hombres.

    — ¡Cierra el pico, Andrew! ¡Obedece de una p*ta vez! ¡Vamos, vamos, vamos joder, moved el culo los demás! — Dijo el líder.

    — Perdona. — Respondió Andrew.

    — ¡Deja de comerme el culo e inspecciona la puñetera zona! — Exclamo el líder, molesto.

    — Está bien.

    — ¡Oliver, hay huellas, alguien se ha ido de aquí con varios vehículos! — Indicó otro tipo.

    — Sigamos esas malditas huellas, joder. — Ordenó Oliver.
     
  16. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 1: Los Renegados
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Parte 3

    "La muerte vaga por el mundo, en muchas formas distintas."


    Capítulo 1: Los Renegados




    Pasado...

    Ambos hermanos se dispararon casi instantaneamente. Querían acabar con su vida, con el sufrimiento que eso conllevaba; vivir en un mundo tan cruel.

    — ¿Qué sentido tiene seguir? ¿Para acabar cómo esos comecarne podridos? — Dijo tiempo antes Jason. — ¿Por qué no acabar con esto? ¿Por qué no volarnos la tapa de los sesos?

    A él se le ocurrió la genial idea de un suicidio colectivo; un suicidio al mismo tiempo. Oliver no lo prefería, pero su hermano mayor tenía razón; no tenía sentido seguir, y acabar cómo millones de personas en el mundo. Ambos acordaron dispararse al mismo tiempo, y lo hicieron. Jason cayó muerto con un agujero de bala en el ojo, mientras le brotaba una fuente infinita de sangre. Oliver sufrió el disparo en el hombro, cayó pero seguía vivo; el plan no había funcionado.

    Y mientras se desangraba y le veía fallecido, lo supo. Quería vivir, y hubiese querido convencer a su estúpido hermano de que debían seguir, de que mientras hay vida, hay esperanza. Pero Jason tomó su decisión, y ahora estaba muerto. Oliver sentía que la pronta muerte de su hermano era su culpa, puesto que él era el que había apretado el gatillo, siendo cómplice de la idea de este.

    Mientras sollozaba, presionó la herida de bala en el hombro con un trapo haraposo y sucio que tenía en su mochila de camping. Comprendió, que el suicidio no era la puerta de salida de aquella pesadilla.

    Presente...


    Habían pasado cinco semanas desde que el complejo en obras quedase arrasado por los traidores y por la multitud de muertos que irrumpió en el lugar. Durante este tiempo, el grupo se lanzó a la carretera en busca de un lugar seguro, sin éxito. Cada día que pasaba, la esperanza de encontrar un lugar en el que vivir, era menor...


    — ¿Has oído eso?

    Matías miraba fijamente hacia una zona. Una gota de sudor recorría la zona derecha de su frente. Llevaba una respiración agitada, cómo si llevase horas corriendo.

    — ¿El qué? — Dijo Luke, extrañado.

    — Dime que acabas de oírlo.

    — Que no, joder, no he oído una mierda.

    — Me cago en... Vamos, coge la mochila. Regresemos a la carretera. — Indicó Matías. — Estoy harto de cazar conejos de mierda para cenar.

    — Somos dos. — Respondió Luke, caminando junto el líder. — Se van a llevar un chasco cuando vean que no traemos nada de la cacería.

    — Si tanta hambre tienen, solo tienen que encontrar un coche con gasolina e irse a buscarla por si mismos. — Respondió Matt, serio.

    — Todos tienen hambre, Matt. Pero desde lo ocurrido en el refugio, te comportas muy irasciblemente. Deberías relajarte. — Dijo Luke, sujetando su AK-47.

    — ¡Nunca hay tiempo para relajarse! Joder, nos relajamos, y nos atacaron. Hoy en día no puedes confiar ni en tu sombra.

    — No te lo he preguntado aún pero, ¿encontraste a ese tal Mark? Digo, ¿conseguiste matarlo?

    Matt recordó cómo lo tuvo delante, viviendo el momento cómo si fuese aquel mismo instante. Acto seguido se giró hacia Luke.

    — No, escapó. Pero los demás creen que lo maté, y debe seguir así, Luke.

    — Oye, sabes que no diré nada, soy el segundo al mando tras la muerte de Ethan, y somos un equipo. Pero los secretos tienden a revelarse por arte del azar... Tarde o temprano, algo hará que el secreto salga a la luz. — Murmuró Luke.

    — No si puedo evitarlo. — Respondió Matías.

    Ambos caminaban por un estrecho sendero en medio de la nada, de un bosque en mitad de la noche. Tras una buena caminata, llegaron a la carretera. Ahí se encontraba la caravana junto el resto del grupo, y la furgoneta la abandonaron, puesto que ir en dos vehículos consumía mucha gasolina.

    — ¿Que habéis conseguido? — Preguntó Mia, la única persona fuera de la caravana.

    — Una mierda hemos conseguido. — Musitó Matt, pasando de largo.

    — Nada de nada. — Añadió Luke.

    — ¿Y que vamos a hacer ahora? — Preguntó la mujer.

    — Creo que Matt está estresado de ser el líder. Todos lo miran mal por cualquier decisión, y él reacciona furioso cuando le recriminan o reprochan alguna acción. Está descontrolado, y no me escucha. Por decirlo, no escucha ni a Mary, y eso que es su novia.

    — No me refería a Matías, pero ya pensaremos en una solución para su actitud de soldado herido. — Dijo Mia. — Me refiero a, ¿donde nos vamos a dirigir? Llevamos semanas dando vueltas por ahí con la caravana. Necesitamos encontrar un lugar en el que asentarnos mínimamente un mes. Luke...

    El chico la miró con intriga.

    — Creo que estoy embarazada.

    El rostro de Luke pasó de desconcierto a impacto.

    — ¡¿Cómo?! ¡Joder, joder, joder! ¡Mierda! — Exclamo. — ¡Te dije que debíamos buscar condones! ¡Oh, mierda!

    — ¿Que más da? ¿No te alegras?

    — ¡¿Que qué más da?! ¡¿Estás completamente loca?! ¡Un hijo ahora nos hunde la vida! ¡Es una boca más que alimentar y encima con comida especializada para bebés, sus llantos no harán más que delatar nuestra posición y encima tendré que estar pendiente de él! ¡Es una carga, Mia!

    — Es una carga que quiero asumir. — Respondió la chica, acariciándose la barriga. — Además, pensé que estábamos juntos...

    — ¡¿Me ves cara de querer una relación ahora mismo?! ¡Solo fue sexo, joder! ¡Sin compromiso!

    Mia comenzó a llorar frente Luke, que supo que lo que dijo no estuvo bien. Se dispuso a consolarla cuando esta lo empujó y se metió en el interior de la caravana. Luke lanzó un suspiro largo mientras ingresaba en la casa rodante.

    ...

    Al día siguiente, el grupo despertó y de buen día decidieron continuar la marcha por la gran y larga carretera estatal. Dentro de la espaciosa caravana, Aiden conducía con Iris de copiloto, que tras la muerte de Emma no levantaba cabeza. Teo y Martín conversaban en el fondo de la caravana.

    — Te ha salido un grano en la nariz, Teo.

    — ¿Y? ¿Pasa algo? A todos les salen granos de vez en cuando.

    — ¿Te lo exploto? — Dijo Martín, acercándose. — Dan ganas de machacarlo.

    — ¡Quítate de encima, carajo! — Respondió Teodoro, molesto. — ¡Deja mi jodido grano en paz!

    Luke estaba sentado frente Mia, y ambos se miraban sin atreverse a decir nada. Matt tenía a Mary en sus brazos mientras Charlotte dibujaba junto Paula. De pronto, apareció un hombre en medio de la carretera, alzando las manos para que la caravana parara. Aiden frenó ante el asombro de todos.

    — ¿Por qué mierda frenas? ¡Debías seguir! — Exclamo Matías. — ¡¿Y si es una trampa?!

    — ¡Quizá necesita ayuda! — Dijo Aiden, molesto. — ¡Deja de ser tan asqueroso y calma esos ánimos, capullo!

    — ¡¿Me tienes que decir tú que me calme?!

    — ¡Ya paren! — Gritó Paula.

    — Voy a ver que quiere. — Dijo Luke, cogiendo su arma y saliendo.

    El hombre bajó apuntando con su AK-47 al misterioso tipo que tenía las manos levantadas. Matías bajó detrás junto con Paula y Teo. Los demás decidieron permanecer dentro.

    — ¿Quién eres? — Dijo Luke, con la mirada puesta en aquel tipo.

    — Mi nombre es Gerard. — Dijo. — Veng...

    — Bien, Gerard, ¿quieres algo? Por que si no es así ya estás apartándote de la jodida carretera y dejándonos continuar con nuestro camino. — Señaló Matt, con la pistola desenfundada.

    — No quiero nada en concreto. — Dijo Gerard. — De hecho, me he arriesgado al salir aquí para pararos. Quizá sois malas personas. Pero os aseguro que yo no.

    — ¿En serio? — Musitó Paula, con ironía.

    — No me gustan los mentirosos. — Dijo Teo.

    — No miento. — Respondió Gerard, quitándose la mochila que llevaba. — Ver...

    Luke accionó el pasador de la metralleta rápidamente y Gerard le observaba con calma.

    — ¿Que vas a sacar de ahí? — Preguntó Luke.

    — La foto de mi hija, Laurie. — Dijo el hombre, mientras la mostraba. — ¿Creen que un hombre peligroso haría esto? ¿Mostrar la foto de su tesoro más preciado?

    — Hoy en día lo que es blanco resulta ser negro. — Dijo Paula.

    — La estoy buscando. Estábamos juntos con otras dos personas, pero nos emboscaron unos tipos. Tuvimos que separarnos y yo me fui por un lado mientras mi hija y uno de los tipos se fue con ella. El restante fue asesinado.

    — ¿Me tengo que creer esta falacia? — Musitó Matías.

    — Es la pura verdad, os lo aseguro. Si queréis, os puedo mostrar donde ocurrió el ataque. — Dijo Gerard, guardando la foto de su hija.

    — Es una trampa. — Dijo Matías, quitándole el seguro a su pistola. — Lárgate, no me obligues a matarte.

    — ¡No es una trampa, maldición! — Exclamo Gerard. — ¡Confiad en mí!

    — Hoy en día es muy difícil confiar en la gente. — Dijo Luke. — No queremos hacerte daño, pero te lo haremos si nos obligas.

    — Es compresible. — Dijo el nuevo. — Entonces, ¿me dejarán ir con ustedes?

    — No sin antes cachearte. — Dijo Teo, cacheándole.

    Gerard tenía un pequeño revolver y una navaja suiza con él. Decidieron custodiarle las armas y su mochila, por precaución. Finalmente Matías, Luke y Paula entraron en el vehículo junto el nuevo. Entonces Aiden arrancó.

    ...

    El grupo cambió de ruta y entró en un pequeño pueblo costero que se hallaba a la derecha de la autopista. Habían varios infectados por el camino, pero la caravana los dejó atrás. Estacionaron el vehículo justo en la salida del pueblo. Todos salieron de la casa rodante mientras Matías organizaba.

    — Yo, Teo y Gerard entraremos en el pueblo y nos dirigiremos al supermercado más cercano, para ver si podemos traer algo. Luke, te llevas a Paula y Martín a inspeccionar por los alrededores, haber que encuentras. Aiden, Iris, Mia, Mary y Charlotte, os quedáis en la caravana. Aiden, tú tendrás un walkie para comunicarte conmigo o con Luke. Lo mismo tú, Luke. — Dijo Matt, dándole un walkie. — Yo me quedo éste.

    — Suerte que tenemos cuatro. — Dijo Aiden.

    — El cuarto no tiene la batería. Así que lo guardamos por si se nos rompe alguno. Bien, ¿alguna pregunta?

    — No, todo en orden. — Respondió Martín, entrando en la caravana por armas.

    Luke se acercó a Matt y ambos se separaron un poco del resto.

    — Déjame llevarme a Gerard. — Dijo Luke. — Sé porqué has decidido que vaya contigo y no tienes porqué hacerlo; me ocupo yo.

    — Lo he decidido porque no lo conocemos. Si va a tendernos una trampa, que me la tienda a mí primero. Y no, me lo llevo conmigo, no te preocupes. — Dijo el líder.

    — Luke, lo tendremos controlado, tranquilo. — Dijo Teo, interviniendo.

    — Está bien. — Dijo Luke, yéndose. — ¡Paula, Martín; vámonos!

    — Espera. — Dijo Mia. — Cuídate, ¿vale? Permanece a salvo.

    — Tranquila, lo haré. — Dijo Luke, dando un sorpresivo abrazo a Mia, mientras Iris observaba con seriedad.

    — ¡Bien, todos saben que hacer! ¡Nos veremos aquí antes del anochecer! — Exclamo Matías, yéndose junto Teo y Gerard.

    ...

    Luke, Martín y Paula avanzaban por una alargada calle, que a su izquierda tenía casas y fábricas, y a su derecha un denso bosque. Luke llevaba su arma favorita, la AK-47 además de un cuchillo para el cuerpo a cuerpo con los no muertos. Paula tenía una Glock aparte de su navaja. Martín cargaba con una escopeta automática junto su cuchillo de cocina. El trio caminaba en silencio mientras el silencio reinaba.

    — ¿Dónde vamos? — Preguntó Martín, con la escopeta apoyada en el hombro.

    — Tengo pensado inspeccionar un poco el pueblo, ¿que os parece? Dar unas vueltas por ahí, para ver que encontramos. No tenemos un objetivo en concreto. — Indicó Luke.

    — Me parece una buena idea. — Respondió Paula.

    — Genial. — Añadió Martín, mientras regresaba el silencio entre los tres.

    De repente salió un podrido del bosque, gruñendo al trio y caminando cómo un borracho.

    — ¡Ja, se parece a mí cuando volvía a casa bebido! — Exclamo Martín, a lo que Paula comenzó a reírse.

    — Este es mio. — Dijo Luke, mientras Paula y Martín carcajeaban.

    El chico se acercó al muerto y lo sujetó del cuello, mientras se disponía a clavarle su cuchillo cuando un disparo le salpicó de sangre.

    Luke dejó caer el cuerpo del infectado al suelo mientras velozmente empuñó el cañón del AK-47. Paula y Martín hicieron lo mismo pero era tarde, porque diez hombres les rodearon.

    ...

    — Sé perfectamente porqué me has pedido que venga contigo. — Dijo Gerard. — No ibas a dejarme con los tuyos, por si resulto ser la persona que crees que soy.

    — ¿Que persona crees que yo creo que eres? — Preguntó Matías, mientras observaba a su alrededor.

    — Crees que soy un peligro. — Respondió Gerard, seguro. — Por eso no me has dado mis armas aún.

    — Cuando crea que no eres un peligro, las tendrás de regreso.

    — Está al doblar la esquina. — Dijo Teo, refiriéndose al supermercado.

    — Genial. — Murmuró Matt.

    Los tres se pegaron a la pared y Matt se asomó para divisar algo asombroso. Matías observó un tanque que había chocado con la entrada de un pequeño supermercado. El trío estaba perplejo y con total sigilo avanzaron hacia la escena dantesca.

    — ¿Que habrá pasado aquí? — Preguntó Gerard, impactado.

    — A saber, pero nada bueno. No veo por donde podemos entrar. — Añadió Teo, fijándose en el tanque estancado en la entrada.

    — ¿Y que hacemos? — Preguntó Gerard.

    — Por aquí. — Señaló Matt, mostrando un hueco en la derruida estructura.

    De pronto, escucharon un disparo. Sonó lejano, pero fue sólo uno.

    — Vamos, ¿verdad? — Dijo Teo.

    — ¿Tú que crees? — Murmuró Matías. — Aunque no sabemos exactamente donde ha sido.

    — Averigüémoslo. — Respondió Teo.

    ...

    Aiden hacía de mecánico mientras abría la parte delantera de la caravana para ver si había algún problema. El granjero necesitaba entretenerse para poder dejar de pensar en lo que le había sucedido. Mary dormía dentro de la casa rodante con su hija Charlotte al lado, mientras Iris le dijo a Mia que quería hablar con ella fuera. Ambas se alejaron unos metros de la caravana para que Aiden, que se hallaba desatornillando cosas, no las escuchara.

    — ¿Y bien? ¿Que quieres? — Dijo Mia, con seriedad.

    — Te gusta Luke, ¿verdad? — Murmuró Iris.

    — ¿Es tan evidente?

    — Lo es. Y te voy a pedir que te alejes de él.

    — ¿Perdona? ¿Es que te gusta también, no?

    — Quizá.

    — ¡Chicas, no os alejéis mucho, carajo! — Exclamo Aiden.

    — ¡Ya vamos, papá! — Respondió Iris, volteándose de nuevo hacia Mia.

    — Iris, Luke tiene treinta años. Tú, tienes dieciocho. Yo, tengo veinticinco. ¿En serio crees que se va a fijar en ti? — Murmuró Mia, sonriendo sarcásticamente. — No seas estúpida, y no te entrometas en lo nuestro.

    Mia se marchó dejando a Iris bastante molesta.

    ...

    Luke, Paula y Martín estaban totalmente rodeados por aproximadamente diez personas fuertemente armadas.

    — Las armas en el suelo. — Dijo uno de los hombres. — Ahora.

    — ¿Y si no quiero? — Preguntó Martín, siendo el único que no obedeció la orden.

    — Creo que eres lo suficientemente listo para saber que te pasará si no dejas la p*ta arma en el jodido suelo. — Dijo el que parecía mandar, saliendo del bosque el último.

    Varios tipos se acercaron al trio para recoger las armas. El que parecía tener el control de aquellos diez hombres, tenía una gran cicatriz impactante que le bajaba de la frente por la nariz hasta la zona labial. El líder se posó frente los tres, mostrando aires de grandeza.

    — Veréis... — Decía el tipo, paseando de un lado a otro. — Os preguntaréis porqué os he interceptado y también que es lo que quiero. Y os diré que esto lo solemos hacer con cualquier persona que vemos.

    — ¿Con que objetivo? — Murmuró Luke.

    — Oye, te he salvado la vida. Lo menos que debes hacer es callarte y dejarme hablar, ¿entendido? Bien. — Refunfuñó el hombre. — Antes de expresaros mis intenciones, os diré que mi nombre es Andrew. Nosotros somos Los Renegados.
     
    Última edición: 19 Mayo 2016
  17. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 2: No es mundo para piadosos
     
    Manuvalk

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    Capítulo 2: No es mundo para piadosos






    Era mediodía, y el cielo estaba libre de nubes. Un día soleado con una ligera brisa fresca que era agradable. En la caravana, Aiden limpiaba su arma mientras Iris estaba sentada de copiloto haciéndose las uñas.

    Mia leía un libro que se llevó del refugio antes de ser invadido y Mary se encontraba en la parte de arriba de la caravana con su hija, observando el bello horizonte de mar que tenían enfrente.

    — Mamá. — Murmuró la niña. — ¿Podremos ir a la playa?

    — Cariño, ahora mismo no es una opción. Nuestro plan es seguir hacia delante. — Respondió la madre, poniéndole una gorra a su hija para protegerla del Sol.

    Aiden dejó cómo los chorros del oro su rifle Winchester y se sentó junto su hija en los asientos de delante. Esta simplemente jugaba con el bote de color de uñas, que era rojo.

    — ¿Qué haces, Iris? — Preguntó su padre.

    — Nada, me hacía las uñas. Me las pinté de rojo. — Dijo Iris, enseñándoselo. — Paula me lo dejó.

    — ¿Estás bien? Te veo, no sé, desanimada. — Musitó Aiden. — ¿Es por mamá? ¿Quieres hablar de ello?

    — No, no. No quiero hablar de ello. Y estoy bien, de veras.

    Mia proseguía con su lectura, pero subrayaba algunas frases o palabras que le parecían interesantes.

    ...

    Minutos atrás, Matías junto Teo y Gerard habían escuchado un disparo sonoro pero lejano de donde ellos se encontraban. Tras debatir que hacer, decidieron dejar el tema de los suministros del supermercado para dirigirse donde parecía haber alguien.

    El disparo produjo que de varios callejones surgiesen muertos, atraídos por el ruido de este. Matt decidió que debían ir en total sigilo, para no tener que enfrentar un número considerable de seres.

    Tras caminar por más de diez minutos, escucharon un grito aterrador. Un grito que se coló en sus mentes y retumbaba en esta durante unos largos segundos.

    — ¿Que mierda...? — Susurró Teo.

    — Alguien ha resultado herido. — Dijo Gerard. — Herido grave.

    — Ahora te vas a comer su ojo. — Dijo una voz lejana.

    — ¿De quienes pensáis que hablan? — Preguntó Gerard. — ¿Que mierda habrán hecho? ¿Que ojo...?

    — ¿Y si son Luke, Martín y Paula? — Indicó Teo, asustado. — Tenemos que ayudarles.

    — Concuerdo con eso. — Respondió Matías. — Vamos a seguirlos.

    El trío dobló la esquina para ver que un misterioso grupo de muchos hombres se defendían de varios infectados, que tras el disparo y el grito de dolor salían de todos lados.

    — Oh no. — Musitó Gerard, impactado. — Joder, mierda. Esto no es bueno. Nada bueno. Estamos jodidos.

    — ¿De que hablas? ¿Qué ocurre Gerard? — Insistía Matías.

    — Ellos... me buscan. — Dijo el hombre.

    — ¿Cómo que te buscan? ¿Quiénes son? ¿Por qué te buscan? — Preguntaba Teodoro, en busca de respuestas.

    — Se hacen llamar Los Renegados, y tienen una comunidad no muy lejos de aquí. Una base militar a su entera disposición. Comandada por un p*to loco y vigilada por militares y paramilitares. Al principio, era un lugar en el que se podía vivir. Acogían personas de todos lados del país; yo y mi hija entre ellas. Pero de pronto se convirtió en una autentica dictadura, y las personas no valiosas ni que podían contribuir para el refugio...

    — ¿Eran expulsadas? — Preguntó Matt.

    — ...eran asesinadas. Asesinadas frente todas las personas. Te obligaban a estar presente para que supieses que la traición o la debilidad eran castigadas con la muerte. — Dijo Gerard, mientras Matt y Teo no daban crédito a lo que oían.

    — ¿Y quién c*ño lideraba ese lugar? ¿Quién ponía esas reglas del demonio? — Preguntaba el líder.

    — Un preso, un ex convicto que tomó el complejo. Se llama Oliver, y provocó una rebelión para tomar el refugio. Ahí todo cambió para siempre, tenías que trabajar para él; los militares tuvieron que ser sus soldados. Quién desertaba, increíblemente era encontrado por su segundo al mando, Andrew. Un rastreador de los mejores y un malnacido que está dispuesto a todo por hacer sufrir. Chicos, me fui de allí con mi hija y dos más, pero nos encontraron, nos emboscaron y nos separamos. Ya saben la historia.

    — ¡Eh, que los tienen capturados! — Dijo Teo, mientras veían a Luke, Paula y Martín.

    — Mierda. — Susurró Matías, mientras el trío observaba la escena.

    Paula, Martín y Luke estaban de rodillas. Martín sangraba del ojo izquierdo, mientras sollozaba y sufría. Un gran reguero de sangre caía de la cuenca de su ojo, en el que no había. Paula tenía la mirada desorbitada y Luke se hallaba alterado. Andrew le acercó una cuchara con el ojo de Martín en ella.

    — ¿No me has oído, capullo? — Dijo Andrew. — Te he dicho que te comas el p*to ojo o te saco un dedo y se lo doy a la chica.

    — ¡¿Por qué hacéis esto?! — Exclamo Paula, llorando.

    Andrew hacía el sonido de que se callara, y con el dedo le quitaba las lágrimas a la mujer.

    — Esto acabará cuando tu amigo se coma el ojo de tu otro amigo. — Dijo el hombre.

    — ¿Por qué debe hacerlo? — Preguntó Paula.

    — ¡Porque quiero reírme, joder! — Exclamo Andrew.

    En la esquina, el trío veía con asombro lo que sucedía.

    — Son once tipos. — Murmuró Teo. — Somos tres. Estamos jodidos.

    — A la mierda. — Dijo Matt, preparando su pistola. — Gerard, mira en la mochila de Teo y pilla una pistola, coges y te vas a la otra esquina, preparado para disparar. Teo, ¿puedes subir ahí arriba? Nos darás una ligera ventaja con la posición estratégica.

    — Hecho. — Dijo Teo, subiendo unas escaleras metálicas.

    — Bien. — Murmuró Gerard, con pistola en mano.

    Los tres prepararon el plan y cuando estuvieron en posición, esperaron la señal de Matías para comenzar a disparar. De pronto, el walkie de Luke hizo estática y se escuchó a Aiden.

    — Chicos, ¿cómo vais? Cambio.

    Andrew miró sorpresivamente a Luke, y le quitó el walkie, sonriendo.

    — ¿Hay más de ustedes por ahí fuera? Mmm, eso es interesante. — Dijo, mientras lanzaba el ojo al bosque.

    Martín sangraba sin parar y comenzaba a marearse.

    — Haber, que alguien le pare la hemorragia. — Dijo Andrew, mientras uno de sus hombres obedecía.

    Luke y Paula se sorprendieron ante el acto de Andrew.

    — No os equivoquéis. Que no os mate no significa que todo vaya a iros de rositas. Os venís conmigo; seguro que seréis útiles. — Dijo Andrew. — ¡Venga, nos vamos todos!

    De pronto, Matías indicó con un gesto la orden de disparar, y Teo y Gerard comenzaron a disparar. En el primer ataque, cayeron cinco hombres, que no se esperaban ser disparados.

    Quedaban cinco más y Andrew, y comenzaron a dispersarse. Teo acabó con dos más, y Andrew ordenó la retirada de los suyos, que se alejaron corriendo de la zona. Matías se acercó a ver cómo estaban.

    — Esos jodidos locos... — Dijo Luke, hiperventilando.

    — Hay que llevar a Martín a la caravana, y que lo trate Mia, que es la única que sabe algo de medicina. — Indicó Teo, desatando a Paula.

    — Cojámoslo. — Sugirió Matt, junto Teo y Gerard.

    Los tres cargaban con Martín, mientras Paula y Luke se aseguraban de que ningún podrido pudiese acercarse.

    ...

    Era por la tarde, y tras haber llegado a la caravana, Mia había tratado a Martín con éxito, cosiendo un poco y desinfectando la herida, para finalmente vendarle la zona afectada.

    Este reposaba inconsciente en la única cama del vehículo, mientras los demás se hallaban sumidos en sus propios pensamientos. Iris salió de la caravana para encontrarse con Luke, que estaba fumando.

    — Hola. — Dijo la chica, un tanto tímida.

    — Hey, Iris, ¿que tal estás? — Respondió Luke, dándole una calada al cigarrillo.

    — Bien, supongo. ¿Y tú?

    — Bien, supongo.

    Iris se acercó a este de una forma provocativa, y Luke tiró el cigarro. Iris mostró un preservativo y ambos se escondieron tras unos arbustos para copular. Mia se mantenía al lado de Martín, para ver cómo despertaba y si tenía daños.

    Estaba intrigada por no ver a Luke e Iris en la casa rodante, pero su prioridad era permanecer al lado de Martín, aunque tenía deseos de ver que estarían haciendo.

    Aiden dormía en el asiento de copiloto, y Teo se disponía a arrancar. Matt, Paula y Gerard se hallaban sentados. Finalmente, Luke entró seguido de Iris para que el vehículo pudiese ponerse en marcha.

    Tras media hora avanzando por la autopista, Teo se fijó en que solo él estaba despierto. Conducía con precaución cuando la noche había caído y por suerte no había ni muertos ni coches que esquivar.

    Línea recta que los llevaba hacia la próxima ciudad. De pronto, Teo se frotó los ojos cuando vio algo bastante aterrador. Una de las señales que indicaba que la ciudad estaba próxima, tenía un cadáver colgado de esta, con la frase: "No es mundo para piadosos. -O", pintada en spray blanco.

    De pronto, el cadáver colgado se reanimó y comenzó a gruñir y patalear, al darle la luz del vehículo de pleno. Su muerte era reciente, de hacia unas pocas horas. Oliver y Los Renegados habían estado allí.
     
  18. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 3: Bienvenido a La Atlántida
     
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    Capítulo 3: Bienvenido a La Atlántida







    La caravana finalizaba su recorrido por la autopista cuando un gran atasco les impedía entrar en la ciudad. Una abertura de esta proseguía por un camino en la derecha, y tras no ver más opciones y sin pretender abandonar la caravana, el grupo siguió. Mientras avanzaban por el camino secundario, veían de trasfondo la ciudad, en un estado bastante grotesco.

    Los edificios con más altura presentaban un aspecto deprimente, algunos incluso con incendios en la parte alta de estos. Uno de ellos incluso parecía tener un helicóptero estrellado, y todos se preguntaron que demonios habría sucedido para que el pájaro acabase ahí.

    — Nos queda muy poca gasolina. — Indicó Aiden, que había relevado a Teo horas antes del puesto de conductor. — Voy a tener que parar.

    — Está bien, así salimos un poco y estiramos las piernas. — Respondió Matías, abriendo la puerta.

    — Joder, aquí huele a mierda. — Dijo Teo, que durmió muy poco.

    — Pensaba que era la única que lo olía. — Musitó Paula, riéndose.

    — Yo me quedo con Martín. Aún no despierta. — Añadió Mia.

    — ¿Seguro que no quieres bajar...? — Murmuró Luke.

    — No. — Respondió la joven, seria.

    Excepto Mia y Martín, todos bajaron de la casa rodante para respirar un poco mejor y estirar los músculos. Llevar horas en el interior del vehículo acababa por ser estresante y agobiante.

    — Voy a adentrarme un poco en el bosque. — Avisó Teo.

    — ¿Para que? — Intervino Paula.

    — Para mear, joder. Hay que decirlo todo. — Respondió Teo, molesto.

    La mayoría se rieron ante la situación. Era pronto por la mañana y el clima era aceptablemente bueno. Ya salía un poco el Sol además de la típica brisa fresca mañanera. El psicólogo se adentró en el bosque profundo, buscando alejarse lo suficiente del grupo cómo para que no lo escuchasen mear o no tratasen de hacerle ninguna broma. Desabrochó la bragueta y comenzó a hacer su necesidad cuando escuchó voces, que sonaban lejanas pero próximas.

    Rápidamente pensó que podrían ser Renegados. Acabó de hacer pis y velozmente se abrochó el pantalón, y vio cómo dos personas se aproximaban a él, pero aún no lo habían visto. A medida que se acercaban, comenzaba a escucharles hablar. Teo se escondió tras unos matorrales de gran dimensión.

    — ...uve una cita con ella. — Dijo uno. — Cenamos espaguetis; los hice yo.

    — ¿En serio? ¡Pero si tú no sabes cocinar ni un huevo frito! — Se burló el otro.

    — ¿De que te ries? Podría hacerte una tortilla con los ojos vendados. — Refunfuñó el primero.

    — ¿Lo dices porque te salpicaría el aceite y te quedarías ciego? — Respondió el otro, riéndose.

    — Ja, ja, ja. En fin, luego vimos el atardecer desde cubiert...

    De pronto, Teo se armó de valor y salió de entre los arbustos, apuntando a ambos desconocidos con su pistola. Estos rápidamente levantaron las manos, sorprendidos. Los tres se miraban, sin saber que hacer o decir.

    — Ahm... hola. — Dijo uno de ellos. — Me llamo Nathan. Él es Peter.

    — Hola... — Murmuró el otro.

    — Teo.

    — ¿Cómo?

    — Que me llamo Teo, joder. — Respondió el psicólogo.

    — Ah, ¿y que tal? — Preguntó Peter.

    — ¿Acaso es esto una jodida conversación de Whatsapp? — Criticó Teo, indicando con su arma que caminasen hacia delante. — Vamos.

    Nathan y Peter obedecieron y Teo iba detrás de ellos, aún con la pistola levantada. A los dos minutos, Matías vio cómo Teo parecía traer invitados.

    El grupo observó a aquellos desconocidos con más desconfianza aún si cabe, tras el ataque al complejo de Ryan y los suyos, y tras la aparición de Los Renegados anteriormente.

    — ¿Que mierda es esto, Teo? — Preguntó Matías, molesto.

    — Me los acabo de encontrar. — Murmuró Teo.

    — Sois bastantes. — Dijo Nathan, asombrado.

    — Pues cuidado con lo que haces u hoy seremos uno menos. — Respondió Matt, amenazándole.

    — Tú debes ser el líder. — Dijo Peter. — Yo soy Peter, y mi amigo es Nathan. Somos exploradores.

    — ¿Exploradores de dónde? — Preguntó Aiden, curioso.

    Nathan y Peter se miraron, dubitativos.

    — No sabemos si sois buenas personas o si sois un puñado de tarados psicópatas, por lo que no diremos de donde venimos hasta que lo creamos conveniente. — Indicó Nathan.

    — Tiene sentido. — Dijo Matías. — Nosotros tampoco sabemos quien c*ño sois.

    — Quizá sea cuestión de conocernos. — Interrumpió Teo.

    — Tal vez. — Respondió Peter.

    Teo y Matías apuntaban a ambos desconocidos exploradores, que permanecían en la más absoluta tranquilidad. Un exceso de confianza que el grupo no sabía si tomar bien o mal. De pronto apareció un muerto dirigiéndose hacia el grupo. Todos observaban cómo este se acercaba lentamente.

    — Esto... ¿me permiten? — Dijo Nathan, desenfundando su machete. — Gracias.

    El grupo se fijó en cómo Nathan acababa con el podrido, incrustándole la hoja del machete por debajo del cuello hasta el cerebro. Después, zarandeó el arma, salpicando sangre para limpiarla, y la guardó en su funda mientras regresaba de nuevo con los demás.

    — Dejemos las diferencias a un lado, amigos. — Dijo Peter. — Estoy seguro de que podemos entendernos sin problemas.

    — Decidnos de donde venís, y os diremos donde íbamos. — Indicó Matías.

    — Está bien. — Dijo Nathan. — Peter...

    — Somos exploradores de una comunidad a la que llaman La Atlántida. Vivimos en crucero anclado cerca de la costa. Somos una familia de más de setenta personas, desde niños hasta ancianos. Y salimos en busca de suministros, en busca de gente...

    — ¿El crucero se llama La Atlántida? — Preguntó Paula.

    — Exactamente. Lo sé, es irónico. — Respondió Peter. — Desde mi punto de vista, parecéis personas de bien y estaría dispuesto a arriesgarme a llevaros con nosotros. Pero si nos atacáis, robáis o cualquier cosa fuera de lo común, no dudaré en haceros daño. Dicho esto, ¿que queréis hacer?

    — Disculpadnos un momento. — Dijo Teo, mientras el grupo discutía si ir o no.

    — Bien, ¿que pensáis? — Dijo Matías. — La verdad, podríamos ir a ver y si nos gusta el panorama, quedarnos. Si es necesario, tomar el barco.

    — ¿Tomar el barco? ¿Te crees Rambo? Ha dicho que son setenta personas. — Dijo Luke.

    — Pon diez viejos y diez niños; eso hace cincuenta. Luego quítale veinte que no sabrán ni empuñar un cuchillo. Treinta personas. Yo nos veo capaces de organizar un motín en el crucero. — Respondió Matt.

    — ¿Os dais cuenta de lo que estáis hablando? — Indicó Mia. — Nos han ofrecido unirnos a una comunidad, ¡con más gente! ¡El inicio de algo! Y vosotros solo habláis de tomar el navío.

    — Mia tiene razón; nos comportamos cómo terroristas. — Murmuró Mary.

    — Porque nos han obligado muchos factores. — Añadió Matías, seriamente.

    — Haber, quitando el voto de Martín que sigue inconsciente, ¿quienes acceden a ir y quienes creen que es una trampa? — Dijo Teo, echando un ojo a ambos exploradores, que esperaban pacientes la decisión.

    — Yo estoy dispuesto a ir, pero vuelvo a repetirlo; si es seguro y no nos quieren allí, me arriesgaré a tomar el barco. — Dijo Matt. — Mi voto es sí.

    — Sí. — Dijo Mary, hablando por ella y su hija.

    — Yo sí. — Dijo Mia. — Y estoy seguro de que Martín también querría.

    — Está bien. — Dijo Aiden.

    — Sí. — Dijo Iris.

    — Por supuesto. — Dijo Paula.

    — Ajá. — Gruñó Luke.

    — Claro. — Sentenció Gerard. — Una vez lleguemos, pediré un grupo para buscar a mi hija. Espero que sean amables.

    Matías se volteó para afirmar a Nathan y Peter que iban a su comunidad.

    — Sí, todos iremos a La Atlántida. — Dijo Matías, mientras Nathan y Peter se alegraban.

    — Entonces os indicaremos el camino, no estamos lejos. — Dijo Peter, subiendo a la caravana.

    Seguido de los exploradores, el grupo subió a la casa rodante. Aiden advirtió de que quedaba poca gasolina y pronto tendrían que reponer en una estación. Nathan le indicó en el mapa la más próxima.

    Finalmente, la caravana arrancó, comenzando el viaje. Durante los primeros minutos, todo estaba en silencio, pero pronto comenzaron a caerle preguntas a los exploradores.

    — ¿Cómo se fundó la comunidad? — Preguntó Mia, curiosa.

    — ¿La Atlántida? — Dijo Peter, limpiándose las gafas que llevaba. — André, nuestro líder, estaba de vacaciones en el crucero cuando alguien enfermo en este se transformó, y comenzó una propagación. Él, junto varias personas entre ellas el capitán, aislaron una zona del barco y consiguieron frenar el ataque. Atracaron cerca de puerto por precaución. La gente comenzó a llegar de la costa, y cuando fueron muchos derrocaron a todos los infectados, aunque murió gente en el proceso. Pero el crucero La Atlántida quedó libre de muertos vivientes. El capitán fue mordido, y en su lecho de muerte, nombró a André el capitán. Y luego llegué yo, Nathan ya estaba allí. El barco comenzó a subsistir por si solo, hasta ahora.

    — ¡Eh, la gasolinera la tenemos delante! — Indicó Aiden.

    — Yo iré por gasolina. — Dijo Nathan.

    — Te acompaño. — Murmuró Teo.

    Ambos bajaron del vehículo con sus respectivas armas y observaron cómo la estación de servicio se encontraba en total silencio. Nathan y Teo se acercaron y el explorador golpeó la puerta para ver si recibía respuesta. Dos podridos surgieron del interior y comenzaron a golpear el cristal.

    — Yo abro, tú eliminas al primero que salga y el segundo es mío. — Indicó Nathan. — ¿Listo?

    — Siempre.

    Nathan actuó y abrió rápidamente la puerta, dejando salir a una señora anciana que gruñía descontroladamente. Esta salió disparada hacia Teo, que sin dudarlo clavó su cuchillo en la nuca de la dama podrida. El segundo, el dependiente de la estación, salió también hacia Teo, pero Nathan hundió su machete en la cabeza de este, por detrás.

    El machete se le quedó enganchado en la zona trasera del cráneo, y mientras trataba de soltarlo, surgió otro infectado. Un hombre joven, que se acercaba a paso lento. Teo vio que no le daba tiempo a volver a desenfundar su cuchillo, por lo que sacó su pistola y ejecutó al muerto.

    — Gracias por salvarme. — Dijo Nathan. — Ahora veamos que hay ahí dentro.

    Mientras Teo entraba, Nathan sonrió, sintiendo que habían encontrado un buen grupo de personas. Ambos comenzaron a buscar y sacaron varios bidones de combustible. Tras repostar la caravana, el grupo continuó con total normalidad su viaje.

    Al cabo de una larga media hora, Peter indicó que avanzasen por un sendero que llevaba directamente al puerto. Después aparcaron la casa rodante junto vehículos parados para hacerlo pasar por viejo.

    Caminaron por la playa hasta llegar a la orilla, mientras Teo y Luke cargaban con Martín; ahí Nathan sacó un walkie de su mochila.

    — Susan, hemos llegado. Con invitados. Venid a recogernos.

    ¿Cuantos?

    — Unos doce. Traed dos lanchas.

    Recibido, Nate.

    — ¿Quién es ella? — Preguntó Iris.

    — Susanna. Es la chica que controla todo por radio. Ahora la veréis. — Dijo Peter.

    A cierta distancia se encontraba el gran, espacioso y lujoso crucero La Atlántida. Todos divisaron dos lanchas salvavidas acercándose a toda velocidad. Una vez llegaron a la orilla, todos subieron. Finalmente atracaron en el barco, y les indicaban que subiesen.

    Cuando la gente les vio, comenzó a aplaudirles. Matt, que subió el primero, recibió palabras de aliento. De pronto, una vez todos encima, vinieron varias personas y un hombre le tendió la mano a Matt.

    — Bienvenidos. — Dijo.

    — Gra... gracias... — Musitó Matías.

    — Seguidme. — Indicó Peter, junto Nathan.

    El grupo siguió a los exploradores, mientras la gente que pasaba les saludaba.

    — Dejad a vuestro amigo en la enfermería, lo atenderán bien. — Dijo Nathan.

    — Genial; Mia, ¿te quedas con él? — Dijo Matías.

    — No cre... — Decía Luke.

    — Sí. Sí, me quedo con él. Os veo en un rato. — Murmuró Mia, observando seria a Luke.

    Varios enfermeros se llevaron a Martín mientras Mia los seguía. El resto avanzó por unos pasillos hasta llegar a lo que parecía ser la entrada de un gran camarote. Una mujer esperaba allí sentada con un walkie en la mano.

    — Chicos. — Dijo la mujer, saludando a Peter y Nathan. — Soy Susanna. Susan, cuando tengamos más confianza. Bien, André quiere hablar con el líder.

    Todos miraron a Matt, que no le hizo falta hablar.

    — Bueno, tú debes ser el jefe. — Dijo Susanna.

    — Más bien el cabeza de grupo. Eso de jefe es muy creído. — Respondió Matt.

    — No eres engreído, eso es bueno. — Añadió Susan. — Ve, entra.

    Matías entró al lujoso camarote mientras cerraba la puerta, en el que un hombre de su misma edad se hallaba sentado en una cómoda silla.

    — No es necesaria el arma. Déjala en la mesa de tu derecha, por favor. Junto todo lo demás.

    Matt accedió y dejó sus pertenencias donde se le dijo.

    — Por favor, ahora siéntate. ¿Cómo te llamas?

    — Matías.

    — Yo soy André. — Dijo, tendiéndole la mano.

    Matías aceptó y le estrechó la mano.

    — Esto debe ser un poco nuevo para ti, ¿verdad?

    — Lo es, André.

    — Bueno, te acostumbrarás. — Dijo, levantando las persianas del camarote, en lo que se veía un horizonte precioso mientras el Sol hacía brillar el mar. — Bienvenido a La Atlántida.
     
  19. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 4: Descansa en paz
     
    Manuvalk

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    Capítulo 4: Descansa en paz







    Tres semanas después...


    Tres camarotes en la zona derecha del crucero, que tenían vistas a la ciudad en ruinas, fueron designados para el grupo. En el primer camarote; Matías, Mary y Charlotte vivían unidos cómo una familia, junto Aiden e Iris, ahora más cercanos a estos.

    En el segundo camarote; Teo, Martín y Paula, que se habían convertido en un auténtico trío, lo compartían con Gerard.

    En el tercero; Luke estaba junto Mia, que finalmente sí estaba embarazada de este. André les cedió un camarote matrimonial, aunque las cosas entre ambos no estaban muy bien.

    El grupo fue bien recibido en el crucero La Atlántida, y los vecinos se portaban de maravilla, haciendo la convivencia perfecta.

    Por parte de la comunidad; André era el líder y Matt se hizo su segundo al mando, y juntos tomaban las decisiones más trascendentales.

    Nathan y Peter eran los exploradores junto dos compañeros suyos, Trevor y Natalia, y decidieron serlo Teo y Paula.

    Susanna manejaba todo desde un pequeño camarote lleno de radios, informando y ordenando cosas, y Mary se convirtió en su asistente.

    Para hacer guardias patrullando los pasillos, estaba el jefe de seguridad llamado Gorbachov, un ruso ex-militar; Aiden y Luke decidieron formar parte de su equipo.

    Mia se convirtió en una de las doctoras, junto la médico jefa, Evelyn.

    Charlotte, Iris y Martín eran los únicos miembros del grupo que no se mantenían ocupados en ninguna labor, ya que Iris hacía de niñera con Charlie y Martín había perdido un ojo, y aún estaba en reposo.

    Gerard se estaba preparando para hacer un largo viaje en busca de su hija Laurie. Teo y Paula entraron en el camarote cuando lo vieron preparando una mochila, con total seriedad.

    — ¿Qué haces? — Preguntó el psicólogo, seguido de la mujer.

    — Me voy.

    — ¿Ir dónde? — Preguntó Paula.

    — A buscar a mi hija. — Respondió Gerard. — Este lugar es increíble, pero ya he tenido mis vacaciones. Mi hija está ahí fuera y yo me he pasado tres semanas aquí, sin buscarla. Así que es hora de que regrese a la búsqueda.

    — Gerard, eres uno de los nuestros, pero nadie va a ir contigo. Este es un lugar que llevamos soñando desde que comenzó el holocausto. Espero que lo entiendas. — Dijo Teo, arrodillándose a su lado y ayudándole a empacar.

    — Lo entiendo. — Dijo Gerard. — Espero que entendáis que deba marcharme. Despídete por mi de los demás, odio hacerlo yo.

    — Gerard.

    — Dime.

    — Espero verte pronto con tu hija. Ya sabes donde queda este sitio. — Murmuró Paula.

    Gerard abandonó La Atlántida para continuar con la búsqueda de su hija.

    Matías preparaba unos papeles para entregar a André, mientras Mary le hacía un café.

    — André me pidió que le indicase en los mapas las zonas donde pueden haber suministros. Hospitales, farmacias, supermercados, centros comerciales... aunque de ir allí ya se encargan los exploradores. — Dijo Matt.

    — ¿Son sitios peligrosos? — Preguntó Mary, mientras le dejaba el café en la mesa y le pasaba las manos por el cuello.

    — Claramente. Deben haber grandes cantidades de no muertos por dichas zonas. Pero nuestros exploradores son fuertes, saben lo que se hacen. — Respondió, besando a su novia. — Bueno, debo irme. Te veo luego. Te quiero.

    — Yo más. Cuídate, cariño.

    Matías paseó por cubierta hasta presentarse en el puente de mando, donde André le esperaba. El líder del refugio conversaba con Gorbachov, el ruso ex-militar que ahora controlaba las guardias.

    Era canoso y con una barba poblada, además de tener varias cicatrices de guerra. Pero los años le habían pasado factura, y su panza era notablemente grande. André vestía bastante moderno y tenía su barba afeitada además de corte de pelo.

    — ...ontaremos guardias por cubierta y pasillos a partir del toque de queda, así intentaremos cubrir todo el terreno del barco. No se nos escapará, señor. — Dijo Gorbachov, con su peculiar acento.

    — Bien Gorba, quiero a todos los p*tos guardias alertados cuando caiga la noche.

    — ¿Que ocurre André? — Preguntó Matías, interviniendo en la conversación.

    — Alguien nos está robando cosas, Matt.

    — Ese cabrón no se nos escapará. — Dictaminó Gorbachov, despidiéndose.

    Cuando el jefe de guardia se fue, Matías dejó sobre la mesa la ubicación de los lugares que los exploradores podrían saquear. André asintió contento, indicando el centro comercial, y acto seguido cogió el walkie.

    — ¿Trev? Soy André. Reúne a todo tu equipo y preparaos. Hoy salís.

    Recibido jefe, ¿de que se trata?

    — Vais a ir a un centro comercial a siete kilómetros de aquí. Lo investigaréis, y si veis algo útil lo traeréis. ¿Alguna duda?

    No, señor.

    — Genial, pues ven a por el mapa para saber su ubicación.

    Voy.

    En dos minutos, Trevor apareció y recogió el mapa. Acto seguido, el líder de los exploradores entró en el camarote, donde estaban Natalia, Peter, Nathan, Teo y Paula.

    — ¡Eh, panda de vagos, tenemos trabajo! — Exclamo Trevor, lanzando el mapa en la mesa que todos rodeaban.

    — ¿Que mierda es eso? — Preguntó Nathan, dejando su cerveza de lado.

    — ¿El centro comercial? ¿En serio? Ese sitio está plagado, joder. Nathan y yo pasamos cerca de allí justo antes de encontrar el nuevo grupo y todo el parking estaba lleno de ellos. — Dijo Peter.

    — Me importa un rabo de caballo, Pet. — Respondió Trevor. — Es nuestro trabajo, y si lo aceptamos es porque nos gusta el riesgo y porque lo hacemos para ayudar a la gente de aquí. Así que id preparándoos. En diez minutos os quiero en el muelle. Recordad: Una arma de largo alcance, una de corto, una cuerpo a cuerpo, linterna, chocolate, bengalas y un par de cigarros.

    — ¿Que mierda pinta el chocolate y los cigarros ahí? — Preguntó Paula.

    — El chocolate da energía, y los cigarros es para quitarnos el estrés. Créeme, lo necesitaremos. — Indicó Natalia.

    El grupo de exploradores se dispuso a prepararse para su salida.

    Iris paseaba con Charlotte por la zona de juegos, en la que varios niños jugaban.

    — ¿No quieres ir a jugar? — Preguntó Iris, sentándose en un banco.

    — Eso es absurdo. El mundo está loco y aquí se lleva la locura. No voy a jugar, no tiene sentido. — Respondió Charlotte, cuando de pronto otra chica con una niña se pusieron frente ambas.

    — Hola, sois del grupo recién llegado, ¿verdad?

    — De recién llegado nada, llevamos tres semanas aquí. — Respondió Charlotte, que parecía más madura de lo que aparentaba.

    — Oh. — Respondió la chica. — Me llamo Azucena, y esta es Stephanie.

    — Hola. — Saludó Stephanie, de la edad de Charlotte.

    — Charlie, ¿porqué no vas a jugar con Stephanie? — Dijo Iris.

    — ¡Ven! — Indicó la niña, llevándose a Charlotte a empujones.

    — Esa niña es un poco rara. — Dijo Azucena, sentándose al lado de Iris.

    — Esa niña ha visto muchas cosas feas. No cómo la tuya. — Respondió Iris, tratando de marcharse a otro banco.

    — ¡Espera! No quería ofenderte. Me imagino que habréis pasado por cosas muy duras. No quiero ser grosera. — Respondió Azucena.

    De pronto, Martín pasaba por allí en dirección a la enfermería. El vendaje estaba sucio y tenían que cambiárselo. Saludó con la cabeza a Iris, que le levantó la mano, y Charlotte, que le sonrió. Martín proseguía con seriedad.

    — Es un pirata... — Murmuraban los niños del parque acuático.

    Todas las miradas se centraban en él, que hacía caso omiso. Tras caminar por varias zonas de confort y cruzar un pasillo, llegó a la enfermeria, donde Mia checaba a un paciente.

    — ...mate estas pastillas, y verás cómo en unos días bajará la hinchazón. — Dijo Mia.

    — Gracias doctora. — Murmuró el paciente, marchándose.

    — Hola mamá, vengo a que me limpies la herida. — Dijo Martín.

    — Vamos, siéntate. — Respondió Mia, riéndose.

    El hombre obedeció y se sentó en la camilla. La chica le quitó lentamente el vendaje y observó con detenimiento la herida.

    — Se está cerrando bastante bien. Supongo que pronto tendremos que encontrarte un parche. — Indicó Mia, buscando vendas limpias.

    — Claro, y así seré el jodido Barbanegra del puñetero crucero. — Dijo Martín.

    — Tendrás que acostumbrarte. No querrás ir por ahí con... con eso al aire.

    — Supongo que no.

    — Buenos días, Mia. — Dijo otra doctora, de color y bien cuidada. — Y buenas para ti también, Martín. Comienzo a pensar que vienes aquí para ver a Mia.

    — ¿Que te hace pensar eso, Evelyn? — Preguntó Martín, riéndose.

    — El vendaje te lo puedes cambiar solito mirándote en el espejo. Y también limpiarte con gasas la cuenca del ojo. — Respondió Evelyn, mientras preparaba varios utensilios médicos.

    Martín giró la cara, vergonzoso, y Mia se sonrojó. Una vez la venda preparada, se la colocó con suavidad.

    — Ya está. — Señaló Mia. — Esto...

    — Tranquila, no vendré más si no es necesario. Venía porque supuse que era mejor que lo hiciera alguien que sabe del tema, porque... no quiero verme en el espejo. — Dijo Martín, ante la mirada de Mia.

    — Enfréntate a ese miedo, Martín. — Dijo Evelyn.

    — ¿Por qué no vienes a ayudarme a enfrentarlo a mi camarote? — Dijo Martín.

    — ¿Es una cita lo que me propone usted? — Preguntó Evelyn, mientras Mia sonreía.

    — Tal vez. ¿Le viene bien a las ocho?

    — Allí estaré. — Indicó la doctora, sonriendo.

    Aiden y Luke se encontraban en la armería, colocando sus armas en el sitio correspondiente. El suministro de armas era amplio y podías elegir cualquiera. Habían hasta granadas y lanzacohetes.

    — ¿De donde demonios habrán sacado toda esta mierda? — Preguntó Luke, asombrado.

    — Supongo que de un complejo militar. No lo sé. Pero estar, estamos bien provistos de armas. — Respondió Aiden, con una lista en la mano. — Las pistolas van al fondo, de grandes a pequeñas.

    Luke asintió mientras accedía, y Aiden guardaba las granadas en una caja bajo llave.

    — ¿Que hacéis aquí? — Dijo una voz tras ellos.

    — Ordenando la armería. Nos lo ha mandado Gorbachov, parece que el cerdo que vigila el arsenal no ordena y muchos menos limpia, joder. — Murmuró Luke, quitándole la telaraña a un rifle.

    — Ese cerdo soy yo. Me llamo Sullivan. — Dijo el hombre. — Podéis llamarme Sully.

    — Bueno Sully, tienes la armería que da pena. — Indicó Aiden.

    — ¿Puedo ayudaros? La responsabilidad no es lo mío.

    — Oh, claro Sully, ayúdanos. — Respondió Aiden, sarcástico.

    ...

    Todo el grupo de exploradores abandonó La Atlántida. Bien provistos y armados, los dejaron en puerto y desde ahí cogieron la caravana que trajo a Matías y el resto a la comunidad.

    Nathan conducía, con Trevor de copiloto. Peter revisaba que no se hubiese dejado nada, Teo observaba por la ventana del vehículo sumido en sus pensamientos y Natalia junto Paula conversaban.

    — ¿A cuanto estamos del centro comercial? — Preguntó Paula.

    — Una hora o así si el camino está despejado. Son solo siete kilómetros. — Respondió Natalia.

    — ¿Ya habéis ido antes? — Preguntó esta vez Teo.

    — Nathan y Peter sí, justo antes de que se encontraran con vosotros. Con vuestro grupo. — Dijo Natalia. — El resto, es la primera vez que vamos.

    — Estaba jodidamente invadido cuando pasamos por allí. Nos costó Dios y ayuda cruzar ese mar de podridos. — Añadió Nathan, conduciendo.

    — Dios y ayuda es la que necesitaremos para cruzar ese p*to mar de coches oxidados. — Indicó Trevor, molesto y señalando hacia delante, donde un gran atasco impedía el paso.

    — Eh, eso no es todo. Estamos bien jodidos. — Murmuró Teo. — Allí.

    El grupo observó cómo de todas direcciones salían no muertos. Era cuestión de tiempo que la caravana fuese rodeada.

    Peter repartió las armas mientras Nathan observaba su alrededor.

    — ¡Nos nos da tiempo a salir! — Exclamo este.

    — Bien, hay que subir al tejado de esta. Por el tragaluz. — Indicó Trevor, ayudando a las damas a subir primero.

    Una vez todos arriba, observaron cómo una inmensa horda rodeaba y comenzaba a zarandear la caravana.

    — Estos deben ser los del centro comercial. Algún ruido debe haberlos hecho venir. — Dijo Peter.

    — ¡Van a hacer que volquemos, joder! — Exclamo Teo, disparando.

    — ¡FUEGO! — Gritó Trevor, mientras juntos disparaban a la horda.

    De pronto, Peter perdió el equilibrio y cayó al suelo. Los muertos comenzaron a acercarse a él, y este se levantó doliéndose de la pierna izquierda, comenzando a disparar.

    — ¡Peter! — Exclamo Nathan. — ¡Sube de nuevo! ¡Vamos, te cubro!

    — ¡Creo que tengo la pierna rota! — Dijo Peter, apoyando de espalda en la caravana y ejecutando a los que se acercaban.

    La horda se acercaba a Peter y este se quedaba sin munición. Sus compañeros disparaban en un intento por ayudarle pero rápidamente el explorador fue rodeado.

    — ¡JODER, ALEJAOS DE MÍ, MIERDAS! — Exclamaba Pet, empujándolos.

    — ¡PETER! — Gritaban todos, mientras la gran multitud de seres comenzaba a arrancarle la piel de la cara.

    Peter gritaba desesperadamente mientras cedía ante los muertos, que comenzaron a devorarle. Sus gritos se fueron apagando y el grupo observaba con terror cómo su sangre se expandía por el asfalto.

    — ¡Debemos irnos! — Indicó Trev. — ¡Volver a La Atlántida! ¡Están entretenidos con él, es el momento!

    — Dios... — Susurró Nathan, sollozando. — Era cómo un hermano...

    — ¡Mierda, Nathan, vamos! — Exclamo Teo. — ¡VAMOS!

    Uno a uno, saltaron del techo de la caravana y comenzaron a correr con todo su ímpetu. Mientras sujetaban sus mochilas, dejaban atrás una escena terrorífica.

    ...

    Gerard caminaba tranquilamente por las calles de un pueblo cercano a la gran ciudad. Mientras avanzaba, observaba con lágrimas en los ojos la foto de su hija Laurie, de dieciséis años. De pronto, un hombre apareció frente él, clamando ayuda.

    — Soc... socorro...

    — ¿Está bien? — Preguntó Gerard.

    De la nada, un hombre corpulento apareció con machete en mano, y de un salto le cortó la cabeza, a aquel hombre que clamaba ayuda. Gerard contempló horrorizado cómo brotaba sangre del cuerpo sin cabeza, que se desvanecía en el suelo.

    El asesino levantó la cabeza y observó a Gerard, que rápidamente desenfundó su pistola y le apuntó.

    — ¡¿Por qué has hecho eso?! — Dijo Gerard.

    El hombre, totalmente ensangrentado, caminaba de lado a lado mientras zarandeaba el machete. Acto seguido la cabeza de este comenzó a responder, lanzando dentelladas al aire. El asesino, hundió la hoja del machete en el cráneo vivo.

    — ¡¿Quién eres?! — Exclamo Gerard.

    — Me llamo Mark. Pero eso ya no importa. — Indicó el asesino, desenfundando velozmente la pistola y disparando a Gerard.

    El disparo dio en el pecho del hombre, y Mark se acercó a él, mientras Gerard se veía incapaz de levantarse.

    — Te preguntarás porqué te mato si no te conozco y no me has hecho nada. Pero, necesito tus cosas, cómo necesitaba las de aquel tipo. — Dijo, señalando al cadáver. — Descansa en paz. — Sentenció, asestándole un golpe final en la cabeza.

    Justo antes de morir, Gerard tenía en mente a su hija Laurie.

    Una vez sin vida, Mark registró sus cosas y las del hombre anterior, y encontró el mapa que indicaba el regreso hacia La Atlántida.
     
  20. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 5: La ley del nuevo mundo
     
    Manuvalk

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    Capítulo 5: La ley del nuevo mundo








    Trevor guiaba a los suyos mientras la inmensa horda no les daba tregua, intentando zafarse de la multitud de muertos. El camino estaba bloqueado puesto que la horda los rodeó, y en un intento desesperado, Trevor decidió que corriesen hacia el pueblo.

    De pronto, surgieron varios infectados de la nada, y dos de ellos se lanzaron a Trevor, que estaba adelantado. Uno de ellos a punto estuvo de morderle el cuello, y Trevor de pronto dio un grito de dolor, mientras forcejeaba con ambos. Nathan y Teo acabaron con ambos.

    Corrieron durante unos largos y tediosos minutos llenos de tensión, hasta que llegaron a una avenida. Con prisa, Trev indicó que irrumpieran en una de las casas.

    — ¡Ahí, ahí! ¡Esa mismo! ¡Teo, conmigo! — Ordenó. — ¡Abre!

    Teo accedió y le dio una patada a la puerta, haciendo que esta se abriese de golpe. Rápidamente sujetó su M4 y entró, seguido de los demás. Natalia cerró la puerta y junto Nathan colocaron una pesada mesa para que la puerta no se abriese con facilidad.

    — Silencio. Pueden haber inquilinos aquí dentro. — Dijo Trevor. — Yo y Teo inspeccionaremos la casa, vosotros quedaos aquí y no hagáis ningún jodido ruido.

    — Está bien, tened cuidado. — Dijo Paula.

    Natalia observaba por el hueco de la cortina de la ventana mientras Paula hacía sentarse a Nathan, que estaba en shock. Peter fue su amigo durante poco tiempo, pero su amistad fue casi una hermandad. Nate simplemente permanecía sumido en sus tristes pensamientos.

    Trevor y Teodoro inspeccionaron el salón, la cocina y los baños, sin encontrar nada. Acto seguido se dispusieron a subir las escaleras. Trev tomó la delantera armado con su cuchillo, seguido de Teo. Al subir lentamente, se escuchaba el crujir de los escalones de madera, mientras Nathan solo escuchaba gruñidos, pasos y en el fondo de su mente los gritos desesperados de Peter. Trevor y Teo proseguían con su misión en el piso de arriba.

    Investigaron en dos de los tres dormitorios que habían, sin ver nada extraño. Se dispusieron a entrar a la última habitación y Teo abrió lentamente la puerta. Ambos exploradores pudieron ver un muerto atado a la cama, que al verlos comenzó a gruñir y tratar de zafarse de las cuerdas que la mantenían atada a la cama. Era una mujer madura, desnuda y con varias mordidas en el abdomen y brazos. Teo y Trev se miraron, impactados.

    — Que... carajo... — Susurró Teo.

    — Esto es enfermizo. — Dijo Trevor, cubriendo las fosas nasales con el antebrazo ensangrentado. — Y huele tremendamente mal.

    — Y que lo digas. — Respondió Teo, tapándose la nariz. — Lo haré yo.

    Teo avanzó despacio hacia el cadáver, que trataba de soltarse de sus ataduras, y con pena y sin mirar, le clavó el cuchillo en la frente. Trevor asintió respirando agitado, y ambos bajaron junto el resto.

    — ¿Estaba despejado? — Preguntó Paula.

    — Solo uno. Ya nos hemos ocupado. — Indicó Teo. — ¿Cómo está la situación, Natalia?

    — Son demasiados. Joder, no había visto tantos en una calle. Es cómo si nos buscaran, cómo si nos oliesen... es macabro. — Musitó la chica.

    — Esperaremos el tiempo necesario para volver al crucero. Me da igual que sea media hora que una puñetera semana, pero hasta que no quede ningún podrido de mierda ahí fuera no saldremos de aquí. Ya hemos perdido a Peter... — Decía Trev.

    Mientras Trevor hablaba, al oír el nombre de Peter, Nathan se levantó de la silla y cogió su pistola con la derecha, poniendo su cuchillo a la izquierda.

    — Eh, ¿dónde cojones vas? — Dijo Natalia.

    — Estoy harto de esta mierda. Estoy harto de quedarme sin hacer nada. Estoy harto de esas cosas de ahí fuera. Voy a salir a matarlos a todos. — Dijo Nate.

    Teo se interpuso entre él y la puerta.

    — No vas a salir ahí afuera. ¡Es un suicidio! — Dijo Teo, empujándole lentamente hacia atrás.

    — ¡Suicidio ha sido el ir a esta p*ta misión del demonio! ¡ESO SI HA SIDO UN SUICIDIO! — Gritó Nathan, furioso.

    — ¡Cállate, vas a llamar la atención! ¡Vas a hacer que nos maten a todos! — Exclamo Paula.

    — ¡Iros al inf...!

    De pronto Trevor golpeó a Nathan con la culata de su pistola en la nuca, dejándolo inconsciente. El resto observaron a Trevor con un silencio pesado.

    — Iba a hacer que nos encontrasen. Lo he parado. — Murmuró este. — Teo, ¿me ayudas a...?

    — ¿Qué? Ah, claro.

    Ambos cargaron a Nathan y lo tumbaron en uno de los dormitorios de arriba. Acto seguido bajaron junto las chicas.

    — ¿Que ves? — Preguntó Trevor.

    — Muertos vivientes, eso veo. — Dijo Natalia. — Muchos y hambrientos.

    Trevor la miró con indiferencia.

    — Joder, que son demasiados. Vamos a tardar en salir de aquí, chicos. — Añadió la chica.

    Los cuatro se miraron dubitativos, mientras la gran horda se hallaba fuera.

    ...

    Era mediodía, y en La Atlántida todos disfrutaban a su modo. Algunos se bañaban en las piscinas, otros tomaban cócteles de frutas, el resto tomaba el Sol o observaban desde la barandilla del barco el mar, y les acariciaba la cara una brisa fresca. Martín estaba en cubierta, sentado en una hamaca y bebiéndose una Coca Cola recién salida de la nevera.Llevaba las gafas de Sol puestas para que no le viesen la zona hueca de la cara, en la que debía estar su otro ojo.

    Iris estaba con Charlotte en el camarote, y Azucena fue a visitarlas junto Stephanie. Mia estaba con Evelyn en la enfermería, cuidando de algunos pacientes. Susanna organizaba las tareas por radio, junto Mary, en un pequeño habitáculo del crucero.

    André y Matías caminaban por el barco, conversando acerca del ladrón de suministros, cuando los residentes se amontonaban en la barandilla del crucero. Observaban a los guardias de tierra, apuntando a un extraño hombre ensangrentado que venía con un mapa en la mano.

    — Voy a bajar. — Dijo André. — Antes de que pierdan el control.

    — ¿Quieres que te acompañe? — Preguntó Matías.

    — No, tú quédate aquí, en caso de que la cosa se ponga peligrosa.

    André decidió bajar a tierra y un guardia lo acercó a la orilla con una barca. Los tres guardias que se hallaban apuntando al desconocido observaron cómo llegaba. El líder se acercó al hombre.

    — ¿Por qué estás ensangrentado?

    — He tenido que acabar con muchos muertos. — Dijo el hombre, mostrando el mapa. — Esto me indicaba que aquí había un lugar seguro.

    André observó el mapa, pero no lo reconoció. Acto seguido se lo quitó de las manos.

    — Si no te importa, me guardaré esto. — Murmuró André. — Entonces... ¿has venido aquí por refugio?

    — Así es. — Dijo. — ¿Debo pasar alguna prueba o...?

    — Algo así. Vamos, sígueme. — Respondió André.

    ...

    Nathan seguía inconsciente tras el golpe de Trevor. Paula se mantenía a su lado esperando que despertara, manteniéndolo cómodo. Natalia seguía de vigía en la ventana, observando la incontable cantidad de podridos, que no parecían querer alejarse de la calle. Teo se acercó a la chica, y está se giró sobresaltada.

    — ¿Crees que puedan olernos? Algo así cómo, no sé, detectarnos o algo por el estilo... — Murmuraba Teo.

    — Quizá. Desconocemos el potencial de esas cosas. Sólo sabemos que para matarlos...

    — Ya están muertos. Muertos y descomponiéndose, Natalia.

    — Solo digo, que lo único que sabemos acerca de ellos es que mueren destrozándoles el cerebro, que están pudriendose pero el efecto parece tardar más de lo normal, y que son caníbales. — Dijo la mujer, seria.

    — Eso es verdad, tardan demasiado en descomponerse. Sea lo que sea que nos hace resucitar cómo esas cosas, debe ser un germen bastante interesante de estudiar. Devolver a la vida algo muerto... es muy difícil. — Respondió Teo.

    — Chicos, ¿dónde está Trev? — Preguntó Paula de pronto.

    — Está arriba, observando desde arriba. ¿Por qué preguntas? — Respondió Teo.

    — Arriba no está. Ni su equipo. Nada. — Musitó.

    Natalia y Teo se miraron boquiabiertos.

    — ¿Cómo? ¿Qué c*ño dices? — Dijo Teo, molesto. — ¡¿Dónde podría haber ido?! ¡Dios!

    — ¿Nos habrá abandonado...? — Murmuró Paula.

    — No. Trevor no nos abandonaría. Él no es así. — Respondió Naty.

    — ¡Pues se ha ido, joder! — Exclamo Teo, buscando sus cosas. — Lo buscaré. Y si no lo encuentro, trataré de sacaros de aquí. Quedaros con Nathan.

    — Teo, no... — Musitó Paula, cogiendo a su compañero del brazo.

    Teo se giró y abrazó a Paula. Acto seguido asintió la cabeza ante Natalia y se dirigió a arriba, para ver por donde podría haber salido Trev y por donde había ido.

    ...

    — ¿Cuando me va a hacer las preguntas? — Dijo el hombre.

    — Cuando venga mi segundo al mano. — Respondió André. — Espera un momento.

    El capitán del crucero cogió el walkie.

    — Matt, ¿vienes o qué?

    El hombre cambió drásticamente la cara. Rápidamente comenzó a ponerse nervioso.

    Voy. Cambio y corto.

    — Ya viene. Es un buen hombre. — Murmuró André.

    El hombre respondió con una sonrisa forzada. De pronto, la puerta del camarote se abrió. El tipo decidió no girarse.

    — Al fin, Matías. ¿Que estabas haciendo?

    El hombre se giró con rapidez, observando a quien era un viejo conocido. Matías quedó de piedra al ver a aquel misterioso hombre.

    — Mark...

    — No entiendo nada, ¿os conocéis? — Dijo André, perplejo.

    Matías se acercó velozmente a Mark y lo cogió del cuello, poniéndolo contra la pared. Mark se limitó a sonreír.

    — ¡Claro que conozco a este hijo de perra! — Exclamo, golpeándole el abdomen y haciéndole caer. — ¡Este psicópata es un asesino!

    — ¡Matt, cálmate joder! ¡Explícate, pero deja de golpearle! — Ordenó André, sujetando a Matías.

    — ¡No tienes idea de lo que acabas de traer a este barco, André! ¡NO TIENES IDEA! — Gritaba Matías, mientras Mark sonreía incrédulo.

    — ¡Matías, cierra el jodido pico y cálmate! — Exclamo el capitán, sentando en una silla al joven.

    — Matt, aquello es agua pasada. Podemos volver a ser amigos. — Murmuró Mark, con una sonrisa pícara.

    — Mereces la muerte, Mark. Y la vas a conseguir, ¡porque te voy a matar yo, capullo! — Exclamo Matt, tratando de atacar a Mark y siendo reducido por André.

    De pronto, dos guardias entraron en el camarote, alertados por los gritos.

    — ¡Encerrádlo en la bodega y que se calme! — Ordenó André.

    Los guardias obedecieron y mientras Matías blasfemaba y pataleaba tratando de zafarse de los hombres, André apuntó a Mark y le indicó con un gesto que se sentase. Este accedió, en silencio. El capitán de La Atlántida se sentó en su silla sin dejar de apuntar al ex-militar.

    Los guardias llevaban a Matt a la bodega, mientras todos los residentes del crucero observaban al hombre furioso, gritando y tratando de soltarse.

    — ¡Está cometiendo un error! — Repetía Matías.

    De pronto, Martín apareció corriendo y se interpuso entre los guardias.

    — Eh, eh, ¿que demonios hacéis? ¿Que ha pasado?

    — André nos ha ordenado que lo encerremos. Ha atacado a un nuevo residente del crucero. — Dijo uno de los guardias.

    — Matt, ¿que carajo has hecho? — Preguntó Martín.

    — ¡Mark, es Mark, joder! ¡Está aquí! ¡Cuida de todos, va a matarlos! — Decía Matías, mientras era llevado a la fuerza.

    Martín observaba la puerta del camarote de André, impactado por saber que Mark estaba ahí. Acto seguido, decidió avisar a todos los de su grupo.

    ...

    El atardecer había llegado, y quedaban unas pocas horas de luz. El Sol amenazaba con esconderse en el horizonte, haciendo que las sombras de los no muertos se alargasen varios metros.

    Teo había visto que Trevor había huido por la ventana, saltando al piso de al lado. Decidido, comenzó a seguir sus huellas. No llegó a ir muy lejos sin ver dos cadáveres de podridos ejecutados, en el tejado del piso.

    Siguió, entrando al interior. Un reguero de sangre avanzaba por un largo pasillo en penumbra, y Teo se estremeció, mientras sujetaba la pistola en mano con silenciador.

    Tras caminar unos pasos, un cuerpo sin vida estaba sentado en el suelo y apoyado en la pared. Tenía un disparo en la cabeza y había dejado dicha pared teñida de rojo.

    — Dios, se ha suicidado este tipo... — Susurró Teo, tapándose las vías respiratorias con un pañuelo rojo.

    El psicólogo prosiguió con su búsqueda cuando de pronto comenzó a escuchar lamentos que provenían de una puerta entreabierta. Sigilosamente, la abrió, con la pistola por delante. El apartamento presentaba un escenario tétrico, con la poca luz que entraba por la ventana, que tenía las persianas casi bajadas.

    Un charco de sangre coagulada se hallaba frente Teo, que justo al lado vio un cadáver de lo que parecía un anciano infectado. Presentaba varias cuchilladas en el torso y finalmente una en la cabeza. Este avanzó hasta la habitación, y divisó la mochila con las cosas de Trevor.

    Se asomó a la puerta del cuarto que estaba entreabierta, y vio a Trevor en la cama. Entró rápidamente cuando de pronto dos hombres le apuntaron a la cabeza, uno por cada lado. Teo supo inmediatamente que eran Renegados.

    — Silencio. Tu amigo se está muriendo. — Dijo uno de ellos, que indicaba con un gesto que hubiese silencio.

    — ¿Co-cómo que muriendo? — Musitó Teo, mientras el otro tipo mantenía el arma rozando la cabeza del psicólogo.

    Trevor estaba pálido y atado a la cama. Al ver a Teo, comenzó a intentar hablar.

    — Fui... mordido... cuando nos íbamos... — Trataba de decir Trev.

    Teo observaba a su compañero, desfalleciéndose.

    — Nosotros simplemente vimos a tu amigo y decidimos seguirlo. Claro que, nos presentamos cómo personas civilizadas. — Indicó uno de los renegados, señalando el ojo morado de Trevor.

    — ¿Sois de Los Renegados, verdad? — Preguntó Teo, convencido.

    — ¡Premio! Eres un chico listo. — Dijo el que lo apuntaba con la pistola. — Vamos superdotado, de rodillas.

    Teo obedeció, mientras le quitaban las armas y la mochila.

    — Verás, mi compañero y yo tenemos prisa. Así que vamos a dejarte aquí con tu amigo, que estoy seguro de que tendréis cosas de que hablar. — Dijo uno, lanzando las mochilas y armas de Teo y Trevor por el balcón del piso. — Si es que no muere antes...

    — ¡¿Que mierda haces?!

    — Eh, átalo y nos vamos. — Murmuró a su compañero.

    Este accedió y ató a Teo a una silla, mientras Trevor exhalaba su última bocanada de oxígeno, antes de morir debido a la infección. El renegado le dio unas palmaditas en el hombro al psicólogo.

    — Me parece que cuando se despierte, tendrá hambre. No lo digo yo, lo dice la ley del nuevo mundo. — Dijo, mientras cerraban la puerta, la atrancaban y se marchaban.

    Teo observaba con temor al cadáver de Trevor, que en cualquier momento se reanimaría. De pronto, comenzó a ponerse nervioso y agitado, sabiendo que si no salía de ahí pronto, estaría en peligro.
     
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