One-shot Sin él [The Walking Dead]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Bruno TDF, 10 Mayo 2017.

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    Bruno TDF

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    Escritor
    Título:
    Sin él [The Walking Dead]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1510
    Are you ready for the resurreción of the Mesa de Fanfics? (recuerden que mi inglés es malo)

    ¡Qué tal! Este relato originalmente lo iba a publicar en Febrero por razones que sabrán deducir en cuanto lo lean. Etiqueto a Noir por razones misteriosas (¿o no?)

    ¡Espero que lo disfruten! ¡Salud!
    ___________________________________________________

    Sin él

    El resplandor del amanecer despertó los tristes colores de las sombras. Deambulaban sobre el campo de hierba seca, al pie de la colina. Eran, al menos, una docena. Arrastraban los pies mientras lanzabas aullidos con sus voces roncas, y de vez en cuando caían de bruces al suelo. Él no mostró el menor indicio de perturbación, pues sus sentidos se hallaban concentrados en lo que había más allá de aquellos sujetos errantes.

    Una pequeña casa en el corazón de la sequedad. De muros agrietados, cuyo techo de madera se había desmoronado a causa del fuego. Tuvo que ponerse una mano sobre los ojos para poder escudriñar mejor la zona, pues el sol seguía alzándose. Aunque su calor le recordaba a los besos de ella, dejó escapar un gruñido por aquel contratiempo.

    Pero tras hacer un esfuerzo con la vista, una sonrisa se dibujó en su rostro. Detrás de la casa se encontraba el invernadero. Su estructura había sido construida con madera y, cual manta, le habían echado encima un inmenso manto de material plástico y transparente. Éste presentaba rajaduras, lo cual hizo que se preocupara. Pero sabía que allí estaba lo que buscaba. Tenía que estarlo. Daría su vida para hallar el tesoro.

    Bajó de la colina con lentitud. Cada vez que adelantaba un paso, el silencio era rasgado por un sonido áspero y tenebroso. Provenía del largo machete que llevaba en la mano; su hoja siempre acariciaba el suelo. Y cuanto más se acercaba al invernadero, una sonrisa perturbadora reflejaba su ansiedad y los músculos del pecho se le contraían debido a los intensos latidos de su corazón.

    El sonido del machete no tardó en llamar la atención de uno de los campesinos, el más cercano a él. Era un hombre grande y regordete, vestido con pantalones jardineros. No tenía puesta una camisa, así como tampoco tenía puestos los ojos en su lugar. Las esferas oculares hicieron un movimiento pendular sobre sus bigotes cuando giró su cabeza. Bajo la luz del sol, el chico comprobó que gran parte de su carne estaba podrida. Podía ver… un vacío negro en el pecho del hombre.

    —Así lo tenía yo mientras estuve lejos de ella —le dijo, mientras alzaba la hoja afilada del machete—. Mejor será que no me hagas perder el tiempo. Aún debe estar dormida...

    El muerto viviente sacudió la cabeza con un rugido gutural y se lanzó sobre él con las manazas extendidas. Sus ojos colgados danzaron violentamente en el aire, salpicándole las ropas con un líquido amarillento. Pero la punta del machete pasó como un silbido entre ellos… Y estallaron como uvas bajo las suelas de sus zapatillas, luego de que el caminante cayera con el rostro destrozado.

    El joven bufó cuando sintió los gritos de los demás zombies. Maldito rugido.

    —¡Ojalá estuvieran vivos de verdad! —gritó cuando terminó de matar al cuarto de ellos— ¡Matarlos sería más dulce!

    Fue entonces cuando sintió el tacto frío y pegajoso de unos dedos que aferraban su nuca. Otro par de manos lo atraparon por el cuello de la camisa. El chico lanzó furiosas estocadas al aire, pero otros par de zombies se abalanzaron por el frente. Cayó al suelo, rodeado de manos y dientes podridos. Su frente se estrelló contra una piedra que sobresalía entre los hierbajos secos. Vio las estrellas, plateadas como los ojos de ella.

    El sol seguía alzándole en el cielo despejado. Sintió ganas de llorar cuando se dio cuenta que ella se iba a despertar… Sin él.

    ***
    Los resortes del colchón gimieron bajo el peso de Stephania. El rayo de sol que había pasado entre las cortinas tocaba sus párpados, haciendo que se revolviera entre las sábanas. Frunció el ceño y se dio la vuelta, resistiéndose a abrir los ojos. Buscó, adormecida, el amplio pecho de Rupert.

    Sus labios acariciaron aire frío. Separó súbitamente los párpados. A su lado sólo había sábanas arrugadas y el pozo que el cuerpo de su amado había dejado sobre el viejo colchón que llevaban tiempo compartiendo.

    —¿Rupert? —Stephania se sentó, frotándose los ojos con confusión—. ¿Estás ahí, mi amor?

    Miró a su alrededor. La habitación en la que dormían tenía las paredes descascaradas y apestaba a humedad. Formaba parte de una torre de apartamentos y se encontraba en las plantas más altas, por se podían permitir tener la ventana abierta, sin necesidad de tablones. Sol y frío entraban a través de los vidrios rotos.

    Sintió un escalofrío. Se incorporó lentamente, cubriendo su cuerpo desnudo con la sábana. El silencio del departamento empezaba a aterrarla.

    —¿R-rupert? —llamó.

    Lo buscó en la cocina, en los baños, el living y las habitaciones. En ningún lugar lo halló. Tampoco vio sus ropas ni su machete… ¿A dónde había ido? No… Lo que de verdad debía preguntarse era…

    ¿Por qué se había ido?

    Rupert jamás se apartaba de ella. Le había dicho mil veces que no sería capaz de vivir una segunda vez sin su compañía, sin sus abrazos, sin el reflejo de su rostro en sus grandes ojos llenos de ternura. Si era así… ¿Por qué se había marchado? ¿Acaso… Acaso había intentado de defenderla de alguna amenaza mientras dormía y se lo habían llevado? Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no llorar. Y aunque lo logró, el miedo le nubló la mente. Debía ir a buscarlo.

    De pronto, tocaron la puerta. Uno, dos, tres.

    Stephania reprimió un grito mientras la sábana casi fue a parar al suelo. Aguardó…

    Uno, dos tres. Toc. Toc. Toc.

    Con la espalda pegada a la pared y apretando los labios para no sollozar de miedo, la joven se desplazó despacio, muy despacio, hasta una esquina donde estaba apoyado el garrote que ella solía llevar al exterior, para defenderse de los zombies. Dio las gracias internamente por estar descalza, ya que así no se escucharían sus pasos. Pero su pecho retumbaba, ¿eso… eso se escucharía?

    Toc. Toc. Toc.

    Tomó el garrote con firmeza y se enfrentó a la puerta cerrado. Tomó una, dos, tres largas bocanadas de aire y, con el garrote en alto, abrió…

    Quien apareció ante ella era un chico de cabellos rubios y piel pálida. Tenía grandes manchas de sangre en el rostro y sus vestimentas, rasgadas en diferentes partes, brillaban a causa de que habían absorbido mucha sustancia roja que apestaba a podrido. El joven sonreía con ternura y parecía estar escondiendo algo en la espalda, en la mano que no sostenía el machete.

    —¡Rupert! —exclamó, sintiendo que se quedaba sin aire— ¡Ru-Rupert! ¿Qué te ha pasado?

    Lo ayudo a entrar. Aunque se trataba de la persona a la que más amaba, el miedo no la abandonó, al menos hasta que comprobó rápidamente que no tenía ninguna herida abierta y que la sangre que lo empapaba sólo podía pertenecer a la de los zombies.

    —¿Qué sucedió? —quiso saber, mientras se limpiaba unas pequeñas lágrimas— ¿Por qué te has ido así? ¡Me había asustado tanto! —sollozó al final.

    Los ojos de Rupert se conectaron con los suyos por un instante. Stephania se encontró con aquella mirada tan única en él, tan intensa y a la vez tan cálida, que le hacía sentirse realmente amada. De a poco, el joven fue mostrando lo que llevaba escondido en la espalda, en la mano que no sostenía el machete.

    Era una rosa azul.

    La chica de los ojos plateados se quedó observándola boquiabierta. Era… realmente hermosa. El color de sus pétalos parecía resplandecer y de su centro emergía un perfume dulzón, que apaciguaba un poco la fragancia de la sangre. Que algo tan bello siguiera existiendo en aquel devastado mundo le hizo sentir una mezcla de conmoción y desconcierto.

    La sonrisa de Rupert se ensanchó. Se lo veía feliz y triste al mismo tiempo.

    —Feliz día de San Valentín, Steph.

    Ella volvió a mirarlo. Sentía un nudo en la garganta, que desató con una risa y lágrimas.

    —¿Es para mí? —preguntó, tomando la flor con una sonrisa— ¿Por esto te fuiste así?

    —Bueno, sí, perdón por eso —se disculpó el joven con una risa, mientras se daba golpecitos en la cabeza— Quería que fuera una sorpresa para cuando despertaras pero… —suspiró— llegué tarde.

    —Tontito…

    Rupert sintió las manos de Stephania que lo empujaban y, acto seguido, ella lo rodeó con sus brazos, manchando las sábanas y su piel hermosa y suave con la sangre.

    —Me hace feliz amarte, Rupert —dijo, con un hilo de voz—. No te vayas nunca.

    Él asintió mientras acariciaba sus cabellos. También se sentía feliz.

    —No volverá pasar. Te lo prometo.
     
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