Historia larga Seven

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Luma, 20 Mayo 2017.

  1.  
    Luma

    Luma ¡Lumatastic!

    Cáncer
    Miembro desde:
    4 Septiembre 2015
    Mensajes:
    47
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Seven
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    726
    El sol se ponía mientras Seven, tenuemente alumbrado a través de los barrotes de su venta por los últimos rayos anaranjados que asomaban entre las nubes, soltaba la pluma en su tintero. Agarró el fragmento de pergamino en el que escribía por arriba y, con la otra mano, sacó su varita del bolsillo de la gabardina. Posó la punta astillada sobre su último trazo mientras movía los labios, recitando mentalmente uno de los hechizos que dominaba.


    —¡Ferthel Cil Ten!


    La tinta se secó al instante. Una vez todo estuvo listo, se levantó de su escritorio; guardó su varita de nuevo en su bolsillo; agarró el revolver que descansaba junto al tintero y, mientras vaciaba el cargador, echó un vistazo al desastroso escritorio en busca de una cinta de seda azul. La localizó debajo de un frasco de cristal con un líquido ámbar que se asemejaba en apariencia a la lava. Con ella envolvió el pergamino enrollado. Una vez lo tuvo todo listo, se abrochó los botones de la desaliñada gabardina negra y se ató un pañuelo a la cabeza, del que sobresalía su enorme nariz, rojiza.


    Para cuando llegó al cementerio el sol había caído hacía horas, y solo quedaba la más densa oscuridad de una noche nublada. Llevaba en su mano izquierda un candelabro hecho de madera de caoba, que alumbraba con una llama fría de color blanco. En la otra mano sujetaba el revólver descargado, con el que se rascaba la barba, en un sarpullido oculto que le hacía imposible la semana. El camino entre las lápidas estaba descuidado, con hierbas y flores creciendo entre las gritas de los adoquines granate, y eso lo disgustaba enormemente, pues el sitio le parecía precioso.


    Se detuvo, mirada baja en una lápida muy nueva, la cual rezaba ‘’Four Eagle’’ sin fechas grabadas. Seven, quien por un segundo cesó de hacer cualquier ruido, apretó el cañón del revólver que sostenía torpemente. Tomó aire y se sentó en medio del camino de adoquines, soltando el farol en el suelo, entre él y la lápida, sobre la tumba enterrada.


    —Hola…


    Obviamente, no obtuvo respuesta. Seven desvió la mirada de la lápida, sintiéndose fatigado. Recogió sus rodillas y las rodeó con los brazos. No sabía qué decir.


    —Te traigo algo, ¿Quieres verlo…?— Se sentía estúpido por molestarse. Pero no podía evitarlo.— Vale, sé que no sigues ahí. Te he perdido y no estás. No me escuchas hablar, no estás ahí. Lo sé, lo sé, lo sé y lo sé y no puedo evitarlo.


    Apretó los dientes mientras resoplaba, agitando los labios y su bigote con ellos. No quería llorar, no le gustaba perder el control de su cuerpo de esa manera.


    —Me reconforta pensar que eres una bolita que vuela a mi alrededor si me acerco a tu tumba, que aún me escuchas. No sé por qué, pero lo hace. Me reconforta pensar que puedo despedirme aún de mi último hermano, que he llegado a tiempo.


    No quería dejar de hablar, porque el silencio era una respuesta muy poco complaciente.


    —No fui nunca el mejor hermano, siempre en mis cosas, nunca cerca de la familia. Rondando las minas en busca de trabajo para huir de la familia… Me arrepiento.— Miró por un segundo a la lápida antes de girar de nuevo la cabeza.— Quédate con que me arrepiento de corazón. Por favor... Por cierto, ¿recuerdas cómo insistías en que probase a escribir un poco? ¿cómo querías que mejorase? Al final lo he hecho.


    Del bolsillo opuesto al de la barita sacó el pergamino. Se arrodilló y, con la mano libre, escarbó hasta alcanzar la tumba, muy poco profunda. Dentro de la mini zanja enterró el pergamino enrollado.


    —Es el prólogo de la historia que te conté que quería hacer, el minero que encuentra una ciudad de carbón habitada por rocas vivientes en una expedición a los túneles profundos… Sé que he tardado… Pero… No sé, no tengo excusa para haber tardado tanto.— No estaba ahí, nadie estaba ahí salvo él. Le hablaba a una carcasa vacía, y era consciente.—Disfrútala.— ¿Qué hacía ahí?


    Una brisa voló su pañuelo de la cabeza hasta la lápida, tapando el nombre por un segundo. Era una brisa cálida, impropia de una noche de invierno como esa. Dándose cuenta de quién le había quitado el pañuelo, rompió a llorar mientras la llama del farol se consumía.
     

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