Seven Posada

Tema en 'Partidas Inacabadas' iniciado por SacriDH, 29 Abril 2017.

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    SacriDH

    SacriDH Quieres que lo haga? Está bien pero... lo romperé

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    Posada


    La posada es el lugar donde la mayoría va a descansar y a guardar sus pertenencias. Celia es una enana de cabellos rojizos, cuerpo rechoncho y mirada amable. Ella es la dueña de la posada y podría permitirle la entrada hasta a una banshee si pagara la tarifa. Muchas veces también tiene encargos o actividades para sus huéspedes en el caso de que no puedan pagar la habitación.

    Aquí podrás depositar todo tu dinero, tus elementos e incluso organizar tu equipo de cazafortunas. Por las noches también puedes deslizarte a la habitación de uno de tus compañeros a planificar estrategias, jugar una partida de cartas o… dormir acompañado. Las paredes son lo suficientemente gruesas como para evitar que nadie se entere.

    ***********************
    Gaspar Lemos (Voracidad)

    Luego de casi saciar por completo tu hambre te diriges a la posada y una vez ahí subes la escalera de madera para entrar en tu habitación. No tienes muchas pertenencias, no acostumbras tener stock de nada porque devoras todo al instante. Sin embargo, cuando llegaste, lo poco que tenías lo encontraste revuelto. No parecía faltar nada importante pero tu cofre estaba abierto, tu ropa tirada en el piso, las sabanas hechas un nudo y había un extraño olor a barro en todo el lugar.

    Te rascas la barba de unos cuantos días mientras piensas y entonces sientes un débil sollozo cerca de ti. Intuyes que viene de debajo de tu cama así que te inclinas y estiras el brazo sin miedo para sacar lo que sea.

    Retiras a la criatura de allí y te das cuenta que es una joven y delgada Scravit. Puedes notar en sus vestimentas humildes y sucias que es tan pobre como el servicio de esa posada. Sientas a la coneja humanoide en la cama mientras ella se limpia las lágrimas con las mangas de su sucia camisa.

    —No mates, por favor —susurró torpemente la muchacha. No tienes idea de su edad, todos los Scravits son pequeños e ignorantes, podría estar en su adolescencia como en su adultez.

    La observas seriamente esperando una respuesta.

    —Lamento molestar. Hambre. Comí tus galletas.

    Gruñiste con furia. ¿Esa maleducada se comió tus galletas de emergencia? Ibas a convertirla en dos mitades de Scravit con tus manos cuando recordaste las veces que pasaste hambre. No había nada más terrible que tener hambre.

    La tomas de un brazo y la arrojas a un costado. Sin darle mucha importancia te tiendes a dormir. Ya estás cansado y no quieres que la comida te caiga mal a la hora de dormir. Mañana pensarás en ese problema.

    —¿Quedarme?

    Gruñiste como si no te importara en absoluto.


    ¡Tienes una nueva compañera!

    Nombre: Roxy
    Género: Femenino
    Clase: Ninguna
    Raza: Scravit
     
    Última edición: 29 Abril 2017
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    Nyxbel

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    Gaspar Lemos

    La incómoda situación la había olvidado, de hecho, al levantarme lo primero que pensé fue en buscar comida.
    Pero cuando miré a un lado, vi a la Scravit durmiendo allí. Gruñí al recordar el incidente pero de igual manera tenía que buscar comida nuevamente, sin embargo, un cólico me alertó que debía dirigirme al baño, así que sin más, fui hasta el susodicho lugar y comencé a cagar.

    Tardé un rato en liberar los restos de la comida acumulado en mi interior, eructé, me lavé las manos, me rasqué la nalga y salí.
    Al momento me encontré a la Scravit sentada, esperándome.
    Vamos a buscar comida. —comenté, mientras me cambiaba de camisa, me echaba desodorante en las axilas y rascaba mi barba un poco.

    Al salir por la puerta pasé lo más rápido que pude para evitar entablar una conversa con Celia, la dueña del lugar.
    Una vez fuera pensé a donde dirigirme.
     
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    SacriDH

    SacriDH Quieres que lo haga? Está bien pero... lo romperé

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    Gaspar Lemos (Voracidad)

    La Scravit parecía reconocerte sin ningún tipo de dudas como su líder. Aceptó tu idea de realizar otra misión al día siguiente así que comieron hasta hartarse en la taberna. La costumbre de la pequeña de hablar mientras comía te ponía los pelos de punta pero su práctica manera de comer usando tanto las manos como sus pies descalzos y su cara directamente sobre el plato te agradaba. Sin dudas sabía apreciar la comida.

    Te llevaste una botella de cerveza que fuiste tomando por el camino hasta la posada. No creías que hubiera nada que arruinara tu día luego de tremenda cena. Sin embargo, encontraste un visitante inesperado cuando llegaste allí.

    —Bienvenido, Gaspar. Tenemos que hablar. Necesitamos tu ayuda.

    Era un humano alto y a su lado había una humana bastante más baja, apenas un poco más alta que la scravit. Te costó un momento reconocer al humano como un tipo con el que habías compartido un almuerzo y un juego de cartas unos días antes. Era un sujeto de pelo castaño y físico atlético, con una nariz ganchuda y ojos taciturnos. Llevaba una espada larga en su espalda. La más pequeña llevaba cuchillas pequeñas en su cinturón. No les tuviste miedo pero la scravit se ocultó detrás de tus piernas. Te detuviste y gruñiste esperando lo que fueran a decirte.

    —Tenemos problemas en Bastión de los Amaneceres. Quizá no lo conozcas, es un fuerte que está cercano a la costa y a Elfendor. Hace un tiempo fue tomado por demonios y es un problema del cual no podemos ocuparnos. No sé mucho de ti, pero oí rumores de tu excelente fortaleza.

    No te interesaba en lo absoluto lo que decían. Ibas a rechazarlo cuando la humana habló.

    —Hago unos pasteles de araña acaramelada exquisitos. Y mi padre destila el aguamiel más potente que hayas probado en tu vida.

    Eso te detuvo. La muchacha sabía como llamar tu atención. No recordabas haber probado jamás en tu vida un pastel así y deseaste con todo tu estómago saborearlo. El aguamiel era una delicia en días fríos, hacía mucho que no lo tomabas pues en Soxe pocos días eran frescos pero posiblemente en la costa hiciera más frío y sería ideal para un buen licor de esos. Además, esta vez no tendrías sólo una scravit novata como compañera, esos dos parecían profesionales.

    ¿Aceptarás lo que te piden y te irás de aventura? ¿O los rechazarás y te irás a dormir?
     
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    Nyxbel

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    Gaspar Lemos (Voracidad)

    Mientras comíamos Roxy apreciaba y disfrutaba la comida, cosa que me agradaba bastante.
    Cuando terminamos me despedí de Fraghu y éste último me regaló una botella de cerveza. —Ten, para el camino. —me dijo, agradecí, la destapé y comencé a caminar mientras tomaba. En el camino algo me inquietaba pero no le dí importancia, sin embargo, siempre que sucedía, era porque en verdad algo malo sucedería, o al menos, casi siempre. Al llegar a la posada, inesperadamente fui sorprendido. —Bienvenido, Gaspar. Tenemos que hablar. Necesitamos tu ayuda. —un humano de alta estatura y una.... ¿enana?

    El hombre fue un amable señor con quien tuve la dicha de compartir almuerzo y un juego de cartas, como solía jugar todos los fines de semana en la taberna, de hecho, Fraghu era realmente malo jugando, pero siempre nos divertíamos con las cartas. Nunca le pregunté, pero de seguro el hombre era un espadachín y la pequeña enana alguna ladrona. El solo verlos a ambos me revolvió las tripas, joder, que solo quería descansar y no saber más nada por hoy... fruncí mi ceño y gruñi, la Scravit se ocultó tras de mis piernas. —Tenemos problemas en Bastión de los Amaneceres. Quizá no lo conozcas, es un fuerte que está cercano a la costa y a Elfendor. Hace un tiempo fue tomado por demonios y es un problema del cual no podemos ocuparnos. No sé mucho de ti, pero oí rumores de tu excelente fortaleza. —me dio reverenda ladilla escucharlos, asi que bostecé y en ese momento la pequeña intervino.—Hago unos pasteles de araña acaramelada exquisitos. Y mi padre destila el aguamiel más potente que hayas probado en tu vida. —la flojera desapareció de mi cuerpo, la observé detenidamente. —Demonios mujer, realmente sabes como persuadir a la gente. —pensé en mis adentros, mientras una leve sonrisa escapaba de mi rostro.

    ¿Pasteles de araña? no recuerdo haberlos probado antes, y probarlos con aguamiel era excelente idea, sobre todo en esta temporada fría que se avecinaba sobre nosotros, aunque en Soxe solo llovía de vez en cuando, quizá en la zona costera cerca de Elfendor pudiese cambiar drásticamente el clima. Y justamente estos dos se unirían a mi grupo de compañeros, al menos, serviría de ayuda para que la Scravit aprendiera otras artes militares.
    De acuerdo, reviso algunas cosas y nos vamos. —le realicé una seña a Roxy para que me ayudara a organizar las cosas. —Esperen un momento.

    Revisé mi bolso, tomé un sorbo de cerveza me estiré, di un gran bostezo y vi todo en orden. —Vamos. —respondí mientras comenzaba a caminar al lado de ellos. —Por cierto, si vamos a formar un equipo de viaje, creo que debería saber vuestros nombres. ¿no creen?
     
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    SacriDH

    SacriDH Quieres que lo haga? Está bien pero... lo romperé

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    Kyrie Románov (Lujuria)

    No puedes asegurar por cuento tiempo estuviste pidiendo por favor pero te despertaste todavía susurrando eso en voz baja.

    Estabas en el establo que era propiedad de los dueños de la posada, un lugar lleno de paja, caballos y excremento de caballo en cantidad. Estabas desnuda y eso no te pareció extraño. Había al menos unas veinte personas desnudas durmiendo a tu alrededor y eso tampoco te pareció extraño. Lo que sí te llamó la atención es que no recordabas en absoluto cómo habías llegado ahí.

    Te sentías muy bien a pesar de que tu mente era un océano con remolinos de oscuridad. Seguías teniendo apetito sexual, como siempre, pero no recordabas haber estado tan satisfecha en años. El cuerpo no te dolía en absoluto por lo que hacía mucho que esa orgía había ocurrido o quizá tuviste amantes extrañamente cuidadosos con tu integridad.

    Te levantaste inspeccionando a tu alrededor y te percataste de un enorme tatuaje negro que abarcaba toda la circunferencia de tu cintura. Estaba bien hecho pero los dibujos no te gustaban, parecía una serie de símbolos de algún ritual extraño posiblemente en el antiguo idioma de las cabras.

    Encontraste a Dyrekos abrazado a Fhera y a una scravit que desconocías. De solo ver al estúpido reptil abrazando a la ninfa y a la coneja como si fuera el gran amante se te revolvieron las tripas. Eras celosa y a la vez no lo eras porque no te molestaba que otros jugaran con tus juguetes pero sí te molestaba que lo hicieran sin que fueras parte de eso. Pateaste al reptiloide en sus nalgas escamosas y al elemental del bosque en sus piernas blancas y torneadas. Esos dos habían sido muy poca cosa como para que después se pusieran a participar de la misma orgía que tú. Además, necesitabas que te contaran como había sido, pues no recordabas nada de nada.

    Mientras ellos se levantaban a regañadientes, te sentaste cerca de un dracoludo que se encontraba atado en su porción del establo. Lo acariciaste mientras el animal resoplaba su aliento caliente sobre tus senos desnudos. Tratar de recordar parecía ser malo para tu mente, incluso sentías como si te olvidaras más detalles. Lo último que recordabas era una sesión de sexo interrumpido por la pobre actuación de Dyrekos y la estúpida ninfa y luego aquel dolor en tu vientre. Y ese hechicero, fuera quien fuera.

    Eso te hizo sentirte insegura. Con la mente más despejada por la ausencia de dolor te diste cuenta que pocos magos podrían ponerte en esos aprietos. Además, ese truncamiento en tus recuerdos no era más que la incidencia de ese mismo mago en tu mente. Tú sabias algo de magia mental, más que nada la que manipula los sentimientos pero la memoria era algo muy complejo incluso para ti. Ese mago, fuera quien fuera, era muy poderoso. Probablemente más que tú.

    Te costaba aceptarlo pero de los siete pecados eras el eslabón más débil. Tu fuerza física y mágica era muy potente pero no llegabas a los grandes rendimientos de Codicia o de Soberbia. Y tu resistencia en batalla era mediocre, no le pisabas ni los talones a Voracidad o a Ira. Eras el pecado de la lujuria, tu especialidad era encantar, controlar las acciones y la mente, servías más como apoyo a otro pecado. Lo primero que vino a tu mente al reconocer que podrías estar enfrentando un mago más fuerte que tu, fue buscar a alguno de tus iguales. Voracidad, Ira o Codicia eran dentro de todos los mejores amantes, es decir, los mejores atacantes, con los que podías unirte para luchar contra esa potencial amenaza.

    Dyrekos se levantó y la ninfa lo siguió lentamente.

    —Rayos, Kyrie, eso fue terrible. Jamás había pasado por una situación así —A pesar de su verdoso color de piel, podías sentir la sangre del reptiloide juntándose en sus mejillas.

    —Yo siento que no moriré por mucho tiempo —comentó sonriente la ninfa.

    Les devolviste la mirada y ellos se dieron cuenta que estabas decepcionada. Agacharon la cabeza al instante al ver tus ojos cansinos. Les preguntaste qué había ocurrido.

    —¿Qué ocurrió? No lo sé, pensé que tú lo sabrías —comentó Dyrekos.

    —Lo último que recuerdo es a ustedes dos haciéndolo sobre mi delicado cuerpo de la naturaleza. Eso estuvo muy mal de hecho —comentó la ninfa.

    Ellos sabían menos que tú. No esperabas más, ellos eran insignificantes. Eso sólo te dejaba con dos opciones. O buscar ayuda de algún pecado o buscar al peligroso brujo por ti sola con la ayuda de esos dos, que esperabas fueran más competentes en batalla que en la cama. O en el establo, como sea.

    —Kyrie, aunque realmente me guste mucho verte desnuda, preferiría que no pases frío y creo que ese pariente mio no evolucionado está empezando a saborear tu carne.

    Pudiste darte cuenta que el dracoludo relamía tu piel a la altura de tus costillas. Lo apartaste suavemente y recibiste las ropas que te daba el reptiloide mientras te acarició tímidamente un brazo. Una horrenda demostración de amor y quizá de culpa por ser un pésimo amante que no te cayó para nada bien en ese momento.

    —Oye, ¿qué llevas ahí? Por las raíces de mi madre, te hicieron una especie de conjuro en la cintura. ¿O es que acaso es un indicio de preñez en los seres humanos? —indagó la ninfa.

    Observaste tu parte media mientras te colocabas la camisa. Ese era otro tema para ver. Quizá algún hechicero en la taberna lo supiera, podrías buscar alguno allí. Tal vez sólo era un tatuaje normal que te hiciste en medio de la juerga que no recuerdas. No creías que alguno de los demás participantes de la orgía recordara algo y no sentías que ninguno de ellos fuera el mago que buscabas. De los pecados ninguno sabría más que tú sobre eso, quizá Pereza o Envidia pudieran saber algo pero no lo creías probable.

    ¿Qué harás con respecto al hechicero? ¿Y con respecto al tatuaje? ¿Y con respecto a ese dracoludo que no para de lamer tu trasero?
     
    Última edición: 6 Junio 2017
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Kayla Lindsay

    Asentí ante la explicación del elfo. Entendía que fuese una gran ventaja que a la embajadora le gustase el sitio, ¡pero no tenía que meterme más presión! De todas formas, cogí el pergamino con sorprendente calma y con una sonrisa educada, acepté su bendición. Cuando la atención del obispo de centró en los demás voluntarios, decidí que era momento de irme. Y así lo hice.

    Con cierta calma, pues iba bien de tiempo, caminé por la ciudad, admirando mi alrededor, hasta llegar al portal donde estarían los guardias. Lo cierto es que, con todo lo malo que tenía Terranova, disfrutaba bastante de la ciudad. Tenía también cosas buenas, y era eso lo que debía mostrarle a la embajadora cuando llegase. Aunque tampoco sabía si ella disfrutaría de los mismo detalles que disfrutaba yo...

    Los guardianes leyeron el pergamino que yo misma les extendí y, a pesar de mirarme con cierta extrañeza, tuvieron que aceptar guiarme hasta la embajadora una vez llegara ésta.

    No me esperaba menos de su llegada, por supuesto.

    Los elfos me fascinaban. Eran, junto a los ángeles, las razas más puras que podían existir, y eso era digno de admirar. Eran todo lo que yo representaba y no podía más que quedarme embobada viendo su forma de ser. Aunque tendría que aguantarme aquella vez, a pesar de las tropas élficas que no paraban de llamar mi atención. No quería que la embajadora se llevase una mala impresión de mí.

    Y la embajadora...

    Noté como mis mejillas se teñían de un leve tono rosado mientras me quedaba admirando su belleza. Su cabello era rubio, brillante como el mismo sol y era tremendamente alta, tenía que levantar mucho la cabeza para apreciar su rostro. Y sus ojos... eran oscuros, intimidantes, pero hermosos al mismo tiempo. Me quedé como tonta admirándolos, al igual que al destacamento de elfos que la acompañaban.

    Rápidamente, y con cierta torpeza, me incliné a modo de saludo y extendí el pergamino, esta vez, nerviosa de verdad. Me estaban sudando las manos, ¡qué vergüenza! Con suerte, no lo notaría.

    Tras leer el pergamino, la mujer se presentó. Y fue tal su identificación, que solo logró ponerme más nerviosa. ¿Cómo se supone que me presentaría yo? ¿"Kayla Lindsay, Adalid de la Pureza, Delicadeza y Refinados Modales"? No, no podría decirle algo así.

    —S-sí... soy Kayla Lindsay... —acabé presentándome, con timidez.

    Entonces, Frendolyn comenzó a hablarme y sentí que todos los nervios se iban apoderando según comprobaba lo simpática y amable que era. A pesar de ser de tan alto rango, me habló con normalidad, casi como si fuéramos amigas. Y poco a poco fui recuperando la calma y alegría. Escuché como me explicaba que nunca había salido de su ciudad natal y que incluso no conocía algunas razas, pues acababa e ser nombrada embajadora.

    >>¡No se preocupe! ¡Aquí conocerá muchas razas! Cada una tiene sus cosas, pero al final, todas son interesantes.

    Fuimos, junto con cinco guardianes, hasta la posada. Y a pesar de decidir quedarme fuera, la joven me invitó a acompañarla a su habitación para seguirme hablando. Tuve que aceptar.

    Entonces, me preguntó por qué debía empezar por esta ciudad. Comprendía su confusión, ¿qué tendría de especial esta ciudad aparte de su grandeza? Por lo general, no había gran cosa que ver, y casi todo lo que había era...¿malo? Esclavos, delincuentes y cazafortunas. Lo único que podía haber sido la razón era la existencia de ellos. ¿Pero como podrían ellos saberlo? Pensaba que era algo que solo nosotros conocíamos...

    Cuando estaba a punto de proponer algún sitio que visitar, me di cuenta que se había situado delante mía, dándome la espalda.

    >>¿Huh? —logré murmurar, confusa.


    "¿Puedes desabrochar mi vestido y ayudar a ponerme algo más cómodo? En el pergamino dice que serás mi dama de compañía pero no sé si esto está dentro de tus funciones."

    ¿C-c-c-cómo? ¿Desabrochar su vestido? ¿Des-des-desnudarle? ¿Yo? ¡Oh no!

    Sentí entonces todo mi rostro calentándose y por lo tanto poniéndose rojo. ¡Qué vergüenza! Llevé mis manos hacia las mejillas, intentando calmar el sonrojo. Pero era imposible. Solo de pensar la situación yo... ¡No! ¡No podía!

    "Kayla... tranquila, es solo otra mujer. Solo necesitas desabrochar el vestido y no mirar nada. ¡Es simple! ¡Tienes que hacerlo! O si no, no te darán más misiones. ¡Vamos!"

    Carraspeando levemente, intentando que no se notasen mis nervios si tenía que hablar, levanté mis manos hasta alcanzar el broche de su vestido. Centrando mi mirada exclusivamente en la ropa, y aun con las mejillas intensamente coloreadas, logré ayudar a la elfa a cambiarse el vestido. Decidí centrar toda mi atención en no estropear el delicado y lujoso vestido, así no tendría que pensar en ninguna imagen extraña.

    Después de todo, mirando al suelo y nuevamente avergonzada, comencé a hablar.

    >>Qui-quizás... ¿t-te gustaría visitar nuestra capilla o la plaza principal? N-no son sitios muy g-grandes... pero puede s-ser un buen inicio...
     
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  7.  
    SacriDH

    SacriDH Quieres que lo haga? Está bien pero... lo romperé

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    Kayla Lindsay (Pureza)

    Aceptaste ayudarla en su tarea de ponerse cómoda. Para tu alivio, debajo de su vestido ella llevaba a modo de ropa interior delicados recortes de seda verde clara cubriendo sus partes sensibles. De cualquier manera, no había mucho para ver, las elfas eran tan puras que no tenían grotescos senos amenazando con explotar como los de las enanas o enormes caderas capaces de engendrar tres o cuatro hijos al mismo tiempo como las orcas. Era un cuerpo espigado, grácil, delicado, blanco y sin ningún rastro de vello. Tenía algunos lunares llamativamente blancos y brillantes en la piel.

    Ella escuchó atenta lo que le decías mientras se sentaba en la cama a ponerse ropas limpias y te hacía señas para que cepillaras su cabello. Terminaste de comentarle tus ideas sobre ir a la capilla o a la plaza mientras deslizabas un cepillo por esa cascada amarilla que era su pelo. Estabas empezando a sentir que la situación era un poco injusta para ti. Habías ido a buscar trabajo como aventurera y eso no era más que una servidumbre.

    —No te sientas mal por lo que voy a decirte, Kayla, pero no iré a la capilla. No necesito recorrer demasiado el continente para saber que las hacen iguales en todos lados. La plaza es un buen lugar, me gustaría ver un poco las bellezas de esta ciudad, supongo que...

    En ese momento golpearon la puerta de la habitación.

    —¡Señorita embajadora! Estamos listos para escoltarlas a la ciudad.

    —Uff, que pesados. ¿Sabes? A veces son tan devotos a mi que me confundo y pienso que tienen otras intensiones conmigo.

    No pudiste evitar sonreír tímidamente mientras te sonrojabas.

    —¿Qué podríamos hacer? ¿Puedes salir y decirles que estoy muy agotada, posiblemente enferma, y que no saldré hasta mañana? Si haces eso podemos escabullirnos las dos y recorrer tranquilas la plaza.

    Lo que te estaba pidiendo era lógico, debía estar cansada de tanta escolta, pero no era seguro. Si algo le pasaba sin sus guardias la culpa sería tuya y no querías problemas. Pero, ¿acaso una campeona de la pureza como tú no puede proteger sola a una elfa? Esos cinco no harían mas que estorbar si se presentara algún conflicto.

    Vas hasta la puerta, la abres y la cierras sin dejar que se vea mucho hacia adentro. El guardia elfo es formidable. Alto, gallardo, ni un poco de grasa, demasiado delgado quizá pero con un rostro que parecía esculpido de polvo astral. Manejaba una lanza.

    —Sólo venía a avisar que estamos listos. Y tome —el guardia te dio una píldora redonda de color naranja—. No olvide darle esto a la señorita embajadora, ella tiende a... hacer cosas... esto la calmará cuando se salga de control.

    En ese momento puedes decirle o no al guardia lo que te mandó Frendolyn. Si lo haces, ambas buscarán la forma de salir de ahí e ir a la plaza. Si no lo haces puedes tratar de convencer a la elfa que lo indicado es ir a la plaza con seguridad. Hagas lo que hagas, puedes darle la píldora, en el momento que gustes, para tranquilizarla.
     
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