Sólo para mí

Bien, es el tercer relato de horror que hago y espero haberlo hecho mejor. Desde ya se agradecen los comentarios que contengan una puntuación del 1 al 5.
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Sólo para mí​

Observó al reflejo que el espejo le otorgaba. Su oscuro cabello atado en un delicado rodete al estilo del siglo XIX dejaba su cuello al descubierto y su pálida piel que bajo una mascarilla de base blanca se escondía lograba relucir aún más que de costumbre. Era como si su piel capturara la luz de la habitación y la utilizara para brillar como un diamante.


Bajó la vista hacia su vestido, deleitándose con los diminutos diamantes que habían sido bordados para que este brillara. Sonrío levemente, imaginándose la noche que tenía planeada a continuación. Creando todos los escenarios que podrían ocurrir dentro de una hora, a todas las personas que vería y saludaría.


Se lo imaginó a él, parado al otro lado del pasillo. Mirándola con ese brillo en sus ojos. Esperándola con una gran sonrisa pintada en sus labios. Ansiando el momento al igual que ella. Desesperados porque el tiempo pase y puedan decir ese tan esperado: “Acepto”.


Debía salir del baño en ese preciso instante o Astrid, su mejor amiga y dama de honor, entraría y la sacaría de ahí a la fuerza.



—¡Ya era hora! Estaba a punto de entrar, faltan unos minutos para que salgamos —. Exclamó la rubia, sentada en el pequeño sillón individual. —¿Ya viste los últimos detalles?

—Hasta el más mínimo —susurró, dando un pequeño giro en su lugar. —Gracias.

—Para eso estoy, ¿no? Si no fuera por mí ahora mismo estarías muerta de los nervios.



Las dos rieron, era cierto eso. Ella no sabía nada sobre maquillaje y peinado.


—Podríamos… —comenzó a hablar Astrid, mirándola a los ojos con una sonrisa un tanto rara en su rostro, más un golpe en la puerta las interrumpió. —Yo abro.



La rubia corrió hacia la puerta, haciendo que su vestido de un suave tono verde ondulara en el aire, y la abrió lentamente. Miró hacia todos lados y, luego de cerciorarse de que no estuviera el novio por ahí, dejó entrar a quien había llamado anteriormente.



—¡Clara! Cariño, ya es hora —informó la señora Dublin, a quién se le había dejado el trabajo de ver que todo en la sala estuviera perfecto.

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La marcha nupcial comenzó en el instante en que Clara se situaba a un costado de la puerta que daba hacia el resto de las personas. Delante de ella iba Astrid, con un ramo pequeño de flores azules en sus manos. Atrás la señora Dublin hablaba por su teléfono para dar las últimas indicaciones.


Las puertas se abrieron al mismo tiempo en que los nervios y todo el miedo que mantenía oculto volvían a ella. De repente se dio cuenta de una pequeña cosa: no lo había visto por ningún lugar. No había estado con ella cuando se arreglaba, ni en el camino de la habitación hacia allí. No lo vio cuando despertó ni cuando se ocultó en el baño. No había estado con ella en ningún momento, y eso la aterraba.


¿Dónde estaba?, ¿había hecho algo? Estaba alterándose, mirando a sus costados. Trataba de encontrarlo, ver aunque sea un simple rastro de él. Algo que le dijera que la veía, aun cuando eso era lo que ella más odiaba. Aun cuando…



—Clara, entra ya —murmuró la señora Dublin, empujándola levemente por la espalda y haciendo que volviera a la realidad.



Suspiró, debía dejar de pensar en él. Miró atrás suyo y sonrío, mostrando una máscara que reflejara el mismo entusiasmo que momentos antes poseía, y caminó.

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—Estamos aquí reunidos para unir en sagrado matrimonio Mattew Vouwer y a Clara Richmond —. El padre los miraba a los dos, con una delicada sonrisa en sus labios y profesando en voz alta la ceremonia.



Clara sonreía levemente, con un pequeño rubor en sus mejillas y el corazón palpitante. No podía creer que ya fuera el momento. Que todo el tiempo esperado hubiera valido la pena.



—Mattew, ¿aceptas a Clara como tu esposa para amarla y respetarla, tanto en las buenas como en las malas, en la riqueza como en la pobreza y en la salud como en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?



En el momento en que el padre dijo eso, Clara volteó hacia su prometido. Su intención era mirarlo a los ojos, sentir ese amor deslumbrante que él le brindaba con tan solo una mirada, más su atención se dirigió hacia algo a sus espaldas. Sus grandes orbes azulados se posaron en una sombra del tamaño de un hombre, situada a dos metros por delante de ella.


Fue ahí, cuando su miedo regresó. Fue en ese preciso instante, en el que su corazón comenzó a martillear contra su pecho provocándole un fuerte dolor. Sus manos comenzaron a sudar, el ramo de rosas era estrujado entre sus dedos y algunos pétalos habían abandona el delicado arreglo.


Esa sombra la miraba. Podía no tener rostro ni forma, más ella sabía que la miraba a los ojos. Regocijándose con su dolor, aclamando porque sus piernas no pudieran sostenerla y su cuerpo colapsara contra el suelo mármol.


Sabía que sonreía, aun cuando su boca fuera lo mismo que su cabeza o su estómago.



—Acepto —fue allí, cuando recordó en dónde estaba.



“Sabes que no deberías estar aquí.” Simples palabras que envolvieron su mente en un suave susurro, activando sus nervios y haciéndola olvidar de todo lo que la rodeaba.

—Es aquí donde debo estar —murmuró, ocultando la frase tras un pequeño suspiro.

“Es gracioso, hace exactamente un año me dijiste lo mismo”. Y miles de recuerdos acudieron a ella, mareándola y haciendo que su mano volara a su frente.

—Cállate —ésta vez hablo, con los ojos cerrados y en el tono más duro que su delicada voz pudiera profesar.

“Mmm… ¿será que si a este enclenque le sucede lo mismo tu estarás con una réplica actualizada de ese vestido dentro de un año?”. La sombra se movió, acercándose hacia su prometido. Agrandándose y tomando la forma de una cueva, a centímetros del rubio y a punto de atraparlo.

—¡No! —gritó ella, sintiendo como su cuerpo se volvía rígido y las lágrimas pedían a gritos escapar. La sombra se detuvo, al igual que todo lo que sucedía a su alrededor. Recién ahí, descubrió que lo que ella pensaba había sido un simple susurro, terminó siendo escuchado hasta por los que habían ocupado la última fila de la iglesia.


—¿Qué? —dirigió la mirada hacia el dueño de la voz, observando como su novio la miraba con lágrimas en sus dulces y perfectos ojos verde. Frunció el ceño, ¿qué había sucedido? —¿No quieres estar conmigo?



Y fue ahí cuando se dio cuenta de un pequeño detalle: el padre la miraba a los ojos esperando por una respuesta que ella inconscientemente había dado.



—¿Qué? Yo, ¡no! No quise decir… no, eso era para… pero, yo… —los nervios volvieron a ella, junto con el miedo y los apretones al ramo. Su corazón bombeaba con más fuerza, provocando un chirriante sonido en sus oídos que le quitaba la audición por momentos.

“Parece que alguien hablo demasiado…”

—¡Callate! —Y las lágrimas bañaron su rostro.

“¿No quieres que terminé con todo tu sufrimiento? Yo creo que sí.” Y de pronto se movió, flotando en el aire para luego caer en picada. Abriendo su boca y haciéndose paso por allí. Ella no sabía qué hacer, la desesperación la inundaba. El miedo corría por sus venas, sus lágrimas caían hasta su vestido y sus manos arañaban su cuello.



Sintió como esa cosa entraba por su garganta, lastimándola y riéndose por cada sollozo que ella soltaba. Apoderándose de su cuerpo, haciendo que sus brazos se movieran sin su permiso.



“Ahora verás todo lo que sufrí.”



Sus pulmones eran aplastados levemente, impidiendo que el aire pasara hacia ellos. Luego volvía a soltarlos, esperando porque se llenaran por completo y luego los estrujaba nuevamente. Sintió como sus órganos se retorcían, siendo movidos por todos lados, cambiados de posición.


Sus manos acudieron hacia su cabello, tirando de las argollas y desprendiendo mechones de cabello en el proceso. Gritó con terror al ver a su propio cabello en el suelo, desprendiéndose poco a poco.


La garganta le quemaba, y podía sentir como una mano subía desde su interior provocándole arcadas que le quitaban la fuerza. Sus piernas colapsaron y sus rodillas chocaron contra el suelo, su cuerpo fue hacia adelante y su cabeza se estrelló contra uno de los escalones. La sangre nubló su vista.



“Y el toque final.”



Su cuerpo cayó contra el suelo, sin nadie que lo controlara y sin fuerzas para pelear. La sombra se removió en su interior, chocando y lastimándola internamente, tirando y apretando.


De pronto, sintió como unas grandes y huesudas manos agarraban su corazón. Gritó cuando sintió una uña a lo largo de esa delicada piel, pidió ayuda cuando en vez de una fueron cuatro. Rogó por su vida cuando sintió las dos palmas alrededor de él, acariciándolo una y otra vez. Pataleó con fuerza, se revolcó en el suelo y contorsionó el cuerpo de tal forma vista sólo en películas. Soltó un último grito agonizante, pidiéndole a su corazón una lucha que sabía no ganaría.


Enmudeció en el mismo instante en que su corazón era aplastado.



“Para mí, sólo para mí.”







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¿Alguien sabe lo que se oculta tras las sombras?