Explícito Resiliencia [Alpha x Mimi | Pokémon Rol]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Yugen, 17 Octubre 2019.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Escritora
    Título:
    Resiliencia [Alpha x Mimi | Pokémon Rol]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    4110
    Título: Resiliencia
    Fandom: Pokémon Rol
    Personajes: Alpha & Mimi
    Summary: "Solo estaba siendo terriblemente egoísta. Podía ser consciente de eso. En algún lugar de su mente sabía que solo estaba siendo una maldita perra egoísta".
    N/A: Al fin lo hice. Mi "what if" de lo que pudo haber pasado realmente esa noche en Acuarela. Es super tarde y me caigo de sueño y he rellenado las partes que no me salían con escenas de otros de mis fics que algunos ya conoceran pero bueno xD

    Me apetecía subir algún henta— digo, algún explícito sí. Aunque no tenga ningún sentido (?)

    ADVERTENCIA: El siguiente escrito contiene escenas de sexo explícito. Sexo heterosexual. Aviso porque no tengo pensado pagarle el psicólogo a nadie (?)

    ***


    Lo besó. Como había besado a Emily hacía horas. Su mente no estaba en sí. No podía pensar con claridad. Solo estaba rota. Solo estaba siendo terriblemente egoísta. Podía ser consciente de eso. En algún lugar de su mente sabía que solo estaba siendo una maldita perra egoísta.

    Pero con sinceridad no podía importarle menos.

    Terminó sentándose sobre sus caderas. Mirándole a los ojos, ansiando sentir calor, que la hiciera sentir... algo. Lo que fuese. Que alejase esa sensación de entumecimiento que asolaba sus sentidos, ese dolor en su pecho. Solo quería dejar de sufrir. Estaba usando a Alpha como un catalizador para sus propios problemas y frustraciones, imponiendo sobre él todo el peso de su corazón hecho trizas.


    La cama crujió bajo el peso de ambos en el momento que la espalda de él chocó contra el colchón. Fue un visto y no visto. Cuando pudo percatarse tenía a Mimi sentada sobre sus caderas, la mano presionada allí, sobre su pecho, dónde había decidido dejarla en el momento que decidió que pasarían la noche juntos.

    La noche con él.

    —¿M-Mimi…?—logró murmurar con una voz nerviosa, estupefacto. Verla a contraluz encima de él era mucho más intimidante.

    Pareció no escucharle.


    Llevó sus dedos hasta el primer botón de su propia camisa y lo soltó sin pensar. De forma totalmente automática. Parecía actuar por inercia, como si una fuerza ajena a sí misma guiase sus acciones.

    —Dime...—susurró— ¿de verdad no te gusto?


    Soltó el segundo botón.

    Ya no le importaba nada. ¿Cual era el punto? Tau solo los creó para sufrir. Eran meros experimentos. Incluso teniendo su vida propia aquello no cambiaba su verdadera naturaleza. Si solo eran juguetes sin alma, retazos de energía vital moldeable no deberían tener la capacidad de sentir. La capacidad de amar.

    Solo era un montón de mierda problemática. Prefería darle su corazón de cenar a Raiden.

    Soltó el tercer botón.

    La piel nacarada de sus hombros y el pequeño sostén blanco se asomaron entre la tela rosada de la camisa de su pijama.

    Alpha sintió como todo el calor ascendía de forma repentina a su rostro. No, no se había equivocado. Mimiko Honda, esa misma Mimiko Honda tenía de sobra intenciones de tener sexo con él a pesar de todas sus restricciones autoimpuestas. A pesar de lo mucho que se había empeñado en marcar la diferencia entre ellos. Siempre recordándole que era infinita la línea que los separaba.


    —¿Vas a rechazarme también? ¿Otra vez? Qué malo~

    Su voz sonó como un quejumbroso ronroneo. Alpha se preguntó si aquello estaba pasando de verdad. No podía dar crédito a sus ojos. ¿También? ¿Quién la había rechazado?

    Mimi trató de acercarse nuevamente a su rostro pero él, agitado y tembloroso, en estado de pánico, logró detenerla sujetándola por los hombros.

    —¡E-espera!—le pidió—. ¡Esto…! ¡Esto es peligroso! No está bien. ¡Deberías hacerlo con alguien que amas…!

    Cerró los ojos apretándolos con fuerza. Deseando que su hormonal cuerpo adolescente no lo traicionase en un momento como ese. Pero que jodida era la vida a veces.

    Mimi se paralizó. La sensación de pesadez sobre su corazón solo se hizo más intensa.


    Recordó su sonrisa. Dulce, como ella solía ser. Y de pronto aquella mueca destrozada, sus ojos a punto de desbordarse.

    "Lo siento... pero no puedo"

    No puedo.


    Amigas.

    Qué injusta.

    Oh. Aquello estaba tan… tan mal.

    —¿Qué pasa… si la persona que amo no quiere hacerlo conmigo?


    Su voz fue un murmullo. Sonó quebrada, hecha jirones de lo que su tono altivo solía ser. Sonó brutalmente honesta. Y al mismo tiempo, brutalmente hecha pedazos.

    Alpha abrió los ojos para mirarla. ¿Se refería a él? No lo entendía. Maldito él por ser un idiota, pero no lograba entenderlo. ¡Solo quería celebrar su victoria en el torneo! ¿Quién lo mandaba a abrir la puerta de su cuarto con solo una toalla?


    El silencio se adueñó de la habitación. Él solo la miraba, allí, tan pequeña y menuda, tan… poca cosa. Sinceramente no era como si Mimi no le pareciese atractiva. Era muy linda de hecho. Pero… nunca se había detenido a verla como una mujer. Era su amiga. Alguien a quien apreciaba sinceramente.

    Nada más que eso.

    "Vamos tío piensa. ¡Piensa por una vez fuera de un combate!"

    Pero ninguna idea llegaba a su mente. No entendía nada. Recorrió su cuerpo con la vista sintiendo la presión que ejercía sobre su mitad inferior. La única parte de su cuerpo que parecía ignorar su intensa confusión era esa. Aquella que permanecía resguardaba por la suave tela de los boxer y el short de sus pijama.

    Cuando los hombros de ella empezaron a convulsionarse y sus labios a emitir pequeños sollozos ahogados, Alpha sintió su alma caer a sus pies.


    —¿Estás… llorando? Mimi… ¿qué—?—se cortó momentáneamente. Tragó saliva—. ¿Qué ha pasado?

    —Ayúdame—musitó.

    Alzó su rostro con sus ojos anegados de lágrimas. Lágrimas saladas que corrían impávidas por sus mejillas. Su expresión compungida en un rictus de dolor.

    —Por favor. Ayúdame a olvidarla.

    Alpha no lo comprendía. Sus ojos se abrieron enormes de la estupefacción. Pero sería falso decir que su corazón no se quebró al verla en ese estado. Sería falso no admitir que se le hizo un nudo en la garganta. No entender no hacía más fácil aquella situación. Quería entender. Quería saber qué le había hecho tanto daño. Pero sería inútil seguir preguntando. Mimi no quería hablar. Mimi deseaba olvidarlo todo.

    Al menos esa noche. La última noche que pasaría en la región.

    Cierto. Aquella era su última noche en Galeia.


    Alpha no supo exactamente por qué lo hizo. Ojalá pudiera saberlo. ¿Fue lástima? ¿Fue porque deseó simplemente cambiar su situación? Lo desconocía. Pero sostuvo sus mejillas entre sus manos e incorporándose la besó. La besó y ella, que en un principio pareció congelarse, se rindió ante ese beso como un náufrago se aferraría a un tablón en mitad del océano bajo una furiosa tormenta.

    No hizo preguntas. No se sentía digno de preguntar nada. Mimi tampoco parecía querer contestarlas.

    Llevó sus manos tras su nuca y entrelazó sus dedos allí, sobre su crespo cabello castaño. Las manos de él, temblorosas aún, dubitativas, bajaron hasta su espalda haciendo que pequeños escalofríos recorrieran su frágil anatomía. Corriente eléctrica que le erizaba la piel.


    Sus labios estaban salados por sus lágrimas, su boca caliente y húmeda. Fue ella quien los separó primero, casi con ansiedad, porque necesitaba desesperadamente un poco de calor que quebrase el frío que sentía dentro.

    Quizás porque contaba con una experiencia que Mimi no, cuando sintió su lengua dentro de su boca, Alpha olvidó momentáneamente que aquella era su amiga. Alguien a quien quería y apreciaba muchísimo.

    Pero nada más.

    ¿El amor y el sexo eran conceptos necesariamente relacionados? Porque si no lo eran... ¿por qué se estaba excitando tanto? Sería mucho más sencillo culpar de todo a sus hiperactivas hormonas adolescentes.

    Cuando se separaron un fino hilo de saliva mantuvo sus bocas unidas un efímero segundo. Se miraron a los ojos. Él estaba rojo. Ella también. Al menos aquella máscara pétrea había empezado a resquebrajarse.

    Sus ojos descendieron desde sus labios hasta su cuello. Una piel tan blanca, nacarada como la más fina porcelana. La piel de Mimi parecía haber sido apenas tocada por el sol. Era sumamente cuidadosa en ese aspecto.

    —Esto...—apartó la mirada—. De verdad vamos a... Bueno, digo... S-si tú quieres supongo que... Es como una batalla, ¿no?

    Mimi se mordió el labio.

    —Cállate ya.


    Ninguno sabía exactamente que estaba haciendo o como se suponía que debía proceder. Para ambos era un sentimiento torpe y eufórico. Los besos los estremecían, las caricias trémulas erizaban su piel. A pesar de su temor, de sus complejos y de su evidente inseguridad Mimi se deshizo del sujetador a los pocos minutos. Y le permitió a Alpha tocarla sin impedimentos.

    O en parte al menos. Porque aunque expresó aquellas palabras en voz alta deseando más de las inexpertas caricias de él los mantenía firmemente protegidos con sus brazos.

    Alpha contuvo la respiración. Arceus, en su vida había estado tan nervioso. ¿Eso era siquiera normal? Le iba a explotar el corazón. Los pantalones. Le temblaban las manos. No sabía dónde demonios fijar la vista.

    Se sentía tan incorrecto...


    —¿Puedo...?—preguntó.

    Mimi no le estaba mirando cuando respondió. Era vergonzoso por supuesto. Sus senos eran una parte de su anatomía de la que no se sentía en lo absoluto orgullosa. A pesar de que no carecía de ellos ni eran tan pequeños como para suponer que se tratasen de una niña pequeña, que no fueran tan voluminosos como los de Emily la molestaba y abrumaba a partes iguales. Sin embargo, poco a poco separó los brazos reticente en un inicio. Sin la protección del sujetador sus senos se mostraron sin ningún tipo de tapujos ante los ojos curiosos de Alpha.

    No tenía un gran pecho, no iba mentir. Si bien no estaba plana, sus senos eran pequeños, cosa que le producía un gran complejo. Siempre se había sentido minúscula en comparación con las voluptuosas formas de las que Emily hacía gala. Sin embargo, sus senos eran redondeados y firmes, de piel fina y cremosa. Tan suave que casi resultaba irreal. Alpha notó a simple vista los pequeños pezones rosados que parecían señalarlo. Estaban duros y enrojecidos a consecuencia de la creciente excitación.

    Sintió la ansiedad crecer en su interior, su erección hacerse más evidente con el transcurrir de los segundos.

    Una parte de él simplemente no podía creer que algo así estuviese ocurriendo de verdad. Mucho menos que estuviese ocurriendo porque Mimi había querido que ocurriese. Alguien que era tan orgullosa y obstinada como ella, que apartaba la mirada ante el más mínimo atisbo de debilidad.

    —Hazlo—murmuró con las mejillas enrojecidas. Tomó su mano y sin atreverse a sostenerle la mirada la llevó hasta su seno derecho. Presionándola con decisión—. Tócame.

    ... Y tan correcto al mismo tiempo.

    Se sorprendió enseguida de la suavidad y tersura que encontró bajo su mano. De los labios de Mimi emergió una especie de inaudible quejido. Él la miró, sonrojado, al borde de un colapso nervioso.


    —¿A-así está bien?—quiso saber.

    —N-no me preguntes idiota. Solo... haz lo que quieras ¿de acuerdo?

    ¿Hacer lo que quisiera? ¿Cómo iba a hacer lo que quisiera si no sabía lo que quería hacer?

    Dubitativo en un inicio empezó a mover su mano y sus dedos palpando con suavidad toda el área exterior y las aureolas esquivando la sensible área de sus pezones. No a consciencia sino porque se limitaba a tocar y descubrir, a dejarse llevar por la poca experiencia. Sin embargo, el paso del tiempo solo hizo crecer en Mimi una especie de sentimiento impaciente. Esas caricias leves y toscas no eran suficientes... quería más. Necesitaba más. No iba a decirlo directamente pero se estremeció bajo sus dedos y su cuerpo se apretó contra él, de tal forma que su seno también se presionó contra su palma.


    —Nnh...—gimoteó— A-Alpha...

    Él la miró a los ojos. Mimi le devolvió la mirada, aguada y vidriosa. Sus manos apretaban con fuerza las sábanas y sus muslos, observó poco después, también se presionaban con fuerza el uno con el otro, en un intento vano de lograr algo de fricción que lograse calmarla.

    —M-Mimi...

    Ella dejó caer su peso sobre él. Un conocido cosquilleo le recorrió el bajo del vientre, erizándole la piel, y sintió aquel bulto duro, hinchado, presionándose con insistencia entre sus muslos.


    En el momento en que sintió su erección se dio cuenta de cómo de real era aquella situación. De qué estaba haciendo exactamente. Fue plenamente consciente de lo que pasaba. Y su mirada, repentinamente insegura entonces, tensa, buscó la de él. Sus ojos azules se encontraron con sus orbes ambarinos, brillantes. Inseguros también.

    —Eso...—musitó—. ¿Eso es...?

    —E-eso es tu culpa—replicó él, nervioso, agitado, enrojecido y sudoroso—. ¿Qué pretendes que pase cuando haces esta clase de cosas? A-anda… apártate antes de que esto vaya a más ¿si?

    Apartó la mirada, sintiéndose incapaz de verla a los ojos. Se sentía morir de la verguenza y los nervios. ¡Aquello era una completa locura!


    —N-no. Quiero verlo.

    —¿Eh?

    —Esa... cosa. Déjame verla.

    —¿Eh? ¡E-espera Mimi…!

    Tarde. Honda ya había apartado los shorts y el miembro, endurecido, rígido, casi saltó, revelándose en toda su gloriosa extensión.

    Los ojos de Mimi se abrieron como platos de la impresión. ¿Qué... era eso? ¿Se movía? Arceus, ¿estaba vivo?


    Alpha se echó los brazos sobre la cara. Ese sería el fin, obviamente. Mimi le daría una patada y lo arrojaría de la cama por pervertido. Pero aquello… no pasó. Lo miraba con cierta contrariedad y a la misma vez con cierta fascinación. Era la primera vez que veía un pene tan de cerca. Era de hecho, la primera vez que veía uno en estado de erección.

    No podía negar que le resultaba ligeramente intimidante. ¿Esa cosa enorme iba a caber dentro de ella? Alzó la mirada de sus ojos azules hasta los orbes ambarinos de un agitado, aturdido y avergonzado Alpha.

    —Quiero… devolverte el favor.


    —¿Qué… favor?

    —¡El favor!—repitió ella con fiereza—. Solo… solo el favor y ya ¿bien? No hay necesidad de dar más explicaciones.


    Acercó un dedo y lo movió.

    Alpha se mordió el labio inferior.

    —¿Crees que es esto lo que le gusta tanto de ese pusilánime de Dante?

    —¿A... quién?

    Pero Mimi no respondió. Sus ojos fijos seguían allí, entre sus piernas. Sobre su miembro endurecido y erecto. Le resultaba tan extraño, tan nuevo. Llamaba poderosamente su atención a pesar del pudor. Usó el mismo dedo que había usado para empujarlo y acarició con el mismo toda su extensión, de arriba hacia abajo. La textura era suave, rígida pero gomosa. Alpha se estremeció bajo el toque de sus dedos. Tenía las manos frías y el contacto con su miembro, que hervía, jugó seriamente con su autocontrol.

    —¡P-para ya!—exclamó y tomó su mano por la muñeca. Respiraba con agitación, el brillo de sus ojos se había tornado extraño, predatorio—. Escucha Mimi... estás cruzando la línea. Si sigues jugando así, te aseguro que esta será una batalla que no podrás ganar...

    Por primera vez un escalofrío le recorrió la espalda. Jamás había escuchado a Alpha en ese tono. Su voz ronca, casi gutural y la forma en la que la sujetaba apretando su muñeca lograron tambalear su determinación.

    Frunció el ceño.


    —¿Ah?—bufó ella—. ¿Q-qué dices ahora? ¡No aprietes tanto imbécil, me haces daño!

    Fue un visto y no visto. Cuando pudo percatarse era su espalda la que había chocado contra el colchón. Y era Alpha quien estaba sobre ella, sosteniendo sus muñecas a ambos lados de su cabeza, a contraluz.

    Su respiración sonaba pesada y jadeante. Estaba excitado. Estaba más que excitado. Y aquella era lógicamente su culpa.

    —A pesar de que no estamos enamorados...

    —¿De verdad es necesario el amor para hacer esto?

    —¡No lo sé!—casi gruñó. Apretó los dientes con rabia. Frustrado, excitado, incapaz de entender qué le pasaba por la cabeza a esa chica. ¿Pretendía volverlo loco? ¿Era eso? Agachó la mirada—. No lo sé.

    Su voz sonó baja, apagada.

    >>Te me confiesas, dejas de hablarme, volvemos a vernos y discutimos... Luego en Udan es como si nada hubiese pasado y todo está bien. ¡Pero ahora apareces diciendo que te vas y no volverás! ¡Y te me lanzas encima de... de la nada! ¡No te entiendo en lo absoluto!

    La voz se le quebró por un momento. Se sentía tan irritado, tan confuso, tan frustrado. No lograba entenderla. Mimiko Honda era un completo misterio para él. ¿Estaba loca? ¿El loco era él? ¿A qué demonios estaba jugando? ¿Por qué pensaba siempre que era la única que sufría? ¿Por qué pensaba que el mundo giraba en torno a ella?

    Era tan injusta. No tenía la más mínima idea de lo que le hacía. Él no era inteligente, era algo que sabía de sobra. ¿Era por eso que no lograba entenderla? ¿Por qué la había besado? ¿Por qué estaba así, sobre ella, sosteniendo sus muñecas, sintiendo que su región inferior iba a estallar si no le hundía de una vez su miembro dentro?

    Después de todo lo que le había hecho debería odiarla. Tendría todo el derecho a hacerlo. Tantos insultos, golpes injustificados, desprecios y desplantes. Y sin embargo... odio era el último sentimiento que albergaba su ser.


    Se sentía estúpido.

    —Alpha, yo...

    Su voz sonó cálida y comprensiva por primera vez en mucho tiempo. Culpable, tal vez.

    No pudo decir más. Esta vez fue él quien la calló. Con un beso brusco, hambriento. Que selló todas sus palabras con su lengua, forzándola a mantener el beso, a seguirle el juego. Volcando toda su frustración en sí como si ella fuese un catalizador para sus propios problemas y frustraciones.

    No pudo ver sus mejillas enrojecerse y sus ojos lacrimosos y entrecerrados mostrar un chispa de pudor. Porque sujetó sus senos entre sus manos. Los ahuecó, los presionó, los acarició y apretó en círculos concéntricos. Ella gimió.

    —¡Kyah!

    Quizás no sentía nada realmente. Quizás solo trataba de olvidar a Emily. Pero no podía evitarlo. Se dio cuenta tarde de que la quería, de que realmente lo hacía… quizás mucho más de lo que ella lo quiso alguna vez.

    Apretó los dientes y dejó sus labios para besarle el cuello, llenar de besos su pálida piel. De ligeras mordidas, regadas con la frustración y con la excitación. Se sentía un idiota al darse cuenta de cuanto la deseaba en realidad. De cuanto la necesitaba.

    Su cuerpo estaba en llamas. Ella podía sentirlo. Duro, presionándose entre sus muslos, contra los shorts de su propio pijama que no tardaron de acabar en el suelo. Su extenuante entrenamiento en la región no había sido vano; aquel cuerpo, aún en su delicada forma, era digno de contemplar. Quizás Mimiko Honda solo era sexy sin pretenderlo.


    —Alpha—lo llamó.

    Se apretó aún más contra él o quizás fue él quien la apretó, presionando sus muñecas para bajar su boca y lamer y chupar aquellos botones erectos, rosados, que reclamaban un poco de atención con insistencia. Gimió más fuerte. Sus manos tras su cabeza lo apretaron y terminó recorriendo su cabello con sus manos, enredando sus dedos entre sus mechones castaños, apretando su nuca con fuerza.

    —I-idiota.

    Él gruñó cuando ella movió sus caderas. Su respiración era jadeante y entrecortada. Ambos estaban ardiendo. Él sabía lo que ella deseaba, él deseaba lo mismo. Desearía poder hacerla esperar, quizás dejarla consumirse en el fuego abrasador que la quemaba, pero él también se quemaría con ella.

    Ella bajó su propia mano e hizo a un lado por si misma la tela de sus bragas. Mojada, completamente empapada… Estaba hecha un desastre.

    Un desastre por y para él.

    —D-dentro—gimoteó casi sin voz, elevando las caderas.—Alpha… mételo dentro… Rápido...

    A la mierda las restricciones morales.

    Entró, por supuesto. Duro, caliente y palpitante. Ella estaba húmeda y apretada. No demasiado porque la lubricación, fruto de su enorme excitación, hacía las cosas más fáciles. El cuerpo de ella se tensó ante la intromisión sintiendo como apretaba contra su bajo vientre, ardiendo, instándola a abrirse a él.

    Ardía. Dolía. Y sin embargo, no era una sensación que le resultase del todo desagradable.

    Sus muslos, donde había alcanzado su propia humedad, temblaban y su cuerpo entero se estremeció. Ninguno de los dos dijo nada. Él contuvo un gruñido tosco, brusco, y apretó sus muñecas con más fuerza mientras se hundía lento y pausado en aquel estrecho canal. Ya no había escapatoria posible.

    Mimiko Honda era suya.

    No sabía que iba a hacer con exactitud, pero aquella noche sería larga. Quería probarlo todo. Quería ser el primero de todas sus primeras veces. El primero en estar dentro de ella. Por delante. Por detrás. De frente y de espaldas. Arriba o debajo. Acostados o de pie. Contra la ventana, apretando sus pechos contra el vidrio. Frente al espejo, y que ella viese con sus propios ojos todo lo que le obligaba a hacer. El primero en probar sus jugos, el primero en terminar en su boca. Encima de ella, tal vez.

    Imaginarla tumbada sobre la cama, completamente desnuda, jadeando por recuperar algo de oxígeno mientras su pecho subía y bajaba con profundidad y su cuerpo, su intimidad, su pecho y sus labios… su bello rostro, ese que no había podido dejar de ver en sus sueños, manchando de él, lo hizo hundirse más y más en aquella real fantasía.

    Sentía como si toda esa rabia sencillamente se evaporase con cada una de sus embestidas. Estar dentro de ella, sentir su calor rodeándolo lograba disolver cualquier pensamiento de su mente.

    Era ella quien lo apretaba, quien le pedía más, quien le decía que dolía pero que no quería que se detuviese. La mente de Alpha estaba demasiado consumida por el deseo como para negarse. Quería hacerla suya. Suya en todos los sentidos. Que ni siquiera Emily pudiera entrar en aquella burbuja de placer culpable.

    Ella se aferró a las sábanas como si quisiera arrancarlas.

    Dentro. Lento, pulsante. La sensación la abandonó un instante… antes de regresar con más fuerza e intensidad. Gimió. El placer nublaba su mente, entumecía su cuerpo y la saliva se escurría por la comisura de sus labios.


    Nunca esperó verla así.

    Completamente rendida, a ella. A esa chica altiva y orgullosa que puso su mundo de cabeza desde que lo golpeó con su bolso hacía ya cuatro años. Quería ver más. Todas sus facetas. Todo lo que escondía. Quería verlo todo. Apropiarse de ella en toda su extensión.

    Sus caderas chocaban y el sonido obsceno que hacía al revolver su interior se mezclaba con sus jadeos y gemidos, con el olor a sudor y a sexo, con el cuerpo de ella temblando, estremeciéndose, jalando las sábanas y retorciéndose… incapaz de escapar de él.

    Ella no se quejaba. No le pedía que se detuviese. Se aferraba aún más a su cintura con sus muslos, agitaba sus caderas. Su propio interior lo apretaba, como si pretendiese absorverlo. No le hubiera importado morir en ese momento.

    Aceleró. Y aceleró más oyendo sus gemidos, sus jadeos, los suspiros entrecortados que emergían de sus labios. Los gritos. La cama crujía y gemía con ella al compás de sus embestidas. Iba a terminar dentro, lo sabía. Iba a terminar dentro y no solo una vez.

    ***

    Cuando despertó ella ya no estaba. Se había ido. Había regresado a Sinnoh. El aroma a jazmín de su cabello permanecía impregnado en la almohada, en las sábanas. Su olor en todos los rincones de esa habitación.

    Pero solo quedaba el fantasma de su presencia con él.

    Sobre la mesita encontró una nota con una caligrafía regia y burbujeante. Le hizo sonreír. Nostálgico.

    "Siento ser tan estúpida a veces".

    De alguna forma, supo que la volvería a ver.
     
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