One-shot Regret is a song they played it all wrong [Gakkou Roleplay | Anna Hiradaira]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 23 Noviembre 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Escritora
    Título:
    Regret is a song they played it all wrong [Gakkou Roleplay | Anna Hiradaira]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    5214
    N/A: bueno, estuve varios días intentando terminar esta mierda y al final me quedó estúpidamente largo JAJAJA so well, como de a ratos me costó bastante no es que esté 100% satisfied but anyways. Esto se considera canon con respecto al lunes, btw, es básicamente lo que hizo Anna tras salir de la escuela.



    Crazy how life can just move on
    It's a lot to hold on

    Regret is a song they played it all wrong
    I can't remember the pace

    .
    .
    .

    Me le eché a Rei encima de la espalda apenas los distinguí amontonados en la barra. Buscó mis brazos por reflejo y oí su risa acompasándose junto a la mía, mientras se inclinaba hacia adelante y me obligaba a despegar los pies del suelo. Puse cara de espanto y solté un grito ahogado tras flexionar las piernas, prácticamente ahorcándolo para que se irguiera.

    —Eh, eh, idiota, ¡que se me ve todo! —me quejé, aunque sonara de todo menos molesta.

    Me había pegado una ducha cuando acabó mi turno en el gimnasio pero de todas formas no tenía otra muda de ropa, así que había acabado apareciéndome en el bar con unas putas pintas de colegiala que te cagas. Al menos Kakeru y un par de idiotas más también iban con su uniforme, ¿qué iba a salir mal?

    Uno de los amigos de Kohaku se había ido afuera a fumar un cigarro y aproveché para robarle el taburete, acomodándome entre los muchachos.

    —Eh, ¿y mini Ishi? —pregunté, recargando la mejilla en la mano.

    Le eché un vistazo a Kakeru de soslayo y volví a centrarme en Rei apenas un segundo después de hacer contacto visual. Esa sonrisita que le había dedicado definitivamente no era de Dios, ¿verdad?

    Puta cabrona.

    —Dijo que estaba cansado o qué se yo, como sea, se quedó durmiendo. —Se encogió de hombros, echando la cabeza hacia atrás para darle un largo trago a su cerveza y alzó el brazo.

    Seguí el trayecto de su mirada y no tardó en aparecer el Krait frente a nosotros. Recargó ambas manos sobre la barra y se inclinó ligeramente hacia nosotros, como había hecho el sábado. Encontré una chispa de absoluta diversión en sus ojos de jade y me limité a corresponderle la sonrisa.

    —Krait —saludé, sedosa, y extendí la mano.

    Hayato me sostuvo la mirada un par de segundos y podría jurar que se desvió en un pestañeo hacia Kakeru, a mi lado, antes de alcanzarme y presionar los labios sobre el dorso de mi mano.

    —Hiradaira, bienvenida de vuelta~ ¿Lo mismo de la otra vez?

    Ah, no iba a dejarlo pasar, ¿cierto? Que había estado ahí. Mantuve mi atención en él adrede para no buscar las caras de los idiotas que tenía alrededor y asentí, cruzándome de piernas bajo la barra.

    —Iba a pedir sólo una Coca pero eh, qué más da~ Ayuda a dormir, ¿verdad?

    —Y tráeme otra cerveza, Haya —agregó Rei.

    El Krait se fue a cumplir con los pedidos y me incliné de espaldas, sosteniéndome del borde de la barra con los dedos. Miré a los muchachos echando la cabeza hacia atrás, aún llevaba el cabello algo húmedo.

    —¿Todo bien?

    —Todo bien —acordó Kakeru—, ya estábamos preguntándonos si ibas a venir o no~

    —Ah, se me hizo un poco tarde —concedí, riendo antes de erguirme—. ¿Qué hora es? Salí pitando del gimnasio.

    —Cerca de las nueve.

    —Hmm, ya. No podré quedarme mucho.

    La risa baja de Kakeru captó mi atención y deslicé mis ojos hacia él, sonriéndole de perfil.

    —Tengo clases mañana, tonto —agregué, echándole un vistazo a su uniforme—. Y tú también, ¿no~?

    Se pasó una mano por el cabello oscuro y le echó su peso encima a la barra, para verme algo más de frente.

    —Mhm —asintió, risueño—. Pero ¿cuándo nos detuvo eso~?

    Me mordí el labio mientras meneaba la cabeza y me echaba la melena sobre un hombro, el de la maldita marca. Le había pedido base correctora a una colega del gimnasio para cubrirla tras pegarme la ducha pero bueno, esos imbéciles podían sacar radiografía con los ojos si era por notar esos detalles. Estiré la mano para alcanzar su corbata y simplemente deslicé un dedo a lo largo antes de volver a mi lugar. Iba a rayas bordeaux y azul francia, con detalles en negro; bastante fancy, eh.

    ¿Se notaría demasiado si se la robaba~?

    ¿De qué iba? De nada, como siempre. Tenía esta facilidad estúpida para tontear con el imbécil que se me pusiera enfrente como si sólo bastara desactivar un interruptor, y el pobre de Kakeru no quedaba exento de la mierda. Menos si me seguía el juego.

    Subí una historia a Instagram cuando el Krait me dejó la bebida y un minuto después fue un video de Kakeru y uno de los amigos de Kohaku haciendo competencia de chupitos. Era la encargada de documentar cada maldita noche o algo así, puede que sólo fuera mi excusa para alardear mi increíble vida social en las redes. Pura mierda, claro, pero me divertía y rellenaba ciertos vacíos o necesidad de aparentar, supongo.

    Dejé el móvil quieto un rato y le di un trago a mi cuba libre cuando sentí una presencia a mis espaldas. La atención de los chicos viró en esa dirección y vi por sobre el hombro, dando de lleno con un par de ojos cristalinos muy vivaces. Le sonreí.

    —Quebrantahuesos~

    Claro que lo recordaba, aunque se hubiera presentado con otra mierda de apodo. El tipo no reaccionó visiblemente e inclinó apenas la cabeza.

    —Ángel.

    Seguía con esa estupidez, ¿eh? Como fuera, volví a enderezarme y me llevé el vaso a los labios, oyendo de forma algo vaga la conversación que se desarrollaba a mis espaldas. Kakeru lo había invitado, claro, y se había entretenido… ¿con unos encargos? Sí, seguro, guapo.

    Choqué con el jade de Hayato y sonreí por inercia, como me gustaba sonreírle a esos idiotas para mantener intacta a la maldita perra que podía ser.

    —No trajiste a tu amiguita hoy —destacó, mientras secaba un vaso de cuello largo.

    —No~ —Ladeé la cabeza, recostando los antebrazos sobre la barra—. ¿Qué pasa, Krait? No vas a decirme que querías verla~

    Soltó una risa baja y apoyó la cadera de costado para hablarme más de cerca. Yo igual me incliné un poco por reflejo.

    —Lindo espectáculo se montaron el sábado —murmuró, su voz se arrastró prácticamente como un ronroneo grave sobre la música—. Las niñas sí que vienen osadas hoy día.

    Le di otro trago a mi bebida y me encogí de hombros, detallando la madera con la yema de los dedos.

    —Di lo que quieras, Krait, ¿quién conservó la pasta en su bolsillo esa noche, después de todo~?

    —Eh, ¿quién soy yo para juzgar jugarretas ajenas? —atajó, cambiando a otro vaso—. Sólo les aviso que el mismo truco no suele funcionar dos veces.

    —Asumiendo que volveré a traerla a esta pocilga. —Busqué el móvil y lo desbloqueé a tientas, reparando en él para buscar el chat de Emily antes de volver a sonreírle a Hayato—. Pero bueno, que le van a picar las orejas, pobre mi princesa~ ¿Te parece saludar, al menos? Ya sabes, como cualquier sujeto decente.

    Se subió bastante rápido al tren de una cría de dieciséis años, el cabrón, para ser ya tremendo grandulón. Envolvió mi muñeca con los dedos para acercarse el aparato a la boca y yo le di al botón de grabar audio. No rompimos el contacto visual y ya estaba empezando a tocarme los cojones.

    Pedazo de cabrón, ¿por qué tenía que estar tan bueno?

    —Hey, linda, ¿cómo va? Espero que aún no te hayas olvidado de mí~ Aquí estábamos con Hiradaira rememorando buenos tiempos y, va, ¿cuándo te pasas de vuelta por el bar? La casa invita la primera pinta, promesa de boy scout.

    —¿Cuál boy scout? —me reí, aún grabando.

    —Muy bien, ¿qué otro tipo de promesa le gustaría, mi Lady?

    —Hmm, ¡por la garrita!

    Solté una risa algo más infantil y le extendí el dedo índice, a lo que no tardó en estrecharlo con el suyo.

    —Muy bien, aquí ya lo he prometido y Hiradaira puede dar fe de ello así que, venga, ¿cumplirás tu parte del trato~?

    Ya suficiente. Lo envié y me solté de su agarre con un movimiento rápido, no muy delicado, tampoco muy brusco, para devolver el móvil a la barra y abocarme a mi trago. Siempre funcionaba así, me movía a gusto pero de un segundo al otro bien podía reaccionar como si el contacto me quemara. Impredecible, en pocas palabras, voluble. Errática.

    La estupidez siguió corriendo y me dediqué a reírme, beber y conversar; como siempre, vamos. No tenía cigarros, hierba ni nada, y la ausencia comenzó a rayarme incluso debajo de la piel. Puse lo mejor de mí o algo así para resistirme, aunque lo cierto era que nunca había sido la maestra de contener impulsos y, para mi fortuna o desgracia, tenía justo al lado al idiota que no iba a negarme un cigarro.

    Estaba charlando con el Quebrantahuesos y de un momento al otro me incorporé para rodearle los hombros con un brazo. El pelirrojo siempre había estado de pie, frente a él, y cerró la boca para observar la escena junto a una sonrisa floja.

    —Oye, Kakeru —murmuré prácticamente sobre su oído, echando un vistazo a su chaqueta—. ¿Qué traes hoy encima?

    Su mano se había enganchado alrededor de mi cintura casi por reflejo y lo vi soltar una risa resignada mientras rebuscaba debajo de las solapas.

    —Eres una aprovechada —me reprochó, risueño, y me golpeteó la punta de la nariz con un cigarro liado—. ¿Me oyes, Anna? A-pro-ve-cha-da~

    Lo acepté entre dos dedos y le sonreí ampliamente, tan contenta como una chiquilla a la que le han comprado un helado. Tomé su rostro y le estampé un sonoro beso en la mejilla antes de alejarme en un pestañeo.

    —Te la debo, cariño~ En un rato vuelvo.

    Le sonreí a los dos antes de girar sobre mis talones y salir del bar. El aire afuera soplaba bastante frío aunque las callejuelas de Kabukichō lo contuvieran en mayor medida. Dejé caer la espalda contra la pared y no tardé en activar el encendedor, dándole una profunda calada al cigarro. Toda la mierda que Altan me había soltado sobre el tabaco liado en la cafetería acudió de repente y el humo salió despedido junto a una risa fresca.

    Me quedé allí, junto a la puerta, con la mano libre en el bolsillo de la chaqueta viendo a la gente pasar. Algunos observaban mi uniforme de secundaria con más detenimiento pero me daba bastante igual. La música del bar aún rebotaba con fuerza contra mis costillas así que no podría decir que era tranquilo ni nada parecido. De cualquier forma, yo estaba calmada.

    ¿Qué era? ¿Ya había asumido por fin que toda la mierda probablemente se iba a complicar? ¿O que todo había sido una buena ilusión y había devuelto los pies a la tierra?

    Como fuera, no importaba demasiado.

    —Pero qué frío hace aquí afuera~ ¿No te irás a enfermar, ángel?

    Ah, sí, quién más iba a ser. El imbécil que me había dado una cerveza el viernes y probablemente esperara cobrársela.

    Recibí su mirada cristalina con la suavidad que sabía echarme encima y lo seguí mientras se recostaba junto a mí, en la misma pared.

    —¿Por qué no me das tu chaqueta, entonces? —atajé, dándole una calada al cigarro—. Digo, si tan preocupado te trae.

    Su risa a mi lado fue suave, ligeramente gangosa, me recordó un poco a Kohaku.

    —¿Y enfermarme yo? Paso.

    —Eh~ Caballerosidad con límites, ya veo. Bueno, es el mejor tipo posible.

    El pelirrojo clavó un hombro en la pared para girarse hacia mí, lo vi de soslayo sin mover un músculo. ¿Cómo se llamaba? No tenía idea.

    —A ver, ¿y eso?

    Suspiré en una mezcla de hastío y qué se yo, y el humo se escapó hacia el cielo. Lo detallé antes de abrir la boca.

    —Dan bastante tirria los imbéciles que quieren encargarse de todo, ¿no crees?

    —Un poco, sí. —Sentí que alcanzaba mi cabello con un dedo y lo corría de mi hombro—. ¿Hablas por experiencia, ángel?

    Preferí no contestar, o de mi boca probablemente sólo habrían salido mierdas desagradables. ¿Verdaderas? Quizá, quién sabe. Quizás había tenido razón en culpar a Kakeru o quizá no. Quizá sólo había estado protegiéndome de las verdades más desagradables de todas, esas que siquiera lograba imaginar, pero una vez más: ¿quién mierda sabe?

    —Ángel, ángel, ángel. Tengo un nombre, ¿sabes?

    —Lo mismo digo, pero ¿a quién mierda le importan los nombres en este hueco del Inframundo?

    Me arrancó una risa floja y dejé caer la cabeza sobre la pared, para girarme a verlo. Sus ojos eran tan cristalinos como un estanque de agua, aunque bajo las luces amarillentas de Kabukichō todo lucía turbio y opaco. Altan había usado esas palabras, o al menos similares, ¿verdad? Las coincidencias de la vida.

    Me llevé el cigarro a los labios sin romper el contacto visual y le señalé con la barbilla.

    —¿Y esa cicatriz?

    Se palpó el ojo, probablemente por reflejo, antes de rebuscar en los bolsillos de su chaqueta y sacar un habano como el de la otra vez.

    —Ah, ¿esta? —masculló con el habano entre los dientes, encendiendo una cerilla para llevarla a la punta del cigarro mientras le hacía carpa con la mano libre. Sus ojos chispearon—. Una entrega que salió mal, ya sabes. Podría haber sido peor.

    ¿En verdad sería un niño pijo o sólo le gustaría montarse el show? Vestía de camisa, pantalones y chaqueta, fumaba habano y olía a colonia cara, pero bien podían ser puras mierdas robadas.

    —Al menos no perdiste el ojo —anoté, junto a una sonrisa floja.

    —Ciertamente, ángel. Se ha perdido más por mucho menos.

    —Oye, ¿me lo pasas?

    Me observó de soslayo con una nota de curiosidad danzando en su sonrisa y me encogí de hombros. Nunca había probado y bueno, ¿seguir pidiéndole mierdas al pandillero que de por sí buscaba cobrarse sus favores?

    —Cómo no~ Aquí tienes.

    Una maravillosa idea, definitivamente.

    Ya me había acabado el cigarro, de todos modos. Le di una profunda pitada y saboreé el humo dentro de la boca, devolviéndole el habano. Antes de exhalar lo sentí acercarse y me hizo una seña rápida hacia su rostro. Me arrancó otra sonrisa torcida.

    Cómo no~

    Busqué las solapas de su camisa y lo jalé suavemente para lanzarle el humo a la boca. Su estatura era bastante modesta para ser hombre, no debía superar el metro setenta y pude alcanzarlo sin problemas; además, él contribuyó. Prácticamente sentí el ronroneo en su pecho mientras recibía la nube blanca y el cabrón ni siquiera me dejó vaciarme los pulmones antes de estamparme la boca encima. Gruñí apenas pero me acoplé sin problemas, ladeando la cabeza para recibir el peso de su cuerpo y la humedad de sus labios, primero, más tarde su lengua. No fue ansioso, no parecía un animal salvaje desesperado por algo de contacto. Fue, si se quiere, sugerente y ¿apasionado? Qué se yo, tenía toda la pinta de estar disfrutándolo como un campeón. Su aroma a colonia me bañó la nariz y coló la mano dentro de la chaqueta abierta para cubrirme la cintura por sobre la camisa. Era cálido.

    Me separé un par de segundos después, alcancé el relieve bajo de la cicatriz con la yema de los dedos. Sonreí.

    —Por la cerveza y la pitada de habano —aclaré, presionando las palmas sobre su pecho para alejarlo.

    Él meneó la cabeza y soltó una risa divertida, sacudiéndose la melena pelirroja de un movimiento brusco. Se llevó el habano a la boca pero no regresó a la pared, se quedó parado frente a mí. Sus pies se intercalaban con los míos.

    —Te gusta saldar tus cuentas, veo.

    —¿A ti no, cariño?

    —Eh, touché. —Echó un vistazo a los lados antes de regresar su atención a mí; lucía tranquilo—. Vamos a mantener esto entre nosotros, ¿va? No me gustaría romperle el corazón a mi socio~

    Solté una carcajada irónica y me crucé de brazos, viéndolo de arriba abajo. ¿Qué pasaba? Ahora tenía un poco más de ganas de comérmelo que antes.

    —¿No tendrías que haberlo pensado antes, buitre?

    —¿Eh~? ¿Ni una pizca de culpa, en serio?

    Me encogí de hombros, desviando la mirada hacia la puerta del bar. Igual Kakeru no era ningún imbécil, si este idiota cachondo se había pitado detrás de mis pasos no importaba qué excusa pusiera, el retraso lo delataba y de cualquier forma ¿acaso se suponía que me hiciera cargo de sus sentimientos o algo así?

    No necesitaba que me lo recordaran.

    Cuán perra podía llegar a ser con Kakeru.

    —¿Por mi ex? —atajé, meneando la cabeza—. Ya deberías hacerte a la idea de que no soy en verdad ningún ángel, Quebrantahuesos.

    Me tomó bastante desprevenida, en verdad, o quizá debería haberlo predicho por el tinte depredador que empañó su sonrisa de cordero degollado de un segundo a otro. Había alcanzado mi muñeca y me jaló hasta rodear la esquina del bar y ocultarnos tras la pared, en la callejuela que daba a la puerta de emergencia. Mi espalda dio contra el cemento frío y sentí sus labios en la mejilla antes de acercarse a mi oído.

    —¿Y cuándo dije yo que vinieras del Cielo~?

    Se me erizaron los vellos de la nuca, joder, si es que seguía malditamente sensible o algo así. Aún no me había soltado la muñeca y sólo atinó a reforzar el agarre cuando intenté zafarme. Le clavé la mirada encima.

    —Eh~ Pensé que eras un caballero.

    —Lo soy —aclaró, inocente, y su sonrisa se expandió por todo su rostro como el jodido gato de Cheshire—. Pero tengo mis límites.

    Volvió a besarme, seguía sin ser ansioso aunque poco a poco fue cobrando velocidad. La música aún me rebotaba en las costillas y contuve un suspiro traicionero cuando bajó a mi cuello con la clara intención de devorarlo. Su cabello era un poco áspero pero estaba bien, el color lo compensaba y de cualquier forma me daba lo mismo. Me echó el aliento caliente sobre la piel y entreabrí los ojos al escucharlo reírse. Me había soltado por fin la muñeca.

    —Pero bueno, ¿y este trofeo?

    Venga, no necesité más para entender. Me quedé quieta hasta que buscó mi mirada, risueño, a lo que bufé y le rodeé el cuello con los brazos. La jodida base se debía haber corrido entre tanto beso.

    —Es bastante reciente, ángel —agregó, trazando la piel de mi mandíbula—. ¿Ayer? ¿Hoy, quizá? Hmm, pero aquí no fue… —Puso cara de revelación y volvió a sonreírme con aquella nota de genuina malicia, picándome la mejilla—. No me digas que fue en la escuela~

    Ya lo había dicho, ¿no? Tenían un jodido sexto sentido para estas mierdas. Y a todo esto ¿qué edad se suponía tenía este cabrón? ¿Diecinueve, veinte?

    Le rasqué el cabello de la nuca para atraerlo hacia mí y hablarle sobre los labios.

    —¿Te importa, acaso? —susurré.

    —Mera curiosidad, ángel. Soy una criatura muy metiche, ¿sabes?

    —Entonces será mi placer ayudarte a morir con la duda~

    Lo besé una última vez con cierta maña, se enredó en mi boca y prácticamente le succioné todo el jodido aliento hasta que su pecho vibró contra el mío en un gruñido bajo, cuando le aplasté mis senos adrede. Me di por satisfecha y lo empujé de un manotazo antes de salir de la callejuela. No esperaba encontrarme al Krait justo en el lugar que habíamos abandonado hace un rato, fumando. Me detuve en seco al verlo y él me sonrió, golpeteando el cigarro para removerle la ceniza. El buitre apareció no mucho después y se metió al bar como si nada, apenas atinó a guiñarme el ojo antes de desaparecer tras la puerta. Bufé.

    —¿Tan malo fue? —indagó Hayato, con la eterna burla impresa en el rostro.

    Sus jades también lucían opacos ahí afuera. Me encogí de hombros y deslicé mi vista hacia el flujo de gente yendo y viniendo. No tenía muchas ganas de volver adentro, ¿verdad? Hacía las estupideces y luego me pesaban en la consciencia.

    —Normal —solté en tono neutro.

    —Oye, Hiradaira, ¿no que tienes clases mañana?

    Se me dio entonces por revisar el móvil y chasqueé la lengua. Mierda, eran casi las once ya. ¿En qué momento se había hecho tan tarde? Al menos le había avisado a mamá que no cenaba en casa, aunque tampoco había comido nada además de ese pan en el gimnasio. Una dieta realmente balanceada, ¿eh, Anna?

    —¿Sabes su nombre? —le pregunté viéndolo por fin, indicándole dentro del bar con la barbilla.

    —¿El buitre? —Le dio una calada al cigarrillo y me sonrió entre la nube de humo—. Sí, sí lo sé~

    Analicé su expresión en profunda seriedad. No iba a decirme, ¿eh? Hayato era estúpidamente alto para ser japonés, parecía un jugador de la NBA o algo así. Usaba la pared de soporte para estirar las piernas y acabé con los pies intercalados entre los suyos, justo como el Quebrantahuesos había hecho hacía un rato.

    —¿Qué pasa? —repliqué, junto a una risa irónica—. ¿Es un puto protegido de la yakuza o algo así?

    Hayato rió a la par, aunque él sonaba genuinamente divertido. Sostenía el cigarrillo entre dos dedos, cerca de su boca.

    —¿Por qué crees que surgen estos apodos de mierda, Hiradaira? No tengo idea de dónde viene la fijación con el zoológico, eso sí, pero creo que con dos modestos minutos de contemplación cualquiera podría sacarlo, ¿no?

    Bueno, en verdad tampoco perdería el sueño por no saber su nombre; ahora me había surgido otro tipo de duda, una que se relacionaba directamente con las pintas raras que hace un rato me habían hecho ruido.

    —¿Es de aquí? —indagué.

    El Krait balanceó la cabeza, sopesando su respuesta.

    —Se mueve con bastante soltura entre varios barrios, así que diría que sí y no.

    —¿Y frecuenta tan campante nuestros espacios?

    —Hiradaira, ¿piensas que somos un club de pijos o algo? —soltó, junto a una carcajada fresca—. Es un puto bar en medio de Kabukichō, por favor.

    Arrugué ligeramente el ceño, cruzándome de brazos. ¿De qué me había perdido y por qué ese tipo parecía tener, de repente, tanto poder sobre todos estos cabrones?

    —¿Y cómo mierda terminó Kakeru trabajando con él?

    —Por la misma razón que es el hermano del Krait de Shinjuku. —Se detuvo para verme de reojo—. Mala suerte.

    Venga, eso me sentó como una auténtica patada en los ovarios. En líneas generales me daba bastante igual las mierdas donde anduvieran metidos, si se cagaban a hostias o no, pero por alguna razón nunca lo había soportado tratándose de Kakeru; como si fuera frágil o estuviera hecho de cristal. Me pasaba similar con Kohaku. De un segundo al otro recordé la mancha de sangre que llevaba el viernes pasado en el cuello de la camisa y chasqueé la lengua, metiendo las manos en los bolsillos en un ademán algo nervioso. Di con la bolsita de plástico y saqué un caramelo de los que Altan me había dado, lanzándolo dentro de mi boca como si se tratara de una jodida pastilla.

    —No me jodas, Krait —mascullé, viéndome los pies; choqué apenas los suyos en un movimiento vago—. ¿Y no puedes hacer nada al respecto?

    —Eh, ¿debería?

    Su respuesta fue inmediata, cargaba su maldita ligereza usual y con la misma velocidad le clavé la mirada encima. La sostuvo, tranquilo, otra vez entre una nube de humo.

    —¿Qué pasa? —Se me escapó una sonrisa vacía—. Pensé que se estaban llevando mejor y todo, ¿no te preocupa tu hermanito?

    —¿Y te preocupa a ti? —atajó, ligeramente ácido, señalando la callejuela con la barbilla—. Porque no me parecía a mí.

    Mi sonrisa se convirtió en carcajada y él meneó la cabeza, lanzando el cigarrillo al suelo para aplastarlo. No tardó nada en encender otro. Seguí sus movimientos con precisión, en silencio, y lancé el caramelo de lado a lado dentro de mi boca.

    —Qué estupidez —resolví, encogiéndome de hombros—. Esperar algo de ti.

    ¿En serio estaba hablándole así al puto Krait de Shinjuku? No había hostilidad en sus jades, a lo sumo una sutil bruma de seriedad porque, claro, no dejaba de ser una enana de dieciséis años. No sabía si el alcohol me había aflojado la lengua o era la cuota de miedo que aún permanecía conmigo, esa que había estallado al darme cuenta que Kakeru había tomado la decisión de quitarse la maldita vida. El miedo asqueroso y constante de pensar que ya no estaba junto a él, que me había alejado y aunque no fuera mi responsabilidad… si ese chico volvía a intentarlo, si lo lograba, iba a destrozarme.

    En dos.

    Como un jodido mondadientes.

    —Oye, no estoy diciendo que esté orgulloso de algunas mierdas, ¿va? Pero es lo que hay y, qué se yo, al menos intento compensarlo.

    Me llené los pulmones de aire y lo solté de golpe, rascándome las raíces del cabello. Venga, Anna, ¿puedes dejar de pelear con Dios y el diablo por un jodido segundo?

    —¿Cómo ha estado? —pregunté casi en un murmullo, por suerte no necesité especificar.

    —Bien. Mamá ha estado un poco preocupada, y entiendo que se pasa menos por casa y la pasta que se está haciendo puede meterlo en problemas pero… —Bufó con pesadez antes de llevarse el cigarrillo a los labios—. Al menos está en su eje, y ese coloradito parece cuidarlo bastante. Supongo que le agarró algo de aprecio.

    En su eje.

    Asentí, comprensiva. Mierda, era la primera en entender esa mierda mejor que nadie. A veces no son los mejores caminos los que nos enderezan, por muy irónico que parezca, pero así y todo quizá sigan siendo la mejor opción.

    —El buitre me pidió que lo mantenga en secreto —solté, ligeramente avergonzada al notar la mirada burlona del Krait encima mío—. Digo, para que no te vayas de boca o algo. Eres un poco peligroso.

    Arrugué el ceño al oírlo reírse y me hice para atrás como un gato arisco cuando sentí su dedo presionarse sobre mi cuello.

    —Tranquila, no seré el que pinche su burbuja de felicidad. Aunque deberías ocultar mejor eso, o al menos mantener tu diversión más moderada cuando él anda cerca, Hiradaira~

    —No fue ese cabrón —solté en un impulso, y la sonrisa del Krait no hizo más que ensancharse.

    —Pero bueno, niña. ¿Buscas rellenar un álbum o algo?

    Bufé molesta y le hinqué el diente al caramelo, partiéndolo en varios pedazos que comenzaron a disolverse sin demasiada demora. Sabía a limón. Sentía un ligero calor en las mejillas y por eso enderecé mi huida hacia el interior del bar, pero Hayato me llamó y no me quedó más remedio que volverme.

    —¿Qué? —espeté, con las manos en los bolsillos.

    Él se había acabado ya su segundo cigarrillo y se adelantó para hablarme sin tener que alzar la voz, estaba erguido en toda su estatura y tuve que verlo desde abajo. Era un poco intimidante.

    —Ten más cuidado —murmuró, a lo que fruncí el ceño—. Corren tiempos complicados, y aunque te juntes con nosotros ya no tienes la protección de los Boomslangs. Ni siquiera deberías volver sola a casa.

    —Estamos en Kabukichō, Krait, ¿desde cuándo no es seguro aquí?

    —Desde que ves a cabrones como el coloradito paseándose tan campantes. —Su expresión se había endurecido ligeramente—. Todo se fue bastante a la mierda, ya lo sabes, y el nido se llenó de ratas.

    Tragué saliva un poco por reflejo, echando un vistazo alrededor. Mierda, ¿iba en serio?

    —Así que no sólo es el puto Sakura —bufé, llevándome una mano a la frente—. Me cago en todo.

    —¿Qué con el Sakura?

    —Ah, ¿Kakeru no te contó? —Solté una risa sin gracia—. Me fui a la mierda intentando alejarme de los problemas pero acabé metida entre la manada de lobos.

    Los chicos me lo habían dicho, ¿verdad? Al menos Rei. Que era mala idea ir a una preparatoria fuera de Shinjuku. Pero no quise hacerles caso.

    —¿Shibuya?

    —Exactamente. Al menos la hiena y el perro-lobo, pero ya tengo de sobra con esos dos.

    —Qué puta mierda —coincidió, reflejando mi sonrisa vacía—. ¿Los chicos lo saben?

    —Sí, se lo comenté a Rei y Kakeru el viernes.

    No me creía que el Krait fuera a estar preocupado por mí o algo, quizá fuera simplemente el efecto rebote de saber que Kakeru andaría caminando por las paredes o su estúpida lealtad de alfa para con cualquier Boomslang que hubiera pisado el club. Él había sido el fundador, después de todo, había enterrado las raíces y los demás le echamos el agua encima.

    —Bueno, entonces tómate el consejo multiplicado. Ten cuidado, Hiradaira, no te creas la puta reina de nada porque lo cierto es que ya no tienes ni una pizca de la protección que Kakeru te confería hasta el año pasado.

    Fruncí el ceño, sabía que no me correspondía demasiado pero igual me había molestado un poco el tono que usó.

    —Sí, sí, esa protección —me atajé, avanzando—. Fue de muuuucha ayuda.

    —No tienes idea.

    La voz de Hayato me congeló en seco. Había sonado estúpidamente serio y cuando pasó junto a mí, la mirada que me dedicó fue capaz de subirme el corazón a la garganta. Jamás había visto al jade tan frío y opaco.

    —No tienes idea de nada —agregó, antes de seguir caminando—, ni siquiera te imaginas. Así que cierra la puta boca.

    Seguí su espalda por un rato y tragué saliva, soltando el aire que había contenido de golpe. Mierda, ¿por qué de repente se había puesto tan serio? No tenía idea de qué hablaba, claro, pero me hizo sentir como una maldita niña inmadura y malcriada.

    Y en verdad no era otra cosa.

    Volví con los chicos, a mi taburete inicial. Se habían pedido unas papitas y el estómago prácticamente me demandó que las comiera, así que me sumé a ellos y conseguí aligerar la tensión que las últimas palabras del Krait me habían echado encima. Al final volví a casa estúpidamente tarde, eran casi las doce y yo que había pretendido meterme a la cama para diez y media. Revisé el móvil una última vez, ya enterrada entre mis sábanas, y volví a ver las historias que había subido a Instagram. La primera era la foto del invernadero y arrugué ligeramente el ceño, las demás corrieron sin demasiada relevancia.

    Volvía Jez, ¿verdad?

    Bueno, hora de despertar.
     
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