Reflejo

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Cygnus, 1 Febrero 2013.

  1.  
    Cygnus

    Cygnus Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Título:
    Reflejo
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    2054
    Vengo con un long-fic nuevo. Alguna vez intenté empezarlo, pero hice borrón y cuenta nueva.
    Los que conocen mi modo de escribir, no esperen algo común en mí. Cuando comencé a escribir esto (hace unos dos años), intenté experimentar con un estilo mucho más oscuro que el convencional. Si ya les parecía que escribía oscuro, esto lo está tres veces más. Es lo más denso y atmosférico que he escrito en mi vida. Caigo en una narrativa completamente ajena a mi estilo, el cual suele ser de crónica progresiva. La historia que leerán a continuación puede pecar de lenta, de monótona o de inentendible, pero quiero asegurarles que no se arrepentirán si la comienzan. La trama, quizá sobrecargada, es corta y sencilla de entender, todo transcurre en breves lapsos y los personajes prometo que serán amenos, llenos del carisma que, quien me conoce, sabe que les suelo imprimir.
    Sin más, aquí les presento el fic más oscuro de Cygnus.


    ___


    Capítulo 1: Devaneos.


    De pronto, una curiosa araña blanca con múltiples patas enredadas cortó mis pasos y se plantó en mi cara con tesón, sobre mis ojos, y de pronto tuve una importante sensación de asfixia, algo terrible.
    Era una red; había visto varias antes, no sé en dónde, pero no era algo desconocido para mí. Y no fueron muy delicados conmigo ni se hicieron consideraciones; no les importó que me precipitara al suelo y rodara varias veces sobre mí mismo, levantando una polvareda al impacto. ¡Y la red, no podía apartarla de mis ojos! Ya no, en esta condición, en esta nueva condición no podía, ya no sabía. ¡Y sentía la asfixia al punto del agobio febril!

    Escuché pasos atentamente, con la cabeza casi hundida en la tierra. Mi vista no era aguda, pero aunque lo hubiera sido aún, no podía abrir los ojos. Los pasos que oía se aproximaban, apresurados, chocando sus zapatos con estrépito contra las piedras angulosas. ¿Cuántos serían? Mis oídos estaban poco aptos para determinarlo con exactitud; mi olfato se hallaba totalmente inhabilitado, seguro que por la revuelta. Uno de los hombres escupió. Todos me estaban rodeando, lo sabía, me contemplaban en movimiento, y yo estaba tan agitado, incapaz de mantenerme sereno al menos por un instante. ¿Por qué? ¿Por qué me habían capturado? Todos éramos amigos, ¿o no? ¿Por qué? ¡La red, la red en la cara me sofocaba! ¡Que alguien me la quitara! Imploraba piedad con mudez.

    Jadeaba. La red parecía aflojarse, pero los hombres se aproximaban a mi cuerpo, a este cuerpo extraño y desfallecido. ¿Cómo me veía? De forma ridícula, supongo. Pero ya nada me sorprendía, ya nada era raro después de mi proceso y del descubrimiento que, sin tanta sorpresa, me hice al despertar.
    Los hombres que apresan a otros así a la fuerza son los policías o los soldados, en caso de ocupación militar de un país. Pero en aquellos momentos no había guerra, hasta lo que mi intuición me decía, ni los hombres captores vestían con sus tradicionales uniformes de colores verdes. Lo supe, porque al abrir los ojos dolorosamente, noté que sus ropajes eran grises, absolutamente grises, sin ninguna distinción entre sus rostros y la vestimenta.

    ¡Pero qué tonto! No recordaba que ahora todo lo veía gris. No recordaba que ya lo había notado. Había olvidado que no era una sorpresa para mí.

    Y reí de pronto, me divertí con mis pensamientos tontos, zafados, mientras los apresadores retrocedían intimidados. Adelantaron sus manos instintivamente, intentando cubrirse las caras; sus facciones se endurecieron, vacilaban, sus movimientos eran inciertos. Todo lo notaba desde el ardor del terregal.
    Entre flaquezas, uno de ellos se aproximó con cautela y tensó más mi red con un movimiento que fue más llevado por el miedo que por la prudencia. ¡Tanto había de intimidar mi sonrisa, esa que aparecía ante mi diversión! ¡Y tanto miedo infundiría mi risueño actuar, que ellos trocaban por gañidos descompuestos!

    La red, al instante, volvió a oprimir mi prominente nariz. El sufrimiento renacía. Pero no del todo, lo sabía, no ignoraba que venía lo peor, de forma esotérica yo entendía todo, lo vivía otra vez, volvía a nacer, era una víctima. Era un mártir. Iba a sufrir, iba a morir, ¿cómo lo sabía? Entre bruma, vi sangre corriendo por mi cuerpo, sentí su olor junto a mi boca, me desmayaba y mi mente se separaba de mi cuerpo desahuciado, fallecía en fin. Los pasos volvían a aproximarse.
    ¡Todo era tan gris!

    Pero… pero la red era tan blanca… Y esos zapatos que resonaban a mi alrededor eran tan negros… ¡Y el cielo, esa bóveda luminosa se volvía azul, decolorándose gradualmente, y luego gris, y luego caía sobre mí en un estruendo, y las nubes estallaban como bombas, y yo volvía a sangrar, y volvía a morir! ¡Gris, gris, gris, todo tan gris! ¡Todo era un horror! ¡Quería salir de la trampa!

    Y luego, con ademán de resignación, agitaba la cabeza, y el olor desagradable de la sangre desaparecía, y mis heridas sanaban, y mi cuerpo estaba limpio, pero lleno de tierra, y los zapatos negros a mi alrededor pateaban las piedras, y la red blanca me reventaba la nariz, y yo jadeaba, me convulsionaba dentro de mi mente, y mil pensamientos resurgían desde las cenizas de la confusión ejecutando una danza mortífera. Mi historia, mi pasado, mi ayer, todo lo estaba derramando por los poros, cada segundo recordaba menos y enloquecía más.

    —Tiene rabia —escuché a mi izquierda, arriba.
    —¿Cómo lo sabes?
    —¿No ves su saliva espesa? ¿No ves la espuma blanca?

    Y volví a cerrar los ojos, presa del pánico y del aturdimiento cegador; quería olvidar y recordar, no saber nada y saberlo todo, mi pasado, lo que yo era; quería todo a la vez, quería todo, quería nada. Con esfuerzos veía mis manos, estaban ahí en su lugar natural, pero eran diferentes, no eran manos normales, no eran mis manos. ¿Qué les había pasado a mis dedos? ¿Quién los había cortado?

    —No es rabia. Es locura —intervino un tercero.
    —¿Locura?
    —Locura canina.
    —No puede ser.
    —Pero existe. No somos los humanos los únicos seres con mentes embrolladas.


    ¿Locura canina? ¿Canina? Lo de locura no me sorprendía, porque estaba loco desde que desperté hoy por la mañana, ¿pero canina? ¡No estaba soñando! ¡No tenía un complejo psiquiátrico! ¿Pero canina? ¡Realmente era un perro, mis sospechas quedaron constatadas! ¿Pero por qué? ¿De dónde? ¿Desde cuándo?

    Me inquietaba sobremanera el darme cuenta que tenía un pensamiento sumamente arraigado en lo más profundo de mi mente, y era una creencia inverosímil que en este extraño cerebro canino se aferraba con dureza…

    No, no siempre fui un can, no lo creía, no era posible, no siempre lo fui, me mareaba, ¿desde cuándo cambié de cuerpo? ¿Desde cuándo no soy yo?
    Tenía un pasado, una historia borrosa, pero era como una tormenta de nieve que me ofuscaba la visión, y no podía recordar nada, por más esfuerzos que realizara, por más que maquinara un poco más allá de lo que aquel día por la mañana. Si desde siempre fui un perro, ¿entonces qué había comido un día anterior, qué había cenado, qué había hecho antes de dormirme? Esa clase de preguntas las retorcía en mi cabeza como trapos, y es que no, no podía recordar nada de mí que fuera antes de despertar esa misma mañana.

    ¡Pero por Dios, sólo pedía que me quitaran esa red arácnida, ese laberinto blanco del rostro!
    Me di cuenta que jadeaba, que mi monstruosa lengua colgaba, y se apretaba singularmente contra la malla.

    —Llévalo, llévalo.
    —¿Yo?

    Bufé con desesperación. No quería escuchar las conversaciones de los hombres que me rodeaban, pero era inevitable; de haber podido taparme las orejas lo hubiera hecho, pero mis manos estaban tensas en la red.
    Tenía lastimado el cuerpo por la caída brusca, por la revolcada sobre las rocas angulosas y por la malla blanca que ceñía mi rostro, pero me lastimaba aún más mi mente, que parecía que bailaba dentro de mi cabeza, de mi ser, y las situaciones confusas que gestaba imaginariamente me traspasaban como cuchillos punzocortantes, y yo enloquecía.

    —¡Sí, tú, holgazán! ¡Recógelo, que no te pasará nada! ¡No muerde, la red le ha asegurado las fauces!

    Intentaba yo enderezar las orejas picudas, pero era imposible, estaban entalladas bajo la trampa. Había varias voces de hombres cortando el ambiente; la más potente insultaba y daba órdenes como si en ello se le fuera la vida.

    —¡Súbelo, súbelo al camión! ¡Arrástralo! ¡Vamos, holgazán!

    Y todos los diálogos eran prontos, juntos, las voces se atropellaban y herían mis oídos, demasiado sensibles a mi parecer.
    Como un bulto tirado por un trineo de fuerzas descomunales, sentí que me jalaban con una cuerda, bien atada a la maldita red; mi cuerpo parecía desbaratarse mientras se arrastraba con cada golpe que me daba en las piedras. No fue un tramo largo, pero yo no tenía conciencia de nada, ni del espacio ni del tiempo.

    Aparentemente, mis cavilaciones fueron prolongadas, pero desde mi captura hasta el momento en que me arrastraban sólo había transcurrido cerca de un minuto, como máximo. ¿Pero un minuto? ¿Cómo un perro como yo tenía noción del tiempo, con esas medidas propias de los humanos? ¡No cabía duda que yo era un perro singular!

    No puse resistencia en fin; estaba cansado y además, este nuevo cuerpo lo sentía un tanto decrépito. Ni siquiera gruñí cuando me levantaron para subirme a esa caja gris del camión, ni cuando el hombre que tiraba de mí me lanzó como un peso muerto dentro de una comprimida jaula de rejas oxidadas.
    Tardé en incorporarme, y al hacerlo, noté que mi cabeza daba contra el techo de la jaula.
    La mano del hombre, embutida en un guante de piel, se introdujo entre dos barras, y con unas tijeras con las que bien podría cortarse el césped del jardín, fue trozando poco a poco la ceñida malla que me oprimía. Sólo acabó con los hilos que prensaban mi rostro, quedando con una gran sensación de libertad. El aire entró a mi nariz.

    —Vamos, amigo, ahora puedes respirar mejor. Termina el trabajo —sonrió el hombre frente a mi prisión.

    Con mis fauces, lentamente fui deshilachando el resto de la red que cubría mi cuerpo.
    No me gustaba la idea de ir en un camión oscuro lleno de cosas raras, ¿a dónde me llevaban? Sentí un escalofrío que me recorrió por completo, llenándome de miedo auténtico. El hombre tenía mirada gris. Afuera del camión, entre la luz cegadora del día, dos hombres más dialogaban a gritos, divertidos insultándose mutuamente, pero no los veía, sólo escuchaba sus voces roncas y desagradables. Cerré mis ojos, mi mente estaba destrozada, incapaz de seguir intentando indagar más en la oscuridad tétrica de los misterios.

    Carraspeé grotescamente, pero no exhibí movimiento alguno mientras mi captor analizaba otras jaulas contiguas y frontales a la mía. Probablemente habría más criaturas dentro de ellas. ¿Otros perros?
    El hombre afirmó su gorra con rapidez, que se le resbalaba por la frente; unos ligeros rayos de luz provenientes del exterior que se colaban por un agujero del techo denotaban que sudaba en la cara y entre el cabello, demasiado corto.

    Mis ojos giraron de un lado a otro; la puerta trasera del camión continuaba toda abierta, lo que mataba las tinieblas parcialmente.
    Había vida fuera de mi nueva prisión.

    Alguien abrió la puerta delantera del camión, y luego una brutal sacudida de mi entorno me indicó que una persona se estaba acomodando en el asiento correspondiente al conductor. Otra lo imitó, sentándose en el lugar contiguo.

    —Nos vamos —dijeron desde la cabina.

    El hombre que me había enjaulado terminaba su revisión tan singular y se preparaba para bajarse. Habría de instalarse enfrente también, en la banca de la cabina. La caja del camión les correspondía a los animales.
    Enrollé mi lengua, porque ésta colgaba de mi hocico con una longitud tremenda. Moría, entre otras cosas, de sed.
    El joven dio un salto desde la puerta y pronto se halló en el exterior.
    Inhalé lento, porque pronto iba a extraviarse el resplandor externo.
    Así fue. Dos puertas se cerraron a la par, bañándome en un mar negro de calígine, con oleadas de soledad.

    ___

    Saludos, y gracias de antemano.

    PD: Publicado en el foro de CP hace un par de años, bajo el mismo pseudónimo y título.
     
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  2.  
    Lexa

    Lexa Fanático

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    Aquí estoy! Gracias por invitarme ;3

    Muy interesante, cisne. Me quedo con muchas dudas, demasiadas a decir verdad. Pero poseo paciencia así que veré como se desarrolla la historia con calma. Fue un buen comienzo, capaz de atrapar el lector ya que nos quedamos con la típica pregunta "¿Qué paso?" Me es muy raro leer los pensamientos del animal, pero él también se haya muy confundido y hasta sorprendido. ¿Acaso fue humano? ¿Será un sueño? ¿O tal vez si es un perro singular? Jé, ya veré de qué se trata esta nueva idea, cisne. Supongo que el animal va a una perrera....

    Este primer capítulo me recordó a aquellas películas dónde los animales hablan y eso, asdfgh~ x'D No noté errores y la narración muy fluida como siempre, aunque no sentí la desesperación del canino, no sé, quizás no estoy en mi mejor momento, pero no me llegó :c Igual me ha gustado el capítulo y espero la continuación, seguiré la historia.

    Saludos.
     
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  3.  
    Kai

    Kai Usuario VIP

    Géminis
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    No tengo taaantas dudas, bueno, sí las tengo. Se debe a que leí esto cuando trataste de empezarle antes. Equis.

    Tu narración, simplemente la amo. Haces que uno esté al lado de éste can, o a la par de él. Logrando transmitir de forma completa el cómo se siente, las metáforas son únicas, como siempre.

    Como Ale, recuerda a películas donde se ve mucho la humanización, y quizás este sea el caso para usarlo más abiertamente, es decir, siempre son una buena alternativa de darle una enseñanza a quien las ve. Y sé que esté será más profundo, puntos quizás que tenga que leerte nuevamente para revelar algo más.

    No sé, no sé. Siento el comentario un poco escueto :c Aasdf, saludos.
     
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  4.  
    Kleopack

    Kleopack ♔ InFinyTis ღ

    Capricornio
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    ¡Hola Cisne Original!

    Perdóname por contestar tan tarde, pero me surgió algunos problemas con mi vida y pues últimamente no me he fijado en los escritos que me faltan .En fin aquí estoy y acá están mis palabras para ti...

    Bien chico, primero que todo tuviste una buena paciencia para escribir o seguramente tu mente es extraña e interesante ya que historias como esta muy pocas he leído y eres el primero que me lo invita y eso se le agradece de cariño.La otra parte es que estuviste bien narrado cada escena y la parte constructiva para el lector, si tiene mucho que ver con ciertas series, películas pero así es mejor y a uno como lector le queda mejor ya que la mente se convierte en nuestro propio drama, tú hiciste un Drama fantástico diría yo, pero no sabes como fue mi mente, así que mi drama fue un 80% positivo y agradable para mi.Gracias por eso.

    Ahora bien nos vamos para el escrito. Según mi querida Aleja está muy bien redactado y deja grandes dudas sobre ello, y seria muy genial que con rapidez posible pusieras el segundo capitulo, ya que si empezaste muy bien con el primero seguramente el segundo va ser ¡Impactante!, bueno,bueno lo siento por mi animo pero gracias de nuevo por invitarme ,por que no sos de eso de "Chico Spam".

    Para terminar te dejo en claro que iniciaste muy bien tu trabajo, además le diste un toque de interés para que los lectores se sientas augusto con esta historia, y que el desarrollo sea lo mejor para que el final quede más que lo anterior.

    Me despido de usted amablemente,y gracias por todo cisne Original.
    Se cuida, y espero leerlo nuevamente.
    *-*
     
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  5.  
    Cygnus

    Cygnus Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Alessandra Stavros kleopack
    Pues aquí les dejo entonces la segunda parte, es un gran gusto que haya sido de su agrado, disculpen la monotonía del relato pero por ese entonces así quise que fuera, espero que no les resulte demasiado aburrido, porque todo el fic va así arrastrándose, y la trama se va revelando poco a poco. Mucha de ella debe quedar a imaginación del lector.
    Es un fic surrealista, a diferencia del otro que estoy escribiendo; podrán notar un poco de fantasía lo cual no va mucho con lo que suelo hacer pero quería darles simbolismo.
    Muchas gracias por leer, a ustedes sobre todo, y a los que pasaron y le dieron like ;)
    Sin más, aquí está el segundo capítulo, espero que les guste =)





    2. Alianzas Hostiles.




    El motor en marcha resonaba con un vibrar mortífero, como un tornado fantasma que arrastraba desagradables ruidos a su paso; y lo que yo más deseaba era el silencio total.

    Nada de tiempo había contado para meditar sobre mí y mi misterioso trance, el cual me roía interiormente, traspasándome el sosiego de forma violenta. ¿De modo que era cierto que yo era un perro? ¿Y desde cuándo? Por una misteriosa razón, mi condición actual me parecía demasiado ajena, misteriosa, como si repudiara mi propia especie, sintiéndome de pronto antinatural. Eran sensaciones que me causaban repugnancia, pero los evocaba subconscientemente, y la sangre de mi cuerpo se helaba y se compungía a su tránsito.

    El mayor problema que se contemplaba es que yo no recordaba absolutamente nada de mí, ni de mi historia, ni siquiera mi propio nombre, por más intentos que hiciera, a la postre fútiles. Una nube negra disipaba mis memorias desperdigadas, y se plantaba en toda su amarga extensión sobre mi mente, evitando con ello que yo pudiera acceder a mis recuerdos, incluyendo los más recientes. Una gran laguna negra mancillaba mi ser, mi alma, me mordía por dentro.

    Sólo tenía un recuerdo que, como tinta fresca, aún podía rememorarlo: el de hacía unos minutos, cuando sólo había despertado de un largo sueño con el curioso instinto de correr, al verme perseguido por esos tres hombres uniformados que descendieron del camión. Fue un pensamiento instantáneo, que no dio tiempo de concientizarlo, sólo mis patas se desplegaron y comenzaron a andar a toda velocidad, aterrado con las figuras humanas que intentaban darme alcance con esas redes, que de cierta forma extraña, las consideraba tan familiares. Sus miradas ya denotaban cansancio en extremo. Habían tardado un largo rato en darme captura, con una de aquellas redes espeluznantes, y luego todo quedó como un recuerdo apergaminado, apretado mínimamente en la más lejana esquina de mi mente: la subida al camión, el aprisionamiento en esta jaula y la vagancia de los recuerdos.

    Antes de eso, simplemente no había nada. ¡Nada! Mi mente estaba blanca como la nieve, intentando escudriñar en cúmulos de polvo y en corrientes adversas, era inescrutable, como tratar de nadar en una fosa seca. Por más que me esforzaba, por más que intentaba hacer el mejor uso de mis facultades mentales, nada servía, ninguna técnica que estimulara mis memorias, y yo enloquecía más a cada paso.


    Mis orejas vibraban con el ruido del motor. No sé si alguna vez tuve otro tipo de orejas, pero éstas me resultaban particularmente incómodas. Sintiéndome un completo mentecato sin remedio, como quien resuelve algo de forma inconsciente, comencé a dar vueltas delirantes dentro de mi reducida prisión, jadeando al no encontrar saliva, con mis ojos desorbitados, con la vista ofuscada, bramando, al borde del desvarío ante el claustro.

    —Hey, amigo.

    Me golpeé de repente contra una de las rejas en la cabeza.

    —¡Amigo! Cálmate, con tu proceder, será difícil que puedas liberarte. Aún no es el momento.

    Esa voz, demasiado cercana a mi ser, me hizo detenerme. No era una voz hosca o álgida, como la de los humanos; era una voz agradable, de tono medio y, probablemente, de intenciones inocentes.
    La presencia habló con claridad.

    —Eso, qué bueno que te has detenido. Mira que puedes lastimarte si sigues dejándote llevar por las sendas de la amarga locura.

    Como la oscuridad reinaba en el ambiente, no pude más que distinguir una tosca silueta a un metro de distancia, enfocando lo más que podía. Se encontraba del otro lado de mi jaula, y era un perro, quizá igual que yo.
    Pero encontrarme acompañado fue sólo la primera de mis sorpresas.

    —Hace un par de meses murió un perro, cuya conducta se asemejaba bastante a la que hoy presentas —intervino otro de los perros, con voz un tanto chillona, desde el otro extremo de la oscura estancia.
    —¿Qué? —sólo acerté a preguntar, mientras volteaba al sitio de donde había provenido esa segunda voz.
    —No le hagas caso —me aconsejó el primero—. Ese vago de Kun… Sin duda, una compañía peligrosa.
    —¿Peligrosa? —reprochó enseguida el otro, con el mismo tono que hería los oídos—. No más que tú, debo decirlo. Es apenas la tercera vez que la perrera me recoge.

    Me pareció que tosía, para recalcar su respuesta que consideraba triunfal.

    —Y conociéndote, Kun, pronto volverás a escapar de prisión y quedar en libertad —rió un tercero.

    Yo comencé a inquietarme. No sólo no estaba solitario, sino que había una multitud considerable de canes rodeando mi jaula. ¿Qué era lo que estaba sucediendo?

    —¿Quiénes son ustedes? —pregunté, ya desesperado—. ¡Ayúdenme a salir de aquí, por favor!
    —No seas ridículo —reprochó enseguida una voz horrible, que me hizo tiritar—. ¿Te burlas de nosotros, o eres tonto? Todos estamos apresados en sendas jaulas.
    —No debes ser tan duro con él, Brutus —intervino luego alguien—. Después de todo, parece que es nuevo en esto, y es la primera vez que la perrera lo captura, por lo que veo. Seguro era perro de familia.
    —Sí —dijo mi compañero de la jaula de la izquierda—. No debemos ser malvados con los nuevos. Todos hemos pasado por esta situación en algún momento de nuestras vidas, así que tratemos de ser un poco comprensivo.
    —Cállate, Eddie —le dijeron dos voces al unísono.

    Entonces me di cuenta que, en efecto, tenían razón. Con el ralo haz de luz que traspasaba el techo del camión, observé que había al menos diez o quince jaulas a mi alrededor, aunque quizá no todas se hallaban ocupadas. Sólo distinguía barrotes y más barrotes oscuros por doquiera que volteara.

    —Estoy confundido —confesé de repente.
    —Es normal, es normal —contestó el primero que me había dirigido la palabra, que se hallaba en la jaula de la izquierda a un metro de mí—. Pero no debes preocuparte tanto ni tomártelo tan a pecho, esto de la perrera casi nunca es real, por lo que he vivido y lo que me han contado de fuentes importantes. Mira, existen muchas amenazas de los humanos, que nos van a llevar al claustro final donde hemos de pasar el resto de nuestras vidas, y corren diversos mitos por las calles de la ciudad, de boca de los perros más ancianos del vecindario, sobre todo cuando tienen intención de asustarnos a nosotros, los jóvenes, para que nos comportemos debidamente y no andemos vagando así por donde sea. Casi todas las cosas que te dicen son falsas, así que te recomiendo que no creas todo lo que oigas. Mi nombre es Eddie, por cierto, y como verás, no es la primera vez que me capturan estos locos desgraciados. ¿Cómo te llamas tú?

    La pregunta de Eddie quedó en suspenso, porque de primera instancia no supe qué responder. Además, no estaba con ánimos de entablar una conversación, ni de hacer amigos en un momento tan amargo y crítico para mí. Prefería escuchar lo que entre ellos se dijeran, e ir entendiendo poco a poco las circunstancias que me rodeaban. Comenzar a hablar como si tal cosa era algo absurdo.

    —¡Dinos, no seas tímido! —me apuró el de la voz punzante, al otro lado de la estancia—. Como escuchaste, a mí me llaman Kun.

    Respiré una bocanada de aire, pesado como plomo, que me cayó mal al estómago.

    —No es que sea tímido, es que no recuerdo mi nombre, si es que alguna vez tuve uno.

    Mi respuesta fue un rayo en el desierto, todos enmudecieron.

    —Es un caso bastante común, si me permites opinar —dijo al fin una voz de hembra, suave como la brisa, justo al frente de mi jaula—. De hecho, la mayoría de los perros que llegan acá ni siquiera fueron bautizados nunca, y no formalmente, sino que no tienen ni una forma en cómo los llamen. Tristemente, a veces son los cachorros los que más recogen los humanos de las calles, esos que fueron abandonados por ser los más débiles de la camada, ¡qué pena da eso! Pero de alguna manera debían llamarte tus familiares, amigos o conocidos, ¿no es así, amigo?

    La voz de la hembra, tan sutil, tan nívea, pero a la vez tan directa y claridosa, terminó de turbarme. No podía verle el rostro en esa penumbra.

    —Pues… yo… yo…
    —Déjalo, déjalo, bomboncito —se burló un perro de horrible risa; en vez de sentirme de cierta forma protegido, me tensó aún más su intervención—. El pobre ni siquiera tiene familia o amigos. Debe ser un relegado de alguna jauría.
    —Brutus, sólo estoy intentando ser amable con él —respondió la hembra de la voz agradable—. Después de todo, es nuevo y necesita compañía, y amigos.

    La compañía y los amigos de los que hablaba ella no me parecían en absoluto agradables. Todos se veían como canes corrientes, realmente callejeros que nunca tuvieron ni un poco de cultura. No sé si yo sí, alguna vez, pero me resultaban particularmente despreciables. Sin embargo, esas conversaciones que tenían lugar entre los tumbos del camión, me hacían distraerme un poco y olvidar en pequeño grado mis preocupaciones, además de controlar mis delirios.

    En fin, detectaba unas diez presencias en el camión, por los movimientos y las voces. Seguro habría no quince, sino unas veinte jaulas en total. Al menos, la de la izquierda la ocupaba Eddie; la de la derecha aparentemente se encontraba vacía.
    Los ladridos aumentaban, la sonoridad cobraba terreno, la oscuridad era progresiva, como si el camión entero se hubiera hundido en un túnel. El ruido me turbaba de forma incesante.

    —Brutus, ¿cuántas veces ya te han atrapado? —escuché esa pregunta lanzada entre el barullo, evidentemente de parte de algún aburrido.
    —Ocho veces, Quino, ocho veces, con ésta. Y de todas he escapado sano y salvo, sin ningún rasguño y sin que ningún humano idiota se haya percatado. Más que nada, ir a la perrera es un desafío para mí, un reto nuevo que hay que cumplir. Y a mí, Quino, me encantan los retos.
    —¿Ocho veces? ¡No inventes! —exclamó estupefacto Kun.
    —¿Qué te hace pensar que invento, rata? —preguntó Brutus.
    —¿Ocho veces, en serio? ¡Tienes que darnos clases sobre cómo escapar! —insistió el de la voz lacerante.
    —No doy clases ni revelo mis secretos —masculló el perro—. Si gustan, yo voy a conseguir un camino para que huyan todos, pero solamente eso.
    —¿Haces túneles? —se interesó Kun.
    —No revelo mis secretos, he dicho, enano.

    Y resopló, grosero.

    —Todos creerán que son expertos en escapar —continuaba diciendo entre dientes—. Pero realmente nadie tiene más experiencia que yo. Para huir, sólo necesitan hacer lo que yo les diga.

    Y el perro tosco reía con estruendo; con tanto, que las puertas del camión retumbaban al compás de su voz.

    —¿Entonces todos ustedes ya se conocen? —inquirí.
    —Yo conozco prácticamente a todos los perros callejeros del vecindario —dijo Kun enseguida, sin contenerse a guardar silencio—. Hay que aceptar que nuestra zona es grande, pero supongo que ya casi todos hemos estado en la perrera. Y como comprenderás, es un lugar muy interesante para hacer amigos.

    Sentí un escalofrío repentino y fugaz desde todos los puntos de mi cuerpo hasta mi corazón, y me alboroté por un momento de una forma indescriptible. Hacía frío, sería sólo eso.
    Tosieron en la jaula de la izquierda, seguro Eddie estaría enfermo. Yo también, después de todo, pero intentaba controlar mi mente salvaje, que parecía que echaba fuego dentro de mi cabeza. Mis ideas rampantes no encontraban ruta para cabalgar; un mar de arena aparecía como un suspiro dentro de mi mirada, y yo agitaba la cabeza para alejar todos aquellos pensamientos que pudieran propenderme otro desvarío.

    —¡”Sin Nombre”!

    Agudicé mi vista, las jaulas ahí seguían.

    —¡”Sin Nombre”! ¡Hey, loco, te estoy hablando! —dijo Quino.
    —¿Eh?
    —Tienes problemas mentales, ¿no es así? —rió el mismo—. Ya lo noté, estás loco. Vamos, que no es para tanto el asunto de tu captura. No puedes morderte la cola tú mismo por esto. Tómate la vida más a la ligera, amigo, no puedes enloquecer y enajenarte por esta tontería, como diciéndoles a los humanos que estás vencido a sus pies. No, ésa no es la actitud de un perro, al menos no la nuestra, los del vecindario. No puedes avergonzarnos de esta manera, amigo, porque aquí nosotros no le tememos a nada, ni a la captura, a las riñas, a los humanos, ni siquiera a la misma muerte. Me da pena verte ahí temblando, como loco que estás. No hay que tenerle miedo a nada, ¿no es así, chicos? Vamos, respondan.
    —¿Qué es lo que quieres? —le corté, enfadado, con desdén evidente.

    De pronto escuché una multitud de siete u ocho perros riendo alborotadamente, Brutus de corifeo.

    —El nuevo tiene su carácter —bramó éste, divertido.
    —Ese chico me da miedo, mira cómo tiemblo —opinó otro, irónico.
    —No tienes por qué enojarte, amigo —me dijo despacio, entre el ruido, la hembra, cuya jaula estaba frente a la mía—. Diviértete con nosotros y no busques problemas, te lo recomiendo.

    La jauría de estúpidos continuaba riendo, pero el “bomboncito”, como Brutus acostumbraba llamarle, era un poco más seria en su hablar, y en esas palabras no detecté vicio alguno.
    Quino se aclaró la voz.

    —Quería hacerte una pregunta, eso es lo que necesitaba, pero no me vayas a comer.

    No respondí; respiraba entrecortadamente, aguardando mi furia, conteniendo mi espíritu. Ahora resultaba que todos me tenían como objeto de burla y de mofas.

    —¿Qué edad tienes, perro? —inquirió.
    —Bueno, yo… —balbuceé—. La verdad…
    —Sí, la verdad —me interrumpió Kun, riendo, como siempre, sin poder evitar meter sus palabras sucias en las conversaciones de los demás—. Di la verdad, aunque no te favorezca. Casi todos los que llegamos a la perrera somos jóvenes, ¿lo notas? Pero tú… Tú eres un completo viejo, honestamente.

    Las risas se redoblaron, retumbando en las breves paredes del camión, pero esta vez las escuchaba lejana; ya no experimenté la sensación de pena, ni pensé en ocultarme en un hoyo y enroscarme con mi propia cola. Ya no, porque mi mente estaba interferida con otro pensamiento más fugaz y amplio. Estaba ensimismado con mis impresiones nuevamente, y ¡oh, contrariedad! Ni siquiera tenía idea de mi edad actual. Eso era ignominioso. ¿Cuántos años se supone que ya había vivido? ¿Qué diablos le pasaba a mi memoria?
    Seguro hube de poner un rostro muy gracioso al intentar recordar datos, porque siguieron mofándose de mí durante un tiempo más.

    —El viejo ni siquiera se acuerda de su edad. Vaya idiota —escuché que murmuraba Brutus, y continuó atacándome con flechas venenosas—. ¡Vamos, sigue agitando la cabeza así, tonto, a ver si de esa forma tus dos únicas neuronas hacen contacto y piensas!
    —Deja de decir sandeces —lo reprimió la hembra.
    —Bomboncito, tú siempre llevándome la contraria —reprochó con desgano el perro zafio.
     
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    Lexa

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    Lamento la tardanza :x En fin, aquí estoy.

    Jé. El capítulo me gustó, se me hizo divertido. Me gusta la manera en que se desarrolla la historia, el ambiente y los personajes. Yo siempre disfruto esas películas donde los animales hablan, se me hacen tiernas y divertidas x'D Así que me estoy disfrutando tu historia. La actitud del "sin nombre" me gusta, aunque me da mucha lástima por lo que está pasando, y sus compañeros que no ayudan en nada. Pero bueno, algo bueno se sacará de todo eso. Y ya me quedó claro de que es un perro que simplemente no recuerdo su pasado por "x" motivo, que he de suponer que se irá revelando a medida que transcurra la historia. También me gustaron las actitudes de los perros, tan ciertas y reales. Como dije, me lo disfruté. Me reí. Me gustó.

    Saludos.
     
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    Cygnus

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    Alessandra gracias por tu comentario, ahora eres la única... Pues me alegro que te divierta, en su tiempo este fic fue criticado mucho por mis lectores de entonces, ya que lo consideraban poco realista por el hecho de que los animales hablaran. Qué bueno que tú le ves la forma divertida. En mi caso, sólo le veo la forma simbólica.
    Muchas gracias, espero que te guste el siguiente =)

    kleopack Stavros las etiqueto por si acaso (?)






    Capítulo 3: Oscura Mutualidad.



    Encontraba a mis nuevos compañeros bastante desagradables. Al fin, no eran más que perros callejeros, y como ellos debían ser tratados, no había más. ¿Perros callejeros? ¿Como yo, en fin?

    Me turbaban sus risas penetrantes, sus comentarios oscuros, sus brillantes y grotescas miradas, que resaltaban desde la penumbra gracias al avaro rayo de luz que se filtraba apretadamente por el techo. No tenían otra cosa qué hacer más que bromear, restándole importancia al presente, viendo su captura como algo cotidiano, vago y sin importancia, como si en cualquier momento tuvieran asegurado su escape, como si se estuvieran divirtiendo y fueran a un paseo. Era verdad que yo no entendía mucho sobre lo que estaba pasando a mi alrededor, pero al menos juzgué que el comportamiento de los humanos, y su actitud intolerable era la raíz de un gran problema que se avecinaba impetuosamente, como una tormenta imparable, y el sufrimiento estaba claro y por demás dicho. Nos llevaban a la perrera, al callejón sin salida, al camino sin fin. No tenía una verdadera esperanza de poder escapar como bien alardeaban estos supuestamente experimentados compañeros que tenía a los lados. Después de todo, algo muy dentro de mí me indicaba que una perrera no era un sitio para ir a jugar, que era un claustro severo y que había mínimas posibilidades de siquiera salir con vida de ahí.

    Carraspeé en silencio, y oculté mi desolación lo más que pude, arrinconándome más en mi jaula de acero, sintiéndome una completa víctima, como en verdad lo era. Iba a morir… nuevamente. Como si apenas acabara de nacer y ya me estuvieran privando de la vida. Los humanos, definitivamente, cometen un sinnúmero de injusticias contra todo aquel ser que evidentemente esté en desventaja marcada ante sus atrocidades. Nos iban a matar a todos, ¡así sería! No iba a creerles los cuentos a estos miserables que se regodeaban, cada uno alardeando sobre sus cualidades de agilidad y destreza, aquel otro contando sobre la vez que escapó saltando la cerca de púas, y luego el otro que fanfarroneaba diciendo que nadie podía escarbar más rápido y más silencioso en la tierra que él, como lo había hecho para fugarse de prisión agujerando la parte baja de su reja.

    Sus pláticas me daban náuseas. ¿Cómo creerles? ¿Cómo confiar en que ese presumido de Brutus nos sacaría a todos sin mayores problemas, sin correr riesgos, sólo confiando en él? ¿Quién sabía los dilemas que se nos aproximaban?
    ¿Cómo saber si del otro lado de la perrera no habría un maldito humano con rifle que nos disparara y nos dejara morir como lo que realmente somos, como perros? ¿Cómo saber si no eran unos asquerosos? ¿Cómo saber si no eran unos desalmados con nosotros? ¿Por qué tendría que confiar en él? ¿Por qué no desesperanzarse de una vez?

    Era una locura. Perder el juicio incluso antes de llegar a nuestro destino final simplemente era una locura… una irrefutable locura. ¡Mejor animarse! ¡Mejor dejarse en manos de la providencia!
    ¡Mejor alzar la cabeza! ¡Mejor tomar las cosas con calma y reír! ¡Reír de nuestra calamidad, de nuestro destino, de nuestro patetismo!

    Pero con ellos no. No iba a dialogar con estos cínicos. Con ellos, sencillamente, no. Me había quedado más que claro que yo era su objeto de burla, su hazmerreír. Así que con ellos, no.
    Cavilaciones sin sentido, pensamientos deshilachados, vaguedades, nimiedades, tonterías, mareos inoportunos, dolores, con una razón volátil, con un pundonor inexistente.

    En ésas estaba, cuando me encontré improvisamente con una presencia cercana. Había bastantes, pero no lo suficientemente próximas a mí. ¿Qué acaso la jaula de mi derecha no se encontraba vacía? ¿De dónde proviene esa ronca voz?

    —Amigo.

    Fue en vano girar la cabeza en todas direcciones y obstinarme en mi primer pensamiento; la voz provenía de la jaula de la derecha. Y era una voz profunda.

    —Hola —le dije.
    —Hola —me contestó, con simpleza—. ¿Cómo te sientes?
    —Bastante mal —le confesé, dejándome llevar—. Cualquiera se volvería loco al ser llevado al claustro por una injusticia.
    —Parece que no —dijo—. Míralos a ellos.
    —Ellos han perdido el juicio.
    —¿Ellos? No, ellos no. Saben lo que quieren, por lo menos.

    Intentaba verle su rostro, distinguir algún olor, escuchar algún ruido aparte de su voz que me evidenciara quién era el que me hablaba.

    —No había notado tu presencia —declaré, haciendo esfuerzos por mirarlo mejor, pero el rayo de luz, el único rayo de luz se mostraba ajeno a mis intenciones—. ¿Estabas durmiendo?
    —No hubiera podido dormir en este pandemónium —rió levemente—. Soy bastante silencioso.

    Incluso su voz, que se perdía entre el barullo, era casi indistinguible, y me esforzaba por entender sus palabras.

    —Pero los he estado observando a todos —continuó diciéndome—. Ha sido muy interesante conocerlos desde otra perspectiva. Hablar poco y escuchar mucho siempre funciona para entender a los demás sin prejuicios y con certeza plena.
    —¿Y qué has observado? —pregunté, interesándome repentinamente por el perro que me hablaba desde las penumbras.
    —He observado distanciamientos. Miedo. Aspereza. Cobardía disfrazada. Abusos, aunque diversión verdadera. Pero más que nada, miedo. Huele a miedo, irradian miedo.
    —¿Miedo? Parecen bastante despreocupados.
    —Las presuntas debilidades tienden a enmascararse con varias facetas. Y lo poco que queda originalmente intentan enterrarlo divirtiéndose. Y ahí los tienes. Ríen a carcajadas de sus propias estupideces.

    Hizo una pausa marcada, en la que guardó absoluto silencio. Quizás haciéndolo deliberadamente, pude apreciar que, en efecto, tenía razón. Las risas brotaban de sus gargantas roncas a borbotones.

    —Mi nombre es Niger —dijo.
    —Y yo… bueno, te sonará extraño, pero yo…
    —No digas nada, que ya lo sé. Que no haya hecho ruido no significa que no hubiera estado presente. Y realmente escuché todo. No tienes nombre, ¿correcto? Bueno, no es para morirse de la vergüenza. Somos perros, después de todo, ¿o no? —rió.

    Yo intenté reír también.

    —Eres de una raza inusual —continuó—. Yo también, como quizá puedas notar. Soy un dóberman.
    —Es increíble —contesté enseguida, sin saber por qué exactamente—. Creo que no es común que la perrera recoja a los de tu raza, que parecen ser tan finos. Por los barrios no hay muchos como tú.
    —No hay nadie como yo, exacto —confirmó—. Pero más que avergonzarme, me enorgullece porque soy distinto a los demás.

    Reflexioné un poco sobre mi caso y sobre el suyo, y no pude evitar hacer una delicada comparación mental.

    —Como sea. ¿Ves a ese tal Brutus? Te diré que miente como bellaco —me confesó en voz baja—. Dice que ha escapado por lo menos ocho veces de la perrera. Qué basura. No ha escapado ni tres veces en realidad. Sólo quiere galantear con Arison. En lo personal, repudio en silencio a ese tipo de seres. ¿Qué ganan con mentir, con disfrazar la realidad?
    —¿Prestigio?
    —Falso prestigio, claro —respondió—. Hinchados por fuera, y vacíos por dentro. Qué cosa.
    —De modo que tú conoces a los perros que vienen aquí con nosotros, ¿no? —pregunté—. Kun dice que todos se conocieron aquí.
    —Digamos que sí, los conozco a todos un poco, y ahora más. Siempre los escucho —murmuró Niger lentamente y con desgano—. Pero eso no es lo más importante en realidad. Ahora hay un asunto más duro qué tratar. Todos vamos presos a la perrera, sin remedio… Qué horror. Los humanos, los incomprensibles humanos, no han querido otorgarnos, o mejor dicho, respetarnos nuestro derecho natural de libertad, y ¡mira! Henos aquí, injustamente enjaulados. ¿A ti no te parece una singular aspereza de sentimientos?

    No respondí, realmente estaba pensando sobre todo ello.

    —Es decir, no hacíamos daño a nadie —agregó, cada vez más inspirado—. Los perros… los perros sólo vagamos por ahí, y con eso ya somos unos delincuentes. ¡Zas! A la red, luego a la jaula podrida, luego al claustro grande. Y los humanos son unos benditos, son seres iluminados que purgan la tierra de animales repugnantes como nosotros, los que no tenemos derecho de vivir o de disfrutar a plenitud al viento, al Sol, al aura… Los que tenemos por fuerza que vivir tras las rejas en prisiones oscuras, por el simple hecho de haber nacido perros y no hombres —hizo una pausa tranquila a su monólogo, tomó aire y luego añadió más despacio—. ¿Qué, no te parece una injusticia?
    —Bueno, viéndolo de esa forma…
    —¿De esa forma? —me preguntó extrañado—. ¿Y de qué otra forma se puede ver nuestra situación? ¿Hay acaso algún recurso que haga inclinar la balanza de la justicia a su favor? Amigo, ¡no hay derecho!

    Lo decía con tal convicción, me explayaba actos para mí ignorados, o al menos, tolerados, que hube de asentir convencido a plenitud. Era un gran orador.

    —Tienes mucha razón, Niger. ¡No merecemos este trato!

    Sus ojos parecía que brillaban entre mi cansada vista y la oscuridad. Seguramente sonreía.

    —Míralos ahora —me indicó con simpleza.

    Seguí su consejo y giré mis ojos hacia donde se ubicaban las jaulas aledañas.

    —No veo nada —le confesé, rendido.
    —Claro, lo supuse. Eres viejo, ¿no? —rió Niger—. Sí, lo eres, y tu vista no es óptima. Pero esos oídos… Tus oídos responden con una particular eficiencia, ¿no es así? Incluso puedo asegurar que llega a desconcertarte por la extrañeza.

    En realidad, sentía un profuso silbido en lo más hondo de mis oídos, pero captaba los sonidos a la perfección pese a ello. No obstante, la desesperación de no ver nada ante el nigérrimo ambiente me atrapaba con fiereza; hubiera en verdad osado permutar la pobreza de mi visión por la fineza de mis oídos en aquellos momentos.

    —Sí, los sonidos los escucho con notable excelencia.
    —Ya veo —me respondió enseguida—. No son malos compañeros —agregó al poco tiempo, dirigiéndose a los que ocupaban jaulas aledañas—. Es sólo que quizá desconocen su sentido en la vida. Aún no tienen claro por qué están en este mundo.

    Alcé mis orejas por el comentario. ¡Yo también ignoraba mi principal objetivo en la vida!

    —¿Tú sí? —pregunté sorprendido.

    El camión dio una curva forzada, que casi me hace perder el equilibro, aunque sin duda me hubiera incorporado enseguida de haberlo hecho.

    —Quiero creer que sí —me respondió con sencillez—, es decir, por mi bien, espero que sí.

    Nos silenciamos ambos, no así el murmullo creciente a nuestro alrededor, que cobraba ímpetu con cada risa, con cada broma, con cada comentario grotesco. Al que escuchaba más era al que llamaban Kun, con su destemplada risa que descomponía el ambiente sonoro. Sin embargo, los ruidos eran poco uniformes, vagos, cada quién decidía cómo marcar el tono del barullo, alzando su voz aquél entre la nube de ásperos ruidos, y luego éste o el otro.
    Hablaban de sus experiencias callejeras, de lo bien que lo habían pasado el día anterior, de la persecución que se había desarrollado antes de cada una de sus capturas, exponiendo uno por uno sus vivencias, sus relatos, presumiendo a cuál más de ser el mejor, el más ágil, fuerte o astuto. A cada tontería que se les ocurría pronunciar, sobrevenían nuevamente las olas de carcajadas que empapaban el recinto y laceraban mis oídos. Me tensaba escucharlos tan alegres, tan vivos, tan despreocupados de las situaciones, presas del olvido y la desilusión. Pero al menos disfrutaban el momento, percibían el espíritu del compañerismo y quizá el de la amistad, aunque con una línea divisoria ciertamente evanescente. No eran seres tristes, lo constataba a cada prorrumpir de risas, a cada estallido de alegría, con todo el desprecio que se le puede hacer a una vida plagada de sufrimientos y destrucción.

    —¿Ves? No son malos compañeros —me repitió Niger.

    Asentí, convencido.
     
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    Lexa

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    Bueno, me robé una computadora y aprovecho para comentar (?) Nah, mi mamá me prestó la suya c:

    El capítulo, en sí, es interesante. La nueva presencia, Niger, le da otro enfoque al asunto.Me gusta su actitud y personalidad, sus palabras tan ciertas. Porque esa es la realidad, lastimosamente. Se condena a los perros de manera injusta, anda por la calle y no nos hacen nada, y por ello se les encierran hasta que prácticamente mueren. Es tan triste :C Pero qué decir, realidad en fin.
    Jajaja, que cosa con los demás perros, son unos loquillos x'D Ya quiero ver como se desenvuelven y actúan cuando estén en la perrera, también para saber si hay más "compañeros" :'D Y sobre qué pasará. Y yo también creo lo que dice Niger, no son malos compañeros, sólo son algo... singular. No sé x3

    Me gustó el capítulo, y no digas que tu historia es aburrida porque ciertamente no lo es. Si lo fuera, créeme que no estaría leyendo. Así que arriba esos ánimos con esta historia que, para mi, es divertida. No vi fallas, todo bien.

    Saludos :'3
     
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    Kai

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    Bubu :’c Ahora debo comentar doble y perdí un post, yo que quiero tener más post. Una semana para mí es muy poco :drama:

    Capítulo 2:

    Mentecato x’D Palabras así, que tengo tanto sin oír y son de por sí cómicas, no puede evitar decirlo. Suena a manteca, lo que me recuerda a un cerdo, la verdad, buscaré el significado exacto de la palabra, puedo sorprenderme, divago~

    Brutus me recuerda al Popeye el Marino, y al parecer el perro tiene la misma actitud que éste; un tanto superior y bruto en su actuar, muy impulsivo y soberbio. Eddie, lo sentí como ese abuelo agradable que se debería tener, aquél que te cuidará sin mucho esfuerzo, pero tampoco daría mucho por ti, más simpatía que otra cosa.

    Pensé a Kun como un perro que tengo x’D No sé, tipo Pluto de los Ruglats… aww, recuerdo de la infancia. Equis x’D

    El capítulo ciertamente no posee que tanto comentarle o analizar, no se aclara mucho, pero no es algo malo. La verdad, éstos escritos me gustan, relajados, con pausa, sin ningún apuro y detallados; con ésa estructura hacen que uno como lector se sienta relajado, sin una frustración constante de saber qué pasará, al menos a mí no me altera, me tranquiliza.

    Capítulo 3:

    ¡Niger es un dóberman! :fangirl: ¡Los adoro! Tengo los miniatura, como tres, awww, los amo.

    Se hace curioso que un perro de ésa raza lo coloques así, quizás un San Bernando, digo, siendo más filosófico, por decirlo de alguna forma. Se debe a la costumbre de las películas, lo sé, siempre son los malos con voces, tan gruesas, y tan bellos que son :C Extraño a mi rottweilert –nunca le he escrito bien ewe-, y de nuevo divago x’D

    El asunto este de la ‘locura canina’, no le considero así. Venga, etiquetan al pobre. Como los otros, debe tener terror. Sin embargo, él no recuerda nada, ni siquiera sabe si fue otro ser antes, nosotros menos, es algo que a cualquiera le haría actuar así.

    No tengo mucho que decir, acá, conjeturas o teorías no tengo ni una, me estoy dejando llevar de forma tranquila.

    Sorpréndeme :*
     
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    Cygnus

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    Gracias a ambas por los comentarios y su tiempo ;)

    Alessandra :o Robaste una computadora sólo para comentarme, eso es genial. Sep, traté de darle una personalidad distinta a Niger, y no suelo escribir así de rebuscado pero en fin, es el estilo que quise imprimirle, espero soportarlo. Qué bueno que te esté divirtiendo a pesar de lo lento que voy, es genial. Ya pronto llegan a la perrera, paciencia e.e Gracias <3

    Stavros Gracias por comentar, no te preocupes por la tardanza, yo te espero xd Mentecato proviene de la locución latina "Mente captus", es decir, que está falto de juicio. Nada que ver con la manteca.
    Buenas analogías xD Tenía que darles nombres de perros, qué quieres xDD El perro de los Rugrats no se llamaba Firulais? Perdón mi ignorancia D:
    Jajaja que bueno que te tranquilice, yo pensando que a todos los iba a dormir. Hmm, sí, verás que no es común llevar éstos a la perrera, pero ya entenderás toda la situación más adelante. Gracias por tu coment :D

    kleopack te etiqueto por si acaso, aunque ya no molestaré para la próxima ^^

    Aquí el cap:




    Capítulo 4: Infamia y cadenas.



    Otro tumbo más se dejó sentir en la fatiga del ambiente, seguro fue algún agujero oscuro y traicionero en la plenitud del pavimento. Nos hizo estremecer a Niger y a mí, y quizá a varios de los presentes, que se rieron enseguida, mofándose ellos mismos del susto tan infundado. Mi cuerpo se había sacudido bruscamente con el abrupto cambio de nivel. No era algo consciente: el vehículo que nos transportaba caía en cada hoyo que se encontraba en el camino. En cierto momento, pensé que a propósito lo hacía, pues era inaceptable.

    Suspiré lastimeramente, compadeciéndome de mí mismo y de mi situación tan deplorable. Ahora iba sumido en los confines de una jaula, listo para ser llevado preso a una perrera. Mi suerte no podía ser más oscura. A los demás, aparentemente no les preocupaba en absoluto lo que les sucediera; de cualquier forma tenían la seguridad de poder escapar.
    Otro bache en el camino; cerré los ojos.

    Las barras de las jaulas se estremecían con el trepidar del motor, con las curvas de la carretera, con el terror sembrado y atrapado en nuestro negro recinto. Algunos de mis compañeros no dejaban de hablar de forma animada, incluso a gritos, intentando divertirse o al menos entretenerse en el camino.
    Yo no veía el final de este viaje, interminable y monótono. ¿Tan lejos irían a abandonarnos? ¿Tan apartados del mundo nos íbamos a encontrar?
    Tuve que contarle mis inquietudes tan hondas a Niger, que hasta ese momento, desde nuestra conversación, se había mantenido mudo, impermutable de actitud, casi ausente.

    —No falta mucho —me despreocupó con tono amable, aunque lejano—. Ya casi nada.

    Hube de creerle al perro que estuvo tantas veces en la perrera.
    Bajé mi cabeza un poco y luego la coloqué lentamente a través de los barrotes, con mi inservible vista perdida en la nada. No quería molestar a nadie, pero tampoco ser molestado de ninguna forma. No tenía ganas ni ánimo de reír, como mis despreocupados compañeros, pero también buscaba la forma de no ponerme triste, de sonreír ante la desventura, de nadar contra la corriente, de sobreponerme a la adversidad que me allanaba, lacerándome por dentro. Definitivamente, no podría comprenderse una situación más horrible como la que yo estaba viviendo.

    Niger parecía ocuparse en sus pensamientos extraños, porque de nuevo estaba callado e inmutable. Yo no tenía con quién hablar, y no iba a dirigirles la palabra a mis otros compañeros de viaje. No porque fueran malos: esa inquietud me había ya despejado mi nuevo amigo. Era sólo que se veían tan animados y risueños que jamás hubiera querido truncar sus diversiones. Al hablarles, seguro habrían cambiado el tono, con lo que pronto olvidarían lo bien que lo estaban pasando.

    Carraspeé un poco, por único ruido, y esperé a que el tiempo se arrastrara. Pero los segundos no iban veloces, se aferraban a vivir la mayor cantidad posible. Eso me aniquilaba. Como evitaba caer en otro estado de locura imparable, quise controlar mi mente y me acosté, incómodo en el estrecho espacio, acomodando la cabeza entre mis patas delanteras. Mis ojos, inútiles en esa negrura, hube de cerrarlos, para descansar más mi cerebro. De cierta forma, intentaba alimentar mi espíritu de las risas ajenas, que los otros perros me proveyeran de ánimos y esperanzas con su buen humor. Pero resultaba difícil, en general.

    En fin, que la estaba pasando muy mal, y parecía que todos se encontraban en un parque.
    Quino reía a carcajadas de los chistes que contaba cierto perro de alzada estatura que se hallaba en un rincón. Otro más emitía ruidos grotescos que herían los oídos. Eran todos canes de mala traza.

    —¿Quieren callarse? ¿O necesitan que vayamos a apalearlos? —gritó un humano desde la cabina, evidentemente harto de la algarabía de ladridos.

    Me levanté inmediatamente, con un miedo súbito.
    Sólo unos cuantos guardaron silencio inmediatamente, y de seguro bajaron la cabeza y la cola, intimidados; pero otros con más experiencia, como Brutus, sólo desternillaron su risa aún más al escuchar las palabras incómodas del conductor del vehículo, mientras decía con suma despreocupación hacia sus interlocutores más cercanos:

    —No pasa nada, no pasa nada.

    Y continuaba la algarabía, renacía el ruido, se turbaban mis sentidos de forma caprichosa. Todos iban cobrando más confianza, todos estaban seguros que iban de paseo, que se divertirían, que el rato entre amigos era más tolerable.
    Me sentí realmente incómodo en ese momento, como si yo fuera un fantasma. Es cierto, era nuevo y todos se conocían ya, pero por lo menos me hubiera agradado formar parte de sus nutridas conversaciones, quizá en un intento por arrinconar mis aflicciones. Pero ya nadie hablaba de mí, ni en serio ni de broma. Niger, mi único aliado en la adversidad, se hallaba mudo.

    Así que, viéndolo de otra forma, también reflexioné sobre lo poco interesante que resultaría inmiscuirme en sus palabras necias. Es decir, eran unos seres intratables, que sólo buscarían la menor provocación para mofarse de mí, eso ya lo había visto. ¿Y yo realmente sería como uno de sus juguetes? No, en definitiva. Entonces, de esta manera, opté por mejor quedarme callado y no hacer ni el más minúsculo intento de agradarles. Supongo que es mejor estar solo a veces que tener malas compañías. Ya había comprendido que no eran malos compañeros, sólo cortos de mentalidad.

    Me tiré nuevamente en lo ancho del suelo, que era de espacio reducido, convencido de que lo mejor era quedarse tranquilo y quieto para que el tiempo pasara sin que yo me diera cuenta. Seguramente pronto arribaríamos a la perrera, a nuestro destino. Era muy difícil mantener el sosiego, porque nuestro transporte daba brincos a cada irregularidad del pavimento, y bruscamente me despertaban de forma constante los tumbos y el estruendoso golpe que causaban las llantas al atraparse en un hoyo de la calle. El conductor no ponía cuidado en esquivarlos; claro, seguro el vehículo no era de él, así que no le importaría descomponerlo.

    El sueño no lo podía conciliar. Venía y era espantado. De por sí, era difícil invocarlo, debido a que había sido despertado hacía sólo unos instantes, cuando comenzó la repentina persecución y mi captura. Ignoraba si había dormido mucho o sólo unos minutos. Ignoraba todo.

    Coloqué el hocico entre mis patas delanteras, que se hallaban levemente cruzadas, e intenté entretenerme en escudriñar el exterior de mi jaula. No veía absolutamente nada, todo era demasiado oscuro para mi vista. Seguramente, era yo un perro bastante viejo, porque los demás se mofaron de que mi visión era bastante limitada, y porque mi cercano compañero ya me lo había recalcado. Quizá todos ellos sí me veían a mí, y hasta me contemplaran con curiosidad, y yo, con mis ojos cansados y decrépitos, estaba encallado en una inaccesibilidad sensorial.


    —¿Cuánto tiempo llevamos, por cierto? —se escuchó la voz de Quino, sobresaliendo del barullo.
    —No sé. Bastante más que la última vez que me apresaron —rió uno de ellos, y agregó—. Malditos camiones, cada vez más lentos.
    —Era para que ya hubiéramos llegado. Tiene razón Quino —dijo seriamente Cardal, otro de los perros cuyo nombre recién acababa de descubrir—. La última vez tardaron una exhalación en llegar a la perrera.

    Comenzaba a hastiarme de que todos llevaran la misma conversación todo el tiempo. ¿Qué no había nada más interesante para hablar? ¿Sólo tenían el recurso de narrar sobre sus viejas capturas, como si eso fuera tan honroso?

    —El viaje se termina —murmuró Niger.
    —¿Ya hemos llegado? —le pregunté, lleno de curiosidad.
    —No, aún no. Pero reconozco el ruido del motor —me contestó—. Cuando comienza a sonar tremulante, es que estamos por llegar.

    Sus palabras se convirtieron en profecía. Todos sentimos claramente cuando el camión, el eterno camión se detenía al fin, poniendo un broche dorado al terrible traslado.

    —¡Llegamos! —gritaba el Cavador, con su juicio perdido—. ¡Llegamos, llegamos, llegamos! ¿No se alegran? ¡Llegamos por fin!

    Niger, a mi derecha, dejó escapar una sublime risa efímera.
    El mundo entero dejó de temblar, nos invadió una quietud y un silencio tan profundo, que ni siquiera el insensato Kun se atrevió a quebrantar. Tal era el mutismo, que incluso podíamos contar los pasos de los humanos, que habían descendido de la cabina. Las groserías del conductor volvieron a hacerse presentes, como si fuera su modo habitual de hablar. Todos escuchábamos tras las paredes del camión hacia el exterior, sin hacer ningún ruido, para no perdernos detalle del movimiento de los humanos, haciendo de los oídos nuestros ojos.

    —¡Ya llegamos, ya llegamos! —surcó la voz del Cavador en el ambiente callado.

    Nos llegó a molestar un poco la poca inteligencia de nuestro compañero, que se encontraba en una de las jaulas esquinadas, pero no tuvimos tiempo de reprenderle; un humano abría la caja del camión, bañándonos con la luz del sol que afuera brillaba en todo su esplendor. Mis pupilas extendidas resultaron lastimadas al sofocarse con el resplandor externo.

    —Muchachos, ya se acabó el boleto —bromeó el tipo asquerosamente, y luego se trepó con soltura hacia el interior, para ir liberándonos uno por uno.

    Seguramente no me vio peligroso, porque yo fui el primero en ser libre. ¡Al fin! El tipo había descorrido el cerrojo que me apresaba, y salí disparado fuera de ahí como la bala de un cañón, feliz de estar otra vez fuera de las manos de esos granujas.
    No tardé nada en saltar del camión a la tierra, gimiendo de alegría, agitando la cola involuntariamente, apreciando otra vez el delicioso correr de la brisa a través de mi pelaje, estirando las patas luego de tanta reclusión, ambientando mi mirada a la plenitud del paisaje, viendo esta vez todo con claridad, cuando ya me creía ciego del todo.

    A mis lados iban saltando desde la caja del camión otros de los perros que se encontraban presos, como yo. Un espigado animal a mi izquierda, que contaba con la voz del Quino que conocí adentro, murmuró.

    —¿Por qué te alegras tanto, Loco? No eres libre aún.

    Me molestaba que siguiera llamándome “loco”, como si en ello se afanara en hacerme irritar, aunque contesté controlándome.

    —Estoy alegre por haber salido de mi jaula. Estaba entumecido.
    —¿Entumecido por estar veinte minutos encerrado, Loco? —rió.
    —No me llames Loco —le reclamé, ahora molesto.

    En otras ocasiones había hecho como si no escuchara la ofensa, pero ya estaba descontrolándose la situación.

    —Eres una dama. Como una perrita de familia —murmuró Quino, y se alejó, balanceando su enorme cuerpo por la tierra.

    Continué mirándolo mientras se iba. Al menos, no me molestaría más por el momento, pero no dejaba de sentir un nuevo odio hacia ese alto lebrel.

    —¡Qué bello es dar un paseo matinal! —exclamaba penosamente el Cavador detrás de mí, con los ojos desorbitados y la sonrisa plena.

    ¡Pobre de mi nuevo compañero, que había perdido el juicio a través de sus vastos años de vida! ¡Cuántas experiencias nos podría contar este anciano perro de caza! Lo vi con lástima, pero con suma curiosidad. Corría de un lado a otro como si estuviera en el parque, sin alejarse de sus captores, huroneando, agitando la cola como si fuera un cachorro, escarbando en la tierra en busca de animalejos con tanta gracia y rapidez que quedó bien justificado por qué le llamaban de esa manera sus compañeros.
    Iba a dirigirle algunas palabras amables al pobre viejo, cuando noté a mi lado derecha una presencia extraña.

    —Hola de nuevo.

    Giré el rostro. ¡Era Niger, sin duda! La voz tan profunda era inconfundible, pero… ¿ése era de verdad un perro callejero? Tenía la pinta de la mascota predilecta de algún rey. Su cuerpo, negro con partes mocas, reflejaba un gran vigor y envidiable fortaleza. Me miraba desde arriba, dada su notable altura, pero sus ojos reflejaban calma, serenidad, paciencia, sabiduría. ¿Era creíble que esta criatura haya visitado la perrera tantas veces? ¿No estaría mintiéndome?

    —Hola, Niger. ¡Vámonos, ahora que podemos! —exclamé, con grandes esperanzas.
    —No será tan fácil, amigo —murmuró lentamente, y volteando a su alrededor, continuó—, no somos libres, como puedes ver. Estamos en un gran corral, que pertenece precisamente a la perrera municipal. De aquí nos van a trasladar a nuestras jaulas definitivas, al claustro grande.
    —Debes estar bromeando —contesté enseguida.

    Pero aparentemente, sus palabras estaban llenas de veracidad. Para cualquier lado que volteara, las rejas nos cercaban, como en un gran campo circundado. La supuesta libertad quedaba inundada de dudas.

    —¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla! ¡Flores, tierra, flores! ¡Árboles! ¡Qué agradable! —gritaba el Cavador a todo pulmón, corriendo de un lado para otro, despreocupadamente, pensando que estaba dando un paseo con sus amos imaginarios.

    Niger y yo lo mirábamos atentamente, sin prestarle demasiada atención a sus actuares, dejando volar nuestras mentes en rumbos más abstractos, cuando de pronto nos estremecimos ambos. Uno de los humanos acababa de enlazar del cuello al Cavador, y lo había jalado hacia sí mismo, haciéndolo rodar precipitadamente por la tierra.

    —¡Quieto, sarnoso! —le gritó aquél, mientras continuaba arrastrándolo sin ninguna clase de compasión.
    —Ahora lo tiene. Ahora es de ellos —murmuró Niger, como para sí mismo, aunque alcancé a escucharlo con esfuerzos.
    —Enlaza a los demás. Picos y cadenas. Apresúrate a llevarlos a todos a las jaulas que les corresponden. ¡Apúrate! ¡No te pago para que te me quedes viendo! —exclamaba el hombre que arrastraba al Cavador, dirigiéndose a uno de sus subordinados.

    El otro, afirmándose su gorra, asintió lleno de dudas, pero corrió enseguida a la cabina del camión a extraer las cadenas con las que habría de llevarnos. ¡Sólo de verlas me causó un profundo terror! Niger, a mi lado, parecía ni siquiera estremecerse al ver el actuar del humano.
    El tercer hombre, que continuaba sentado en el asiento del conductor, descendió al fin para ayudarle en la labor a su compañero. Tenía un aspecto severo, con su grueso rostro y sus enormes manos como de piedra.

    —¡Tenemos que correr! —le dije a Niger.
    —No, no tiene caso. Te darán alcance al final —respondió.
    —¡Pero no quiero que me atrapen!
    —Quédate donde estás, mejor. Será más sencillo para ambos y acabarás menos lastimado —me aconsejó al oído.
    —¡No! —gemí—. ¡Si me han de atrapar, que les cueste trabajo al menos!

    Y diciendo aquellas rotundas palabras, arranqué hacia la cerca más lejana. Era imposible saltarla, pero eso ya lo tenía bien concientizado. Sólo pretendía alejarme lo más posible de ese par de sádicos con cadenas y collares metálicos.

    —No seas tonto —alcancé a escuchar que Niger exclamaba—. ¡Debes dejar que te capturen sin más! ¡Es tu destino!


    El jefe de ambos perreros continuaba arrastrando al Cavador sin ninguna especie de dificultad, ya que el anciano animal no oponía resistencia de ninguna índole. Pero su mirada centelleante se posó en mí, y me hizo temblar aún más cuando escuché sus fatídicas palabras.

    —Ya saben lo que hay que hacer con los perros rebeldes o peligrosos. Para eso llevan los dardos y los rifles en el camión. No procuren salvar la integridad de estos pulgosos si no quieren cooperar.

    Y cimbrando el lugar con aquellas palabras, desapareció tras un portón de madera, arrastrando tras de sí al viejo perro cazador.
     
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    Kleopack

    Kleopack ♔ InFinyTis ღ

    Capricornio
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    Señorito Cisne, la verdad es que no me molesta para nada, si no lo contrario ya que no vas a mi perfil y me llenas de Spam (Algo que odio en esta vida).Pero si puedes anunciarme en tu escrito, para pasarme.

    Discúlpame cisne, pero anteriormente tenia mucho tiempo para observa y dedicarme tiempo a los Originales, a los poemas y hasta los ilustrados;pero como el tiempo pasa y uno como joven toma nuevas obligaciones en la vida y cierta responsabilidades laborales y educativas.Por lo tanto no puede llegar a tu comentario del anterior capitulo, pero si soy cumplida y pude terminar de leer aquellos párrafos que me hacia falta para completar tu historia en mi cabeza.

    Ahora bien, nos vamos con el párrafo que acabo de leer, y así uno los otros dos anteriores que me hacían falta.
    Quiero decirte que esté último me pareció algo conmovedor de esos bellos perros y de como su amistad pasaba por muchas cosas, en el principio el protagonista dice unas palabras muy tristes y de como pensaba que su vida se iba acabar ya llegando a un camino oscuro llamado "Perrera", es más se sentía triste y desolada ya que su amigo Niger, sólo escuchaba su respiro y la presencia de su cuerpo del resto ni unas pequeñas palabras de consuelo salina de su boca.

    Sin embargo le diste un cambio interesante más adelante de la historia, donde encontré buenos sentimientos y malas tristezas, y sí esa es la idea de que llenos de emociones al lector que lo pongas en dudas, en llanto, alegrías, y tristeza."¿Que paso acá?","¡Qué hizo que!"...Sí amigo esas son las palabras que motivan a tu escrito, otra cosa es que también es muy narrativo lo que expresas en cada escena el sentimiento de esos animales, sus frustraciones hasta sus miedos. Que bueno leer algo así.


    Bueno, en fin yo como que ahora estoy cansada y pienso darme un sueño así que me despido y por favor no dudes en llamarme.
    Saludos!.
     
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    Lexa

    Lexa Fanático

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    Oh, vaya. El final del capítulo me removió por dentro $: ¿Cómo los humanos son capaces de hacer tal canallada? Es que dan lastima. Pero bueno, ni modo.

    Fue un capítulo muy interesante, me gustó la manera en que incluiste el ambiente donde se vieron envuelto cuando llegaron, elemento importante. Pues yo también pensé ¿por qué no escapan? Pero la duda fue resuelta, y dolió :C Los tienen apresados hasta el final, no le dan un respiro, y cuando creen tenerlo, ¡Zass! Los atrapan nuevamente. Tan injusto. Y lo peor es que hay humanos así, capaz de hacer tal cosa.

    Me da penita el Cavador, ya se le fundió el coco x'D Pero no lo culpo, los años y las experiencias que ha tenido lo han, quizás, llevado a tener esa clase de comportamientos. Aunque confieso que me da un poco de risa, ya que me recuerda a un persona de una película que vi, no recuerdo el nombre, pero el perro era así todo imperativo x'D Me gustó.

    Ya están en la perrera, a ver cómo se manejan en ella y se desenvuelve la situación. Me has dejado muda con el final, espero que no le hagan nada malo :C No se lo merecen.

    Ponle un nombre al "sin nombre", llámalo Pedro :'D
    Jajajaja. Es broma x'DD

    Saludos.
     
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    Cygnus

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    kleopack gracias por tu apoyo y por aclararme que no es ninguna molestia, me da gusto que venga agradándote la historia. Espero ir revelando más cosas conforme pasen los capítulos para despejar tus dudas ; )

    Alessandra Schwarz también gracias por la lectura, me ayuda bastante ^^ Hah, sí, es que así son en esos lugares (me documenté) junto con otras cosas que irás viendo más adelante. Sep, verás personalidades diferentes en todos : D Creo que es hiperactivo. Ajmm.. tienes alguna especie de obsesión con los Pedros y Pedras.





    Capítulo 5: El eco de las grutas.



    Con los ojos cerrados, como orando repetitivamente hacia mi interior, no paraba de maldecir mi propia existencia una y otra vez, y de injuriar entre dientes a los que me rodeaban, la infamia encarnada. La repulsión me hacía evitar verlos. Sus rostros oscuros y sus miradas glaciales, que no se apartaban de nosotros, no me infundían miedo ni terror. Sólo acaso sumisión. ¿Pero cómo no esperar mi natural reacción, mostrarse sumiso, ante sus cobardes y penosas amenazas? No disparaban, pero nos apuntaban de forma denigrante con sus terribles rifles, y eso nos desvanecía todo pensamiento de rebelión contra ellos.

    A partir de ese momento, y en adelante, mi libertad y yo habíamos divergido definitivamente, tomando de forma forzosa caminos opuestos, y la veía alejarse a través de la bruma, del candor resplandeciente de la mañana, y a mí me empujaban ya sin ninguna clase de amabilidad. ¡Era tan inaceptable… tan injusto… y yo tan impotente hacia las situaciones más cruciales que marcaban mi destino ásperamente! No dejaba de martillarme en mi cabeza la idea del arrepentimiento; ahora que iba a ser prisionero en una cueva de metal, ya no podía hacer nada más por mí. ¿Por qué no escapé antes, por qué me dejé capturar? ¿Por qué no hice un mayor esfuerzo y me escurrí por los callejones de la ciudad? Esos eran los momentos críticos, en donde hubiera podido burlar a mis persecutores e ir en paz. ¡Pero no! ¡Ya nada podía hacer! ¡Mi futuro estaba sellado con barras de metal perpetuas! ¡Malditos miserables!

    El acero de mi cadena volvió a brillar cuando, tras una vuelta, posó en ángulo favorable para que el Sol se admirara a sí mismo reflejándose en él. Yo caminaba a paso lento y resignado, dejando tirante la cuerda, cerca del humano, con aires de mártir, como si me dirigiera al último suplicio. Aparentemente, eso hacía rabiar a mis captores, que gesticulaban y caminaban fuerte, pateando la tierra involuntariamente. No tenían tiempo que perder, había más trabajo para toda la tarde, seguramente, y mi andar calmado y sin prisas los turbaba. Mi único consuelo era impacientarlos y agraviar sus violentos ánimos.

    —¡Muévete, pulgoso! —exclamaba el más alto y grueso de todos, que era precisamente quien empuñaba la correa de mi cadena, y tiraba de ella con furia incontenible.

    Sus nervios se crispaban progresivamente, tornando sus groserías crecientes en agudos improperios. Pero mis oídos eran sordos y mis ojos, si no los llevaba cerrados al caminar, los fijaba en el suelo que avanzaba bajo mis patas, en las piedras, en los montículos de arena, arrastrando mi mirada, y luego desapareciéndola abruptamente al entornar mis párpados cansados.

    “Los perros sólo vagamos por ahí, y con eso ya somos delincuentes…”… “¿Hay acaso algún recurso que haga inclinar la balanza de la justicia a su favor? Amigo, ¡no hay derecho!...”, resonaban las acertadas palabras de mi perspicaz compañero en lo más profundo e inescrutable de mi acomplejada mente perruna, junto con algunas otras frases sueltas, perdidas, que había escuchado durante el trayecto, de boca de los otros perros. Y pensé en el fanfarrón de Brutus, de vida tan ligera, y luego me allanó la lástima que una vez más me provocó la imagen del decrépito Cavador, ese perro misterioso y enloquecido al que, de tantos sufrimientos de los que se plagó su vida, de pronto todo le parecía paradisíaco y divertido. Sin querer, chasqueé mis horrendas fauces en un gesto de enfado súbito. ¡Cuánto habrían contribuido estos humanos a hacerle perder el juicio con sus constantes afrentas!

    —Quieto —murmuró el que ejercía dominio sobre mí, al verme de pronto alterado.

    Cuando al fin me decidí a alzar mi vista, comprobé que del camión seguían descendiendo algunos perros más, que me habían acompañado, lo que me hizo pensar que quizá eran más de los que me imaginé en un principio. Entre los que aún quedaban, ubiqué alegremente al pequeño y vago Kun, quien, a lo lejos, se escurría burlonamente por entre las piernas de uno de los aprehensores para correr en círculos, hasta donde las rejas del corral se lo permitían. Sonreí y lo alenté en silencio, con la mirada, para que continuara esforzándose por enseñarles una lección a esos humanos, aunque fuera efímera y temporal. “¡Eso!”, pensaba, “¡Demuéstrales que aún podemos luchar por lo que queremos!”.
    Habíamos estado entonces como quince en el camión, y casi todos habíamos sido ya encadenados y conducidos al claustro grande. Y yo, a pasos lentos e irritantes, no perdía detalle de la persecución que se desarrollaba tras del perro pequinés, quien a causa de su compacto tamaño y su agilidad, cobraba espacio por delante de sus captores con ahínco.

    Pero nada podía hacer, desgraciadamente; no tenía escapatoria más que ser subyugado en cuanto se cansara de correr. Y hubo de refugiarse, tras un postrero intento de respirar las últimas bocanadas de aire fresco y libertad, bajo el inmenso camión que continuaba estacionado al fondo del corral. Francamente, era una escena penosa.

    Asimismo, presencié la violenta captura de otra de mis compañeras, una aguzada perrita de blanco pelaje y enormes ojos redondos, que presumía hacía unos momentos que ella era la mejor cazadora de ratones de todo el vecindario. Y ahora, con el cuello atenazado por el terrible collar de castigo, parecía más bien indefensa, gimiendo lastimeramente ante los jaloneos agresivos del hombre que la arrastraba a fuerzas.

    Y Kun, bajo el camión, casi sometido, se atrevía a reírse con estrépito, entonando su chillante voz característica que obviamente los humanos no entendían, captando sólo sonidos descompuestos. ¡Cuánto admiraba yo a ese pequeño, que aun en sus últimos minutos de libertad tenía el inquebrantable optimismo para levantar su ánimo y divertirse, burlándose de los hombres!

    Las escenas continuaban y yo no tenía más remedio que continuar moviéndome sin cesar, ya que si no me propinaban puntapiés en mi flanco derecho para obligarme a apurar mis pasos. Pero a mí me preocupaba particularmente una cosa. ¿En dónde estaba Niger? Lo había perdido de vista desde la última vez que habló conmigo, invitándome a que me rindiera mansamente. Ahora no lo veía por ningún lado. ¡Qué animal tan misterioso! Tenía el don de escabullirse de la vista de los demás.




    Al fin fui introducido a la fuerza por la enorme puerta de madera que comunicaba al interior de las cárceles. Varios empleados más de la perrera municipal ayudaban a descargar a mis compañeros del camión y llevarlos a rastras hasta lo que sería su futuro hogar, desde ahora en adelante.

    Me sorprendí de lo enorme que podía ser una perrera de verdad. Desde lo más profundo de mi mente, tenía una extraña y ligera idea de cómo podrían ser, pero al menos desde la posición en la que me hallaba, vi el recinto imponente. El lugar era realmente sombrío, con focos colgantes del techo que de nada servían, pues los mantenían apagados, colaborando para que se viera de forma más tétrica. Todo a mi alrededor era de cemento oscuro, y metálico el suelo. Conforme íbamos caminando, distinguíamos jaulas a uno y otro lado del amplio pasillo, y nos sorprendíamos de descubrir incluso una planta alta, en donde estaban acomodadas aún más prisiones.

    Las voces de otros perros que habían sido ya capturados, quizá desde tiempos realmente remotos, gestaban gemidos guturales realmente desgarradores, ladrando palabras de auxilio los más jóvenes, mientras que otros, mucho más antiguos y resignados, volteaban la mirada hacia otro lado para evitar vernos a nosotros, a los recién llegados, que habríamos de pasar las mismas penurias que ellos.
    Recorríamos el recinto y no llegábamos a nuestro destino. Yo estaba embelesado viendo esos rostros marchitos de otros de mi misma especie, tras las barras de metal, como en unos instantes seguramente estaría yo, dentro de mi propia jaula; sus ojos tristes, enfermos, me hacían experimentar un sentimiento de turbación y un escalofrío denso me recorría por completo, llenándome de miedo auténtico.

    El humano y yo subimos unas escaleras metálicas; otros dos, que llevaban sus respectivos perros amarrados —compañeros míos—, nos imitaron. Seguramente mi fría prisión estaría en la planta alta. Pensé que de este modo sería un poco mejor, al menos no me moriría de aburrimiento y podría contemplar más panorama que los que se encontraban debajo. Recorrimos un extenso pero estrechísimo pasillo, igualmente construido con láminas metálicas y oscuras. Las uniones del suelo rechinaban a nuestro paso, y temí que de pronto pudiera desplomarse. De cualquier forma, el barandal que nos protegía de la caída libre parecía bastante endeble, y el humano que me llevaba encadenado era tan obeso que se apretaba entre éste y la pared opuesta para continuar avanzando.

    —¿Aquí está bien? —preguntó mi captor hacia los que venían atrás, siguiéndonos.
    —Podríamos colocarlos en una jaula común, para economizar espacio —sugirió una voz grotesca a mis espaldas—. Cada día llegan más y más de estos sarnosos, y las jaulas se nos están acabando. Igual, en las grandes creo que estos tres cabrán a la perfección.

    Yo intentaba girar mi cabeza para ver a los compañeros a los que querían poner en mi misma jaula, pero no lo lograba, el collar me castigaba ahorcándome cada vez que pretendía realizar algún movimiento.

    —Por el fondo nos quedan muchas vacías —dijo el otro que venía atrás—. Igual no creo que sea tan necesario ponerlos juntos.
    —¿Y qué puede pasar? —preguntó el de la voz grotesca.
    —No sé, no me da confianza colocar tres perros juntos en una sola celda —dijo tímidamente—. ¿Y si se pelean?
    —¿Y a quién le importa? —contestó el otro con tono de reproche—. ¡Demonios, Ricardo, parecen tus mascotas!
    —A la hora de limpiar las jaulas también tendremos problemas —continuó su compañero—. Es decir, no es lo mismo controlar a un perro que a tres.
    —¿Y quién les va a limpiar? ¿Tú, acaso? —contestó tajantemente el de la horrible voz, que no podía ver por estar tras de mí—. Nadie les limpiará. ¡Vamos, chicos! Acabemos este trabajo de una vez y aventémoslos allá en las jaulas grandes, y que se pudran en sus propios desechos. ¡No son más que perros callejeros, después de todo! Incluso, aquí tendrán una vida mucho mejor que allá afuera.

    Y rió de tal forma que me hizo gruñir de rabia.

    —Basta —sentenció el primero, el que llevaba mi correa—. Vamos a meterlos en jaulas individuales, aquí mismo. Cuando lleguen los inspectores de salubridad, no querremos problemas, ¿o sí? Hagamos las cosas bien.

    Y poniendo manos a la obra, sacó un manojo de llaves de su oscuro bolsillo, y buscó la adecuada para abrir la jaula que se encontraba a la derecha.

    —Éste será el nuevo hogar de mi pulgoso —dijo, como para que no cupieran más dudas.

    La puerta de metal, al abrirse, generó un espantoso ruido que me llenó de terror. Ese era el rechinido de la prisión, de la injusticia, de la eternidad. Ahora estaba abierta, ¿pero cuándo la volvería a ver así?

    —Entra —me ordenó, y no tuve más opción que obedecerle.
     
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  14.  
    Lexa

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    Ay :C Me da mucha tristeza el capítulo, me parece tan injusto lo que está ocurriendo. ¡Esos humanos son los que deberían estar enjaulados! ù_ú

    Es un capítulo con mucho sentimiento, en este se puede reflejar la tristeza del "sin nombre", y claro, la de los demás perros allí presente. Los cuales no pueden hacer nada para liberarse de ese destino tan deplorable que les tocó vivir. Me gustó que describieras el ambiente, así uno puede meterse de lleno en la historia y sentirla. Ahora queda ver como se desenvuelve en ese lugar, y como será su relación con los demás perros. Y claro, saber si podrán escapar :C

    Buen capítulo, cisne. Espero el siguiente. Buscaré la manera de dejarte mis comentarios, ya se me ocurrió algo :3

    Saludos.
     
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  15.  
    Kai

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    Capítulo 4:

    Estoy escribiendo el comentario con ojos cansados, por ello no detecté mucho.

    Mou, algo que debo comentar, el cómo se echó en la diminuta jaula, dentro del camión, fue tan adorable, es que cuando veo a mis perros cruzar las patitas delanteras se ven tan distinguidos, viendo fijamente al frente, como si analizaran cosas realmente importantes, algún misterio que nos tienen guardado, y a veces me provoca quedarme viéndoles, a ver si adivino que puede pasar por su cabeza.

    No puedo evitar no centrarme en el final del capítulo, al menos desde que fueron liberados, entendiendo claro, la sorpresa de nuestro amigo al ver a Niger, con ése aspecto elegante varias dudas se le habrán implantado, la principal –que sí la hizo notar-: ¿qué hacía un perro así en la perrera, y al parecer, varias veces? Debió de ser en extrañas circunstancias.

    La reacción de nuestro amigo no me sorprende para nada, “no hacerles fácil el trabajo”, aunque no me imaginé nunca que ésas podrían ser las medidas que tomaran para los perros, un rifle :C

    Por cierto, me tardé un poco en captar quién era el Cavador :C

    Assd, es increíble que me esté sintiendo más triste ahora por unos perros en ésa situación y ser indiferente ante humanos, no en situaciones extremas, pero considero que muchos se los humedecen los ojos con ver alguna crueldad antes un animalito, y cuando se es contra un humano, todo es distinto. Ah, extraña vida, extraña humanidad.

    Capítulo 5:

    Bien, ya no coordino mucho. Lamento de antemano si se me sale un disparate.

    Al principio me los imaginé inmediatamente agazapados, con las orejas lo más pegadas posibles al cráneo, el hocico hacia abajo, y mirando, muy de reojo a los hombres, con humillación, incapaces de hacer mucho.
    Ahora Kun me recordó a mis dóberman’s pincher´s, ciertamente los perros chicos son los que tiene más carácter, lo digo por experiencia. Y sí, sus ladridos son chillones, inconfundibles y a veces hilarantes.

    Ricardo al menos tiene un poquitín de sentido, quizás sea un nuevo empleado, que es lo más probable. Aasdf, y ya me quedé corta. Muero de sueño, veamos, veamos…Hump, nop, nada.

    Prometo que los comentarios que vengan serán más nutridos; gracias por esperarme querido :*
     
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  16.  
    Cygnus

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    Alessandra Schwarz Stavros gracias por sus comentarios, me ayudan bastante con sus motivaciones, ahora tengo un poco de problemas para escribir porque no tengo luz en mi casa y cuento con muy poco tiempo para escribir... Éste lo transcribí con algo de esfuerzo, pero no crean que lo abandono, tampoco el de Paris. Esclavita, creo que te confundes, los Dobermann Pinscher son de hecho muy grandes. Kun, después de todo, no es más que un raza Chihuahua.
    Aquí va el cap. 6


    ____


    Capítulo 6: La vida tras las barras de metal.


    A pesar de estar intentando dormitar, el temblor que recorría mi cuerpo era insoportable, no lo podía controlar. Cerraba mis ojos como para no ver más de este mundo, y aún así sentía un constante movimiento involuntario en mis extremidades, en mi amplia nariz, en mis párpados que no los podía mantener quietos. Los ruidos que llegaban como olas hasta mis oídos eran lejanos pero molestos, todos a mi alrededor ladraban y gemían; oía lloriqueos a uno y a otro lado del amplio recinto, entra la generosa oscuridad que consentían los focos apagados que colgaban del techo. Éste estaba conformado por láminas semitransparentes que de cierta manera dejaban entrever un poco de la luz exterior, y así al menos tendría la oportunidad de contemplar el ambiente a mi alrededor. Eso era en el día, pero ¿y por la noche cómo sería? Seguramente igual que en el camión, pero extrañando aquel rayito de luz que al menos me aseguraba no haberme cegado.

    —No se está tan mal aquí, después de todo— escuché que alquien decía muy cerca.

    Apreté mis párpados con mayor fuerza, no tenía ganas de ver ni de escuchar nada. Pero continuaba temblando y esta vez de forma más preocupante. No podía controlar ni a mi propia mente y sus delirios.

    —Tienes razón —contestó la voz de Eddie, justo a mi izquierda, igual que en el camión.

    Intenté concentrarme en mis propios pensamientos, pero era imposible. Después de todo, ¿qué podía pensar un perro como yo, cuya vida prácticamente había comenzado ese día por la mañana, de forma inexplicable?

    —Miren lo que me han hecho esos salvajes —lloraba la Lechuza, y supuse que estaría ubicada en la jaula del frente.
    —Malditos inconscientes, ¡mira nada más! —exclamaba realmente conmovido Eddie.

    Mi convicción de seguir ausente de la realidad se tornó realmente enclenque, y más cuando mi curiosidad aumentaba por saber qué era lo que le había sucedido a mi compañera, que la hacía llorar tanto.

    —¡Qué horror! ¡Son unos brutos! ¿Cómo se atreven a tratar así a los presos? —exclamaba el beagle Cardal, con enfáticos acentos de pena.

    Por una parte, me tranquilicé bastante de hallarme al menos rodeado de conocidos. ¡Era una suerte que los humanos hayan decidido ponernos a todos juntos, como en una misma sección! Y por otro lado, de pronto me sentí grandemente tentado de unirme a sus conversaciones y abandonar el estado de mi ánimo retirado de una vez por todas. ¿Qué ganaba con mostrarme ajeno a las situaciones?
    ¡Pero mi inseguridad era alta, y yo me sentía tan torpe, y tan ignorante de sus experiencias perrunas!

    —¡Y duele bastante! Pero poco me espero que estos torpes se den cuenta. Y si lo hacen, será para declararme inservible y lanzarme a la cámara de gases. ¡Qué desgracia! —la escuché gimotear nuevamente.

    Hube de abrir los ojos al fin e incorporarme. Tal parecía que todos estaban odiando a los humanos, como yo, y que quizá podría formar alguna especie de alianza. ¡Era mejor estar todos unidos en este tipo de contrariedades!

    A primera vista, me sorprendí de lo poco convencionales que estaban las prisiones. Al frente, las barras de metal estaban demasiado juntas, como para que apenas un ratón pudier escapar por ellas, y por el contrario, las rejas laterales, que conectaban con las otras jaulas aledañas, estaban tremendamente separadas, tanto así que con un poco de esfuerzo hasta yo mismo hubiera podido escurrirme a través de ellas para llegar con alguno de mis compañeros.
    Pero no había motivo de esperanza; por más que pudiera hacer eso, jamás podría escapar, porque los frentes estaban cuidadosamente resguardados.

    Me asomé a ver lo que estaba sucediendo, y tuve la alegría de ver a todos, o a casi todos los que conocí en el camión. A mi lado izquierdo estaba Eddie, un gran labrador de pelo café y ojos almendrados, bastante pacíficos, lo que me tranquilizó bastante. Al menos él fue comprensivo conmigo en mis primeros momentos e intentó alegrarme cuando lo necesitaba en realidad. Busqué con la mirada a Brutus y allá estaba, en la planta baja, en el muro frontal con respecto al mío. El tosco animal, un bullterrier de gran fortaleza, estaba estornudando grotescamente en aquellos momentos, y ¡vaya suerte! Habían colocado a Arison, a la que llamaba “Bomboncito” justo al lado de su jaula.
    Pude verla mejor y noté que, en efecto, era una perrita de raza refinada. De haber tenido una placa en su cuello, cualquiera habría pensado que era mascota de familia. ¡Pero se veía tan bien cuidada! Su pelo castaño y blanco aún seguía lustroso. ¿Qué estaría haciendo en la calle, al lado de todos esos ordinarios con los que se juntaba cuando fue capturada?

    En el muro del frente, por la planta alta, encontré a más de mis compañeros. Mi vista enseguida fue atraída por la presencia que lloraba lastimeramente, y ubiqué a la perrita blanca que vi afuera cuando la capturaban con violencia; la Lechuza, como sus allegados frecuentemente la nombraban ante la ausencia de un nombre real. No miento al decir que me horroricé al verle el cuello de un rojo destellante y puro.

    —¿Cómo te hicieron eso? —le pregunté tímidamente, como queriendo mostrarme amistoso.

    Ella giró sus enormes ojos, casi redondos, hacia mí, un poco extrañada de que fuera yo quien formulara esa pregunta, como si todo el tiempo me hubiera visto como un ser mudo y retraído, prácticamente asocial.

    —Déjala en paz —masculló Quino, el gran lebrel, que se hallaba a dos jaulas a mi izquierda, adyacente a la de Eddie—. ¿No ves su estado? ¿Y encima le haces esa clase de preguntas?

    Fingí no escucharlo, y aparentemente también mi compañera.

    —Fue con el collar que me pusieron —contestó al fin quedamente, disminuyendo sus gemidos—. Era realmente espinoso. No sé si a propósito hayan buscado uno así, pero creo que se enfadaron porque me resistía a ser capturada. Me estaban ahorcando al trasladarme hasta aquí.
    —Qué horror —contesté, sinceramente apenado.

    Lo que me preguntaba era el porqué de la animadversión que tenía con Quino. Yo no le había hecho nada, y sin embargo, no dejaba de molestarme con frases sueltas, aquí y allá, como si mi presencia le hiciera daño de algún modo.
    Apoyé mi cabeza contra las rejas, y continué viendo el panorama. Al frente distinguí también al pobre Cavador, que lo habían colocado también cerca de nosotros, y que en esos momentos estaba persiguiendo a su propia cola, como si nada más en el mundo existiera, a su parecer entregándose a la actividad más divertida de una vida perruna.

    —¿Qué tal? —dijo de pronto Eddie a mi izquierda, y supe que se dirigía a mí.
    —Todo bien, un poco aterido nada más —le contesté, sin saber cómo agradecerle que me dirigiera la palabra—. ¿Y tú?
    —No está mal este lugar, hay que aceptarlo —dijo—. Al menos aquí tenemos suficiente iluminación, no podemos quejarnos. Creía que serían más inconscientes con nosotros cuando nos transportaron de esa forma, con collares espinosos y de castigo. ¡Pero mira! Nos han colocado en una buena sección. Aquí ninguno de nosotros había estado, por lo que veo. Debiste haber estado hace unos meses, cuando me capturaron por última vez. Nos mandaron al rincón de la perrera, en el sitio más oscuri, como si fuera un castigo. Ahí no había nada de luz, porque el techo no era de lámina delgada, sino de cemento puro. Estábamos completamente a oscuras... ¡como en el camión! ¿Recuerdas? Afortunadamente esta vista joven todavía ve con claridad en las penumbras —rió de pronto.

    Me llené de miedo de pronto, de que nos hubieran mandado allá, a donde aquel humano de voz grotesca quería en un principio, en donde yo seguramente estaría ciego con la visión tan pobre y decrépita.

    —Eran jaulas compartidas —continuó explicándome Eddie—, en donde cabíamos tres o cuatro perros. En aquella ocasión el Bólido estaba conmigo. ¿O no, amigo?

    Y exclamó aquellas últimas palabras para llamar la atención.
    Un enorme galgo, al fondo del pasillo, se desperezó y levantó la cabeza, con mirada de aburrimiento pleno.

    —¿Qué pasa, Eddie?
    —Le contaba a nuestro amigo sobre nuestro escape.
    —¿La última vez que nos tocó escapar juntos? ¡Claro! Te contaré toda la historia si quieres. No hay un perro más escurridizo que yo, ni nadie más apto para contar una de estas experiencias— exclamó y se levantó totalmente. Era en verdad gigantesco.
    —El Bólido es bastante presumido. Cuando tiene que hablar de sus escapes, no duda en fanfarronear —murmuró para que sólo yo escuchara.
    —Vamos, ¡vamos! —interrumpió Brutus de pronto—. No nos vas a hablar sobre cómo escapar y darnos cátedras. Si alguien tiene que hacerlo, soy yo. ¿No les he dicho que he efectuado ocho escapes en mi vida?
    —¿Ocho escapes? A decir verdad, no te creo nada —espetó furiosamente el Bólido, desde el fondo del pasillo—. No estuvieras aquí con nosotros todavía, así que no mientas.
    —¿Me tratas de mentiroso, entonces? —exclamó Brutus encolerizado, con los ánimos encendidos—. Maldita bestia de patas largas. ¡Bah! Crees que eres el único en poder escapar aquí sólo por saber correr. ¡Eso no es todo! Te hace falta técnica, la que tengo yo.
    —Tu lengua es muy larga, y tus patas demasiado cortas —se bufó el Bólido, con seguridad desde su rincón—. ¿Olvidas cuando vi frustrado tu intento de escape hace cinco años? Todavía nos mandaron a la perrera antigua, aquella que se caía de vieja. ¿Recuerdas? ¿O ya lo olvidaste, de casualidad?
    —No tienes por qué recordar eso —se defendió Brutus—. ¡Vamos! Era un perro sin experiencia en ese entonces, apenas una cría. Pero eso no significa nada. ¡Ahora soy el maestro de los escapes!
    —En cambio yo en aquella ocasión me escabullí por debajo de las rejas y corrí por todos los pasillos, ¡tan veloz como el viento! Crucé frente a las miradas de todos, y nadie me dio alcance. ¡Por eso me llaman el Bólido, porque nadie me gana en rapidez! Tú no eres más que un pobre presumido, sin nada que puedas probar.
    —Y por eso, por casos como el de él, es que cada vez aumentan más la seguridad en las perreras —murmuró Eddie sonriendo, casi a mi oído a través de las raquíticas rejas divisorias—. Y creo que además es por eso que mandaron construir esta nueva perrera, mucho más... concreta, podríamos decirlo.
    —Te crees muy seguro allá en tu jaula, ¿no, galgo? —seguía discutiendo Brutus, haciendo un esfuerzo por ver a la lejanía al que lo retaba—. Pero espera a que salga, entonces no mostraré piedad contigo, desvergonzado.

    Escuché que el Bólido se reía, y que Brutus profería palabras de amargura, palabras violentas.

    —Ya verás, Bomboncito, ya verás cuando lo agarre —alardeaba luego, por lo bajo, con su querida Arison.


    Yo no sabía qué decir ante todo aquello. Parecían perros demasiado agresivos, que si estuvieran sueltos, no dudarían en destazarse entre sí. ¿Entonces por qué se consideraban tan amigfos todos? Había visto el espíritu fanfarrón de Brutus, el provocador del Bólido y el ofensivo de Quino. Si todos iban a ser así, no quería estar entre ellos, entre los que en un principio me sentí seguro. Si no se aceptaban entre sí, ¿cómo iban a tolerarme entonces?

    Dejé escapar lentamente el aire de mis pulmones, en una sola exhalación, intentando poco a poco recuperar el aplomo y la serenidad perdida, que no había encontrado aún. No tenía ganas de escuchar ninguna clase de discusiones o amenazas sueltas a mi alrededor, aunque no fueran dirigidas hacia mí.
    El Bólido hablaba y hablaba, parpadeando constantemente y entonando la voz para hacerse notar, por mucho, de entre el barullo ambiental. Allá, desde el alejado rincón en donde se hallaba su jaula, al fondo del pasillo, se sentía completamente protegido como para insultar cínicamente al poderoso bullterrier que le profería maldiciones en sentido de respuesta a los agravios. Complacido, pero ajeno a la verdadera esencia de la pelea y creyendo medirla correctamente, el Cavador asentía una y otra vez, soltando frases sin sentido, chorreándole la saliva al borde del labio inferior, mientras animaba a veces a Brutus, a veces al Bólido, consintiendo en uno y otro punto, dándole al mismo tiempo la razón a ambos. Yo lo miraba con atención; tenía su cabeza chocando contra las rejas frontales que lo apresaban, sonriendo, con las pupilas extraviadas y la cola agitándola, mientras se consideraba acertado en sus intervenciones, intercalando en sus nimiedades algunas experiencias particulares que, definitivamente, nada venían a cuento con el dilema suscitado.

    La pobre Rizos, al fondo del pasillo, en la jaula superior a la del Bólido, acurrucaba su desmesurada cabeza contra el metal y las pajas del suelo, y la tapaba con ambas patas de una forma lamentable, intentando desprenderse de la situación, obstruténdose los oídos con ardiente afán. Desde mi prisión, diagonalmente opuesta, podía comprobar y comprender el miserable estado al que la fatalidad le había arrojado. Su cuerpo, de color más escarlata que gris, como podría originalmente haber sido, destellaba marcas sanguinolentas hendidas por el tiempo y la enfermedad.

    Alejando mi atención de la absurda disputa que sostenían el par de altaneros cobardes, me dediqué a observar más detalladamente a mi lejana compañera.

    Era una perra de raza indefinida, mal mezclada con el paso del tiempo. Su mirada huidiza denotaba el horror del cansancio, y la vejez pesaba en su compacta figura. De la antigua forma de su pelaje sólo quedaba el nombre con el que en la calle le habían bautizado, y que ahora lo ostentaba como forma de recuerdo: su cuerpo llagado se hallaba mayoritariamente desprovisto de pelo, y en ese momento constaté, al verla, que era ella misma quien llevaba la tarea de hacérselo caer, rascándose maquinalmente con uñas y dientes sobre su costado, con ímpetu, con desesperación, terriblemente frustrada. Y a través de las heridas, mientras alzaba una pata para arañarse la piel, observé el ritmo acelerado de su vientre, mostrando la angustia por no poderse aliviar de su terrible padecimiento con tan solo rascarse.
    Tragué saliva, aterrorizado, porque mi espanto reposaba aún sobre la pena que me causaba. ¿Y si todos terminábamos como ella? ¿Y si al final moríamos lentamente, presas de la rabia y la sarna?

    El turbulento Brutus volvió a alzar la voz contra una injuria, Rizos volvió a taparse sus rojizos oídos; Cavador siguió meneando la cola con la lengua colgante; Arison, con fingida preocupación, daba la razón a su compañero; el Bólido tosió fuerte para no escuchar y Quino reía a carcajadas.
    Yo sólo suspiré.
     
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    Lexa

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    Awww :( El capítulo está lleno de tristeza, me da mucha pena por todos. ¿Y si al final mueren? No, cisne, no los vayas a matar o volverlos locos :C. En este capítulo también quedó reflejado el temor de cada uno, eso dictan sus comportamientos y acciones; tienen miedo. Jé, yo no creo en sus cuentos de múltiples escapes, son habladurias para ocultar la gravedad de la situación.

    Y los humanos, pues, así están, haciendo de las suyas sin importar las consecuencias. Bestias sin corazón...

    Pero, jajaja como discuten Brutus y el Bólido, un comportamiento ¿inmaduro? teniendo en cuenta en la situación que se encuentran. Vamos, ¿ponerse a presumir en esos momentos? Sólo ellos x'D Me dio gracia esa parte a pesar de lo que dije en un principio.

    Tuviste dos pequeños dedazos: el primero fue que pusiste “oscuri” en vez de “oscuro”, está en la parte donde Eddie le habla al “sin nombre”. Y el otro que pusiste “amigfos” en lugar de “amigos”. Pero son cosas menores, sé que te costó escribirlo, por ello agradezco el esfuerzo y el que lo hayas continuado :3

    Saludos<3
     
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  18.  
    Kai

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    Amo, estoy cien por ciento segura que los dóberman pincher son miniatura, quizás unos cuatro centímetros más grandes que los chiguaguas, como máximo, pero son chicos. He tenido de ésas criaturitas desde que tengo memoria.

    O es que le leí de noche que no capté muy bien acá, o no sé:


    ¿No sería entre? O de plano ni capté bien ése trocito.

    Sé que se te escapó.

    Ñam, Arison me recordó a la Dama y el Vagabundo, sólo de una forma chispeante.

    Aquí sí e confundí. Bulterrier, ¿no es el mismo que le bulldog inglés, o sí? He tenido el inglés, y son corpulentos, me cuesta un poco saber cómo es Brutus, ya que sé que hay una raza que es levemente más chica. Ya no sé :c

    Es de esperar que, en ésa situación asfixiante, donde, si piensan en escapar, se empiece a revelar ésa naturaleza egoísta, de pensar por sí mismo y a la vez, para sacar trapitos al Sol de semejante situación. Ya extraño a Niger :C Es la voz de la razón, así esté mayormente mudo, tranquilo mirando y detallando todo.

    En el ambiente se palpa de lejos la desconfianza disfrazada de forma hipócrita, y él, nuevo allí (al menos lo que él sabe), nuestro amigo observando de varios puntos de vista y con cada nuevo sentimiento: lástima, asco, temor; y repitiendo el ciclo con alguna que otra variante.

    ¡El Cavador! Se me acongoja el corazón cuando se le menciona, tan ajeno a todo quizás, pero, ¿qué pasará en su cabeza? Oh vaya, me da curiosidad con algo de simpatía, pobre criatura :c

    Ñam, tengo sueñín :c Saludos Sr. Mozzarella :*
     

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